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La promesa cumplida

Escribo este texto con el ánimo de disculparme ante una serie de personas cuyo número desconozco: aquellas que, habiéndose sentido molestas e incluso agredidas por mi artículo de la revista Tiempo ‘Dibujos animados', replicaron con cortesía y mesura, no por ello dejando de ser contundentes en sus opiniones contrarias a la mía. Quiero citar por su nombre en primer lugar a Álvaro Pons, que se dio con razón por aludido, si bien mi alusión no ponía en entredicho sus trabajos como crítico y comentarista del cómic en El País, que suelo leer; una de las motivaciones del artículo era lo que yo veía (y veo) como desmedida importancia reciente dada al cómic en detrimento de otras actividades y facetas artísticas. Mi arremetida iba principalmente dirigida contra esa descompensación, no contra las personas que gustan de las historietas, las siguen y las crean. Asimismo, de ningún modo se podía traslucir de mis palabras de Tiempo que yo pidiera la desaparición o el silenciamiento de las publicaciones, revistas, profesionales y editoriales que se ocupan del cómic, cosa, por cierto, que sí es lo que han pedido hasta la saciedad la mayoría de quienes me han insultado en nombre del cómic, reclamando ‘autos da fe' y boicots públicos, profiriendo comentarios homófobos de la peor calaña, mentiras de índole personal y otras injurias graves, que habrían sido indudable causa de denuncia y persecución legal de no haberse escondido sus perpetradores en el cobarde anonimato del seudónimo o el nombre suplantado (otro perseguible delito).

 

    Especial consternación me produjo, en ese apartado, la carta del señor Antonio Altarriba, catedrático de literatura francesa de la Universidad del País Vasco (la misma en que yo fui profesor de Filosofía del Arte durante casi diez años), por su tono vindicativo y su exigencia de un ‘mea culpa'; ni siquiera como broma pesada son aceptables este tipo de actitudes próximas a la ‘fatwa', y mucho menos  -debería saberlo el señor catedrático- en el contexto vasco. Citaba Don Antonio Altarriba con interés una novela mía, cosa que le agradezco sinceramente (es una de mis preferidas), pero también me llamaba caduco, apoyándose en la autoridad de Umberto Eco. Pues bien, le citaré al señor Altarriba un texto reciente de mi no menos admirado Eco en el que, escribiendo sobre su trabajo de columnista periodístico, se refería a quienes a menudo le han preguntado si él trasvasaba a esas breves piezas reflexiones más desarrolladas en sus libros mayores. Todo lo contrario, era su respuesta; lo que quiere plasmar en esas columnas es "la reacción irritada, el impulso que lleva a la sátira, la estocada crítica escrita al hilo de la actualidad".

       Imposible expresar mejor que Eco la forma y el similar propósito de ‘Dibujos animados', esté yo equivocado en mis opiniones o acertado (y hay más gente refractaria al cómic de la que lo hace saber públicamente, créanme). Tengo, como cualquier otro ser humano, derecho a mis fobias, y de ellas se nutre, para bien o para mal, el mundo del columnismo, muy distinto al del editorial o el reportaje periodístico, que exigen ecuanimidad y comedimiento. Yo no me mostré ecuánime, lo acepto, ni comedido en la expresión de ese rechazo, y por ello he apreciado aún más la contribución escrita al debate de quienes  -como Beatriz Olivenza, ‘Lepetomane' o el dibujante de historietas que firmaba Oliveira-  siendo opuestos a mis criterios han tratado de entenderlos y permitirme la libertad de opinar.

    Dos apostillas finales en esta polémica que doy por mi parte cerrada con el presente artículo. Es muy preocupante para la salud mental de los miles de sinceros aficionados al cómic que algunos de sus, digámoslo así, cabezas responsables, exhiban la ignorancia del señor Pau Martínez, Bibliotecario de la Red de Bibliotecas Populares de Barcelona y miembro del Grupo de Trabajo de Biblioteca y Cómic del Colegio Oficial de Bibliotecarios de Cataluña, como firmaba en la carta dirigida al director de la revista Tiempo . Don Pau me llama a lo largo de su muy extensa misiva "el director", tal vez desconociendo que soy únicamente un cineasta ocasional (una película y media hasta la fecha, y ya he cumplido los sesenta) pero autor de más de veinte libros, y, si se me permite la aclaración puntillosa, ganador con mis novelas, publicadas en sus mayoría en conocidas editoriales catalanas como Anagrama, Seix Barral o Plaza & Janés, de premios como el Herralde, Azorín, Barral, Salambó o Nacional de Literatura. Quiero confiar en que los lectores de la red de bibliotecas que dirige el señor Martínez tengan más acceso que él mismo a alguno de mis libros. Tampoco era tranquilizadora la carta al director del señor Alejandro Casasola, Director del Salón Internacional del Cómic de Granada; estaba plagada de faltas de ortografía.

   Más triste para mí, por lo que revela, ha sido comprobar el odio que -con sus conocidos ribetes fascistoides- surge a la menor ocasión, y aun sin venir a cuento, en torno al cine español, del que antes que nada me considero espectador, no más defraudado por sus producciones que por las de otras cinematografías comparables. Es llamativo que esos improperios maximalistas los expresen quienes han querido lincharme a mí por expresar no una descalificación de raíz del cómic sino una falta de sintonía personal.  

   No quise herir con ‘Dibujos animados', sino polemizar, y por eso pido perdón, no por tener las ideas que tengo en este particular sino por haberlas formulado de manera que el artículo pudiese parecer, más que una protesta, un afrenta.

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2 de noviembre de 2009
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El escritor cubierto de harapos

No se puede uno fiar de sus mejores amigos. Sobre todo si no han tenido más remedio que perderse en la literatura. Casi todos los escritores esconden un ciudadano atemorizado por los personajes que va condenando a vivir y morir sobre el papel. Hay tanta vida ficticia en el alma de los novelistas que no osan sacar de sí mismos el carácter que les llevaría a un glorioso final de novela.

Esta es, aproximadamente, la conclusión a la que llego tras leer las Tres vidas de santos que Eduardo Mendoza acaba de publicar con Seix Barral. El último de los tres santos, un delincuente apocado que acaba convirtiéndose en el novelista más valorado por la jerarquía literaria mundial, conoce esta convicción: el escritor es siempre un fraude. Y el fraude, añado yo, se debe a que no podrá jamás darse vida a sí mismo, dejarse vivir.

Los tres santos que presenta Mendoza con una prosa neutra, la de la hagiografía tradicional, son tres fraudes que representan el fraude mismo de toda existencia. Da igual que seas obispo, como el primer santo, enfermo terminal (el segundo), o el raterillo del último cuento. Los tres son uno y los tres comprueban la inutilidad del esfuerzo, el timo de la voluntad, la petulancia de las explicaciones que tratan de dar sentido a una vida. Todo es producto del caos, del albur, del acaso. Y sólo los más arrogantes se empecinan en construir trabajosos juicios que tratan de apagar las carcajadas del público que los escucha.

El obispo verá su destino con toda lucidez cuando se tope con una ballena embalsamada, el pobre Dubslav expondrá el vacío de toda vida humana durante la entrega del Premio Europeo de la Investigación Científica, y el más famoso escritor del mundo destruirá la única prueba de que es un ser humano tras encontrarse con un antiguo colega del trullo que acude a devolverle la cartera que le acaban de robar. Insignificancias, azares, contingencias que dejan nuestro destino en cueros.

Disimulado detrás de su disfraz harapiento, Mendoza ha escrito su libro más explícito, más nihilista y quizás el más bello.

Artículo publicado el sábado 31 de octubre de 2009.

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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Planeta India

Oscar Pujol, el director del Cervantes de Delhi es un catalán especialista en sánscrito que vive en este país hace veinte años y con quien sostuve una conversación amena y llena de interesantes observaciones durante el larguísimo trayecto hasta el restaurante donde nos esperaba el embajador peruano. La presentación que hizo Pujol de mí fue cálida y de una sobriedad exquisita.  Pero gracias sobre todo a Nitesh Gurbani y a Carlota Taboada, en Delhi y en Bombay, respectivamente, he podido aprovechar mejor estos diez días en la India. Nitesh es un joven indio que trabaja en el Instituto Cervantes y conoce bien España, pues hizo la carrera de Filología en Córdoba. Él me ha enseñado esta ciudad mareante, caótica hasta la extenuación, sorprendente de lo tanto que se puede parecer a la imagen que de ella nos hacemos y que sin embargo, intuyo mientras camino por el casco viejo de Delhi, que sólo es la superficie, la manera de defenderse o burlarse de quienes ingenuamente creen que la pueden abarcar en pocos días. Naturalmente no intento semejante insensatez y me limito a caminarla, observando las hileras de rickshaws, las vacas que se apostan invulnerables en plena calle, entre una tienda de Lacoste y otra de Armani, a los indios ricos y vestidos a la usanza occidental que pasean de la mano de chicas fugaces y hermosas en sus saris multicolores. Nitesh mira con los ojos de un occidental, pero también de un indio, y eso es fantástico porque me salva de zozobrar en medio de tantas experiencias deep India con un dry martini en el Hotel Imperial, que es lo más parecido a un viejo enclave de las colonias británicas.

Carlota Taboada es una profesora de español en la universidad de Bombay que lleva poco menos de dos meses en esta ciudad tan distinta a la ensimismada Delhi. Se mueve con mucha soltura por sus calles y barrios, no se deja marear por los taxistas y es capaz de entender el enrevesado inglés de los indios. Pero al igual que Nitesh, Carlota ha sido una anfitriona estupenda que ha sabido equilibrar la sobredosis de realidad con breves oasis de sosiego occidental. Bombay es más festiva, despreocupada, un punto cínica. Delhi parece más contenida y sobria, más metida en sí misma. No es un impresión a la ligera: mis anfitriones y la gente con la que he conversado en estos días me ha confirmado esa sensación inmediata que nos asalta al recorrer las dos horas de vuelo que las separa. Pero en ambos casos la identidad india es un vínculo demasiado fuerte como para no percibirlo. Bombay es una espléndida vista nocturna (ciudad con mar, claro) que invita a imaginar su tráfago como una fiesta perpetua, espejismo que se deshace durante el día, cuando el calor, el tráfico pespunteado de bocinazos, el tropel de gente que inunda plazas y calles, nos la devuelve menos coqueta y mucho más conservadora de lo que a simple vista parece. Y entonces asoma en el recuerdo la Delhi norteña y un punto envarada, un poco a su aire. Como en realidad parece ser toda la India y que se vuelve hacia Occidente con esa indiferencia ancestral de los países que son en realidad planetas.  



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El negro y el blanco

Sólo fuera por la connotación que procede de las bodas, el blanco y el negro son viejos amantes. Amantes gay. Parecería que la rotundidad del negro abate al blanco pero basta probar con ellos para comprobar de qué esclava manera la superficie negra depende de la mancha blanca y hasta qué punto uno y otro no pueden separarse ni fugarse a solas ningún lugar. Amantes gay, amantes siameses, esposos o conyugados en cuya hermética confrontación encuentran el destino de su pervivencia. Ninguno de ellos puede comerse al otro, ninguno entre los dos muere sin arrastrar tras de sí y a la tumba sin luz, oscura, radiante de una blancura tan ciega como la inmortalidad soñada. 



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La teoría del oasis

Esta es una metáfora definitivamente condenada. Quien habla de oasis catalán presupone charca de podredumbre. No tiene más vueltas: si acaso tuvo alguna vez un significado positivo, ha quedado inhabilitado para siempre. Hacer a estas alturas genealogías del oasis es un ejercicio redundante, que aporta lo que ya sabemos. Quienes van a seguir utilizándola son quienes están convencidos de que la charca catalana es la excepción respecto a la hispánica normalidad. El tópico de los fenicios especuladores y corruptos no anda lejos de la inversión del oasis. Lo extraño, lo verdaderamente extraño, es la fuerza del tópico entre los propios nacionalistas, que lo han usado estos días casi con tanta intensidad como los otros.

Parece fuera de toda duda que esta metáfora simplona originada por una autosatisfacción bienintencionada tiene que ver más con los deseos que con la realidad. Suele ser un espejismo en el sentido literal de la palabra, que surgió en tiempos republicanos cada vez que las cosas iban un poco mejor en Barcelona que en el resto de España. Su fuerza, ya entonces, estaba en su inmediato efecto boomerang: el espejismo del oasis servía de gozosa demostración de que las diferencias políticas efectivas que se daban en Cataluña no eran más que una excusa para la ocultación del pillaje. Detrás de los sentimientos, las identidades y los símbolos no hay más que la cruda realidad de los más bajos intereses, la charca. Esto funciona siempre, incluso ahora, cuando conocemos la trivialidad del resorte. Es evidente que en Cataluña hay un sistema de partidos distinto, con cinco formaciones, en el que el PP se halla entre los pequeños y una coalición nacionalista ocupa su lugar frente al socialismo. El propio PSC no es el PSOE. El catalanismo es una ideología transversal que penetra incluso dentro del PP. Y hay una gran capacidad de consenso entre los dos más grandes, CiU y PSC, que tiene incluso el nombre de una coalición de gobierno que todavía no se ha producido: la sociovergencia. Pues bien, la ideología de la sospecha anticatalana sabe desde siempre a qué se debe todo esto: son monsergas que sólo sirven para robar. Lo único que cabe concluir hoy en día sobre el oasis catalán es que es un tópico que descalifica a quien lo usa porque conduce indefectiblemente a la idea de una charca fenicia de abiertos relentes excluyentes y xenófobos. Su origen no está en la República sino mucho más atrás. En Quevedo, por ejemplo, que veía al catalán como un ladrón de tres brazos. (Enlaces: sobre el origen de la metáfora; sobre el uso nacionalista del oasis; no he encontrado la referencia sobre Quevedo, que conozco de memoria y añadiré si alguien me echa una mano).



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Final de partida

Estamos en medio del festival de teatro y eso ayuda a escapar de la aburrida programación televisiva y las limitadas opciones recreativas ?casi todas en pesos convertibles- de la noche habanera. Guiados por el drama y la comedia, intentamos disipar los problemas cotidianos, las desazones y las dudas que este guión del absurdo en que vivimos nos genera. Pero en esas salas en penumbras no siempre se logra la evasión, sino que pueden encontrarse las claves para volver sobre nuestra realidad y reinterpretarla. El sábado se exhibió en el pequeño local del teatro Argos ?calle Ayestarán esquina a 20 de mayo- la obra de Samuel Beckett ?Final de partida?. Fuimos temprano para alcanzar espacio en las rústicas gradas de madera. Créanme que estar casi dos horas sin apoyar la espalda y sobre una dura tabla sólo se puede resistir si se trata de una magnífica puesta en escena. Pues bien, la de antenoche era del tipo que hace olvidar los calambres y el dolor en la cervical. Y no porque moviera al divertimento o a la risa, sino por generarnos esa angustia que nos mantiene en vilo, esa desazón humana que nos hace reparar en todo lo que nos falta. Un anciano ciego y agonizante mantiene una relación de maltrato y sumisión con su sirviente, al que encierra en la rutina y el chantaje. Sobre una silla de ruedas, el caprichoso convaleciente quiere controlar todo lo que ocurre y utiliza los ojos de su súbdito para estar al tanto. Una enfermiza gratitud y la incapacidad de imaginar otras circunstancias de vida, hacen que Clov esté atado a su amo Hamm y que posponga el día de alcanzar su independencia. Desde una sucia ventana se ve el mar, señal de todo lo vedado que existe afuera, de todo lo que nos está prohibido experimentar. Caminamos luego hasta la casa, traspasados por el desasosiego que nos dejó la puesta en escena. Fueron demasiado fuertes las paredes pintadas de negro, los gritos del déspota reclamando atención y asomarnos ?con tanta crudeza y familiaridad- a ?la naturaleza incalificable de las relaciones de poder, su misterio y su ritual de culpas, chantajes, imposiciones, perdones, manipulaciones??*. * Palabras de Carlos Celdrán, director de Argos Teatro, en el catálogo de la obra ?Final de partida?, interpretada por Pancho García, Waldo Franco, José Luís Hidalgo, Verónica Díaz.



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Roth también puede equivocarse

Philip Roth ha venido publicando en el último lustro novelas breves relacionadas con la mortalidad: Elegía (2006), Sale el espectro (2007), Indignación (2008), y The Humbling (2009). Hace poco, anunció que ya ha terminado una nueva novela, Némesis, que será publicada el 2010. Las razones de este ímpetu narrativo parecen ser evidentes: es como si el escritor, después de cumplir setenta años, se hubiera dado cuenta que le quedaba poco tiempo para escribir la enorme cantidad de historias todavía dándole vueltas, y habría decidido apurarse. La retórica se ha reducido al mínimo, y las grandes novelas de la última época (El teatro de Sabbath, Pastoral Americana, La mancha humana), han dado paso a textos intensos pero menores. No está mal: un Roth menor es todavía un gran Roth.

Pero entonces, ¿qué hacemos con The Humbling, la novela que Roth acaba de publicar? Aceptar que el novelista de Newark también se equivoca, y que esta obra no es menor ni residual, sino, simplemente, mala. Comienza con una gran idea: Simon Axler, un actor teatral de renombre, ha perdido de la noche a la mañana su talento para la actuación (la analogía con el Roth de esta novela puede ser fácil). Aunque no se exploran las razones de esta pérdida, aquí hay suficiente material para iniciar una reflexión narrativa sobre la creatividad y sus misterios. Sin embargo, lo que hace Roth es, literalmente, retirar de escena a Axler, hacer que se vaya a vivir al campo, y que se reencuentre con Pegeen, una ex-amiga lesbiana. De pronto, estamos en típico territorio de Roth: Axler conquista a Pegeen, se exploran los impulsos oscuros de la sexualidad, y la fantasía erótica se convierte en aliciente para que el hombre pueda reconectarse consigo mismo y recuperar su talento.

El problema es que la forma en que todo está narrado no tiene suficiente carne para ir más allá del sueño mojado de un hombre mayor, con vibradores, látigos y encuentros entre tres en la cama: "It was as if she were wearing a mask on her genitals, a weird totem mask, that made her into what she was not and was not supposed to be. She would as well have been a crow or a coyote, while simultaneously Pegeen Mike". Hay pocas cosas más cómicas que una escena de sexo mal narrada. Ni siquiera provoca mucho la provocación de Roth -una lesbiana puede volver a interesarse en el sexo opuesto si encuentra a un hombre con la potencia adecuada.

Roth siempre confió en la fuerza de su historia. En The Humbling parecen haberle entrado dudas, y por ello necesita reforzar ciertas frases con signos de admiración, como para hacerle ver al lector que lo que está narrando es importante: "Everything he wanted, she was preventing him from having!" "No, he would not be defeated by these two mediocrities. He would not be a boy overcome by her parents!" No hay muchas sorpresas en el desenlace, y queda la insinuación de que los grandes nunca están vencidos del todo. De modo que esperemos Némesis.

La Tercera, 2 de noviembre 2009



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A puertas cerradas

Click here to view the embedded video. No sé por dónde comenzar a contar lo ocurrido en el debate de ayer, sobre Internet, organizado por la revista Temas. Sin dudas, la peluca rubia que me encasqueté me permitió colarme por la controlada entrada del centro cultural Fresa y Chocolate. Eso y los zapatos altos, los labios pintados, las argollas brillantes y un bolso enorme de color hiriente, hicieron que me trasmutará en un ser bastante diferente. Algunos amigos llegaron a decirme que me veía mejor así, con la falda apretada y corta, el contoneo sensual y las gafas de armadura cuadrada. Lo siento por ellos, el personaje que interpreté duró poco tiempo y hoy he vuelto a mi despeinada y aburrida apariencia. A Claudia, Reinaldo, Eugenio, Ciro y otros bloggers no les permitieron la entrada. ?La institución se reserva el derecho de admisión? y mis colegas del ciberespacio mostraron la impertinencia de quienes ya han sido excluidos de otros lugares, pero no quieren retirarse abochornados y en silencio. Adentro, yo lograba atrapar una silla a un costado del panel de los expositores. Algunos ojos diestros en mi enclenque fisonomía ya me habían detectado y una cámara me filmaba con la insistencia de quien prepara un expediente. Un joven escritor pidió la palabra y lamentó que tantos hubieran sido impedidos de entrar; después vino alguien y mencionó términos como ?enemigo?, ?peligro?, ?defendernos?. Cuando finalmente fui llamada, aproveché para preguntar qué relación había entre las limitaciones con el ancho de banda y las tantas webs censuradas para el público cubano. Aplausos cuando concluí. Juro que no cabildeé ninguno de ellos. Después llegó una profesora universitaria que cuestionó el por qué yo había recibido el premio Ortega y Gasset de periodismo. Todavía no he logrado encontrar la relación entre mi pregunta y su análisis, pero los caminos de la difamación son así de torcidos. Al terminar, varios se me acercaron para abrazarme, una mujer apenas con el roce de una mano me dijo ?felicidades?. El fresco de una noche de octubre me esperaba afuera. Si a todos los que no dejaron acceder hubieran logrado participar, aquello habría sido realmente un espacio de polémica sobre la red. Lo que ocurrió me pareció mustio y maniatado. Sólo uno de los conferencistas mencionó conceptos como Web 2.0, redes sociales y Wikipedia. El resto era la vacuna anticipada contra la perversa web, las repetidas justificaciones de por qué los cubanos no podemos acceder masivamente a ella. Tomé mi móvil y twitteé con premura ?creo que lo mejor es organizar otro debate sobre Internet, sin los lastres de la censura y la exclusión?. Hoy en la mañana, con las ojeras de haber dormido apenas tres horas, estaba entregando manuales técnicos en la segunda sesión de nuestra Academia Blogger. Algunas de las imágenes de este video me las hicieron llegar manos amigas y solidarias que estaban en el interior de la sala.



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31 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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DE JURADOS Y PREMIOS

 

Hace unos días hablamos de una novela de amor y estación, "En Grand Central Station me senté y lloré". Y hace unos meses de otra novela de estación sin amor, esta vez una extraña estación de algún lugar de este país, en algún tiempo pasado, "La paradoja del interventor", las dos novelas- de Elizabeth Smart y de Gonzalo Bayal- me conmovieron e inquietaron por razones muy diferentes. El tren, las estaciones, esos espacios de viajes, llegadas, retornos, salidas y caminos que nos hacen llegar de algún lugar a otra parte, incluyendo ninguna parte, siguen siendo uno de los espacios más necesarios de la literatura. Y del cine, el teatro, la pintura, la fotografía y toda propuesta artística que nos permite  viajar con la realidad y con la imaginación. Una manera de profanar los lugares que nunca conocimos.

Ahora, desde Valladolid, y después de un viaje en tren a Madrid para discutir sobre los poemas y las prosas del premio literario mejor dotado de los nuestros- quince mil euros para un cuento, lo mismo para un poema, primeros de los llamados "Premios del tren"- me vuelto las ganas de viajar en tren. De leer y mirar historias desde el tren. Nos pusimos de acuerdo, después de discrepancias, descalificaciones y otras peleas entre salvajes domesticados, entre detectives dispersos de la prosa y el verso que componíamos el jurado de éste año. Conseguimos consenso, llegar a los premios y no terminar ni cautivos, ni desarmados. El consenso es la victoria de un jurado. Me gustó premiar al querido y conocido narrador Luisgé Martin. Y recuperar para mi particular nómina de poetas a uno apenas conocido y ya muy apreciado.

No recuerdo las bases, pero no creo que les moleste a los autores, editores, agentes y otros ángeles de la guardia, y la vanguardia,  de nuestras letras si reproduzco algo de las obras ganadoras. Reproducir, por ejemplo, los primeros versos ganadores de un poeta que nos llegó de El Salvador. Se llama Jorge Galán, conoció otros premios, otras ediciones entre nosotros, pero esta feliz lotería, este machadiano premio nos acercará mejor a esa forma  belleza y dureza, esas vidas que tienen que soportar nieblas, historias de trenes lejanos que se nos cuentan en el poema "Los trenes en la niebla":

 

"Los trenes salían de la niebla. Me dejaban atrás. Yo era su pasado

más inmediato. Entonces vivía al final o al inicio de lo que llamábamos horizonte

y veía subir y bajar a tantos que aprendí a saber quiénes no iban a volver más.

No puedo decir que se los veía en los ojos ni que algo les cubría

Pero aprendí a distinguirlos como se distinguen los vivos de los muertos,

cuando el frío hace que no nos queden dudas.

Sé que nací un noviembre en una época donde aún existían las cartas de amor.

Ese día era otoño en alguna parte, pero acá era invierno con lluvias.

Yo se que a nadie interesan estas cosas, pero ese año,

el último día de diciembre, a medianoche, mi madre y la familia

de mi madre esperaron en el patio trasero, sentados a la mesa,

la caída del tiempo de los hombres. Pero nada pasó, les habían mentido,

las escrituras no cumplieron su promesa, ni una figura

emergió de las nubes ni se escuchó campana alguna ni trompeta.

Decepcionados, caminaron a través de una línea de tren hacia la oscuridad..."

 

Así empieza el largo, y hermoso, poema de Galán. Un poema que consigue que un jurado de dispersos gustos nos pongamos de acuerdo. Esta tarde decidimos otros premios en otro jurado.¡Esta rareza de tener que "juzgar", premiar o castigar obras que otros hicieron! De las veinte películas a concurso en la sección "Tiempo de Historia", la sección oficial de documentales, solo podemos premiar tres películas. No será fácil. El cine documental goza de buena salud. Y yo tengo tendencia a dudar. Mañana despejaremos las dudas.

 

  



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30 de octubre de 2009
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