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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ishiguro ligero

Firma de Ishiguro en ejemplar de libro de cuentos. Fuente: plus sixfiveLuego de la altísima exigencia que tienen novelas como Los inconsolables o Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, la primera incursión en el relato breve (titulada Nocturnes) de este extraordinario escritor inglés de origen japonés no ha sido muy bien recibida por la crítica. John Crace ha dado, en un perverso Digested read de mayo de este año su veredicto: "Tales of the Unexpected". Rodrigo Fresán, en una reseña a los Nocturnos de Ishiguro, comenta la reseña de Crace declarando: "De lo que se ríe Crace ?lo que critica Crace? es el estilo engañosamente sencillo y líquidamente escurridizo de Ishiguro definiendo una de las obras más extrañas y ambiguas de los últimos tiempos". Para Fresán, el problema no está en la mala ejecución de los cuentos sino en su inesperada ligereza, la que no juzga como un error. Luego de comentar cada uno de los cinco relatos, concluye la reseña:Y, sí, Nocturnes es un libro ligero en el mejor sentido de la palabra. Fácil de leer y de disfrutar, aparentemente menor, pero que, al terminarlo, se sigue oyendo y silbando y tarareando ?descubriendo cómo van encajando las diferentes piezas, cómo se repiten determinadas líneas y motivos? no como instantáneamente pegadiza canción de verano pero sí como pequeña e inmensa música nocturna y luminosa.



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9 de septiembre de 2009
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Honrar al enemigo

Si se considera el hecho de que en Siberia se libraron algunas de las batallas más feroces de esta guerra civil, que allí se jugó el destino de los bolcheviques y que los  evocados  caídos anglosajones eran aliados de Alexander Kolchak (un almirante zarista bajo cuyo mando se perpetraron desmanes de todo tipo contra la población civil, sospechosa de no alienarse con suficiente entusiasmo en la lucha contra la insurrección), a quien los poderes de sus países cedían armas, provisiones y asistencia técnica militar (británicos son los tanques que en 1919, bajo el mando de un comandante zarista llegan, desde Letonia a amenazar San Peterburgo ), se hace perceptible el enorme peso simbólico que tiene la presencia de estas esquelas en el cementerio marino de Vladivostok. Impresiona, al leer crónicas de estos episodios, el destino tremendo de este ejército de Kolschak, cuando se reveló que la maniobra de distracción de los británicos ya en nada podía ayudar: los soldados se dispersaron sin orden alguno, huyendo hacia el este como lo hacían las mujeres e hijas de los oficiales y los oficiales mismos.

Visitando Rusia en ese tan trágico como decisivo 1920, Bertrand Russell tiene una entrevista con Gorky, ya entonces gravemente enfermo. Gorky, como de hecho Russell, sostiene el movimiento revolucionario convencido de que los aspectos sangrientos y dictatoriales son en parte inevitables en razón de la ferocidad (militar y económica) de los enemigos. Y el escritor ruso enfatiza ante el filósofo británico que, en última instancia, todo lo que puede decir de Rusia es que es un país sellado por el dolor.

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9 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mal del mundo

Si tanto abundan y tanto éxito tienen los libros de autoayuda la cuestión debe de consistir en que  no es la realidad la que fracasa en sus materiales y sucesos sino que son los individuos quienes, al parecer, no aciertan a interpretar o a  tratar debidamente todo lo real. De otra manera, más que libros dirigidos a cambiar la percepción de las personas, deberían cundir los manuales que ayudaran a manipular el mundo y su personalidad. ¿O es que debemos dar al mundo como un compuesto perfecto, incorregible, intocable y la única mejora posible es saber asumirlo entero?

 La asunción, el respeto, la veneración del mundo fue siempre una actitud de los más tradicionales y reaccionarios. Siempre fue cosa de moral rancia (y roussoniana) aceptar que el  mal radicaba no el mal exterior sino en el armario interior de las personas. Sin embargo, todo ser humano amigo del progreso se siente aquí no para aguantar y tragar, al modo de los peores católicos y animales inferiores, sino para pugnar, reformar o revolucionar lo dado. El mundo es injusto, el mundo es descabellado, el mundo demuestra su vicio arbitrario y cruel, pensamos en algún momento, pero sólo en algunos determinados momentos, El resto de la vida, según  la tendencia de las últimas  décadas, la pasamos los  individuos, lectores o no, luchando por cambiarse a sí mismo, dentro fuera de la psicoterapia, para dejar indemne todo lo demás. Esto es en lo que viene a derivar el acerado individualismo de la precrisis. Cada uno se fija en  lo que ve y siendo su impresión adversa trata de reordenar  su óptica de las cosas, hacia fuera y especialmente hacia adentro. El pesimismo el optimismo, la tristeza, el malestar, no será ya, en general, efectos persistentes de una realidad aciaga o averiada sino consecuencias de la impericia tanto en la acción como en la observación de la subjetividad.  De este modo, el mundo no será  ni más ni menos injusto, malvado o incompetente, sino que los errados o idiotas somos nosotros. Ignorantes y errados que deben aprender no sólo a conocer historia, geografía o cambios climáticos exteriores sino su proceso anímico interior, su propia ubicación psicológica y  la azarosa temperatura de su humor. Sin haber entendido estas variables  que, de otra parte, jamás se aprenden el sujeto vive al borde de cualquier calamidad. Culpable de sus males agigantados por ignorancia, atascado en sus problemas por falta de autoestima,  desgraciado, en suma, por definición. Y para casi todo, y para su perdición.



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9 de septiembre de 2009
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Sobre sabios, bobos y malvados

Imagino al viejo profesor aún errante entre París, Chicago, Ginebra, Londres, Dios sabe. Puede anidar donde le apetezca, cerca de una biblioteca, eso sí. Es viejo, pero muchos le siguen leyendo porque nunca escribió como un profesor, sino como un escritor. No sé cuáles pueden ser ahora sus hábitos. ¿Mira la luna cuando se tiñe de amarillo como si tuviera ictericia? ¿Le aburre leer a los trágicos? ¿Acaricia a su gato con una pizca de autocompasión? Ni idea. Sin embargo, todo lo que he leído de este viejo judío de ochenta años me ha complacido y le tengo un agradecimiento que nunca podré compensar ni con una felicitación navideña. "Happy new year, dear profesor Steiner". En la cartulina se ve un arbolito adornado con bolas luminosas y a sus pies un monigote de nieve con sombrero y pipa. Felicitación de tía hidrópica y en residencia, que apenas miramos antes de arrojarla al cesto. Los últimos resplandores del amor son demasiado dolorosos.

    Creo que lo que más he apreciado en George Steiner es la infrecuente atadura de modestia y soberbia, humildad y orgullo, que asocio con los judíos de novela centroeuropea. Aquellos ciudadanos que inclinaban la cabeza o bajaban de la acera cuando se cruzaban con un oficial vienés, pero que sabían con certeza cristalina que el mundo germánico podía prescindir de la totalidad del ejército austriaco (y así fue), pero quedaría reducido a un cuartel de borrachos si se destruía a los judíos de Viena. Y así fue.

    No es su saber, que es considerable, lo que me gusta de este hombre, sino lo que hace con ese saber. Yo supongo que es la misma simpatía que me produce la obra de Stefan Zweig, cuyos libros llevan incorporado el corsé, el parasol de seda, el sombrero de paja italiano, los veranos en Baden Baden y términos como "clorótico" o "mozalbete", pero que no han perdido ni un ápice de su singular sagacidad, ni esa capacidad para hablarle al lector como si estuvieran los dos sentados en un café, envueltos por el humo de los cigarros. La narración puede interrumpirse para pedir otro marillenschnaps o para encomiar la entrada de una belleza que (se dice) alivia las cargas del ministro consejero de la guerra, y seguir al cabo de un rato en el mismo tono de voz, la misma mirada al mármol, igual recogimiento. El estilo es modesto, lo que se cuenta es soberbio.

    Ahora que George Steiner está un poco cansado (¡cómo ha de abatir ver en los rimeros de la biblioteca treinta libros escritos a lo largo de una vida entera, libros excelentes, elegantes, y que sin embargo carecen ya de la menor importancia!), le habrá subido la densidad a su escepticismo. Siempre miró la vanidad del mundo por una esquina del ojo, nunca pudo vivir sin impaciencia el oropel, el boato, la purpurina de la buena sociedad. Al final de su vida ha aceptado algunos premios y honores, sí, tampoco es cuestión de avergonzar a los admiradores, pero con una distancia e ironía tan sutiles que sus valedores ni la pillan.

    No sé si volverá a escribir alguna obra de envergadura. ¿Para qué? Él ya no lo necesita. Escribió sus libros para averiguar qué es lo que quería saber. Y ahora ya lo sabe. Para compensar, sus seguidores están recogiendo papeles por aquí y por allá, escritos que habían quedado sepultos en almacenes de revistas y diarios, algunos ya desaparecidos, donde podían haber yacido para siempre hasta hacerse polvo. Sin embargo, en muchos de estos escritos circunstanciales, a veces forzados por la intendencia, hay fantasías, ideas, juicios, que no se habría permitido en un libro "serio" que iba a ser forzosamente comentado en el Times Literary Suplement o en el New York Review of Books. Demasiada responsabilidad, sobre todo, para el comentarista. ¿Cómo vas a hacerle esa jugada? No le pongas en un compromiso.

    De modo que los libros que recogen su obra menor guardan algunas de las mejores páginas que le he leído, justamente porque aparecieron en ciertos medios a cuya clientela conocía como a su cepillo de dientes y no corría peligro ninguno mostrando su vena sarcástica. En el último de ellos (hasta el momento) se recogen casi treinta artículos publicados por la revista americana The New Yorker (la traducción española está en la editorial Siruela) cuyos lectores forman un compacto biotopo de ejecutivos liberales, profesores de mediana edad, acomodadas matronas con ventana a Central Park, judíos cultivados y un manojo de radical chic. Es como escribir para tus hijos. Puedes permitirte burlas sobre los abuelos que nunca incluirías en una conferencia.

    Es el estupendo equilibrio entre modestia y soberbia lo que le permite ser el mejor introductor de Thomas Bernhard en el mundo anglosajón, sin escatimar una colleja por el exceso de jeremiadas. O alabar como es debido el teatro de Brecht, sin ocultar la abyección moral del personaje. Poner en su sitio la radical belleza de la música de Webern, sin olvidar su confusa relación con los nazis. O, por el contrario, esclarecer la naturaleza criminal de Albert Speer sin negar su inteligencia, tan codiciada por los occidentales: fueron los rusos quienes impidieron que Speer se convirtiera en un ejecutivo de la élite industrial americana, como tantos otros nazis.

    Si hubiera de destacar una sola de las virtudes que trae consigo este asombroso equilibrio entre humildad y orgullo, yo diría que es su coraje para asumir la identidad ética de comunismo y nazismo, así como para denunciar esa moral idiota de tantos europeos que tienden a distinguir los crímenes de Hitler de los de Stalin, justificando los de éste último como "más comprensibles". Steiner es uno de los escasos escritores que desde hace muchos años (últimamente esta idiotez moral parece que disminuye) ha puesto las cosas en su sitio. Quizás porque sabe que el antisemitismo estalinista no tuvo nada que envidiar al nazi.

    Mucho antes de la caída del muro de Berlín, en 1980, escribió Steiner un artículo magistral. Es uno de los más largos del libro y el más hermoso que he leído sobre ese sujeto repugnante que fue Sir Anthony Blunt. No escatima alabanzas para el experto en barroco y neoclásico, ensalza las monografías que escribió Blunt, especialmente la de Poussin, no la hay mejor. Tampoco se ensaña con el personaje, cuya traición como agente doble del espionaje soviético y de los servicios británicos toma en su artículo un carácter turbio que luego expandiría John Banville en una estupenda novela. En cierto modo, Steiner quiere entender las debilidades de Blunt, su rencor contra la ignara clase alta inglesa, la sed de afirmación de un homosexual que podía ser condenado a penas humillantes. Pero entender no es comprender. El objeto de su artículo no es Blunt, sino aquellos que, una vez descubierto, juzgado y condenado, aún le defendían porque era "uno de los nuestros". En particular, sus colegas de Oxbridge, la aristocracia universitaria británica, los nacionalistas de la sabiduría.

    He aquí lo que me lleva a sentir tanta simpatía por este hombre altivo y respetuoso: sabe cabalmente quién es un criminal, aunque alguno de ellos posea un talento del que carecen las gentes honradas. Al criminal hay que entenderle y castigarle sin ánimo de venganza. Pero a quien no se puede perdonar es al tullido moral que defiende o "comprende" a los criminales. Como decía Cipolla, podemos llegar a entender la coherencia de un malvado, pero el imbécil es perfectamente incomprensible. Y detestable. La soberbia nos pide que tratemos de entender al criminal para combatirlo mejor. La modestia nos obliga a renegar del idiota que lo justifica. Así lo hizo Steiner sabiendo a lo que se arriesgaba, con el soberbio orgullo del modesto.

Artículo publicado el viernes 4 de septiembre de 2009.

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9 de septiembre de 2009
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III.

Ambos, Scheherazada en el palacio del sultán, y el narrador callejero en las plazas y en los mercados, se salvan de la muerte y del hambre por medio de su habilidad con las palabras. Se salvan gracias al poder de su lengua. Los salva la imaginación, y el arte de contar.

Y aún hay una tercera dimensión en toda la arquitectura de Las mil y una noche, el aposento de ese palacio encantado que es el libro todo, donde se hacinan los verdaderos autores de los cuentos: el pueblo de beduinos de las caravanas, de mercaderes y arrieros, de pescadores y campesinos, de muleros y camelleros, de esclavos de los palacios reales, de mujeres de los harenes, de comadres y parteras, de vagabundos y pordioseros, de artesanos y marineros, que son los que han inventado a través de los siglos esa miríada de historias, hijas de sus propios deseos insatisfechos, de sus necesidades y temores, de su deslumbramiento frente a la riqueza, de sus ansias del milagro que los convierta en poderosos de la noche a la mañana, de que aparezca el efrit dueño de la lámpara maravillosa, que les entregará todas las riquezas del mundo y aliviará para siempre su pobreza secular.

De alguna manera, ellos también se salvan por las palabras encantadas que la dictan al contador de cuentos callejeros que a su vez las dicta a Scheherazada a lo largo de las mil noches y una noche de su salvación, y de la salvación de las mujeres del reino frente a la furia asesina del sultán engañado.

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9 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un espejo alemán para España

El debate no versa sobre si hay que salir, si no cómo y cuando. Así de crudo lo escribe Heribert Prantl en el Süddeustche Zeitung de Munich, en un artículo que sitúa el bombardeo de Kunduz en el corazón de la campaña para las elecciones generales del 27 de septiembre: ?Afganistán puede decidir la lucha electoral?. En las elecciones de 2001 fueron unas inundaciones en Baja Sajonia las que decantaron a la opinión pública a favor del canciller socialdemócrata en ejercicio Gerhard Schroeder y contra el premier conservador bávaro, Edmund Stoiber, por los buenos reflejos del primero y la tardía preocupación del segundo con los damnificados de la catástrofe. En éstas elecciones, aparentemente ganadas de antemano por la canciller Angela Merkel, acaban de entrar en acción unos elementos perturbadores tan graves como una catástrofe: las bombas de media tonelada lanzadas por la aviación norteamericana a las órdenes de un comandante alemán que han causado la muerte de decenas de civiles afganos. La economía iba a marcar la pauta de la campaña electoral, pero de pronto ha irrumpido la guerra de Afganistán con toda su crueldad hasta el punto de que puede cambiar las tendencias y determinar tanto el rumbo electoral como el color del futuro Gobierno.

Todos estaremos de acuerdo que los ciudadanos quieren y deben contar a la hora de dirigir sus impuestos a actividades tan penosas como matar una docena de talibanes a tiros como hicieron las tropas españolas hace escasos días. Pero la realidad señala que las guerras no suelen empezar después de un proceso de debate y participación democrática. Más bien al contrario: la chispa prende sin que se sepa muy bien cómo y luego ya se pone en marcha la fanfarria militar que recoge entusiasmos y reclutas de todo tipo (no olvidemos los ideológicos). De debate poco o nada. Las opiniones públicas y las elecciones suelen determinar lo contrario: el cómo y el cuando terminan. Este parece ser el caso alemán ahora. La canciller tuvo que anunciar ayer ante el Bundestag la celebración de una conferencia en la que finalmente todo estará sobre la mesa. Es decir, se hablará de terminar la intervención de la OTAN en Afganistán y una contienda que ya dura más que la segunda Guerra Mundial. En Kunduz, además, los alemanes han hecho esta vez lo que habitualmente se les reprochaba a los norteamericanos desde Europa: cargarse a decenas de civiles en nombre de la reconstrucción civil del país. Se da la paradoja de que la orden de bombardear ha partido de quien era el socio más reticente con la guerra. Acrecentada por el hecho de que está en contradicción con la estrategia y las órdenes del mayor mando militar de la OTAN en Afganistán, el general norteamericano McChrystal, que precisamente había adoptado de los europeos la idea de que hay que ganarse a la población civil y para ello es especialmente importante evitar actuaciones discriminadas y matanzas civiles. Todo lo que pueda decirse de Alemania vale también para España, aunque a una escala más limitada en cuanto a número de tropas y al valor estratégico de la región donde se despliegan. Incluso valen las explicaciones ideológicas (en el sentido más marxista del término, como argumentos ocultadores) que se dan los gobiernos y los parlamentos a sí mismos: los dos países están en Afganistán por no haber querido estar o continuar en Irak; los dos quisieran evitar su involucración en una guerra abierta; los dos se aferran a la reconstrucción civil y a la preservación de la democracia, por la escasa solidez de los auténticos motivos: principalmente, la disciplina y solidaridad atlántica y, subsidiariamente, el prestigio de sus militares que como buenos profesionales quieren culminar su tarea y ofrecer unos buenos resultados conclusivos. (Enlace con la columna de Heribert Prantl) 



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nicholson Baker y Friends

Nicholson Baker, ¿parece un fan de "Friends"? Fuente: papercutsEl escritor norteamericano Nicholson Baker no es un escritor desconocido para el castellano. Alfaguara ha editado varias de sus novelas (la última de ellas, Checkpoint, en el 2004) y la editorial Debate publicó el ensayo Humo Humano, sobre la Segunda Guerra Mundial. En EEUU, Baker publicó en agosto último The Anthologist que tiene como protagonista a un poeta poco conocido, Paul Chowder, quien se distrae en elocubraciones sobre el arte mientras pretende soportar su vida (que incluye el abandono de su mujer, oh, Cherchez la femme) y escribir el prólogo a una antología poética seleccionada por él. Aquí tienen una lista completa de las reseñas aparecidas a pocas semanas de ser publicado, al frenético ritmo norteamericano. "No consensus, but several very enthusiastic" es el resumen de The Complete Review. Aunque confiesa aún no haberla leído, Gustavo Faverón recoge una cita de la novela, aparecida en una reseña en Complite Review, para hacer una reflexión a su vez en torno a la opinión de Chowder (¿de Baker?) sobre el futuro de la narrativa norteamericana que descansaría en los guionistas de Friends antes que en las manos de los innumerables escritores que han existido en la humanidad. La cita es la siguiente:"At some point you have to set aside snobbery and what you think is culture and recognize that any random episode of Friends is probably better, more uplifting for the human spirit, than ninety-nine percent of the poetry or drama or fiction or history ever published. Think of that. Of course yes, Tolstoy and of course yes Keats and blah blah and yes indeed of course yes. But we're living in an age that has a tremendous richness of invention. And some of the most inventive people get no recognition at all. They get tons of money but no recognition as artists. Which is probably much healthier for them and better for their art". Es decir: "En algún momento uno tiene que dejar de lado el esnobismo y lo que piensa que es cultura y reconocer que cualquier episodio de Friends elegido al azar probablemente sea mejor, más benéfico para el espíritu humano, que el noventa y nueve por ciento de la poesía, o el drama o la ficción o la historia que se hayan publicado jamás. Piensa en eso. Por supuesto, sí, Tolstoi y por supuesto, sí, Keats y bla bla bla y sí, por supuesto, de hecho que sí. Pero vivimos en una época que tiene una gran riqueza de invención. Y algunas de las personas más inventivas no son reconocidas. Ganan toneladas de dinero pero ningún reconocimiento como artistas. Lo que probablemente sea mucho más saludable para ellos y mejor para su arte". Y el atendible comentario de Faverón en "Puente Aéreo" dice:Lo curioso es que Baker suele ser un creador [...] más osado, más dispuesto a romper barreras genéricas, más interesado en empujar las fronteras de la novela hacia terrenos nuevos y a hacer el intento de que esa transgresión formal apure nuevos sentidos e inaugure nuevas habitaciones para la ficción. [...] ¿Por qué, entonces, se desliza Baker hacia esa idea aparentemente populista que equipara la rutinaria creación de episodios humorísticos de intención y efecto inmediato a la escritura novelística, ensayística, poética y que, incluso más, coloca a lo primero por encima de lo segundo? ¿Será que a veces el esnobismo no consiste en marcar la superioridad de lo que se percibe como culto por sobre lo que se concibe como popular, sino, más bien, en hacer precisamente lo contrario? ¿Será que, así como hay un esnobismo elitista, hay también un esnobismo populista?Mi intención es decir que sí, pero con una coda: a la larga todos los esnobismos son elitistas, tanto el que se presenta de ese modo como el que finge populismo. Baker parece pensar: mientras yo escriba una novela experimental que trasponga los límites de la crítica literaria, la autobiografía y la ficción, me sentiré libre de decir que los anónimos escritores de Friends son artistas superiores a mí. ¿Total? Todo el mundo se dará cuenta de que eso es imposible.



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Neuman BookTour

Andrés Neuman, píldoras de BookTour. Fuente: publimetro.mx No aparece Lima. ¿Es que tan poco tenía que decir de nosotros una persona como Andrés Neuman, enormísimo curioso y datero turístico de primer orden? Recuerdo que en nuestra conversación en Lima, un día antes de que yo viajase a Guayaquil, le pregunté por aquella ciudad a Andrés y me la describió tan precisamente que cuando estuve ahí casi no tuve que verla. Andrés lo había hecho por mí. ¿Y qué vio en Lima este viajero tan detallista? Me hubiera gustado saberlo. Quizá no sea aún tarde, quizá esta sea solo la primera parte de un crónica. En fin, aquí les dejo algunas de las percepciones de Andrés Neuman en su BookTour Alfaguara por Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. *Piso el aeropuerto de Ezeiza y automáticamente, como quien cambia el dial de una radio, me escucho hablar y pronunciar en porteño. Paso del asertivo "buenos días" español al deslizante "buennn díííaaa..." argentino. ¿Por qué el día será diverso en España y único en Argentina? ¿Un país plurinacional se saluda en plural y un país centralista, en singular?*Leo Pájaros en la boca, el nuevo libro de Samanta Schweblin. Los suyos podrían ser los mejores cuentos argentinos de mi generación. Secos. Duros. Contundentes. La brillantez de su realismo me recuerda a Guillermo Saccomanno. Su peculiaridad, a otra gran narradora que en realidad es su antípoda: Hebe Uhart. En el libro anterior de Schweblin apaleaban a un perro. En éste aplastan a una mariposa. Ambos cuentos parecen decirnos: sin condolencia no hay país.*La mayor preocupación política ante la gripe no es sanitaria, sino económica. Paseo por las calles disponibles, temerosas. Pienso en los paisajes apocalípticos de Plop de Rafael Pinedo o El año del desierto de Pedro Mairal. Cines, teatros, librerías y tiendas están semivacíos. El pánico ha disuadido a los clientes. Súbitamente queda muy clara la relación entre autoridad y mercado: el consumo depende del orden.*Domingo por la tarde. Partido decisivo del Torneo Clausura. No han cerrado el estadio, pero el partido se interrumpe por otra alerta: caen toneladas de granizo. Los equipos de Vélez y Huracán se retiran. La gente espera. La gripe calla. El cielo ruge. El agua golpea. El césped alberga a una pelota apátrida en el círculo central. Un fotógrafo salta al campo, patina y se acuesta boca abajo en mitad de la cancha. Quiere retratar a la pelota, testigo del desalojo, rodeada de granizo. Frente al televisor en un café del aeropuerto, pienso que debería ganar Huracán: no sólo juega mejor, sino que tiene nombre de apocalipsis. Alguien me mira a mí. Yo miro la pantalla. Dentro de la pantalla, el público mira al fotógrafo. El fotógrafo contempla la pelota. Lo que mira la pelota es el misterio del país.*Llego a Montevideo coincidiendo con los festejos del centenario de Onetti. Para hacerle justicia al maestro, quizá sería preferible un funeral o una protesta.*Recorremos en coche las afueras. "¿Viste la película Whisky?", me pregunta el conductor. Le contesto que sí y que me pareció excelente. "Bueno", dice él señalando más allá de la ventanilla, "acá la tenés".*Montevideo es una posibilidad de lluvia. Por suerte la amabilidad de los montevideanos es una posibilidad de techo.*Advertencia a las puertas de la catedral: "No está permitido entrar con mate en el templo".*Lo primero que me llama la atención de Chile, sin haber aterrizado, es el formulario de aduanas. Parece hecho para confirmar la imagen del país en el exterior: profesionalidad, progreso, legalidad, orden. Está mejor diseñado que el argentino, que es largo y redundante. También supera al español. El impreso chileno es breve y razonable. Moderno, con letra grande, casilleros amplios. Tiene cierta vocación de lucimiento, de lavado de cara, de aquí no pasa nada.*Cierta impenetrabilidad, una vigilancia de algo que no se sabe qué es.*Uruguay: "Tu novela va a gustar mucho acá". Chile: "Probablemente no la venderemos". Argentina: "Hiciste una muy buena comunicación del libro".*"Los que éramos muy jóvenes cuando los libros de Bolaño llegaron a Chile", me dice el periodista, "fuimos embestidos, iluminados por él. Pero a los que no eran tan jóvenes les pasó todo lo contrario". No es lo mismo ser embestido que atropellado. Y que te iluminen no es igual a que te eclipsen.*Hojeo suplementos culturales. Me entretengo comparándolos con los de Argentina. Si el tono predominante en las reseñas argentinas es la exhibición doctoral, en Chile lo frecuente es la agresión cascarrabias. Unas parecen destinadas a demostrar que el crítico es más inteligente que el autor. Las otras, a disuadir a las editoriales de seguir distribuyendo el libro en el país. Al entusiasmo o al placer les queda poco espacio.*El chileno habla a solas. El argentino habla para sí mismo.



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8 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cien años de Malcolm Lowry

 

 

 

No recuerdo cómo fue, quién fue y si yo sólo caí en sus tentación. Pero sí recuerdo aquella primera lectura de "Bajo el volcán", querido camino de muchas perdiciones, reivindicación de la borrachera perpetua, amor por las cantinas y reivindicación del placer de beber aunque nos haga daño. Una propensión a seguir los caminos salvajes que todavía no se nos ha quitado. No estamos curados, quizá tampoco lo queremos. Pero ya no somos los que fuimos. Ya no queremos ser como el cónsul Firmin, ni siquiera como el constructor de esos mundos llenos de soledades, de oscuridades, de infiernos cercanos, no, ya no queremos ser como Malcolm Lowry.

Ahora se celebra su centenario. Y la editorial Tusquets edita y reedita su obra. Y volvemos a tropezarnos con ese mundo del que nunca se pudo escapar este hombre que vivió intensamente la aventura y la desventura del alcohol. No cumplió cincuenta años pero nos dejó unos cuantos libros que le mantienen vivo más allá de su afán autodestructivo. Hace años peregrinamos al hotel de Cuernavaca, allí dónde transcurre parte de "Bajo el volcán". Si ya se describe como decadente en los años treinta, en los noventa que fuimos nosotros, aquello ya no tenía más sentido que el espíritu mitómano. Al día siguiente nos cambiamos a otro hotel, otro bar, otra cantina.

También se han publicado en Tusquets sus poemas traducidos por Juan Luis Panero, el poeta que muy bien conoció las sendas de Lowry.

Me siento cercano de muchos, pero de ninguno tan afín como el titulado "Sin miedo al dragón nocturno"

 

"Todas las nociones de libertad están asociadas al alcohol

y nuestro ideal de vida se reduce a una cantina

donde los hombres puedan sentarse y hablar o tal vez pensar

sin miedo al dragón nocturno.

O quizás otra cantina

sin letreros de "Aquí no se fia"

y con su crédito ilimitado

donde- aparte de innumerables botellas de cerveza-

nos podamos sentar- bien borrachos

y lo suficientemente locos-

a escribir tratados sobre una tierra prodigiosa

en la que los hombres beben un vino maravilloso

que les emborracha suavemente, sin vómitos ni resacas,

mientras tejen el sueño de otra cantina

en la que beberán siempre gratis,

con la puerta abierta, mirando pasar el viento"

 

Sabía que caminaba hacia la muerte pero nunca dejó de beber. Nunca encontró esa cantina de puerta abierta, ni se pudo sentar mucho tiempo mirando el viento. Nos dejó sus libros, su vida aventurera y un epitafio:

" Malcolm Lowry

fantasma del Bowery

retórico en su prosa

borrachera penosa

de noche vivía, de día bebía

y tocó el ukelele hasta el último día"



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8 de septiembre de 2009
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