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A través del espejo (5)

Por 13 de octubre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Marcelo Figueras

Ya desde el prólogo de El arte de la distorsión, Juan Gabriel Vásquez establece hasta que punto se toma en serio el juego de la literatura. (Que tanto se parece, según me gustaría haber dejado en claro, al juego en que el Universo mismo está embarcado.) Aun cuando los textos que componen el libro fueron publicados con anterioridad de manera independiente (algunos, como Las máscaras de Philip Roth, en versiones aquí remozadas), se engarzan con naturalidad, armando una unidad de sentidos que se impone al lector sin recurrir a la menor violencia -esto es, a la manera de un verdadero maestro.

         Los hijos del licenciado: para una ética del lector sostiene que la lectura de ficción es una práctica adictiva. (Del mismo modo, agregaría yo, en que la mayoría de nosotros somos adictos a la búsqueda de sentidos: "La sed de experiencia nos define como especie", afirma Vásquez en ese mismo ensayo.) Según dice, además de crear el género tal como lo conocemos, Cervantes es asimismo responsable de "una invención no menos atrevida: la del lector de esas novelas", aquel ser inconforme y rebelde del que ya habíamos hablado antes, cuya subversión esencial nace de la soledad en que lee, esa introspección sui generis que nos permite abrirnos a otras posibilidades del ser tal como nos son sugeridas por los relatos.

         En el ensayo titulado como el libro, Vásquez recurre a Cien años de soledad para plantear la necesidad de buscar un nuevo tipo de novela histórica. (Una que reclama "desfachatez" para desbaratar la Historia y "reconstruirla transformada", mediante el uso adecuado de la imaginación o bien, en términos estrictamente físicos, de la deformación especular.)

         En Ver en las tinieblas explica la forma en la que Joseph Conrad produjo el salto entre la novela clásica y la novela moderna. Nos consta desde hace siglos que el género puede construir relatos perfectos, que transmiten el placer de lo acabado; ese objeto "redondeado, bruñido, terminado… completo e inviolable" que Banville, citado por Vásquez, define en el prólogo mismo. Pero al mismo tiempo sabemos también que la existencia no se parece en nada a ese tipo de obras de arte. Si nuestras vidas se parecen a algo, es más bien a aquello que Conrad define en un pasaje de El corazón de las tinieblas: una neblina permanente (¡pura incertidumbre, el reino de lo cuántico!) que de tanto en tanto, si somos afortunados, resulta "atravesada por un resplandor, semejante a uno de esos halos vaporosos que en ocasiones hace visible la luz espectral de la luna". Así vivimos, y así son las novelas que mejor transmiten la experiencia de vivir: serpeando en medio de la bruma que no se disipa, en búsqueda permanente de un destello de luz.

         En Malentendidos alrededor de García Márquez, reniega de los torpes intentos de "cortar el árbol de Cien años de soledad", al tiempo que reivindica la operación que le permitió a García Márquez crear una obra imperecedera: las decisiones de esquivar la tradición más obvia (en este caso, la colombiana), de buscar los referentes adecuados (Faulkner, Hemingway, Camus), y finalmente de escribir la novela soñada sabiendo que será siempre, de manera inevitable, una reescritura crítica de las obras que nos han influenciado. "Cada nuevo libro de un novelista genuino es un intento por arrebatarle a otro libro su posición privilegiada", dice Vásquez, y remata con una frase brillante: "La literatura es un deporte de contacto".

         Uno tiene que modelarse siempre a imagen y semejanza de alguien, decía Isaac Davis (Woody Allen) en Manhattan. Y en ese caso -concuerdo con él- lo mejor es optar por alguien con estatura de dios.

 

(Continuará.)

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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