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Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (4)

Hasta donde sabemos, el universo en su expresión más minúscula está regido por las leyes de la física cuántica. Lo que los científicos dicen al respecto es que, en el dominio de los fotones y de los electrones, lo único cierto es la incertidumbre. Está claro que podemos prever ciertos comportamientos aun cuando no podamos explicar sus porqués, del mismo modo en que muchos de nosotros conducimos automóviles y utilizamos iPhones sin tener la más mínima noción de la tecnología que hace posible su funcionamiento. Pero en lo que respecta a la exótica familia cuántica, ni siquiera los mejores científicos son capaces de transmitir mucho. En 1929 el científico Arthur Eddington trató de sintetizar el dilema en su libro The Nature of the Physical World, diciendo lo siguiente: "Algo que desconocemos está haciendo una cosa que no sabemos qué es". Y como todavía no estaba convencido de haber explicado esta incertidumbre con la elocuencia necesaria, recurrió a unos versos de Jabberwocky de Lewis Carroll ("The slithy toves / Did gyre and gymbal in the wabe") que resultan virtualmente intraducibles, pero que alguien se atrevió a españolizar diciendo, por ejemplo, que agiliscosos giroscaban los limazones.

         Y esto, entiéndanlo, es lo más parecido a una definición precisa con que contamos en materia de física cuántica.

         Lo que quiero decir es lo siguiente. Durante siglos la religión fue una de las invenciones que, a su manera, explicaba la incertidumbre que es lo único cierto en nuestras vidas. Pero con el correr del tiempo sus interpretaciones archivaron el misterio que estaba en el corazón de su mística para apegarse a la peor, la más torpe de sus herramientas: los dogmas. Hoy en día las religiones suelen limitarse a la prédica de visiones reduccionistas, que no están a la altura imaginativa del universo que nos contiene. Dado lo cual nos quedan tan sólo dos disciplinas que permanecen en contacto con la naturaleza de la existencia, tal como se nos ha ido revelando a lo largo de la Historia: en primer lugar la ciencia (que más allá de su apego a los datos comprobables, ha hecho un uso prodigioso de la imaginación para explicarnos la esencia del tiempo, la multiplicidad de lo real y muchas otras cosas que muy pero muy lentamente van modificando nuestra percepción de lo que es) y en último término -como ya lo habrán conjeturado, quiero creer- el arte.

         Dentro del arte mismo, la literatura sigue desempeñando un rol central en el altar del conocimiento humano, por su capacidad de expresar pensamientos y sentimientos tan complejos como (en apariencia, al menos) contradictorios. Para volver a una analogía científica: las computadoras u ordenadores convencionales almacenan y manipulan información codificada en dígitos binarios, o sea múltiples combinaciones de tan sólo dos cifras: 0 y 1. O para ponerlo de otro modo: cuando no es 0 es 1 y viceversa sin otra variante posible, de la misma manera en que un switch sólo puede estar o encendido o apagado. Pero las computadoras u ordenadores cuánticos que sin duda redefinirán nuestro futuro dependen de combinatorias que desafían no sólo la física newtoniana, sino nuestra noción de la lógica. En una máquina cuántica de esta naturaleza -¡al igual que en una novela!- algo puede ser y no ser al mismo tiempo, y además ser pasado y futuro a la vez, y por cierto también ocurrir arriba y abajo en simultáneo.

         La ciencia ha debido andar siglos, reinventándose a sí misma una y otra vez, para llegar a sugerir algo -empezando por la característica ilusoria de lo real, siguiendo por la necesidad de desafiar a la lógica cartesiana y llegando, al fin, a la prueba de la existencia de infinitos universos en paralelo- que el arte venía insinuando desde el principio. Y pensar que todavía hay gente que sigue sostienendo que la novela está acabada... En todo caso habría que decir que el mundo estaría llegando, ¡por fin!, a ponerse a tiro de comprender la búsqueda en que la literatura está empeñada desde El cantar de Gilgamesh en adelante.

 

(Continuará.)



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China en Fráncfort

cartel. Fuente: fbfHace una semana, varios post atrás, dije erróneamente que este año Argentina era el País Invitado de Honor de la Feria del Libro de Fráncfort que se inicia el 14 de octubre. No lo es. Es China. Argentina lo será recién en el 2010. Aunque da lo mismo, los agentes, escritores y editores argentinos desde ya están moviendo traducciones, ventas de libros y exposiciones porque un año no es nada. Por lo pronto, en Alemania andan preocupados por la presencia China a 20 años de la matanza de de Tiananmen y en medio de ataques contra la falta de libertades civiles que aún se sufren en el país asiático. Dice la nota en Ñ: Ya en las semanas anteriores, surgieron muchas voces críticas que se preguntaban si no había sido un error la elección de China como invitado de honor, en vista de la situación de los Derechos Humanos en el país y las evidentes carencias que existen en lo que a la libertad de expresión se refiere. El director de la Feria, Jürgen Boos, sin embargo, ha insistido permanentemente en que la presencia de China en Fráncfort precisamente obligará a ese país a entrar en una discusión abierta sobre temas relacionados con los Derechos Humanos y la censura. El argumento esgrimido habitualmente por Boos es que más de la mitad de los actos relacionados con China que tendrán lugar durante la Feria serán independientes de la representación oficial y estarán organizados por ONGs, editoriales independientes e instituciones privadas. La presencia de algunos autores como Mo Yan o el Premio Nobel de Literatura Gao Xingjian, que vive exiliado en Francia y adquirió la nacionalidad francesa, hacen esperar que la visión que se dé de China no vaya a ser sólo la oficial, sino que las periféricas darán lugar a discusiones que pueden tornarse álgidas. (...) El paso de los días mostrará si los chinos se confrontan con las críticas -que las habrá como puede verse con sólo echar una mirada al programa de actividades de la Feria- si las rechazan con indignación o si sencillamente las ignoran y, en lugar de un diálogo crítico, lo que termina habiendo son monólogos aislados. La estructura de la Feria da pie para esto último ya que su gigantismo hace posible que en un pabellón nadie se entere de lo que está pasando en los otros. En todo caso, rara vez -ni siquiera en el caso también polémico del mundo árabe- se había discutido tanto sobre el invitado de honor antes de una edición de la Feria.



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dracula 2.0

Drácula caramelo. Fuente: emiliomarquez Ian Holt "experto draculino" y el sobrino-bisnieto de Bram Stocker, Dacre Stoker, han sido los llamados para hacer una nueva versión de Drácula (Dracula, el no muerto). Los resultados, solo Rodrigo Fresán puede saberlo. Solo él se atrevería a leer -con curiosidad y maldad- un despropósito como aquel. Y encima, reseñarlo. Dice:(...) lo cierto es que, en principio, la cosa tiene la gracia de la mejor fanfiction y recuerda un tanto a aquellos pastiches sherlockholmesianos de Nicholas Meyer donde el detective de Baker St. unía fuerzas con Freud. Con prosa funcional y sin adornos -el primer Stoker tampoco era lo que se dice un estilista, aunque sí un brillante administrador del tempo dramático y de la omnipresente ausencia del monstruo-, el descendiente y su cómplice nos devuelven a las vidas de Mina Harker & Co. veinticinco años después de aquel final en los Cárpatos. Y Stoker y Holt no se andan con demasiadas vueltas: descartan casi de entrada el trabajado y admirable formato docu-epistolar de muchas voces y firmas del original, y nos zambullen, linealmente, en una trama un tanto alocada. Allí, destacan los toques metaficcionales (todo sucede mientras se monta una versión teatral de Drácula, a cargo del mismísimo Bram Stoker), aparecen figuras ya invocadas en otras ocasiones (la «vampira invitada» Elizabeth Bathory y la siempre funcional y multiuso sombra de Jack el Destripador), se hacen guiños y gracias un tanto torpes (ese Doctor Langella, ese Sargento Lee al que, afortunadamente, no se les suma ningún periodista de nombre Lugosi), se espolvorea todo con prestigiosos nombres reales (Charles Chaplin, John Barrymore?), se cruza varias veces el Canal de La Mancha y, last but not least, se proponen varias innovaciones y enmiendas a un mito que no las necesitó nunca y sigue sin necesitarlas. De las tres «sorpresas» que propone Drácula, el no muerto, dos son perfectamente predecibles para un lector medianamente curtido en estas lides. La tercera de ellas resulta, en cambio, imposible de anticipar por todas las razones incorrectas. Es decir: es ridícula, injustificable y del todo inverosímil. Por motivos obvios no la comentaré aquí. Sólo diré que es el equivalente a que la pastoral vida de Heidi se continuara con la niña asesinando a Pedro y al abuelito para enseguida ponerse al servicio de Hitler como asesina en serie de noche y actriz favorita de Leni Riefenstahl de día. Un prescindible último chiste con Titanic incluido remata la empresa y -paradójicamente o no- lo mejor de todo llega con las páginas de notas finales (varias de ellas, las más «divertidas», por algún motivo ausentes en la edición española) y agradecimientos a cargo de los dos verdaderos monstruos de este libro. Allí, Ian Holt y Dacre Stoker -amparados y bendecidos por Elizabeth Miller, catedrática especializada en las idas y vueltas del inmortal transilvano- explican, o más bien confiesan, con todo detalle, cómo se gestó esta empresa y cómo resolvieron «con sentido del deber y responsabilidad familiar» reclamar los derechos legales del vampiro en cuestión y hacer realidad «un sueño de años». Allí, Stoker y Holt se presentan como justicieros; pero suenan demasiado parecidos a los personajes de Los productores de Mel Brooks y, por pudor, omiten el detalle de que esta labour of love les ha significado un millón de libras esterlinas y una adaptación cinematográfica en curso. No hay problema. Todos los mercaderes tienen derecho a reclamar su litro de sangre; pero se desearía que lo hicieran con un poco más de gracia y no mostrando tanto los colmillos. Leyendo estos apéndices de Drácula, el no muerto uno no puede evitar pensar que es aquí donde está la auténtica continuación, la posibilidad de una gran novela. Saul Bellow o Robertson Davies podrían haber escrito algo magistral con las vidas y la obra de estos dos pícaros chupasangre. Mientras tanto, desde hace tanto tiempo, el conde Drácula sigue sin descansar en paz. Pero después de todo esto, seguro, duerme mucho peor. No hay que olvidarlo: no tomarás el nombre de D. en vano.



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fin de Curso

Como ya anuncié en el post anterior, esta es la última entrada correspondiente al curso que iniciamos hace ya casi dos años atrás y que ha servido sobre todo para que muchos de ustedes se conozcan y conozcan además que escribir es un oficio apasionante que requiere mucha dedicación.  Decía Julio Ramón Ribeyro que había escritores que hablaban mucho, escribían poco y publicaban menos: son aquellos que gustan del relumbrón de la literatura más que de la literatura misma. Son quienes sólo ven en este oficio la parte supuestamente más dulce y hasta cierto punto vana, los que sueñan con un éxito, modesto o superlativo, que compense todas las fatigas que no han sufrido pero que han imaginado. Y en este curso, por fortuna, hemos encontrado a la gente que se entusiasma de verdad con el hecho de escribir y tiene la ilusión de hacerlo cada día mejor, para lo cual escribe mucho, pero sobre todo corrige mucho. ¡Cómo se nota el trabajo! Hemos visto las mejoras en los ejercicios quincena a quincena, y algunos de ustedes nos han dado la alegría de hacernos conocedores de los premios que han recibido en todo este tiempo. De manera que aunque el curso se haya acabado, confiamos en que sigan escribiendo y proponiéndose ejercicios, pues no sólo se dedica el tiempo a escribir los cuentos y novelas que quieran escribir: también es necesario un poco de "gimnasio literario" para tonificar los músculos creativos: descripciones, personajes, diálogos, tramas... todo sirve para escribir mejor.

A partir de ahora procuraré colgar post relacionados fundamentalmente con libros, pero también pequeñas observaciones cotidianas, en lo posible relacionadas con la literatura. Y espero que nos sigamos viendo por aquí. 



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tras el mal

No me canso de repetirme y de repetir a los demás que "no hay mal que por bien no venga". El mal viene solo la mayoría de las veces pero contra esa jactancia se alza la opción de sacarle provecho a la contrariedad. Los espacios que el mal abre sin buena intención no son, en la mayoría de los casos, sepulturas sino grandes o imprevisibles oportunidades de sorpresa y gozo. Contra la cara oscura que trae el mal el rostro más allá con una inesperada estampa soleada. No es sólo se trata de un consejo consolatorio, Diría que se acerca a las hechuras de la máxima verdad, tan rotundas como perfumadas y  mágicas.



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más sobre Saturno y sus nietos

No había leído enteras las ?Memorias de un guerrillero cubano desconocido? cuando escribí hace una semana acerca de un libro, ?Un asunto sensible. Tres historias cubanas de crimen y traición? (Mondadori), que se convertirá en trascendental para entender la Cuba de los Castro. Tenía la idea que me habían suministrado algunos adelantos en blogs cubanos y el mensaje e mail que me mandó su autor, Juan Juan Almeida, desde La Habana, en el que pedía que lo leyera y le diera mi opinión. Ahora ya lo he leído entero y he podido hacerme una idea del valor del libro y del testimonio que nos da su autor, miembro de la nomenclatura castrista hasta hace pocos años y ahora declarado y tratado como un paria por sus propios ?compañeros? de antaño, hasta el punto de que le impidieron asistir a las exequias oficiales por su padre, el comandante de la Revolución Juan Almeida, fallecido el pasado 11 de septiembre y le impiden también salir de Cuba como es su deseo y le aconsejan sus médicos para tratarse de una grave dolencia.

Las memorias de Juan Juan documentan a la perfección la tesis del libro de Miguel Barroso. La Revolución devora a sus hijos y si estos se ponen a resguardo, como supo hacer astutamente el comandante Almeida, entonces se zampa bonitamente a sus nietos. No estamos hablando de una entelequia: los saturnos devoradores y hambrientos que tan bien encarnan a la quimera de la transformación radical son los hermanos Castro, dictadores de uno en uno, en ocasiones al alimón, y en complicidad siempre, mientras les dure el cortijo en el que son dueños únicos y sin discusión. Almeida era el teórico número tres, y Juan Juan era como un hijo más para Raul Castro, y sin embargo queda bien claro que allí no hay instituciones ni gobiernos, ni partido ni reglas de juego, ni amigos ni familias: sólo manda Fidel y en su lugar Raúl, su hermano, un gobierno de los hombres y no de las leyes iguales para todos, que es la definición más sutil de la dictadura. Si Fidel se nos aparece directamente de interrogador y de testigo en el libro de Barroso, es Raúl quien lo hace en el de Almeida, y con palabras tensas, cargadas, evocadoras de hechos trascendentales, quizás los más trascendentales de la historia de la dictadura: ?Ahí donde estás sentado estuvo sentado Ochoa y por no decirme la verdad mira lo que pasó?. Arnaldo Ochoa fue fusilado en 1989, el año de la caída del Muro, sin que nada sirviera para ablandar a los Castro: su condición de general, sus numerosos servicios al castrismo, sus actuaciones militares en Africa y los honores recibidos como Héroe de la Revolución. Más bien al contrario: sabiendo de su formación militar en la Academia Frunze de Moscú, su perfecto dominio del ruso y su conocimiento de la evolución de la vida soviética con Gorbachev, es muy probable que todos sus méritos no fueran más que agravantes de la acusación fabricada por el régimen ?tráfico de drogas y corrupción? con la que se le condujo al paredón. Nada que ver con el caso de Juan Juan. Está claro que si Raúl le interroga es porque es de la familia y porque los hermanos están en todo y se ocupan de todo: a fin de cuentas, suyo es el entero cortijo. Y está claro también que iba a despojarle de todos los privilegios y castigarle, pero sin tomarse la molestia de juzgarle o encarcelarle. Aunque vamos a ver qué sucede a partir de ahora si nuestro amigo habanero sigue protestando, resistiendo y molestando como está haciendo. En todo caso, además de su valioso testimonio sobre cómo se trata a las familias de la nomenclatura cuando van mal dadas, Juan Juan ha producido ya en su libro una de las mejores descripciones sobre cómo es el ?hombre nuevo? creado y criado por el castrismo. Veamos: ?Yo soy sólo un ser humano que se crió y formó entre corruptos, inmodestos y modernos corsarios que jugaron a ser estrictos, sencillos y guardianes del honor, pero olvidaron callar frente a los niños. Porque ese niño creció admirando esos vicios heroicos y vandálicos que apologetizaron nuestros líderes haciéndome ver que el asalto a un cuartel, en un país con leyes, puede ser una cosa justa. Haciéndome ver que subvertir países con ideas extranjeras, usando métodos ilegales, era algo necesario. Haciéndome ver que los problemas del Estado se solucionan más fácilmente si ahuyentamos a nuestros propios ciudadanos. Haciéndome ver que repudiar, desprestigiar, pisotear, golpear, escupir o encarcelar era una buena opción para aquellos que no piensan como el sistema exige. Haciéndome ver que el pueblo es una masa amorfa y lejana a la que se tiene en cuenta desde un estrado para elogiarla un poco, azuzarla otro tanto y luego regresar al aire acondicionado. Me hicieron ver tantas y tantas cosas que terminé confundido como millones de cubanos que no sabemos la diferencia exacta entre el bien y el mal. Nunca lo interioricé porque ser guerrillero encerró mucho placer, hasta que un día, y así comienza mi libro, mi historia, y mi novela, se me vino el mundo encima?. (Enlaces: con Nietos de saturno, con el editor de Juan Juan Almeida.)



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12 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (3)

“Hay un viejo dictum que siempre me ha parecido uno de los más superficiales e idiotas, producto de alguien que visiblemente no era un novelista”, sostiene Juan Gabriel Vásquez en El arte de la distorsión. Y ese dictum es el siguiente: ‘Escribe sobre lo que conoces’.

Escribir sobre lo que ya sabemos equivale a contemplarse en un espejo. Y no en un espejo extraño o deformante como los de las ferias, ni tampoco en uno que invite a atraversarlo como aquel tan caro a Lewis Carroll, sino en un espejo convencional, de esos que se rompen si uno los embiste, y que nunca nos devuelven otra cosa que los rasgos que ya nos sabemos de memoria. Cuando lo que uno debería hacer cuando se lanza a escribir es, por supuesto, todo lo contrario.

         En uno de los capítulos más lúcidos de su libro, aquel que tituló Literatura de inquilinos, Vásquez sostiene que la mejor carta con que cuenta un escritor es, más bien, su desconocimiento. “… El verbo inventar viene del latín invenire, que significa ‘encontrar’”, dice, lo cual torna inevitable la conclusión: el oficio de escritor “consiste precisamente en buscar”.

         Por supuesto, esto no significa que un escritor tenga prohibido hablar de sí mismo. (Nadie escribe por otra razón que su propio deseo, ni de otra cosa que no sean sus obsesiones.) Ni que haya que evitar referirse a circunstancias familiares, o cuanto menos que le resulten conocidas. Lo que marca la diferencia es la actitud con que se narra. Aun cuando vaya a contar la historia de alguien que se le parece mucho y que atraviesa una situación idéntica a la suya, lo primero que hace el escritor genuino es tratar de perderse. Renuncia a lo familiar, se desprende de sus seguridades, extravía bastones y muletas, se desinstala, abandona (aunque más no sea metafóricamente) su hogar, porque sabe que no producirá nada valioso a no ser que escriba desde un lugar (del alma, pero lugar al fin) que le resulte terriblemente incómodo.

Por eso se procura un espejo roto, dañado o mal hecho, que le permita desconocer la imagen que lo mira. Y se lanza a narrar la aventura de ese extrañamiento. Porque el escritor de verdad, y por extensión el artista, nunca habla de lo que sabe. ¿Cuál sería la gracia de escribir si uno sólo fuese a dar cuenta de aquello que ya tiene claro?

Vásquez cita una frase de Philip Roth en la novela llamada (del modo más oportuno) Deception, que abre una posibilidad inquietante. Al decir que la vida es “ficción ligeramente torcida”, Roth parece sugerir que nuestras vidas son el espejo que distorsiona, y que la ficción es más bien la imagen original, clara y distinta –el ideal platónico que embarramos a diario.

De cualquiera de los dos modos (leamos de izquierda a derecha o de derecha a izquierda), lo que resulta indiscutible es que vida y ficción sostienen una relación especular; y que preguntarse por qué creamos –y por ende por qué leemos- se parece mucho a preguntar no sólo por qué vivimos, sino además por qué decidimos seguir viviendo.

 

(Continuará.)



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11 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Arquitectura de la urgencia

Click here to view the embedded video. En la madrugada quitaron los primeros ladrillos de la tapia exterior, para venderlos ?cada uno? a tres pesos en el mercado negro. Como una legión de hormigas, los más pobres de la zona tomaron la vieja fábrica clausurada y comenzaron a desmontarla. En la esquina unos niños vigilaban por si la policía se acercaba, mientras los padres cernían el residuo de los escombros para extraer recebo. Las hábiles manos tumbaban durante el día y acarreaban en la noche, esos materiales de construcción que les permitirían levantar sus propias casas. Después de tres semanas, de las enormes naves techadas sólo quedaban el suelo y unas columnas que se erguían en el vacío. Todo lo que se podía usar había sido trasladado hacia territorio de necesidades, había pasado a fomentar la arquitectura de la urgencia. En una isla donde adquirir cemento, bloques o acero es comparable a conseguir un poco de polvo lunar, destruir para edificar se ha convertido en una práctica común. Hay especialistas en sacar intacto un ladrillo de barro después de ochenta años incrustado en una pared, peritos en despegar los azulejos de una mansión demolida y diestros ?deconstructores? que extraen las vigas de metal de los derrumbes. Usan lo rescatado para crear su propio espacio habitable, en un país en el que nadie puede comprar ?legalmente? una casa. Sus ?canteras? principales son aquellas viviendas que se han venido abajo o los centros laborales que la desidia estatal abandona durante largos años. Caen sobre ellos con una eficiencia en el despojo que ya quisieran tener los adormilados albañiles que laboran por un salario. Entre estos diestros recicladores, algunos han muerto al desplomarse un techo o al caer un muro que habían agujereado demasiado en su base. Pero de vez en cuando la suerte también les sonríe y encuentran una taza de baño sin rajaduras o un tomacorriente que ?en la prisa? los dueños de la casa derruida no pudieron llevarse. A kilómetros del sitio del saqueo, una pequeña morada de lata y zinc comienza a cambiar lentamente. Le han añadido las baldosas del edificio que se desplomó en Neptuno y Águila, un pedazo de la reja exterior del palacete abandonado en la calle Línea y hasta un vitral arrancado de un convento en la Habana Vieja. Dentro de este hogar, fruto del pillaje, una familia ?igual de saqueada por la vida? sueña con la próxima fábrica que desmantelarán y cargarán sobre sus hombros. * Poema “Plan económico” de Amaury Pacheco, leído por el autor.



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11 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿A quién molesta este Nobel?

No por lo que ha hecho, sino por lo que hará. No como un reconocimiento, sino como un compromiso. Ni como un laurel, sino como una carga. Así lo ha entendido el premiado, que recibió la noticia con un discurso en el que transfirió todo el mérito del premio a las ansias que tiene el mundo por contar con unos Estados Unidos que hagan avanzar la paz y el desarme. No suele suceder en la historia de los Nobel de la Paz, que sirven para reconocer méritos efectivos y tangibles, no meramente potenciales o intencionales, en algunos casos por encima de la categoría moral de quienes los han conseguido. Gracias a este sistema, hay en la lista de galardonados algunas personalidades que bien pudieran haber comparecido también ante un tribunal internacional por crímenes de guerra.

El jurado, fiel a la tradición del premio, quiere galardonar a quienes se han esforzado por evitar o terminar guerras y conflictos armados, han construido organizaciones internacionales para mantener la paz y han privilegiado el multilateralismo. Los dos presidentes norteamericanos en ejercicio que lo han recibido, Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, no eran precisamente unos pacifistas, pero el primero vio premiados sus esfuerzos para poner fin a la guerra entre Japón y Rusia entre 1904 y 1905, y el segundo por sus famosos Catorce Puntos, principios regidos por la idea de un orden internacional justo, en el que las naciones se autodeterminarían libremente, con los que se puso fin a la Primera Guerra Mundial. Un tercer presidente, Jimmy Carter, lo recibió en 2002 por su mediación en conflictos, pero el jurado reconoció que sus mayores méritos habían sido los acuerdos de Camp David, de 1978, entre Egipto e Israel, si bien no se le pudo premiar entonces debido a un problema burocrático y fueron nominados en cambio el presidente egipcio Anwar el Sadat y el primer ministro israelí Menajem Begin. Nada de esto ha conseguido todavía Obama. No es extraña la estupefacción. Destaca, sin embargo, la lista de los indignados por el premio, mezclados enemigos y adversarios de todos los extremos, desde los talibanes y Hamás hasta los halcones israelíes, los amigos de Aznar y Bush, neocons, teocons y cons. Luego está la lista de los escépticos, encabezada por Obama mismo. Sabe que no se lo merece y que deberá esforzarse por merecérselo. Sobre todo porque las cosas no le van nada bien. Tiene muchos frentes abiertos y todavía no ha cosechado ni un resultado. Ha esmaltado sus nueve meses de presidencia con bellos discursos, quizás los más bellos discursos jamás pronunciados por un presidente norteamericano, pero necesita con urgencia que empiece la cosecha en alguno de estos pedregosos campos donde ha labrado y sembrado. Este premio puede ayudarle, pero también dañarle. Es un aguijón. Y una amplificación todavía mayor de su proyección internacional, además del reforzamiento de esta marca tan potente. Pero también una elevación sideral de las expectativas y, en consecuencia, de las posibilidades de decepción y de fracaso. Lo peor sería que se lo creyera. Que se diera por satisfecho con la que ha hecho hasta ahora. Nadie se lo perdonaría. Ni él mismo.



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10 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Prostitutas

 

 

            Primero fue la calle de la Ballesta, luego Montera, después o al mismo tiempo la Casa de Campo, pasando por las dudosas sombras del Parque del Oeste, etc. etc. Prostitutas a la intemperie con tanga y botas altas y carne de gallina por el frío. Las veía de todas las clases y colores cuando atravesaba la Casa de Campo para ir a la radio hace unos años. Me incomodaba mucho verlas y sobre todo verlas al mismo tiempo que el taxista. A veces pasábamos en silencio entre aquel bosque de carne  comentando el asunto como si fuésemos dos antropólogos en la selva del vicio. Y siempre acabábamos diciendo lo de "pobres mujeres". Más o menos el mismo sentimiento de rechazo y aprensión tuvimos, por la misma época, un grupo de escritoras y periodistas en la Zona Roja de Ámsterdam, en que se agolpaban gigantescos corrillos de hombres frente a los famosos escaparates, algunos simplemente para reírse de las prostitutas. Recuerdo que a una de las nuestras, demasiado sensible al tema, le afectó tanto el ambiente que se puso enferma y tuvimos que llevarla al hotel. Pobres mujeres, repetíamos abriéndonos paso por aquel botellón del sexo. Aunque, si no nos ponemos paternalistas, tendríamos que reconocer que estamos cansados de ver a pobres mujeres arrastrando las bolsas de la compra desde un mercadillo en el quinto pino para ahorrarse dos euros en la fruta, o a esas africanas que tienen que ir a buscar agua a varios kilómetros mientras sus hombres están untándose barro en el poblado, o niñas de diez años cuidando de una caterva de hermanos.

Es curioso que estos ambientes que los hombres buscan para alegrarse la vida tengan un aire tan tristón y deprimente. Hay algo muy amargo en la mirada de la prostituta de calle, que tal vez no sea tan evidente en la de lujo. Prostitutas sí, no putas. La palabra prostituta es más clara en el sentido de compra-venta de un servicio que la de puta. "Puta" ha sido y es un insulto terrible, lanzado como un misil para castigar la falta de obediencia de la mujer y su derecho a usar su cuerpo como le dé la gana. Puta puede ser cualquiera que se salga de los límites que le han marcado. La palabra puta ha servido para arrinconarnos en un sentimiento pudibundo, y esto es algo que algunas generaciones hemos llevado grabado a fuego en nuestra conciencia y nos ha quitado vida.   

Pero volvamos a la Casa de Campo, donde casi siempre detrás de las pobres mujeres había una cola increíble de coches. Sucedía a las tres de la tarde, hora de estar comiendo, por lo que alguno que otro haría tiempo hablando con su esposa por el móvil: pues aquí estoy esperando en la cola del bufé.

            Ante esta apabullante visión un taxista filósofo me explicó que los hombres tienen una sexualidad muy, muy complicada. Le pregunté qué quería decir con eso. Pero se limitó a cabecear muy serio mientras me devolvía el cambio y a repetir: muy complicada. Mejor dejarlo ahí, mejor no saber más. Parecía que sus palabras le daban otra trascendencia al putiferio de la Casa de Campo, como si las pobres mujeres fueran imprescindibles para que los hombres no se volvieran locos. Al mismo tiempo todo el mundo se quejaba de que mientras los niños hacían deporte se tropezaran con culos al aire y preservativos. Normal. No queremos que nuestros hijos piensen que también ellos están condenados a ser unos repugnantes salidos que se encontrarán con una prostituta o un chapero en cualquier árbol, calle, portal o pared.  La pregunta es ¿qué se hace con estos hombres de mente complicada? Y otra ¿quiénes somos para negarle a una mujer u hombre su libertad a la hora de elegir cómo ganarse el sustento? Y otra ¿qué hacemos con unos políticos que cuando no saben qué hacer para solucionar un problema no hacen nada? Las distintas corrientes manifiestan una buena empanada mental en esta cuestión y quizá es uno de los pocos casos en que las posiciones se cruzan sin orden ni concierto. Demasiadas consideraciones morales para acabar cogiéndosela con papel de fumar. Lo que no se puede negar es que la prostitución existe y que es un negocio. Como negocio, no estaría mal que la empleada del sexo pagase sus impuestos igual que la señora que trabaja en una fábrica. Y por supuesto su regulación exigiría un mayor control sanitario. Desde luego el no legalizar esta extendida y demandada práctica no va a acabar con el tráfico de mujeres, ni con las mafias, ni con la esclavitud sexual. El no hacer nada no va a solucionar nada. Una diputada de CIU dijo a modo de explicación "es una cuestión muy compleja". Ya lo había dicho el taxista.



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10 de octubre de 2009
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