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La doble verdad

Venía a decir en el texto anterior que aquellos mismos que están inclinados a aceptar que la Many-Worlds Interpretation tiene gran potencialidad para dar base teórica (no  costosa para las exigencias de la razón)  a los fenómenos descritos por la Mecánica Cuántica,  potencialidad en suma para salvar los fenómenos (objetivo fundamental de la Filosofía según Platon y Aristóteles), conservan su escepticismo respecto a que la cosa sea así. Estamos en un nueva manifestación de la doctrina (o al menos el sentimiento) de la doble verdad, que remonta a las diatribas de la Escolástica y que tiene momento álgido en la célebre carta del Cardenal Roberto Belarmino en la que a la vez declara que la tesis heliocéntrica defendida por Galileo no encierra peligro alguno mientras se trate de una mera hipótesis explicativa de los fenómenos naturales, pero sería blasfematoria si pretendiera que realmente la tierra gira en torno al sol.

Recordaré  que en 1599 Belarmino había dirigido el proceso inquisicional contra Giordano Bruno, condenado a ocho años de prisión y finalmente a morir en la hoguera por sus teorías sobre la infinitud del universo y sobre la multiplicidad de sistemas solares (conjetura tan alarmante quizás entonces como hoy puede serlo la de los múltiples mundos).

La carta de Belarmino relativa a los trabajos de Galileo, escrita en 1615, está dirigida a Antonio Foscarini, carmelita, amigo y colaborador del filósofo, y en principio no hace sino elogiar la sensatez de Galileo al no superar los límites de la ortodoxia, a diferencia de Copérnico que, a juicio del cardenal,  sí había dado tal salto:

"Estimo que su merced y el señor Galileo actúan prudentemente limitándose a hablar ex-suppositione (por hipótesis) y no absolutamente, como siempre he creído que ha hablado Copérnico. Pues decir que en el supuesto que la Tierra se mueve y el sol se halla estable, se salvan las apariencias mejor que con poner las excéntricas y los epiciclos, es un perfecto decir, no hay en ello peligro alguno, y tal cosa es suficiente para el matemático. Mas pretender afirmar que  realmente el Sol se halla en el centro del mundo y gira tan sólo en sí mismo sin trasladarse de Oriente a Occidente, y también que la Tierra se encuentra en el tercer ciclo y con extrema velocidad gira en torno al Sol, ello conlleva peligro no sólo de irritar al conjunto de los filósofos y teólogos escolásticos, sino incluso de perjudicar a la Santa Fe, tildando de falsas las Santas Escrituras (...) Como vuestra merced sabe, el Concilio prohíbe interpretar las Escrituras en contra del consenso de los Santos Padres. Y si su merced quisiera leer, no digo ya los Santos Padres, sino los modernos comentarios sobre el Génesis, sobre los Salmos, el Eclesiastés o Josué, encontrará que todos coinciden en interpretar ad litteram que el sol está en el Cielo y gira en torno a la Tierra con suma velocidad, y que la Tierra, alejadísima del Cielo, se halla inmóvil en el centro del mundo. Considere Usted con su prudencia si la Iglesia podría soportar que se de a las Escrituras contrario sentido al de los Santos Padres y a todos los intérpretes griegos y latinos. No cabe responder que esta no es materia de fe, porque si no lo es en razón  dell tema tratado  (ex parte obiecti) sí lo es en razón de quien lo trata ( ex parte dicendis).  Y tan herético sería el  que afirmara que Abraham no tuvo un hijo y Jacob doce, como el que dijese que Cristo no nació de Virgen, puesto que una y otra cosa las dice el Espíritu Santo por boca de profetas y apóstoles"

Roberto Belarmino viene a sostener que la construcción sobre la base de mera hipótesis matemática pesa en la balanza frente al discurso geocéntrico de los peripatéticos, pero es ciertamente repudiable cuando la tesis geocéntrica se sustenta en lo absoluto, es decir, en la palabra fundadora, en el Génesis y el libro de Josué. La cuestión teológica se halla estrechamente vinculada a las controversias ontológicas y determinando conjuntamente las posiciones que cabe tolerar en el marco regido por la razón experimental. La transmisión evocada por Roberto Belarmino es hasta tal extremo fruto de sujetos identificados a la verdad sustentad en el verbo que, considerando quien habla (ex parte dicendis), el texto por entero es sagrado, hecho ante el cual poco peso tiene la casuística respecto a lo que se dice (ex parte obiecti).

A lo irrelativizable de la palabra originaria y a la imposibilidad de someterla a criterios de verificación extrínsecos es a lo que apunta Roberto Belarmino en su escrito. Volere affirmare realmente equivale a remitirse a a lo que indica el texto revelado, mientras que por el contrario, parlare ex suppositione es propio de aquel que aspira tan sólo a asentar con coherencia racional ciertos hechos. No hay peligro alguno en efectuar una construcción sobre la hipótesis heliocéntrica, ni en integrar en ella la pluralidad de fenómenos que percibimos. El peligro reside en pretender que tal edificio es real, o sea, la cosa, res, misma erigida sobre el verbo. (Recordaré que Roberto Belarmino fue en 1931 nombrado Doctor de la Iglesia y que un año antes el Papa Pio XI le había beatificado).

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15 de enero de 2010
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La plancha

¿Por qué los hombres no planchan? Un libro relativamente reciente sobre las constantes diferencias de género se titulaba precisamente así. Los hombres no planchan y cuando lo hacen viene a ser como mostrar el peldaño más alto de su conversión a la igualdad o el más bajo escalón en su vida solitaria.

Los hombres no planchan como tampoco saben comportarse apropiadamente con las ropas se trate de doblar las camisas o los pañuelos o de hacerse cargo de su composición textil.  La relación del hombre con las ropas es tan nula o igual a la del bebé con sus vestidos: deja que otros los cuiden y se los pongan a punto, como señal tanto de su invalidez como de su solicitud de un cariño adicional. Desde esa postura, el hombre olvida cómo llega la ropa desde el momento en que desecha su uso diario al momento en que la halla planchada en el cajón. Ignora dolosamente o no el trabajo meticuloso y pesado invertido en ello.

La ropa sin planchar delata al hombre solo, mientras una mujer raramente se exhibe ante los demás sin antes recurrir a la plancha de su falda o de su blusa. La plancha es un elemento culturalmente  femenino y materno a la vez.

Con la plancha se reestrenan las ropas pero, a la vez, las ropas se declaran renacidas a través de una penosa labor procreadora que las hace  renacimiento. ¿Pura retórica? Asentamiento de unos usos antiguos y de su  semiótica adquirida en la repetición de su significación.

Cualquier prenda que pasa bajo la plancha, se somete absolutamente a ella, se muestra dócil una y otra vez y queda, al final, como un producto redibujado y manso. De este modo la mujer que ejerce simbólicamente una autoridad sobre la mesa y sus alimentos, repite su potestad en el trato  con la ropa y del mismo modo repetitivo y efímero que se obtiene de guisar. En el caso de las ropas su impronta no será, si se quiere, el sabor pero sí el saber que se estampa gracias a su destreza y con el que imprime un cierro carácter a los perfiles del atuendo.

 La plancha define a quien plancha y caracteriza después a quien se presenta con una un otra obra de artesanía. En ese efecto artístico se cumple una acción que apenas dura o que, más bien, se hace reiteradamente pasajera, efímera, perdida y rescatada. Tal como la vida del amor o como la existencia arrugada, manchada, lavada, oreada y redoblada.

No hay hogar pleno sin plancha y, en  el pasado, dentro de la burguesía acomodada, la plancha poseía su cuarto especial donde tenía lugar como en un taller de manufactura el lento sortilegio que convertía el barullo de la ropa en prendas listas y horneadas. Del interior del cesto se extrae un borullo sin clara identidad y ese caos cobra nombre y  prestancia mediante la acción del planchado.

De este modo, la plancha realizaba entonces y realiza todavía hoy, a despecho de algunos atajos mecánicos, una doble labor: devuelve con su liturgia nominación al calandrajo anónimo y proporciona a la cosa su nuevo apresto, su luz y su decencia social. Con el planchado llega el visado del  interior al exterior, del desorden al orden y desde el retorcimiento indefinible u organicista a la arquitectura rectilínea propia de la plástica entre el quita y pon. O de otro modo: la ropa se muestra como una acumulación sin forma, un desmayado bulto, en el cesto de la plancha y obtiene entidad y vida tras el moroso paseo bajo la rectitud, la honra y el sentido común del buen planchado. Valores, todos ellos, asociados al estereotipo femenino, la suave mano de la amada y la mirada de la madre dulce y pragmática.

  La plancha y la madre, la plancha y la esposa, la plancha y la soledad. ¿Por qué la mujer llora planchando? ¿Por qué los hombres no planchan? Sólo los solitarios lo saben.

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15 de enero de 2010
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¿Ha empezado la nueva guerra?

Imagino ahora mismo cómo será una guerra del futuro. Los contendientes ya no son los ejércitos de dos países distintos. Es probable que uno de los polos combatientes sí sea un Estado, una superpotencia con intereses muy instalados y en expansión, por ejemplo. El otro, en cambio, puede ser una multinacional, un cartel financiero, una ong o por qué no una mafia internacional. Es posible, incluso, que no se conozca muy bien la identidad de los contendientes. Y además, que tampoco se sepa quiénes son exactamente los ejércitos combatientes: igual ni aparecen las instituciones militares y sus prácticas codificadas de la guerra. Pueden ser, en cambio, agencias de inteligencia o compañías de seguridad privadas subarrendadas. Tampoco se sabe muy cáando empieza y cuándo acaba, porque no se conocen, ni siquiera, los objetivos que se persiguen. Lo único real, efectivo, es que de vez en cuando aparecen extrañas noticias de acciones de espionaje o de bombardeos realizados por aviones teledirigidos, cada vez más pequeños, capaces incluso de entrar por la ventana de las casas; de ataques cibernéticos que paralizan a un Gobierno o infectan el sistema entero de una compañía; o misteriosos atentados de atribución incierta en los que tan pronto se utilizan venenos nucleares como los sicarios clásicos de la bomba y la pistola.

Imagino, digo, y no sé por qué. Las nuevas guerras llevan tiempos con nosotros. Precisamente porque son inasibles van pasando desapercibidas, ocultas tras los grandes despliegues convencionales y la gran retórica bélica que todavía se exhibe en el ancho Oriente Próximo que va desde Gaza hasta Afganistán. Las muertes violentas de periodistas, antiguos espías, o potentados rusos son las bajas visibles de una guerra sorda y subterránea por el poder económico y político de la gran potencia decadente. Vemos también como se metamorfosean las viejas guerras, automatizadas y robotizadas, hasta convertirse en cuestión quién sabe si finalmente exclusiva de los servicios secretos mientras los soldados uniformados se emplean en tareas más rutinarias y en el fondo policiales o, irónicamente, de apariencia humanitaria. Pero el episodio que da más que pensar sobre las guerras del futuro es esta pelea súbita entre Google y Pekín, capaz de levantar las mayores suspicacias y temores pero con muy escasos signos ciertos para la interpretación sobre su carácter. Pudiera ser una mera guerra comercial, en la que están en juego cuotas del mercado mundial y derechos de autor. Así es, si atendemos a los que dicen algunos competidores de Google, como Microsoft y lo que se destila desde las esferas oficiales chinas. Pero si hacemos caso a Google y a fuentes de la disidencia, puede ser que nos encontremos con una de las mayores guerras contemporáneas por el poder, en la que la marca comercial más poderosa del mundo se declara perdedora en esta primera batalla frontal con el partido único que dirige el mayor país del mundo. Lo que estaría en juego en este envite es, ni más ni menos, que la determinación de las reglas de juego de la comunicación entre los 1.3000 millones de chinos y éstos y el mundo, algo que muy probablemente los dirigentes chinos no quieren ni siquiera someter a discusión con nadie.

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15 de enero de 2010
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¡Resuciten a Benesdra!

carátula de la novela inhallable. Fuente: ezequielminardilibros Yo sabía que eso iba a ocurrir. Siempre tengo la compulsión de cumplir una misión imposible a último minuto en los países que visito. Tenía mis maletas hechas una semana antes, el taxi llamado a la hora puntual para que me lleve al aeropuerto y todo listo, amarrado y embolsado, pero, la verdad, me pase la última hora y media de mi estancia en Buenos Aires recorriendo todas las librerias de la calle Corrientes -37 grados- buscando la novela El traductor de Salvador Benesdra. Solo conseguí ampollas en los pies, sudor extremo, un duchazo y correr con las maletas hacia el taxista que ya me esperaba. Ya no la tienen. Está descatalogada. No hay. Una lástima. Ana Manzonni, de Eterna Cadencia me dijo que si buscaba un despeinado auténtico, un post-Artl, debía leer a Benesdra. Este artículo de Nora Avaro en El interpretador parece darle la razón. El suicidio (no se lo digan a mi psicóloga, que ya se harta de que todos los artistas que me movilizan hayan terminado suicidándose, aunque yo no lo sabía antes de admirarlos), su fama de loco, el autodidacta, el periodista alucinado, que me recuerda mucho a la fama oscura del mexicano Juan Vicente Melo (otro genio oculto, un grande en La obediencia nocturna), me convenció que leer El traductor era una exigencia este año. No lo conseguí y ahora es una obsesión. Ediciones de La Flor lo editó hace años y ya no se encuentra. ¿Qué pasa? Basta de peines ¡Resuciten a Benesdra! ¿Quién dice yo? ¿Quipén lo salva? ¿Eterna Cadencia editores? ¿451 editores? ¿HUM? ¿Estruendo Mudo? ¿Periférica? ¿Almadia? Vamos, anímense. Aquí una nota de Clarín en 2002. La pongo entera porque es lo mínimo que puedo hacer por alguien con una vida como la suya: Un libro que nos maravilla es siempre un regalo. Pero puede ser la pista de un asombro mayor: el descubrimiento de un narrador tan atípico en su apuesta literaria como en su vida, verdadera novela por entregas y materia prima de la ficción. Escrito en Buenos Aires entre 1992 y 1994, El traductor tiene más de 600 páginas, es la única novela de un escritor prácticamente desconocido ?Salvador Benesdra?, fue finalista del Premio Planeta 95 y logró un subsidio para publicación de la Fundación Antorchas. Pero SB no llegó a recibirlo, porque se mató pocos meses antes, el 2 de enero de 1996, saltando al vacío desde el balcón de su casa, el 10ø piso de Solís 456. Dos años después y gracias a una edición paga, la novela fue publicada por De la Flor. Las pocas lecturas periodísticas no ahorraron fervor: se lo comparó con Rayuela, Adán Buenosayres y los textos de Alfred Döblin y Robert Musil por su ambiciosa reflexión sobre la vida contemporánea y su retrato polifónico de la ciudad. Luego corrió la suerte ingrata de los libros que hibernan en depósitos. Benesdra era psicólogo y docente de la UBA. Su pasado incluye militancia en el Partido Obrero y actividad sindical, estudios en Francia y Alemania, años de periodismo, internaciones psiquiátricas e intentos de suicidio. Tenía 43 años, un buen pasar (gracias a un pequeño proyecto editorial desarrollado para SOCMA) y ningún contacto con el mundo literario, cosa que explica, parcialmente, la originalidad de su novela: el desenfrenado monólogo de Ricardo Zevi (alter ego de SB) que en tiempos de utilería menemista sobrevive a los derrumbes simultáneos de la URSS, sus ilusiones y la escenografía "progre" de Turba, editorial en la cual trabaja, y ?para algunos? versión ficcional de Página/12, donde SB fue redactor. Todo esto, mientras traduce a (y se pelea con) Brockner, un filósofo de ultraderecha (inventado de pies a discurso), y trata de encarrilar su vida amorosa junto a Romina, salteña, adventista y con problemas sexuales. En el caso Benesdra suenan otros ecos: el de John Kennedy Toole, que se suicidó en 1969 sin haber hallado editor para La conjura de los necios, luego clásico de la narrativa estadounidense, que lleva vendidos, sólo en castellano, unos de 700 mil ejemplares. O el que lo acerca a Santiago Dabove, argentino y autor de un único libro, La muerte y su traje, prologado por Borges y menos recordado de lo que su calidad merece. Más allá de estos paralelos, El traductor se alza como una primera novela notable. Huella cierta de un escritor desmesurado, dueño de una de las prosas más promisorias de la última década y con un mundo propio que recuerda, en su pintura de faunas diversas, al mejor Arlt. Hasta aquí, los datos que ofrecen el libro y el boca a boca. Ayer, 29 de noviembre, Salvador Benesdra hubiera cumplido 50 años. Y queremos contar su historia. Sobre SB (1952-1996), periodista argentino especializado en política internacional y economía que trabajó en La voz, La Razón y Página/12, políglota autodidacto, insomne de noches que duraban días enteros, orador brillante, lector voraz y errático y líder sindical conocido por dar vuelta asambleas gremiales con sólo tomar la palabra, se oyen las anécdotas más diversas. Quienes lo conocieron (las múltiples voces de este artículo) guardan recuerdos de antología. Muchos, sin embargo, prefieren el anonimato. Una reserva fundada en las esquirlas de esa muerte trágica y reciente. "¿Sabés cómo empezó a escribir El traductor? En el colectivo, con una laptop", cuenta una colega que lo conoció en Página. Antes de eso, nadie sabía de su vocación de escritor. "Pero siempre fue especial. En séptimo grado, mientras todos pensábamos en jugar a la pelota, el Turco era un frondizista apasionado", agrega Alejandro Mantero, compinche desde el Mariano Acosta. Se dice también que no habló hasta los 3 años y que de chico fue tartamudo. Que a los 12 ya había terminado de leer las obras completas de Lenin y a los 15 había afiliado al PO a Carlos Luis, su profesor de literatura en el Nacional Buenos Aires. Que aprobó la carrera de psicología en dos años para no ejercerla nunca. Que, polemista profesional, era capaz de convencer a las piedras, pero un tronco con las mujeres. Cuentan también que nadaba (en mar abierto) y bailaba (tango y samba) como los dioses. Que fue un hombre de lucidez y memoria irritantes, capaz de hacerle morder el polvo al historiador británico Paul Johnson refutando sus inconsistencias, como lo hizo en una entrevista del 91 que merecería figurar entre las highlights del periodismo argentino. Y que, con todo, aprendió a manejar recién a los 40, para protagonizar ?por despiste y velocidad? los choques más inverosímiles. En voz baja, propios y ajenos dicen además que estaba loco y que El traductor es, en gran parte, un reflejo de su vida, de su personalidad torrencial y de sus obsesiones. Fue víctima de brotes psicóticos ocasionales que lo llevaron en París (donde estudió psicología genética con Pierre Gréco y vivió entre 1977 y 1980) a ser internado en la Maison Blanche y en Buenos Aires a diferentes clínicas privadas y al Borda. Más allá de estos episodios, afirman, era un tipo simpático y generoso que podía reírse de su propia enfermedad con un: "Y sí, me broté... como los árboles". Todo es esencialmente cierto. También, los hondos bajones seguidos de rampante euforia (al mejor estilo Mr. Jones, el personaje maníaco depresivo de Richard Gere en cine), la paranoia, las páginas escritas con sangre propia en sus diarios íntimos y su negativa a tener hijos con las tres parejas decisivas de su vida. Una falta que compensó en la ficción con el hijo de Zevi, Roman, palabra que en francés y alemán quiere decir, significativamente, "novela". Una de las ideas fijas de Benesdra era ganar plata: "No era avaricia, Salvador la asociaba con la libertad ", precisa una de sus amigas más cercanas. Esta ambición explica en parte la existencia de El camino total, un libro de autoayuda sui generis, previo a El traductor y aún inédito, en el cual SB defendió desde el zen y otras disciplinas una tesis inquietante: para salir del dolor hay que adentrarse en él y "adquirir una habilidad, la habilidad del faquir". Todo indica que predicaba con el ejemplo: algunos testimonios refieren que por esa época hablaba incluso de dejar el sexo. El subtítulo ?"Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio"? precisa el contenido del libro y coquetea con los límites de un género ?la autoayuda? que Benesdra refutó con su propio final. La paradoja (y el humor negro) de un texto de estas características escrito por un suicida lo eximió de publicación. Pero aunque difícil de digerir, el libro no es contradictorio: Benesdra respetaba el suicidio como elección (ver pág. 3). A principios de los 90 hay quienes recuerdan haber visto a SB en Letras considerando volver a la aulas (además de psicología, había estudiado algo de matemática y ciencias económicas). "Lo curioso era que no preguntaba lo que habitualmente intriga a un estudiante. Estaba obsesionado con la idea de ganar becas, de hacer dinero. Mencionó incluso la posibilidad de escribir una novela", recuerda una docente que lo cruzó en la Facultad. Ese fue, aparentemente, el germen de El Traductor: SB soñaba con ganar el premio Planeta, que asignaba 40 mil pesos a la novela ganadora. En esa época, sin embargo, muchos de los periodistas de Página/12 donde él trabajaba (con tensiones dada su actividad sindical) estaban vinculados con Planeta: Miguel Briante, Tomás Eloy Martínez... Así fue cómo, en la ficción, el diario se convirtió en Turba, la editorial de izquierda en la que trabaja Zevi, y el periodista mutó en traductor. Un oficio que, en verdad, no era ajeno a Benesdra. Edhasa conserva aún en su catálogo, un libro traducido por él, Sobre la ciencia ficción, 337 páginas de UFOs, que lo acompañarían de la literatura al delirio: la invasión extraterrestre fue estribillo recurrente de sus brotes. En 1998 llegó a creer que los ovnis habían robado el Obelisco y sólo aceptó internarse, escoltado por dos amigos, tras verificar que seguía en su sitio. "Para soportar la tensión, nos habíamos bajado media botella de whisky. Imaginate la escena: dos borrachos y un loco subidos a un taxi a las cuatro y media de la mañana chequeando que el Obelisco estuviera en pie", relata uno de los protagonistas.Hijo menor de una familia acomodada, dueña de la zapatería Greco (junto a Guido y Grimoldi, una de las tres g que calzaron a varias generaciones de argentinos), Salvador Benesdra mantuvo una relación muy compleja con sus padres, que recreó en su novela. Las contadas menciones a la familia de Zevi incluyen a las institutrices del propio Benesdra y el relato de una de sus fantasías infantiles: imaginar a cada miembro del clan como un monstruo. Así también, el delirio de Zevi es un patchwork ficcional de crisis reales: el altercado con la policía que lo lleva al Borda, su negativa a tomar remedios, la rebelión tipo Atrapados sin salida que Zevi promueve en el hospicio y la "fuga" de éste, del que sale caminando sin dar explicaciones fueron hechos compartidos por su entorno.El traductor compitió dos veces por el Planeta: en el 94 y el 95. Por Briante, jurado del premio, SB supo que el primer año no había pasado la preselección. Reincidió y llegó al final, pero no ganó. El golpe, dicen, lo afectó mucho. Tanto como el peregrinaje hacia no menos de 10 editoriales (Anagrama, Tusquets, Espasa Calpe y Emecé entre ellas) que rechazaron el libro por no ajustarse a criterios de mercado.Para entonces, SB ya había dejado el trotskismo, las redacciones y salvo ocasionales trabajos como free-lance estaba dedicado a escribir. Cumplía así un circuito que marcó hasta los 70 la relación entre periodismo y literatura en la Argentina: diarios y revistas que atraían con su bohemia de horarios laxos y papel pautado a narradores (Arlt, Borges, González Tuñón, H. Conti, R. Walsh y A. Rivera entre otros), expulsados luego por las exigencias y ritmos crecientes de las empresas periodísticas, diezmados por la dictadura o absorbidos por su propia carrera literaria.En 1995, SB alquiló una casita sobre la playa en Arachania, Uruguay, y empezó a pensar su segunda novela, Puntería. "Estamos en un tiempo indefinido de un futuro cercano, en una Buenos Aires donde el índice de desocupación se estabilizó definitivamente en torno del 30%", comienza el borrador argumental que, escrito en el 95, parece hablar de 2002. "Un canal de TV recoge un hecho curioso: un empleado de una gran compañía nacional (los dueños deben vivir aquí) asesina en el parking de la empresa al propietario que acaba de despedirlo. La noticia pasa un solo día por la pantalla. Al día siguiente, un directivo del canal advierte a la gente del noticiero que no juegue con fuego: en EEUU fueron asesinados en 1993-4 unos 700 patrones por empleados resentidos con ellos por diversos motivos (dato real)." El proyecto, iniciado el 24 de octubre de 1995, tiene cuatro entradas. La última es del 27 de noviembre, un mes y una semana antes de que SB saltara desde el balcón de su departamento en Buenos Aires, al que había vuelto para reponerse de un lumbago que lo tenía tieso. De ese bosquejo ?hoy en manos de Julie, una de sus hermanas? se desprende que SB quería darle un giro a su escritura: "El lenguaje (...) buscará imitar la velocidad de la cultura massmediática. Espero no incluir una sola frase de tono lírico, como las que componen casi todo El traductor". Julie, poeta y autora de El infierno celeste, recuerda el entusiasmo de SB: "Guardaba el título como un tesoro: sólo lo había compartido conmigo".Algunos amigos recuerdan que durante los últimos días de su vida, SB estaba deprimido y que había gestionado incluso su internación en una clínica (luego cancelada). Julie sostiene, en cambio, que Salvador dejó una carta final "en la cual, contra los que hablaron de depresión, dice que se mata en estado de exaltación, tranquilo económica y emocionalmente ". Ambas versiones son confusas, incompletas y, como en todo relato que busca preservar una imagen (la del amigo, el pariente, el amante), su hilo conductor es el secreto.Fiel en otro sentido es un autorretrato de SB: el 5 de octubre de 1992, poco antes de cumplir 40 años, Benesdra grabó un video casero. La idea era guardar su imagen, componer un recuerdo físico. Sentado sobre un sillón blanquísimo, confiesa que se ve feo, narigón. Recrea un simulacro de asamblea sindical, canta en francés y en alemán, ríe a carcajadas ("¿llegaste risa, llegaste al celuloide?") y habla, casi con pudor, de El traductor: "Mi primer intento de escribir una novela". Acababa de terminar el capítulo uno. No le gustaba, pero había anhelado escribir ficción desde los 12 y lograrlo al fin era indicio de salud. Tres años y tres meses después, el libro estaba terminado y Benesdra, muerto. En 1998 sus íntimos decidieron editarlo y contrataron a Elvio E. Gandolfo para sugerir cortes. Aconsejó no tocarlo. "Para ser escritor había que desviarse, había que vivir", le confesaba a la cámara Salvador Benesdra en el 92. Su legado es una novela que no se parece a ninguna. Es hora de correr la voz.PD.- Hay una película basada en la novela. También la busqué. Nada.PD.- Si algún amigo argentino la consigue, se la compro. Regreso en agosto o setiembre creo. Puedo esperar.

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14 de enero de 2010
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El problema nuestro de cada día

Salgo metida en varios pullovers y con una bufanda viejísima enrollada en el cuello. El recorrido es breve, pero con la temperatura por el suelo cada paso que doy es un gran sacrificio. La gente camina a mi lado igual de ?disfrazada? y hasta logro ver a alguien que parece llevar la manta de dormir sobre los hombros. Aunque en el pequeño tramo desde mi casa a la panadería nadie muestra un buen abrigo, compruebo que la inventiva popular no se detiene ante la caída de los termómetros. Han desempolvado los antiguos impermeables de la época soviética, con sus enormes botones y los colores ya desteñidos. Otros, los que ni siquiera tienen algo así para cubrirse, simplemente se han quedado en casa. Me acerco a un lugar donde venden panes fuera del mercado racionado y una barra cuesta el salario de toda una jornada de trabajo. Curiosamente, muchos de los que he visto en el camino, con sus peculiares e improvisadas indumentarias, se encaminan en la misma dirección que yo. A medida que nos acercamos compruebo que todos van tras el escaso alimento que nos mantiene en vilo desde hace varias semanas. A escasos metros del lugar, uno que se ha adelantado nos lanza el grito de ?¡No hay!?, verdadero cubo de agua helada sobre nuestras cabezas. Viro en redondo y me voy a casa. Mañana será otro día sin desayunar. La llegada de estos vientos del norte ha coincidido no solamente con la desaparición del pan, sino también con la escapada de la leche. Como si el invierno hubiera afectado los hornos y congelado las ubres de las vacas. Aunque en la tele anuncian un sobre cumplimiento en la producción del preciado lácteo, el solitario vaso de café o la insípida infusión lo niegan cada mañana. Son tiempos de levantarse de un tirón sin mirar a la mesa, de decirles a los niños que no pregunten y de dejar a un lado el trabajo, el blog, los amigos, la vida, para dedicarnos enteramente a perseguir un trozo de pan y un vaso de leche. Tiempo de arrastrarnos en el polvo de las carencias y de las colas, pues para salir de ese rastrero ciclo y volar se necesita ?más que alas? el combustible del alimento.

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14 de enero de 2010
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El hombre rebelde

   

 

Al cumplirse cincuenta años del accidente de coche que le costó la vida,  Albert Camus sigue ganando batallas después de muerto. En este caso creo inevitable el uso de la palabra batalla, porque, antes que nada, pone en primer plano el hecho paradójico de que un hombre inclinado a la concordia y defensor a ultranza de la justicia fuese  vapuleado sin piedad por ello durante toda la vida, viéndose obligad a plantar cara belicosamente a sus detractores.

                A Camus el dialogante todo en la vida se le planteó como una batalla. Primero, todavía en su Argelia natal,  contra la pobreza, la ignorancia y la enfermedad, pues era hijo de una familia muy humilde y la tuberculosis le dificultó decisivamente el acceso a la enseñanza.  Su carácter poco acomodaticio le valió una hostilidad por parte del Partido Comunista de Argelia que le finalmente le forzó trasladarse a Francia, llegando allí  justo a tiempo para enfrentarse a los nazis y a los colaboracionistas de Vichy, primero desde las páginas de France-Soir y luego como redactor-jefe y director de Combat ( con lo que no salimos de la terminología bélica ). Una vez terminada la II Guerra Mundial, a Camus se le iban a presentar las dos grandes cuestiones que marcaron lo que le quedaba de vida. Una, su furibunda toma de postura en contra de los métodos que  estaban adoptando Stalin y los suyos para implantar el comunismo en la URSS. Y la otra, las bestialidades que estaban cometiendo el ejército francés y el FLN, y que iban a hacer inevitable una descolonización de Argelia que abrió una herida en ambas naciones que todavía hoy sigue sin haberse curado.

                En ambos frentes Camus tuvo la habilidad de poner en su contra a unos y otros, siendo vapuleado sin  compasión por ambos bandos y además de por vida.  Él por su parte se defendió de palabra, recurriendo a artículos y ensayos, pero sobre todo se defendió de obra y de la única manera que puede hacerlo un escritor de verdad: escribiendo bien.  Porque, paralelamente a sus trifulcas fue dando a conocer con una constancia admirable El extranjero (1942), La peste (1947) o El hombre rebelde (1951), aparte de obras de teatro, ensayos y artículos que completan las sucesivas etapas de un pensamiento que siempre empezaba manifestándose en la ficción.

                Resulta notable que esa respuesta exclusivamente literaria a los ataques ideológicos e históricos que recibía le supusiera un éxito de público inmediato y creciente, cosa que explica en parte la virulencia de los ataques de sus enemigos. A este factor de envidia, nunca ausente en los asuntos internos de la república de la letras, hay que añadir un segundo motivo de frustración y que Bernard-Henri Levy mencionaba en un reciente  artículo en El País:  Albert Camus ejercía una irresistible seducción en las mujeres, y los intelectuales, que tampoco ellos son inmunes a las rivalidades  falocráticas, esgrimieron  tales éxitos como una prueba más de la superficialidad que caracterizaba al "filósofo de bachillerato", como llamaban despectivamente a Camus.

                Doy por descontado que ni el éxito de público ni el influjo seductor sobre las mujeres  bastan para dar cuenta de una trayectoria. Ni a favor ni en contra. En España las obras de Albert Camus se siguen editando y leyendo. Y creo adivinar que la razón estriba en que los lectores, por más que parezcan idiotizados por los millonarios  best-sellers que se les ofrecen a manos llenas, siguen haciéndose preguntas y siguen buscando respuestas. Y que, instintivamente, las buscan en escritores como Camus, es decir, una persona que supo decir no a la injusticia, que recurrió como valor supremo a la dignidad y que, frente a la iniquidad de la enfermedad y la muerte, buscó el único consuelo posible en la solidaridad.  Nada de todo ello le dio la felicidad, pues incluso lograron amargarle el premio Nobel que le fue concedido en 1957. Pero incluso ahí supo actuar con esa dignidad que, estoy seguro de ello, tantas simpatías (y lectores) le  continúa valiendo.

 

 

El hombre rebelde

Albert Camus

Alianza Editorial

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14 de enero de 2010
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La escobilla

Nada de mayor carga infernal que la escobilla del cuarto de baño. Cuesta creer que entre los utensilios que se fabrican para el actual del cuarto de baño, asociado al ocio y la vida libre, siga vivo este  elemento que no sólo trata directamente con toda clase de mierda sino que pone al usuario en la esclava obligación de realizar operaciones de fregado o frotamiento sobre la loza y terminan haciendo de él cuando abandona el lugar una suerte de sirviente de ínfima estofa.

Ese recinto, el cuarto de baño, que ha ido avanzando gradualmente en abstracción cosmética para convertirse de sitio excrementicio a lugar de vacaciones soñadas, de lúgubre retrete a radiante camarote, no se ha liberado, salvo excepciones,  de este objeto horrendo que por su aspecto inequívoco precipita la habitación hacia el averno.

 Quienes necesaria y humildemente hacen uso de él pueden  no sentirse claramente humillados pero es incuestionable que esta pieza contraviene su entorno, por moderno que sea y traslada al medievo o más allá. Porque si la negación de la muerte (y el socio excrementicio)  ha ganado funcionalidad en nuestra época, si el sol ha cobrado prestigio máximo y la transparencia una máxima autoridad, no parece coherente que ese ámbito crítico persista el signo siniestro que conlleva esa menuda escoba.

Una pequeña escoba, una escoba enana y no una escoba de escala normal con lo cual se haría manifestación de una necesidad asumida sino que se trata de una escobilla reducida hasta un punto en que equipare su proporción con el volumen, la densidad y la pegajosidad del producto que barre o araña. Esta correspondencia de talla y cualidad tan calculadas  hace de la escobilla un enser expresionista y aunque su presencia se camufle le más o menos con su arrinconamiento y su diseño, cuando se la localiza, el  efecto viene a ser tan explosivo como destructor.

 No habrá ya cuarto de baño, por ornamentado y refinado que sea,  capaz de resistir  la brutal devastación de clase que desprende el rastrero  ser de la escobilla. Por ella todos los posibles cuartos de baño se igualan  al más bajo nivel. Todos ellos, sin importar sus presupuestos y apariencias, se ven homogéneamente allanados por la común dependencia de este artefacto que ridiculiza, a través de su función, la eventual poética del entorno y que se comporta con tan significativa elocuencia que abatirá toda presentación que se proponga elevar esa estancia al firmamento del aseo, los perfumes ocioso, las sales y las pompas del imaginario cielo redentor.

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14 de enero de 2010
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La Europa suicida

Una vez más, Italia marca el camino. Lo ha hecho con frecuencia para lo mejor: el Renacimiento. También para lo peor: el fascismo. O lo de ahora: la virulenta expulsión de la comunidad inmigrante de Rosarno, en Calabria, después de unos enfrentamientos entre los locales y los jornaleros agrarios africanos. El rechazo del otro, la fobia del extraño y el racismo no son exclusiva de nadie: partidos protofascistas, iniciativas xenófobas y legislaciones represivas proliferan desde Vic hasta Copenhague. Pero el vanguardismo italiano, facilitado por la mezcla de la fría política de los negocios con las ideologías calientes de la exclusión, ha dado una de las legislaciones más severas contra los inmigrantes de toda Europa y la mayor desprotección posible del Estado hacia los extranjeros.

Precisamente donde peor suelen ir las cosas es allí donde el Estado se retira, dejando un vacío que sólo llena la delincuencia. El contexto no es únicamente de rendición gubernamental en el mantenimiento del orden público y el imperio de la ley. Calabria tiene el récord de evasión fiscal y es a la vez una región subsidiada y carcomida por la corrupción. No es el caso de un Estado mínimo thatcheriano, sino de un Estado privatizado y confundido con el poder económico de Silvio Berlusconi, ocupado estos días, como durante toda su larga etapa en el poder, en sortear sus procesos judiciales y conseguir la inmunidad ante los jueces, mientras sus socios de la Liga del Norte se dedican a aplicar y difundir sus contundentes ideas acerca de la inmigración.El mal estado de la economía y el incremento de las cifras del paro son más combustible sobre estas brasas ardientes, pero no deben llevar a confundirnos. El problema central con el que se enfrenta Europa es el de construir un modelo eficaz, respetuoso y civilizado de integración de sus inmigrantes, que permita absorber la mano de obra necesaria para mantener su riqueza, sus valores y formas de vida y sobre todo el Estado de bienestar. Éste es el reto que plantea un mundo cambiante, en el que las próximas cuatro décadas contemplarán cómo Europa se encoge de forma drástica respecto al resto del planeta, tanto en su demografía como en su producto interior bruto y no digamos ya en su capacidad de acción política, merced esta última a su ya proverbial indolencia.Este mes China ya ha superado a Alemania como primer país exportador y a Estados Unidos como primer mercado automovilístico del mundo. Durante 2010 puede superar a Japón en cifras de PIB, convirtiéndose en la segunda economía mundial detrás sólo de EE UU. En las cuatro próximas décadas Europa perderá a espuertas peso, riqueza y poder no sólo en relación a China sino a Brasil e India. Según ha señalado Felipe González, en un adelanto de sus reflexiones sobre el futuro del continente, para mantenernos en la carrera, empezando por la interior de nuestras economías y nuestro modelo de sociedad, necesitaremos para 2050 nada menos que 70 millones de trabajadores inmigrantes nuevos.Frente a estos cambios radicales, la reacción digamos que espontánea de la población europea es conservadora y defensiva: ante la pérdida de peso y centralidad, la pluralidad y la diferencia, atrincherémonos en nuestra identidad e ideología. La lista es larga: el referéndum suizo contra los minaretes, la prohibición francesa del velo en las escuelas, el discurso de Ratzinger en Ratisbona, el ascenso de partidos xenófobos, las modificaciones en las leyes de asilo e inmigración o la hostilidad francesa y alemana al ingreso de Turquía en la UE. Como resultado, la imagen de una Europa fortaleza, que expulsa y criminaliza a sus inmigrantes, está pegando fuerte, mucho más de lo que se percibe desde la propia Europa, en todo el resto del mundo.Contrariamente a lo que dice el manual progresista al uso, el suicidio de Europa no es la aplicación de un proyecto de extrema derecha. O no sólo. La tierra donde crece son las tensiones y dificultades que sufren sobre todo los más desasistidos: en Calabria hay también una guerra entre pobres. Desde los suburbios franceses lepenizados hasta los parados calabreses que la 'Ndrangheta manipula, la base social más genuina del populismo y de las pestes negras del signo que sea son siempre los menos favorecidos. Luego está el abono que los hace crecer: ese Estado ausente, corrupto y privatizado. Y una lluvia fina mediática hecha de antiprogresismo, incorrección política y comunitarismo occidental disfrazado de universalismo. Al fin lo que tiramos por la borda son los valores genuinamente europeos, las ideas de la Ilustración que han sido hasta ahora la tracción de la modernidad occidental. Por este camino, primero perderemos el alma, pero después lo perderemos todo, Estado de bienestar incluido.

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14 de enero de 2010
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Asamblea Portátil en Lima

Fuente: asamblea portátil Después de idas y venidas, problemas de aduanas y valijas diplomáticas, Editorial Casatomada se complace en presentar "Asamblea portátil. Muestrario de narradores iberoamericanos", trabajo compilatorio preparado por el escritor Salvador Luis, director de Los Noveles. Los comentarios estarán a cargo de Katya Adaui Sicheri, Mónica Belevan y Gabriel Rimachi Sialer.Este miércoles, 20 de enero a las 7:30 pm en el Jazz Zone (Av. La Paz 625 - Pasaje El Suche, Miraflores) Si quieren saber más, lean la entrevista en El Comercio a Salvador Luis sobre el proyecto. También pueden visitar la página oficial del libro en la editorial Casa Tomada o el blog del muestrario Asamblea PortátilASAMBLEA PORTÁTILMuestrario de narradores iberoamericanos (Antología)Editorial Casatomada . Perú, 2009. 360 páginasSelección y prólogo de Salvador LuisAutores seleccionados: Samuel Solleiro (España, 1982) - Rodrigo Fuentes (Guatemala, 1984) -SolangeRodríguez Pappe (Ecuador, 1976) - Juan Sebastián Cárdenas (Colombia, 1978) -Mónica Belevan (Perú, 1982) - Juan Ramírez Biedermann (Paraguay, 1976) - JorgeEnrique Lage (Cuba, 1979) - Fernanda Trías (Uruguay, 1976) - Miguel AntonioChávez (Ecuador, 1979) - Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981) - Federico Falco(Argentina, 1977) - Mayra Luna (México, 1974) - Diego Trelles Paz (Perú, 1977)- Lara Moreno (España, 1978) - Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela, 1981) -Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977) - Diego Zúñiga Henríquez (Chile, 1987) -Leonardo Cabrera (Uruguay, 1978) - Elvira Navarro (España, 1978) - MaximilianoMatayoshi (Argentina, 1979) - Gabriel Rimachi Sialer (Perú, 1974) - MauricioSalvador (México, 1979) - Claudia Apablaza (Chile, 1978) - Samanta Schweblin(Argentina, 1978) - Michel Encinosa Fú (Cuba, 1974)

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13 de enero de 2010
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RAQUEL LANSEROS

 

Hace años sigo a Raquel Lanseros. Alguna vez hasta la he encontrado en carne mortal y todavía muy joven. Aún le quedan cuarenta y nueve años de vida. Esos son muchos poemas por delante. Su último libro ha sido premio internacional Antonio Machado. Lo único que no me gusta es el dibujo de la portada. Pero eso se compensa con la foto de Raquel en el interior. Y desde luego con sus poemas. Es una poeta que nació con el corazón entre las piernas y en un país que quería dejar de ser ineficiente, que quería dejar de ser un coñazo y que estaba a punto de soltarse el pelo. El país se soltó el pelo, aunque la ineficiencia siguió persiguiéndonos en estos valles con menos lágrimas. Ella creció sabiendo de matanzas y de letras de Bon Jovi. Cerca de Fray Luis de León y del rock and roll. Tiene cuerpo de deportista, no le asusta el complicado juego de la vida, enseña a profesores, recuerda algunos besos y no le importa contarnos algunas de sus pasiones. Nos gusta Raquel Lanseros. Nos gusta su poesía. Siempre pensamos que la encontraremos al dar la vuelta a alguna esquina, en algún camino de cabras o bajo la sombra de los rascacielos. No perdemos la esperanza de encontrarla, aunque no seamos los protagonistas de sus poemas. Voy a copiar uno dónde la poeta se confiesa. Hay otros con otras sombras, otros vínculos y otras formas de amor. Este también nos gusta.

 

                                                    TRADICION ORAL

 

       Me gusta amarte hincada de rodillas.

        Aquí, tan desde abajo, tan cerca de la tierra

         relamo el palpitar de tu cuidado

         y centro mi delicia en el transcurso.

        

         No es de extrañar que el mundo sea redondo.

         ¿Qué forma iba a adoptar, sino la de mi boca?

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13 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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