Víctor Gómez Pin
La defensa de la salud de la naturaleza, incluida la salud de las demás especies animales, es algo más que un rasgo implícito en el objetivo de emancipación del hombre. Pues cabe sospechar que sólo constituye un objetivo real en tal marco. El problema de la causa ecológica cuando se separa de la causa general del hombre es que renuncia a las condiciones de posibilidad de su propio proyecto.
En las pasadas navidades, una organización política heredera de aquel partido de los comunistas catalanes, que encarnó paradigmáticamente la resistencia al franquismo, fue objeto de críticas que rayaron el sarcasmo en razón de haber auspiciado manifestaciones de voluntad ecológica por parte del ayuntamiento, juzgadas ridículas, expresivas de una ociosa estética del diseño, y escandalosamente onerosas para las arcas públicas. Un comentarista conservador llegó incluso a utilizar un ofensivo título ("hijos…¿de qué?") para cuestionar la legitimidad de los actuales gestores cuando se reivindican hijos de aquel partido, en el que, quizás a toro pasado, sí reconoce que representaba una preocupación trasversal de la sociedad catalana.
Asumir el fracaso de la izquierda no puede querer decir renunciar a los propios idearios, sustituyéndolos por otros susceptibles de ser aparentemente asumidos por sus más radicales enemigos, sino en replantearlos, enmarcándolos en otra estrategia. De lo contrario corre el riesgo de quedar fuera de juego caso de que regresen con toda acuidad los problemas sociales que, en realidad nunca desaparecieron, pero que el mito de la bonanza ocultaba. Debió ser doloroso para más de alguno de los presentes el constatar que en una de las manifestaciones de los obreros de la Nissan hasta el Parlament de Catalunya (que – por la radicalidad de los eslóganes- quizás supuso una inflexión en la toma de conciencia de la gravedad del problema por parte del gobierno catalán) no había pancarta alguna esgrimida en nombre de algún partido del arco de la izquierda catalana.