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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La paradoja de la felicidad

Extraordinaria encuesta la del norteamericano Pew Reserch Center acerca de los cambios de actitudes en los países del desaparecido bloque comunista. Con motivo del aniversario de la caída del Muro, el instituto se ha interesado por el prestigio de la democracia y del capitalismo, la reunificación alemana, los sentimientos nacionales o la satisfacción con la propia vida comparativamente con los tiempos del comunismo. Lo que más choca de toda la encuesta es el contraste entre los juicios sobre el cambio político y el funcionamiento de sus países, de una parte, y de la otra, los sentimientos sobre la propia vida. Este contraste es lo que yo denominaría como la paradoja de la felicidad.

Mientras quedan mitigados los juicios favorables a los cambios obtenidos en estos veinte años, aparece con gran intensidad una mayor satisfacción por la propia vida. Hay que subrayar que la aprobación de la democracia y del capitalismo alcanza niveles mayoritarios en casi todos los países: desde el 52 por ciento de Bulgaria hasta el 85 por ciento de Alemania del este, con la excepción del 30 por ciento de Ucrania, en relación al cambio democrático; y desde el 50 por ciento de Rusia y Lituania hasta el 82 por ciento de Alemania del este, con las excepciones de Ucrania con el 36 por ciento y Hungría con el 46, en relación al cambio capitalista. Pero en todos ellos desciende la opinión favorable en relación a idénticas apreciaciones en 1991, momento en que ambos conceptos antitéticos con el comunismo tenían mayor prestigio. La satisfacción por la propia vida, en cambio, experimenta un salto espectacular en casi todos los países, con el incremento máximo de 30 puntos porcentuales en Polonia y el mínimo de siete en Hungría. Lo mismo cabe decir respecto a la visión optimista sobre el futuro, que supera en todos los países encuestados a la visión pesimista, desde el máximo de un 44 por ciento de los rusos, hasta el mínimo del 28 por ciento de los alemanes del este. Las apreciaciones positivas ante la propia vida y ante el futuro son más intensas entre los más jóvenes, la población urbana y la que tienen mejor educación, por lo que cabe aventurar que justo ahora está empezando a producirse el auténtico cambio de mentalidades. La paradoja radica, todavía, en la disonancia entre unos juicios políticos condicionados por la memoria del pasado y la realidad de cómo transcurren las vidas de cada uno de los encuestados. Y aunque no tengo datos en mano sobre apreciaciones equivalentes en el resto de Europa, me atrevo aventurar que esta paradoja de la felicidad acerca a los ciudadanos europeos del este a los de la Europa que siempre ha sido capitalista. (Enlaces. Hay muchas más cosas de gran interés en la encuesta. Por ejemplo sobre las actitudes xenófobas en dichos países respecto a sus minorías. El lector podrá ampliar la información en El País o consultando directamente el documento del PRC).



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10 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlin, después de tantos muros

 

 

 

Nunca olvidaré mi primer Berlín. Tan joven y sin embargo enamorado. No me olvido de aquella casa de la Bahaus, de aquellos cafés casi inalcanzables- ¡éramos tan pobres!- y de aquellas noches de jazz, cervezas y resistencia para no seguir bebiendo porque teníamos que luchar contra el poderoso marco.

No olvidar el viaje, un verdadero viaje en el tiempo, en metro hasta el otro mundo. El otro lado del muro. El viaje al socialismo real, al telón de acero. Yo ya había conocido dos o tres ciudades del control soviético, de sus mentiras y sus miedos. También de sus trampas y su deseo de supervivir, de no dejarse someter por la dictadura. Algo que los que veníamos del franquismo reconocíamos muy bien. Pero Berlín del este, con toda su mitomanía literaria, musical, fílmica; con su historia y su realidad, era más impresionante, más irreal en su belleza deteriorada que Sofía, que Budapest que Praga.

Berlín al otro lado del muro se parecía al peor de los decorados realistas de una novela de Le Carré. Ya nada quedaba del Berlín años veinte, ni de la arrogancia nazi, ni del mundo oculto del cabaret. No, Berlín era un decorado de la tristeza. Gentes vigiladas que no podían dar ningún salto. Y sin embargo, hermosa y pobremente conservada.

Paseamos bajo los tilos, respiramos su tristeza y volvimos a dormir al otro lado del muro.

Nunca fuimos comunistas, menos aún estalinistas, pero era imposible seguir disimulando, creyendo, mirando para otro lado, cuando desde el mundo injusto del Berlín capitalista y democrático, desde esa ciudad reconstruida después de tanta guerra, recordabas quién y porqué se había construido el muro mientras tomábamos nuestra cerveza en un garito con música. Menos mal que podíamos sentirnos izquierdistas no comunistas, seguir pagando alguna cerveza y ver, en libertad, la primera exposición de Eduardo Arroyo. El destino nos convertiría en amigos. Tengo que hablar con él de Berlín. Ahora que aquella ciudad tan muerta, el Berlín Oriental, esa nevera impenetrable, se haya convertido en la ciudad más dinámica de occidente.

Vuelvo a mis lecturas, tengo que hacer una lista de mis alemanes imprescindibles. Mañana si tengo tiempo. Ahora estoy terminando un libro de Berlín, con sus espías y sus mentiras, con sus miedos y sus cambios. Se llama "El muro de Berlín", es de un inglés llamado Frederick Taylor. Está en RBA. Me devuelve a ese Berlín de cuando fuimos jóvenes. He vuelto unas cuántas veces a esa ciudad. Me iría a vivir mañana si no fuera porque Madrid también es un poco Berlín y se habla mejor mi idioma.

Me sonrío con una cita del libro, después de inquietarme con otra de Sebald y Robert Lowell. La cita es de un cliente anónimo de un bar de Berlín Oriental el mismo día de la caída del muro. "Así que construyeron el muro para impedir que la gente se marchara, y ahora lo derriban para impedir que la gente se marche. Ya me dirás si es lógico"

La vida, la política y las ciudades casi nunca son lógicas. Ni la lógica.



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9 de noviembre de 2009
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Donde se arrastra la culebra

"...poseía hasta rozar con la cobardía esta virtud que ahora tengo por divina, a saber, la prudencia"

Así se expresa el barón de Charlus en una carta dirigida al Narrador de la Recherche proustiana para congratularse de que su amante Morel (joven de gran belleza, virtuoso del violín y absolutamente ajeno a toda máxima de acción que supusiera algún tipo de solidaridad o sacrificio), guiado por su instinto cobarde, hubiera reiteradamente evitado reconciliarse con él; pues el barón había planificado invitarle a su casa para simplemente... acabar con su vida.

La "prudencia" de Morel es desde luego poco estética, es decir, no responde a la concepción de la moralidad que hubiera defendido, por ejemplo, Frederich Nietzsche, pero ¿constituye realmente una deficiencia moral? Topamos aquí con uno de los problemas más generales de la historia de la ética.

Como bien dice el Barón de Charlus "la profunda sabiduría del Evangelio hace de ella [la prudencia rayana con la cobardía] una virtud, una virtud al menos para los demás".

Pero no sólo para los demás: la prudencia es también una modalidad de virtud propia en esos seres, a los que me refería en el texto anterior, que atraídos por actitudes no convencionales o convencidos de la mayor dignidad estética y moral de modalidades de comportamiento que las leyes explícitas no autorizan, carecen sin embargo de la entereza suficiente para exponerse a las consecuencias de su actitud rebelde. Para todos aquellos que (retomo de nuevo la terminología cargada de resonancias bíblicas del Barón de Charlus) "prefieren retornar no al polvo y a la ceniza de los que todo hombre, es decir el verdadero fénix, puede renacer sino al barro en el que se arrastra la culebra",  para todos aquellos cuya entereza ante la soledad y la muerte es impostura, la prudencia constituye el único escudo moral.       

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9 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noches de Berlín

Una noche, la del 12 de agosto de 1961, el telón de acero que había caído sobre Europa en 1945 cerró su último portillo. Cortó Berlín en dos, como si la hubiera pasado por una cizalla. Primero se extendió en forma de cadena de policías y blindados, alambres y obstáculos, y en pocos días con un muro que fue creciendo y fortificándose. La antigua capital alemana venía sufriendo la presión soviética desde junio de 1948, cuando las autoridades de Moscú la mantuvieron durante varios meses bloqueada y sin suministros ni comunicaciones terrestres. Era el punto de fuga por donde millares de alemanes huían de la zona de ocupación soviética y a la vez zona de fricción donde las dos superpotencias enfrentadas en la guerra fría llegaron a situar a sus tanques apuntándose unos a otros. Los momentos más delicados de aquella confrontación, cuando Moscú y Washington estuvieron más cerca de pulsar el botón nuclear, se sitúan entre la construcción del muro berlinés, aquella noche de agosto de 1961 y noviembre de 1962, cuando la Unión Soviética retiró de Cuba los misiles que apuntaban en dirección a Estados Unidos.

Al cabo de 28 años, otra noche, la del 9 de noviembre de 1989, el mismo muro se agrietó, empujado por el vendaval de libertad que se había levantado en todo el bloque comunista, al impulso de la perestroika de Mijaíl Gorbachov. Por aquella brecha se desbordó velozmente el caudal embalsado durante la guerra fría, de forma que en cuestión de meses se unificaron las dos Alemanias, cayeron todos los regímenes comunistas europeos, desapareció la cárcel de pueblos y de ciudadanos en que se había convertido la Unión Soviética y el mundo entero se encontró, de pronto, ante el reto, hoy todavía sin colmar, de construir una arquitectura política internacional totalmente nueva sobre las ruinas de la que acababa de hundirse. Pocos creían en 1961 que el régimen comunista se atreviera a partir en dos la vieja capital alemana y a dejar encerrados a los berlineses occidentales en una isla comunicada por tres corredores aéreos y el mismo número de autopistas con el resto del mundo occidental. Eran también pocos en el otoño de 1989 quienes imaginaban que la división de Berlín y de Alemania, de Europa y del mundo, tenía las horas contadas. Tanto la construcción del muro como su destrucción aparecieron en sus respectivos inicios como tareas irreales; al igual que, muy poco después, todo el mundo consideraba que habían sido inevitables, y se extrañaban, en 1961, de que no se hubiera erigido antes y, después de 1989, de que la farsa de aquellos regímenes hubiera durado tanto tiempo. Todo comenzó, pues, en la última noche berlinesa. Allí el mundo empezó a salir de la pesadilla de un Apocalipsis provocado por la propia mano del hombre. Allí se clausuró el campo de batalla europeo que había ocupado el centro del mundo durante todo el siglo XX y inició el desplazamiento del eje del poder y de las tensiones hacia el Sur y hacia Oriente. Fue una noche transformadora, que generó un mundo nuevo, primero unipolar, con una única superpotencia, y más tarde, ahora, multipolar. La carrera de armamentos y el equilibrio del terror, sobre los que se había asentado la paz en Europa durante toda la guerra fría, terminaron de pronto. Si hasta entonces todo permanecía congelado en un mapa cuadriculado de fronteras y bloques, a partir de aquel momento surgió un movimiento en dirección contraria, que dio paso a la integración regional, la globalización económica e incluso a la revolución digital, en dos décadas que significaron la desaparición de numerosas fronteras y el desplazamiento de otras. La primera de todas en esfumarse fue la frontera interalemana, de forma que los alemanes pudieron alcanzar por primera vez en su historia la unidad nacional en libertad. La Unión Europea, concebida inicialmente para evitar el retorno de la guerra en Europa, se convirtió en la máquina de paz, prosperidad y estabilidad con que se fabricó el destino de los países surgidos del comunismo. A excepción de los Balcanes, donde momentáneamente regresó la limpieza étnica y la ideología del nacionalismo dominador. Pero creció a velocidad de vértigo en el resto del continente, primero absorbiendo los países neutrales de la guerra fría: Austria, Finlandia y Suecia. Luego, en dos tacadas, a diez antiguos países comunistas, que situaron las fronteras de la UE en Bielorrusia, Ucrania y Rusia. La frontera polaca sobre los ríos Oder y Neise, reconocida tras la Segunda Guerra Mundial y aborrecida por los alemanes, quedó definitivamente consolidada, cerrando de una vez por todas el irredentismo germánico sobre los antiguos territorios de Pomerania, Prusia Oriental, Alta Silesia y, en paralelo, también de los Sudetes checos. Como resultado de todo ello, Moscú perdió todo el viejo glacis soviético, de forma que la Alianza Atlántica absorbió a la gran mayoría de los antiguos socios del Pacto de Varsovia, a la vez que estallaba el imperio y se desprendía dolorosamente de su propia cuna nacional que es Ucrania. La huella bélica del siglo XX es profunda y no se borra de un plumazo, sobre todo de las mentes. La guerra fría ha modelado las actuales instituciones europeas y ha dejado además una herencia inquietante. Por una parte, un fabuloso arsenal de armas, capaz de destruir varias veces el planeta entero. Por la otra, unos reflejos geopolíticos, sobre todo en las dos antiguas superpotencias que se habían mantenido en tensión durante 45 años. Con mayor lentitud de la deseada ha ido descendiendo el número de cabezas nucleares almacenadas, desde las 50.000 que se calcula había en 1989 hasta las 25.000 que puede haber en la actualidad en los arsenales de los nueve países de los que se sabe que las poseen. En las dos últimas décadas han sido muchos los gestos reflejos dictados por la pesadilla de la autodestrucción que atormentó a la humanidad durante la entera guerra fría. Los ha habido, naturalmente, en Moscú, donde cuesta enterrar los instintos imperiales y resurge una y otra vez el viejo despotismo zarista, que anula a los individuos en nombre de la patria sagrada y busca constantemente medirse con Estados Unidos para calibrar la propia grandeza. Están muy vivos en los países que estuvieron bajo la bota soviética y temen un súbito resurgimiento del imperialismo ruso. También los ha habido en Washington, aunque sólo los neocons intentaron, con la presidencia de Bush, la reproducción de un mundo bipolar y el enfrentamiento contra las fuerzas del mal en los campos de batalla de una guerra caliente y convencional, en una especie de revancha -fracasada- por no haber podido librarla contra la Unión Soviética. Pero a la postre, pocos guerreros fríos han quedado en ejercicio. La mayoría se ha ido convirtiendo en lo contrario, en apóstoles del desarme. En 1999, el 'Financial Times' publicó unas declaraciones del mayor halcón de la guerra fría, Paul Nitze, entonces ya con 92 años, en las que se mostraba partidario de la eliminación absoluta de todo el arsenal nuclear del planeta. Ocho años más tarde, un grupo de figuras políticas también ya retiradas, encabezado por los ex secretarios de Estado republicanos, George Shultz y Henry Kissinger, publicó en 'The Wall Street Journal' su propio alegato a favor de la desaparición de todo el arsenal nuclear. Entre la noche oscura de 1961 y la noche luminosa de 1989 transcurre la historia alucinante de un muro que dividió Berlín, Europa y el mundo, y cuya desaparición ahora celebramos como agua felizmente pasada. La eliminación del arma nuclear está en el programa presidencial de Obama, y la canciller Merkel cuenta en su contrato de Gobierno con el desmantelamiento de las últimas 20 bombas nucleares americanas que quedan todavía en territorio alemán. El día que se cumplan estos propósitos quedará definitivamente borrado el rastro de aquella ignominia.



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9 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La culpa de la víctima

Después de una agresión, hay ciertos miopes que culpan a la propia víctima por lo ocurrido. Si es una mujer que ha sido violada, alguien explica que su falda era muy corta o que se contoneaba con provocación. Si se trata de un asalto, los hay que sacan a relucir el llamativo bolso o los brillantes aretes que despertaron la codicia del delincuente. En caso de que se haya sido objeto de la represión política, entonces no faltaran quienes aleguen que la imprudencia ha sido la causante de tan ?enérgica? respuesta. La víctima se siente -ante actitudes así- doblemente agredida. Las decenas de ojos que vieron como a Orlando y a mí nos metieron a golpes en un auto, preferirían  no testificar, sumándose así al bando del criminal. El doctor que no levanta un acta de maltratos físicos porque ya ha sido advertido de que en este ?caso? no debe quedar ningún documento probando las lesiones recibidas, está violando el juramento de Hipócrates y haciendo un guiño cómplice al culpable. A quienes les parece que debería haber más moretones y hasta fracturas para empezar a sentir compasión por el atacado, no sólo están cuantificando el dolor,  sino que le están diciendo al agresor: ?tienes que dejar más señales, tienes que ser más enérgico?. Tampoco faltan los que siempre van a alegar que la propia víctima se autoinfligió las heridas, los que no quieren escuchar el grito o el lamento a su lado, pero lo resaltan y lo publican cuando ocurre a miles de kilómetros, bajo otra ideología, bajo otro gobierno. Son los mismos descreídos a los que les parece que la UMAP fue un divertido campamento para combinar la preparación militar y el trabajo en el campo.  Esos que aún siguen creyendo que haber fusilado a tres hombres está justificado si de preservar el socialismo se trata y  que cuando alguien golpea a un inconforme, es porque este último se lo buscó con sus críticas. Los eternos justificadores de la violencia no se convencen ante ninguna evidencia, ni siquiera ante las breves siglas E.P.D. sobre un mármol blanco. Para ellos, la víctima es la causante y el agresor un mero ejecutor de una lección debida,  un simple corregidor de nuestras desviaciones. Breve parte médico: Estoy superando las lesiones físicas derivadas del secuestro del viernes pasado. Los moretones van cediendo y ahora mismo lo que más me molesta es un dolor punzante en la zona lumbar que me obliga a usar una muleta. Anoche fui al policlínico y me han puesto un tratamiento contra el dolor y la inflamación. Nada que mi juventud y mi buena salud no puedan superar. Afortunadamente, el golpe que me di cuando pusieron mi cara contra el piso del auto no ha afectado mi ojo, sino solamente el pómulo y las cejas. Espero estar recuperada en pocos días. Gracias a los amigos y familiares que me han atendido y apoyado, se están desvaneciendo incluso las secuelas psíquicas, que son las más difíciles. Orlando y Claudia todavía están bajo el shock, pero son increíblemente fuertes y también lo lograrán. Ya hemos empezado a sonreír, que es la mejor medicina contra el maltrato. La terapia principal sigue siendo para mí este blog y los miles de temas que todavía me quedan por tocar en él. (Nota del editor: post dictado por teléfono)



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9 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crecer de golpe (4)

Durante el debate en la Villa Ocampo (siempre, insisto, de acuerdo a la crónica de Silvina Friera en Página 12) se habrían rozado algunas ideas de enorme potencial, pero tan sólo para dejarlas pasar de largo. La cuestión de la narrativa, central para ambas modalidades del arte, se habría transformado en otro enfrentamiento estéril entre los que parecían defender la narración mediante una historia lineal (en este caso, los novelistas) y los devotos de la narrativa que busca alternativas al modelo aristotélico de principio-desarrollo-final (en este caso, los cineastas de la generación más reciente). Lo cual constituye una discusión viciada de nulidad desde el comienzo, ya que la literatura viene proponiendo variantes al modelo narrativo clásico desde mucho tiempo antes de que Godard pudiese decir maman.

         Todo indica que se perdió una oportunidad para intercambiar figuritas sobre problemas comunes a ambas disciplinas. Tanto la literatura como el cine atraviesan crisis que les demandan nuevas respuestas a viejos planteos. El primer dilema es simple: ¿cómo narrar? Porque los modelos de antaño ya no rinden como solían hacerlo. En el último siglo, el mundo se transformó a una velocidad infinitamente superior a la que tanto el cine como la literatura necesitan, del modo más orgánico, para evolucionar. Y conste que no digo cambiar, porque cambiar cambia cualquiera –de eso se tratan las modas. Digo más bien evolucionar, y en el sentido más darwiniano del concepto: aquel que supone la incorporación general de los cambios puestos a prueba, y con todo éxito, por aquellos que se adaptaron mejor al nuevo ambiente.

         Friera reprodujo con detalle un argumento sobre lo que supone narrar, que Llinás pronunció a partir del ejemplo de un film de Kiarostami: “El (o sea Kiarostami) plantea un encuadre de la costa del mar y vienen olas… Lo único que hace es filmar las olas y la orilla. En un momento aparece una frágil ramita y una ola la saca del encuadre. Como espectador, uno establece una relación con esa rama en el mar Caspio; uno está viendo las aventuras de esa ramita y está esperando que vuelva una ola para que la meta en el encuadre de nuevo. Eso es narración”.

         No lo dudo. Cuando uno presenta un cuadro prácticamente vacío, o escribe escenas en las que no pasa nada, el lector –ya sea del film o del relato escrito- se tomará sin duda del primer elemento dramático que se le cruce por delante, con la ansiedad del náufrago que se aferra a cualquier cosa que le permita seguir flotando. La cuestión que a mi entender salta a la vista del modo más escandaloso es la siguiente: ¿cuántos de nosotros pagaríamos una entrada o compraríamos un libro para seguir atentamente las aventuras de una ramita?

         La cuestión del cómo narrar resulta inseparable del otro dilema: ¿para qué narrar? Y hasta donde puedo ver, en estos tiempos existen demasiados narradores (tanto literarios como cinematográficos: aquí no hay nadie en condiciones de arrojar la primera piedra) que siguen rizando el rizo de la narrativa, del cómo narrar, a partir de la premisa falsa de que la obra existe en un estado puro e incontaminado. Gente que escribe y que filma como si creyese que la obra no necesita más justificación que su misma existencia. Gente que escribe y que filma para colocar su obra en una vitrina sellada, una suerte de vacío perfecto donde será preservada por siempre, lejos de la degradación a que la mirada del otro, la lectura del otro, la sometería si esa obra saliese de su vitrina para actuar en el mundo.

         Y esto es un error. Uno gordo, tirando a craso. Como lo sabía hasta Kafka, que por algo dejó a Max Brod de albacea en lugar de tirar sus originales a la chimenea, uno sólo escribe (y por extensión, sólo filma) para ser leído. Por perfecta, por genial que sea, la obra en el interior de la vitrina sellada no es nada ni sirve de nada. Su existencia no comienza en la mente del artista, ni concluye en el soporte elegido, del mismo modo en que el universo no era este universo cuando existía apenas como idea en la mente de Dios.

El Big Bang ocurre cuando el creador da por terminada su tarea e interviene lo Otro, el Otro –en este caso, el Lector: aquel de la novela o este del film.

Por eso mismo, la existencia de tanto narrador encantado con las aventuras de la ramita habla, a mi entender, menos de una propuesta estética que de un temor a actuar en el mundo, temor que disfrazan de desprecio como la zorra de la fábula ante las uvas, diciendo que no quieren  contaminarse cuando por dentro morirían por hacer lo que hacen y han hecho siempre los grandes artistas: copular locamente, y de la manera más indiscriminada, con la mayor cantidad posible de público lector.

 

(Continuará.)



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8 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Secuestro estilo camorra

Click here to view the embedded video. (Nota del editor del blog: Video de la manifestación a la que Yoani fue impedida de participar) Cerca de la calle 23 y justo en la rotonda de la Avenida de los Presidente, fue que vimos llegar en un auto negro ?de fabricación china? a tres fornidos desconocidos: ?Yoani, móntate en el auto? me dijo uno mientras me aguantaba fuertemente por la muñeca. Los otros dos rodeaban a Claudia Cadelo, Orlando Luís Pardo Lazo y una amiga que nos acompañaba a una marcha contra la violencia. Ironías de la vida, fue una tarde cargada de golpes, gritos y malas palabras la que debió transcurrir como una jornada de paz y concordia.  Los mismos ?agresores? llamaron a una patrulla que se llevó a mis otras dos acompañantes, Orlando y yo estábamos condenados al auto de matrícula amarilla, al pavoroso terreno de la ilegalidad y la impunidad del Armagedón. Me negué a subir al brillante Geely y exigimos nos mostraran una identificación o una orden judicial para llevarnos. Claro que no enseñaron ningún papel que probara la legitimidad de nuestro arresto. Los curiosos se agolpaban alrededor y yo gritaba ?Auxilio, estos hombres nos quieren secuestrar?, pero ellos pararon a los que querían intervenir con un grito que revelaba todo el trasfondo ideológico de la operación: ?No se metan, estos son unos contrarrevolucionarios?. Ante nuestra resistencia verbal, tomaron el teléfono y dijeron a alguien que debió ser su jefe: ?¿Qué hacemos? No quieren subir al auto?. Imagino que del otro lado la respuesta fue tajante, porque después vino una andanada de golpes, empujones, me cargaron con la cabeza hacia abajo e intentaron colarme en el carro. Me aguanté de la puerta? golpes en los nudillos? alcancé a quitarle un papel que uno de ellos llevaba en el bolsillo y me lo metí en la boca. Otra andanada de golpes para que les devolviera el documento. Adentro ya estaba Orlando, inmovilizado en una llave de kárate que lo mantenía con la cabeza pegada al piso. Uno puso su rodilla sobre mi pecho y el otro, desde el asiento delantero me daba en la zona de los riñones y me golpeaba la cabeza para que yo abriera la boca y soltara el papel. En un momento, sentí que no saldría nunca de aquel auto. ?Hasta aquí llegaste Yoani?, ?Ya se te acabaron las payasadas? dijo el que iba sentado al lado del chófer y que me halaba el cabello. En el asiento de atrás un raro espectáculo transcurría: mis piernas hacia arriba, mi rostro enrojecido por la presión y el cuerpo adolorido, al otro lado estaba Orlando reducido por un profesional de la golpiza. Sólo acerté a agarrarle a éste ?a través del pantalón? los testículos, en un acto de desespero. Hundí mis uñas, suponiendo que él iba a seguir aplastando mi pecho hasta el último suspiro. ?Mátame ya? le grité, con la última inhalación que me quedaba y el que iba en la parte delantera le advirtió al más joven ?Déjala respirar?. Escuchaba a Orlando jadear y los golpes seguían cayendo sobre nosotros, calculé abrir la puerta y tirarme, pero no había una manilla para activar desde adentro. Estábamos a merced de ellos y escuchar la voz de Orlando me daba ánimo. Después él me dijo que lo mismo le ocurría con mis entrecortadas palabras? ellas le decían ?Yoani sigue viva?. Nos dejaron tirados y adoloridos en una calle de la Timba, una mujer se acercó ?¿Qué les ha pasado??? ?Un secuestro?, atiné a decir. Lloramos abrazados en medio de la acera, pensaba en Teo, por Dios cómo voy a explicarle todos estos morados. Cómo voy a decirle que vive en un país donde ocurre esto, cómo voy a mirarlo y contarle que a su madre, por escribir un blog y poner sus opiniones en kilobytes, la han violentado en plena calle. Cómo describirle la cara despótica de quienes nos montaron a la fuerza en aquel auto, el disfrute que se les notaba al pegarnos, al levantar mi saya y arrastrarme semidesnuda hasta el auto. Logré ver, no obstante, el grado de sobresalto de nuestros atacantes, el miedo a lo nuevo, a lo que no pueden destruir porque no comprenden, el terror bravucón del que sabe que tiene sus días contados.



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7 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La voz de Lorrie Moore

Frase tras frase, Lorrie Moore se ha consolidado como la mejor escritora norteamericana de su generación. Al pie de la escalera, su nuevo libro (Seix Barral), confirma su admirable talento para la prosa. La novela es el relato de las tribulaciones de Tassie Keltjin, una estudiante universitaria en los días posteriores al 11 de septiembre: su trabajo como canguro de una pareja progresista bien intencionada, su vida familiar disfuncional, sus relaciones con un brasilero que quizás sea árabe. No hay frase mala en la novela, aunque quizás la voz de Moore sea demasiado poderosa y termine abrumando a la misma Tassie.

¿Y cuál es la voz de Lorrie Moore? Una voz irónica pero no por ello distante. Con una capacidad descriptiva poco común. Ingeniosa, pero que no suele usar el ingenio como un fin en sí mismo sino como un medio para un fin. Muy atenta al sonido y a la forma de las palabras: pocas como ella en la literatura comtemporánea en inglés, una escritora capaz de jugar con el lenguaje, de perderse encontrando palabras poco usadas o sacándole brillo a frases convertidas en lugares comunes. La Moore emblemática puede encontrarse en "People Like That Are The Only People Here: Canonical Babbling in Peed Onk" (1998). En ese cuento, una pareja descubre que su bebé tiene cáncer. La mujer es escritora, y el marido le dice que escriba algo al respecto porque "necesitamos el dinero". El material nos mete de lleno en el territorio del melodrama, y podría haberse convertido fácilmente en algo truculento y sentimentaloide; Moore, en cambio, escribe un cuento que conmueve de veras, sin perder en ningún momento su sentido del humor y su afición por las palabras: en pleno momento de crisis, la escritora se pregunta si fainthearted es una palabra o dos (luego de decidir que es una, dice que Faint Hearted podría ser el nombre de una drag queen).

El cuento es el género más apropiado para el estilo de Moore. Autoayuda (1985) y Pájaros de América (1998) son libros perfectos que, a decir de Rick Moody, cualquier otro escritor norteamericano hubiera querido escribir. En Al pie de la escalera hay por todas partes frases para subrayar, pero la tensión del conjunto se resiente. Lo que en el cuento funciona, la novela no termina de tolerar. La leemos porque está ahí la voz de Moore, pero extrañamos a la cuentista.

Babelia, El País, 7 de noviembre 2009



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7 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Roth masticado

Ilustración: Neal Fox/ The GuardianThe digested read de John Crace se une a la campaña de demolición, emprendida por Edmundo Paz Soldán en The Boomerang, contra la última novela editada de Philip Roth, The Humbling. En su último número, comenta la novela poniendo énfasis en que la mediocridad súbita, la desaparición de talento y la impotencia creativa (que quiere ser reemplazada por potencia sexual) del personaje de la novela, enmascara apenas al verdadero protagonista: Philip Roth. La frase final: "It was him or me." Sin embargo, el verdadero cuchillo está en el penúltimo párrafo cuando escribe: ""I've had enough of this," Pegeen said, echoing every reader's thoughts." Se maleó. Me he reído mucho. Como sea, le dedico este post a mi querido Edmundo, el nuevo machetero de las reseñas literarias en castellano.He'd lost his magic. The impulse was spent. Perhaps not the wisest admission from someone who has spent the last decade writing the same book, but the truth nonetheless. Simon Axler, let's call him Simon Axler, had never failed in the theatre, let's call it theatre; everything he had done had been successful. But now, at the age of 65, he couldn't act. He had failed as Prospero and Macbeth at the Kennedy Centre and going on stage had become agony.His wife Victoria had left him and he sat at home contemplating suicide. The worst of it was that he saw through his breakdown and doubted it was genuine. Yet he had himself admitted to a psychiatric hospital where he was ? naturally ? befriended by an attractive woman."My husband has done vile things to our daughter, Philip," Sybil said."It's Simon, not Philip."(...)After his release, Axler had retreated to his farmhouse in upstate New York and it was there that Pegeen had visited him. Her parents were old friends and he had known her since she was a baby, suckling at her mother's breast. Now she was 40, a lesbian teaching at a progressive women's college in Vermont. "Have you ever slept with a man?" he asked."Not for more than 20 years," Pegeen replied. "But there's something about your arthritic body I find irresistible.""I can only make love if you're on top of me because my back's playing up," he said, fondling her heavy breasts."You're a smooth talking lesbo-converter, Philip . . .""It's Simon.""Whatever. No one else could make me want cock."He started to buy her expensive lingerie, and though it grieved him that her parents were concerned about the age gap between Pegeen and him, he was greatly cheered up when her former lover Louise turned up at his house distraught with grief. "Why has she left me?" Louise cried."Because it's my book and in my books younger women always want to have sex with me."She had now become insatiable. "As it's you, Philip, I mean Simon," Pegeen had said, "I'm up for the full range of dirty-old-man sexual fantasies. Bring on the anal sex, the dildos, the strap-ons and the threesomes with another girl with a shaved bush."(...)Simon picked up the newspaper. Sybil had killed her husband. Was it bravery or madness, he wondered briefly, before returning to his sexual reveries. Given another few sessions with five babes all gagging for him, he might even return to the theatre. Perhaps he should make things more permanent with Pegeen. He phoned the clinic to book a sperm motility test. "I've had enough of this," Pegeen said, echoing every reader's thoughts. "I'm off."He sobbed uncontrollably. Her parents had conspired against him. Tracy had conspired against him. The world had conspired against him. He should have played this paragraph for laughter, instead of pathos. Yet the notion of the absurd barely penetrated. He thought of Sybil. He thought of the final lines of The Seagull. He pulled the trigger.



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6 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Longlist del IMPAC

Miembros del jurado con más de cien libros por leer. Foto: IMPAC Ya apareció la Longlist del premio IMPAC 2010. Como saben, esta extensa lista -más de 150 títulos- ha sido elegida por 163 librerías de todo el mundo, entre las mejores novelas escritas o traducidad al inglés cada año. Luego, un jurado seleccionará una shortlist y finalmente, un ganador, que es recibido en Dublín para la premiación. El año pasado, fue el norteamericano Michael Thomas con Man Gone Down.Entre los nominados en castellano este año destacan los colombianos Juan Gabriel Vásquez (The Informers translated by Anne McLean) y Eevelio Rosero (The Armies translated by Anne McLean), la mexicana Cecilia Urbina ( A Tuesday Like Today translated by Clare E. Sullivan) y el argentino Martín Caparros (Valfierno: the man who stole the Mona Lisa translated by Jasper Reid).



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6 de noviembre de 2009
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El Boomeran(g)
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