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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El vecino

No se le ve y sólo se le oye de vez en cuando. Vive en una casa igual a la nuestra o una casa, mejor dicho, que desearía ser como la nuestra pero que si se exceptúan los metros cuadrados de la planta, todo cuanto posee carece del menor interés, y tanto la disposición de los muebles como la elección del estampado crea un desatino manifiesto. Lo peor, además es que estos adefesios  no conocen límite y la serie de birrias que llevan desde el recibidor al cuarto más hondo atraviesan, por delante de la puerta de la alcoba, un tufo donde se adivina que nunca fueron limpios ni sinceros el uno con el otro.

Incluso podría aventurarse que la elección misma de esa cama, esa colcha, la banqueta para ponerse la media o atarse los zapatos, la cómoda con su espejo festoneado de madera oscura versiones anticipadas del fracaso en que debería sumergirse tarde o temprano aquel  matrimonio sin encanto alguno.

Los vecinos, sin embargo, viven ajenos a estas circunstancia e incluso ríen en los cumpleaños, reciben v isitas de vez en cuando y, lo que aquí más cuenta, siguen agregando objetos feísimos por todas las habitaciones, sean del valor, el material y la forma que los defina.

Los peores artículos, regalados o adquiridos,   invariablemente abstrusos,  tienden a apilarse casi en cualquier repisa o salidizo que ofrezca tanto  una librería, una cómoda o un estante semiempotrado. Basta que la consola, el  estrafalario mueble bar o las mesas auxiliares presenten un plano a cualquier nivel para que los objetos de las más diversas especies encuentren allí un asiento, casi eterno, invariable, prolongado, mortal y  crecientemente angosto.

Los mismos olores de sus guisos trasmiten igualmente esta idea de concentración desconcertada que representa la muchedumbre de objetos que posee el vecino. Estas figuras, bolas de cristal, prismas, postales, marcos,  bibelots, premios de tómbola, recuerdos de Hungría, corazones de jesús o tías antiguas, se congregan sin ninguna ley visible pero que, en realidad, responden a un riguroso juicio acumulativo proyectándose sobre la acción de un  mal gusto seguro de sí mismo.

 Efectivamente, no se trata de personas temibles por delirantes que parezcan sus objetos.  Se trata de gentes amables y  celosas de su hogar, amantes de la intimidad y la debida privacidad sin que atenten siquiera levemente contra las convenciones de la convivencia. Pero, además, conscientes de su inocuidad e incluso de la nuestra no presentarán ningún inconveniente a que lo visitemos, nos sentemos en sus tresillos e incluso los juzguemos. A fin de cuentas, en el salón se encuentra, para su orgullo, lo mejor de la casa se trate de cretonas, maderas o productos manufacturados artesanalmente, desde las figuras policromadas o los chinos de marfil o la lanza africana de la que penden flecos.

 Esta exposición casera, consustancial a todo el mundo, se ha ido formando como los estratos telúricos en la naturaleza y no admite por esto mismo corrección ni calificación estética alguna ya que el salón, tal como se ve, procede de una conjunción de circunstancias y sucesos ya autónomos e innumerables.

En una casa, los cuartos de baño o la cocina siempre reclaman una reforma que los actualice  pero el salón jamás se aviene a caprichosas transformaciones, por ligeras que parezcan. Más aún, la profundidad histórica, consustancial al salón en cuanto emblema, lo vuelve reacio a cualquier tratamiento modernizador y con ello también a cualquier intervención que podría quebrantar u naturaleza.

Cabría decir  que el salón de  los vecinos -igual que el nuestro al que juzgamos claridad-  se ha ido formando por sedimentación natural de las vidas y sus peripecias, sus juergas y sus tedios.

Hay factores del salón que proceden de tener hijos, otros que aterrizan allí desde parientes queridos y otros, en fin, que se han instalado por todas parte sin que nadie pueda fechar su procedencia. El salón que siempre desempeñó el papel de escenario público dentro del hogar puede contar, por ejemplo, con un mueble bar o repostero que permite invitar a los de afuera y conseguir mediante esta pequeña participación un sorbo de introducción en la semántica ajena. De ese modo todo salón siendo horrísono posee un punto de cordialidad que no puede desprenderse de sus relieves, aún los más ajenos. De este modo, el salón siendo acaso  la pieza que menos se frecuenta puede procurar la sensación, al ser homenajeados, que contiene el accesible corazón amistoso de sus propietarios y que se comporta como la estancia en la que mejor se desempeña el papel de recibir al público y tratarlo apropiadamente..

 Diariamente, en gran número de salones burgueses,  no entraba nadie o casi nadie y quedaba deliberadamente reservado para recibir, a la manera de una manifestación teatral de la vivienda y en donde, en efecto, el trato tendía a ser formal como en una representación concertad. Las cosas son de otro modo ya pero su herencia perdura en el arreglo de mayor cuidado que se le dedica. Que la pieza conserve incluso hoy algún  punto exhibicionismo o de afectación es una característica que el visitante entiende y acepta bien. De ese salón  acaso no pase nunca en las sucesivas visitas pero ¿cómo impedir que hasta allí lleguen los olores dela cocina y hasta del cuarto de baño cuando los metros disponibles se achican?

El olor, no el mal olor, sino un particular define al ser particular de cada casa. Esa, más o menos fundida, unidad familiar flota sobre el complicado aroma que generan los incontables factores que convergen en la vida de la casa.  Es la marca olfativa dela casa que se transmite a veces incluso en el rellano y suavemente como un hálito de madriguera o que se impone acusadamente cuando desde la cocina salta al exterior los aleteos de un poderoso guisado.

Por ese olor cunde una comunicación  humana y vulgar con los vecinos,  a su vez ordinarios y vulgares. Ellos nos han de oler a nosotros mientras  nosotros los olemos a ellos en una ola de olor, un cruce de moléculas que terminan por abrazarnos aún a costa del deseo.  Nos saludamos, nos amamos, nos ignoramos, bajo la campana de ese olor cuando juntos, acudimos al ascensor, lugar crucial donde las vidas indefectiblemente coinciden, se juntan y se separan como imanes para volver a reunirse de otros modos también  a través de los mensajes sueltos que proporcionan los sonidos de al lado traspasando los tabiques.

 Muchos de estos sonidos, la mayoría inextricables, algunos inquietantes y otros tan comunes refuerzan el inconsciente de sentirse repetido, acompañado y replicado.  Vivimos puerta con puerta, pared con pared, pero nuestra bienestar  se haya muy condicionado por el imaginario de creernos distantes y diferentes. No nos parecemos en nada aún pareciendo que vivimos juntos pero sus patentes errores en el mobiliario o el color de las paredes, la conjugación inadmisibles de sus colchas y cortinas,  les sitúa  en una esfera de extraños deseos, conocimientos y experiencias que en nada pueden ser los nuestros. Su desgracia, si trágicamente llegara, la veríamos como una versión más o menos corregida de la nuestra, pasada o presente,  pero es prácticamente imposible aceptar que su clase de felicidad y la nuestra se parezcan. Cada unidad familiar se complace en el simulacro de un anhelo irrepetible. Ningún porvenir, ni destino alguno, ningún final pueden hallarse anticipados en algún otro lugar por vecino que sea. La similitud terminó en los planos del arquitecto y, a continuación, la máquina de habitar hizo de ellos y de nosotros dos casos tan próximos como intraducibles. Tan supuestamente  únicos como solitarios.



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6 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cacería de libros argentinos

Sandro y libros argentinos. Fuente: MoleskineMurió Sandro. Estoy escuchando Yo Te Amo. Qué voz, qué tipazo. Acabo de meter en mi maleta los libros argentinos que compré. Todos despeinados, se supone. Si se les ocurre algún otro, me avisan antes del lunes próximo.El otro lado (edhasa) de Jorge ConsiglioEl comienzo de la primavera (Modadori) de Patricio PronEl caso Voynich (Eterna Cadencia) de Daniel GuebelTuristas (Adriana Hidalgo) de Hebe UhartSiempre es difícil volver a casa (de bolsillo) de Antonio Dal MasettoEl campito (Mondadori) de Juan Diego IncardonaHacé que la noche venga (Mondadori) de Leonardo LoyolaMás liviano que el aire (Alfaguara Clarín) de Federico JeanmaireEl director (Losada) de Gustavo FerreiraLos topos (Mondadori) de Félix Bruzzone



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6 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Millet (5)

Los procesos judiciales se prolongan en el tiempo hasta hacer incomprensible la sentencia. El clima justiciero que precede a los detenidos ilustres, osados gestores del fraude, se agota en las informaciones publicadas, comentadas y, sólo a veces, desmentidas. La escandalosa oleda pasa de largo y cuando concluyen las últimas sesiones judiciales sólo quedan los restos de aquella ofendida curiosidad. Luego, la amnesia hace el resto.

No es que los procesados no reciban su merecido. En realidad, casi todos los imputados de hoy serán mañana los reos de sus fechorías de ayer. Sin embargo, la dilatación del proceso diluye el vínculo entre causa y efecto, entre la falta y el castigo. Lo ejemplar de la justicia es su rápida resolución. Lo hemos visto en el caso que comentamos el otro día: Madoff fue denunciado, detenido, procesado y condenado en un abrir y cerrar de ojos. De este modo la memoria social adquiere conciencia de los límites morales que conviene respetar.

Lo contrario, la lentitud, propicia esa sensación de impunidad, desánimo y fracaso que cierta opinión interesada divulga como ingrediente sustancial del sistema.

En el caso Millet, apurar y concluir el proceso judicial con diligencia, rapidez y credibilidad resulta más urgente que nunca. Además de verse nítidamente dibujado en escena el castigo que merece su descaro, hace falta descubrir y comprender la amplitud de las redes sociales implicadas en los desfalcos. Partidos, fundaciones, asociaciones y otras entidades dieron un vigor inaudito a su penosa complicidad.

Que uno de los símbolos culturales de la ciudad de Barcelona haya sido el cuartel general de un saqueador necesita algo más que una condena individual. La investigación requiere celeridad pero también una valerosa disposición de ánimo para afrontar la purga que les espera.



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5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Moleskine Literario, 5 años

Eterna Cadencia. Foto: Moleskine LiterarioAyer 4 de enero Moleskine Literario cumplió 5 años en el ciberespacio. Y lo celebré, sin proponérmelo, de la mejor manera, conversando con Pedro Mairal en la librería Eterna Cadencia. Fue una conversación divertida, muy informal, con un amigo como Pedro a quien adoro y con quien teníamos muchas cosas interesantes de que hablar, literarias y no literarias. Me quedo hasta el 11 aquí en Buenos Aires, tratando de vivir el presente.Un blog argentino llamado Peregrina Perla comenta la conversa.¡Feliz día Moleskine Literario y gracias amigos y lectores por seguirme estos cinco años!



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5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una historia profundamente política

 

Hace poco terminé de leer «Las manos cortadas», la más reciente novela de Luisgé Martín que, como sus novelas y libros de relatos anteriores, ha salido en Alfaguara. «Las manos cortadas» es una novela extraña en el panorama actual de la literatura española, fundamentalmente porque encara con astucia narrativa un período particularmente sombrío de la historia reciente chilena y bien conocido por todos: la dictadura de Pinochet. No es habitual que los escritores españoles se adentren en un tema histórico-político y que además ocurra alejado de su propio paisaje; más aún cuando la Guerra Civil sigue siendo un yacimiento rico en historias, como lo demuestra la reciente novela de Antonio Muñoz Molina, «La noche de los tiempos».

Luisgé Martín además plantea un enfoque inusual, casi detectivesco y algo punzante, pues el narrador -un escritor español, supuestamente el propio Luisgé- recibe una llamada de alguien que dice tener documentos que prueban que Salvador Allende iba a convertir aquel Chile pre -pinochetista, de izquierdas y casi arcádico en el imaginario de muchos románticos, en una nueva Cuba.  Efectivamente, comprueba el escritor casi  al inicio de la novela, los documentos existen, y uno se pregunta, parafraseando a Alejandro Sawa, si acaso también Allende tuvo el ansia intelectual de convertir la idea en dinamita. Pero eso es sólo el disparador de una trama que demuestra una larga investigación y una minucia narrativa que nos lleva desde las primeras páginas hasta el final con un brío poco frecuente, rozando una y otra vez el género negro, que deja entrever a cada momento sus maneras, siempre manejadas con destreza por Luisgé, quizá uno de los más solventes narradores de la actualidad. Pueden resultar algo áridos los pasajes rigurosamente históricos, profusos en datos, que confunden y marean al lego en el tema -y Luisgé nos hace sentir así a todos, creo yo-, pero sorteado ese escollo, la lectura es envolvente.  No es una novela de concesiones narrativas y el escritor nos lleva a la desasosegante frontera de los ideales y las acciones, al territorio siempre en penumbra de lo revisitado. Pero sobre todo me llama la atención esta novela tan hondamente política en una tradición literaria poco dada al tema (el de la Guerra Civil es un género en sí mismo, de manera que excluyámoslo).

¿Qué ocurre en la literatura española actual para que el tema político sea apenas digno de atención por parte de los narradores, sobre todo cuando casi todos son opinantes y participativos, por decir lo menos? ¿Han hecho ustedes el inventario de la novela política en España? Es un asunto que me gustará comentar en un próximo post, pero por ahora me queda flotando esta (mínima) reflexión acerca de qué impulsa a un escritor como Luisgé Martín -nunca vinculado a esta temática- a tratar un asunto tan efervescente y ajeno (Ajeno: ya me entienden...) Por fortuna, lo hace y el resultado es impecable. 

 



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5 de enero de 2010
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Razones del odio, sinrazones del amor

Este es el prólogo que he elaborado para el libelo de Antonio Saura, Contra el Guernica, recientemente traducido en España y publicado por la Librería La Central y el Centro de Arte Reina Sofía. 

 

Razones del odio, sinrazones del amor

 

El muy inteligente editor Turner de Madrid recibió en 1981 el libro más raro de toda su experiencia editorial. Eran unas hojas mecanografiadas en las que Antonio Saura daba escape y desahogo a sus más agitadas pasiones mediante contundentes aforismos que comenzaban siempre con uno de estos tres verbos: "Odio", "Detesto", "Desprecio". Todo artista digno de su función ha deseado alguna vez escribir algo similar, pero sólo los más audaces y con menor sumisión administrativa se atreven a realizarlo.

     Lo más sorprendente del libelo, pues no podía tratarse de otro género literario, era, sin embargo, el objeto detestado, odiado y despreciado: el gran mural Guernica, la obra cumbre de la pintura del siglo XX según sentencia unánime de todos los periodistas capaces de escribir el nombre de Picasso sin faltas de ortografía. En los medios ilustrados españoles, atacar el Guernica en 1980 era como atacar al Che Guevara en 1970, a Stalin en 1950, o a Franco en 1940, un pecado contra el Espíritu Santo. El conglomerado de intereses, a  veces sentimentales, pero también económicos y desde luego políticos, que se había adherido como un grumo pestilente a la gran machine era de alcurnia vaticana.

     Una vez publicadas, las blasfemias de Saura fueron interpretadas de diferente modo según uno se presentara como competidor y contrincante, o bien como amigo y simpatizante. Los primeros lo leyeron al pie de la letra como un bombardeo sobre la cabeza de Picasso. Los segundos le supusieron ironía, sarcasmo, un modo de ser que se expresa con virulencia, pero que en realidad esconde un amor pudoroso. En todo caso, el libelo, como buen libelo que era, disgustó a mucha viuda de Picasso, en especial las que tenían columna de crítica artística en la prensa española.

     Ha pasado más de un cuarto de siglo y en coincidencia con su reedición y tras la amable invitación de los editores me ha parecido procedente exponer algunas razones que expliquen o iluminen los aforismos más agresivos de Saura, para aquellos lectores del libelo que aún sientan un cosquilleo en la espina dorsal ante tanto "odio", "desprecio" y "detesto". A mi modo de ver, en estos desahogos de un gran artista sobre un maestro respetado, Saura no escribió nada que no sea perfectamente sensato. Es una muestra (escasísima, por cierto, en nuestro país) de crítica radical, es decir, con muy robustas raíces. Dicho de un solo golpe: el libelo de Saura es como los bigotes que Duchamp le pintó a la Mona Lisa. El grafito obsceno no iba dirigido contra Leonardo o contra la pintura colgada en el Louvre, sino contra los adoradores de Leonardo y del cuadro del Louvre, inconscientes destructores, inocentes verdugos. También Saura trata de salvar a Picasso de sus adoradores.

*

Hay en la historia de la pintura unas cuantas piezas que han sufrido tal exceso interpretativo o exagerada divulgación que se han convertido en prácticamente opacas. Sea por su atractivo misterio (la Tempesta de Giorgione), sea por motivos sociológicos (la Mona Lisa de Leonardo), sea por influencias pías (la Virgen de la silla de Rafael), o por causas aún más difíciles de analizar (Viajero contemplando las nubes de Friedrich) ciertas obras de arte yacen enterradas bajo la polución divulgativa. Sin embargo su "misterio" suele deberse tan sólo a nuestra ignorancia. Basta un poco de trabajo serio para decaparlas de su inútil barniz logomáquico. Otra cosa es (y más ingrata) aquella obra de arte que queda sepultada por un exceso de saber. En este segundo ocultamiento tenemos demasiado conocimiento de la obra como para poder leerla o simplemente verla sin interferencias. Lo que en este segundo caso aplasta la obra, no es un exceso de amor popular y mediático sino el exceso de amor de las elites que la ensalzan y mediatizan.

Tal es el caso de Guernica de Picasso: ninguna pintura del siglo XX ha provocado tal cúmulo de lecturas, ni tanta hagiografía contradictoria, con el agravante de que su autor estaba vivo mientras se publicaba buena parte de esa interpretación incoherente y nunca intervino como no fuera para hacerla aún más incoherente.

     La causa de tanta actividad hagiográfica debe buscarse, desde luego, en la imposibilidad de que alguna interpretación alcance un estado razonablemente estable y coherente. La inestabilidad que lo impide afecta a los tres parámetros clásicos del análisis, a los que adoptamos provisionalmente para nuestra explicación, es decir, el asunto, la forma y la recepción.

     El asunto de Guernica es inestable porque no se trata de una obra acabada y estática, sino de un proceso interrumpido azarosamente.

     La forma es inestable porque utiliza un género tradicional con el único fin de traicionarlo.

     La recepción es inestable porque lo que comenzó como un jeroglífico ha acabado convertido en un icono.

     Son estas tres dificultades analíticas y el océano de comentarios ociosos que han provocado lo que se encuentra en el origen del libelo de Saura.

*

Desde 1937, año de su exposición, ninguna de las figuras que componen el mural ha generado una interpretación estable o consensuada, lo que no deja de sorprender ya que todas las figuras menos una habían sido ya utilizadas por Picasso en su obra anterior. El conflicto de las interpretaciones es absoluto (nota 1):

     El toro puede simbolizar el fascismo triunfante (Clark), España (Larrea), la fuerza bruta (Read), la protección de los débiles (Arnheim), al propio Picasso (Nieto), o la energía sexual y primaria (Chipp).

     No escapa de la ambigüedad el propio pintor quien en una entrevista dijo que el toro no simbolizaba el fascismo, pero en otra afirmó que simbolizaba la fuerza bruta y ciega.

     El caballo puede ser símbolo del fascismo agonizante (Raphael), del ejército franquista (Larrea), del pueblo español (Picasso a Seckler), de una amante de Picasso (Picasso a Larrea), del sufrimiento de los inocentes (Arnheim) o de cualquier víctima pasiva (Chipp).

     El guerrero muerto es un soldado republicano (Larrea) o una estatua rota (Arnheim).

     La portadora de luz es la República española (Larrea) o la Verdad (Read).

     El ave de la derecha es el alma del pueblo español (Arnheim), un pollo (Picasso a Kahnweiler), una paloma, es decir, "Columbus", o sea, América, salvadora de la República (Larrea), el Poeta (Maar), o la estatua de la Libertad (H.W.Janson).

     La mujer que huye despavorida está saliendo del retrete H.Moore), se defeca de miedo (R.Penrose), se cisca en Franco (Larrea).

     La madre con el niño es una víctima del fascismo (Arnheim) o la ciudad de Madrid (Larrea).

     La mujer de la derecha nadie ha logrado averiguar si sube o baja una escalera, si cae de la casa en llamas o si ella misma arde por efecto de las bombas.

     Y así sucesivamente.

     Picasso siempre se negó a explicar las figuras simbólicas, aunque afirmó que, en efecto, éstas eran simbólicas y el mural una alegoría. Cuando Larrea, tras leer la entrevista de Picasso con Jerome Seckler (New Masses del 13 de marzo de 1945) en la cual el pintor sugería una interpretación que invalidaba la suya, le escribió conminándole a definirlas se topó con un silencio amurallado. Dos años más tarde, en 1947, Picasso se burló de quienes trataban de fijar un significado para su pintura. Con motivo de la gran antológica del Moma de Nueva York, su director, Alfred H. Barr jr, entregó a Kahnweiler, amigo de Picasso desde 1908, una lista de preguntas. El pintor las contestó con ironía y trasladó al espectador la tarea de fijar simbólicamente las figuras (nota 2). Como si hubiera leído a Derrida, Picasso no se responsabilizaba del significado de su obra. O quizás le importaba muy poco.

     La imposibilidad de estabilizar una significación de las figuras dificulta una lectura alegórica del mural, el cual puede representar:

     a) el bombardeo de Guernica el 26 de abril de 1937 (Larrea)

b) la matanza de los inocentes (Chipp)

c) la moderna capacidad de destrucción tecnológica (Spies)

d) el horror de la guerra ocultando sus causas (A.Blunt)

e) el conflicto de Picasso con Marie Thérèse Walter y Dora Maar (M.M. Gedo)

f) una tragedia apocalíptica en general (G.C.Argan)

     Guernica, por lo tanto, representa un hecho histórico, un topos bíblico, un aspecto de la civilización industrial, un juicio moral, un conflicto sexual privado o un concepto metafísico. Tal es la amplitud interpretativa de los autores más sólidos. Ni que decir tiene que otros cien intérpretes menos sólidos elevan el registro de posibilidades hasta límites no alcanzados por ninguna otra pintura.

     Buena parte de los aforismos de Saura se refieren a esta insoportable levedad de Guernica. Podemos resumirlos en el que dice:

     "Detesto el orden subterráneo del Guernica y la conjunción del caos personal y el peso de la historia".

     Pero lo que más le dolía era la estúpida apropiación de la obra por parte de la administración "cultural", la izquierda beocia y el nacionalismo vasco, como si Guernica tuviera, en efecto, la referencialidad de una bandera cuando es todo lo contrario:

     "Odio al Guernica porque su imagen, inocentemente empleada como portada para diversos libros franquistas, demostró el engaño que entraña al poder ser utilizada indiferentemente por uno y otro bando".

*

a) La inestabilidad del contenido

      La interpretación sólo puede ser estable cuando también las figuras a interpretar son estables. Sin embargo, Guernica no es una obra estática sino un proceso, una dinámica, un conjunto de figuras en evolución que se detuvieron en un momento accidental y no en su momento sustantivo y acabado.

     En repetidas ocasiones Picasso manifestó que Guernica era un continuo, no una imagen fija. En aquella etapa de fuerte influencia surrealista al pintor se le aparecían los pensamientos bajo la forma de un flujo de figuras en movimiento, cada una de las cuales tenía su propio avatar sólo parcialmente controlado por la conciencia. Según sus propias palabras, la preocupación por conservar "la senda por donde el cerebro se dirige hacia la materialización de su sueño" (Larrea, 29) le aconsejó guardar un gran número de bocetos y estudios, así como pedirle a Dora Maar que fotografiara los distintos estados del mural.

     Esa secuencialidad que puede entenderse también como una indecisión y una inseguridad indigna de un maestro le lleva a decir a Saura: "Detesto a Dora Maar porque al fijar el proceso de realización del Guernica ofrece con demasiada evidencia las tripas de la metamorfosis, la lucha con la imagen que desenmascara la presunción del cartelón".

     Picasso había ya expresado, años antes, una concepción dinámica del trabajo artístico en conversación con Liberman: "Yo nunca hago una pintura como una obra de arte, y por eso las numero. Es un experimento en el tiempo. Las numero y las fecho" (Arnheim, 23). Esta concepción secuencial de la pintura se fue intensificando con los años: la serie de las Meninas cubre 40 variaciones y la Comedia Humana, 180. No obstante, tal no es el caso de Guernica (Nota 3). No hay aquí una secuencialidad coherente y acabada, sino una serie de pruebas y errores, una amalgama sin conclusión e incluso más allá de la conclusión: "Detesto los sesenta y tres bocetos del Guernica realizados con posterioridad a su terminación".

     Podemos considerar que Guernica no es tan sólo un mural sino que consta de 43 esbozos, 10 fotografías de los estados sucesivos del mural, y un número indeterminado de dibujos y pinturas posteriores a la exhibición del mismo. Creo que es posible tomar en serio la petición de Picasso para que su pintura no se interprete como un objeto estático y definitivo, sino como un ser orgánico que se desarrolla por sí mismo, la "metamorfosis del cartelón" que escribe Saura. No por ello aparece con claridad un designio, una idea que sustente el conjunto. El barullo es absoluto.

     El arquitecto del pabellón, Josep Lluis Sert, quien le visitó con frecuencia mientras realizaba el mural y habló muchas horas con Picasso durante esos días de trabajo febril, afirma que próxima ya la fecha de inauguración le preguntó cuándo lo tendría listo. "No sé cuando voy a terminarlo. Quizás nunca. Lo mejor es que os lo llevéis en el momento en que os haga falta", dijo Picasso y así se hizo, (Oppler, 199). En otra versión, Sert es aún más contundente: "Un día nos dijo (...) ¡Si no me lo quitan y vienen a llevárselo, no lo acabaré nunca!" (Alix, 70).

     Así que el mural debe ser considerado (ateniéndonos a la intencionalidad de su autor) como un corte de un flujo que nace en otras pinturas anteriores donde las figuras ya tienen vida propia, como por ejemplo la excelente Minotauromaquia de 1935, en la que podemos reconocer casi todas las figuras icónicas de Guernica. Y en la misma posición, ya que el grabado está invertido por razones técnicas.

Si consideramos las sucesivas transformaciones de las figuras como las "huellas" de esa senda que Picasso quiere conservar y en la que un sueño se va materializando, es evidente que la interpretación será siempre inestable y contradictoria, ya que lo propio de tales figuras es verse libres de cualquier principio de realidad. Sus cambios y metamorfosis sólo obedecen a la lógica del sueño y al azar de la interrupción.

Así, por ejemplo, en algún momento del flujo aparece un puño cerrado, un saludo comunista, como elemento constructivo del mural, pero luego desaparece para siempre. El caballo conservará en su flanco y hasta el final un inexplicable rombo: es la huella del brazo alzado, el recuerdo del puño cerrado, como ha explicado Chipp de un modo convincente (nota 4). Ese rombo, esa huella, será la causa de muchos malentendidos cuando los comentaristas traten de averiguar quién ha producido esa "herida" en el flanco del caballo. Pero no hay más herida que la de una memoria que se oculta tras su propia tinta.

En los sucesivos estadios del flujo onírico, todas las figuras sufrirán transformaciones radicales: el toro pasará del centro a la esquina superior izquierda, el caballo alzará su cabeza para tomar el lugar antes ocupado por el puño cerrado del guerrero, el pájaro habrá sido antes un minúsculo Pegaso y un ave muerta. Sólo la portadora de luz permanece casi sin alteración. No le falta ironía, siendo así que la pintura es inexplicable y de una oscuridad trabajosamente buscada.

No por otra razón Saura escribirá: "Odio al puño levantado que apretando una espiga se oculta tras el actual sol-bombilla del Guernica", en referencia a otro de esos pasos perdidos y ocultos detrás del paso siguiente. Los signos de identidad de Guernica carecen de referencia, son pentimenti elevados a categoría de icono.

 

b) La inestabilidad de la forma

Las circunstancias que rodean el nacimiento del mural conspiran para que éste represente un acontecimiento histórico: la destrucción del pueblo de Guernica, en las provincias vascongadas, el 26 de abril de 1937, por bombarderos alemanes que ensayaban una nueva y más eficaz técnica de asesinato masivo. Así fue como entendió la prensa europea y americana, incluso la más adversa, el motivo y el título del mural en julio de 1937, a saber, como la recuperación de un género que los movimientos de vanguardia habían hundido: la pintura de historia, la narración de un acontecimiento relevante por medio de figuras bidimensionales.

El mural se inauguró en el Pabellón español de la Exposición Internacional de París, en una muestra cuyo título oficial era "el arte y la técnica en la vida moderna". El Pabellón republicano estaba a la sombra del gigantesco pabellón alemán de Speer, el cual, a su vez, se encontraba enfrentado al no menos colosal de la Unión Soviética. Detrás del pequeño pero extraordinario pabellón español, el del Vaticano albergaba la representación de la España fascista con una pintura del otro Sert: la Intercesión de Sta. Teresa en la guerra de España. El conjunto de los pabellones, como si fueran piezas de ajedrez en un vasto terreno de juego, componía una jugada de poder fácilmente simbolizable. Fue imposible escapar a la trampa hermenéutica.

Dado que el propio Picasso había bautizado el mural y que el bombardeo de Guernica era un elemento decisivo de la propaganda de guerra republicana, resultaba difícil no ver en el mismo una peinture d'histoire evocativa del suceso. En consecuencia, los comentaristas dieron al mural una ascendencia noble: la Révolution conduisant le peuple de Delacroix, el Radeau de la Meduse de Gericault y el Tres de Mayo de Goya se citaron repetidamente como congéneres de Guernica, es decir, pertenecientes a un género fijado formalmente por las academias del siglo XVII. Como dice Argan, el mural "tiene un esqueleto de cuadro histórico-clásico (...) está compuesto como un Rafael o un Poussin" (Argan, 573); es decir, posee la forma fijada para el género de Histoire.

Así pues, nada más natural que dar por sentada la relación entre el mural y el bombardeo de Guernica, independientemente del juicio artístico que la pintura mereciera a las diferentes partes implicadas. Aragon y el Partido Comunista francés, partidarios del realismo estalinista, no dijeron ni una palabra de la pintura, sólo comentaron el bombardeo. El gobierno de la República española (a través de su presidente Negrín) estuvo en un tris de retirar el mural por "antisocial, ridículo y totalmente inadecuado a la sana mentalidad proletaria" (Larrea, 92), pero se contuvo porque la destrucción de Guernica se había convertido en una excelente arma de propaganda. La prensa alemana fingió indignación, acusó de la destrucción de la aldea vasca a los milicianos españoles, y calificó a Picasso de "artista degenerado". Una semana más tarde se abría en Munich la exposición Entartete Kunst (Spies, ficha 6). Estuvieran a favor o en contra de Picasso, todos los comentaristas de la época admitieron la relación histórica de la pintura con el acontecimiento.

Sin embargo, nada hay en el mural que haga referencia a un hecho histórico. No hay enemigos, no hay enfrentamiento, ni siquiera hay guerra; puede tratarse de un accidente ya que tampoco el guerrero muerto es un miliciano sino quizás una estatua rota. Ni un solo signo remite a un bombardeo, y, si lo hubo, nada señala al propietario de los aparatos. Las víctimas pueden ser pescadores vascos o campesinos andaluces, ninguna señal los identifica; ni tampoco a sus verdugos, en el caso de que los haya. Todo invita a interpretar el mural como pintura de historia según sus modelos formales, pero nada en la pintura lo permite.

Lo más sorprendente es que, en efecto, existía una "historia" a la que el mural y sus figuras simbólicas remitían, pero no era una historia objetiva, sino subjetiva. Los elementos medulares de la composición venían de otras pinturas, dibujos y grabados; todos juntos, tomados como un continuo, narraban una historia: la suya, la de los elementos mismos, el puño, el pollo, la lámpara, el toro... Esta insoportable ambigüedad entre las experiencias sexuales de Picasso y el bombardeo alemán hace que Saura exclame: "Detesto al Guernica porque habiendo organizado imágenes reconocibles, reúne extremosa deformación, onírica carga y sentimentalismo popular".

Para Saura, la contradicción es insoportable. Una pintura de historia narra un suceso colectivo y real, pero Guernica narra un suceso privado y onírico deformado con sentimentalismo popular. En consecuencia, la traición al género produce una inestabilidad formal que da lugar a las más diversas hipótesis interpretativas según en qué estado detengamos a las figuras o cuántos de sus estados consideremos.

Veamos por ejemplo la relación central: toro-caballo-guerrero, una constante en la pintura de Picasso desde comienzos de siglo. Si fuera posible seguir la "senda" de esas figuras nos encontraríamos con una secuencia cuya polisemia es abrumadora. El guerrero a veces es un picador, a veces un torero, a veces es femenino, a veces masculino; el toro es una bestia, o un semidiós, o Minotauro, y puede adoptar formas protectoras, destructivas, agresivas o bondadosas indistintamente. El caballo es, sin duda, el elemento más débil del trío, pero puede aparecer como un jamelgo indigno de vivir (¡el pueblo español!) o como símbolo de bellas mujeres seducidas y corneadas (¡por el Genio!).

Sólo en un punto es posible encontrar un acuerdo unánime entre los comentaristas: durante las semanas de composición de Guernica, Picasso dudaba entre Marie-Thérèse Walter, en cuya compañía y la del hijo de ambos pasaba los fines de semana, y Dora Maar, su última amante. Este núcleo privado de conflicto erótico se encuentra presente en Guernica. En su primer proyecto para la instalación del mural en el Pabellón, Picasso flanqueaba la pintura con dos esculturas alusivas a su vida sexual, la gran cabeza de Marie-Thérèse realizada 1932 y el "Busto de mujer" de 1931; por imposiciones espaciales ambas acabarían en el segundo piso del pabellón (Alix, 29).

Como advirtió su amigo Kahnweiler en el catálogo de Guernica para la exposición de Estocolmo de 1956: "Picasso has always talked about himself in his art: his joy and his pain. His work is entirely autobiographical" (Oppler, 220).  De modo que nos encontramos con la siguiente paradoja: una pintura formalmente de historia pero cuyo motivo pertenece a la vida erótica de su autor.

Tras todo lo anterior podríamos resumir el mural como un núcleo de historia subjetiva (toro, caballo y guerrero) rodeado por una corona de mujeres (portadora de luz, fugitiva, quemada viva, y madre), posiblemente inspirado por la historia objetiva: la tortura y muerte de Marie-Thérèse se veía ampliada a la muerte y tortura de las mujeres de Guernica y de ahí a la totalidad de las víctimas de la guerra. Pero ésta no sería sino otra hipótesis a añadir a las mil ya existentes.

Como vio sagazmente John Berger: "Guernica" is a painting about how Picasso imagines suffering". En ese mismo sentido resulta muy sugerente la hipótesis de V. Nieto Alcalde según la cual el toro, autorretrato de Picasso, contempla la escena con la misma distancia narrativa con la que Goya y Velázquez contemplan el escenario de las Meninas y el de la Familia de Carlos IV (Nota 5).

El carácter onírico de las figuras del mural ha de ponerse en el contexto de las relaciones surrealistas de Picasso en el año 1937: el poeta Eluard y su círculo formaban una auténtico baluarte que protegía a Picasso de sus problemas políticos y personales. El artista llevaba ya muchos años aquejado por una profunda esterilidad creativa. No deja de ser curioso que el médico de cabecera del pintor fuera por entonces Jacques Lacan, quien también cuidó de Dora Maar en 1945 en ocasión de un peligroso proceso depresivo que había desarrollado la fotógrafa (Oppler, 330). En Guernica aparece todo el complejo de factores personales del Picasso de los años treinta, en un intento de trascender el bloqueo disparando hacia lo alto.

Una parte de la mejor crítica marxista reaccionó pronto contra el carácter subjetivo del mural. En su extraordinario estudio de 1941, el poco leído Vernon Clark escribía: "In the Guernica it would seem that what Picasso mourns is not so much the ruin of a Basque town as the destruction of his own studio. And by the destruction of his studio I mean the passing of that complex, introspective world where the sovereignty of the artist, at least on canvas, has found during the last half a century so convincing a semblance of reality" (Oppler, 256).

Y Max Raphael, en otra penetrante crítica del mural escrita en 1947, resumía lo que él consideraba "fracaso" del Guernica: el híbrido de sueño y realidad, la mezcla de lo representativo y lo alegórico, resultaba poco convincente desde ambos puntos de vista, el de la realidad y el del sueño. Saura no hace sino confirmar la insatisfacción de los mejores analistas.

 

c) La inestabilidad de la recepción

La falta de solidez formal de la composición y la subjetividad intraducible de las figuras reciben el apoyo de una tercera inestabilidad: la que se produjo con el traslado del mural de Europa a los EEUU.

     La crítica especializada europea fue mayoritariamente negativa con Picasso. En muchos casos, por la ideología totalitaria que subyacía al juicio estético en aquellas fechas: comunistas y nazis coincidieron en menospreciar el mural por no ser "realista". Pero algunos intelectuales de talento, como Anthony Blunt o T.S.Eliot, y artistas de la categoría de Le Corbusier, también rechazaron el mural por motivos diversos. Sólo el círculo surrealista de amigos del pintor y algunos simpatizantes de la causa republicana como Spender y Auden lo defendieron. Europa no estaba en condiciones de aceptar el mural y de analizarlo distanciadamente.

     Sin embargo, en cuanto el mural desembarcó en tierras americanas, la crítica fue mayoritariamente positiva e incluso entusiasta. Puede decirse que fueron los norteamericanos quienes pusieron las bases para un enjuiciamiento estético del mural. El contraste con la crítica europea es muy fuerte y pone de manifiesto el desorden ideológico europeo dividido en cientos de camarillas, cada una con su círculo y su revista, frente al ordenado y tecnificado sistema americano apoyado en la prensa de masas, jerarquizado desde algunas tribunas públicas consensuadas, y dirigido desde detrás del escenario por los servicios de inteligencia del gobierno.

     El punto de inflexión de la recepción cabe situarlo en noviembre de 1939, cuando el Moma de Nueva York dedica una gran exposición a Picasso (Picasso. Forty years of his art) con 364 piezas, entre las cuales figura Guernica. La acogida fue tan cálida que el mural, exceptuando algún viaje esporádico, ya no abandonaría su refugio americano hasta 1981 cuando fue devuelto al gobierno español por imperativo jurídico del testamento.

     Tres son, creo yo, los factores que coinciden para explicar la gran acogida que tuvo el mural:

a) Políticamente América era un bloque democrático sin fisuras, enfrentado al totalitarismo europeo (nazi, estalinista, fascista, franquista y asociados). La ausencia de fragmentación política minimizó o suavizó las diferencias de escuela, como las que separaban a los realistas de los abstractos.

b) El estallido de la Segunda Guerra Mundial favoreció un entendimiento universalista y humanista del mural, despojándolo de su carácter "histórico" asociado con el bombardeo real de Guernica. Lo que el mural representaba bien podían ser los desastres de la guerra en general, con especial referencia a la barbarie nazi.

c) La corriente artística americana emergente por aquellos años era la abstracción y sus defensores teóricos más influyentes, los del círculo de Nueva York, ocupaban centros de opinión muy relevantes y bien relacionados con la CIA. Una situación totalmente distinta al caótico barullo de los movimientos europeos.

     En pocos años los comentaristas americanos hicieron del mural "la obra maestra del siglo XX", un modo muy americano de vender la pieza más importante del museo más importante de la ciudad más importante del país más importante del mundo.

     A ello contribuyó un equívoco: los comentaristas anglo-americanos casi sin excepción demonizaron la figura del toro debido a su ignorancia del arte taurino y la secular tradición mediterránea. Para ellos, como vio sagazmente Larrea ya en los años cuarenta, el toro era un animal agresivo, poderoso y estúpido, como los nazis, en tanto que el caballo era el más noble de los animales. Así quedaba resuelto el problema más grave del mural: la ausencia de enemigo. Si lograban hacer pasar al toro por el enemigo, el mural resultaba de fácil explicación para las masas.

     El propio Picasso contribuyó al equívoco al declarar, en la entrevista con Jerome Seckler anteriormente citada, "yes, the bull there represents brutality, the horse, the people" (Larrea, 145). En realidad la entrevista tuvo lugar en francés y nadie sabe qué palabra empleó Picasso. Si dijo brutalité, su sentido es mucho más débil que el inglés brutality, con una diferencia que va de "rudo" (es el segundo sentido que da el Larousse) a "barbaridad" o "salvajismo" (las versiones de Martínez Amador). Picasso podía estar diciendo, como otras veces, que el toro es una fuerza bruta y ciega, como la pulsión sexual de los machos, pero no un bárbaro exterminador. En cualquier caso, el equívoco tuvo éxito y Picasso, que jamás había visto en el toro una imagen negativa sino más bien un autorretrato, calló astutamente.

     Los mejores críticos de la época, algunos muy influyentes entre las clases medias ilustradas (Stuart Davis, en la revista Life, Henry Mc Bride, Doris Brian) escribieron con entusiasmo simbólico sobre Guernica. Los artistas que se convertirían en el grupo más poderoso de la postguerra (Jackson Pollock, Robert Motherwell, Ashille Gorky, W.de Kooning, Barnett Newman) se lo apropiaron como modelo. Es significativo el caso de un divulgador inteligente, pintor a su vez, Ad Reinhardt, cuyos esquemas explicativos del mural alcanzaron amplísima recepción en los medios universitarios. En ellos, evidentemente, el toro es el símbolo del enemigo (Oppler, 233) y el jamelgo la víctima. Una simplificación absurda que llevaría a preguntarse quién cabalga al "pueblo" o dónde está el matador en esa celestial corrida de Picasso. No creo que se haya producido un deslizamiento de significado tan colosal en ninguna otra pintura notoria.

En América se aplicó para Guernica un sistema de comercialización y pedagogía de masas que es el antecedente más claro de las técnicas de mercado que hoy se han impuesto en todo el mundo para las mercancías artístico-culturales. El mural viajó por todas las ciudades importantes de los EEUU y recibió comentarios en todos los medios de comunicación de la época. Para la opinión pública norteamericana, Guernica había sido pintado como premonición de la guerra de los EEUU contra Hitler. Lo que lleva a exclamar a Saura esta rabiosa queja, tan mal entendida por las viudas: "Detesto al Guernica porque en el momento de su partida "pudo verse una lágrima en la mejilla de la señora Rockefeller"". La propaganda de guerra americana se había apropiado del icono con fines humanitarios y lo había convertido en un cartelón

     Todo estaba preparado, por lo tanto, para que en las décadas siguientes el mural pasara a ser entendido como una alegoría del antimilitarismo, y cuando el conflicto de Viet Nam comenzó a movilizar grandes masas estudiantiles, Guernica se convirtió en un icono de los grupos progresistas. Tan es así que cuando algún experto se permitía analizar críticamente el mural en alguna facultad universitaria, según cuenta Darby Bannard, recibía silbidos e improperios por parte del público, como si hubiera insultado a la imagen de la Virgen María (Oppler, 299). "I got roundly hissed each time", confiesa el crítico en una carta de 7 junio 1974.

     A partir de entonces el mural dejó de ser una alegoría sobre un suceso histórico, dejó de significar el horror de las guerras, dejó de ser un momento sexual en el flujo onírico de un sujeto, y quedó reducido a un significado benéfico: expresar la fe en el progreso de la humanidad y el antimilitarismo de aquel que mostrara el icono colgado de la pared o en forma de chapa cosida a la solapa. "Odio al Guernica, consuelo de democracias", aúlla Saura. En efecto, el mural había perdido toda su fuerza, artística, onírica, sexual y política. A partir de ese momento se convertiría en un logo y entraría a formar parte de las estampitas devotas junto al Che Guevara.

     Como en la iconografía cristiana, el verdadero ser de la pintura estaba ya fuera de ella y la transcendía, al tiempo que la dotaba con un aura de sacralidad. Guernica ya no rememoraba nada, ni facilitaba ninguna reflexión ni estética ni ética; era el puro signo identificador del creyente. Guernica había muerto y podía volver a España.

     "Detesto el Guernica porque es un cartelón y porque como sucede a todo vulgar cartelón su imagen es posible copiarla y multiplicarla al infinito". Dijo Saura. Y así fue.

*** 

 

NOTAS

(1)- El repertorio más amplio de recensiones, críticas, comentarios y documentos epistolares se encuentra en el imprescindible Picasso's Guernica, E.C.Oppler (ed.), Norton, 1988.

(2)- La respuesta de Picasso apareció en el simposio sobre Guernica editado por el Moma y en inglés, y también la versión francesa en Larrea. "El toro es un toro y el caballo es un caballo. También hay una especie de pájaro, un pollo o una paloma, ya no recuerdo exactamente lo que era, sobre una mesa. Y el pollo también es un pollo. Naturalmente, los símbolos... Pero no es el pintor quien ha de crear los símbolos, porque entonces mejor sería escribir directamente lo uno quiere decir, en lugar de pintarlo. Es imprescindible que el público, los espectadores vean en el caballo y en el toro símbolos a interpretar según su entendimiento. Eso es lo que hay: animales, animales exterminados. En lo que a mí respecta, eso es todo. Y el público ha de ver lo que quiera ver". (Larrea, 145; Oppler, 102)

(3)- Sobre los motivos profundos de la serie y de la secuencia como necesidad del arte moderno y contemporáneo ha escrito Arturo Leyte un ensayo magistral e imprescindible. Vd. la bibliografía.

(4)- "Ten States of the final canvas", en Picasso's Guernica, U. of California P., 1988, pp.110-137.

(5)- En un extenso trabajo Juan Marin coincide con Nieto Alcalde, aunque sin conocer el artículo (o sin citarlo) y mediante un análisis comparativo de Guernica y Las Meninas marcado por el psicoanálisis.

***

Libros y artículos citados

Josefina ALIX, Guernica. Historia de un cuadro, Poesía, Madrid, 1993

G.C.ARGAN, El arte moderno, F.Torres ed., Valencia, 4ª 1975, pp.572-3

Rudolf ARNHEIM, El "Guernica" de Picasso, Gustavo Gili, 1976

Maria Lluisa BORRAS, Picabia, Ediciones Polígrafa,

H.B. CHIPP, Picasso's Guernica. History, transformations, meanings, U. of California Press, 1988.

H.W.JANSON, Historia general del arte, vol.4, Alianza, 1991.

Arturo LEYTE, El arte, el terror y la muerte, Abada, 2006.

Juan LARREA, Guernica. Pablo Picasso, Cuadernos para el Diálogo, 1977 (reedición del original de 1945).

Juan MARIN, Guernica ou le rapt des Menines, Lagune, 1994.

Víctor NIETO ALCALDE, "El toro del Guernica", Kalias, nº3-4, octubre 1990.

E.C.OPPLER (ed.), Picasso's Guernica, W.W.Norton &Co, 1988.

Werner SPIES, Kontinent Picasso, München, Prestel, 1988. Cito del capítulo "El Guernica y la exposición internacional de París de 1937" (pp.63-100 del original) en su traducción española.

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5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sin rubor

Presentada como una exclusiva. En primera página. El entrevistador no se anda con rodeos: antes de empezar la faena ya nos anuncia la calidad excepcional del espectáculo. Nadie ha publicado jamás una entrevista tan clara, tan sincera y tan absoluta. Este último adjetivo merece una pausa. ¿Cómo serán las entrevistas relativas? Sobre las absolutas sabremos pronto de qué van: al parecer se trata de elogiar al entrevistado con la misma mesura que se utiliza para proclamar las propias virtudes. Sin ruborizarse: su entrevistado es el mejor presidente que ha tenido jamás ese club y ahora deja un legado magnífico. El entrevistado no le anda a la zaga: en realidad le lleva mucha delantera en esta cuestión, quiero decir en el tratamiento del ego. Su mensaje se resume en una frase: o César o nada. Esos tipos que entran en política con trabajo, ideas y sacrificio? Él ha nacido para mandar y dirigir.

Antología: ?Somos portadores de la épica más emocionante de la historia: la que guía a los pueblos sometidos a la libertad?. ?Yo nunca he hecho política de partidos desde la Presidencia del Barça: he fet país, que es muy distinto?. ?El Barça ha sido siempre una manera más de defender los intereses y las libertades de Cataluña?. ?La idea irrenunciable de hacer un mundo mejor a través del fútbol?. ?Nuestro objetivo era conseguir que los barcelonistas fueran felices y lo hemos conseguido?. ?Cataluña necesita despertar. Depende de nosotros?. ?Los catalanes aún tenemos nuestro sueño: hay muchos pueblos que ya no lo tienen?. ?Me seduce más la idea de presentarme con un partido nuevo que estará abierto a cualquier partido o plataforma que entienda que Cataluña necesita un Estado propio?. ?Y hay un aire, una intuición que me dice que debería hacer algo más cuando termine mi tiempo en el Barça?. ?Estoy consultando a profesionales de la estrategia política para sacar mis conclusiones respecto de si es posible hacer en Cataluña una revolución pacífica, democrática y responsable que nos lleve a tener un estado propio?. ?Aún no sé si Cataluña quiere un líder o un mártir. Yo no quiero ser un mártir. Sí que puedo ser un líder?. ?Cataluña se está muriendo y hay un 35 por ciento de nuestros recursos que los mandamos a España y nunca vuelven?. ?Tenemos que despertar. Tenemos que reaccionar. Nos estamos muriendo.? ?Durante los años de mi presidencia he tenido la sensación que sólo estábamos nosotros, que sólo el Barça luchaba por Cataluña?. ?Si tengo elementos de juicio que me dicen que la gente me percibe como líder y que tener un Estado propio es posible, no pienso negarme a servir a mi país porque no me gustaría pensar que no he hecho todo lo que podía, que no he luchado hasta el final por lo que pienso y quiero?. ?Tengo bastante claro que si decidiera presentarme sería para ser presidente?. En dos ocasiones señala el personaje a su auténtico enemigo: 1.- ?Este resultado (el 2 a 6 en el Bernabeu) que la caverna mediática españolista no podrá digerir nunca. De ahí tanta rabia contra mí?. 2.- ?Aquellas fotos (bebiendo champán directamente de la botella en una fiesta) fueron una canallada. Todo el mundo tiene derecho a su intimidad. Y una vez más, la caverna mediática española actuó sin ningún escrúpulo y sin ninguna ética?. No doy el enlace. La entrevista de Salvador Sostres a Joan Laporta se publicó ayer en el diario El Mundo, dirigido por Pedro J. Ramíréz.  Por si alguien pedía una explicación, el ?director de El Mundo de Catalunya?, Alex Sàlmon, escribe que el hecho de que el presidente del Barça haya concedido la exclusiva a su diario ?es positivo para los dos?. ?Para Laporta ?escribe- porque elige la prensa crítica, para este diario porque demuestra una vez más su interés por las ideas?. ¿Ideas? ¿Exclusiva? Hace apenas un mes le contó a Angels Piñol sus 'ideas', que en poco varían de las que he recogido en esta antología. Pero ni entonces ni ahora ha hecho el anuncio de que se presenta a las elecciones, a la espera de lo que le digan los estudios y encuestas que ha encargado. Esta es la única exclusiva que ha podido dar hasta ahora a sus entrañables amigos de El Mundo.



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5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuento de navidad para decepcionados

Si alguno de ustedes se encuentra entre los decepcionados por lo sucedido en la Cumbre sobre el Clima de Copenhague, les recomiendo la lectura del relato de Jean Giono El hombre que plantaba árboles, recién traducido entre nosotros. Antes que nada por razones de higiene mental: tras tantos días de palabrería, de demagogia de todos los colores, de promesas altisonantes y discursos huecos, tras tanto ruido propagado a través del mundo por los ensordecedores altavoces de la comunicación se agradece la historia de un hombre que libremente se ha rodeado de tanto silencio que ni siquiera tiene necesidad de hablar. Un antídoto frente al griterío.

Pero, además, Elzéard Bouffier, protagonista de la narración, parece saber más sobre la naturaleza que ninguno de los reunidos en Copenhague. Tiene una familiaridad entrañable con ella, algo que le permite avanzar por el camino justo sin recurrir a declaración pragmática alguna, sin funcionarios o expertos, que es un hombre reacio a las grandes palabras -de hecho es un hombre de muy pocas palabras-; como contrapartida, está poseído de una energía maravillosa en el momento de dedicarse a la pasión de su vida: plantar árboles. En el breve relato, Jean Giono retrata a su personaje a lo largo de 37 años, de 1910 a 1947. En este tiempo Elzéard Bouffier no abandona jamás su reducto de tierra provenzal, junto a los Contrafuertes del Mont Ventoux, una tierra dura y áspera. Bouffier, un pastor solitario que roza la sesentena, planta robles. Entierra centenares de miles de bellotas, seleccionadas una a una, con la esperanza de que crezca un pequeño bosque. Después, en la leve humedad del valle, se atreve con los abedules. Planta árboles sin descanso mientras se abaten sobre Europa dos guerras. La destrucción reina por todos lados, pero el anciano pastor, inmutable, prosigue con su tarea y el pequeño bosque, convertido ya en un bosque grande y generoso, se erige en una invitación a la vida, un regalo a los supervivientes.

Lo dicho: un cuento de Navidad para consolar a los decepcionados.

El País, 02/01/2010 



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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Toulouse, capital del exilio

 

 Emociona visitar la exposición sobre ese "cuerno" republicano y español en el sur de Francia. Conmueve viajar a esa Toulouse forjada por rebeldías democráticas y españolas. Una ciudad que se transformó con las ilusiones de muchos derrotados de la España republicana. Vital, quijotesca, amparadora de miles de españoles que, ni cautivos, ni sometidos, armados con la esperanza de cambiar el futuro, supieron hacer de todos una ciudad que empezó siendo ajena y terminó siendo suya.

Toulouse, tan francesa, es también una patria española. Siempre ha sido una ciudad cercana y abierta. Una de esas ciudades que rompían los tópicos de nuestra separación de Europa por los Pirineos. Pero cuando Toulouse se hace más sanguínea y emocionalmente nuestra es a partir de la primavera del año 39. Después de haber pasado la frontera con los fríos del invierno, de haber soportado la vida de refugiados en campos del sur de Francia, miles de aquellos españoles, conscientes de la imposibilidad del regreso, se reparten por pueblos y ciudades cercanas a la frontera. Quizá con la vaga esperanza de un día poder volver al país que los expulsó.

La vida es dura en aquellos años. Derrotados por los fascistas españoles, tienen que volver a luchar contra el nazismo que viene de Alemania. Francia es también un país secuestrado en sus libertades. Otra guerra contra la barbarie emprenden para supervivir muchos republicanos españoles. Después de años de incertidumbre, de muertos, de penurias, los españoles demócratas se han ganado un lugar en la Francia democrática. Los españoles de Toulouse se integran en la vida cotidiana de una ciudad que está normalizando la vida. Tienen que comenzar una nueva vida. Trabajadores, artesanos, campesinos, algunos licenciados, profesores, tenderos, mujeres que cosen, limpian, sirven o enseñan. Un grupo humano que quiere tener una vida mejor en una ciudad que ya empieza a ser también la suya y un idioma que también será el suyo.

Pasan los años, las décadas, el franquismo sigue en el poder, los españoles de Toulouse viven  con las ventajas de la democracia, aunque con el dolor del exilio. Muchos quieren regresar, algunos lo hacen en los años sesenta, no demasiados. España, aquella tierra de la que fueron expulsados, sigue siendo un país sin libertades y sin trabajo. Miles, millones de españoles que tienen que volver a salir al extranjero.

Los españoles del exilio toulesano son un grupo humano que ayuda a la transformación de la ciudad que nunca han dejado de sentir los valores democráticos en los que creyeron. Ya son parte del paisaje humano de una ciudad que no hubiera sido la misma sin la contribución de aquellos derrotados que supieron vencer la batalla del futuro. Toulouse también es española.



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4 de enero de 2010
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La mejor película del año

Ciertas cinematografías, sobre todo en los periodos heroicos o fundacionales, se apoyaron en un solo nombre, convertido en enseña y en embajada. Angelopoulos en Grecia, Satyajit Ray en la India, Torre Nilsson en la Argentina a fines de la década 1950, Oliveira en Portugal, Ousmane Sembène en el emergente y pequeño cine senegalés de los 60. Cuando existía el Telón de Acero, y estábamos todos, los públicos extranjeros y los artistas locales, muy aguerridos, cada cine de aquel oscuro lado comunista tenía su gran figura, aunque la riqueza de cineastas fuera mayor, como en el caso argentino. El nuevo cine checoslovaco contaba  -antes de americanizarse él- con Milos Forman (si bien los más díscolos preferíamos el formalismo radical de Véra Chytilová), en la entonces unida Yugoslavia el cineasta indiscutiblemente seminal era Dusan Makaveyev, y de Polonia, entre los también prestigiosos Kawalerowicz, Zanussi y Has, Andrzej Wajda capitalizaba desde sus primeras obras maestras ‘Kanal' (1956) y ‘Cenizas y diamantes' (1958) el formidable cuño político-expresionista emanado de la Escuela de Bellas Artes de Cracovia, en la que la mayoría de los directores nombrados se formaron.

 

    Ha sido un duro honor para Wajda ostentar esa representatividad tan focalizada, en medio de los muchos avatares políticos por los que Polonia ha pasado en el siglo XX, y tanto tiempo: nacido en 1926, y autor de una filmografía de más de treinta títulos, conviene señalar que ‘Katyn' está realizada por un hombre de 81 años que sigue en ejercicio y tiene una nueva película, ‘Tatarak', rodada este mismo año. Confieso que, arredrado por la megalomanía algo rimbombante de su anterior ‘Pan Tadeusz', fui a ver ‘Katyn' con un asomo de pereza, encontrándome, sin embargo, con una conmovedora pero delicada obra maestra, para mí la mejor película vista en este año que acaba de terminar, y la confirmación del especial talento de su autor para el relato épico sostenido por una profunda vibración lírica y un gusto por lo grotesco y lo macabro que los lectores de Schulz o Witkiewicz reconocerán complacidos.

     Wajda es un historiador de la intimidad afectada por la historia, y como tal ha ido contando en sus obras más enraizadamente ‘polacas' el acontecer de su país a lo largo de casi dos siglos. Imposible aquí resumir los pasos de esa vía dolorosa de revelación y examen nunca dogmático. En el caso de ‘Katyn', la historia se mezcla con la autobiografía, ya que el padre del cineasta fue uno de los más de 15000 oficiales del ejército polaco asesinados en los primeros meses de 1940 en una sistemática matanza ordenada, a instancias del siniestro Beria, por el politburó del partido comunista soviético; llevando después a cabo una de las operaciones de propaganda más mistificadoras de la historia, el gobierno estaliniano atribuyó ese exterminio masivo de hombres desarmados a los nazis, con el logro asombroso de engañar a las fuerzas aliadas y a la complaciente Europa occidental durante casi cuarenta años, hasta que las propias autoridades de la URSS reconocieron en 1990 la responsabilidad directa del NKVD. Aun así, Wajda elude los lamentos del album familiar: "no quisiera que la película fuese mi búsqueda personal de la verdad, ni una vigilia sobre la tumba del capitán Jakub Wajda. Lo que quiero es contar una historia sobre el sufrimiento y el drama de muchas familias, sobre la mentira de Katyn que yace sobre la tumba de Stalin y que obligó a guardar silencio durante medio siglo a los aliados occidentales de la URSS en la guerra contra Hitler".

    Wajda se muestra como narrador de gran empuje desde la primera e inolvidable escena del film, la de los fugitivos polacos atrapados en el puente entre dos ejércitos hostiles entre sí y hostiles a la población civil atemorizada; a continuación planta su cámara entre los oficiales detenidos en la estación ferroviaria, paseándola en una serie de majestuosos ‘travellings' sobre esa tropa humillada y culminando la secuencia con el desgarramiento de la bandera polaca y el uso que los soviéticos hacen de los trozos de tela para cubrirse los pies ateridos. Momentos como el saqueo de la universidad, la oración espontánea de la milicia en los barracones o, en la parte final, la matanza en las zanjas del bosque, recuerdan esa admirable capacidad de Wajda para individuar tragedias colectivas, muy resaltada en ‘Katyn' por la fusión nunca descompensada del material de archivo y lo nuevamente filmado. Como en muchos de sus mejores films, el gran realizador de epopeyas no sacrifica los matices, ni una peculiar y refinada poética de los objetos: el crucifijo herido bajo el capote militar, el sable del general devuelto por la criada fiel, el rosario, la caja de cenizas del capitán.

     El mayor acierto en la construcción del film es el escalonamiento de personajes femeninos que van poniendo de relieve, con sus propias andanzas de búsqueda y duelo, el vacío emocional dejado por los militares desaparecidos. Esa cadena dramática de esposas, hijas o madres en perpetua indagación alcanza el verdadero ‘pathos' gracias también a las actrices, en especial Danuta Stenka, que interpreta a Roza, la orgullosa y elegante mujer del general, y en el papel de la esposa y madre de dos de las víctimas, Maja Komorowska, una actriz imposible de olvidar desde sus apariciones en el ‘Decálogo' de Kieslowski. A menudo operístico en el aliento narrativo (y qué bien ayudado por la partitura fílmica que le ha escrito Krzysztof Penderecki), Wajda, también un distinguido hombre de teatro, rinde algo más que homenaje a las artes escénicas en la peripecia para mí más atractiva de la película, los ensayos de la obra sobre Antígona en la que participa Agnieszka (otra gran intérprete, Magdalena Cielecka) y con la que se establece un elocuente paralelo temático y sugestivamente metafórico en el motivo del sacrificio de la trenza.

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4 de enero de 2010
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