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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Periodismo y ceguera

Quisiera ser profeta o adivino, pero no puede. Nada le complacería más que recordar cada vez que escribe una noticia cómo fue ya avanzada y prevista por su aguda percepción. Decepcionado de la injusta realidad, que se niega a confirmar su perspicacia, decide limitarse a levantar acta, sin avanzarse ni un paso más, no fuera caso. Pierde así cualquier sentido razonable de la más evidente anticipación. Se le escapan así los hechos, prematuros cuando le proporcionan la primera percepción y demasiado viejos y ya transitados por otros cuando adquieren fisonomía definitiva. El candidato a profeta, sin visión de cara al futuro, deviene también ciego para el presente. Hay que ponerlo urgentemente a escribir la sección de efemérides, la única para la que tiene el ojo despierto y preparado.

¿Historiadores del presente? ¿Serán el relevo del periodismo, relegado entero al pasado? ¿O la avanzadilla que anuncia la pronta aparición de los historiadores del futuro?  Al periodismo suele escapársele todo lo que se ve venir, lo ineluctable.



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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África

En África, dijo alguien, los muertos son negros y las armas son blancas. Sería difícil encontrar una síntesis más perfecta de la sucesión de desastres que fue y sigue siendo, desde hace siglos, la existencia en el continente africano. El lugar del mundo donde se cree que la humanidad nació no era ciertamente el paraíso terrenal cuando los primeros ?descubridores? europeos desembarcaron (al contrario de lo que dice el mito bíblico, Adán no fue expulsado del edén, simplemente nunca entró en él), pero con la llegada del hombre blanco se abrieron de par en par, para los negros, las puertas del infierno. Esas puerta siguen implacablemente abiertas, generaciones y generaciones de africanos han sido lanzadas a la hoguera ante la apenas disimulada indiferencia o la impúdica complicidad de la opinión pública mundial. Un millón de negros muertos por la guerra, por el hambre o por enfermedades que podrían haber sido curadas, pesará siempre menos en la balanza de cualquier país dominador y ocupará menos espacio en los noticiarios que las quince víctimas de un serial killer. Sabemos que el horror, en todas sus manifestaciones, las más crueles, las más atroces e infames, barre y asola todos los días, como una maldición, nuestro desgraciado planeta, pero África parece haberse convertido en su espacio preferido, en su laboratorio experimental, el lugar donde el horror se siente más a sus anchas para cometer ofensas que creíamos inconcebibles, como si los pueblos africanos hubiesen sido señalados al nacer con un destino de cobayas, sobre las que, por definición, todas las violencias serían permitidas, todas las torturas justificadas, todos los crímenes absueltos. Contra lo que ingenuamente muchos se obstinan en creer, no habrá un tribunal de Dios o de la Historia para juzgar las atrocidades cometidas por hombres sobre otros hombres. El futuro, siempre tan disponible para decretar esa modalidad de amnistía general que es el olvido disfrazado de perdón, también es hábil en homologar, tácita o explícitamente, cuando tal convenga a los nuevos arreglos económicos, militares o políticos, la impunidad de por vida a los autores directos e indirectos de las más monstruosas acciones contra la carne y el espíritu. Es un error entregarle al futuro el encargo de juzgar a los responsables del sufrimiento de las víctimas de ahora, porque ese futuro no dejará de hacer también sus víctimas e igualmente no resistirá la tentación de posponer para otro futuro aun más lejano el mirífico momento de la justicia universal en que muchos de nosotros fingimos creer como la manera más fácil, y también la más hipócrita, de eludir responsabilidades que solo a nosotros nos caben, a este presente que somos. Se puede comprender que alguien se disculpe alegando: ?No lo sabia?, pero es inaceptable que digamos: ?Prefiero no saberlo?. El funcionamiento del mundo dejó de ser el completo misterio que fue, las palancas del mal se encuentran a la vista de todos, para las manos que las manejan ya no hay guantes suficientes que les oculten las manchas de sangre. Debería por tanto ser fácil para cualquiera una elección entre el lado de la verdad y el lado de la mentira, entre el respeto humano y el desprecio por el otro, entre los que están por la vida y los que están contra ella. Desgraciadamente las cosas no siempre suceden así. El egoísmo personal, la comodidad, la falta de generosidad, las pequeñas cobardías de lo cotidiano, todo esto contribuye para esa perniciosa forma de ceguera mental que consiste en estar en el mundo y no ver el mundo, o solo ver lo que, en cada momento, sea susceptible de servir a nuestros intereses. En tales casos solo podemos desear que la conciencia venga, nos tome por el brazo, nos sacuda y nos pregunte a quemarropa: ?¿Adónde vas? ¿Qué haces? ¿Quién te crees que eres??. Una insurrección de las conciencia libres es lo que necesitaríamos. ¿Será todavía posible?



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Michael Mann: una apreciación (5)

Ali (2001) fue algo que las biografías de personajes célebres –en este caso Muhammad Ali, el original Cassius Clay- no suelen ser: un film que se sostiene no por su relación con los hechos narrados, sino en términos puramente cinematográficos. Collateral (2004) significó una vuelta de tuerca a los dos personajes que se disputan el alma de Mann: aquel que está dispuesto a todo por lograr su objetivo –en este caso, el asesino profesional llamado Vincent (Tom Cruise)- y el otro –el taxista Max (Jamie Foxx)- que, aun cuando persigue tenazmente sus deseos, no está dispuesto a vender su alma para obtenerlos.
    Después de ese híbrido que fue la versión cinematográfica de Miami Vice (2006), Public Enemies representa la puesta en escena más dramática –de manera tanto voluntaria como involuntaria- de la batalla que Mann viene dando con su cine. Basada en la parte del libro Public Enemies: America's Greatest Crime Wave and the Birth of the FBI que el autor Bryan Burroughs dedica a John Dillinger, la película está armada como un ida y vuelta dialéctico entre el bandido (Johnny Depp) a quien las fuerzas de seguridad y la prensa bautizaron el Enemigo Público No. 1, y el agente Melvin Purvis (Christian Bale) que respondía a las órdenes del nefasto J. Edgar Hoover.
    La puesta por la que Mann opta es despojada a la manera de los maestros clásicos de Hollywood. Dillinger es presentado volviendo a la cárcel donde pasó nueve años para rescatar a sus amigos (un acto que, más allá de lo temerario, es una muestra de generosidad), mientras que su adversario Purvis es presentado en plena persecusión del bandido Pretty Boy Floyd, a quien termina baleando a quemarropa. Estas dos secuencias dicen todo lo que necesitamos saber sobre los personajes. Que Dillinger es un hombre fiel a su gente, pero no al punto de la defensa corporativa. (El trato que dispensa a Ed Shouse, un miembro de la banda que mata a un policía gratuitamente, es elocuente al respecto.) Que Purvis es ante todo un hombre violento, que se abandona a sus peores instintos bajo protección de la Ley y le devuelve el favor, asumiendo su lugar subordinado dentro de la corporación. Eso es todo. No hay otro background, ni coartadas psicoanalíticas que pretendan explicar lo inexplicable.
    Public Enemies no cuenta más que el vals trágico entre estos dos hombres, y lo hace sin distracciones, con la misma, férrea determinación que Purvis emplea en su busca. (Volveré sobre este punto más adelante.) Esto significa que ni siquiera se detendrá en el romance entre Dillinger y Billie Frechette (Marion Cotillard). Todo lo que le interesa de este asunto es la medida en que Dillinger deposita sobre el affaire su necesidad de ser fiel a algo mejor que sí mismo; y el hecho de que además exprese las limitaciones a que lo somete la vida que lleva (¿quién podría encarar un largo cortejo, siendo Dillinger?), para lo cual debe hallar eco en alguien tan inadecuado, y tan desesperado como él. En el contexto de la Gran Depresión, una mujer joven de ascendencia india como Frechette podía deslizarse fácilmente por la pendiente de la prostitución.
    Si algo le reprocho a Mann es que perdió una oportunidad histórica de ampliar su mira y apuntar al fresco. Si bien es cierto que alude al contexto mayor (la manera en que el crimen que por entonces estaba organizándose boicotea a Dillinger, a causa de su negativa a integrarse a la estructura; y el modo en que el gobierno responde a una crisis económico-social financiando una estructura represiva, que mata sin tener que rendir cuentas), Mann lo menciona apenas, sin llegar a integrarlo al drama. En algún sentido fracasa por responder a su costado más Purvis –su veta de perro de presa que no ceja hasta lograr su cometido, sin preguntarse por qué ni para qué-, en lugar de abrirse al romanticismo a ultranza del personaje Dillinger. Si lo hubiese permitido, Public Enemies sería quizás un film a la altura de El Padrino. En cambio es tan sólo una maravillosa película de espíritu clase B y presupuesto millonario, que en la filmografía de Mann rankea por debajo de Heat.
    Pero por supuesto, no creo que Mann haya mancado su propio film porque es tonto. Public Enemies es una película de su tiempo –y de su medio- en más de un sentido.

 

(Continuará.)



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La construcción de la novela (II)

Una novela, como toda buena ficción literaria, esta fundada no en la veracidad de lo que cuenta sino en la persuasión con que se cuenta. Esto significa que resulta ocioso buscar en ella elementos de la realidad que se ajusten incontrastablemente a la misma. La novela, habíamos dicho, es fundamentalmente autorreferencial, lo que significa que su grado de realidad -de persuasión- depende por completo del rigor con el que sus elementos constitutivos se nutran entre sí, se expliquen sin exceder el marco donde operan. El lector que se alarma porque en Soldados de Salamina, de Javier Cercas se apele con tanta contundencia a hechos y personajes que han existido pero que sin embargo no responden con exactitud a la veracidad histórica está cometiendo un error de fondo: se ha acercado a la novela buscando un ensayo, una pieza sociológica o histórica en lugar de acercarse a ella buscando su carácter esencialmente equívoco, vale decir, novelístico. Pero ello suscita, para el novelista, un problema que debe ser capaz de resolver: el de la persuasión. El novelista debe ser pues capaz de suspender, gracias al hechizo de su narración y a la impecable disposición de sus elementos, la natural suspicacia del lector que empieza las primeras páginas de su historia. Una novela se basa en la deliciosa esgrima de la seducción, es un hechizo en el que tanto el hechizado como el hechicero saben que establecen el pacto necesario que requiere la ficción. El novelista miente con conocimiento y convicción, dispone a sus personajes y edifica la trama que los vincula, en tanto el seducido -el lector- acepta la seducción siempre y cuando esta no presente fisuras ni contradicciones. Saber esto es vital para quien se dedica a escribir ficciones: que una novela plenamente documentada puede resultar absolutamente inverosímil en tanto una novela arbitraria y antojadiza puede ser capaz de hacernos cambiar nuestra percepción del mundo.



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Culos

 

 

 

Yo que nunca he visto el culo de Lin Hong no dejo de pensar en él. Es un mítico culo de la chica más bella de la ciudad de Liu. Un culo que vio espiando culos en la letrina pública, el adolescente  Li Guangtou. El único del pueblo que conoce el culo de Lin. Admirado por esa visión, capaz de rentabilizar ese secreto cambiando la narración del culo por ricas sopas en el restaurante popular. Es una novela maravillosa. Sobre el placer de mirar los culos, sobre el amor, la fidelidad y la vida en China desde antes de aquella barbarie que se llamó revolución cultural, desde Mao a los Juegos olímpicos. Escrita por uno de los más interesantes autores chinos de la actualidad, Yu Hua. Se llama "Brothers". Publicada en Seix Barral. Para los amates de la literatura, los culos y otros placeres.

 Soy, desde que tengo memoria, un gran admirador de los culos femeninos. Los primeros culos, enormes, redondos, fueron de los cuadros de Rubens, que mirábamos en El Prado y en las reproducciones de los clásicos. Después vinieron los culos de las amigas. Y los culos del cine. Ya no eran aquellos culos rubensianos. Esos culos nos dejaron de gustar hasta que apareció Fellini y los puso otra vez en nuestra memoria y nuestro deseo. No somos maniáticos con los culos. Somos de gusto abierto, desde el culo de Jane Birkin- que es más de lo que parece- hasta algún culo maravilloso visto con la luz de un atardecer. Estoy en la playa, no puedo evitar mirar culos de todas las clases, de bellezas diferentes. Y me acompañan el recuerdo de algunos culos inolvidables. No si hay algún libro dedicado a la belleza de los culos femeninos. Algún libro como aquél que Ramón Gómez de la Serna dedicó a los senos. O, bajando la exigencia, como aquél otro que Juan Manuel de Prada dedicó a los coños. Creo que entonces hablaba sin mucho conocimiento de causa. Y eso también se nota en literatura.

La novela de Yu Hua, no es un tratado de culos. Pero nos hace recordar algunos culos de nuestra vida. Gracias.



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¡El horror, el horror!

La semana pasada tuve la oportunidad de participar en un curso de verano dedicado a Edgar Allan Poe y sus descendientes en la literatura española y latinoamericana. No es casual que haya sido Fernando Iwasaki el encargado de organizar este curso en El Escorial; este escritor peruano es hoy por hoy uno de los que más está haciendo por la literatura de horror en español: por un lado, como coeditor, junto a Jorge Volpi, de una de las mejores compilaciones de la obra de Poe que se han publicado este año en que se celebra el bicentenario de su nacimiento (Cuentos completos, Páginas de Espuma, 2009); por otro, como autor de Ajuar funerario (Páginas de Espuma, 2004), un notable libro de microrrelatos que logra darle un toque cómico e ingenioso al género del horror y ha sido todo un éxito de crítica y lectores.

Espido Freire habló sobre las relaciones entre lo vampírico y lo femenino. La escritora españala comenzó de manera evocativa, recordando su adolescencia de "chica gótica" y sus primeros encuentros con lo vampírico en Beowulf, en una película de Polanski (El baile de los vampiros) y en las tradiciones vascas de la lamia. Luego analizó cómo la figura del vampiro ha sido revalorizada por la cultura popular en los últimos años, pero con un cambio preocupante: si el Drácula de Stoker era un personaje complejo, lo que cuenta hoy es la idea simplista del vampiro como un ser malvado por sí mismo, un eterno adolescente cuyo único mérito reside en su belleza y su carisma. El mensaje de novelas como Crepúsculo para las adolescentes parece ser: hay placer en ser poseída. Espido señaló que no tenía interés en hacer una lectura moralista de textos literarios; sin embargo, eso fue lo que hizo. Al discutir una escena clave de Frankenstein -el encuentro del monstruo con la niña del lago--, se preguntó dónde estaban los padres de la niña (en estos tiempos, se le exige corrección hasta a los monstruos: algunos vampiros en True Blood y Crepúsculo rechazan beber sangre humana).

Una de las ponencias más esclarecedoras fue la de Peter Elmore, que habló del lado siniestro de la literatura latinoamericana. El escritor y crítico peruano construyó un corpus sugerete de la literatura fantástica del siglo pasado, que incluía textos canónicos -"La gallina degollada", de Horacio Quiroga; "Casa tomada" y "Las puertas del cielo", textos de Cortázar que dialogan con Poe ("La caída de la casa de Usher" y "Ligeia", en especial); Aura, esa gran reescritura del relato gótico- y otros no tan conocidos: La doble y única mujer, novela corta del vanguardista ecuatoriano Pablo Palacio, y Sombras suele vestir, del argentino José Bianco.

Elmore señaló que en la literatura latinoamericana no hay un género propiamente dicho de lo fantástico o del horror. Por ello, leemos lo fantástico como realismo mágico; De sobremesa, novela del colombiano José Asunción Silva, como un texto crucial del modernismo y el decadentismo, pero no como literatura fantástica. Lo mismo puede decirse de Pedro Páramo, una novela de fantasmas discutida sobre todo en la categoría abarcadora de la producción literaria en torno a la revolución mexicana.  

Mayra Santos se detuvo en El corazón de las tinieblas, la novela corta de Conrad influyente en textos relacionados con lo que ella llamó con acierto "el horror racializado". En Conrad el encuentro en Africa con lo primitivo, lo animal, lo atávico, produce una seducción: Kurtz deja de ser el europeo civilizador para convertirse en un salvaje. Para Mayra, la reconfiguración de este imaginario perturbador sólo se producirá en el Caribe y América Latina a partir de El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier.

Las palabras de Mayra me hicieron pensar en la literatura indigenista de la región andina. Como en Conrad, el terror racializado tiene que ver con el clima de violencia constante, los abusos de todo tipo hacia los indios, pero también con el pánico ante la posible venganza indígena. Y es cierto que hubo fascinación por lo indígena -muchas de las novelas tratan de la violación de una hermosa mujer india--, pero predominó el miedo a que el contacto revelara que los "blancos" eran más bien mestizos con sangre indígena que se hacían pasar por "blancos".

Sí, el miedo, el horror. Vale la sugerencia de Elmore: habría que volver a los clásicos indigenistas -Alcides Arguedas, Ciro Alegría, Jorge Icaza- y leerlos como literatura de horror.

(La Tercera, 10 de agosto 2009)



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10 de agosto de 2009
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¿Qué es un libro?

Precio: 3'44" de su tiempo. Menos de cuatro minutos para intentar responder a una pregunta, ¿Es esto un libro?, mirando un artefacto en el sitio de François Bon. No voy a describir el artefacto. Y tampoco responder a la pregunta que me parece muy, pero muy válida en un momento de despegue de la ventas de soportes electrónicos para la lectura.

François Bon es un escritor francés muy vinculado a las experiencias de talleres de escritura. Mas allá de su obra de escritor, trabajo en el teatro y es conocido por su gran saber sobre los Rolling Stones. Quizás se necesitan a personas como estas, apartado de una posición de escritor clásico, para hacer preguntas difíciles de responder.



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Periodismo visceral

El periodismo del corazón o la prensa rosa es el último reducto donde se defienden las ideas puras del oficio: una noticia lo es en sí misma, por el interés que despierta a pesar y en contra de las ideas benefactoras que han impulsado al periodismo desde sus inicios. Y de ahí que la noticia más pura sea al final dar a conocer con quien se acuestan nuestros políticos y nuestros artistas.

El único eufemismo que utiliza este periodismo es el que le da nombre. Todo lo otro lo designa directamente sin ambages. El título que hay que reivindicar es el de periodismo de vísceras, declinado en todas sus funciones gramaticales. Hecho con las vísceras, que sólo trata de las vísceras, destinado a las vísceras. 



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yemen

A la escritora colombiana Laura Restrepo, nuestra amiga por razones de corazón y de ideas, le encargó Médicos sin Fronteras que viajase a Yemen para luego contar lo que hubiera visto, oído y sentido. El relato de esa experiencia ha sido ahora publicado el ?El País semanal?, un reportaje impresionante como, en principio, cualquier otro que se haga en África, aunque el arte de narrar de Laura, al rechazar, como es propio de su naturaleza de escritora, los efectos emotivos de una escritura que intencionalmente apelase a la sensibilidad del lector, prefiera expresarse en una obstinada búsqueda de realidad directa al alcance de pocos. Las descripciones de la llegada de los barcos que vienen de Somalia sobrecargados de fugitivos que esperan encontrar en Yemen la solución a las dificultades que los había empujado al mar, son de una insólita eficacia informativa. Vienen en los barcos los hombres, las mujeres y los niños habituales, pero Laura Restrepo no tarda en mostrarnos como es posible hablar de hombres sin estar obligado a hablar de las mujeres y de los niños que con ellos vienen, aunque de los niños sería imposible hablar si no se habla también, y sobre todo, de las madres que los traen, a veces todavía en la barriga. Las situaciones en que esas mujeres se encontrarán después de desembarcar en Yemen, constituyen un catálogo completo de las humillaciones morales y físicas a que están sujetas simplemente por el hecho de haber nacido mujeres. Detrás de cada palabra escrita por Laura hay lágrimas, gemidos y gritos que serían capaces de quitarnos el sueño si nuestra flexible conciencia no se hubiese acomodado a la idea de que el mundo va adonde quieren los que lo dominan y que nosotros ya tenemos suficiente con cultivar nuestro patio lo mejor que sepamos, sin tener que preocuparnos con lo que pasa al otro lado del muro. Esta, sí, es la más vieja historia del mundo. Ver vídeo del reportage



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adiós muchachos, ?compañeros? de mi vida?

Hay palabras que tienen su momento, mientras otras  logran sobrevivir a las modas para quedarse en nuestra cotidianidad. La presencia desmesurada de algunos vocablos contrasta con aquellos que han sido condenados al olvido, a ser mencionados sólo cuando se evoca el pasado. Todos esos procesos de rechazo o aproximación que ocurren dentro de nuestras cabezas se evidencian al hablar. De ahí que la muerte pública de un político empieza cuando la gente deja de crearle sobrenombres; la crisis de un ideal se demuestra si pocos hacen referencia a él y la propaganda ideológica desfallece cuando nadie repite sus maniqueos slogans. El lenguaje puede validar o enterrar cualquier utopía. Entre las evidencias lingüísticas de nuestro actual desgano, está la paulatina desaparición del término ?compañero?. Cada vez se usa menos esa fórmula para aludir a un amigo de toda la vida o alguien que encontramos por primera vez. Al ser desterrados ?por sus reminiscencias pequeñoburguesas? los apelativos ?señor?, ?señora? y ?señorita?, llegaron otros que querían mostrar una mayor familiaridad entre los cubanos, como el importado ?camarada?. Se daban hasta casos tragicómicos, por ejemplo cuando una persona llamaba ?compañero? al burócrata que lo hacía esperar seis horas por un papel, aunque en realidad tuviera deseos de insultarlo. Durante años si uno se dirigía a alguien con una manera diferente al santo y seña que promulgaba el Partido, podía ser tomado por un desviado ideológico. Todos éramos ?iguales? e incluso el uso del ?usted? desapareció en esa falsa confianza que degeneraba en frecuentes faltas de respeto. Al abrirse la isla al turismo, una de las primeras lecciones que aprendieron los empleados de los hoteles fue a retomar el estigmatizado ?señor?, para tratar a los huéspedes. Poco a poco los apelativos del pasado más reciente quedaron reducidos al vocabulario de los más fieles, de los más viejos. Así, entre los miles de saludos que se escuchan hoy en nuestras calles ?brother, yunta, nagüe, socio, amigo, ecobio, puro o el simple ?pssst?-  cada vez aparecen menos las sonoras sílabas de ?compañero?.



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8 de agosto de 2009
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