Javier Rioyo
En mi particular camino de Santiago, con esos desvíos que son la sal del camino, llegué a uno de los centros históricos del Camino: Burgos.
Recuerdos de acercarme a la adolescencia en veranos de Burgos. Algunos de los primeros cigarros fumados a escondidas en los bajos de un ring de boxeo, el olor de una fábrica de galletas, los paseos a la orilla del río, la sombra de la ciudad levítica, aquella chica y otras cosas plácidas que recuerdo de unos tiempos, de una ciudad.
De vez en cuando me escapo y disfruto entre calles, paseos y lugares cargados de historia. Como toda ciudad ya tiene otros ritos, nuevos lugares, otros bares y un museo de arte contemporáneo. No es tan importante como el leonés MUSAC- que recorrí al trote con la amable compañía del director- pero el CAB tiene su valentía su sentido y su razonable arquitectura que no se lleva mal con sus cercanías históricas. Me gustan esas mezclas de formas, estilos, modernidad y conservación que son capaces de convivir. Desde hace mucho me acostumbré a mirar con agrado lo viejo o lo nuevo. Me gusta un edificio del renacimiento y me interesa la arquitectura industrial. Aprecio esas valentías arquitectónicas que rompen con lo armónico cercano. No creo en los uniformes.
Hace unos meses había esculturas de Plensa en los alrededores de la catedral Burgalesa. Me gustaba esa vecindad de contrarios. Ahora había una exposición de Alberto Corazón. Bien. Así lo comentábamos en un curso con estudiantes de arquitectura.
Todo transcurría plácido, como en el principio de la gran novela de Oscar Esquivias, "Inquietud en el paraíso". La ciudad se gustaba, burguesa, estructurada, plácida y previsible en unos días de Julio de 1936. Después llegó aquello y todo se transformó. Fue capital del franquismo. Fue un horror para los que no fueran ellos, sus militares, sus curas y sus acólitos. Una ciudad que vigilaba la vida desde la moral del casino.
Y por esa ciudad, hermosa, tranquila y burguesa felizmente también han pasado los renovadores. Unos mejores, otros horrorosos. A la cabeza del feísmo la escultura artesana de un "escultor", creo que burgalés, autor de una figura en bronce que representa a una castañera. Una pieza sin arte, sin gracia, sin interés. No importa, un más de las muchas esculturas que pueblan nuestros paisajes urbanos. Lo que realmente importa es que está ubicada al pie del paseo del Espolón, al lado del Arco de Santa María. Como esa "violetera" que estaba en el inicio de la Gran Vía. Como ese Goya en la calle de su nombre. Como un Botero que yo me sé. Como un oso. Como tantas estéticas de disneylandia, de bronce artesano, de enanos de jardín o de experimentos pretenciosos que pueblan nuestras calles. Ahora que lo pienso, ¿acaso son nuestras las calles? No. Pero sí es mía, con reparos mi opinión sobre el feísmo según yo mismo.