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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La traición

La confianza en una persona resplandece más cuando irremediablemente se pierde. Toda ausencia ilumina cegadoramente el vacío de su falta. Todo vacío de la pérdida se comporta así como una cóncava incandescencia o, acaso, según se siente en el propio organismo, como una ahogo prolongado y sin evolución. Ese ahogo absoluto evoca el abismo  de la pérdida. La violenta operación que se ha sufrido al ser ha extirpado el objeto donde nos asíamos y del ahora sentimos de qué modo constituía el sentido estabilizador y de qué modo su evaporación nos desespera. De hecho, todos los duelos, despiden una clase de atmósfera de dolor inasible y que sin duda sería más llevadera si se tradujera en materia u objeto pero justamente el padecimiento coincide con la imposibilidad de conseguir que ese dolor, trasunto del gozo, llegue a concretarse nunca. Su aire tóxico creece, ondula, nos estrangula y nos lleva casi hasta el desvanecimiento en correlación con la sustancia aérea e invisible que lo compone. De ahí el formidable dolor que provoca el ataque de la ausencia: la ausencia, por ejemplo, del órgano amputado, la muerte inexplicable del ser querido, la traición de la persona en quien habiendo depositado nuestro confiado amor deja tras su fuga la sensación de asfixia sin remedio. 



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13 de julio de 2009
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La casa de Annie

Un día pasé casi diez horas en casa de Annie Leibovitz, pero ella seguramente no lo sabe. Fue un día muy preciso, que recuerdo bien: el 17 de enero del año 2005. Tres semanas antes había muerto en Nueva York su amante y compañera de tantas aventuras Susan Sontag, y el hijo de ésta, David Rieff, en un delicado gesto de homenaje a su madre, culturalmente muy afrancesada, dispuso, superando numerosas dificultades y costes, que Sontag fuese enterrada en París, y además en el cementerio de Montparnasse, donde, entre otras figuras admiradas por ella, yacen Baudelaire y Samuel Beckett. Traté de cerca, de manera intermitente pero sostenida a lo largo de más de treinta años, a la escritora, a quien acompañé, con el propio David y otros amigos y ‘groupies', a Oviedo cuando fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias. Después nos volvimos a encontrar en Barcelona, pasado algo más de una semana, para sostener, ante el entonces redactor-jefe de la revista literaria Letras Libres Jordi Doce (que se ocupó de organizarlo y editarlo), un diálogo sobre literatura y cine. No llegamos a las manos, pero los desacuerdos, sobre todo sobre ciertos cineastas norteamericanos -que ella menospreciaba sistemáticamente- y europeos del Este -a mi modo de ver absurdamente sobrevalorados- rozaron la invectiva (suavizada elegantemente por Doce en la trascripción que se publicó), todo ello en un espíritu de camaradería polémica en el que, la por otro lado generosa Sontag, se movía a sus anchas. Al morir, su hijo me mandó, como a otros amigos, un recuerdo (o ‘keepsake') de su madre, y me invitó a asistir al acto fúnebre en París, en un mediodía plomizo y gélido.

     Allí estaban, en un total de no más de 50 personas, ex-amantes de la autora de ‘Contra la interpretación', escritores como Rushdie y McEwan, su editor en Alfaguara Juan Cruz, su traductor al español y  -junto a su propia esposa, la editora Valerie Miles- amigo Aurelio Major, y otros que, como Bob Wilson, habían trabajado con ella. Tras la escueta pero emocionante ceremonia, con una pequeña pieza de Debussy y textos de varios autores seleccionados por Rieff y dichos por Isabelle Huppert (en francés) y Fiona Shaw (en inglés), Annie Leibovitz, que siguió el entierro, como todos los demás asistentes, de pie y bajo un cielo que prometía lluvia, abría su casa cercana al Sena, en la zona de Saint-Michel, para la tradicional fiesta funeral de los anglosajones.

     La fotógrafa era la anfitriona discreta y en muchos momentos retirada, pero había dispuesto los cuatro pisos de su impresionante mansión parisina como un itinerario en imágenes de la vida de su íntima compañera; fotos de la Sontag adolescente, hermosa e indómita, de la intelectual con un atuendo levemente existencialista que conocimos en las solapas de sus libros sus lectores de los años 60 y 70, de la viajera y activista política, y de la mujer que, reiteradamente golpeada por la enfermedad, fue perdiendo sus ‘good looks' pero no su atractivo ni su acusada personalidad. Leibovitz, que tanto la fotografió en sus años de relación de pareja, tuvo además la elegancia de elegir preferentemente para aquella ocasión fotos que otros artistas (algunos de renombre) le habían sacado a Susan. De las tres hijas que la fotógrafa, cumplidos ya los 50, ha ido teniendo, sólo la mayor, entonces una niña de poco más de tres años, andaba subiendo y bajando las escaleras de la casa, con un signo de vitalidad traviesa ajeno a la desdicha de los allí reunidos.

   En la estupenda (y muy concurrida; a ciertas horas se forman colas en la acera) exposición de la obra fotográfica de Annie Leibovitz que ahora se presenta en las salas de la Comunidad de Madrid (en Alcalá 31) están sus tres niñas en diversas fases de crecimiento, su madre, su padre y su hermano (en una descarada foto con los torsos desnudos), y está Susan Sontag, la viva y la muerta. Aunque no está colgado en las paredes todo el proceso registrado con su cámara de la agonía terrible y muerte de la escritora, consumida y desfigurada por los tratamientos que se empeñó en seguir hasta el final, sí se distingue su cuerpo apenas amortajado y momificado. Vemos así la base doméstica que tanta enjundia le da al mundo de Leibovitz, y su enorme talento para el retrato, el único género, a mi juicio, en el que se puede comparar a los grandes (aunque hay un misterioso paisaje nocturno, animado por la presencia de Bob Wilson con una gran bombilla en la mano, que es extraordinario, de lo mejor de la muestra). Algunos fotos expuestas son célebres, claro: Demi Moore desvestida y embarazada, Brad Pitt lánguido y atractivo, Leonardo di Caprio con el echarpe de un ganso vivo en su cuello, y quizá el más memorable, Robert de Niro sentado con un gabán en un espacio que parece el teatro de su memoria teatral vaciado para la pose. Y como ha de ser, Leibovitz es igual de veraz, de impecable, de implacable, cuando retrata a chicos guapos, a ‘fashion victims', a ‘drag queens', a generales del ejército y hasta  a indeseables: su foto de Bush Jr. arropado por su funesto equipo presidencial podría ser la instantánea de un tiempo felizmente perdido.

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13 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Policiales

Hubo un tiempo en que podía leer una novela policial en uno o dos días. Eran los años de Agatha Christie, y ella era piadosa con sus lectores y escribía novelas cortas. Luego la fórmula del género se me fue haciendo predecible y dejé de leer libros con títulos como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo. Además, en las últimas décadas, el género engordó y los libros para leer en un avión se convirtieron en gruesos volúmenes de alrededor de quinientas páginas (será para vuelos trasatlánticos, me decía). Así que me desactualicé. De vez en cuando hubo algo de Pelecanos, de Fred Vargas, de Mankell, pero no mucho.

Las últimas semanas, sin embargo, aprovechando unas vacaciones, decidí ver qué había pasado con mis queridos policiales y thrillers. Leí, uno tras otro, a algunos de los autores principales del momento: los norteamericanos Michael Connelly (El poeta) y Dennis Lehane (Shutter Island); la escocesa Val McDermid (El canto de las sirenas); el islandés Arnaldur Indridasun (La mujer de verde). La novela negra hoy es amplia y para llegar a conclusiones válidas habría que leer mucho más; el policial latinoamericano, por ejemplo, tiene sus propias coordenadas y esta atravesando un muy buen momento gracias a escritores de la talla de Élmer Mendoza y Horacio Castellanos Moya. sin embargo, si tuviera que señalar ciertas características de los autores que he leído, señalaría lo siguiente:

Los investigadores se han vuelto más complejos. Si antes lo suyo era sobre todo un compedio de fobias y filias, de manerismos y frases repetidas (las "células grises" de Poirot), ahora se trata de un hecho traumático del pasado (James McEvoy, de Connelly, arrastra la culpa de haber sido la razón por la cual su hermana pisó una delgada capa de hielo y se hundió; la mujer de Teddy Daniels, de Lehane, aparentemente murió en un incendio) o una disfunción de alto calibre (Tony Hill, de la McDermid, es impotente).  

El género arrastra la ansiedad de no ser considerado alta literatura. El éxito comercial no lo es todo; estos escritores también quieren un reconocimiento simbólico (algunos, como Pelecanos, ya lo tienen). Por ello, se dedican a tareas compensatorias y mencionan a autores clásicos cada vez que pueden. El asesino serial de Connelly comete sus crímenes siguiendo versos de Edgar Allan Poe; el título del libro de McDermid proviene de una frase de T. S. Eliot, y cada capítulo comienza con un epígrafe de De Quincey.

Hace más de medio siglo que Borges sugirió que el género ya había agotado todas las posibles permutaciones combinatorias a la hora de resolver los casos (el asesino son todos, el asesino es el detective...) y de cometer los crímenes (con una cerbatana en un avión, con veneno en un cubo de hielo que se disolvía al tomar un whisky...). Quizás por eso hoy los policiales no privilegian tanto el cómo y el quién (la francesa Fred Vargas es una excepción). En muchos casos sabemos incluso quién es el asesino desde el principio (La mujer de verde). Interesa más el por qué, con una obsesión en la patología del asesino serial (Connelly, McDermid).

No hay mucha acción. El enfoque es en el moroso, a veces incluso aburrido procedimiento para resolver el crimen, en la rutinaria vida de una comisaria, con los celos y la tensión entre los investigadores asignados al caso y las diferentes agencias. La influencia principal parece ser la de los suecos Sjowall & Wahloo y su serie de novelas dedicadas al inspector Beck.

Se agrupa a todos estos escritores en una misma bolsa genérica, pero hay jerarquías. Indridason y Lehane son excelentes a la hora de crear atmósferas evocativas y sicologías inquietantes; Connelly no escribe tan bien, pero es el más minucioso y realista para mostrarnos cómo se investiga un caso policial en las principales capitales de Occidente. McDermid es pésima y comete errores de principiante (los soliloquios de Tony Hill, los textos en los que el asesino describe sus crímenes, han sido obviamente escritos con el lector en mente), pero su éxito se debe a otra cosa: es la más excesiva y sensacionalista en las descripciones de los asesinatos. A la corta, eso es lo que cuenta: los lectores del género buscan sobre todo emociones viscerales. A la larga, claro, son otras las razones para convertirse en un clásico a la manera de Chandler.

(La Tercera, 13 de julio 2009)
 



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13 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Académico

Que se me perdone la vanidad de lo que vengo a anunciar aquí: soy académico correspondiente da Academia Brasileña de Letras en el sillón que quedó libre por el fallecimiento del escritor francés Maurice Druon, del que recuerdo haber leído, hace incontables años, en una edición portuguesa de la Arcádia si la memoria no me falla, una novela titulada Las grandes familias, en la tradición de la mejor ficción decimonónica. Me dio la agradable noticia Alberto da Costa e Silva, poeta de excelencia, también embajador, lo fue en varios países, entre ellos Portugal, historiador competente de temas africanos, lea, quien lo ignore, por ejemplo, esa obra notabilísima que es La azada y la lanza: África antes de los portugueses. Heme aquí por tanto académico en el país que más amo después del mío, Brasil. Es como estar en casa, con la diferencia, nada despreciable, del afecto de que nos rodean, sentimiento que la patria a veces se olvida de manifestar, como si habernos hecho nacer en Lisboa o en Azinhaga ya fuese honor suficiente. En octubre iré, para presentar un nuevo libro y sentarme a la sombra de la estatua de Machado de Assis. Y todavía dicen que la vida no tiene cosas buenas?



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13 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El blog de Mariano José de Larra, 3

La crisis de la prensa La tecnología, que ha hecho una extraordinaria aportación a la mejora de la productividad y de los márgenes de esta industria en toda su historia y especialmente en las últimas décadas, se ha convertido de pronto en su Némesis. La migración de los lectores hacia internet y la aparición de los nativos digitales, primera generación enteramente tecnológica de ciudadanos que jamás llegarán a abrir las páginas de un periódico impreso, venían percibiéndose desde hace casi una década, pero no ha estallado como problema quizás letal hasta que no ha coincidido con la caída de la publicidad y con el agotamiento de todas las estrategias de promoción y de mercadotecnia que nos habían permitido sobrevivir en la última etapa. La prensa podía resistir correctamente una crisis normal, que incidiera únicamente en la caída de la publicidad y quizás en una pequeña retracción en la compra en el quiosco. Pero es más difícil pensar que pueda salir intacta o incluso que sobreviva a una crisis que, en primer lugar, tiene una envergadura mucho mayor, puesto que se trata de la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. Pero que, en segundo lugar, es doble: de lectores y de publicidad, afectando pues duramente a sus dos fuentes de ingreso. Y tiene para postre un perfil de cambio generacional y de época, del que cabe imaginar que saldrá una estructura de medios radicalmente transformada. Tres otros sectores enfrentan la crisis en tan malas condiciones, el financiero, el del automóvil y el de la vivienda, pero todos juegan con la ventaja de que atienden necesidades vitales que difícilmente serán satisfechas con sistemas muy distintos a los actuales. Aumentarán los controles y las supervisiones sobre los productos financieros de riesgo, e incluso sobre los paraísos fiscales; se llegará incluso a nacionalizar la banca en determinados países y por un tiempo acotado, pero finalmente la banca seguirá existiendo en su modalidad básica de encauzar y rentabilizar el ahorro y asegurar la circulación fiduciaria. Respecto al automóvil, podrá haber más transporte público en un futuro a medio y largo plazo, pero el transporte individual exigirá en los próximos años satisfacer una demanda sostenida, que obligará a la industria a adaptarse para conseguirlo dentro de los nuevos parámetros energéticos y medio ambientales. Lo mismo puede decirse del ladrillo: aunque a largo plazo, muy largo quizás, puede producirse un cambio de modelo de ciudad, más eficaz energéticamente y más económico desde el punto de vista de la rentabilización de la vivienda, nada permite pensar que el negocio no regrese de nuevo con presteza. La prensa impresa como tal, ese negocio de enorme complejidad que incluye la tala de árboles y la fabricación de papel, su impresión en complejas rotativas situadas en puntos estratégicos, su distribución por todos los medios de transporte y su comercialización en redes de pequeños comercios en las calles de las ciudades y pueblos, esta industria tradicional tan sofisticada probablemente dejará de existir y muy pronto. La presión para que desaparezca se produce en todos y cada uno de los puntos del proceso de fabricación. La producción y uso del papel tienen una evidente repercusión medio ambiental. Las instalaciones industriales gastan mucha energía y necesitan abundante mano de obra. En el caso del transporte inciden todos los elementos: medioambientales y energéticos, así como sus altos costes laborales. Y en el de las redes de comercialización, actúan otras fuerzas igualmente negativas, gremiales sobre todo, pero también la concentración comercial y la desaparición del pequeño comercio a favor de los grandes centros comerciales y del comercio digital, que corresponden al urbanismo disperso que desde hace ya años está sustituyendo a las densas tramas urbanas propias del siglo xx. La industria de la prensa, empieza diciendo el muy reciente Estado de los Medios de Comunicación (State of the News Media) que realiza el Pew Research Center for Excellence in Journalism, ?ha entrado en 2009 en algo peligrosamente próximo a la caída libre?. Por tercer año consecutivo ?el fondo no está a la vista?. Los autores del informe no quieren ejercer de agoreros truculentos, pero apenas lo consiguen: ?Todavía no suscribimos la teoría de que la muerte de la industria es inminente?. Tienen un argumento sólido: durante 2008, todavía obtuvo beneficios en su conjunto, después de un 2007 que significó el momento más álgido de la industria, cuando sus márgenes se calculaban con cifras de dos dígitos. Pero en 2009 han sido muchos los diarios, sobre todo en el mundo occidental, que han entrado en pérdidas e incluso han desaparecido o han abandonado sus ediciones impresas para publicarse exclusivamente en la red. Lo expresan muy claramente las caídas del valor de las acciones cotizadas en bolsa: un descenso del 42% entre 2005 y 2007 que se ha duplicado hasta una caída del 83% sólo en 2008. Hay que tener en cuenta que la principal fuente de ingresos, la publicidad, ha caído entre 2006 y 2008 en un 26%, pero en 2009 se halla en unos niveles de caída superiores al 30%. La participación de la prensa en el pastel publicitario mundial se halla también en claro declive desde hace una década, cuando significaba casi el 35% del total, hasta ahora, en que está cerca del 25%. La difusión de los grandes periódicos de información general está experimentando también un descenso, más suave que el de los ingresos publicitarios pero constante, resultado de una evolución que empezó en 1992 cuando estaba empezando la actual oleada digital. En Estados Unidos la venta de prensa ha caído en un 20% en las dos últimas décadas. En los últimos diez años, los países de la Unión Europea han perdido una media diaria de 12 millones de ejemplares vendidos, desde los aproximadamente 70 millones hasta los menos de 60 actuales. La reacción ante este declive tiene tintes dramáticos, pues conduce a recortes en las plantillas de personal, que en ocasiones afectan a la calidad de los contenidos y que pueden alimentar el círculo vicioso de unas mayores pérdidas en circulación que a su vez conduzcan a nuevos recortes. Ajustar con precisión e inteligencia y evitar que los recortes afecten a la calidad es el reto inmenso que tienen ante sí las empresas periodísticas en esta crisis. En esta misma línea, el informe sobre el Estado de los Medios americanos señala la dificultad que supone reinventarse como negocio en el mismo momento en que toda la atención de las empresas periodísticas está fijada en realizar fuertes y rápidos recortes de gastos para enfrentarse a la recesión. Y expresa sus dudas de que una industria tan madura pueda reconvertirse a estas alturas, cuando está ya muy avanzada la transición hacia los medios digitales, y pueda atraer el talento innovador y empresarial propio de la nueva industria. Muchos datos y reflexiones más de dicho informe nos permiten obtener un cuadro muy sombrío del estado de la prensa escrita en el país donde mejor ha funcionado históricamente y donde se han venido produciendo las innovaciones mayores. Observar lo que allí está sucediendo permite adelantar un poco la visión sobre lo que nos sucederá a nosotros dentro de poco tiempo. (Este texto es la tercera entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el actual número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo ?Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI?, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).



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12 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Trabajadores sociales: lo efímero de un cuerpo de acción

Con sus pullovers rojos, se aparecieron un día en mi barrio para inventariar los viejos refrigeradores norteamericanos y los aires acondicionados soviéticos. Venían investidos de plenos poderes y una madrugada desembarcaron también en las gasolineras, en una operación para acabar con la venta ilegal de combustible. Eran jóvenes que no habían podido entrar en la universidad y un plan ?gestado en las más altas instancias? los convirtió en una tropa dispuesta a cualquier tarea, bajo la promesa de una plaza en la enseñanza superior. Se les asignó un módulo de ropa y comenzaron a moverse por todo el país en los recién comprados ómnibus chinos, flamantes e imponentes. Su autoridad para llegar a cualquier centro laboral y pedir cuentas, hacer una auditoría y hasta sustituir a los empleados, les valió el alarmante apodo de ?los niños del Comandante?. Algunos de ellos desistieron del compromiso de diez años que habían firmado y para ellos la partida fue difícil y la mácula en su expediente segura.  Lo mismo cambiaban bombillos en las calles de Caracas que controlaban a las vendedoras de una tienda en pesos convertibles. Eran los nuevos ojos del poder entre nosotros y sin embargo pertenecían a la generación más afectada por el Período Especial, la dualidad monetaria y el desteñimiento del mito. De manera que se hizo usual verlos alternar el desparpajo con la obediencia y las consignas con las palabras de hastío. Su esplendor fue tan breve como la mezclilla del pantalón que les asignaron al comenzar con su labor. Hoy, apenas se les oye mencionar. Aunque no se ha anunciado que los trabajadores sociales hayan sido desmovilizados, parece que al menos se han quedado sin contenido de trabajo. Ya no hay ollas eléctricas que repartir, encuestas sobre la opinión del pueblo que hacer y parece que la enorme infraestructura material de albergues, meriendas y ómnibus que soportaba su faena, no se puede seguir garantizando. Pocas veces me topo con alguno en la calle, pero los que veo ya no llevan aquel aire de arrogancia ni exhiben sus anteriores poses de pertenecer a un grupo élite.



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12 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cultura para un grupo de elegidos

Íbamos a pasar el cumpleaños de Reinaldo escuchando canciones de Pedro Luís Ferrer en un concierto -titulado ?Velorio?- en el Museo de Artes Decorativas del Vedado. Sólo que a los policías de la cultura se les ocurrió no dejarnos entrar, usando sus cuerpos como barricada entre la puerta y la zona de butacas. Nos acusaban de una supuesta provocación que queríamos organizar allí, aunque para nosotros el mayor revuelo lo provocaban ellos y la cámara de la televisión oficial que habían convocado para filmarnos. Creo que los inquietos muchachos de la seguridad están viendo muchas películas del sábado, pues nuestro plan era más bien familiar ?incluso llevábamos a nuestro hijo- y se resumía en escuchar las canciones del conocido músico y después darnos un saltico a casa de un amigo. A la entrada del Museo no esperaba un verdadero mitin de repudio, al que sólo le faltaron los huevos y los golpes para completarse. Un hombre que no se identificó ?sigue de moda eso de no dar la cara- me gritó que yo quería ?destruir la cultura cubana? y que aquel espacio era ?sólo para el pueblo?. Parece ser que lo ocurrido en el performance de Tania Bruguera ha dejado los nervios a flor de piel entre los burócratas del espectáculo. Temen que volvamos a agarrar el micrófono, como si no fuera mejor poner un altavoz en cada esquina para todo aquel que quiera decir algo. Debo señalar que muchos de los que presenciaron ese abuso de poder institucional, evitaron saludarnos frente al enorme operativo que rodeaba el lugar. Sin embargo otros, de los que me reservo el nombre para protegerlos, se mostraron solidarios y sin temor a que los vieran junto a nosotros. Nos quedamos del lado de acá de la reja y en el patio un raro público, lleno de jubilados y hombres pelados a lo militar, parecía no saberse las canciones de Pedro Luís para poder tararearlas. Varios amigos, entre ellos Claudia, vinieron a solidarizarse con nuestro ?destierro? forzado y nos quedamos afuera hasta que sonó el último acorde. Cuando todos los instrumentos musicales estaban en sus cajas y salió el trovador, éste se mostró sorprendido de lo ocurrido y comentó que hablaría del asunto con un viceministro. No quisimos quitarle la idea, pero no creo que ese funcionario de alto rango pueda hacer algo para impedir el accionar de un órgano represivo que lo supera y del que quizás hasta forma parte. Como sé que leen mi blog ?todos los que me impidieron traspasar la verja, parecían conocerme- quiero decirles que no me van a obligar a replegarme en casa. No pienso dejar de ir a conciertos, peñas, espectáculos culturales o humorísticos. Soy una persona de la cultura, aunque ellos quieran reservar tal apelativo para un grupo de elegidos y de filtrados ideológicamente. Van a tener que montar guardia en las puertas de cada teatro, en los clubs y en las salas de música. En cualquiera de ellos puedo aparecerme ¿Quién sabe si me dé por subir al estrado y tomar el micrófono?



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11 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sardinas

Fuente: salood "¿Piensan que en la vida hay una manera correcta y otra incorrecta de hacer las cosas? Quizá la idea sea joderlo todo de todas las formas posibles antes de morirnos. Quizá la gracia estuviera en que no jodías nada, al fin y al cabo. En Pittsburgh conocí a un enano que hacía malabarismo con sardinas. Cuando le pregunté: "¿Por qué sardinas?", me respondió: "En la maleta no me caben tiburones". ¿Tienen una explicación mejor de su actuación estelar en este planeta? ¿O me estoy volviendo oriental?Jerry Stahl (Yo, Fatty)



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10 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un nuevo público

Rafael Argullol: Si esto es así evidentemente cada vez nos encontramos más a críticos que se apoderan de ese lenguaje energuménico, sin ninguna justificación racional, y que se guían puramente por las simpatías y antipatías.

Delfín Agudelo: A mí en todo caso me llamó la atención en el cruce de declaraciones. Por un lado Almodóvar criticaba el hecho de que Boyero hubiera sido escogido para ir a Cannes, y por el otro lado El País criticaba Almodóvar diciendo que siempre le habían dado protagonismo. Ahora bien, ni en una ni en otra se habla de la obra. En ningún momento se habla de la película, que es el grueso: nunca se habla de Los abrazos rotos como aquello a lo que se debe atender, que es lo que las dos partes tienen que tener en consideración. Hablamos de omisión compartida. 

R.A.: Creo que es un aspecto muy representativo del desconcierto general que actualmente hay en los medios de comunicación, y en concreto de los medios de comunicación escrita, y el desconcierto respecto a qué públicos esos medios quieren dirigirse. A veces da la impresión de que esos medios o los protagonistas culturales o críticos de estos medios busquen desesperadamente nuevos públicos a los que dirigirse, por ejemplo públicos supuestamente juveniles, gracias al cual en cierto modo buscan con la misma desesperación toda una serie de supuestas estéticas de la actualidad que les lleva también a despreciar lo que podría ser el bagaje de la gran tradición cultural o el bagaje de autores que encuentran excesivamente intelectuales. No es el caso, seguramente, de Almodóvar, pero hasta Almodóvar ha llegado a tener el San Benito de ser excesivamente intelectual, y no digamos el caso de cineastas como Víctor Érice. Para no quedarme solo en el caso de la crítica de cine, creo que es extensible a las otras críticas: lo mismo está pasando en la crítica literaria, en la cual cada vez hay más críticos que de una manera asfixiante están intentando buscar nuevos fenómenos literarios sobre todo si pueden ser de masas, sean de novela negra nórdica, sean de constructores de bestsellers sobre novela histórica, etc., que quizás hace un tiempo habían merecido una crítica más rigurosa y que ahora los críticos se inclinan demagógicamente a la idea de que este es el nuevo gusto de la época o del porvenir inmediato, mientras desprecian una tradición intelectual que se supone elitista, vinculada a la otra cultura.

 

 



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10 de julio de 2009
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Implacable con los hombres, luego… implacable con la naturaleza

El pensamiento  de izquierda, sobre todo el considerado  de izquierda "radical", para entendernos aquel  que se sitúa fuera de la órbita de los partidos socialistas, se haya hoy estrechamente vinculado a la reivindicación ecologista. Nada, en principio, más lógico. Pues a menos de considerar que nuestra condición es angélica, no cabe imaginar la cabal realización de las potencialidades humanas (causa final de la militancia de izquierda) más que en un contexto natural... regulado y armonizado precisamente por el hombre. Es decir, situar al hombre en el centro de interés, restaurar el ideario humanista, lejos de ser contrario a la exigencia de conservar y proteger la naturaleza (incluida la conservación de las demás especies vivas), tiene en ello un auténtico corolario. Mas la defensa de la causa del hombre, pasa de inmediato por la exigencia de instaurar las condiciones materiales de su realización espiritual, lo que en otros momentos se llamaba desalienación del trabajo y que en general apuntaba a instaurar las condiciones de posibilidad de que el hombre pudiera realizar su esencia, es decir, actualizar sus potencialidad  como ser cognoscitivo y lingüístico.

Uno de los problemas de la izquierda en los últimos años reside precisamente en que cualquier perspectiva de desalienación, en el sentido  que acabo de evocar, ha llegado a parecer utópica. El fracaso de la competición entre sistema socialista y libre mercado, la paranoica canalización  en los países socialistas de las energías al control del enemigo interno,  en fin el colapso final de esos países, condujo a la izquierda a una perdida de confianza en las posibilidades reales de sustitución del sistema. Fue entonces cuando fueron apareciendo causas que se proponían como alternativas, y susceptibles dentro de un mundo global de mantener algún ideario con visos de contestación.

El problema reside en que el nuevo ideario no era en realidad tal. La ecología, lejos de  ser alternativa a los proyectos de emancipación vinculados a los grandes movimientos sociales nacidos con la Revolución Francesa y prolongados a lo largo de los siglos diecinueve y veinte,  depende en realidad de la realización de estos. De tal manera que en el nihilismo respecto a la posibilidad de sustitución del sistema de mercado se traduce necesariamente en la aparición de ideologías meramente sustitutivas, de declaraciones de intenciones meramente formales y - en última instancia de coartadas para un sistema intrínsicamente implacable con la naturaleza (especies vegetales y animales incluidas) simplemente por ser intrínsicamente implacable con los hombres.

Es muy significativo que el discurso de defensa de la naturaleza mueva a personas tan dispares como Al Gore (vinculado a poderosísimos intereses que le propulsaban a la presidencia del país que mayormente contribuye, directa o indirectamente, a empobrecer la naturaleza), Daniel Cohn Bendit,  o... Brigitte Bardot   

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10 de julio de 2009
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