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El olor del dormitorio

Además del olor que cada hogar posee al abrir la puerta y cuyas distintas notas le prestan una personalidad tan identitaria como intensa, existe otro olor, sólo detectable, al empezar el día y relacionado directamente con la emanación de las carnes y orificios de las personas.

Efectivamente tratándose de un olor con origen en cada habitante dormido, no llega a oler igual en el cuarto de los niños que en el cuarto del matrimonio o de la criada.

 Ese tupido olor que desprenden involuntariamente los habitantes de la casa es sin duda el olor más inconsciente, verdadero y auténtico. Puede ser tan difícil de soportar como otros tantos olores en la vigilia pero posee la peculiaridad precisamente de que se desenvuelve de modo que sobrevuela sobre los bultos dormidos.

En los contrastes entre el olor de un bebé y el olor de un adulto se lee el compendio de historias. Y no sólo alimenticias sino rastros de aventuras, dolores y placeres que el niño todavía no conoce o ha pasado por ellos. En estas dos clases de olores, el infantil y el adulto, se  evidencia cómo si el olor infantil es resistible e incluso amable llega poco a poco a revenirse y a empeorar con el paso de los años.

De hecho la firma japonesa de cosmética, Shiseido, una de las mayores  del mundo, lanzó hace años un perfume destinado a borrar ese venteo de la edad debido a la emisión progresiva del ácido palmoteico y le llamaron genéricamente en su propaganda el aging odor que ellos venían a tratar y  anular con eficiencia.

 Ese olor de la edad debido al ácido palmoteico empieza a sentirse poco después de los 30 años y va incrementando  su presencia hasta hacerse una categoría miasmática inseparable de una persona con setenta. En ese largo intervalo se desarrolla la vida de la mayoría de los matrimonios que siempre, al despertar y simplemente por haber permanecido unas horas en el mismo lugar cerrado,  dejan empapado el aire de su fetidez correspondiente.

 Los muertos, en efecto huelen mal, pero muchos de ellos, inconvenientemente dispuestos para ser enterrados limpiamente, despiden una característica y muda fermentación que puede considerarse una silenciosa bandera de su muerte recién conquistada.

Las casas cuentan también  con ese anticipo de la defunción en estos dormitorios de los seres adultos mientras que, por el contrario en el cuarto de los niños puede respirarse una atmósfera (¿bendita?) que acompaña a la felicidad o la candidez de haber estrenado hace poco la  vida.

Ese olor que el niño desprende es, con toda probabilidad,  una señal de no haber madurado todavía, una fragancia fresca que trae desde su reciente origen y que aún, como es lógico, no se ha pringado con la grasa  de la muchedumbre.

Toda reunión de niños sigue produciendo un aire  del mismo tenor que cada niño por separado, mientras que la masa de la muchedumbre aumenta  los olores de los adultos puesto que entonces  forman la  grey, fatalmente unida a la miseria. Una grey de la que enseguida y naturalmente se alza un vapor envolvente, una mezcla de olor a cuerpos y ropas, una anulación de la bondad que la fragancia infantil transmite y una inmersión integral en el llamado mundo inmundo.

El mundo y su inmundicia se componen pues de esta fluencia creciente y que va dejando tras de sí como un combustible de la vida perdida. Aunque  también, esa envoltura odorífera es la huella olorosa que la Humanidad va imprimiendo a lo largo de su propia Historia y que, en ocasiones, cuando consultamos un libro de siglos atrás se recobra como si de todo lo que fuera real sólo hubiera quedado la tactilidad  del olor o bien que de toda aquella realidad sólo se hubiera salvado el corazón de ese hedor, al cabo tan rancio como obligadamente querido.

La pareja, en fin, se reconoce en la mezcla de ese olor matrimonial que se alza en el cuarto y presume que el resultado final llega del cruce sin luz de sus respectivos efluvios. Un cruce que sin duda viene a ser como la mezcla final de un intercambio sin planeamiento,  moléculas que se han entrelazado y confundido en pleno sueño y cuando cada cual ha sido incapaz de retener su verdad y su inconsciente, llegados hasta el otro y viceversa.

La habitación se convierte entonces en un peculiar recinto de una unión demasiado exacta, unión que huele y cuyo olor asusta. Unión que se ha por su inevitable densidad indica el paso del tiempo y el espesor, querido o no, de los vigentes pactos de  convivencia.

No se trata, y esto es relevante, de un simple olor sexual como a menudo desprenden los animales sino de una esencia compleja donde se recoge, además del sexo o el intestino, otras notas ilocalizables del cuerpo y quién duda que también del alma. En ese jeroglífico se encuentra, sin duda, la salud reinante pero todavía, con más ahínco, el perfil de la enfermedad y el entorno de sus suspiros. También la tufarada bronca de los ronquidos, la reunión de lástimas fugadas y todos las posibles cociembres que en el sueño bullen y danzan en el espacio exterior.
Cada mañana, pues, la habitación, las sábanas, las mantas o las colchase se   orean coincidiendo con la presencia de los residuos nocturnos, decargas sin orden de la noche encerrada que  ha repartido su quehacer por todas partes.  Y lo ha hecho, además, en un grado que el aire fresco viene a sorber esa herencia y desvanecerla, repartirla infinitesimalmente sobre el aire del mundo donde simultáneamente el sueño de tantos otros va produciendo un semejante elemento natural, ácidos de diferentes composiciones convergiendo o no hacia el ácido palmoteico donde terminamos naturalmente palmando.

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16 de marzo de 2010
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Sarkozy en apuros

No se sabe muy bien de qué lado sopla el viento en Francia, pero no es seguro todavía que sean aires de cambio. De momento giran hacia la izquierda más que hacia la derecha, lo contrario de lo que está pasando en toda Europa, pero quedan todavía dos años para las presidenciales de 2012, momento en el que se podrá calibrar la profundidad de la derrota sufrida por la derecha en las elecciones regionales de este pasado domingo. No dependerá únicamente de cómo reaccione Sarkozy a su derrota; sino, sobre todo, de cómo sepa organizar su victoria el Partido Socialista y del provecho que saque de su posición de ventaja y de una correlación de fuerzas favorable para sus alianzas.

Quedan dos años para las presidenciales de 2012, en las que Sarkozy se jugará la posibilidad de consolidar su huella en la historia francesa mediante un segundo y último mandato en el que termine de aplicar su ambicioso programa de reformas. No lo tendrá fácil, porque las conveniencias electorales le aconsejarán, por mucho que ahora haga como que no se da por enterado, que suavice tanto sus cambios más ásperos y dolorosos como su propia imagen hiperpresidencial y de hombre permanentemente apresurado e irritado. Ahora está en su punto más bajo de popularidad, pero cuenta con capitalizar la salida de la crisis económica, que en Francia ya ha empezado a dar los primeros síntomas. Aunque las cosas rueden mal para Sarkozy, faltará un ingrediente para que descarrile en 2012, y éste será que exista de verdad una alternativa, es decir, que los socialistas lleguen unidos y apiñados alrededor del candidato que surja de sus elecciones primarias, un sistema tan democrático como arriesgado a la hora de mantener las filas cerradas ante el enemigo. Con la cita electoral para la presidencia de la República se cumplirán ya diez años sin que los socialistas toquen poder de verdad. Tienen tanto poder local y regional como se quiera y es probable que lo consoliden este domingo con la segunda vuelta. Cuentan con un inconveniente: es un poder muy limitado en sus competencias, que no tiene función alguna de contrapoder frente a París. Sirve, sobre todo, como feudo donde cultivar y preparar las ambiciones nacionales y para castigar, en las citas electorales, al poder en plaza en en el Elíseo y en Matignon. Pero si no sirve para obtener mayorías en la Asamblea Nacional y para gobernar, termina convirtiéndose en un adorno. La oportunidad que parece atisbarse en el horizonte para los socialistas franceses llega en un momento de especial desconcierto para todas las izquierdas europeas. A las rivalidades entre la multitud de personalidades de distinto calibre que aspiran a bregar por la presidencia se suma la cuestión de mayor enjundia que consiste en saber cómo debe ser un programa socialista para la segunda década del siglo XXI, capaz de movilizar a un electorado profundamente magnetizado por la antipolítica y el populismo. Además de Ségolène Royal, la candidata derrotada por Sarkozy en 2007, y de Martine Aubry, la actual líder del PS, habrá que contar con las ambiciones presidenciales de Dominique Strauss-Khan, el actual director gerente del FMI; del ex secretario general François Hollande; y del ex primer ministro Laurent Fabius, entre los más veteranos; y entre los más jóvenes, del diputado y alcalde de Evry, Manuel Valls o del ex ministro para Asuntos Europeos, Pierre Moscovici. Vamos a ver si entre todos ellos es posible obtener un buen programa de Gobierno o sólo se consigue la pelea de gallos y la división que a buen seguro se dedicará a fomentar Sarkozy desde esta semana misma. Lo que nos aseguran los resultados de la primera vuelta de las elecciones regionales francesas, en todo caso, es que la reelección de Sarkozy no será un desfile militar como podían augurar anteriores citas electorales. El presidente de la República se sitúa en esta larga recta de dos años sin haber conseguido al menos tres de los propósitos tácticos imprescindibles para su reelección: no se ha zampado a la extrema derecha, a pesar de los guiños y cucamonas identitarias con que se ha prodigado; tampoco ha podido dividir y liquidar a la izquierda, a pesar de las malintencionadas aperturas y opas hostiles realizadas con personalidades socialistas; y tampoco ha conseguido convertir a su UMP es un partido nación en el que todo cupiera, derecha extrema e incluso una izquierda moderada. Todavía hay mucho partido por delante.

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16 de marzo de 2010
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Tropical mafia

Un chaparrón de sucesos está cayendo sobre Cuba. Las primeras gotas llegaron apenas comenzar enero, con la muerte por desnutrición y frío de varias decenas de pacientes del Hospital Psiquiátrico habanero. El aguacero de problemas arreció al fallecer Orlando Zapata Tamayo, empujado hacia el final por la desidia de sus carceleros y la testarudez de nuestros gobernantes. Sobrevino entonces la huelga de hambre del periodista Guillermo Fariñas y con ella nuestras vidas cayeron al centro de un tornado político y social cuyos vientos huracanados crecen cada día. Paralelamente a estas  borrascas,  una secuencia de posibles escándalos por corrupción ha venido a poner en jaque al poder en Cuba. Según rumores, se ha sabido de allegados a ministros con maletas de dólares escondidas en las cisternas, vuelos comerciales cuyos dividendos iban a manos de unos pocos y fábricas de jugos cuyas enormes plusvalías eran  sacadas a toda velocidad del país. Entre los implicados, parece haber hombres que bajaron de la Sierra Maestra y que se enriquecieron otorgando  licitaciones a empresarios extranjeros que les daban comisiones muy suculentas. El Estado ha sido saqueado desde el propio Estado. El desvío de recursos ha llegado  a niveles en los que robar  un poco de leche de una bodega parece un juego de niños. Los jerarcas del poder en esta Isla toman a manos llenas y a la  carrera, como si intuyeran que el chubasco de hoy terminará por desplomarles el techo sobre las cabezas. Da la impresión de que  el país está en liquidación y muchos ? desde un uniforme verde olivo ? aprovechan para llevarse lo poco que nos queda. La callada prensa,  mientras tanto, nos habla de glorias pasadas, de aniversarios  por cumplirse y  afirma que la Revolución nunca ha estado más fuerte.  Tras el telón, una serie de purgas se suceden y las auditorías palpan las vísceras de  nuestras finanzas para   determinar que no queda  nada por hacer ante el avance de la corrupción.  La generación de los históricos no sólo nos señaló el camino de la simulación, sino que nos ha sembrado la idea de que las arcas de la nación se manejan como el bolsillo personal.  Las aguas negras de las miserias éticas y morales,  que ellos mismos  han alimentado y propiciado,  acabarán por ahogarnos a todos. -

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15 de marzo de 2010
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Dos amigos en la India

En el año 1961, Pier Paolo Pasolini y el matrimonio entonces formado por Alberto Moravia y Elsa Morante viajaron a la India. Fue un viaje largo y generalmente placentero, con muchos desplazamientos internos y un buen resultado literario: los dos hombres escribieron sus impresiones, breves y en gran medida contradictorias. En el libro de Pasolini, publicado póstumamente en 1990 con el título ‘L´odore dell´India' (hay traducción castellana, de Atilio Pentimalli, publicada en Península), Moravia y Morante aparecen a menudo como personajes, más que como compañeros de viaje, mientras que en el de Moravia, ‘Un´ idea dell´India' (que conozco por su edición francesa, ‘Une certaine idée de l´Inde', y aquí editó también, en 2007, Península), nunca son citados los acompañantes, aunque se incluye al final del breve libro la misma entrevista de Renzo Paris con Moravia que sirvió de apéndice a ‘El olor de la India'. En ese diálogo con el periodista, Moravia se explaya en mostrar las diferencias de mirada y concepto que los dos escritores tuvieron respecto al país asiático, subrayando su propio pragmatismo frente a la tendencia más fantasiosa del amigo Pier Paolo.

El libro de Pasolini, sin duda su mejor crónica viajera y -en mi opinión- uno de sus ensayos más percutientes y reveladores, empieza en el hotel Taj Mahal de Bombay, escenario en noviembre del 2008 de los mortíferos atentados con bomba de un grupo terrorista islamo-pakistaní. Desde las primeras páginas vemos en Pasolini al gran escritor visionario, tan inspirado en sus excursos líricos como en sus viñetas descriptivas, de las que sería un buen ejemplo este encuentro, en uno de sus paseos por los suburbios de Bombay, con los moradores más estables y menos fanáticos de la India, la población vacuna: "pobres vacas cuya piel se había vuelto de barro, obscenamente flacas, algunas pequeñas como perros, devoradas por los ayunos, con la mirada eternamente atraída por objetos destinados a una eterna desilusión". En Delhi, asistente con los Moravia a una recepción diplomática (los escritores fueron agasajados repetidamente, y Alberto tuvo un largo encuentro con Nehru, que recuenta en su libro), a Pasolini le llaman la atención dos prelados católicos, muy delgados y muy cubiertos de fajas de seda y demás atavíos sagrados: "Debían de ser españoles: tenían el aire de los espadachines".

Dos líneas de reflexión recorren el libro de Pasolini, dándole su singularidad y su pertinencia: el carácter risueño que ve en los indios, y la ‘bondad', producto de un arraigado sentimiento religioso. Sobre el primero hace una distinción muy certera, al menos para mí, que sostengo desde hace más de quince años una relación de amor constante con aquel continente: "los indios nunca están alegres: sonríen a menudo, es cierto, pero se trata de sonrisas de dulzura, no de alegría". Esa dulzura la extiende el director de ‘Teorema' a las vivencias religiosas de los habitantes, sobre todo de los hindúes, en quienes detecta los benéficos efectos terrenales de una creencia sobrenatural que les hace efectivamente mejores personas, al contrario de lo que sucede en los países católicos occidentales, donde la práctica de la religión es un hábito familiar o un rito externo y no una vía de superación moral. Ante los musulmanes de la India Pasolini, sin embargo, se siente receloso, desconfiado, viéndolos encorsetados por las certezas excesivas y el monocultivo de la identidad. Por desgracia, el tiempo trascurrido, más de cuarenta años, desde aquel viaje de los tres escritores italianos, ha endurecido certezas, sectarismos e identidades étnicas en todos los campos sociales, y no sólo, por supuesto, en la India.

Pasolini se va entusiasmando con las gentes y paisajes que conoce ("Aunque la India sea un enfermo de miseria, vivir en ella es maravilloso porque carece casi totalmente de vulgaridad"), si bien no deja de mostrar el pesimismo, digamos histórico, de sus últimos años de vida; como en el resto de los países subdesarrollados que había recorrido, el poeta y cineasta augura para la India los peligros de una ‘occidentalización' mecánica y deteriorada que, efectivamente, se ve hoy en algunas de las capitales más limitada o superficialmente prósperas del país.

Esa amargura social de Pasolini constituyó, según la confesión de Moravia, un punto de fricción dialéctica durante el viaje; mientras el primero presagiaba, como ya hemos dicho, que el Tercer Mundo acabaría siendo desvirtuado por la revolución industrial y el rampante consumismo a imitación de Occidente, el segundo sostenía la opinión de que el Tercer Mundo como tal desaparecería por una inercia propia. Enfrentado a la visión bucólica de su querido Pier Paolo, sin duda teñida por la nostalgia de su propia infancia y adolescencia en la zona rural del Friuli, el más urbano Moravia afirma que "de la cultura campesina ya no se puede esperar nada bueno", por lo que, añade, "es mejor poner punto final y llevar a cabo verdaderamente la revolución industrial".

La divergencia amistosa de los dos viajeros no afecta a lo que la lectura comparada de los dos libros de tema indio pone en evidencia: Moravia es un buen novelista, pero un escritor literariamente mucho más limitado que Pasolini. ‘Una idea de la India' se inicia con un falso diálogo entre dos interlocutores, en el que la voz que habla por Moravia acepta implícitamente la consideración del fundamento religioso que Pasolini defendía en ‘El olor de la India', pero despojándola de las connotaciones positivas que aquel le daba. "La India es el país de la religión como situación existencial", y a su vez, concluye el autor romano, "los indios son el pueblo más indiferente ante el sufrimiento de todos los que conozco en el mundo". Hay que decir que esa indolencia se le debió contagiar a Moravia durante el viaje, pues su voluntad de narrador objetivo llega a ser despiadada en el episodio del mendigo que él mismo llama "el monstruo": desfigurado por la enfermedad, sin frente, sin nariz y sin barbilla, a la vez que enmudecido, el escritor lo compara a una serpiente que sólo abre la boca para encontrar algo que comer o a alguien a quien morder.

Los viajeros visitan Kajurao, "la cosa más sublime que pueda contemplarse en la India" y "tal vez el único sitio que puede decirse verdaderamente bello en el sentido ‘occidental' de la palabra", dice Pasolini. Uno y otro dedica páginas a evocar la extraordinaria floración de templos de piedra esculpida enclavados en un reducido espacio campestre a las afueras de la antigua capital del poderoso reino de los Chandelas. Al acabar su recorrido, y todavía dentro del recinto donde se hallan los 25 templos cubiertos de atrevidas figuras amatorias de ambos sexos, los escritores descubren a un santón que, completamente desnudo, hace sus tareas rituales en una cabaña mugrienta. Pasolini lo describe primero ‘estéticamente', con una hermosa y agudísima precisión, y después lo juzga con severidad, pero sin desprecio, por la altivez sacerdotal que ve en tan despojado personaje. Moravia moraliza, por el contrario, y en el hecho de que el gurú viva ascéticamente a pocos pasos de las lujuriosas practicantes del Kama Sutra no advierte contradicción; según él, el frenesí erótico de las esculturas expresa la misma anulación de la persona humana que aquel chamán representaba a su modo sacro. Y concluye así ‘Una idea de la India': "En ambos casos, el mundo humano, histórico, estaba vaciado de toda su importancia, de su significación, y reducido a la nada". Su compañero de ruta Pasolini, menos sociológico, menos esquemático, más ingenuamente abierto a los enigmas de una tierra tan remota y distinta a la suya, captó en esa nada un recipiente lleno de contenido.

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15 de marzo de 2010
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El nuevo hogar

Pensar y estar en un hogar durante toda la vida conlleva hoy asumir una decisión deprimente.

Un hogar nuevo aporta una de las mayores y más intensas sensaciones de experimentar el privilegio de estrenar otra vida más. Y de este cambio supremo, capital, no se benefician necesariamente los mayores capitalistas o los ciudadanos más desahogados económicamente.  El cambio de domicilio puede producirse en cualquier clase social porque, en la gran mayoría de  los supuestos, no es tan decisivo que tenga unos metros de menos o de más como que, de repente, la nueva vivienda elegida se presenta junto a nosotros habiendo perdido, ella nosotros y nuestra historia, un peso tan grande como incalculable: incalculable en años, en disgustos, en celebraciones y acontecimientos colectivos, en fiestas y accidentes, en nacimientos y en muertes horrendas.

Tras un determinado tiempo el hogar original va cargándose de objetos y memorias, manchas y vicios, caricias y restregones que atestan la cotidianidad de rutinas. Unas rutinas, y algunas de ellas cargadas de afecto, que en su ejercicio conocido asfixian más que los muebles deslucidos, los libros iguales y desgarrados, los objetos alineados o perdidos, recordados u olvidados de todo tipo.

 Después de un tiempo de vida en esa casa concreta, invariable, constante,   ese hogar no da más de sí y lo esperable es que repita sus taras  más que sus virtudes o que sus virtudes, incluso, se nos presenten como menospreciadas debido a su peso y su repetición.

Efectivamente cada casa como ser vivo y sus enseres en cuanto prole contenida en su interior siguen una tendencia hacia la degradación, su misma luz participa de la misma entropía y su olor de una familiaridad tan acogedora como agotadora.

El hogar, cualquier hogar, hace de refuerzo o trinchera frente al mundo exterior y parecería que en la medida en que más se llena de elementos queridos o conservados mejor nos preserva. El revés, sin embargo, de esta realidad es que la suma por acumulación ciega  o impide la suma que favorecería su holgura, la suma de lo acoplado nos reduce para acoplarnos o flirtear con otras realidades que se hallan un poco alejadas o incluso alrededor. Esta suma es igual a la resta de contactos nuevos y la pérdida de agilidad o aforo se comporta como un pesado anclaje que a poco que se pondere conduce a vislumbrar con demasiada precisión el  fin de la vida. Un fin para el que gradualmente se preparan los pasillos, los baños, el cuarto y la cama donde perecerá sin falta de detalle alguno tal y como ahora se nos permite reconocer.

Hogares felices y magníficos acompañantes para otros son después como decaídos mausoleos que anticipan la conjunta defunción de su habitat y sus habitantes.

 En arquitectura, el espacio se comporta como una crucial fuerza activa y de la misma manera que otras potencias motoras quedan rebajadas en su vigor con el paso del tiempo, ese espacio que al principio fue un acicate se momifica y su actividad persistente roza la penalidad.

Hallarse muy a gusto en el hogar encuentra su límite en el paso de la confortabilidad a la pasividad, de lo lozano a lo mustio y del encanto a la decantación.

Si ese lugar donde vivimos y donde supuestamente nuestro dominio es el más alto se resiste a ser transformado por efecto de su fosilización interna, la única alternativa hacia la salvación es  abandonarlo. Sustituirlo  por otro en donde aún seremos capaces de imaginar un nuevo proyecto de vida. Y lo que deberá, además, ser consustancial a este posible proyecto: la recuperación de vitalidad, la sustitución de la historia por la novedad y la eliminación, de paso, de todo aquello que nunca funcionó apropiadamente en la residencia de toda la vida.

 Aferrarse pues a los domicilios, domiciliar la existencia antes de hora, es sellar antes que lo determine la enfermedad o la talla del nicho que nos acogerá eternamente.

Un hogar de antes, nacía y moría en el mismo lugar y con las mismas o muy parecidas personas dentro. Estas personas todavía cerradas componen el oscuro rastro de una época acabada y en donde ellas pasean como desplazadas.

Más que verse pues confinado  por el tiempo y la quieta estructura de un determinado hogar, el nuevo hogar brinda espontáneamente, naturalmente,  una dosis de un tiempo adicional recién fabricado y para la aventura de un porvenir sin hacer.

La inauguración de un nuevo amor de pareja podría servir para hacer muy parecidas  consideraciones. Todo cambio de pareja  es también un cambio de paraje. Quizás la  diferencia, a favor del hogar o complementándose con el otro cambio personal de alcance, es que en ese nuevo lugar, por el hecho de ser un nuevo "establecimiento", permite sentir otro mundo por virtud de su nueva incardinación. Nuevas vistas, nuevos vecinos, nuevos colores y nuevos olores que se introducen y forman nuevos y curativos sueños.  Puede que, en algún momento, en algún país se asuma como un principio ineludible de la felicidad humana la proposición de cambios de domicilios, bajo la recomendación de la medicina. Pero ya,  ahora mismo, sin planes sanitarios de tipo alguno, cada individuo sabe, por experiencia directa o delgada que un nuevo domicilio es igual a una nueva celebración del  mundo.

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15 de marzo de 2010
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Hubo cuerpos divinos en La Habana

Durante toda la semana me han destrozado los oídos las loas a los hermanos Castro de un puñado de señoritos mimados. El jueves leí en el diario del bar que el PSOE negaba el derecho de los estudiantes a conocer las matanzas estalinistas, pero en página par venía otro artículo de machaca sobre la memoria histórica. Necesitaba un respiro, así que cuando me dijeron que en el Círculo de Lectores presentaban un nuevo libro de Guillermo Cabrera Infante allí me fui disparado.

    No hay voz en el mundo más hermosa que la de Miriam Gómez, viuda del cubano más odiado por la gerontocracia castrista. Una voz que de la tierra mana suculenta, nutritiva, irisada, como la de Kathleen Ferrier. En cuanto comenzó a hablar se me subió el corazón a la boca. El libro, Cuerpos divinos, viene a ser el complemento de Tres tristes tigres porque sucede en ese momento milagroso, cuando por fin cae abatido el viejo tirano, pero aún no se ha impuesto la nueva tiranía. Un instante de frágil felicidad en el que la voluntad de justicia y libertad parece en verdad mover el mundo, la traición se reputa imposible y es inconcebible que alguien se apropie de la revolución para su miserable provecho.

    Decía Miriam (y ahí es cuando yo lloraba y no me avergüenza decirlo) que Guillermo comenzó la redacción de este libro en 1962, pero le dolía tanto trabajar sobre aquellos recuerdos de vida urgente que no podía mantener la tensión muchas horas seguidas. Vinieron después los problemas psíquicos, la sordidez de la clínica, la dura y magnífica vida del más grande de los escritores cubanos. Aquel libro le causaba excesivo dolor para escribirlo seguido, pero nunca renunció. Sólo la muerte le obligó a darle fin. Aquí están las más de quinientas páginas con las que Cabrera Infante daba nueva vida a su ciudad, a sus amigos, a la lucha por la libertad. Sin él, La Habana de los gerontes, junto con tantas capitales del crimen, sólo sería un signo de muerte en el mundo. Quienes han asesinado a La Habana odian a Cabrera Infante porque la mantiene con vida después de muerto.

Artículo publicado el domingo 14 de marzo de  2010.

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15 de marzo de 2010
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En compañías reales, tangibles, queridas, desconocidas, amables, apreciables e inapreciables pasé unas horas en Huesca. Ciudad humana, demasiado humana, con paisajes, paisanajes, aires, soles, vientos y fríos que me son muy queridos. Con alguna estatua en algún parque que siempre me pone melancólico y defensivo. Lo que ayer ignoramos, perseguimos, acosamos y destruimos, hoy lo sacamos en procesión. Lo convertimos en emblema de una ciudad a la que sientan bien la convivencia, la libertad y el espíritu del saber gozar. La ciudad de Ramón Acín, mártir del pensamiento libre, libertario de bien y asesinado en compañía de su mujer. La ciudad de Pepin Bello, el más elegante de los maestros hispanos del no hacer nada. Nada con sudor y madrugando, que en su larga vida más que centenaria hizo muchas cosas. Otro día contaremos.

En Huesca y entre periodistas digitales. Si me reclama el novelista, poeta y periodista Antón Castro, está claro que hay que emprender el viaje. Fue el encargado de coordinar una mesa de diálogo sobre el "final de Gütenberg" que me tocaba compartir con el experto en futuros digitales, Albert Cuesta. Desde luego fue breve. No estoy seguro de mucho más. En poco más de media hora me tocó defender la normalidad con la que hemos llegado a otras formas de leer sin haber abandonado- ni tener intención de hacerlo- las que desde Gütemberg han llegado hasta nuestros días. En el público había trescientos jóvenes, unos más que otros, que nos apuntaban con sus portátiles, sus teléfonos y con sus armas cargadas de futuro. El continente está cambiando, el contenido lo estamos cambiando. Eso es lo que me importa. No el soporte. No el negocio editorial. No los que más venden, ni los que más publican, lo que de verdad me importa es lo que me digan los que me son cercanos y esenciales. Desde los caminos de Itaca a los de Seattle. De lo que apenas pude expresar en público leo que "soy un pirata olvidadizo". Que leo libros en mi portátil electrónico que no he podido pagar. Ergo soy pirata. Espero que no se entere Miguel Bosé y me mande con los manteros.

El periodismo muchas veces es acelerado, inconcreto, difuso, desinformado, parcial y muy acelerado. En el futuro digital todo está siendo igual pero más rápido.

Algunos no tenemos tanta prisa. Yo no quiero bajarme en esas estaciones en las que todo es instantáneo como un mal café. No me resisto a ninguna tecnología, a ningún desarrollo que nos abre y amplía las posibilidades de decir algo pero sé que hay cosas que solo se pueden decir despacio, sin prisas, con pausas. El futuro ya está aquí. Algunos lo viven tan velozmente que no se han enterado de que eso ya es pasado.

Me gustó pasear en compañía de Antón, y otras buenas compañías, por lo estable, presente y futuro del arte extraído de las basuras. Y de la memoria pintada y contada por dos hermanas, Sol y Katia Acín. Y degusta pararme para leer poemas que se han escrito en la era del periodismo digital: ¿Y qué?

Dice Antón Castro, en ese libro que llama "Vivir del aire": "Vivir, a veces, es abandonarse, prescindir de la impostura, despojarse de la ambición y del vértigo: dejarse ir, hacia la inalcanzable montaña de nieve, con las manos en los bolsillos..."

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15 de marzo de 2010
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Génesis de una subversión

Parece lógico que muchas de las teorías que dieron lugar a esta fascinante historia se sustentaran en la observación del átomo de hidrógeno. Ello en razón de que este constituye el más elemental, y por consiguiente aquel cuyo comportamiento parece mayormente susceptible de ser explicado. En 1911 Rutheford había presentado el modelo general según el cual el átomo se haya constituido por una masiva zona de carga positiva en el centro y circundándola una segunda de carga negativa. Aplicando el esquema al átomo de hidrógeno, cosa que efectúa Bohr en 1913, se trataría de un protón en el centro y un único electrón en la periferia.  Para explicar la estabilidad del átomo se avanza la hipótesis de que  el electrón debe circular en torno al núcleo (pues un sistema de cargas eléctricas no puede hallarse en equilibrio en situación de reposo) y ello  de tal manera que la fuerza centrífuga sea neutralizada por la fuerza de atracción entre el protón y el electrón. Se daba sin embargo el problema siguiente:

Si el electrón efectúa un movimiento circular en torno al núcleo, entonces está realizando un cambio continuo en su dirección, lo cual no puede hacerse sin experimentar una aceleración. Pero una carga acelerada debería (según las leyes del electromagnetismo clásico) irradiar energía electromagnética, es decir perder parte de su energía, con lo cual empezaría a trazar una espiral hasta acabar abismándose en el núcleo. Como resultado de este proceso deberíamos constatar una radiación continua, cosa que en absoluto ocurría. En efecto las series hasta entonces constatadas en el espectro del átomo de hidrógeno eran todas discretas. En suma: aplicando la teoría clásica al modelo atómico de Ruthefort, no se daba cuenta de los hechos observados.

Para salir del atolladero Bohr lanzó una revolucionaria conjetura. En primer lugar habría determinadas órbitas en las que el electrón podría moverse sin emitir en absoluto energía electromagnética. Estas órbitas privilegiadas estarían caracterizadas por una singularísima ley. Acéptese que en la mecánica clásica para explicar el comportamiento de un cuerpo que circula en torno a un centro era muy importante el concepto de momento angular, es decir, el producto de la masa, la velocidad y el radio, m.v. r. Pues bien, la conjetura de Bohr era que en las órbitas privilegiadas, se verifica

                     m. v. r =(n h/2π)

 dónde h es una constante llamada de Planck y n es un número entero natural.

El electrón es susceptible de saltar de la órbita determinada por un entero natural n a la determinada por un número superior o inferior. En el caso del salto a una órbita inferior el electrón experimenta una pérdida energética que se traduce en radiación, pero el hecho de que sólo pueda tratarse de un salto determinado por números enteros explica el hecho de que sólo se constaten magnitudes de radiación discretamente determinadas. Entiéndase bien que nadie sabe en absoluto la razón de que las cosas respondan a la conjetura de Bohr.  La moraleja del asunto es que la estructura o ley reflejada en el constatado fenómeno de la radiación en magnitudes discretas ha de ser como Bohr dice para que ese fenómeno, además de ser constatado, se  explique.  El modelo que Bohr imagina  da cuenta o razón;  no se trata de justificar en razón el modelo mismo. Cabría en última instancia atribuir a una suerte de voluntad demiúrgica la instauración de la ley  arbitraria que obliga al electrón  a dar saltos cuánticos,  en lugar de pasar de una órbita a otra mediante continua transición.

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15 de marzo de 2010
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Maniobras de invierno

Han sido simplemente unas maniobras de invierno. Sin que ni siquiera lo supiéramos quienes hemos participado, aunque haya sido como observadores. No hablo de la nieve. Una nevada, por intensa que sea, tiene unos efectos limitados y las molestias que ocasiona en el tráfico y la movilidad son efímeras en estas latitudes. Me refiero, sobre todo, al enorme apagón que interrumpió el tráfico ferroviario y dejó sin fluido eléctrico a la mitad de la provincia de Girona y sigue afectando todavía, una semana después, a varios millares de habitantes. La ineptitud de quienes tienen la responsabilidad de Gobierno en la gestión de la alarma meteorológica ha sido ya suficientemente comentada y no requiere muchas matizaciones. Pero siendo grave, tiene una limitada profundidad social y política. El problema serio, que obliga a una reflexión de fondo, es que la caída de una línea de alta tensión paralice durante casi una semana una amplia y rica región industrial, turística y agraria, devolviendo a millares de ciudadanos a la vida más primitiva, sin medios para alimentarse, calentarse y desplazarse. Y que esto suceda por efecto de decisiones empresariales privadas de una estructura monopolística de distribución y comercialización eléctrica sobre la que poca o ninguna mano tienen los gobiernos de las ciudades, las autonomías y el país afectado.

La diferencia más sustancial entre la legendaria nevada de 1962 que cayó sobre Cataluña, tan evocada estos días, y la de la pasada semana es que, en aquella ocasión, ni siquiera los hogares urbanos se acercaban al nivel de dependencia energética que tenemos hoy. En un piso del Ensanche barcelonés de 1962 la calefacción funcionaba con carbón. Suministraba también agua caliente, que en muchas casas también la proporcionaban las cocinas económicas alimentadas con hulla. Había pocos ascensores. Ninguna cancela eléctrica. Había velas e incluso lámparas de petróleo en todas las casas. Empezaban a entrar los primeros frigoríficos, pero lo normal eran las neveras de hielo y las fresqueras, unos armarios de tela metálica colgados en los patios interiores que mantenían en invierno la comida en buen estado. Con el recuerdo de la guerra civil y del racionamiento todavía vivo, en las despensas solía haber comida para unos cuantos días, papatas, legumbres y conservas caseras sobre todo. Nadie había ni siquiera imaginado los ordenadores personales o los teléfonos móviles recargables. Algún autor de novelas de ciencia ficción pudo barruntar quizás la casa domótica, sin soñar que, 50 años más tarde, ese tipo de hogar se convertiría en el cacharro más inservible durante la nevada del siglo XXI. En las calles de Caldes de Malavella, localidad de la comarca de La Selva bloqueada por el apagón, alguien ha pegado un irónico y cívico panfleto que termina diciendo Visca Caldes, visca el Tercer Món. Está bien, pero que nadie se equivoque, no vivimos en el Tercer Mundo ni lo que nos ha pasado estos días es tercermundista. La ineptitud de nuestras autoridades y la desvergüenza de las empresas eléctricas no son propias de los países africanos más pobres del planeta, al contrario. Nuestro mal es de país rico, o como mínimo nuevo rico, y corresponde a una sociedad hipertecnológica que ha cometido el error garrafal de dejar por hacer algunos deberes en el capítulo de la seguridad energética. Lo que hemos vivido estos días han sido meramente unas involuntarias maniobras de invierno, en las que la meteorología y el azar han demostrado cómo son las catástrofes y los conflictos, bélicos incluso, del siglo XXI, que ya no es el futuro sino puro presente. Primero se corta la luz, quizás sin necesidad de derribar las torres de transporte, meramente a través de un ataque informático en regla. Y luego apenas hace falta nada más: se colapsan los transportes, también la economía, las autoridades quedan aisladas e incomunicadas ?a veces incluso con unas orejas de burro que les ponen los ciudadanos?, lo mismo sucede con policía y bomberos, la población regresa a la edad de piedra atrapada en sus gélidos e inservibles hogares, y sólo hace falta coger las llaves para hacerse con el poder.

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15 de marzo de 2010
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Mala voluntad política

No hay error de casting. El nombramiento de Catherine Ashton, hace algo más de cien días como vicepresidente de la Comisión y representante de la Política Exterior de la UE, fue un acto muy bien calculado, resultado de la conjunción de voluntades de los jefes de Gobierno y de Estado de los 27. O de la falta de voluntades. E incluso de la malas voluntades. Pero no de un error de apreciación sobre la personalidad de Catherine Ashton, baronesa Upholland, como le contó una fuente anónima a Ricardo Martínez de Rituerto, corresponsal de EL PAÍS en Bruselas. Según el semanario alemán Der Spiegel, sus detractores, que a estas horas son legión, tienen muchos y serios motivos para quejarse de su falta de dedicación al cargo, su escasa estatura política y su menguada independencia.

Con esta elección, la primera cosa que aseguraron los 27 fue que la creación del mayor servicio diplomático del mundo, el nuevo Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea, se haría sin un liderazgo fuerte y claro. Es fácil imaginar cómo hubieran funcionado las cosas si Javier Solana hubiera recibido el encargo. Pues bien, exactamente eso es lo que no querían los 27. El perfil de Solana ha determinado, a sensu contrario, el de quien debía sucederle. En vez de un voluntarismo sin horarios ni fines de semana y una disposición a viajar y a asistir a todas las reuniones; la conciliación entre el trabajo y el hogar que dosifica horarios, desplazamientos y encuentros. En vez de un currículo cargado de experiencia electoral, responsabilidades de Gobierno y contactos internacionales; una biografía de retaguardia, sin pasar por las urnas y con un acuerdo comercial con Corea como mayor y solitario trofeo. En vez de una acreditada experiencia en la equidistancia respecto a los socios de la UE, incluido su propio Gobierno; la tutoría del Foreign Office, con la seguridad de que la poderosa diplomacia británica tendrá buena mano en el Servicio Exterior. Lo más cómico del caso es que después de nombrar a una personalidad como Ashton, bien adaptada a las escasas ambiciones europeas y los muchos intereses y conveniencias nacionales de cada uno de los 27, éstos han empezado a presionarla con críticas y malevolencias precisamente para obtener los mejores puestos en este Servicio exterior en construcción. Y ahora, ante la magnitud del linchamiento, están en la fase de reconfortar a la víctima, no fuera caso de que todo terminara rebotando contra quienes hicieron el casting. Lady Ashton es hija de los intereses de los 27, como lo es ahora la hipócrita compunción con que la defienden. Cada una de las pullas dirigidas hasta ahora a la nueva vicepresidenta de la Comisión debieran aplicárselas todos y cada uno de los 27 a ellos mismos, pues fueron ellos los que la nombraron.

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14 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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