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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las cuajadas

Sin justificación, durante un tiempo se adquirió en casa la costumbre de tomar cuajadas. Nunca habría imaginado una adicción así.  De una parte la cuajada no merece encontrarse entre los elementos de una dieta tan asidua y sólo  una prescripción médica podría impulsar un consumo tan regular. Almacenar como veníamos haciendo nosotros, habitantes de una zona sin vacas, decenas de botes con esos cuajos denotaba un desequilibrio más.  Habíamos ingresado en la cuajada descuidadamente y después nos afanábamos en demostrar nuestra adhesión. La adicción familiar se mantuvo durante diez meses lo que da cuenta del desquiciamiento y la actitud acrítica con la que nos entregábamos a ese consumo abstruso de treinta botecitos semanales. No era razonable ingerir  tantas cuajadas ni creo que puedan tomarse en medida alguna visto el hartazgo que llegó después. 

Después de la abusiva experiencia familiar, todo aquello que hoy  contribuya a convertir la cuajada en abstracción mejora la relación con ella porque, al revés, toda referencia a lo concreto aboca  al rechazo.

La sensación es que se enseñoreó del frigorífico, acaparó  nuestra rutina,  nos empapuzó con su cuerpo viscoso y  nos brindó, entre su sabor blanco, dosis de inanidad hundida en sus blanduras. 

De hecho los botecitos, abandonados encima de la mesa  ante el televisor, o en las repisas,  nos envolvía como una escarapela de terror. Desde la cocina al salón siguen las cuajadas viajando en sueños  sin liberarnos de  su hondo olor  mamario que antes recibíamos como una delicia y ahora se alza como un plasma de hospital. Simultáneamente, toneladas de cuajadas estarán envasándose todavía en miles de potitos como aquellos y los miles de supermercados se abastecerán de los cientos de marcas diferentes servidas por las factorías donde las obreras se tapan con un antifaz la boca y las narices para no dejar que las esencias de las cuajadas se contaminen aunque, de todos modos, las verán oscilar temblorosamente en las grandes ollas industriales y comportarse como una masa  abúlica, en sí misma sorda y ciega.  

. Porque la cuajada desempeñó  dentro de nuestro hormiguero doméstico como el plumón que parasita al piojo o viceversa.  Esa cuajada sin personalidad, bobalicona y crasa, obtenía  toda la cualidad de una vana sustancia primordial y pura. Blanca, prácticamente insípida y amorfa adquiría su valor degustativo gracias a una posible función simbólica. La cuajada nos aguardaba en  la nevera, se ofrecía fielmente y se aprestaba a  dejarse hacer, saborear, palpar en la boca, perderse en nuestro interior como si hubiéramos deshecho entre el paladar y la lengua la consistencia de una teta y ahora el placer de ese pecho femenino lo hubiéramos absorbido en nuestro estómago.

 De la indolencia de la cuajada se obtenía el placer de su docilidad, de su falta de oposición a ser engullida  y aprisionada entre  nuestras papilas conseguíamos hacerla parte de  nuestro interior.

A partir de un momento no había ya rastro de cuajadas en casa pero por muchos meses permaneció su  olvido segregando suero, expresando la oblicua delectación  de antaño. El deseo de apoderarse del pecho de la mujer,   abismalmente perteneciente a ese cuerpo que escapa en su indiferencia. Cuerpos de mujeres cuajados de atracciones turgentes, mórbidas, redondeadas, blancas y blandas. Anhelados cuerpos de mujer cuyo último sabor se disipaba en una degustación desasosegante, interminable, insuficiente porque de nuevo ese sabor apenas percibido se alejaba más allá y sin alcanzar a aprehenderlo.  Día tras día consumiendo cuajadas con azúcar, hermosotas, suaves, cariñosas y siempre con su insolente modo de dejarse gustar sin nunca ofrecerse  por completo al gusto.



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4 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juan Cobos Wilkins

 

 

            Juan es un gran poeta. Lo conocí primero como poeta y luego lo he conocido como amigo. Es un buen amigo. Es una persona excepcional, como si recogiera de su propia escritura cualidades para su espíritu, mientras que otros tienen que rebuscar en su alma algo que llevar a lo que escriben. Si tenéis ocasión de asistir a alguna lectura o conferencia suya, os alegraréis de escucharle. Es divertido, inteligente, claro y profundo. Y se entrega completamente, tanto para explicar algo importante como para dar la dirección de una calle, da la impresión de que Ha sido una gran alegría tropezarme en la vida con él en una edad en que uno cree que ya tiene más o menos hechos los amigos, bueno, pues entonces coincides con Juan y te das cuenta de que te faltaba y no lo sabías. Nos tropezamos por casualidad hace unos veranos, impartiendo unos talleres de literatura a jóvenes andaluces. Dábamos cuatro horas diarias cada uno. Él, poesía por la tarde, y yo narrativa por la mañana. Los chicos le adoraban. Y yo también, hicimos una maravillosa amistad. Las comidas, las cenas, los paseos, la calidez de Juan. No os lo perdáis, leed sus novelas y sus poemas, merece la pena.

            Nos hemos visto por última vez en Huelva, con motivo del Festival de Cine Iberoamericano, donde se proyectó fuera de concurso El corazón de la tierra, una estupenda película, del director Antonio Cuadri, protagonizada, entre otros, por Joaquim de Almeida, y basada en una novela de Juan, donde encontraréis una hermosa historia de amor a las Minas de Riotinto cuando eran explotadas por los ingleses y las clases sociales estaban desgarradas.

            Y acaba de salir y de ser aplaudido por la crítica su último libro, tras once años sin publicar poesía, Biografía impura  (Fundación José Manuel Lara). Hermosos versos que giran en torno al niño, el adolescente, el joven y el poeta que Juan es y en que nos convertimos todos en cuanto leemos:

            Un poeta no debe en primavera

            cruzar solo la tarde de los parques.

 

            Bajo las ramas se abrazan las parejas

            y la yerba humedece.

 

            No debe pasear

            en primavera solo por los parques.

 

            Hay nubes lanceoladas, vuelos, restos

            de amor usado ya en la tierra, y las lilas,

            tan suaves las lilas, cómo hieren.

 

            En primavera es peligroso el mundo.



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4 de diciembre de 2009
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Tras la palabra fin

El Narrador de la Recherche nos invita a tomarle como espejo, es decir, realizar en nosotros mismos una inmersión análoga a la suya, a fin de topar con la modalidad que para cada uno de nosotros adopta la verdad, lo que escapa a la distracción en la que cotidianamente nos vemos envueltos. Nos pone explícitamente en guardia contra el peligro que al respecto conlleva la "literatura", es decir, en este caso el recorrido pasivo del enorme relato del Narrador. Pues lo que el Grial significa para el Narrador es por definición intransferible, dada la concepción misma de la verdad defendida en este libro. Más bien que modelo de reto a asumir la  Recherche ha de ser un ejemplo moral de cómo comportarse ante un reto.

Sin embargo esta misma reflexión tiene matriz en el hecho de haber seguido el largísimo recorrido de la Recherche, lo cual significa que es en nuestra condición de lectores de la misma que hemos de dar respuesta a la interrogación general sobre el qué.

¿Qué cabe hacer para que alcanzada la palabra fin el libro siga sin embargo abierto?

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4 de diciembre de 2009
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III. El otro lado del mundo

Y el otro Berlín, el Berlín Oriental al otro lado del muro que partía la ciudad zigzagueando con su trazo rojo en el plano malva y magenta, la otra ciudad prohibida y desolada, llena de silencios y de ruinas de la guerra, edificios neoclásicos sobrevivientes de los bombardeos y otros alzados al estilo estalinista, como queques decorados, la otra mitad a la que se podía llegar a pie o en carro a través del Check Point Charlie, en el sector bajo control de Estados Unidos, o en los viejos vagones del tren elevado, o en los pintados de reluciente amarillo del tren subterráneo, para desembarcar en la  estación de la Friederichstrasse, que era la extraña y desierta puerta al otro mundo, excursiones pasaporte en mano para ver representar las piezas de Bertol Brecht en la Berliner Ensemble, el Teatro Negro de Praga, el ballet Bolshoi, o para adentrarse en la espléndida biblioteca de la Universidad Humboldt.

Excursiones de uno a otro mundo a través de los pasos vigilados del muro. ¡Cuidado, está dejando usted Berlín Occidental! Sarro sobre el rótulo donde está escrita la advertencia, el monte crecido a los lados de la vía, esqueletos de edificios, ventanas clausuradas con tablones, tapiadas con ladrillos, paredes en ruinas, paredes aún enteras que sobrevivían a la catástrofe como un decorado de teatro, las plataformas armadas con tubos en la Postdamer Platz para asomarse al otro mundo, detrás del muro la tierra de nadie, en el baldío la cerca de obstáculos en cruz, calles partidas por la mitad, las  mujeres que se asomaban a los balcones de los edificios grises a cada lado para mirarse de lejos. El muro de cemento que parecía el largo convoy un tren de carga detenido para siempre en las vías, a un lado las torres de vigilancia, al otro la mole sombría del Reichtag.

Bajo el cielo gris, el muro pintarrajeado del lado occidental por manos anónimas, marcado por las cruces que recordaban a quienes quisieron atravesarlo y perecieron asesinados en el intento, queda solamente en la memoria. Y en la memoria Berlín, la ciudad dividida de mi juventud, y de mi escritura.

 

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4 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lange-Muller reseñada

Carátula de la edición alemana. Fuente: von bernd sperber Una de las mejores escritoras alemanas, Katja Lange-Muller, tiene la inusitada fortuna de que la editorial Adriana Hidalgo se haya fijado en ella. O, más bien, somos los lectores los afortunados. Ahora, la editorial argentina acaba de editar una nueva novela suya, Ovejas feroces, y aparece reseñada en el ADN Cultura:Basta recorrer con la mirada las primeras páginas de Ovejas feroces para respirar aliviado: el texto sale disparado en busca de la literatura. No hay aquí motivos ulteriores. No se trata de un potencial guión de cine, ni de un relato breve con injertos desmañados. De entrada, sabemos que hay una historia potente, que algo del orden de lo "necesario" impulsará la acción. Y aunque ese hecho sea tan banal como el recuerdo de un amor pasado, la urgencia apaña un misterioso móvil suplementario: la protagonista, de nombre Soja, acaba de encontrar un pequeño cuaderno de notas de Harry, quien fuera su pareja algunos años, antes y durante la reunificación alemana. Harry ya no existe, pero Soja descubre que el sucinto diario de su amante -89 oraciones sin cronología apuntadas durante el tiempo que compartieron- no contiene ni una sola referencia a ella. Nada. Ni su nombre, ni un vestigio de su existencia, ni la menor evidencia de su vida juntos. La narradora tomará entonces el camino del recuerdo de ese amor e irá reproduciendo, como hitos que demarcan el relato, esas 89 frases donde no se la menciona. [...] Esta novela de Lange-Müller es generosa y vital. Uno advierte la fruición del escritor que ha encontrado un contexto histórico y social que lo habilita a fundir la intimidad con lo que sucede más allá de la ventana del dormitorio de los amantes. La autora hace un exquisito uso de la anticipación, sin perder en ningún momento la escrupulosidad de no dejar cabos sueltos. La traducción es inteligente y sobria, guardándose los brillos -que la mejor literatura alemana siempre tiene- para los momentos adecuados. Y si bien la nostalgia es el destino inevitable de las novelas de amor, aquí la melodía del tiempo pasado nos llega con una sonrisa piadosa, que no se ahoga en el cinismo.



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Promesas

Un amigo me juró hace diez años que no volvería a la playa hasta que pudiera comprar ?cerca de la arena? una cerveza en moneda nacional. Sus blanquísimas pantorrillas me confirman que no ha estado en el mar por una década, mientras espera una Cristal pagada con su propio salario. La vecina de la esquina dio su palabra de no cortarse el pelo antes de cierta fecha largamente añorada por tantos cubanos. Los piojos la hicieron romper el compromiso ?a principio de los noventa? cuando la melena alcanzaba su cintura. Recientemente, cambió la estrategia y puso un vaso de agua sobre el armario y sólo lo quitará cuando sus hijos exiliados puedan volver a vivir junto a ella. Diminutas casas de madera descansan sobre una tumba en el cementerio de La Habana. Son la expresión material de esos pedidos que recibe la Milagrosa para proveerles una vivienda a quienes quieren escapar de la casa paterna o del atestado albergue colectivo. Al lado de esas miniaturas, hay  aviones y barcos de juguetes, para lograr el sueño de saltarse la insularidad dentro de uno a tamaño natural. En la misma necrópolis, pero hacia el sur, está el panteón de la conocida médium que encarnaba el espíritu de Tá José.  Un gallo ?con la cabeza cortada allí mismo? le fue ofrecido por aquel joven que alcanzó finalmente el cotizado empleo en una firma extranjera. Otros aguardan por el milagro de un permiso de salida, por la liberación de un preso político o por una licencia para abrir un pequeño restaurante. Esta parece ser la isla de los imposibles, la tierra de las promesas por cumplir, el país de las ofrendas retenidas hasta que se alcance lo pedido. Yo misma me he jurado que no voy a parar de escribir, pues cada una de mis líneas es la plegaria del que no puede más, el voto virtual de quien ya se dejó crecer el pelo, puso su obsequio sobre el mármol y vio secarse varios vasos con agua.



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El café

El café es de los alimentos que peor sientan a todo el mundo. El café cae como una bomba y no se diga ya del café con leche que añade mediante la lactosa un surtido de inconvenientes que los médicos relatan como sevicias que estragan el  sistema digestivo de principio a fin y pueden prepararlo para males mayores y más graves.

 Sin embrago, todo el mundo toma café y cuando alguien lo soslaya o escoge sustituirlo por una infusión de yerbas el grupo asume silenciosamente que su salud debe ser es delicada. Efectivamente, quienes han sufrido demasiadas veces las inconveniencias del café tienen registradas orgánicamente sus corrosiones como llagas y en consecuencia pueden haber desarrollado una justificada aversión que les impulsa a rechazarlo con rotundidad y en cualquier momento.

Se trata de los individuos que fueron más afectados por este elemento consuetudinario pero también por aquello mejor instruidos. Con todo el café sigue siendo central en numerosas reuniones de todo género, de la fiesta al funeral, desde la familia a la empresa, y acostumbra a erigirse en obligado colofón y resumen tras los

 Antes, hace más o menos medio siglo, la peor fama del café radicaba en que quitaba el sueño y que producía taquicardia o incluso una subida de tensión. No se le reconocían perjuicios de verdad importantes pero en cuanto a los aportes  positivos, como levantar el ánimo, incrementar los rendimientos, disfrutar de reuniones, favorecer la conversación, no podía disfrutar de una reputación más oportuna y brillante.

Con los años y la medicalización ciudadana al café se le atribuyen una serie de males reflejados especialmente en las gastritis que si antes constituían un mal casi general, particularmente  frecuente entre hombres  fumadores, no se tenía por un desorden sino un atributo social correspondiente a la especie paterna que echaba continuamente del bicarbonato.

El desprestigio en que vino a caer el bicarbonato, coincidiendo con la muerte de Franco,  abrió las puertas a antiácidos más cabales como el almax pero este mismo almax de carácter farmacéutico ha actuado no sólo médicamente sino contagiando de su simbolismo medicinal a la patología del café y del tabaco. La gastritis fue así perdiendo condición masculina o paternal hasta secularizarse en el universo de la clínica.

Aunque, con todo, el café apenas ha perdido audiencia. No posee el prestigio literario, liberal e intelectual de antes pero no hay casa donde no se guarde café y se halle siempre dispuesto para sus gentes y las visitas. Ahora, desde luego, con la reserva, cada vez más frecuente, de te y de otras yerbas.

Las hierbas son suaves y muchas de ellas incluso medicinales. Poseen la desventaja, frente al café de aún despidiendo aromas fragantes que no huelen tan bien y con tanta autoridad como el café. Y ahí radica, sin duda, la persistencia social e histórica del  café y su aura. Más aún, el café es de aquellos productos que como el perfume mismo huelen mejor que saben.  Tradicionalmente su olor emite un mensaje de concordia y persuasión donde se juntan tanto su espesa condición masculina y, de otra, un aire maternal que nace de la cocina, planea sobre la casa y llena los pasillos en una suerte de envoltura de bien y verdad que remite al pacífico corazón de un hogar mítico, al gozo de la tertulia, o a la pausa en el trabajo.

El rato del interludio el rato del café convertido no sólo en una bebida central sino en un hito de la cadencia del tiempo cotidiano. Café para negociar, café para hacer tiempo, café para amar, café para vivir más allá del decaimiento o del sueño.

En Manizales, en Colombia, donde se extienden hermosas  plantaciones de café sobre una orografía  ondulaciones, quebradas y frunces complejos,  los agricultores plantan unas palmeras junto a los cafetos para que su sombra proteja y conceda un matiz de sombra al grano. Los cafetos o árboles del café producen frutos carnosos, en general rojos o púrpura llamados "cerezas de café". y dice la Wikipedia: "Cuando se abre una cereza se encuentra el grano de café encerrado  en un casco semirrígido, de aspecto apergaminado, que corresponde a la pared del núcleo. Una vez retirado el grano de café verde,  se le observa rodeado de una piel plateada y adherida que se corresponde con el tegumento de la semilla".

El color primario de la cereza, el carácter apergaminado y el muaré plateado se presentan colmatados cuando el café se manifiesta. De esa fuerte impresión se aprende que el café posee un ser interior acaso desbocada,  acaso tan fuerte como una droga. De hecho el café considerado  por una droga, fue prohibido tanto en  Asia como en Europa, por los protestantes, los católicos o los islamistas, pero las cafeterías no dejaron de crecer hasta a rondar el millar en 1630 en El Cairo

A Europa llegó el café en torno al 1600, gracias a los mercaderes venecianos y pronto los consejos del Papa Clemente VIII le propusieron su prohibición vistos los efectos "desatados" que provocaba en los diferentes  consumidores y atribuyendo a los infieles la promoción de esa pócima diabólica. El Papa Clemente VIII, sin embargo, tras haberlo probado bendijo la bebida, la legitimó religiosamente, alegando que dejar sólo a los infieles el placer de esta bebida sería una lástima.

Los mismos monjes lo alababan con el argumento de que aumentaba sus fuerzas y la longitud del tiempo para sus rezos místicos. A mediados del siglo XVIII todas las ciudades europeas tenían ya cafeterías y poco a poco fue infiltrándose en las casas.

Su vida concentrada significa otra fuerza nuclear alternativa a la potencia de la coca o la avalancha de la anfetamina. En ese grano se aloja un manojo de nervios para desarrollarse más como un ovillo eléctrico que como un alijo. Este excitante es droga a escala de la familia que  traspasa las diferencias de sexos o edades y  hasta al muchacho  se le prepara una taza de café con leche para que salga pitando a su escuela.

 Desde la infancia hay café y  permanece presente a lo largo de toda la vida. Quizás su color evoca un mundo funerario pero efectivamente, mansamente, viene a ser así: café más café, miles o decenas de miles de cafés en la vida horadando el cuadro de colores, cubriéndonos el interior de  oscuro o de un negro biológico que finalmente lleva a un cadáver yerto,  colado por el café.



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Morir por Afganistán

Esa guerra se ha llevado ya en sus ocho años de duración las vidas de más de 1.400 soldados de la coalición de 44 países que encabeza Estados Unidos, entre los que hay que contar a 88 españoles. A petición de Barack Obama, España va a incrementar ahora el número de sus tropas en dos centenares, con el consiguiente incremento del riesgo sobre las vidas y la salud de nuestros soldados.

El discurso de Obama el martes por la noche en la academia de West Point, además de anunciar un incremento de tropas y presentar un calendario de salida de Afganistán que empieza en julio de 2011, aporta una nueva estrategia civil y militar, y sustituye la idea de una victoria sobre los talibanes y Al Qaeda por unos objetivos más modestos, como son consolidar el gobierno afgano y transferirle lo más rápidamente posible la seguridad y el control de su propio país. La nueva concepción responde por una parte al análisis crítico realizado por el comandante en jefe norteamericano en Afganistán, el general Stanley McChrystal, y a su petición de incremento de tropas, que había planteado en términos de un dilema dramático: la alternativa es la aceptación de la derrota. Pero por la otra converge con las ideas de intervención mixta civil y militar de los europeos. Quizás hay continuidades entre Obama y su antecesor. Algunos comentaristas han querido hallarlas incluso en la retórica y argumentos de su discurso. Cabe incluso presentarle como más belicista todavía que Bush: el surge o incremento de 20.000 soldados que puso en práctica en Irak en 2007 es inferior al actual de 30.000 de Afganistán, sin contar que ésta es la segunda ocasión en que incrementa las tropas, de forma que estamos ante una auténtica escalada que situará la presencia militar en el país afgano a la misma altura que en Irak. Se diría, por tanto, que ha habido un trueque de guerras: la de Irak era la de Bush y la de Afganistán es la de Obama. Pero es una falsa impresión. Nada de lo que ha hecho Obama, ni su método de decisión, ni su presentación, ni sus argumentos, tienen que ver con Bush. El anterior presidente eligió la guerra de Irak, mientras que la guerra de Afganistán ya en marcha eligió a Obama. Bush tenía una posición fija, clara y radical acerca de la guerra contra el terrorismo, mientras que Obama es un moderado y un centrista, que quiere atender a los intereses y obligaciones de su país buscando el mejor equilibrio posible entre las posiciones contrapuestas, incluyendo las exigencias presupuestarias. Tiene toda la lógica que se haya tomado tres meses para la reflexión y el análisis, aunque muchos, sobre todo desde la derecha, intentarán confundir la deliberación tan propia de una democracia de calidad con los titubeos de un carácter débil. Pero también cabe interpretar su decisión, tomada en contra de las encuestas, con más apoyos entre los republicanos para el incremento de tropas que entre los demócratas, como una lección de liderazgo y de compromiso personal. Las imágenes de la madrugada del miércoles nos muestran a un Obama frágil y civil, lejos de todo belicismo, que argumenta con humildad y todo tipo de cautelas ante unos jóvenes cadetes, hombres y mujeres muy jóvenes, tan frágiles como el joven presidente. El paso es discutible y lleno de riesgos, pues parte de un plazo muy estrecho, 18 meses, para obtener resultados concretos y visibles, que le permitan empezar el prometido repliegue. Pero tiene margen de maniobra, puesto que no hay compromiso sobre la fecha final para irse ni sobre el nivel y ritmo del repliegue a partir de julio de 2011. Cabe imaginar, además, que un Afganistán estabilizado a cargo de un Gobierno afgano pueda contar en el futuro con alguna presencia militar marginal mientras persista el peligro de una resurgencia talibán. Este margen no evitará que la guerra afgana juegue en su contra electoralmente, en noviembre de 2010, cuando se celebren elecciones de mitad de mandato y ya se vislumbre el balance de la nueva estrategia, y sobre todo en noviembre de 2012, cuando bregue por su segundo mandato presidencial. Las bases legales y morales de la guerra, expuestas en su discurso del martes, son formalmente impecables. También tiene coherencia el análisis de la zona y del papel que juega como vivero mundial del terrorismo de Al Qaeda. Puede que todo sea erróneo, como sucedió con la guerra de Vietnam, cuando the best and the brigh-test (los mejores y más brillantes) dirigían la política norteamericana con Kennedy y Johnson. Pero de momento los argumentos de Obama en West Point tienen suficiente consistencia como para que los europeos se planteen seriamente sus responsabilidades. Obama pide que Europa mande a sus soldados a morir por Afganistán no para salvar la cara a nadie, ni para salvaguardar intereses económicos o hegemonía geopolítica alguna, sino para mantener la seguridad en Madrid y Londres o para evitar que se incrementen los secuestros de cooperantes españoles en el Magreb.



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3 de diciembre de 2009
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Berlanga en la huerta

En mi casa practicábamos un humor ‘berlanguiano' sin saberlo, y sin saberlo sobre todo yo, que era el pequeño y el más alejado, por mi nacimiento en Elche, del lugar de los hechos. Por supuesto, esa particular modalidad humorística de mi familia no era constante, ni trascurría toda en planos-secuencia, tan cultivados, sobre todo en la última fase de su carrera, por el autor de ‘Plácido'. Habitualmente brotaba de noche, algunas noches caseras, y también como colofón de las fiestas señaladas: bautizos, cumpleaños, bodas de plata, y ciertas concentraciones veraniegas en las que, entre primos, hermanos, padres y tíos carnales, llegábamos a formar una tribu de casi veinte valencianos haciendo el indio en Jávea.

   Invariablemente, al final de esos actos festivos, mi padre, que era por lo demás un hombre de leyes serio y algo tímido, aunque con brotes de humor dislocado en la intimidad, se ponía en pie a petición de los comensales y recitaba de memoria una copla soez y rimada a la patalallana por su padre, mi abuelo Visént Molina Maset (así firmaba), titulada ‘Casamiento de María la Chapa'. La composición está escrita en una jerga valenciano-castellana deformada por los retruécanos y términos voluntariamente incorrectos y algunas aportaciones del habla de Sueca, el pueblo natal de mi abuelo y de una buena parte de mi familia y asimismo  -y este dato tiene su importancia en el argumento de este texto- de Josep Bernat i Baldobí, el inmarcesible autor de ‘El virgo de Visenteta'.

    El ‘Casamiento de María la Chapa', sin duda la obra magna de mi abuelo, tiene 117 versos, y no es cosa de reproducirla, ni siquiera en honor de Berlanga, que sin duda la desconoce. Pero voy a citar dos fragmentos, tomados de la última reedición que se hizo, en 1981, de este único libro de Visént Molina. Así describe él, por ejemplo, el lugar donde trascurre el enlace matrimonial del hijo de la sinpar María, gente "de muy buena casa":

 

                            El corral donde soparon

                            Neteyado a ramasadas...

                            Ya no lin cabía más

                            De aligante que paraba.

                            ¡Y qué de allumenasiones

                            que de las cuerdas colgaban,

                            compuestas de pimentones

                            que en un ansa s´aguantaban.

 

    Remedando siempre, por lo bajo, el estilo satírico-escatológico de su admirado antecesor e inspirador Bernat i Baldobí, Visént Molina procede a continuación a dar el menú del convite nupcial: "Se comieron entre todos / tres friteradas de ratas / en suquito, coentitas, / y mescladas con patatas. Y había quien en un rote /apagaba una canela / y hasía más alborote / que el tiro de una pistuela". Antes de pasar al baile, y "una ves sopados bien / y con la pancha bañada", la anfitriona María la Chapa va distribuyendo regalos a los invitados de ambos sexos, los ‘pollos', el Moco, el Caguit, el Verdolaga, "que ballan com una trompa / y menjan com una draga",  y las ‘femejas', que reciben "cada una un got de horchata / hecha con un cubilete / que tenía un dit de caspa".

    Aunque él decía hacerlo mal, en comparación con la gracia rapsódica que tenía el abuelo Visént (a quien yo apenas conocí), mi padre se llevaba en cada una de sus innumerables declamaciones de ‘El casamiento de María la Chapa' una sincera ovación del público, a veces formado únicamente por su esposa, mi madre, y sus tres hijos, mis hermanos y yo, que aún recordamos de memoria, pasados cuarenta y cincuenta años de aquellos recitales, pasajes enteros de ‘El casamiento' y otras piezas ligeras del abuelo poeta. Me dicen que en Sueca aún las evocan alguna tarde los mayores del lugar.

 

                                                   &     &      &

 

   Hay muchas maneras de amar a Luis García-Berlanga, y creo sinceramente que todas ellas han sido ejercitadas por el público. La crítica, esa hidra a veces caprichosamente venenosa, también le ha acompañado y entendido, si bien yo lamento que las tal vez últimas obras de Berlanga, ‘París-Tombuctú' y el corto ‘El sueño de la maestra', fueran consideradas ‘menores'. Para mí constituyen el magistral remate de una carrera que marca la historia del cine español.

    No voy a repasar aquí su filmografía, sobradamente conocida, estudiada y recordada. Según algunos, el final de su colaboración con Azcona, que se produjo después de ‘Moros y cristianos' (1987), señalaría el inicio de una decadencia berlanguiana plasmada en sus siguientes títulos, ‘Todos a la cárcel' (1993) y las citadas ‘París-Tombuctú' (1999) y ‘El sueño de la maestra' (2002). Yo no veo tanta diferencia (Azcona, como artista disciplinado que era, también se ponía un tanto ordinario, más valenciano que logroñés, en ‘Nacional III', ‘La vaquilla' y ‘Moros y cristianos') entre el Berlanga ‘con' y ‘sin' Azcona de esa fase postrera. Simplemente, ayudado en los últimos guiones por otras manos, Berlanga recuperaba una esencia que siempre estuvo en su obra: el rudo humor fallero y rústico, no tan alejado del de los sainetes de Bernat i Baldobí. Conviene en ese sentido recordar que ‘El sueño de la maestra', estrambote añadido a ‘¡Bienvenido, Mr. Marshall!' (a partir del original en su día censurado), está firmado como "una falla de Luis García-Berlanga", y añade en los créditos: "'plantá' en la Plaza del Caudillo en 1952 y 'cremá' en 2002". Un breve pero exuberante monumento de ‘ninots' de carne y hueso, escatológico, disipado, impúdico y cazurro (ese tan creíble Santiago Segura con boina), que enlaza con los episodios picarescos y los chascarrillos, casi ninguno vulgar, alguno estupendamente surreal ("tiene usted pies de pianista"), de ‘París-Tombuctú', gran despedida cinematográfica con fuegos artificiales en la que el director, a punto de cumplir ochenta años, se desnudó frontalmente ante el espectador (en la carne de Michel Piccoli) como un disolvente viejo verde y no como un eminente viejo sabio.

     Berlanga nunca ha querido ser satírico, es decir, regeneracionista. En 1958, después de rodar ‘Los jueves, milagro', que aún seguía pautas de un neorrealismo a la española, el cineasta escribió esta declaración de principios en la revista ‘Film Ideal': "no estoy de acuerdo con los que me encasillan como satírico. Barnizar con una fina ironía, quizá por vergüenza de expresar abiertamente nuestra ternura, todo aquello que nos rodea, no da derecho a centrar a uno en el áspero ejército de los Aristarcos [se refiere al teórico y crítico cinematográfico marxista Guido Aristarco]. Yo soy un gran egoísta, tan gran egoísta que lucho por la felicidad de los demás, sólo para que no me molesten. Y por esto mismo no me interesa señalar puntos de ataque a futuros ejércitos sino disfrutar de los paisajes que en este lado, llamémosle civilización occidental, tenemos. Si pretendo ensanchar, pues, mi cantón independiente o por lo menos delimitar sus fronteras surge inmediatamente la calificación de humorista. Sólo pido que Dios sea humorista en la medida que yo lo deseo".

     Egoísmo, hedonismo, separatismo individual, humorismo como medio de secesión. El radical proyecto aislacionista y demoledor de Berlanga viene de antiguo, como puede verse, pero yo me atrevo a decir que ha alcanzado su forma más pura, guste o no, en las desordenadas, deslenguadas y desinhibidas películas finales. Quizá las más huertanas; para mí las más atávicas. Las que muestran -en todo caso- al genio, según la formulación de Baudelaire, recobrando su infancia a voluntad.

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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Renunciar a la espera?

Rafael Argullol: Si el hombre fuera capaz de crear absolutamente la vida anularía las incertidumbres del futuro y llegaría a una situación de dominio sobre su propia existencia y sobre lo que hemos llamado destino.

Delfín Agudelo: Pero el hombre avanza como el caracol con su casa a espaldas: nunca podrá librarse del destino, de su temor y de su zozobra, porque a lo largo de los siglos el destino ha sido precisamente una de sus grandes preocupaciones inherentes a su esencia misma. Nuestros tiempos modernos nos han inundado de nuevas y más complejas incertidumbres.  

R.A.: Evidentemente lo que ponen de relieve las obras modernas en las que se reformula el mito prometeico desde Frankenstein a Blade Runner y a tantas películas es que la zozobra humana, en la medida en que intenta dominar ese territorio de incertidumbre que es la relación del presente y futuro, se genera en nuevos territorios de incertidumbre.  Es la lógica del Prometeo griego, es la lógica del moderno Prometeo; pero en la medida en que el doctor Frankenstein creía que había dominado la vida, esa vida plantea nuevos problemas, y es la misma lógica que nos afecta en nuestro siglo XXI en el momento en que todos nuestros avances científicos parecen espectaculares al corto plazo. Por ejemplo en el terreno de la genética, de la neurología, de la comunicación, de la astronomía vemos avances que en lugar de llevarnos a un dominio de esta incertidumbre mediante su anulación lo que hace es crear nuevos territorios de incertidumbre. Es la lógica de lo que llamo el archipiélago: colonizar una isla y cuando ya estás en la otra punta te das cuenta de que hay más islas esperando. Saltas, colonizas, y cuando llegas al final te das cuenta de que hay en racimo otras esperando. Y eso nos lleva al principio: la esperanza que es lo que plantea Prometeo, la esperanza en la posibilidad de reducir al máximo la angustia es buena o mala.

Es muy difícil dar una respuesta, porque por un lado parece que nos lleve a una carrera sin fin, pero por otro lado sería mejor, quizás, como han dicho algunos filósofos y pensadores y escritores, sería quizás mejor desprenderse de la esperanza y en ese sentido no emprender esa carrera sin fin de isla en isla y archipiélago en archipiélago. Es difícil y ese dilema, esa dificultad de optar, ha guiado a la humanidad desde un principio y nos sigue llevando en nuestros días. Te daré un ejemplo muy claro, que es de la llamada ecología, cambio climático, etc.: literalmente no sabemos qué hacer con eso, pero no solo porque haya enormes intereses creados al respecto, sino porque al hombre le cuesta mucho auto-otorgarse un estatuto de quietud, de pasividad. No es solo que el capitalismo, el mercado, etc., con sus intereses dificulten una fórmula universal sobre el cambio climático o sobre la ecología, sino porque la propia lógica de la condición humana hace que sea muy difícil que el hombre llegue a plantearse una especie de detención el la carrera y se diga: "No voy a avanzar más en determinados territorios, renuncio a la colonización y transformación porque a la larga sé que serán negativas". Eso será muy difícil porque el hombre a la corta espera -y de nuevo sale el término esperanza- pretende que esas colonizaciones le reporten ventajas no solo económicas, sino de felicidad, de bienestar, etc. El tema de la esperanza también nos lleva a esa dificultad humana de medir los ritmos. El largo plazo y el corto plazo. Al hombre se le puede decir al largo plazo "lo conveniente es esto", pero claro, nosotros, por nuestra propia incertidumbre, nos movemos en el corto plazo. Es muy difícil convencer al hombre que renuncie al corto plazo. 



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3 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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