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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El olor de la biblioteca

A diferencia de casi todos los grandes museos del mundo, las grandes bibliotecas públicas permanecen aún instaladas en los procedimientos y  estilos de hace dos siglos. Prácticamente todas ellas han introducido ordenadores en sus salas de consulta y, aunque siempre en menor número del necesario, se han mostrado sensibles -aún a regañadientes- a las patentes ventajas de los buscadores y los links de información que facilita la red. Lo que se echa de menos en ellas, sin embargo, es que su estructura y su atmósfera reproduce demasiado los modos de tiempos pretéritos, los modos caducos de una cultura escrita cuando la cultura escrita representaba toda la cultura o se tenía por la cultura superior.

 Las cosas no son actualmente así. No lo son puesto que no todo el saber está en los libros e incluso puede afirmarse  que cada día decrece la proporción relativa de ese saber. La admiración por la escritura  y su buen uso ha decaído entre la población más joven y toda ella, en fin, aprende más de las pantallas y de la oferta audiovisual en general, sea en proyecciones, en iPods o en viajes, que a través de las páginas escuetas y mudas.

La web y no la página representa el significativo lugar de nuestro tiempo en cuya plataforma se conjuga la imagen, el sonido, la letra, el comic, el graffiti y la voz. De esta evidencia, ya tan rotunda, tienen experiencia los  centenares de visitantes y usuarios de las webs sociales. Y de todo este gran fenómeno paredaño,  no se ha hecho todavía perfecto cargo la biblioteca. Se ha hecho mayor cargo el museo puesto que su carácter visual le acerca más a la tendencia contemporánea pero también ha logrado además mayor audiencia y colas de blockbuster transformando el carácter grave y severo de sus diferentes exposiciones en acontecimientos sociales,  imaginativos y sensacionalistas, entre la información y el entretenimiento.

¿Una biblioteca entretenida? Puede que la idea escandalice a los clásicos ratones de biblioteca pero es fácil de predecir que alegrará a todo bicho viviente que no ame la oscuridad. Una biblioteca requiere silencio para la lectura pero el silencio no es factor indispensable para el aprendizaje. Pudo serlo en el tiempo en que la concentración ante las hojas de un libro fuera precisa para descifrar el código que le escritura conlleva. Silencio y atención para desencriptar los garabatos propios de la escritura y para entender además el sentido que transportan que será a la fuerza  de carácter más abstracto, intangible y casi imaginario. Así, frente a la cálida inmediatez de la imagen la helada barrera del alfabeto. Así, tras la emotividad pujante de la música, la emotividad de segundo grado que se obtiene de la lectura.

Que las grandes bibliotecas públicas hayan reaccionado tardíamente a los cambios de la comunicación general y la renovada demanda del público encuentra su primera  causa en la propia naturaleza de la institución pero además ¿quién puede negar que al frente de ellas, para su cuidado institucional, para su preservación gloriosa, para su futuro de dignidad, se haya elegido a los directores más conservadores y tradicionales de todos los personajes posibles? ¿A los más antiguos valientes de los gladiadores? 



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14 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 12. El rape y yo

A costa de ser acusado de exhibicionista no me resisto a incluir y comentar brevemente esta estupenda foto que mi amigo Axier Uzkudun tomó en Valencia durante el rodaje de una secuencia en el interior del nuevo mercado de Mosén Sorell, y que me ha mandado junto a otras no menos estupendas también impresionadas en los días que allí pasó.

   Una de mis muchas contradicciones es detestar el género costumbrista en literatura y en cine y amarlo desvergonzadamente en la pintura, con una especial inclinación a esa rama del ‘ismo' que son los bodegones con figuras, en los que desaparece casi por completo la dimensión metafísica o moralizante que las naturalezas muertas tienen en Zurbarán o Cotán o algunos flamencos. A mí me gustan los italianos en esta rama florida del arte: las carniceras orondas de los Bassano, las viejas friendo huevos (sobre todo si los pinta Velázquez) y los desdentados pescaderos que sonríen como si llevaran todo el pescado vendido antes de empezar a pintarse su cuadro.

  Así que he hecho muchas bromas en mi carrera de crítico de cine contra lo que llamé "cine de tazón", una sublimación figurativa del casticismo hispano, y luego fui y metí en ‘Sagitario' a Enrique Alcides, el joven protagonista, bebiéndose uno de achicoria en una cocina very Spanish donde tenía detrás, junto a una pila de platos sin lavar, a su madre quejosa, interpretada por Mónica Randall.

  Y, sin premeditarlo, dos de mis escenas favoritas de aquella opera prima fílmica y de ‘El dios de madera' que ahora filmo son bodegones. En ‘Sagitario', la cámara se paseaba encima de una mesa llena de viandas y delante de una pared de cocina cargada de cacillos y espumaderas, mientras José Pedro Carrión, en su papel de cocinero untuoso, citaba a Santa Teresa. En ‘El dios de madera', para una escena en la que Yao, el inmigrante senegalés (Madi Diocou) merodea por un mercado ‘high tech' antes de comprarle a María Luisa/Mavi (Marisa Paredes) unos modestos tamarindos, montamos un gran puesto de pescado, y mi equipo de arte me regaló como protagonista indiscutible del elenco el terrorífico rape de grandes fauces que vemos en el primer término de la foto. A Yao le causa efecto en la película, y a mí me despertó no el hambre sino las ganas de filmar. Luego me dejé retratar ante el monstruo.

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14 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Jerarquía

Siempre se ha sabido donde se cultivaba el desprecio del periodismo. Y sobre todo quiénes. Enfundados, o mejor disfrazados, con los hábitos de estos monjes. Siempre se ha sabido que el mejor periodista es el periodista callado, que no pregunta; censurado, que no rechista; obediente, que no se rebela. Pero nunca en los años de la memoria viva había sido tan soez esta epifanía de la brutalidad y la mentira.

Ahora ya tenemos medios de comunicación sin periodistas, periodistas sin periodismo y pronto tendremos periódicos sin periodistas ni periodismo. La piedra filosofal, al fin. Como los mejores secretos son los que se guardan a la luz pública en las narices de cada quien, el periodista por excelencia y antonomasia nos lo ha reconocido en una entrevista que se ha propinado a sí mismo en su propio periódico. ?No, de hecho nunca pensé que iba a ser director de periódico, sino un lobo solitario. Lo que de verdad me gusta es (?) vivir como un reportero, ser testigo, y luego escribir como un columnista, aportando una interpretación o una opinión. Yo decía que sería o redactor o director, y probablemente, he sido el único periodista que no ha pasado por cargos intermedios: o César o nada?. Para César, el poder, el dinero, la influencia. Para los redactores, la nada. Nadie había osado hasta ahora formularlo tan concisa y magistralmente.



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14 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (5)

Ya desde el prólogo de El arte de la distorsión, Juan Gabriel Vásquez establece hasta que punto se toma en serio el juego de la literatura. (Que tanto se parece, según me gustaría haber dejado en claro, al juego en que el Universo mismo está embarcado.) Aun cuando los textos que componen el libro fueron publicados con anterioridad de manera independiente (algunos, como Las máscaras de Philip Roth, en versiones aquí remozadas), se engarzan con naturalidad, armando una unidad de sentidos que se impone al lector sin recurrir a la menor violencia -esto es, a la manera de un verdadero maestro.

         Los hijos del licenciado: para una ética del lector sostiene que la lectura de ficción es una práctica adictiva. (Del mismo modo, agregaría yo, en que la mayoría de nosotros somos adictos a la búsqueda de sentidos: "La sed de experiencia nos define como especie", afirma Vásquez en ese mismo ensayo.) Según dice, además de crear el género tal como lo conocemos, Cervantes es asimismo responsable de "una invención no menos atrevida: la del lector de esas novelas", aquel ser inconforme y rebelde del que ya habíamos hablado antes, cuya subversión esencial nace de la soledad en que lee, esa introspección sui generis que nos permite abrirnos a otras posibilidades del ser tal como nos son sugeridas por los relatos.

         En el ensayo titulado como el libro, Vásquez recurre a Cien años de soledad para plantear la necesidad de buscar un nuevo tipo de novela histórica. (Una que reclama "desfachatez" para desbaratar la Historia y "reconstruirla transformada", mediante el uso adecuado de la imaginación o bien, en términos estrictamente físicos, de la deformación especular.)

         En Ver en las tinieblas explica la forma en la que Joseph Conrad produjo el salto entre la novela clásica y la novela moderna. Nos consta desde hace siglos que el género puede construir relatos perfectos, que transmiten el placer de lo acabado; ese objeto "redondeado, bruñido, terminado... completo e inviolable" que Banville, citado por Vásquez, define en el prólogo mismo. Pero al mismo tiempo sabemos también que la existencia no se parece en nada a ese tipo de obras de arte. Si nuestras vidas se parecen a algo, es más bien a aquello que Conrad define en un pasaje de El corazón de las tinieblas: una neblina permanente (¡pura incertidumbre, el reino de lo cuántico!) que de tanto en tanto, si somos afortunados, resulta "atravesada por un resplandor, semejante a uno de esos halos vaporosos que en ocasiones hace visible la luz espectral de la luna". Así vivimos, y así son las novelas que mejor transmiten la experiencia de vivir: serpeando en medio de la bruma que no se disipa, en búsqueda permanente de un destello de luz.

         En Malentendidos alrededor de García Márquez, reniega de los torpes intentos de "cortar el árbol de Cien años de soledad", al tiempo que reivindica la operación que le permitió a García Márquez crear una obra imperecedera: las decisiones de esquivar la tradición más obvia (en este caso, la colombiana), de buscar los referentes adecuados (Faulkner, Hemingway, Camus), y finalmente de escribir la novela soñada sabiendo que será siempre, de manera inevitable, una reescritura crítica de las obras que nos han influenciado. "Cada nuevo libro de un novelista genuino es un intento por arrebatarle a otro libro su posición privilegiada", dice Vásquez, y remata con una frase brillante: "La literatura es un deporte de contacto".

         Uno tiene que modelarse siempre a imagen y semejanza de alguien, decía Isaac Davis (Woody Allen) en Manhattan. Y en ese caso -concuerdo con él- lo mejor es optar por alguien con estatura de dios.

 

(Continuará.)



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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McCrum sobre premios

Herta Muller, un poco confundida en medio de tanto escándalo. Fuente: expansion Luego de leer varios artículos -la mayoría de ellos a favor- del Premio Nobel a Herta Muller, encuentro en los blogs de The Guardian un post muy interesante del prestigioso Robert McCrum que intenta unir el premio Booker a Hilary Mantel con el Nobel a Muller. Y lo hace siguiendo una regla fundamental: " it's the work, not the life, that matters". McCrum es más que convincente. Celebremos, entonces, ya sin reparos, mientras esperamos que aparezcan por Lima los libros de doña Herta. Dice:Müller suffered horribly under Ceaucescu, and her work has been shaped by political repression. Mantel's early adult life was blighted by a debilitating, undiagnosed illness. Müller committed herself to her writing in great privation and obscurity. Mantel laboured for years on a book (A Place of Greater Safety) that was repeatedly rejected, and finally shoved into a drawer before its belated publication in 1992. Now, after years of quiet dedication, both women have been fully recognised. This underlines a fundamental truism I have always believed about the book world: it's the work, not the life, that matters. This sounds banal, no doubt, but consider the environment in which books and writers exist today. It's a world of publicity and pre-publicity; whispers, gossip, buzz; in-house meetings and book-trade conferences; interviews and lunches; puffs and quotes; a cat's cradle of hype and expectation, almost all of it to do with the life and character of the author, not his or her book. Then, once the book is published, it goes on: literary festivals, broadcasts on TV and radio, dinners, lunches, breakfasts, drinks, translators' conference calls, platform appearances ? on and on, a 24/7 cycle of activity, none of it to do with putting words on the page in the tranquillity of an empty room. The life, in other words, takes over from the work. For prizewinners, all this is especially true, a blessing followed by a curse. So I celebrate Hilary Mantel and Herta Müller. They've both got a hell of a year ahead of them. With a bit of luck, their work will emerge at the other end, stronger and triumphant. Let's hope so.



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fráncfort digital

Fráncfort digital. Fuente: abc La Feria del Libro de Fráncfort se inauguró hoy oficialmente, con la entrega del Premio a la Mejor Novela Alemana, y con China como polémico país invitado de honor. Pero no es lo único polémico de esta Fráncfort. El papel de los e-book, el monopolio Google y el futuro del libros es central en los pasillos de la feria.Al margen del reto político que representa la presencia de China como invitado de honor hay otro tema que concentra la atención de los editores, el de la revolución digital y la reacción del sector ante la misma. «La pregunta que nos acompaña ahora es cómo es posible ganar dinero con contenidos digitales», dijo Boos durante la conferencia de prensa inaugural en la que estuvo como invitado especial el director general del grupo Planeta, Jesús Badenes. La principal preocupación del sector es el proyecto del consorcio Google de digitalizar los fondos de las bibliotecas estadounidenses y ponerlos a disposición de los internautas en la red, algo que sigue provocando dolor de cabeza en los editores. Sin embargo, ahora parece haber un moderado optimismo después de que se haya paralizado el proyecto original de Google y se haya abierto así el camino para nuevas negociaciones. «Es cierto que la digitalización emprendida por Google al principio era un gran acto de piratería -algunos de mis colegas se refieren a él como un ataque con Napalm- pero hoy se ve todo con más sentido común y las leyes vigentes se respetan un poco más», dijo Badenes. Al respecto destacó que se han dado pasos para garantizar el respeto a la propiedad intelectual y que Google, «que desde su fundación hace 11 once años es un auténtico consorcio global, tiene que tener más en cuenta las sensibilidades locales». Badenes acusó a Google de «populismo» al tratar de justificar su proyecto de «atropello a los derechos de autor» con la idea de que se trata de ofrecer un acceso libre a la cultura para todos. Por su parte, el presidente de Asociación de los Libreros Alemanes, Gottfried Honnefelder, afirmó: «Decimos sí a la digitalización pero rechazamos el monopolio de una sola empresa».



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hombre que amaba a los perros

 

El hombre que amaba  a los perros

La historia es de por sí compleja, pues abarca los últimos años de la trayectoria política y vital de  Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Trotski, y las circunstancias biográficas de un supuesto sicario de origen belga y llamado Jacques Mornard, aunque luego se sabría que se trataba de un joven barcelonés de nombre Ramón Mercader. Por lo tanto, y con sólo leer la sinopsis argumental, el lector ya sabe que se va a enfrentarse a una gran parte de la historia del siglo XX, contada además desde la perspectiva del comunismo soviético y, más concretamente, de la siniestra figura de Stalin. Las luchas por el control de la gran maquinaria estatal soviética y del movimiento obrero internacional. La pérdida progresiva de la batalla por parte de la opción trotskista y la progresiva insania de un Stalin que va atravesando todas las etapas de la más vil perversión del movimiento revolucionario. Desde la eliminación de los contendientes políticos mediante el destierro (primera etapa de la derrota de Ttrotski) a la eliminación física de dichos contendientes mediante asesinos a sueldo (etapa final de la derrota de Trotski) todo ello acompañado de unos métodos cada vez más sutiles en la aplicación masiva del terror: esta estupendamente descrito en la novela cómo descubre Stalin que la manera de quebrar a la mitad de sus oponentes consiste en forzarles a reconocer públicamente los peores crímenes y conspiraciones, aunque no tardará en descubrir que la forma más inmediata y eficaz de eliminar a la otra mitad de sus oponentes consiste en forzarlos a ser acusadores y verdugos de la primera mitad en trance de ser eliminada.  Y qué decir de la  figura del presidente de una de las repúblicas soviéticas cuya esposa es enviada a un gulag acusada de ser una judía conspiradora...

            O sea: no es una tapa fácil de contar y encima Leonardo Padura ha elegido una técnica narrativa no menos compleja. De entrada hay un narrador en primera persona al que no hay que confundir con el firmante del libro pues se llama Iván Cárdenas y es un veterinario al cargo de una clínica de ínfima categoría. Este Iván ha escuchado de labios de un exilado español oculto tras un nombre falso el relato de los últimos días de Trotski y las circunstancias de su muerte. Obsesionado por esa historia, y  aunque le aterran las consecuencias de lo que hace, opta por reflejar en un manuscrito las confesiones del exilado en el que no cuesta mucho reconocer  a un Ramón Mercader liberado de la URSS por estar enfermo de un cáncer terminal y al que le ha sido permitido instalarse en Cuba para que pase en paz sus últimos días.

            Sin embargo, este libro titulado El hombre que amaba a los perros no es la transcripción de los últimos días de Trotski  realizada por el tal Iván Cárdenas, pues éste le cede el manuscrito a su amigo Daniel Fonseca Ledesma, que lo lee y luego lo destruye como queriéndose desvincular de una historia siniestra, plagada de traiciones, debilidades y miserias pero que se resiste a morir porque ella (la historia) va pasando de unos a otros en un decidido empeño por sobrevivir y salir a la luz para ser conocida por todos.  Como si ella tuviese voluntad propia y se impusiese a la voluntad de quienes la escuchan y les obligase a contarla, aunque sea lo último que hagan en su vida.

            Pero debe quedar muy claro si este intento mío de exponer la técnica narrativa utilizada por Leonardo Padura invita a pensar que se trata de una novela confusa, farragosa o, lo que sería peor, difícil  de leer, la responsabilidad es sólo mía. Padura es un narrador de largo aliento y sabe situar al lector en el tiempo, el espacio y la perspectiva de quien habla en cada momento, y la historia que narra es de por sí lo bastante apasionante como para que no decaiga el interés. Y eso que son quinientas y pico páginas de prosa apretada y sin apenas diálogos. 

 

 

 

El hombre que amaba  a los perros

Leonardo Padura

Tusquets

 



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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El olvidado arte de la dimisión

Tampoco. Tampoco en esta ocasión, con motivo del escándalo del Palau de la Música de Barcelona, se ha producido, al menos hasta el momento, dimisión alguna. Me refiero, claro está, a dimisión entre los responsables políticos y no de la inevitable retirada de quienes, aunque con años de retraso, han sido pillados con las manos en la masa.

Todo el mundo espera que Fèlix Millet y compañía vayan a la cárcel y, a juzgar por sus declaraciones, los primeros que lo esperan son aquellos políticos que, con sueldos pagados por el erario público, tenían como misión vigilar que el dinero de los ciudadanos no fuera robado por desaprensivos. En el asunto Millet los corresponsables del expolio pertenecen a tres administraciones -Ayuntamientto, Generalitat, Estado-, a diversos partidos, a varias legislaturas. Sin embargo, por lo que advertimos, ninguno se siente eso: co-responsable del expolio. Los que ostentan cargos en la actualidad señalan hacia el pasado; los que ostentaron en el pasado se escudan en el presente. Unos y otros aguardan el olvido que deparará el futuro.

Tienen razones sobradas para adoptar esta estrategia puesto que viven en un escenario en el que esta actitud siempre acaba por dar buenos dividendos. Si observamos la larga cadena de corrupciones que se ha enroscado en nuestra historia reciente comprobaremos que el número de divisiones entre los políticos que debían velar para que no se produjeran aquéllas ha sido ínfimo.

¿Cuántas dimisiones de ministros, de subsecretarios, de alcaldes ha provocado la especulación urbanística o financiera? ¿Alguien se ha sentido obligado a dimitir por la génesis de una Crisis, así en mayúsculas, que, ha sido considerada como un monstruo impersonal del cual nadie era individualmente responsable? No tenemos noticias de que ningún cargo público se considerase demasiado inepto, demasiado avergonzado, demasiado escrupuloso para dar un paso al frente y anunciar su dimisión.

Una democracia en la que nadie, jamás, dimite -a no ser que tenga la pistola en el cuello- es un sistema monolítico y sin porvenir. Parece, según cuentan algunos historiadores, que este problema fue ya entrevisto con claridad en la joven democracia de Pericles de manera que se exigía a los elegidos por los votantes una suerte de permanente disponibilidad a dejar el cargo si cometían irregularidades y errores antes de finalizar el plazo de su mandato, y otro tanto sucedía en los menores momentos de la república romana.

Si lográramos trasladar esta precaución a nuestra época, el responsable político, además de jurar o prometer el cargo debería comprometerse al abandono anticipado del mismo en caso de faltar a sus obligaciones. En la carte

-ra ministerial, por ejemplo, siempre se llevaría la carta de dimisión bien redactada, dejando un espacio para indicar el motivo. El arte de la dimisión, que no debería implicar necesariamente hechos vergonzosos, e incluso podría representar una protesta contra ellos, otorgaría permeabilidad a la democracia y confianza a los ciudadanos.

Pero no es el caso, al menos aquí. El anquilosamiento de las instituciones y la desconfianza ciudadana tienen mucho que ver con la sensación de enclaustramiento de la llamada clase política. Ante muchos ciudadanos los partidos aparecen como opacas estructuras en cuyo interior se ayudan mutuamente a ganar, mantener o recuperar el poder. Quedan restos ideológicos, sí, adheridos a los programas que se proclaman en las citas electorales, pero el peso del poder de las ideas es percibido como infinitamente menor al ansia de poder de los integrantes del grupo.

Puede que esta percepción sea en parte injusta pero es la que prevalece en el momento de acusar que, en la actualidad, la "carrera política" es un buen medio -de igual eficacia que el que ofrecen determinadas sectas religiosas-, para hacerse con una posición económica, un trabajo estable y hasta una profesión. Sin apenas debates internos de envergadura, los partidos políticos exigen crecientemente a sus miembros secreto y silencio. O, tal vez, esta exigencia ni siquiera es necesaria, puesto que los afiliados tienden a una sumisión voluntaria a la que, desde luego, tratarán de sacar partido.

No deja de ser elocuente a este respecto que en las últimas semanas se haya aludido en la prensa repetidamente al mutismo que rodea las reuniones de los dos grandes partidos españoles. En apariencia, tanto el Partido Socialista como el Partido Popular tienen sobradas razones como para discutir encarnizadamente acerca de las estrategias seguidas. ¿Cómo puede ser que estos partidos no tengan en su interior distintas tendencias que se expresen en libertad y luchen entre sí en relación a asuntos de tanta envergadura como la crisis económica, la corrupción o el desplome educativo? ¿Cómo puede ser que los miles de cargos públicos que suman entre ambos partidos comporten tanta unanimidad en el momento de defenderse contra tanta tentación de dimitir? Es verdad que vociferan unos y otros, pero la credibilidad de los gritos es escasa, pues los ciudadanos han oído tantas veces esas sonadas acusaciones sin apenas consecuencias que ya no creen en la sinceridad del exabrupto.

Tras perpetrarse esta actitud la escena democrática ha quedado profundamente quebrantada: a unos partidos ensimismados, transformados en aparatos de poder autosuficiente, les corresponde una ciudadanía apática y desconfiada, alejada de cualquier pasión política, que desprecia las instituciones públicas, como repetidamente se pone de relieve en las encuestas que publican los medios de comunicación. A un paisaje así lo llamamos democracia porque no se nos ocurre otra cosa o porque siempre tenemos miedo de que vuelva algo peor. Una democracia, sin embargo, con alarmante síntoma de inanición. Reinstaurar -o instaurar, porque aquí lo cierto es que poca tradición hay- el arte de la dimisión podría reanimar al enfermo.

Ahora, a raíz del caso Millet, tenemos una nueva oportunidad, una más de las muchas que hemos gozado en estos últimos años. Como se ha escrito reiteradamente en los periódicos el señor Fèlix Millet, astuto camaleón, ha sido pujolista, aznarista con Aznar y tripartidista con el tripartito. Su trayectoria supuestamente delictiva ha atravesado cuatro lustros, como mínimo, arrastrando a decenas de responsables políticos que tenían la obligación de impedir aquella trayectoria. Los hay de todos los colores y todos tienen cara, nombre y apellidos.

Es el momento de que algunos tengan la grandeza de sacrificarse por la democracia y exclamar ¡soy responsable! o ¡fui responsable! Es el momento de dimitir de los cargos actuales o de los puestos propiciados por antiguos cargos. Ya sabemos que el señor Millet es un presunto ladrón. Lo que queremos saber es quién dejó que lo fuera. Bastaría que alguien, no necesariamente presionado por los medios de comunicación, se presentara voluntario para asumir su rol en el escenario. Un acto semejante daría aire a la democracia.

Pero soy el primero que dudo que algo así pueda producirse, ni en éste ni en los demás casos. Pedir grandeza cuando se ha instalado la mediocridad es pedir peras al olmo. Y aún más cuando se trata de una mediocridad satisfecha. Escuchen, si no, esta anécdota. Este verano me encontré por la calle a un compañero de la universidad al que no había vuelto a ver en todos estos años. No se le tenía, entonces, por una lumbrera. Le pregunté cómo estaba y, sin transición y sin matices, me contestó que le había ido extraordinariamente bien en la vida. Para resumirme esta satisfacción vital me contó que era segundo en las filas de determinado partido. "Yo que, como sabes, no era ninguna lumbrera", argumentó, medio bonachón, medio malicioso. Estuve a punto de decirle que también Calígula nombró senador a su caballo. Pero me callé puesto que, al fin y al cabo, no conozco a nadie más con una opinión tan elevada acerca de lo que ha sido su vida.

 

El País, 04/10/2009



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13 de octubre de 2009
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Vaya ganado y qué caro sale el zoo

Como seguramente les sucede a mis estimados lectores, hace ya tiempo que atiendo a las noticias políticas como otros ciudadanos siguen los dramas sexuales de las televisiones. Un interés severamente antropológico me lleva a continuar informado sobre la política española, como quien lee noticias sobre los desconcertantes hábitos de los Inuit.

    A veces uno se conmueve. Que un político valenciano hable de unas "niñas rusas elegantes y educadas" o de orgías en el chaletito del alcalde, de verdad, emociona. Supera incluso el grado de realismo socialista de la televisión de Pajares. Que los políticos catalanes envíen información escolar en catalán y árabe, me conduce al éxtasis. Que el ayuntamiento de Sevilla rechace un acto literario sobre Agustín de Foixá porque era fascista, me lleva a las lágrimas. ¡Qué no harán con Azorín, con J.V Foix, con Sacristán, con Cela, con Ridruejo, todos ellos fascistas en algún momento de su vida! ¡Y con qué alegría acogen a estalinistas como Alberti, mucho menos interesante que los antes citados! ¡Qué bien se mantiene el genotipo inquisitorial sevillano, ahora ataviado con la sotana de la corrección política!

    En su admirable ensayo "Ejemplaridad pública", editado por Taurus, Javier Gomá habla de algo que debería ser imperioso para los políticos españoles, la intransigencia sobre un modelo honrado de conducta por parte de los poderes públicos, en un país que (casi) sólo propone modelos de abyección moral en su historia. Pero la casta política se empeña en hacer de sí misma una caricatura. Patriotas de barretina dorada como Millet, convertidos en carteristas más patéticos que Roldán. Diputados católicos que dilapidan una fortuna (la nuestra) en una casa de putos. Jefes de la policía que alertan a un etarra para que se ponga a salvo. ¡Qué corrala!

En una ocasión dije que nos aproximábamos al modelo italiano. Error: lo estamos superando. Si alguien vota en las próximas elecciones, por favor, que lo haga por el más grotesco, el que da más risa. El consuelo del esclavo es hacer chistes sobre el amo.

Artículo publicado el sábado 10 de octubre de 2009.

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13 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Antigualla

Sí, el rito de todos los años. La convocatoria de los peores humores de la derecha militarista para que se desahoguen contra el presidente del Gobierno y contra el Rey si se tercia. Las manifestaciones de la ultraderecha franquista y de la extrema izquierda independentista en Barcelona. La ceremonia militar sin emoción cívica de ningún tipo. Los anacronismos: coches de época, uniformes de época, rituales militares y marchas de época. De otra época, de un tiempo pasado pero que no termina de pasar, como sucede con todos los fardos históricos. Siempre cuelgan y siguen colgando.

El fallo, no hay duda alguna, está en la base. En la sustancia y en el carácter de esta fiesta. Que no celebra lo único que pueden celebrar estas festividades: la capacidad de los ciudadanos para gobernarse libre y decentemente a sí mismos, que eso es una buena democracia. En el día escogido, evocador vergonzante de pasados imperiales. En los protagonismos: el Ejército y quien luce del título de su jefe máximo. No son coincidencias, no es gratis: está en el fraseo de la constitución donde había que agradar a la derecha. Todo esto es pasado y antigualla, y lo será cada vez más. Aunque será difícil que alguien se atreva a enmendarlo, porque quien lo intente será acogido como sacrílego, una fuerza enorme pugna por abrirse paso en esta festividad, pero para celebrar otra cosa, para olvidarse de pasados imperiales y conmemorar el futuro. El Festival y desfile VivAmérica, que recorrió el centro de Madrid el sábado durante cuatro horas de música, bailes y vestidos de todos los países latinoamericanos, dice más sobre cómo es este país y sobre todo cómo será que el envarado y ya sin remedio Día de la Hispanidad.



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13 de octubre de 2009
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