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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Velada confesión

?Habrá que resolver de otra manera? le comentó Jorge a su hermano cuando se enteró de la supresión del almuerzo en varios centros laborales. Su puesto de cocinero en una dependencia estatal le había hecho vivir al margen del simbólico salario que recibe cada mes. Gracias al desvío de alimentos y su posterior venta en el mercado negro, logró cambiar su pequeña casa por otra más amplia. Adquirió un DVD-Player que le evita ver la aburrida programación televisiva y hasta llevó sus hijos a Varadero en las vacaciones pasadas. Su negocio era sencillo: se encargaba de proveer arroz a un kiosco que ofertaba cajas con comida, suministraba aceite -que extraía del almacén- a un cuentapropista y una vendedora de sándwich le pagaba por esos panes que nunca llegaban a la bandeja de los trabajadores. Ahora todo parece haber terminado para este ágil comerciante de lo ajeno. En varios ministerios se comenzará a distribuir 15 pesos cubanos para que los empleados se organicen por sí mismos la comida del mediodía. La cifra ha sorprendido a muchos, especialmente a aquellos que ganan menos de esa cantidad por una jornada laboral de ocho horas. Si el importe entregado para almorzar asciende a tal número, entonces el Estado cubano está reconociendo que para sufragar los gastos de alimentación y transporte debería pagar -al menos- tres veces esa cantidad por cada día de trabajo. Ya Jorge está pensando cambiar de empleo dentro de la misma empresa y asumir el cargo de administrador. Hasta hace una semana, ese era un puesto con demasiadas responsabilidades y poca ?búsqueda?, pero repentinamente se ha vuelto una posición atractiva. En sus manos estará confirmar cuántos días asistió un empleado para que éste reciba el pago para almorzar. Ya tiene planeado hacerse de la vista gorda ante las ausencias de los trabajadores y dividirá el monto del almuerzo entre él y el empleado que no vino. Cambiará gustosamente los sacos de frijoles y harina por las nóminas y las tarjetas donde se apunta la asistencia. Quizás para el próximo año pueda llevar a su familia a la lejana playa de Baracoa.



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2 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La dureza del poder

Exhibición de poder duro en Pekín el mismo día en que Estados Unidos exhibe su poder blando en Ginebra. La dualidad acuñada por Joseph Nye suele darse en proporciones distintas en la actuación de las grandes potencias, pero ayer el mundo pudo contemplar dos estampas en las que ambas formas de poder aparecen destiladas: la pacífica China enseñaba con arrogancia los dientes de su poder militar, en el desfile de celebración del 60 aniversario de la fundación de la República Popular, mientras la belicista América exhibía su capacidad diplomática en su primera reunión con el Irán intransigente de Ahmadinejad.

Deben combinarse y se necesitan mútuamente. Detrás de la diplomacia norteamericana y de los esfuerzos europeos por sentar y convencer a Irán está la amenaza de sanciones e incluso la eventualidad de golpes aéreos a sus instalaciones nucleares: la fuerza militar occidental no tiene en este sentido parangón, ni siquiera, por supuesto, en este engranaje inhumano que los chinos exhibieron en su desfile pekinés. Y junto al despliegue chino de poderío armado, disciplina de acero, culto a la personalidad y simbolismos perfectamente totalitarios hay también toda una palabrería pacifista y armoniosa que no engaña a nadie y una economía que, ésta sí, constituye el único lenguaje que nos iguala a todos en el mundo globalizado: gracias al tirón chino estamos saliendo de ésta. Quienes necesitan afirmarse y legitimarse en su poder despótico no tienen más remedio que acudir al recurso de esos desfiles monstruosos, el culto a esos iconos que pueblan sus panteones políticos e ideológicos y la demostración de su capacidad de domesticación de los ciudadanos, ya sea con el uniforme de los que marchan, ya sea en el vestido civil de los mentalmente uniformados que aplauden. El pavor que produce un desfile tan perfecto como el de la plaza de Tian Anmen sólo tiene su equivalente al miedo cerval que tienen los dirigentes chinos a las libertades y al pluralismo.



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2 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El realismo y James Wood

James Wood. Fuente: CRIMSON/ ELAN A. GREENWALDEn una reseña publicada el fin de semana pasado en "Babelia", se mencionó la traducción del libro del crítico literario James Wood (¿recuerdan "La lista Wood"?) Los mecanismos de la ficción (que, como bien dice la nota, debería haberse titulado "Cómo funciona la novela"). La reseña refiere una hipótesis importante en la obra: "[la obra] contiene una defensa límpida y directa, frente a enterradores precipitados, del realismo como matriz eficiente de la mejor ficción contemporánea, y todavía la más capaz de capturar la verdad de nuestra condición a través de los personajes y su vida novelesca" La frase provocadora me conduce, además, a una entrevista reveladora en "Letras Libres" al autor publicada en agosto de 2009. Dejo algunas preguntas interesantes:¿Cómo ves la escena literaria actual? ¿Qué problemas, que no existían en el siglo XIX, o hace treinta años, se presentan hoy a un escritor?He aquí otra pelea que tengo con el posmodernismo. Hay una rama del posmodernismo que ha sido ciertamente influida por la teoría, los estudios culturales, los estudios sobre los medios de comunicación, y supongo que ahora está siendo influida por la neurociencia, la neuroestética y demás, que sugieren que el yo o la subjetividad (the self) es completamente incoherente, que no tenemos realmente yo, que estamos completamente mediados por discursos que no controlamos: publicidad, TV, la blogósfera; que somos prisioneros de impulsos biológicos y procesos que recién ahora empezamos a entender, etcétera. Escuchas a escritores decir esto muy a menudo. Me meto en peleas con escritores contemporáneos que dicen: ?Me parece que eres tan antiguo que incluso crees que tenemos un yo.? Lo que eventualmente respondo es que esta es una ala del posmodernismo metafísicamente provinciana. Primero que nada, olvida que mucho de esto ha sido dicho ya cien años antes, en el modernism, y dicho de nuevo cincuenta años después, cuando empezó a transformarse en posmodernismo. Pero también ?y aquí, supongo, me revelo de algún modo conservador? una de las razones que nos permiten leer estas novelas de 1900 o 1800 es que, más allá de las enormes diferencias, hay cosas que no cambian. El amor y el nacimiento y la muerte de La muerte de Iván Ilich, por ejemplo, todavía son cruciales para nosotros.O Los hermanos Karamázov...O Los hermanos Karamázov. Las preocupaciones básicas no son muy diferentes en 2009 de lo que lo eran en 1909 o 1809. Cuando dices esto a cierta gente ?y por esto pienso que hay una pequeña guerra en marcha?, de inmediato dicen: ?Ah, estás defendiendo el viejo orden?, y quieren ligar ese orden a una estética: ?Por eso eres un defensor del realismo.? Y entonces, sobre todo en Estados Unidos, te meten en el cajón de los defensores del realismo. Esto no ocurre tanto, es interesante, fuera de Estados Unidos, donde no está tan marcada la línea entre las diferentes escuelas estéticas. Si se mira, en los países europeos el campo realista no es tan fuertemente defendido, al contrario de lo que pasa en Estados Unidos, donde tiende a significar sólo una cosa: una cierta clase de narración del hombre blanco, más bien antiintelectual. Mucho de esto es propagado en las escuelas de escritura de Estados Unidos, en las cuales se alienta a pensar no acerca de la forma o el lenguaje sino sobre el arte del mismo modo en que lo haría un artesano. Se trata de construir una mesa, martillar los clavos. El ejemplo es la escuela de la Universidad de Iowa, que ha producido muchos escritores en los últimos cuarenta años. El director previo, que había estado allí años y años, solía entregar una copia de Madame Bovary ?cuánto se hubiera reído Barthes? a los escritores de ficción y les decía: ?Aquí está todo, esto es todo lo que necesitan saber.? Y no se aproximaba a Flaubert como un novel romancier, no miraba a Flaubert como un formalista. Lo que quería decir es que hay códigos y convenciones en el realismo, hay modos de hacer escenas, de producir detalles, y esa era la manera de hacerlo. Es decir, sí hay una auténtica escuela de realismo en Estados Unidos, y lo que yo intento en mi libro es demostrar que uno puede remontarse hasta Flaubert sin ser una especie de espantoso defensor del realismo, cosa que no soy en absoluto.Esto nos lleva a la noción de ?realismo histérico?, que introdujiste en un famoso artículo.Este es otro terreno en el que creo que he sido malinterpretado. Parte de lo que no me gusta del realismo histérico es precisamente el realismo. En otras palabras, lo que no me gusta de algunos de esos libros ?y, de nuevo, pienso cuán grandes son: Submundo de DeLillo, o las novelas de David Foster Wallace, o Against the Day de Pynchon? es que los veo parcialmente dentro de la tradición del realismo estadounidense, en la cual el escritor piensa: ?Debo sumergirme en la realidad norteamericana, debo poner en la novela cuanta información pueda sobre la realidad actual o la historia norteamericana.? De ahí el tamaño de las novelas, pero también de ahí su saturación con información, con videófonos semióticos o lo que sea. Lo que no me gusta de estos escritores es que de algún modo parecen haber renunciado al desafío de la forma, que es lo que Henry James decía en uno de sus prefacios: las relaciones humanas no se detienen en punto alguno y el exquisito problema del arte es trazar un círculo dentro del cual parezca que sí. Eso es la forma, ¿no?Esta es una condición particularmente estadounidense, y quizá se remonta a Whitman, que decía que Estados Unidos era el poema más grande. Si uno dice que Estados Unidos es el poema más grande, lógicamente está diciendo que el poema o la novela tiene que ser tan grande como Estados Unidos. De ahí la continua obsesión con la gran novela norteamericana. Y tan pronto se dice la ?gran novela norteamericana? uno comprende que no puede ser de sólo cien páginas. Este es, entonces, un problema del realismo. Sea como sea el modo en que lo esboces, aunque luzcas posmoderno porque estás jugando con el lenguaje y haciendo cien cosas diferentes, sigues siendo realista. Este es un modo de fastidiar a los escritores y críticos estadounidenses: decir ?¿Qué es lo nuevo y radical en Submundo de DeLillo?? Se parece a Casa desolada de Dickens. Es un escritor tratando de conectar a la sociedad en diferentes niveles, justo como un escritor victoriano lo hacía con Londres o Balzac con París; está tratando de meter mucha información, mucha historia, y usar un gran lienzo para hacerlo; tampoco hay nada de malo en ello.Así que la mitad del ataque contra el realismo histérico es un ataque contra el realismo: no se dan cuenta de que son realistas. La otra mitad es contra el aspecto histérico, que no es un costado realista; es esa especie de cosa loca, funky, a lo Rushdie. Viene un poco del realismo mágico, pero también del interés de los escritores contemporáneos por las historietas. Si uno considera a los escritores norteamericanos de mi edad ?como Michael Chabon, por ejemplo?, uno encuentra que lo que realmente les gustaba cuando niños o adolescentes no eran los libros sino las historietas: Marvel Comics, Superman, etcétera. Y creo que eso se puede ver en su trabajo. Y si a eso se agrega una dosis masiva de televisión y de películas, uno entiende por qué se fugan de la novela. Al menos desde mi idea de la narración.Después del posmodernismo y el multiculturalismo y las literaturas poscoloniales, ¿te ves como la reacción conservadora?Me veo tratando de mantener viva una suerte de viejo radicalismo. Vuelvo como a un talismán a esa escena de Chéjov sentado en el Teatro de Arte de Moscú mirando la puesta de una obra de Ibsen y diciendo: ?Pero Ibsen no es teatro: en la vida no ocurre así.? Lo que Chéjov sugiere, en un sentido, es que tienes que persistir en romper las formas. Me interesa V.S. Naipaul por esa razón. En algunos sentidos, él es obviamente muy conservador: es políticamente conservador y no está interesado en los juegos posmodernos por sí mismos. Pero tampoco está interesado en repetir las viejas formas. No tiene sentido para él sentarse y escribir una novela realista al viejo modo. Le gusta crear formas híbridas en las que mezcla memoria y autobiografía, y narración histórica y periodismo con ficción. Y creo que en ese sentido es un verdadero chejoviano, pues todavía dice: ?Un momento, esas formas ya no nos dicen nada sobre la vida, tenemos que hacer algo nuevo.? Pero la pregunta ¿qué es la vida? ??esas formas no representan la vida, quiero vida en mi ficción?? no desaparece.¿Y qué hay de la literatura en español? ¿Lees algo?No leo tanto como debería.¿Qué opinas, por ejemplo, de Roberto Bolaño?Mi impresión es que es más fuerte en sus nouvelles, como Nocturno de Chile. Es que me gusta la forma y me gustan las nouvelles. Y hay otro escritor, Javier Marías, que me pareció realmente interesante en Mañana en la batalla piensa en mí.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Se mueven las apuestas

Luis Goytisolo baja hasta el número 9 de las apuestas por el Nóbel. Fuente: ecodiario Primer jueves de octubre, primera oportunidad perdida para que se dé el nombre del ganador del Premio Nobel de Literatura (se da siempre en un jueves de octubre). Aún no hay humo blanco. Sin embargo, las apuestas en Ladbrokes han tenido algunas variaciones en los primeros diez lugares. Luis Goytisolo bajó hasta el 9no, por ejemplo, mientras que Philip Roth y Joyce Carol Oates consiguieron subir bastante. Amos Oz, sin embargo, queda en primer lugar. Y a Vargas Llosa se consolida en el 17avo. Aquí las primeras diez posiciones:Amos OzAssia DjebarJoyce Carol OatesPhilip RothAdonisAntonio TabucchiClaudio MagrisHaruki MurakamiLuis GoytisoloThomas Pynchon



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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beautiful people de la intelligentsia

Jorge Herralde extraviado entre sus invitados. Fuente: Joan Sánchez/ El país Así celebraron en Barcelona los 40 años de Anagrama. Lo cuenta al dedillo "El País":¿Qué es más fácil, negociar un contrato de edición con el superagente Andrew Wylie o poner coto a los que quieren ser invitados a la fiesta de sus 40 años? Jorge Herralde, ufano, rodeado de una inmensa representación de sus escritores y colegas extranjeros (13 y 26, respectivamente), contesta: "Esto segundo, pero eso se lo he dejado a Lali [Lali Gubern, su esposa], que lo solventa en un plis plas". Seis horas antes del evento, el móvil de Gubern vibraba con peticiones imposibles: "Es pariente de los Sert". "¿Y qué le has dicho?", pregunta Herralde. "Pues que no, si ya no cabe nadie más", zanjaba el carácter de Gubern. Unas 500 personas, la crème de la intelectualidad literaria de España y de buena parte de Francia, Italia, Reino Unido y Alemania, acabaron formando parte de la selecta masa que abarrotaba ayer el cóctel con el que Herralde celebró la ocasión. Tiempo le costará a Barcelona repetir tanta densidad de beautiful people de la intelligentsia. Quizá el secreto estuvo, como Herralde dijo, en que no había de por medio "ni congresos ni apocalípticos discursos sobre el libro electrónico". El particular baño de élites permitió ver en carne y hueso a miles de hojas leídas y convertir el local en un Parnaso en la Tierra: el francés Jean Echenoz no se separaba, copa de cava rosado en mano, de su exquisito editor italiano Roberto Calasso, al que no conocía. Éste definía a Herralde: "Es un espécimen en vías de extinción, editor de raza al viejo estilo, que puede mantener su independencia al ser su propio dueño". Para Ian McEwan, que en petit comité confesaba que acababa de entregar nueva novela, Herralde es: "El más internacional que tiene la cultura española; sus libros están hasta en la Patagonia". Entre apretujones infinitos, Antonio Tabucchi, Yasmina Reza, Inge Feltrinelli, Dominique Bourgois, Claudio Magris; editores de Seuil, Fischer o Mondadori; responsables de política cultural, libreros, gente del cine o la arquitectura arroparon a Herralde y su equipo hasta las dos de la madrugada. Era la fiesta de los 40 años de esa gran "peste amarilla", como la calificó el taimado José Manuel Lara en referencia a su serie emblemática.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La reinvención del intelectual

En El País de hoy, José Andrés Rojo analiza los cambios en el lugar que ocupa el intelectual hispanoamericano en la sociedad, desde los comprometidos años 60 hasta nuestros días:

Cuando Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) presentó hace poco su último libro en Madrid, se refirió de manera crítica a los intelectuales de nuestros días. "No sienten la necesidad de comprometerse", dijo, "creen que los sistemas democráticos ya garantizan por sí solos la democracia, pero no es así... en América Latina todo está por hacerse, la democracia no está allí para quedarse". En Sables y utopías (Aguilar), Carlos Granés ha reunido medio centenar de artículos, seleccionados entre unos 400, que Vargas Llosa ha escrito en los últimos años y cuyo hilo conductor viene subrayado en el subtítulo: Visiones de América Latina. Es ahí, al otro lado del charco, donde no terminan de echar raíces sólidas las democracias y donde "el intelectual tiene la obligación de intervenir en el debate cívico".

El escritor peruano Santiago Roncagliolo considera que "hay mucha gente que sigue escribiendo de política". Pero observa: "Lo que no hay tanto son autores que defiendan de una manera radical una idea, como hace Vargas Llosa con el liberalismo, o García Márquez con el socialismo. El siglo XX se encargó de mostrar los límites de ambas opciones, y seguramente mi generación ha visto cómo el socialismo cubano no supo convivir con la libertad y cómo las democracias latinoamericanas no terminan de acabar con la pobreza. Así que tampoco podemos ser tan entusiastas".

"El modelo de intelectual ha cambiado drásticamente", dice el boliviano Edmundo Paz Soldán. "Cada vez es más difícil ocupar un lugar en la plaza pública como el que ocupan autores como Carlos Fuentes o el propio Vargas Llosa", explica. "La realidad se ha fragmentado, y aunque son muchas las voces que se pronuncian sobre lo que está pasando, ya no existe ese intelectual con vocación de convertirse en conciencia moral de la sociedad".

Para seguir leyendo este artículo, pinchar aquí.

 



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Exordio a lo que no se ve

Reproduzco el discurso pronunciado en Formentor con la intención de dar a los no asistentes algunas pistas sobre lo que allí sucedió, por poco visible que pareciera a los sí asistentes.

"Antes de inaugurar estas conversaciones literarias -y no podía elegirse título más modesto para una reunión como la nuestra- dediquemos un breve recuerdo a los episodios anteriores.

Primero al visionario Adan Diel, que levantó este hotel con tantos ladrillos como ideas.

Luego, al Conde de Keyserling, que presidió un cónclave para convocar a la sabiduría.

Luego, Tomeu Buadas, Carlos Barral y Camilo José Cela, responsables del encuentro celebrado en este lugar hace cincuenta años.

Y ahora, con nuestro anfitrión Simón Pedro Barceló, los aquí presentes, dando continuidad a esta historia de fragmentos, esbozos más bien, pero enlazada por un curioso cordón umbilical.

Supongo que será inevitable conmemorar estos cincuenta años con ciertos aires de nostalgia. Pero hay que decir que de este ejercicio de melancolía no siempre se sale bien parado. La confrontación con el tiempo que no vivimos o con el hombre que fuimos puede resultar una pesada carga. A veces, porque el contraste nos somete a los espejismos propios del tiempo. ¿Quién podrá compararse con los monstruos del pasado, con su majestuosa ausencia, amplificada por la envergadura de una obra sacramentada ya por sus lectores? ¿Y quién podrá siquiera compararse consigo mismo, con el que fue entonces, esa extraña invención bautizada con nuestro mismo nombre?

Celebramos los cincuenta años de aquella reunión de escritores y editores en Formentor y para hacerlo, como decíamos, sin excesos nostálgicos, hagamos una última pregunta:

¿Se creía entonces en el presente tanto como hoy se cree en el pasado?

Consideremos

La memoria cultural, que todo lo embellece.

La evocación épica, que todo lo corrige.

La ausencia de los que quisimos, que todo lo magnifica.

Las Conversaciones de Formentor serán hoy mucho más modestas de lo que fueron entonces. Y no porque hayamos perdido algo de ese atrevimiento, sino por el principio de relatividad e incertidumbre que desde la física ha impregnado todos los ámbitos de la actividad humana. ¿A quién se le ocurriría hoy usar el prestigio la Sabiduría para convocarse junto a sus colegas? ¿A quién se le ocurriría anunciar el juicio final de la literatura o su definitiva redención?

No, no podemos imitar la autoridad de nuestros antepasados.

Por lo tanto, y aceptando las tendencias que impone el paso del tiempo a la cultura, avisados de la corriente que confunde al mundo con su incertidumbre, sabedores de cómo son precisamente nuestros conocimientos los que nos impiden creer en nosotros con la misma ingenuidad de nuestros antecesores, nos conformamos. Nos conformamos con unas conversaciones literarias que no quieren ir más allá de lo que constata su propio enunciado. Hombres y mujeres hablando de lo que les interesa.

Y lo que nos interesa es la literatura.

Pero antes de iniciar una conversación que adivinamos tan prolífica como presumida, hace falta admitir que si bien carecemos de las presunciones del pasado, no por ello hemos renunciado a nuestras propias pretensiones.

Las conversaciones mantienen un tenso vínculo con las perturbaciones culturales de nuestra época.

La educación, en su doble acepción, el de la enseñanza de los jóvenes y la de los buenos modales, con su progresivo deterioro, nos tiene alarmados.

La responsabilidad moral de los intelectuales, a veces complacidos, a veces anestesiados. Eso también nos alarma.

La débil influencia del pensamiento crítico, la tradición de los librepensadores europeos, de tan difícil ubicación en el mapa geoestratégico de las doctrinas ibéricas. Eso también nos preocupa.

Por lo tanto, las conversaciones literarias de Formentor se convocan con una conciencia modesta pero no tanto. En realidad, establece un estado de la cuestión y se propone contribuir a las exigencias de la alta cultura. Divulgar la pasión de la lectura, como recurso de urgencia contra la satisfecha banalidad de nuestra época. Subrayar la responsabilidad de los intelectuales en la reflexión moral que da forma al mundo. Y ensayar estos ejercicios regionales de pensamiento crítico (que no tiene porque ser mordaz o sarcástico).

En este paisaje, en esta geografía, alterada por nuestra conciencia y por nuestra modesta ambición, tendrán lugar unas conversaciones dedicadas a moldear interrogaciones de muy diverso signo.

Los dilemas que nos hemos acostumbrado a manejar sin inclinarnos nunca por una respuesta definitiva.

La literatura como enfermedad o la literatura como medicina.

La literatura como realidad o como universal de la imaginación.

La literatura como experiencia o la literatura como invención.

La literatura como tradición o como vanguardia.

La literatura como entretenimiento o como conocimiento.

Literatura hermética o literatura didáctica.

Literatura como estética o como apresurado aliento brutal.

La literatura como derecho del espíritu, de la razón o del estómago.

Literatura de élite o literatura popular.

La literatura del autor o la literatura del redactor.

¿Serán verdaderos o falsos estos dilemas?

Ya lo veremos.

Nos reúne en Formentor una doble condición: la pretensión de atrapar el pasado que se fue, que se fue más allá de todo límite, y la voluntad de ser, de ser lo que se debe ser, en este momento y en este lugar, sin reticencia alguna.

Escritores, profesores, editores y lectores:

Sed bienvenidos a Formentor".

 

Viernes, 25 de septiembre de 2009

 



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escarmiento soviético

Lo esencial es durar. El pensamiento crítico aprovecha los aniversarios para el cuestionamiento. El pensamiento dogmático, en cambio, para afirmarse en la duración. Con frecuencia no son las nostalgias del pasado sino las dudas respecto al futuro las que conducen a celebrarla.

La Unión Soviética cumplió 60 años en 1977. Cuando alcanzó los 70, en 1987, sólo faltaban dos para que el estruendo de la caída del muro berlinés condujera a su liquidación dos años después: no llegó a cumplir los 72, la duración de una vida humana. Nada de esto sucederá con la República Popular China. Llega a este 60 aniversario que hoy celebra mucho más fuerte y lozana que la URSS, el modelo sobre el que se fundó, cuando tenía la misma edad. Las celebraciones que ha preparado el régimen se encargarán de demostrarlo. El régimen de Moscú se hallaba en 1977 en fase de decrepitud creciente, en estagnación económica y dirigido por un enfermo de 71 años que era Leónidas Breznev; mientras que la China actual es el motor del crecimiento económico mundial y está dirigido con mano de hierro por una cúpula comunista, presidida por Hu Jintao, un gris ingeniero de 67 años, con el que se ha conseguido organizar ordenadamente el cuarto relevo generacional en el poder supremo de la República e incluso preparar el quinto para 2012. Los dirigentes chinos siempre han estudiado con detenimiento los pasos realizados por quienes fueron sus inspiradores e incluso compañeros dentro del movimiento comunista mundial. Y lo han hecho incluso después de la ruptura de relaciones entre Moscú y Pekín en 1963, en cuyo hueco anidó la genial idea de la apertura americana a China, obra personal del por tantos otros conceptos denostado presidente Nixon. Pero en cada ocasión las lecciones tomadas de la experiencia les ha conducido a optar por el camino contrario al que eligieron los dirigentes de Moscú. Los levantamientos de Budapest en 1956 y la primavera de Praga en 1968 fueron analizados con gran atención en Zhongnanhai, el recinto cerrado donde viven y trabajan los líderes comunistas chinos. De las dudas y torpezas soviéticas ante los levantamientos contra los regímenes comunistas salió el implacable aplastamiento militar de la revuelta estudiantil en la plaza de Tiananmen. La disgregación de la URSS y su conversión sin orden ni concierto al capitalismo también han sido objeto de profunda reflexión china. No puede entenderse la reacción de la cúpula comunista ante los sucesos del Tíbet o de Xin Jiang sin las lecciones aprendidas en 1991 de las independencias de las repúblicas bálticas y de la implosión soviética que generó un buen puñado de nuevas repúblicas independientes. Pero no basta con aprender de los errores del otro. La fundación de la República Popular en 1949, nada tiene que ver con la toma del poder por el partido bolchevique. Mientras que estos últimos se habían propuesto implantar un régimen socialista y liquidar las clases sociales por la fuerza, lo que querían los dirigentes chinos era terminar con cien años de divisiones internas y dependencia externa, crear una república e imponer una reforma agraria en un país donde el 87% de la población vivía y dependía del campo. Los primeros eran internacionalistas y en sus orígenes al menos pensaban en exportar la revolución; los chinos en cambio ni ahora ni hace 60 años eran internacionalistas, aunque se acogieran nominalmente al rótulo. Mao Zedong, el fundador, como todos los progresistas chinos, creía en las ventajas de la modernidad y deseaba que su país se beneficiara de ellas. Como todos los nacionalistas, pensaba que su país salía de un siglo de humillaciones a cargo de las potencias europeas. A estas ideas había que añadir su peculiar comprensión del marxismo soviético y su adhesión dogmática y feroz al estalinismo y a sus propias formas, trasladadas mecánicamente a todos los aspectos de la vida pública, desde la estética y la arquitectura hasta la economía y la estructura del partido. La moda soviética, que compró entera en 1949, era a sus ojos lo más avanzado del momento; como lo era la de Estados Unidos en 1972, cuando recibió a Nixon, abriendo las puertas a la simbiosis económica actual. Los sucesores de Mao, que hoy aplaudirán la exhibición de poderío militar en Tiananmen, son también unos nacionalistas chinos, adictos al progreso, que saben incompatible la unidad y la estabilidad que quieren para su país con la libertad que se les debe a sus ciudadanos y a esos pueblos tan felices, 27 etnias, que dicen vivir en celestial armonía en el imperio de la etnia han que les engulle.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo lento y lo otro

Entre las malas condiciones que se atribuyen a esta época, una es la de la velocidad. La velocidad en forma de fast-food o de felicidad express, de amores fugaces o servicios inmediatos, dibuja una esfera en la que nos decimos atrapados y contra ella aparecen movimientos considerados de salvación con nombres como slow-food o slow-cities en cuyo prontuario siempre reina el elogio de la lentitud.

Lo lento es bueno y lo veloz es malo. No siempre fue así y mucho menos hace exactamente un siglo cuando la velocidad llegaba para redimir el atraso de la sociedad, la ciencia, el pensamiento y los aburridos estilos de la vida. Ahora, sin embargo, la lentitud, devuelta a los altares de lo humano aparece como la manera de regenerarnos Y, sin embargo, qué decir de la celebración de los trenes de alta velocidad, el apremio para la máxima  instantaneidad de las comunicaciones, los veloces progresos en la biotecnología o las aportaciones de cualquier tecnología.

Entre lo lento y lo veloz no parece haber un sistema intermedio. Cuando la lentitud es un paradigma del tiempo histórico todo, más lo menos, desde la vida laboral a la doméstica, desde el paso de los días, al ritmo de los libros responde a la misma pauta. Ahora, ni las novelas o las películas, las relaciones o los videojuegos son lentos. La aceleración se inscribe en el sistema de vida no como un mal del sistema sino como su sustancia.

 De la materia prima de la morosidad pasamos hace más de medio siglo a la materia prima de la velocidad. Quien quiera entender que entienda. Su no aceptación es sólo mandanga.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La oreja de Murdock

Castle Freeman Jr. Fuente: burlingtonRodrigo Fresán regresa a las reseñas literarias en el ABCD las letras y lo hace con el libro de Castle Freeman Jr, La oreja de Murdock, editado por Mondadori. Aquí una frase típica Fresán para contagiarte la lectura: "Una manera veloz y eficaz de definir a esta pequeña gran novela sería la de imaginar a los hermanos Coen rescribiendo a Cormac McCarthy." Dice la reseña: (...) en este engañoso action-thriller protagonizado por un selecto puñado de heroicos idiotas se invocan -con envidiable prosa descriptiva y un admirable manejo del diálogo y del absurdo- buena parte de la mística de los cuentos de hadas (con damisela en problemas, malo malísimo y un par de paladines un tanto torpes yendo y viniendo por las espesuras de los bosques de Vermont) y, según confesó, el propio Freeman, el aliento inmortal de la gesta arturiana en versión de Sir Thomas Mallory. Lester Speed (un anciano rengo) y el «simple» Nate (pocas luces pero de luminoso espíritu) aceptan la hercúlea tarea de proteger y custodiar a la bella caperucita del asunto: la joven, no del todo inocente, es Lillian, quien es perseguida y atormentada por esa gran bestia que es Blackway. Por encima de ellos, el paralítico Wheezer funciona como una suerte de coro griego y testigo impasible de una historia donde la caballerosidad es, a menudo, sinónimo de regocijante estupidez. Así, una road novel y un country-noir discurriendo a lo largo de un día de verano senderos de tierra y ramas caídas, que se lee de una sentada con asombro y regocijo (inolvidable esa descripción de Nate como alguien «más listo que un caballo pero no más listo que un tractor») y que, de alguna perversa y bizarra manera, conecta con esa saludable tradición norteamericana de los narradores de espacios abiertos. Nombres y paisajes que arrancan con Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, James Fenimore Cooper y Mark Twain, entronca con Ernest Hemingway, Norman Maclean y Wallace Stegner, y llega hasta nuestros días de la mano de Rick Bass, David James Duncan, David Guterson, Jim Harrison y Peter Matthissen. Ya saben: seres duros e iluminados jugando en el bosque a juegos muy peligrosos en los que siempre, el hombre es el lobo del hombre. Y, claro está, es un lobo feroz. Siempre.



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30 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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