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El derecho a irse

A veces conviene irse de Madrid, o de cualquier otro lugar donde uno viva. "Le droit de s´en aller", el derecho a escaparse o simplemente salir del sitio fijo donde se está, era, para Baudelaire, uno de los derechos humanos que -escribiendo él mucho antes de la existencia de la ONU y otras org.com- los ciudadanos tendrían que reclamar a sus mandatarios. He vivido la mayor parte de mi vida en Madrid, y precisamente este verano he cumplido mis treinta años de residencia ininterrumpida en la capital, en la que ya antes, de estudiante universitario, había residido cinco cursos, y a la que volví después de pasar casi una década en Inglaterra. Salgo en viajes cortos o largos siempre que puedo, aunque eso, por supuesto, lo comparto con la mayoría más o menos pudiente, que se desplaza para hacer turismo o para cumplir un trabajo. Al alivio del irse le corresponde, no siempre simétricamente, la dulzura del volver, pues la añoranza de la propia cama o de algún ser querido puede ser más poderosa que el perderse extramuros.

Desde fuera, la ciudad en la que vivimos adquiere perfiles extravagantes, o eso he sentido yo en las muchas semanas pasadas en Valencia. Las conversaciones telefónicas con los amigos, las noticias locales madrileñas que leía cuando algún visitante traía las ediciones del periódico compradas antes de salir de viaje, las imágenes televisadas de algún suceso o evento (la Noche Blanca, por ejemplo) en calles y espacios cerrados que conozco bien y frecuento, me daban la sensación de que la vida diaria, ‘mi' vida diaria más regular, trascurría sin mí con la misma rutina o desorden o ruido o jarana que posee cuando, día tras día, yo la co-interpreto con ese reparto de millones de madrileños. Cosas que me he perdido y cosas de las que me he librado. Me he perdido el espectáculo teatral ‘orwelliano' de Tim Robbins, un artista plural al que admiro y con el que desayuné (él mucho más copiosamente que yo) una mañana inolvidable en el Hotel de las letras de Gran Vía. Tampoco he podido acompañar en sus estrenos teatrales a Sancho Gracia (‘La cena de los generales'), Carlos Hipólito (‘Don Carlos') y Toni Cantó (‘El pez gordo'), tres magníficos actores amigos de quienes no me querría nunca perder nada. En el otro plato de la balanza, veo con alivio que cruzar la calle Serrano, un itinerario para mí frecuentemente inevitable, sigue siendo más peligroso que adentrarse en la jungla del Amazonas, o lo que quede de ella.

Recibir esas impresiones madrileñas desde Valencia ha tenido para mí otro valor añadido, pues salgo de una familia de una valencianidad genéticamente pura, dentro de la que yo mismo, por el destino de nacer 200 kilómetros al sur de la capital de la Comunidad, soy el más ‘alejado'. Mi madre nació, con todos sus hermanos, mis tíos, a tres kilómetros de donde escribo esta columna, mi padre y mis abuelos eran de Sueca, y en las cercanías de ese pueblo arrocero he rodado planos de una película que dirijo. Tengo desperdigados por el resto de la comunidad a la totalidad de mis ‘relatives', con excepción de mi hermano, otro largo residente de Madrid.
La capital del Turia ya no debería llamarse así, pues el río Turia no pasa, con sus aguas alguna vez arrolladoras, por la ciudad, habiendo en su cauce ahora jardines, fuentes, canchas de tenis y sendas para los corredores y practicantes de la bicicleta. A medida que uno sale del centro sin dejar la antigua ribera fluvial, el cauce está más seco y sólo adornado en sus paredones desnudos con mensajes de amor de los grafiteros -unos seres muy sentimentales, pese a las apariencias-, casi todos ilegibles desde la altura de nuestra mirada peatonal. Sin duda Dios sí los ve.

Tengo con Valencia una relación de la que el Dr. Freud podría haber sacado mucho partido psíquico. Por la hondura y densidad de mis raíces, yo iba a menudo a la capital del Antiguo Reino, y al niño aquella monumentalidad de su centro histórico le impresionaba entonces menos que otras opulencias más frondosas y hasta chillonas: las frutas de cerámica del Mercado Central, las ‘mascletás' de las fiestas de San José, y los propias fallas, que eran mucho más hiperrealistas y grandiosas que las que por San Juan se plantaban en Alicante. En esos viajes, mis padres hablaban el valenciano con los suyos, y mis hermanos y yo quedábamos, entendiéndolo casi todo, un poco excluidos de esa lengua atávica que a nosotros no nos enseñaron. Desde fuera, Madrid se me aparece como un lugar añorado, a ratos ajeno, como lo son las ciudades que se desconocen, aunque estoy seguro de que cuando en pocos días regrese la encontraré igual de levantada y extenuante, igual de entretenida. Y al poco de estar en ella viviendo allí todas las horas del día, me habré merecido, como ustedes, mi derecho humano a huir de ella a la primera ocasión.

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21 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Líderes ocultos

Lo normal, ante la contemplación del mundo que ha ido formándose  en internet, es que pese a la aparición de tantas webs distintas, tantas tribus en torno a un interés especial, no ha surgido la egregia figura de diferentes  líderes. ¿Es así? Parecería que, de una manera totalmente impensada, la utopía del anarquismo habría venido a aterrizar en el ciberespacio. Sin embargo, como era fácil de sospechar, no todos los partícipes aceptan mansamente la situación horizontal y descuidan obtener rendimiento alguno de esa masa o esa potencial clientela. De hecho, así como ya abundan hasta la saturación los libros sobre cómo hacer amigos e influir sobre los demás en pubs y oficinas, también una serie de manuales recientes se dedican a instruir sobre cómo liderar los espacios de la Red. Esto vale para obtener rendimientos en el comercio y en la política pero sirve, en realidad, para casi cualquier cosa que se relacione con los efectos de acumular poder. ¿O es que se había creído que la potencial de la red no significaba más que una energía técnica, abstracta, curiosa y entretenida?



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21 de octubre de 2009
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Un buen corazón puede llevar al crimen

Sorprende el elevado número de parricidios que se está produciendo. Sólo la semana pasada creo haber contado tres. Es una figura clásica. Un hijo (nunca una hija) mata a sus padres con un hacha, machete o catana, y luego trata de suicidarse o queda estupefacto ante los cadáveres hasta que los vecinos dan la alarma. Al cabo de dos o tres telediarios alguien dice que el asesino tenía problemas mentales o que sufría de esquizofrenia. Uso las palabras de la tele.

    En un reciente artículo, mi neurólogo favorito, Oliver Sacks, habla de los antiguos asilos para lunáticos (así se llamaban), grandes palacios creados, los mejores, durante el barroco. Eran admirables fábricas que aún impresionan por su grandeza y dignidad, en donde se acogía a los enfermos mentales con cargo a la municipalidad, mediante previa y colosal donación de algún magnate. Los testimonios que han quedado hablan de lugares muy bien organizados y en donde los locos recuperaban parte de su dignidad y podían, por lo menos, evitar las agresiones del populacho.

    Estos grandes asilos se transformaron en centros administrativos a lo largo del XIX, se tecnificaron y perdieron la capacidad de cuidar a los enfermos de un modo piadoso. Se convirtieron en almacenes o prisiones para ciudadanos superfluos. Las condiciones de la reclusión comenzaron a ser atroces. En el siglo XX siguieron degenerando y con la generalización de la química psiquiátrica empezaron a vaciarse. Lo peor sin embargo llegó a partir de 1960 cuando notorios intelectuales de buen corazón pusieron los derechos del enfermo por encima de lo que estos pudieran preferir. Por ejemplo, se les prohibió trabajar en el asilo con la excusa de que era una explotación. Muchos enfermos enmudecieron para siempre al asumir su inutilidad. Los más radicales (los italianos), vaciaron los manicomios para que los enfermos se integraran en sus familias. Las calles se llenaron de vagabundos desesperados y la criminalidad creció espectacularmente.

    A veces el narcisismo de la bondad puede ser más peligroso que el terrorismo.

 

Artículo publicado el sábado 17 de octubre de 2009.

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21 de octubre de 2009
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I. Juventud, divino tesoro…

En el cuadro La fuente de la juventud de Lucas Cranach, que se  conserva en el Museo Estatal de Berlín,  ancianas decrépitas son llevadas en carromatos hasta el borde de un estanque de aguas milagrosas, y tras entrar en ellas salen del otro lado, jóvenes y bellas otra vez, para ser conducidas por pajes a unas tiendas donde reciben ricos ropajes, y ya vestidas se entregan de nuevo a la fiesta del mundo en un verde prado donde hay mesas ricamente servidas, y caminos floridos por los que se pierden con amantes tan jóvenes como ellas.

            El sueño de la eterna juventud se parece al sueño de la inmortalidad. Las aguas providenciales no sólo devuelven a los viejos las carnes lozanas, sino que el milagro obrará cuando veces sea necesario, hasta la eternidad. Es lo que pretendía Juan Ponce de León cuando siendo gobernador de Puerto Rico escuchó decir que a leguas de allí se hallaba esa fuente de la juventud urdida en las historias más antiguas: el agua de la vida a la que se llegaba tras atravesar la tierra de la oscuridad, que ya estaba en el Libro de las maravillas del mundo de Juan de Mandeville y en los escritos acerca del Preste Juan.

Soplaron en el oído ambicioso de Ponce de León la noticia de que un cacique anciano había recuperado de tal manera sus fuerzas gracias a aquellas aguas, que pudo emprender de nuevo "todos los ejercicios del hombre, tomar nueva esposa y engendrar más hijos". Armó entonces una expedición para ir en busca de la fuente maravillosa que le daría juventud eterna, y al mismo tiempo en busca de la riqueza infinita que le depararía la industria de vender juventud embotellada.

 

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21 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Morir por Kabul

Las cuentas son claras: 850 soldados norteamericanos, 221 británicos, 131 canadienses, 36 franceses, 34 alemanes, 26 españoles, 22 italianos, 21 holandeses, 15 polacos, 11 rumanos, y así hasta 1463 bajas mortales. Creciendo de año en año desde 2001. En dos operaciones distintas, tan contradictorias en sus objetivos como convergentes en la realidad de la guerra: la estrictamente bélica contra Al Qaeda y sus amigos talibanes, a cargo de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido fundamentalmente; y la de reconstrucción por encargo de Naciones Unidas, a cargo de la OTAN. Todo para evitar que los talibanes derroquen el régimen de Karzai en Kabul y para construir la estructura de un Estado. Con resultados de evaluación sencilla y rápida: mediocres tirando a malos o muy malos.

El último episodio desconcertante ha sido la ceremonia de confusión en torno a los resultados electorales, que se suma a las peleas dentro de la administración norteamericana entre quienes quieren seguir la escalada militar (los mandos militares) y quienes quisieran encontrar una solución política (Obama). El marco regional en el que se está registrando el actual naufragio es altamente preocupante: por un lado, la batalla de Warizistán entre el ejército paquistaní y los talibanes; por el otro, la recrudescencia del terrorismo contra el régimen de los ayatolás iraníes, en la zona fronteriza con Pakistán. Estamos probablemente en el momento más desconcertante de los nueve años de esta guerra que no hace más que crecer en dimensiones y en bajas. La región será la piedra de toque internacional de la presidencia de Obama. Muchos, el propio Obama entre ellos, temen que se convierta en un Vietnam, donde la dirección militar del conflicto se impuso sobre la dirección política, debido fundamentalmente a un motivo: el análisis subyacente era erróneo, como han demostrado luego los hechos. La teoría del dominó se reveló inconsistente y la victoria del Vietnam comunista no hizo caer todo Asia en manos de China. Ahora se enfrentan de nuevo dos formas de enfocar la presencia americana y europea en Afganistán. Si es un problema estrictamente militar, una retirada, por más que sea progresiva, o la fijación de una fecha para terminar las operaciones, con independencia del régimen que se halle instalado en Kabul, son una forma de derrota inaceptable: Estados Unidos no puede irse con el rabo entre las piernas. Pero si es un problema político, entonces quedaría prohibido hacer evaluaciones bajo el prisma de la victoria militar y se trataría de desconectar Afganistán del polvorín paquistaní, para resolver allí de una vez el problema que significa Al Qaeda y evitar que el arma nuclear acabe en manos de gobernantes irresponsables o abiertamente proclives al terrorismo. La OTAN debería bajo este prisma reafirmarse en su misión de reconstrucción, especialmente dedicada a la formación de una policía y de un ejército afganos capaces de hacerse cargo de la propia seguridad. Esta última eventualidad no agota la preocupación por la Alianza Atlántica que subyace en cualquier enfoque de la misión en Afganistán. Ayer mismo subrayaba la columnista del Washington Post Anne Appelbaum la escasa visibilidad que tiene el alto y creciente número de bajas que se están produciendo en Afganistán. Cada país se acuerda y honra a sus fallecidos, pero nadie se fija ni tiene en cuenta lo que les está pasando al conjunto de los aliados y lo que le está pasando a la Alianza. El título de su artículo es suficientemente expresivo: The slowly vanishing Nato. Lo que no consiguió la Unión Soviética quizás lo consigan la acción conjunta de los talibanes y de los errores de los aliados. (Enlaces: con lascuentas de bajas en Afganistán; con el artículo de Anne Appelbaum).



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21 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escanlar regresa

Gustavo Escanlar. Fuente: farandula-uy El uruguayo Gustavo Escanlar, una de las promesas de las antologías literarias de América Latina en los años 90 como McOndo o Líneas Aéreas dejó de pronto la literatura por la televisión, los reality shows y la radio, donde siguió explorando el lado underground -o "maldito" en jerga literaria- de su ciudad. La irreverencia de Escanlar se mantuvo durante décadas en suspenso hasta que finalmente reaparece este año con La alemana, editado por la independiente Factotum. En el suplemento Radar Libros de Página12 le dan la bienvenida:Suerte de reedición mínimamente corregida de Dos o tres cosas que sé de Gala, publicada originalmente unos cuatro años atrás en el Uruguay, La alemana en realidad retoma historia y personajes de Estokolmo, y ?según confesó Escanlar en la presentación porteña del libro? su escritura data de aquellos tiempos. Arranca con un brutal prólogo ?o capítulo 0, como se lo bautiza en el libro? que en realidad es un cuento por derecho propio, y de lo mejorcito de su obra (que ya había sido publicado como cuento en Líneas aéreas, bajo el nombre de Una fiesta popular). Y cuenta una historia de dealers influyentes y policías corruptos, de un barrio nada inocente y un poder cínico y manipulador. ?Nunca olviden que Escanlar es fanático de Bukowski y Tom Wolfe por igual, y eso lo convierte en un tipo peligroso?, escribió su contemporáneo Gabriel Peveroni en el prólogo a Dos o tres cosas que sé de Gala. Y agregaba: ?Lo convierte en un perfecto cínico, capaz de estar en los dos lados y pasar de todo. Lo convierte, entre otras cosas en uno de los cronistas más filosos de esta ciudad, aunque muchos intelectuales y pichones de intelectuales lo desprecien?. Es verdad que Escanlar aún debe demostrar que tiene algo nuevo para decir en el nuevo siglo, para poder sumarse por derecho propio al coro de la nueva generación de narradores que ha despuntado en la vecina orilla. Después de todo, lo único que ha escrito en el último tiempo es el cuento 40, publicado en la revista La Mano, un par de años atrás. Pero La alemana es una buena forma de recordar que en literatura siempre hay algo más que estampitas. Y que Uruguay no sólo es la pachorra hippie de Polonio, y que Montevideo es una ciudad que tambien puede ser pura y dura, y no sólo postal. Y mucho menos unplugged.



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20 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Temporada de premios en España

Fernando Iwasaki y temporada de premios en España. Fuente: cafebabel La temporada de premios literarios en España, que empieza en octubre con el fogonazo del Premio Planeta, ha puesto en la palestra a nuestro compatriota Fernando Iwasaki quien publicó España, aparte de mí estos premios (Páginas de Espuma) ironizando la cantidad de premios literarios (3,500 según la cuenta de una página web dedicada al tema) que existen en España. Una nota en "El País" de hoy comenta el tema:Según Chema Álvarez, responsable de la guía, Internet ha hecho que "la cifra de concursos que se convocan desde y por la Red" crezca "exponencialmente". Así, el portal de Internet premiosliterarios.com ofrece a sus suscriptores información sobre las bases de 3.500 certámenes (cerca de 10 por día, domingos incluidos). Este mes, y sólo en la modalidad de narrativa se cerrará el plazo de 45 certámenes: desde el de la Cofradía del Vino de Navarra hasta el Mazzantini de relatos taurinos de Llodio (Álava). A ese "hecho diferencial" de la literatura española le ha dedicado Fernando Iwasaki España, aparte de mí estos premios. La obra del escritor peruano afincado en Sevilla es un conjunto de relatos precedidos por las bases de un imaginario concurso literario local y seguido por la correspondiente acta del jurado. Para Iwasaki, los premios son una forma de publicidad para los convocantes, algo que se multiplicó con el Estado de las autonomías. "La cantidad de premios que hay en España es algo que sorprende a cualquier extranjero, sobre todo si viene del Perú, donde sólo hay tres", dice el escritor limeño. En su opinión, los galardones sirven para tres cosas: sostener una vocación, consagrar una trayectoria o "directamente, prejubilarte". Si el último fue el caso del propio Cela, el primero podría ser, como recuerda Iwasaki, el de Luis Sepúlveda antes de Un viejo que leía novelas de amor, Luis Leante antes de ganar el Alfaguara y, sobre todo, Roberto Bolaño. Antes de su consagración universal el autor chileno sobrevivió, en sus propias palabras, con lo que ganaba en los mil premios "de tercera división" desperdigados por la geografía de España, "premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar, pues en ello le iba la vida". Lo dice en Monsieur Pain, una novela que pasó sin pena ni gloria cuando ganó, en 1993 y con el título de La senda de los elefantes, el premio Félix Urabayen del Ayuntamiento de Toledo. Cuando la rescató Anagrama seis años más tarde fue recibida como una obra maestra.Por otra parte, en "Babelia" escogieron el libro de Fernando Iwasaki como "El libro de la semana" y le dedicaron una reseña muy elogiosa de Ana Rodríguez Fisher:Apenas he parado de reírme a carcajada limpia -sólo lo justo para poder seguir leyendo- mientras tuve en mis manos España, aparta de mí estos premios, el libro de relatos donde el escritor peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) nos ofrece siete visiones o interpretaciones de la historia de España. Pero que no nos despiste el título, porque si hay un sesgado homenaje al poemario de César Vallejo -España, aparta de mí este cáliz, 1937-, las narraciones de Iwasaki parten de una irreverencia absoluta y, de las dos Españas, se dirigen sólo a la que sabe reírse de sí misma. (...) Fernando Iwasaki se mueve con admirable desenvoltura y desparpajo por episodios de nuestro pasado épico -gestas jesuíticas o conmemoración de la Liberación del Alcázar de Toledo-, las plurales identidades de la piel de toro, las filias y las fobias de unos y otros, los ritos, las modas y... en fin, la general estulticia en la actual sociedad del espectáculo y la era de la globalización. Baste mencionar que los relatos a concurso deben tratar del turismo espeleológico o de la gloriosa historia del Sevilla Fútbol Club; exaltar los valores identitarios, los hechos diferenciales y la riqueza cultural de Euskadi; servir para motivar e incentivar la visibilidad de la mujer catalana en todos los ámbitos y estamentos de la sociedad; o promocionar el langostino de Sanlúcar. Huelga decir que la parodia pulveriza tan loables propósitos, gracias al soberbio lenguaje, que además del pastiche opera con tics, frases hechas, correcciones políticas o hablas y jergas de las varias identidades lingüísticas. Un consejo: no paguen más sesiones de risoterapia y lean España, aparta de mí estos premios.



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20 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El estilo

"El estilo es el hombre": antes de que el igualitarismo de bajura ocupara gran parte de la escena, se recurría bastante a esta sentencia. Y aunque, como todas las máximas, es demasiado categórica, algo -o mucho- hay de cierto en ella. La recordé a propósito del artículo publicado en este mismo periódico por Jordi Hereu, alcalde de Barcelona, titulado En defensa del Raval (17-9-2009). Lo leí atentamente y, como no tengo el gusto de conocer personalmente al señor Hereu, traté de deducir cómo sería el alcalde de mi ciudad a través de su argumentación. Confieso que el estilo del artículo me pareció que hundía las razones que quizá legítimamente esgrimía su autor.

El inicio era lamentable y eliminaba lo que venía después ¿Cómo puede el alcalde de una ciudad iniciar un texto con la frase "viendo con qué facilidad algunas voces se suman estos días al acoso y derribo del Raval y del proyecto que el Ayuntamiento de Barcelona... "? ¿Cree de verdad el señor Hereu que unas "voces" pueden acosar y derribar un barrio? El asunto sería puramente esotérico -con voces que andan sueltas fastidiando- o humorístico si no se apreciara, por lo que se lee luego, que el alcalde habla en serio y considera seriamente que hay una conspiración para demoler su proyecto.

En lugar de atender con tacto y humildad las críticas recibidas por la situación del Raval -y, desde luego, no sólo del Raval- por parte de multitud de ciudadanos, muchos de ellos del propio barrio, el alcalde se lanza a una cruzada contra las "voces" acosadoras y derribadoras. El tono oscila entre el lenguaje mitinero y la visión arcádica que desde hace años tanto ha prodigado el Ayuntamiento de Barcelona con los llamados publirreportajes, que no son otra cosa que autoexaltaciones a cargo del erario público. Sin faltar los tópicos a los que recurrir con asombrosa rotundidad: "Lo afirmo con orgullo: el Raval de Barcelona es uno de los lugares con más vocación de ciudadanía de Europa". ¿Qué quiere decir eso de la vocación de ciudadanía? Acaso es una buena expresión para un folleto de propaganda, aunque en el contexto en que está situada suena a burla y anula el efecto de otros argumentos que podrían parecer más razonables.

No niego que el actual alcalde de Barcelona trabaje esforzadamente por la ciudad, pero si el estilo es el hombre, ese hombre, el señor Hereu, se encamina con paso firme hacia la derrota.

 

El País, 03/10/2009



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20 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El animal piadoso

 

El animal piadoso

Es una novela pausada, desengañada y sin una pizca de nostalgia. Todos son personas mayores, o por lo menos que han doblado ya el cabo de la esperanza. Incluida la hija,  una mujer a la que también se le ha escapado la juventud. El encargado de llevar adelante la narración/reflexión/indagación, el ex comisario Samuel Mol, se califica a si mismo de mal profesional; uno de sus pocos amigo, un cura por más señas, le considera "un alma imprecisa", mientras que Eliseo Viñuela, una especie de conciencia moral a la que siempre se puede acudir si se trata de fulminar un juicio moral, le recuerda que "uno nunca pierde el rastro de si mismo". Estos pocos parámetros, o puntos de referencia, le bastan a Luis Mateo Díez para sacar adelante- encima sin abrumar al lector con el cansancio que el intento provoca - una indagación que prácticamente desde la primera línea el autor, el lector y el propio protagonista saben que no va a llegar a ninguna parte. Pero cómo podría si el encargado de llevar la pesquisa hasta sus últimas consecuencias no está seguro de que a un culpable haya que castigarlo. Menudo poli. Es de suponer que esa indecisión, o por decirlo en palabras de su propio amigo, "esa imprecisión" fue el motivo principal de que el joven inspector Mol acabase dando con sus huesos en Armenta, una ciudad de provincias en la que nunca pasa nada. O en la que, para una vez que pasa algo - por ejemplo un doble crimen ocurrido en unas circunstancias harto intrigantes - el encargado de resolver el misterio siente compasión por el único implicado que parece ocultar información  y se niega a apretarle las tuercas.

                Pero no es este el único detalle que niega a El animal piadoso la posibilidad de ser  una novela negra. Las reglas del género exigen la aparición de un buen número de sospechosos, o al menos candidatos a la ejecución del crimen. Además de muchos, todos ellos deben tener un móvil y haber dispuesto de la ocasión para cometer el doble asesinato. En el juego de sombras y falsedades se desenvuelve la trama preparatoria de la sorpresa final. Hasta aquí, las reglas del género. Pero en esta novela no hay nada de eso. Encima de ser mayores, la mayoría de los implicados están muertos o en unas condiciones físicas tan lamentables que difícilmente van a propiciar un vuelco espectacular en la narración. Aunque tampoco hace ninguna falta porque Luis Mateo Díez se mueve con una curiosa soltura por el lado oscuro del alma, allí donde se supone que anidan el miedo, la debilidad, la traición o la venganza, que no la nostalgia, como ya he dicho: nadie parece sentir que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Ni lamentar la inacción cuando pudo actuar. Ni tampoco creer que bien merece una segunda oportunidad. El ex comisario Mol, catorce años después de ocurridos los hechos, vuelve al escenario del crimen y busca indicios recurriendo incluso  a los muertos, o al diálogo con los fantasmas del pasado. Salvo que su mirada escudriña con más interés - y conocimiento de causa -el pasado que el presente, y no digamos nada el futuro. Porque no hay tal cosa como el futuro. Sólo un fluir de lo mismo hasta que de repente, un día, el mecanismo se pare. Como se paró un día el mecanismo de su esposa, de la que tampoco nos llega ni un atisbo de ternura, desvarío o lamento por lo que parecía que iba a ser y no fue. Un día se paró como se le está parando la relación con su hija. A la que quiere, claro está, como probablemente quiso a su esposa un día. Solo que el animal piadoso, desde su imprecisa soledad, se siente acosado por una culpa que no lo es, pues en último término si de algo se puede acusar es de no sentir por sí mismo la misma piedad que le provocan los demás. Y este sí que es una indagación azarosa, y plagada de trampas. Pero cuya resolución probablemente esté aguardando en una próxima novela porque, como no podía ser menos, el ex comisario Mol se desvanece en la distancia sin dar una respuesta convicente. O sea que tenemos tema para rato.

 

El animal Piadoso

Luís Mateo Díaz

Galaxia Gutenberg



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20 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El globo

¿Necesitamos nuevos y mejores ejemplos del fracaso del periodismo? El globo plateado lleno de ligerísimo helio, que mantuvo en vilo a los medios de comunicación norteamericanos durante una hora y media el pasado 15 de octubre, en su viaje de casi 100 kilómetros por los cielos de Colorado, es la perfecta imagen de la deriva de este oficio.

Lo esencial es que siga el espectáculo diario. Vacío, elevado por efecto de un gas y sin contenido real, pura invención y estafa. Con la mera intención de atraer la atención del público y mantener las audiencias. Sin esfuerzo alguno por comprobar nada. Llevados por la tracción gaseosa. Y a vivir del cuento, claro está.  No había niño, no había peligro, no había nada más que la pericia de una familia organizada y perturbada por la vida mediática. Y sin embargo, todos los medios de comunicación se lanzaron detrás de la noticia. ¿Noticia? No había tampoco periodistas, está uno tentado de escribir: y ya está escrito. Traduzco y transcribo uno de los párrafos subrayados en mis lecturas de este fin de semana: ?Es llamativo cuántos periodistas jubilados ?del Times y de otros periódicos- estuvieron apoyando mi trabajo. Fue como si la distancia de la cultura de las salas de redacción (newsroom culture) les hubiera capacitado para ver lo que quienes están inmersas en ellas no pueden percibir: las distorsiones causadas por una permanente actitud antagonista; la disimulada pero excesiva dependencia de las fuentes anónimas; la búsqueda sin sentido de ?scoops? vacíos; las incursiones a veces crueles en las vidas privadas; todo el complejo de prácticas que se dan por asentadas pero que nos han conducido a la decreciente fe en el periodismo que ahora expresan muchos americanos?. Pertenecen al texto titulado ?Notas sobre una profesión antipática?, que constituyen la presentación del libro ?Public Editor? (PublicAffairs, New York, 2006), de Daniel Okrent, el primer defensor del lector del New York Times, nombrado tras la crisis enorme desencadenada por el caso de Jayson Blair, el joven reportero fabulador de falsas noticias que conseguíoa colar en la primera página del periódico. Okrent sirvió en el cargo los 18 meses estipulados y ha dejado un conjunto de reflexiones imprescindibles para entender el rumbo de este oficio en Estados Unidos y aquí mismo. El prestigio del oficio está en caída libre. No es una opinión, sino una conclusión del Pew Research Center sobre el nivel de fiabilidad de los medios según la percepción del público, pues se halla en su nivel más bajo en los últimos 20 años, etapa en la que el PRC ha efectuado encuestas. (Enlaces: con el vídeo de la familia Heene, en el que simulan la salida involuntaria del globo con el niño dentro. Con las columnas de Daniel Okrent en el Times de Nueva York. Con la encuesta del PRC).



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20 de octubre de 2009
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