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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hombre y mujer

Este verano leí, varios años después de su explosión mundial, el superbestseller Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus.

Un libro de autoayuda -que según avalaban las ventas por millones en incontables idiomas- habría procurado sustancioso beneficios a la relación intersexual no podía ser de ninguna manera inútil para mí ni casi para nadie. Podría creerse más o menos útil pero inútil desde luego que no.

Unos seres humanos lo habían aconsejado a otros en razón de sus buenos resultados, muchos habrían resuelto, por fin, el problema de la incomunicación -aun circunstancial- hombre/mujer y los más, con resultados  efímeros u orientativos habían dado por bien empleado el esfuerzo de adquirir, leer y memorizar el libro. Podía ser excepcionalmente un bluff pero ¿cómo no evocar títulos de autoayuda desde Cuando digo no me siento culpable a Duérmte niño que han proporcionado tantísimos beneficios prácticos?

 Bien, Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus no es, sin embargo, un libro de autoayuda cualquiera. Efectivamente, posee del género la insufrible repetición de lo mismo, pero difiere del género en el hecho de que la mente, la cabeza, el entendimiento de lo expuesto o lo que sea se torna cada vez más complejo y llegado a un punto la conclusión viene a ser que los problemas de comprensión entre hombres y mujeres reviste unas dificultades de tan difícil solución que lo más sano y acaso eficaz es no empeñarse en comprender más que lo indispensable. Una enseñanza tan mahacona como pragmática es ésta:  los procedentes de Martes son propensos a callar sus conflictos y, en todo caso, a tratar de aliviarlos ante partidos de fútbol televisados, mientras las mujeres se ponen a hablar y hablar de sus problemas para atenuarlos.  Se equivocará una mujer que viendo al marido como ausente piense que la desprecia al no hacerle partícipe de sus pensamientos mientras errará de su parte el hombre que asistiendo en voz alta a las preocupaciones de su pareja se empeñe en prestarle algún  consejo. Ni el hombre en "su cueva" (dice el libro) desea ser molestado en su conflicto personal ni la mujer en su cháchara, terapéutica en sí, demanda asesoramiento.  Lo uno es incompatible con lo otro y lo otro con lo uno. El libro, publicado para tratar de mejorar las interrelaciones hombre/mujer viene a ser en realidad un relato de lo  prácticamente intratable.



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3 de septiembre de 2009
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Provechosos movimientos veraniegos

De las proximidades de Torroella, pueblo del Ampurdán notorio por su festival internacional de música, a la aduana francesa hay poco menos de una hora y la primera población con un cierto empaque es Perpiñán. Conviene atravesar la frontera de cuando en cuando para hacer comparaciones, que son odiosas, sí, pero no por ello menos instructivas.

    En la agitada historia de Francia, tan vapuleada como España por la guerra incivil (aunque, eso sí, lo olvidan mejor), las zonas del sur siempre anduvieron un tanto despendoladas. Luis XIV les puso la brida a los feudales y la estatua ecuestre que adorna el candoroso parque de Montpellier es prueba de que en algún momento se les ordenó que formaran parte de un país más grande y quizás menos reaccionario que su minúscula región. Se plegaron.

    Así nació el primer estado moderno y así se pudo ver a Francia como la nación más poderosa del mundo en el siglo XVIII. El estado moderno obligaba a suprimir las madrigueras feudales y la guerra de la Fronda puso en claro con qué ferocidad los poderes regionales iban a defender sus privilegios con el apoyo (¡siempre lo mismo!) de la iglesia católica. Una historia que, como es lógico, en Cataluña se cuenta al revés. Todavía hoy el sur de Francia es una región de escasa vida industrial, con servicios menos vigorosos que los del norte y una población que tiende a votar a Le Pen. De ahí que su recurso sea el turismo, en el que trabaja con toda su energía, que es considerable.

    Muchos de estos rasgos nos son familiares a quienes vivimos en Cataluña Sur, capital Barcelona. Lo tremendo es que a pesar del tan alabado crecimiento económico español, de la admirable transición política, de la cantidad de jabón que se dan nuestros gobernantes, lo cierto es que una ciudad como Perpiñán, que viene a ser la Algeciras de Francia, le da mil vueltas a ciudades mucho mayores y más blasonadas de Cataluña (sur). Y no doy nombres porque luego los gañanes del lugar te buscan para romperte una bandera en el cráneo.

    Esto es desconsolador. ¡Con la cantidad de dinero que les estamos dando a esta gente de Perpiñán y alrededores! Por si no lo saben, les pagamos colegios, cátedras, universidades, radios, y un corresponsal de TV3 que ofrece fascinantes noticias sobre Ceret. Todo para recordarles a los de Cataluña Norte que son catalanes, un asunto que en general olvidan casi todos los catalanes hasta que llega el gobierno de Montilla para recordárselo. Es muy desesperante porque en dos días de moverme por la ciudad no pillé a nadie, pero es que nadie, que hablara catalán o que tuviera un porte que no fuera rotundamente gabacho. Quizás en el campo haya más entusiasmo.

    Veamos. El dinero que pagamos se ve por las calles, eso sí. Está todo lleno de banderas catalanas, los letreros de la oficialidad vienen en francés y catalán, por el centro hay oficinas de la Generalitat del sur, la emisora nacional nuestra está justo delante del río y parece que alguien la oye, quiere decirse que la vida administrativa refleja un buen fluido de dinero (¿cuánto?, nadie lo sabe) que les cae a estos franceses como agua de mayo.

    Ahí se acaba el asunto. Circulan unos autobuses que ya los querríamos en Barcelona, hay zonas peatonales con bares y restaurantes al aire libre servidos por auténticos profesionales, dos librerías que no encontrarás en ninguna capital catalana (del sur) excepto, claro, en Barcelona. Todo está limpio, no hay estruendo ni jarana, los comerciantes son educados, los grandes almacenes no venden saldos, hay varios locales recomendados por guías gastronómicas, en fin, que aquello es indudablemente Francia.

    Me preguntaba yo, mientras caminaba por la modesta y sin embargo confortable ciudad francesa, cuántos de aquellos nacionalistas (del norte) que negocian con nuestros Montillas y Carods y tratan de despertar un patriotismo que a los franceses les importa una higa, se cambiarían, no ya por catalanes (del sur), sino por españoles. Yo creo que ni uno. Ni siquiera los dirigentes del partido nacionalista catalán que se presenta a las elecciones en Perpiñán. Una cosa es pillar dinero como se pueda y otra cambiar el sistema de transportes, correos, la sanidad, la policía, los diarios y televisiones o la educación francesas por sus correspondientes entes catalanes (del sur) o españoles.

    Entre lo más agradable de este salto me atrapó una exposición de Hyacinthe Rigaud, pintor al que no se le presta atención cuando se pasea por el Louvre aunque fue el mejor retratista de la época de Luis XIV y Luis XV. La exposición era soberbia. Rigaud retrataba como un cretino a quien lo era (hay un diputado tocando la gaita que es pura actualidad), pero rozaba a Rembrandt cuando retrataba a quienes tenía respeto, como los jansenistas de Port Royal, gente sobria.

    Había un detalle, sin embargo, que me desoló. La exposición celebraba la anexión de la Cataluña Norte a la corona de Francia en 1659, año de nacimiento de Rigaud. ¿Cómo lo ha permitido Montilla? ¡Una exposición que celebra en Perpiñán su anexión a Francia! ¡Con nuestro dinero! Esto es tristísimo. También yo lo lamenté profundamente. Sobre todo porque por el mismo tratado de los Pirineos, la corona francesa renunció a Barcelona. Y eso sí que es algo que no le perdonaré nunca.

Artículo publicado el miércoles 26 de agosto de 2009.

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3 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El calvario de los espías

Veinte años no son nada pero el oficio no levanta cabeza. Cuando se cayó el Muro de Berlín también se cayó el negocio, y hasta hoy no ha conseguido recuperarse. Basta con repasar la historia de la CIA desde que los archivos de la guerra fría pasaron del Pentágono a las universidades y, sobre todo, con observar el último berenjenal en el que se halla metida la mayor y más poderosa organización de espionaje del mundo. Es evidente que ser espía en Estados Unidos ya no es lo que era. Ahora mismo un fiscal especial ha recibido instrucciones para investigar los métodos de interrogatorio usados por la CIA a las órdenes de Bush, cuando sus agentes recibieron permiso para infligir un amplio y repugnante repertorio de tormentos a los detenidos por terrorismo para extraer información.

La cuestión de las torturas se está convirtiendo en un feo juego en busca de culpables en el que cada uno señala al vecino para sacarse las pulgas de encima. Los agentes de la CIA que las perpetraron señalan a los consejeros legales de Bush que las autorizaron. El departamento de Justicia, donde trabajaban estos juristas, señala a la CIA, porque se extralimitó en el cumplimiento de las instrucciones. Los congresistas demócratas, que también las avalaron en una comisión reservada, señalan a Bush. Y los colaboradores de Bush se señalan unos a otros, incluido el propio ex presidente, que también se desentiende; con la sola excepción de su vicepresidente Dick Cheney, que es el único que mantiene el tipo defendiendo lo indefendible y asumiendo todas las responsabilidades. El acarreo de materiales sobre el que se ha construido la infame historia de las torturas ha gozado de muchas aportaciones. Intelectuales de renombre de todos los países han sostenido seriamente la teoría del mal menor, y polemistas políticos acreditados han aguantado el argumento de la bomba de relojería cuyo efecto se podría evitar si se daba barra libre a los interrogadores para sacar información a los terroristas. Y luego están los juristas de Bush, los rábulas capaces de legalizar cualquier cosa siempre que sea el presidente quien la ordene; o con suficientes dotes circenses como para encontrar la sutil y obscena línea roja que separa el concepto de tortura del de un interrogatorio reforzado. Como se está viendo ahora, el trabajo de estos juristas, que también proporcionaron argumentos para la guerra preventiva o para la creación de limbos jurídicos como Guantánamo, no ha sido en balde. El fiscal especial, John Durnham, con fama de incorruptible y apartidista, tiene instrucciones precisas de investigar sólo los interrogatorios en los que se sobrepasaron estas líneas rojas, algo que puede alcanzar a una docena de agentes como máximo. Aunque Obama prohibió la tortura a las 48 horas de llegar a la Casa Blanca, la decisión de su fiscal general de no perseguir a los picapleitos que pretendieron legalizarla, y sí en cambio a los polizontes que aplicaron con manga ancha e incluso regodeo las infames instrucciones, significa una legitimación implícita del debate sobre los límites de la tortura. Esto no significa que vaya a ceñirse estrictamente a la partitura: no es así como suelen comportarse los fiscales especiales. Es muy difícil que el presidente extraiga alguna ventaja de la investigación del fiscal especial y muy fácil en cambio que salga con algún rasguño. Convertir a la CIA en el payaso de las bofetadas no es precisamente una causa que entusiasme a los norteamericanos. Cuanto más avance esta investigación, y sobre todo si se desborda y se convierte en una causa general contra la política antiterrorista de Bush, más difícil será que el presidente mantenga sólidamente su posición central y su capacidad para arrancar acuerdos transversales con los republicanos. Los necesita de forma perentoria para la reforma del sistema de salud, sus nuevas políticas medioambientales y sus reformas educativas, pero también para encarar la cita electoral de noviembre de 2010, donde puede perder muy fácilmente su doble mayoría en el Congreso y el Senado. De ahí que Obama se haya decidido por una política de contención del ajuste de cuentas con el pasado, soltando lastre cuando no tiene otro remedio, pero evitando a toda costa aparecer como un presidente partidista, obsesionado con su antecesor y dispuesto a cobrar vengativamente las facturas de las fechorías republicanas. En eso, Obama va contra Obama, el pragmático contra el moralista. Hay un poderoso argumento que pende sobre su cabeza y que Cheney se cuida muy bien de agitar tácitamente con su media sonrisa maquiavélica: gracias a aquella política antiterrorista brutal, desde el 11-S no ha habido más atentados; si regresan las bombas, todos sabrán de quién es la culpa, y nadie querrá seguir hurgando en las responsabilidades judiciales y políticas por las torturas. Por eso el calvario de los espías lleva camino de convertirse también en un calvario para el joven presidente.



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3 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La disolución del paseante

Rafael Argullol: Creo que en nuestros días el poder de la masa se manifiesta precisamente a través de esa uniformización que producen los terminales de los medios de comunicación.  

Delfín Agudelo: Pienso en "À une passante" de Baudelaire. Siguiendo el análisis de Benjamin, la mujer de mirada penetrante cobra vida gracias a la multitud, porque es ésta quien le da vida al individuo. En el siglo XIX existía la necesidad de formar parte de la masa, para así ser conscientes de la modernidad. Pero ahora hay una serie de elementos que te permiten retirarte de la masa, y no puedo dejar de pensar en ciertas modalidades de turismo: olvidarse de la masa, evadirla a toda costa. Y no solamente en turismo: más de una vez, en la ciudad misma, optamos por las calles que la multitud no ha conquistado.  

Rafael Argullol: Yo creo que se ha producido un cambio profundo en la percepción en lo que puede ser civilización o cultura. El escenario de la modernidad del siglo XIX y comienzos del XX encontramos dos protagonistas. Un caso es la multitud, y otra el paseante, que en Baudelaire adquiere el perfil de flâneur, o en Benjamin de conocedor de los pasajes de París. Ese paseante, en un momento determinado, detiene el paseo o su itinerario en un café. Si por un lado es la multitud y por otro el paseante, éste, a su vez, tiene dos escenarios privilegiados: la acera o el café. Ya es casi un tópico que gran parte de la cultura moderna ha sido de los cafés, de París, de Viena, de Buenos Aires. Creo que en nuestra época de la megápolis y globalización no existe ni la multitud en sentido histórico-moderno, porque no es englobada, ni en organizaciones obreras, o sindicatos, sino que es una masa de productores y consumidores que deambulan por la ciudad sin la conciencia anterior. Se ha destruido la figura del paseante, que se ha convertido en una figura casi imposible en nuestras ciudades altamente agredidas por los vehículos, por la enorme cantidad de gente, por la densidad demográfica. El paseante que iba conociendo cosas inesperadas en la ciudad está casi desapareciendo, porque hay pocas cosas inesperadas y porque lo que encuentra en su ciudad es lo que encuentra en otra ciudad, que es lo mismo a través de las grandes cadenas.

En tercer lugar, el espacio del paseante reposado en el café recibió una estocada de muerte también por las cadenas, por el fast-food, por la presencia del turismo masivo, por las migraciones, etc. Es por esto que en nuestro momento creo que ha dejado de identificarse ciudad y civilización o ciudad y creación de cultura, que es una identificación muy vieja y que llega  a su extremo en el París, Viena, y Londres del XIX y casi hasta los años cincuenta del siglo XX. En el momento en que deja de identificarse se está produciendo una especie de nuevo retorno a una naturaleza no urbana, o una naturaleza que, para ser más justos, deberíamos llamar semi-urbana. Para muchos, el ideal de hábitat actual es un lugar en el cual se goce de ciertas ventajas de la comunicación mundial, de la presencia del cine y de la música mundiales, pero al mismo tiempo retirándose de las desventajas de una megápolis que ya no aporta aquella condición de creación cultural que el siglo XIX y hasta la década de 1950 se había hecho bandera.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Charlotte Roche en castellano

Charlotte Roche. Fuente: Celebrity Sweater Puppies En el Perú "roche" es un sinónimo de "verguenza". Ningún roche ha tenido Charlotte Roche, nacida en Inglaterra pero cuya vida y carrera como presentadora de TV transcurre en Alemania, para publicar su primera novela Feuchtgebiete, traducida como Zonas húmedas. Más de un millón y medio de ejemplares vendidos y la etiqueta de porno-literatura (ella ha dicho que no está en contra de la etiqueta, pero es mucho más que "porno") Una mujer hablando de su sexualidad sin roches, incluyendo lesión anales, afeitado púbico, hemorroides, masturbación, higiene femenina y provocación sexual. En octubre aparece la novela por Anagrama, que consiguió hacerse así con el tesoro más preciado de la Feria de Frankfurt. Dice la contratapa:Tras causarse una fisura anal por apurar su depilado íntimo, Helen, la adolescente protagonista de este relato-confesión, se encuentra en la unidad de Medicina Interna, y mientras espera analiza aquellas regiones de su cuerpo que la opinión biempensante suele considerar poco propias. Porque a Helen la mueve una indomable curiosidad por sus recovecos y orificios. En efecto, a la muchacha le gusta el sexo: en solitario o en pareja; por vía anal, oral y vaginal, menstruando o con chocolate... Y el lector se deja contagiar por la risa de esta antiheroína moderna, que elabora sus traumas infantiles con un lenguaje fresco y trufado de guindas poéticas. Una primera novela transgresora, equilibrada con humor e ironía, que ha encabezado durante meses los ránkings de venta alemanes y ha sido el primer libro del ámbito germano en alcanzar la cumbre de la lista mensual de best-sellers mundiales según Amazon, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos y 25 traducciones. «Una incursión en los últimos tabúes de nuestra época» (Elsa Vigoureux, Nouvel Observateur); «Evoca la voz de Salinger en El guardián en el centeno, Crash y el ideario feminista de Germaine Greer en La mujer eunuco» (P. Oltermann, Granta).Aquí pueden leer una entrevista a la autora realizada por el prestigioso The Guardian. Se titula "'It should make you blush". Parece que mucho más que eso consigue Charlotte.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Otra vez septiembre

Agosto nos deja agotados, después de un junio muy húmedo y un julio achicharrante. El consumo eléctrico se eleva y para dormir nos ponemos frente al ventilador que nos arrulla -toda la madrugada- con su zumbido. El calor hace aflorar la intolerancia y emergen las críticas en cada esquina. Eso lo saben bien quienes ?desde allá arriba? le temen también al octavo mes del año. Por eso abren kioscos con ron barato en los barrios más poblados y evitan cortar la electricidad en las zonas conflictivas de la ciudad. De todas formas, la tensión se palpaba en el aire, no sólo por la temperatura sino por la crisis que disparó los temores y las estrecheces. He estado contando los días que faltaban para que terminara agosto, esperanzada de que con su final nos llegaría también el alivio. Bajo esa sensación de hartazgo ha comenzado septiembre, con su carga de rutina. Mi hijo salió temprano para la escuela y a media mañana me hice la misma pregunta que el curso anterior: ¿cómo encontrar algo para llevarle de almuerzo? La maestra les anunció que volverán las movilizaciones al campo ?en compensación, me imagino, a la paulatina extinción de las becas- y que ahora las aulas tendrán cuarenta alumnos pues no hay suficientes profesores. También se ha hecho más complicado el transporte público desde hace un par de días por todos los estudiantes y trabajadores que se reincorporan de sus vacaciones. Afortunadamente, ningún huracán ha sacudido este principio de mes, como hace un año hicieron Ike y Gustav. Todos los proyectos aplazados deberían comenzar este septiembre, incluso aquellas nuevas medidas anunciadas ?aunque no sustantivadas- durante la última sesión de la Asamblea Nacional. Como escolares aplicados así tendrían que hacer nuestros políticos: sacarle punta a los lápices, forrar las libretas y ponerse a trabajar en busca de soluciones a la montaña de problemas que nos rodean. Lástima que sepan de antemano que no tendrán que someterse a examen, que no serán calificados de mal, regular o bien, con un voto dejado en una urna. Qué pena que no podamos tomar el creyón rojo de la reprobación y hacer una enorme marca en la hoja de su gestión administrativa. Así, se han ido promoviendo ellos mismos año tras año, comenzando cada septiembre un curso donde nadie tiene derecho a suspenderlos. * Septiembre también me ha traído algunas sorpresas. Desde el pasado viernes es imposible conectarse a Voces Cubanas desde la Isla. Le han aplicado a VC el mismo filtro ralentizador que ya han usado para impedir la conexión a desdecuba.com de los usuarios que se conectan dentro de Cuba, a muy baja velocidad.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ENTRE LA CIUDAD SI Y LA CIUDAD NO

 

HE VISTO BUDAS FELICES

 

Muy simpático ese Maitreya que va creciendo en cada salón, rodeado de guardianes celestiales, en el templo de los Lamas en Pekín. Los budistas, ya se sabe, son de dónde quieren y hacen lo que les da la gana. Incluso hacen negocio, aquí, en Los Ángeles, en el Tibet o en Sigüenza. El siguiente pachen-lama puede ser de las Alpujarras o de una aldea perdida de la China, pero será un buen negocio. Para eso están las religiones. Desde los principios hasta el fin. Terminarán, también ellas morirán, sí, pero morirán forrados.

Era curioso ver el negocio de los Lamas. Como el de los vecinos de Confucio. O los taoístas. De los "nuestros", de los occidentales no hablemos si no es en presencia de nuestras mafias. Les recomiendo una visita por cualquiera de los "lugares sagrados" desde Lourdes hasta la Virgen de Guadalupe. Del Vaticano a las sectas que dominan América de norte a sur.

En ésta ciudad de quietudes e inquietudes, de misterios y negocios, de capitalismo salvaje y comunismo cínico, en ésta república de trabajadores que están diciendo adiós a la bicicleta, uno se puede encontrar una chica guapísima, delgada como una modelo, vestida con una camiseta con la bandera americana, pasar al rezo, con mucha inclinación y quema de pachulí, en oferta posmoderna al feliz buda. Feliz por lo guapas que son algunas de sus fieles, feliz por el negocio a todo humo que no lo paran ni los nuevos chinos ni los fieles de antaño.

El conductor que me llevó a las murallas era el mismo que había llevado hace unos meses a Juan Gelman, era budista y un loco de la velocidad. Poco faltó para llevarnos a un mundo más feliz a alguna viaja campesina, a mozos paseantes por las afueras de las aldeas o algunas perros, gallinas y otros animalitos que se cruzaban en nuestro camino a la Gran Muralla. No puede hablar con él, tampoco Gelman, sino a través de interprete pero me chocó esa doble condición de acelerado y tranquilo. Un país dónde los budas- y los otros de otras cortes celestiales- están felices. Y los republicanos trabajadores o estudiantes de este comunismo llevan las barras y las estrellas.

Alguien me dijo que era como el orwelliano "1984". Yo creo que habrá que mezclar eso con otras muchas cosas, también con  viva las Vegas, con sueños imperiales, fortalezas asediadas y futuro más allá de Blade Runner.

Un lugar para no perderse. Todavía está razonablemente barato. Le quedan dos telediarios.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín, Terranova (2)

Con la criba de la lista doble en mano, lo primero que hay que decir es que Terranova es fiel a sus gustos y disgustos. Lejos de Berlín arranca como un policial típico (crimen, policía experimentado y escéptico) pero ya desde el segundo capítulo va donde la lleva el viento –un viento negrísimo, por cierto. Ubicada temporalmente en 1946, revela enseguida que el protagonista no es el policía sino un ex (por fuerza, más no por voluntad) miembro de la SS llamado Bruno Ritter, que ha sido enviado a la Argentina por obra de un movimiento de inteligencia del que nada sabe, más allá de la orden de esperar órdenes ulteriores mientras finge ser otro, en este caso un fotógrafo suizo llamado Louis Danton.

         Cuando leemos sobre Ritter por vez primera, está tumbado en la cama de la pensión de Buenos Aires en la que vive, tratando de reafirmar su propia identidad. En buena medida, Lejos de Berlín es el relato de una deconstrucción (la de Bruno Ritter, el nazi) y de una construcción (la de Louis Danton, el artista de izquierdas), que dada la trayectoria que va de uno a otro, no puede menos que ocurrir mediante gran violencia –o hiper-violencia, para ponerlo como a Terranova le gusta.

          Aquí también hay cruces entre la política de alto y bajo estamento, un poco de sexo ‘animaloide’ y un (falso) fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Hay un mundo que ya se ha derrumbado, el de la fantasía nazi de dominación mundial, dejando en su lugar la baba de aquel sueño, igualmente ponzoñosa: lo que queda es la fantasía de la impunidad en la riqueza, tan imitada por sus discípulos, los militares argentinos de los ’70. Y hay otro mundo que se está construyendo, el del peronismo que la Historia se ha encargado de crear (“Perón no generó el 17 de octubre, camarada”, dice el personaje más lúcido de la novela, “el 17 de octubre generó a Perón”), dejando con el culo al aire a las izquierdas tradicionales.

         Habrá quien patalee ante el relato del ‘nazi’ bueno. En ese caso se perderá una muy buena novela, que habla de un mundo que aunque pretérito se parece mucho al nuestro, en esto de desconfiar de las etiquetas, las filias y las nacionalidades; donde nadie está llamado a responder por su religión, su raza o su ideología, sino por sus actos; y en el que un acendrado sentido del pecado y de la expiación, que pervade hasta las piedras, se encarga de administrar justicia aun lejos de los palacios donde se la administra formalmente.

         Muy buena lectura, Lejos de Berlín. Inteligente.

         Por lo demás, sólo me resta apuntar que desacuerdo con Terranova en lo que hace a Hammett, Chandler y Bogart. Y que coincido plenamente en lo que hace a la escasa nobleza de los periodistas, a Variaciones en rojo, El sindicato de Policía Yiddish y Leonardo Oyola.

         Me cae bien, Terranova.   



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hay Segovia 2009

Alvaro Pombo se presentó en Segovia. Fuente: colegawebAyer se inauguró el Hay Festival Segovia 2009 con una presencia española en su función estelar: la de Alvaro Pombo quien dio el primer disparo con la lectura continuada de su novela Virginia o el mundo interior. Así, durante cuatro martes, en librerías distintas, irá leyendose la novela publicada por Planeta a principios del año. El evento central del Hay Festival -que incluirá una conversación entre Pombo y Juan Cruz- será entre el 24 y 27 de setiembre. Otros autores presentes en el evento serán: Claudio Magris, Ana María Matute, Isabel Fonseca, Monica Ali, Antony Beevor, Luis Mateo Díez, el célebre blogger Zena el Khalil, Leonardo Padura, Yasmina Khadra, Martin Amis, escritores jóvenes como Alberto Olmos, Ana Isabel Conejo, Vicente Álvarez y Eduardo Fraile, los cineastas Isabel Coixet, David Trueba, entre otros. La música la pondrá Philipp Glass.Para leer el programa completo, hacer clic aquí.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¡Mamá!

 

¡Mamá!

 

El título original, Missing Mom, deja bien claro un matiz de ausencia, pérdida, falta. Ese ¡Mamá! que se ha  elegido para la versión castellana resulta mucho más ambiguo, sobre todo puesto entre admiraciones. Porque puede sugerir cariño, pero también exasperación, queja, enfrentamiento, riña, odio, lo que sea. Salvo que la Oates, a la que se puede acusar de muchas cosas pero no de carecer de oficio, se ocupa de dejar las cosas claras casi desde el principio: ella, la narradora, vuelve a la casa familiar para celebrar el Día de la madre. Está algo tensa porque su condición de oveja negra la hace susceptible de ser reconvenida pase lo que pase, y eso la pone en guardia. Y en efecto. Nada más abrir la puerta que desde el jardín da acceso a la cocina, su madre exclama a verla: "¿Qué le has hecho a tu pelo?". Quede claro, sin embargo, que suena como si la madre hubiese dicho: "¿Qué le has hecho a mi pelo?". Pequeña pero sutil diferencia, ¿no?

A poco avezado que sea el lector, ya sabe que va a asistir a una pugna sorda, inmisericorde y sin tregua, y que no se resolverá en las cuatrocientas y pico páginas que faltan. Y si  además de estar al tanto de las reglas de juego habituales en las novelas de madres e hijas (cosa bastante posible porque últimamente se publican cada año varios millones de relatos sobre el tema), el lector ya ha leído otras obras de Joyce Carol Oates, puede tener una razonable certeza de que en este caso el enfrentamiento materno filial va a llegar envuelto en brutalidades, humillaciones, agresiones físicas con posible violación sumaria y hasta asesinato, no necesariamente entre ellas dos, pero si en el entorno que se creará en el curso del relato.

                Sepa, el seguidor fiel de la Oates, que va a encontrar todo ello. Pero no de la forma habitual. La acción transcurre en Mount Ephraim, una población situada al norte del estado de Nueva York y poblada de familias de clase media. Gwen Eaton, la madre, es una mujer de casi sesenta años, viuda desde hace cuatro, madre de dos hijas y actualmente dedicada a dar sentido a su vida colaborando en labores asistenciales para la comunidad y cocinando exquisiteces para su familia y amigos. Todos ellos, por ejemplo, tienen los frigoríficos atestados del celebrado pan que hornea para ellos la infatigable Gwen. Clare, la hija mayor, es una de esas mujeres que entienden la educación de sus hijos como una misión trascendente que le ha encomendado la sociedad y todo lo que implique apartarla un milímetro de su misión recibirá una contundente y merecida respuesta. El padre, cuya presencia se deja notar de continuo por las alusiones de la narradora, fue un hombre ocupado fundamentalmente en llegar al final de su vida sin haber tenido que enfrentarse a grandes problemas y sobresaltos. O sea que se entiende la escasa popularidad de Nikki, la narradora, que a sus treinta y dos años ejerce de periodista en un diario  de pueblo, mantiene una relación sentimental con "un hombre no disponible" y, por ende, ahora que se ha emancipado y lleva la clase de vida sexual que le apetece, en su horizonte no hay ni el menor asomo de niños. Cosa que le es continuamente reprochada. Bueno. Eso, y su apariencia, pues viste como una punky y lo que le ha hecho a mi pelo incluye un severo rapado en la nuca y un corte a fondo para quedarse con cuatro pelillos de rata, encima de punta a base de gomina y por si fuera poco teñidos de un color imposible pero a juego con el color de labios y uñas, tanto de las manos como de los pies. Por lo tanto se trata de una familia perfectamente normal, con una hija menor algo rarita, pero no tanto.  Allá por la página sesenta y dos el lector avezado empieza a preguntarse cuándo va a empezar la violencia marca de la casa.

                En la página sesenta y tres. La madre es salvajemente apuñalada por un ex convicto y la narración emprende un doble camino independiente. De un lado la investigación del crimen, que a J.C. Oates parece no interesarle gran cosa y se lo despacha como por obligación. La otra línea narrativa, en cambio, está claro que la fascina, en parte porque, según  ella misma se ha encargado de airear en montones de artículos y entrevistas, es parcialmente autobiográfica. Nikki, la narradora, se transforma de pronto en una especie de Orfeo punky decidido a rescatar a la madre del infierno de la respetabilidad, el amor al prójimo o la disponibilidad de su vida en bien de los demás. Por lo tanto, la humanización de la madre, la entrada de ésta en el reino de los vivos (en contraposición a la muerta en vida que fue durante muchos años) cobra la forma de un ajuste de cuentas sordo, inmisericorde y sin tregua, como siempre que madre e hija se quitan las caretas. Aquí es donde aparecen las brutalidades, las humillaciones y los abusos marca de la casa, pero todo expuesto de deforma sutil, educada y sin perder las maneras. Pocos gritos y portazos. A ratos parece crítica social.

Quede claro que si donde dice lector se pone lectora, ésta puede tener la certeza de que se va a ver retratada de principio a fin. Y que no va a ser un espejo favorecedor.

 

¡Mamá!

Joyce Carol Oates

Alfaguara



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2 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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