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Sobre el presente del pasado

Contra lo que opinan algunos pensadores intoxicados de futuro, seguramente es cierto que cualquiera tiempo pasado fue mejor, pero sólo porque ya ha pasado y por lo tanto es irremediable, lo que le da ventaja sobre la incertidumbre del presente y también una indudable superioridad sobre el futuro cuya opacidad permite que en su nombre se enriquezca el ejército de la publicidad. Al fin y al cabo el verso lo escribió un joven de treinta y pocos años cuyo padre muerto no precisaba de copla alguna, pero sí de un canto fúnebre que celebrara el alivio que supone entrar en el pasado para siempre.

    Sin embargo, quizás esta suavidad emocional del pasado sea sólo aplicable a los grandes conjuntos. Sin excepción, el pasado de todos los muertos fue mejor que su presente. Lo que viene a decir que la inquietud de los vivos es preferible a cualquier tiempo futuro o pasado, aunque no sea lo mejor. Otro poeta muy distinto de Manrique lo expuso con propiedad bancaria: "todo tiempo es irredimible", porque pasado y futuro están siendo constantemente generados por el terror del presente, el cual trata de ser más llevadero gracias a sus engendros. Y aún otro poeta, tan distinto de Eliot, le dio forma de epitafio: es la eternidad lo que nos cambia en nosotros mismos, dijo ("Tel qu'en lui même, etc"). Nos cambia de modo concluyente porque ya no podremos rectificar el yo que íbamos siendo antes de morir.

    Estos poetas han comprendido el fardo que soportamos para caminar en el presente, a saber, que el pasado sólo es mejor porque siempre está acabado y el futuro no se acaba nunca. Dos condenas penosísimas que nos dejan a solas con nuestro presente, engendrando pasados y futuros que nos justifiquen. Pero si no soñamos, si hurgamos en la materia muerta que es para nosotros lo concluido, topamos con algo aún más desolador: el placer y el dolor, el gozo y el sufrimiento, la satisfacción y el resentimiento, son los mismos para cada cual, aunque puedan componerse ideales pinturas de un feliz pasado colectivo. Uno a uno, nadie que haya vivido recibió más que nosotros; tampoco ninguno de nosotros recibirá más de lo que reciban sus sucesores. La economía del gozo y el dolor gestiona una materia prima discreta. El reparto es siempre equitativo. Hay novedades contra el pasado, como la aminoración del dolor gracias a los fármacos, pero sólo es una mejora para los grandes conjuntos. Uno a uno, aquellos que se han librado de un dolor que antes no podía aliviarse, no por ello han aumentado el calibre de su felicidad, porque ésta, como la desdicha, siempre es la misma y de igual peso, azarosa y sin medida. No hay ciencia de lo particular.

    Mi padre aún conoció la diligencia cuando de niño la familia tomaba sus vacaciones veraniegas. Tardaban dos días en llegar a La Selva, donde mis abuelos encontraban algo de frescor para las cinco criaturas. Era un viaje infernal que los cubría de polvo, sudor y fatiga, destrozaba los nervios de los padres y enloquecía a los niños que, en aquellos años del primer tercio del siglo XX, debían además callar y ahogar el llanto porque un niño era sólo un niño y no una lujosa mercancía. Sin embargo, no me cabe duda de que el viaje, comparado con la hora escasa que hoy viene a durar en coche, no era peor para cada uno de aquellos personajes. Sólo en términos colectivos podría decirse (y aún esto sería dudoso) que el invento del automóvil ha traído una gran felicidad a las familias que toman vacaciones en agosto. ¿Mayor felicidad? En el mejor de los casos, la misma.

    Vivimos inmersos en la persuasión de que la Segunda República española fue un momento esplendoroso y que debe restablecerse lo antes posible. Olvidamos que esa restitución debería expulsar al 80% de la población a las faenas agrícolas, someter a otra buena parte a la malaria, el bocio, la pelagra o la lepra y convertir a la casi totalidad de la población en analfabeta. Porque lo uno iba con lo otro y de no haber sido así nos habríamos ahorrado una guerra civil. Si se eliminan ensoñadamente las condiciones materiales del pasado, entonces no es que todo tiempo pasado haya sido mejor, sino que el presente es sólo la ruina que queda en un campo arrasado. Los vivos seríamos el estiércol de una tierra en la que sólo florecen los muertos.

    Los sueños colectivos de un pasado ideal son el delirio que viene a salvar la escatología católica. Son también una renovación de la fusta reaccionaria, aunque ahora la Gloria eterna predicada por el párroco sea el Glorioso pasado predicado por los políticos nacionales que soportan mal lo híbrido y movedizo del presente. La necesidad de certezas empuja a quien tiene corazón de rumiante a buscar refugio en cualquier Paraíso histórico.

    Todo lo cual me asalta tras la lectura de un libro que hubo de esperar veinte años a que lo abriera, pero el presente es justo: yo tenía que abrirlo ahora y de haberlo leído antes es probable que no me hubiese conmovido. El notario sardo Salvatore Satta, jurista de la gran tradición romana, dejó entre sus pertenencias un manuscrito que, tras ser editado por su heredero, se convirtió en uno de los retratos más exactos, desolados, piadosos, sagaces e implacables de la vida en las pequeñas ciudades a comienzos del siglo pasado. La ciudad era Nuoro, en el centro de Cerdeña, pero bien podía haber sido Vich, Cuenca, Pamplona o Vigo. Todas aquellas ciudades provinciales, sin apenas comunicación con los dinámicos centros del capital, sin televisiones, radios, teléfonos, y sólo las más afortunadas con un diario, vivían como si la revolución francesa no hubiera existido. Es la Vetusta de Clarín, el Palermo de Lampedusa, la Mallorca de Bearn, el mundo asfixiado, cerril, profundamente malévolo de Mme Bovary, que se prolongó hasta la segunda guerra mundial. Para Satta, ese tiempo pasado no fue mejor.

    En Nuoro sólo hay un sentimiento de relación y es el odio. Así se mantienen unidas las personas en prieta granada de hostilidad, pero también es el odio la pasión que los apiña frente al forastero. Su identidad se forja con el odio mutuo y el odio a lo extraño, aunque para aquella gente era extranjero quien vivía a veinte kilómetros, por no hablar de Italia, ente hiperbólico que sólo generaba sarcasmos. Cuando en alguna ocasión aterrizaba por allí un funcionario italiano se generaba una comedia de enredo a lo Gogol, híbrida de agasajo usurario y befa aldeana. El funcionario tenía la impresión de haber sido lanzado sobre África y huía espantado.

    Aún es posible percibir esa atmósfera irrespirable, tan agudamente descrita por el notario Satta en "Il giorno del giudizzio" (hay edición española en Anagrama), conservada intacta en algunas sociedades levíticas, pero ciertamente fue la extensión de la metrópolis tecnificada, hasta ocupar la totalidad del territorio, lo que limpió a las ciudades provincianas de su telaraña feudal y esa forma perversa del miedo que es el odio al forastero. Creo que puede decirse que las poblaciones del odio han sido mejoradas por el tiempo presente gracias a la debilitación de los mitos locales (por la potencia de los mitos mediáticos), si bien subsisten las castas y sus altares míticos.

No obstante, es probable que los habitantes de las regiones del rencor colectivo, tomados uno a uno, no por vivir inmersos en el odio vivieron un ápice más de desdicha que sus sucesores, porque todo tiempo es irredimible para cada cual. Sí, es cierto: en los pueblos amurallados contra lo ajeno, pueblos endogámicos de alma bovina, todo tiempo pasado fue mejor para los muertos.

 

Artículo publicado el viernes 16 de octubre de 2009.

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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El triunfo del amateur

La simpatía, el optimismo, la irresponsabilidad y hasta la alegría de vivir que desprende la figura del amateur frente a la seriedad del profesional, ha venido a ocupar ya casi todos los territorios de la cultura contemporánea. De una parte es gracioso que el blogger sea escritor, que el garabato pasando o no por el graffiti sea la pintura y que los videos caseros se conviertan en material del auténtico cine.

Sin embargo, cada uno de estas traslaciones, actúa como una feroz  degradación del producto bien hecho, exigente y refinado. The Cult of amateur   se llama un libro aparecido en Estados Unidos en 2007 donde su autor Andrew Keen realiza un examen de estos fenómenos que cambian el contenido y la naturaleza de la cultura, hacen de sus alimentos un fast food generalizado y crean, al cabo, tanto un olvido de la perfección  como un modo alternativo poderoso en la formación del gusto, sea de la juventud, de sus tíos y de sus primos.

Por ejemplo dice Keen que, muy probablemente, tanto MySpace como Facebook están creando una tóxica cultura de narcisismo digital; que las fuentes abiertas, los diferentes wikis y wikipedias van minando la autoridad de los profesores en sus clases y tutorías; y que, en definitiva, la generación YouTube tiende a estar cada vez más interesada -o exclusivamente interesada- en la autoexpresión  y no en el aprendizaje del mundo exterior. Un ensimismamiento en el yo amateur que si acaba con el interés por los profesionales, se trate de  periodistas, maestros o artistas, genera un desbordante saber de baja calidad, tan coherente cono la baja calidad de las prendas y muebles baratos como con las rebajas en las instituciones democráticas, el deterioro de los políticos y el descrédito de la moral.



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Chaquetas olímpicas

La tarde en que supe, sentada ante el televisor con una bolsa de patatas fritas, que los Juegos Olímpicos de 2016 no se celebrarían en Madrid lo primero que se me pasó por la cabeza fue qué destino se le daría a todas las chaquetas verdosas que llevaba la delegación española. ¿Tendrán que devolverlas a algún sitio oficial? ¿Podrán quedárselas como recuerdo de una decepción? Tenemos la mala costumbre de guardar y recordar sólo lo bueno, lo positivo, el éxito, y nos olvidamos de que el ochenta por ciento de la vida es pelea y decepción. No estaría mal que, junto con las copas y los triunfos de la vitrina, también les enseñáramos a nuestros hijos y nietos la chaqueta verdosa del "no" y el fracaso, para que no se hundan y se depriman cuando el mundo no se ajuste a sus expectativas. Si en lugar de enseñarles sólo los logros y de arrinconar al que no ha llegado a ser premio Nóbel, se le diese visibilidad (como se dice ahora) al que simplemente se dedica a hacer algo con intensidad e ilusión, contribuiríamos a que los que nos siguen fuesen menos infelices.

No es tan fácil que todo cuadre, pero no por eso te pongas triste, ni te desesperes, la vida te reserva muchas sorpresas. Quizá el mundo esté tratando de enseñarnos algo, pero somos tan cabezotas que nos cuesta cambiar de registro. Los duros chicos de Lehman Brothers parecían la realidad, lo sólido, lo práctico, la ley de la gravedad, y mira por dónde todo era un espejismo. Ya no creo en la gravedad, ni en la seriedad. La seriedad y gran gravedad del presidente del COI me dejaban muy intrigada mientras rasgaba el sobre con el resultado de las votaciones y yo me metía otra patata frita en la boca. Ya no creo en la gente que impone una exagerada seriedad como si llevara su superioridad moral esculpida en la cara. Hechizada por esos rasgos pétreos casi no me enteré del resultado. Conque Río de Janeiro... Vaya chasco para los que estaban en la Plaza de Oriente. Por mi parte no sabía muy bien qué sentir. Ya no me entusiasmo a lo loco porque, lo digo en serio, no he llegado a enterarme de en qué nos favorecerían a los madrileños unas olimpiadas, ¿nos darían dinero para sufragar las infraestructuras?, no me ha llegado la información de cómo nos beneficiaría en términos económicos. Por supuesto el nombre de Madrid se haría más internacional, hay que reconocer que Barcelona saltó al escenario mundial, pero también se podría pensar en otras maneras de conseguirlo. En el fondo cuando veo las olimpiadas por televisión, veo estadios, piscinas, podios, atletas atándose las zapatillas y muy poco del país, imágenes sueltas como de postal. De Pekín sólo se me quedaron algunos trozos de muralla. ¿De verdad merece tanto la pena?

            En la impecable presentación que España hizo en Copenhague se dijo, si no recuerdo mal, que Madrid era una ciudad que ama el deporte. Y es verdad. Jugamos al fútbol, al tenis, corremos por los parques, vamos en bicicleta, acudimos masivamente a las piscinas. Desde hace unos diez años para acá el ejercicio físico forma parte del día a día y del paisaje, y da gusto ver a la gente cuidarse, correr y saltar o moverse como buenamente pueda. El deporte se ha metido dentro de los ambulatorios y nuestros mayores se han lanzado a andar y a nadar para bajar el azúcar y el colesterol. De pronto el deporte dejó de ser sólo un espectáculo, que contemplábamos desde el sofá tomándonos una cerveza, para mejorar nuestra calidad de vida. Ya ningún intelectual se vanagloria como antaño de usar sólo la cabeza, no hay excusas para estar hecho un asco. Lo que quiero decir es que puesto que no tenemos olimpiadas podríamos aprovechar para mejorar las instalaciones que usa la gente. Por ejemplo hay piscinas municipales (no sé si todas) que no abren los fines de semana en la temporada de invierno, algo incomprensible porque precisamente es cuando se tiene tiempo para hacer ejercicio. ¿No es un desperdicio que permanezcan cerradas? Es completamente absurdo. ¿Por qué alguna de estas piscinas está reservada a partir de las seis de la tarde solo a grupos y no puede asistir el que acaba de salir de la oficina a hacerse unos largos? ¿Por qué son tan caras cuando deberían ser gratis, cuando a la larga serviría para bajar el gasto sanitario?

Pensar a lo grande está bien, pero pensar en el ciudadano de a pie está aún mejor. Francamente creo que en esta ciudad se puede hacer más para incentivar y facilitar el deporte en todas las edades. Parte del dinero que nos íbamos a gastar en esos fastos se podría dedicar a algo más real y práctico.



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín

Mentiría si dijera que conozco Berlín como la palma de la mano. Sólo viví unos meses en lo que era todavía la ciudad dividida, en el invierno de 1979, en la parte occidental, y aunque me desplacé en varias ocasiones al Este, nunca estuve más que unas horas en las desoladas y siniestras calles y avenidas de lo que era entonces la capital de la República Democrática de Alemania. Después he visitado Berlín en muchas y variadas ocasiones, antes y después de la caída del Muro. La más reciente, hace apenas unas semanas, durante la campaña para las elecciones que han dado la victoria de nuevo a Angela Merkel y han liquidado la gran coalición. Recuerdo con especial entusiasmo los días que permanecí en Berlín poco después del 9 de noviembre de 1989, cuando corrían todavía los trabis y las gorras soviéticas y las chaquetas de los guardias fronterizos que se vendían en los tenderetes eran auténticas, y no como ahora que son prendas confeccionadas para la siempre próspera industria de la memoria.

La vida y el ambiente de aquel Berlín oriental felizmente desaparecido han sido evocados con bastante acierto por dos películas que han hecho fortuna entre nosotros, como ?Goodbye Lenin? y ?La vida de los otros?. Pero para mi gusto, la mejor evocación de aquel Berlín siniestro donde imperaba la Stasi se encuentra en ?El expediente?, la narración autobiográfica de Timothy Garton Ash, que ahora debiéramos recuperar con este vigésimo aniversario. Cada vez que paseo por las calles de Mitte próximas a la zona donde estaba el Muro no puedo dejar de recordar aquella ciudad desierta y aquella tremenda herida que dividía la ciudad y cercaba el Berlín occidental. Berlín celebra dentro de pocos días uno de los momentos más felices de su historia. La noche de aquel 9 de noviembre de hace 20 años es el último momento de la sincronía trágica entre la historia de la ciudad y la historia del mundo. Con motivo del aniversario y del Premio Príncipe de Asturias concedido a la ciudad, El País Semanal ha dedicado el número entero de este pasado fin de semana a la capital alemana, en el que he participado con un texto sobre la historia de la ciudad en el siglo XX. No conozco Berlín como conozco Barcelona, pero probablemente mucho mejor que otras ciudades donde he vivido mucho más tiempo. Sobre todo su historia, su pasado doloroso, las huellas que todavía pueden localizarse en el presente. Por eso me he atrevido a escribir sobre esta ciudad destinada a ir tomando cada vez más cuerpo como capital cultural y política de la Europa unificada. (Enlaces: con mi artículo ?Berlín, capital trágica del siglo XX?; con las referencias de ?El expediente?, ?Goodbye Lenin' y ?La vida de los otros?).



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love

En el texto que cierra El fondo del cielo, Rodrigo Fresán tiene el tino de aclarar: "Esta no es una novela de ciencia-ficción. Esta es una novela con  ciencia-ficción". La salvedad viene a cuento dado que el relato utiliza (en más de un sentido) como personajes centrales a dos que fueron fanáticos del género en su época de oro; que permitieron que esa pasión moldease sus vidas -uno optando por la ciencia, el otro por la ficción-; y que, en consecuencia, nunca dejaron de concebir sus vidas como lo que en efecto son, al igual que las nuestras: un viaje en el espaciotiempo. 

 

         La novela también está llena de homenajes a grandes del género (o, para ser precisos, a sus alter egos de universos tan paralelos como próximos) en cualquiera de sus soportes, desde Philip K. Dick, Kurt Vonnegut y Howard Philip Lovecraft a Stanley Kubrick; y de guiños a Rod Serling, Star Trek, Amazing Stories, El eternauta (ah, esa nieve que la tragedia convirtió en perjurio), Adolfo Bioy Casares y un largo listado de lo que en Fresán-speak sería apropiado denominar Greatest Hits del asunto.

         Pero todo esto, en cuaquier caso, es lo previsible. Lo que resulta imprevisible es la naturaleza del relato. Que inspira la tentación de ser definido como Jules et Jim reescrito por Ray Bradbury. (Sí, por Bradbury y no por Dick ni por Ballard: como suelen hacer los grandes escritores, Fresán subraya algunas influencias para disimular la única que cuenta. Después de todo, ¿quién es el maestro indiscutido de los melancólicos atardeceres marcianos?) Tentación que resistiré, porque sería conformarse con menos de lo que El fondo del cielo sugiere, y por lo tanto se merece.

         Cualquier intento de glosar su anécdota sería reduccionista. Si dijese que la novela cuenta la historia de Isaac Goldman (aquel que optó por seguir escribiendo ficción) y de Ezra Leventhal (aquel que renunció al género para elegir la ciencia, reescribiendo la historia del mundo desde el Manhattan Project en adelante), cometería una injusticia, porque el asunto de los chicos americanos y judíos que idolatran y finalmente practican un género considerado 'menor' remite a The Amazing Adventures of Kavalier & Clay de Michael Chabon (otra influencia que Fresán conjura en los agradecimientos), cuando su novela toma una dirección por completo distinta. (Además, su contexto mismo lo altera todo: en USA es posible escribir una novela sobre autores de historietas y ganar un Pulitzer. En Hispanoamérica los custodios de la cultura creen que los géneros 'menores' no deben contaminar la literatura, y suelen castigar con la indiferencia a los que desconocen ese dictum. O sea: lo que Chabon hace de manera natural, Fresán lo hace a sabiendas de que practica una osadía.)

 

 

(Continuará.)



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carver no era carveriano

Después de una larga batalla, se ha publicado por fin Beginners (Principiantes), el manuscrito original que Raymond Carver entregó a su editor Gordon Lish y que fuera la base para su celebrado libro de cuentos, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981). En Inglaterra, Beginners puede conseguirse en una edición en tapa dura, mientras que en los Estados Unidos el libro es parte de Carver: Collected Stories, el volumen que acaba de publicar The Library of America.

El libro publicado en 1981 sirvió para consolidar la reputación de Carver como el cuentista más importante de su generación. Sin embargo, la polémica lo acompañó desde el principio: Carver se quejó de la "amputación" a la que fueron sometidos los 17 cuentos que componían el libro, se distanció de Lish e inició un proceso de restauración de algunas de las versiones originales; llegó a publicar cinco hasta su muerte en 1988. Tess Gallagher, su viuda, continuó la batalla con la editorial Knopf, dueña de los derechos de De qué hablamos. Con los años, salió a la luz la angustiada carta de Carver a Lish, fechada el 8 de julio de 1980, en la que le pedía que hiciera "lo necesario para detener la producción del libro... Estoy confundido, cansado, paranoico, y sí, con miedo a las consecuencias si el libro es publicado tal como está ahora". Lish no le hizo caso, y Carver terminó cediendo al ímpetu y convicción de su editor.

Se sabía entonces que Lish tuvo una participación activa en los cuentos; lo que no se sabía era cuán radicales eran los cambios propuestos por Lish. Comenzando por la cantidad: Carver entregó un manuscrito de más de 200 páginas, pero, después de dos rondas de trabajo de edición línea tras línea, Lish lo redujo a apenas 100 páginas. Ejemplos: "Where is Everyone?" tenía quince páginas, pero en la versión de Lish tiene sólo cinco; las 37 páginas de "A Small, Good Thing" se redujeron a 12. Otros cambios tienen que ver con los títulos: Lish mantuvo sólo 7 de los 17 títulos (el cuento "De qué hablamos cuando hablamos de amor" se llama originalmente "Principiantes"). Lish incluso cambió, de manera caprichosa, los nombres de los personajes: Herb se convirtió en Mel, Cynthia en Myrna, Bea en Rae...

En cuanto al estilo, lo "carveriano" es en buena medida una creación de Lish. Carver no era un minimalista; sus personajes no eran lacónicos, y sus silencios no lo eran tanto; había desolación, pero también una mirada sentimental que Lish eliminó sin compasión. Lo que en Carver es explícito se convierte implícito en la versión de Lish: en "I Could See the Smallest Things", Nancy escucha un ruido y trata de despertar a Cliff, su esposo; fracasa en el intento y sale a la calle y se encuentra con el vecino; después de una conversación con él, vuelve a la cama, y la ansiedad ahora se ha dirigido a su matrimonio, aunque eso no está dicho sino apenas sugerido. En la versión original de Carver, titulada "Want to See Something?", Nancy vuelve a la cama y se dirige a su esposo dormido: "Comencé todo lo que quería decirle diciéndole que lo amaba. Le dije que siempre lo había amado y siempre lo amaría. Esas eran las cosas que necesitaban decirse antes que otras cosas... Continué diciéndole, sin rencor ni pasión de ningún tipo, todo lo que estaba en mi mente. Terminé diciéndole lo peor y lo último que quería decirle, que sentía que no íbamos a ninguna parte y que era hora de admitirlo, a pesar de que probablemente no había forma de solucionarlo".

La publicación de Beginners no va a alterar el prestigio de Carver; está claro que Carver era un gran escritor, pero también que Gordon Lish lo convirtió en uno aun mejor. ¿Con cuál de los Carver nos quedamos? Yo, con el de Lish. Sin él, Carver no hubiera sido tan influyente en el desarrollo de la cuentística de los últimos veinte años. Hay cosas que no necesitan decirse, aunque la ironía de leer a este Carver desde esa perspectiva es que la hemos aprendido leyendo al otro Carver.

(La Tercera, 19 de octubre 2009)

P.D. Hace más de un año, el New Yorker publicó la versión original del cuento "Beginners", comparada con la editada por Lish. El documento se encuentra aquí

 



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Foto de familia

Imagen tomada del “underblog” del Ministro Miguel Ángel Moratinos En la instantánea que se llevará el canciller español Miguel Ángel Moratinos de su visita a Cuba no habrá espacio para los parientes inconformes. Frente al lente, estarán las sonrisas forzadas de los ministros, el lustre de las cancillerías y la fingida complacencia de los que detentan el poder. En la composición sobrarán los que dicen ?no? y serán excluidos los escépticos. Sólo se admitirán rostros felices delante de la cámara, por aquello de que la ropa sucia se queda en casa, aunque hace décadas no se enciende la lavadora de la discusión pública ni se permite aplicarle detergente a la maloliente utopía. El que se mueve no sale en la foto, porque la imagen resultante deberá recabar apoyo político y económico, no generar preocupación. De ahí que pintarán con cal sobre las telarañas, esconderán los uniformes militares bajo los trajes de protocolo y ?por un breve momento? aparentarán menos años de los que realmente tienen. Se evitarán los temas espinosos. ¿Para qué incomodar al visitante? Y una vez que se marche, algún que otro niño travieso recibirá su cocotazo por molestar al invitado. Tendrá color sepia y dulzón el retrato de familia que quedará de esta visita, porque los tonos contrastados de la realidad no caben en el álbum de la diplomacia. Con una de esas camaritas bobas con las que se hacen las mismas fotos turísticas de siempre, se tomarán las repetidas imágenes habituales: una escuela llena de estudiantes con uniformes bien planchados, una fábrica de maquinarias relucientes y modernas, una obra de ingeniería a punto de terminar y no faltará ?claro está?  el baño de multitudes preparadas, organizado desde arriba. El negativo debe quedar impecable para su posterior impresión en las páginas de la historia. Si acaso se escapa algún detalle inapropiado, habrá que arreglarlo en Photoshop, retocar la foto de la ya trucada normalidad y enmendar las caras de los que no salieron sonriendo.



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18 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Van Sant y Easton Ellis co-guionistas

Gus van Sant y Bret Easton Ellis. Foto: Focus Features/Everett/Rex Features and Jennifer Graylock/AP. Fuente: The GuardianSegún informa The Guardian, basado en una nota en Variety, el director Gus Van Sant y el narrador Breta Easton Ellis han hecho un tándem para escribir un guión sobre el suicidio compartido de dos artistas teatrales célebres en los circuitos alternativos de Nueva York: Theresa Duncan y Jeremy Blake. El guion está basado en la nota de Vanity Fair "The Golden Suicides". No es difícil ver por qué el tema le interesa a Van Sant y a Ellis. Hay de todo, desde drogas, violencia, glamour, paranoia, depresión hasta fanatismo religioso con ovnis (es decir, cienciología) Dice The Guardian:It is a tale of intrigue, paranoia and harassment by unseen forces, one which takes in the rock star Beck, the Church of Scientology and 9/11 conspiracies. It ends with the deaths of two wildly successful and popular artists who may have killed themselves to escape the demons ? real or imagined ? that were pursuing them. (...) Sales suggests that the lovers may have felt they were being targeted by agents from the Church of Scientology, stemming from their ties with Beck. Duncan had planned to involve the singer in her abandoned film project, Alice Underground, in 2004, while Blake supplied the artwork for his Sea Change album. But the relationship soured and Duncan started to blog, alleging harassment by Scientologists. That was the start of their downward spiral. By their final months, they were also reportedly interested in a number of CIA plots and leftwing 9/11 conspiracy theories and had alienated many of their former friends with their obsession. Van Sant is co-writing the screenplay with Easton Ellis, but has not yet decided whether to direct, Variety reports. The Oscar-nominated film-maker most recently brought Milk, his biopic of the assassinated gay politican Harvey Milk, to the big screen.



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16 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Argentina en Fráncfort

Logo La literatura Argentina ya tiene un pie metido en Fráncfort, mientras espera su oportunidad en el 2010. Ayer fue la presentación oficial en la feria de Argentina como País Invitado de Honor y se mostró, además, el lema y el cartel que llevará a la Feria más importante del planeta. En la presentación se mencionaron no solo a autores de renombre, los clásicos indiscutibles, sino a los de recambio, las nuevas generaciones. Enhorabuena.Abre el anfitrión, Juergen Boos, presidente de la Feria de Frankfurt. "Argentina es el tercer país latinoamericano (después de Mexico 1992 y Brasil 1994) invitado a la Feria", dice. Apuesto, joven, simpático, Boos dice que Argentina ofrece "violencia, recuerdos, mitos pero también humor". Y destaca que, además de los "grandes" hay "autores discutidos a los que les gusta experimentar". Entre ellos cita a Osvaldo Bayer; a Claudia Piñeiro y a los jóvenes Gisela Antonuccio, Washington Cucurto, Juan Terranova, Pablo Toledo y Samanta Schweblin, entre otros. Menciona también lo de Buenos Aires Capital del Libro 2011, como un guiño al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, que se quedó con las ganas de subir al estrado y miró la ceremonia desde la primera fila.Victrio Tacetti, secretario de Relaciones Exteriores de Cancillería, ignora datos y habla de la "inclusión social" y la "igualdad de oportunidades". Llega el turno de Magdalena Faillace, que alude a la "orgullosa condición de latinoamericanos". Y dice que los argentinos somos mestizos. Y que "hablar de mestizaje significa aludir a una realidad nueva, nacida de la violencia y del conflicto entre culturas". Y va al grano: "Latinoamérica no es el continente más pobre pero sí el más inequitativo en la distribución de la riqueza".Ya hay una página de internet destinada a la presentación.



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16 de octubre de 2009
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IV. Leer o no leer

Pero seguramente no veremos el paso abrupto de una etapa a otra de manera tan drástica como podríamos pensar, la desaparición de todos los periódicos impresos de la noche a la mañana, y el establecimiento del reinado de los periódicos electrónicos; y aunque hay quienes dan hasta la fecha exacta de cuando se publicará el último diario de papel sobre la tierra, y para esto haría falta ya poco según los vaticinios, habrá, seguramente, un largo período de convivencia entre ambos. Y sobre todo en los países más pobres, donde el acceso a Internet es más limitado, los periódicos con los que uno se encuentra cada mañana, y huelen aún a tinta fresca, tendrán una vida más prolongada.

      Y la etapa de sustitución de los libros, será, sin duda, aún más prolongada, y se abrirá una convivencia de muchos años con sus versiones electrónicas, salvo por los diccionarios y las enciclopedias que están pasando ya a mejor vida, porque la tarea de consultar palabras y datos se acomoda con mucha más celeridad y eficiencia a las redes de Internet que el papel impreso con informaciones que envejecen sin remedio.

      De todas maneras, el asunto vendrá a ser, al fin y al cabo, si leemos o no leemos, sea en el papel o en las pantallas. Y sobre todo, si la literatura creativa, la verdadera, sobrevivirá en las pantallas, o acabará sepultada bajo la avalancha de basura banal que asfixia al mundo.

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16 de octubre de 2009
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