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El Madrid de Iván

No ha habido un cineasta más radicalmente madrileño que el donostiarra Iván Zulueta, que falleció hace menos de tres meses en San Sebastián. Se me dirá, después de una afirmación tan tajante, que en las (pocas) películas que dirigió Zulueta ningún niñato de Serrano -con alcohol en las venas u otras substancias aún más alucinógenas en el cuerpo- atravesaba locamente al volante de un deportivo los arcos de la Puerta de Alcalá, ni salía en ninguna Manolo Morán de guardia urbano, ni la problemática social de la periferia quedaba reflejada en sus guiones, aunque sí hubiera droga, sin sordidez, en ‘Arrebato'. Iván, al que traté poco, temí bastante y admiré mucho, era un artista que observaba la ciudad desde las alturas, en su caso desde el Edificio España, hoy empapelado y cerrado a la espera de no se sabe qué reconversión especulativa. No especulaba él; sólo sacaba a la terraza de su apartamento su camarita de Súper 8, y filmaba las nubes pasar y la gente cruzar allá abajo los semáforos de la Plaza de España, la gente retratada como insectos rápidos y afanosos, las nubes desplazándose señoriales, pomposas, por un cielo que en ese lugar de la capital incita a sumarse a él, saltando al vacío.

    El suyo era un Madrid interior, un Madrid del dolor callado, sin color local, que ahora, siendo tan distinta al cine que hacía Zulueta, me ha recordado la fascinante película de Javier Rebollo ‘La mujer sin piano', sobre todo en las escenas de la Glorieta de Atocha y sus aledaños, por donde el personaje que interpreta soberbiamente Carmen Machi pasea su arrebato en sordina y se toma un bocadillo, no recuerdo si de calamares, en el bar más castizo del barrio, El Brillante, que mirado por Rebollo pasa a convertirse en un lugar del alma general y sufrida. Qué gusto da, recordando ‘Arrebato' y ‘Leo es pardo' de Zulueta, o viendo ahora ‘La mujer sin piano, comprobar que se puede hacer un cine de la ciudad y sus habitantes más extremos y elementales sin caer en el costumbrismo, la inveterada costumbre del cuerpo artístico español.

     A ese Iván en la torre, auto-reducido vitalmente, en la mayor parte de su larga residencia madrileña, a un pequeño perímetro urbano en torno a la Gran Vía, la citada Plaza de España y la calle Princesa (donde, en el número 3, estaba el apartamento en que se filmaron numerosas escenas de ‘Arrebato') le hace ahora un justo homenaje la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y lo que son las casualidades. El mismo día en que recibí el programa de esas jornadas en torno a Zulueta estaba releyendo uno de los más hermosos textos de Juan Benet, ‘El Madrid de Eloy', que apareció en su libro de viñetas memorialísticas, todas memorables, titulado ‘Otoño en Madrid hacia 1950'. Benet habla de un ser desconocido para la mayoría, y para él mismo casi inescrutable, aunque fuera compañero suyo en la escuela de Ingenieros de Caminos. Un hombre procedente de un pueblo grande del Sureste que un buen día, pasados los años, desapareció sin más, sin avisar a nadie. ¿Como Iván Zulueta, en su gradual pero inapelable retiro del mundo y posterior silencio cinematográfico? No creo que se parecieran en nada Iván y Eloy, pero sí me parecieron pertinentes para Zulueta las palabras del escritor en torno a esa figura deslizante de su antiguo compañero de Caminos, al que, a lo largo de cincuenta páginas, con procedimientos de reconstrucción fragmentaria que alcanza al fin una emocionante coherencia, Benet define como alguien que le puso sello a su tiempo, en una reflexión sobre el conjunto de personas y caracteres por los que una época será reconocida por las futuras generaciones. Y dice el autor de ‘Volverás a Región': "la figura que la posteridad acabará por designar como representativa de su momento apenas aparece en su época y solamente será merecedora de ese póstumo título cuando la representación de su época ha concluido".

    Lo que para nosotros hoy es, indiscutiblemente, el París de Baudelaire o la Praga de Kafka, no fueron, dice Benet, mientras esos artistas vivían, ciudades que ellos encarnaran como protagonistas, quedando tal papel para personajes de relumbrón hoy tragados por el olvido. Zulueta no gustó a la mayor parte de la crítica de su tiempo ni llegó al público, en primera instancia ni siquiera al minoritario. Ahora, sin embargo, como en el caso de Kafka y Praga que Benet analiza, no resulta posible reconstruir el Madrid de los años 1970/1980, para el que Iván Zulueta no existió, sin colocar en el centro a aquel gran cineasta ensimismado que fue Iván Zulueta.

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22 de marzo de 2010
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En busca del Teotocópulo perdido

Lo mejor de visitar Toledo es haberlo visitado. No porque sea un timo sino porque está pensado para destrozar las piernas. Nadie sabe cuántas colinas lo forman, aunque los primados se mostraban partidarios de que fueran siete para arrimarse a Roma y darse pisto. Así que visitar Toledo es subir y bajar cuestas y costanillas hasta que los gemelos se mineralizan y cae uno al suelo como herido por el señor de Orgaz.

Es admirable ver a cientos de miles de turistas escalando o rodando por una montaña rusa hecha a mano, o sea, a pie, agonizando en directo. Sin embargo, si uno tiene pasión por ver lo que El Greco llegó a colocar en aquella ciudad, no tiene más remedio que acudir a verlo en vivo y dejarse los bofes.

Hay allí grecos por todas partes. En las iglesias, en los hospitales, en los palacios, en los conventos, quizás también en alguna casa de huéspedes. Esto es muy chocante porque lo que pintaba el griego sigue siendo anómalo ahora, así que imagínate en la amena sociedad toledana del siglo XVI. Las explicaciones que se pueden leer son siempre escasas. Nada en este mundo puede justificar que los brazos se enrosquen como cuerdas, las piernas cuelguen como congrios y los rostros se aplasten como bandejas. O que los cuerpos luzcan cabecitas de guisante sobre torsos de Maciste. No entonces. Luego sí. En el siglo XX algún pintor, especialmente Soutine, que encima de eslavo era dipsómano, se le acerca con provecho. Deberíamos decretar que El Greco iba de pareja con Picasso. Darle una nueva biografía con nacimiento en Elche en 1891 y muerte en Madrid hacia 1963 y así se le comprendería mucho mejor.

Los del 98 fueron de los primeros en tomar en serio al insólito pintor. Baroja lo puso de paisaje en "Camino de perfección". Varios noventayochistas llegaron a ir en romería pedestre de Madrid a Toledo para rendirle tributo. Supongo que al llegar a la Bisagra ya no podían subir ni una mísera calle y se volvieron a Madrid baldados, pero en carreta.

Lo peor es que a día de hoy no me imagino yo una romería de entusiastas ni por Marcel Duchamp.

Artículo publicado el 21 de marzo de 2010.

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22 de marzo de 2010
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De la magia a Einstein

Sabido es que con Galileo y Newton lo que entendemos por Ciencia parece entrar en una nueva era caracterizada entre otras cosas por el gran peso de la escritura matemática, al principio circunscrita a la Física, pero poco a poco cubriendo otros ámbitos del saber, llegando en el siglo XX a incluir las disciplinas biológicas. Sin embargo no cabe exagerar lo que significa esta barrera, ni cabe homologar todo lo que se halla a un lado u otro de la misma. Una disciplina  como la astronomía aristotélica, que fue durante casi veinte siglos  considerada válida para salvar los fenómenos, tiene otro peso en la consideración de los historiadores de la ciencia que, por ejemplo, la magia tal como la define el gran antropólogo Frazer. Sin embargo ello no quiere decir que la Magia y ciencia aristotélica, pero también disciplinas más cercanas a nosotros no participen de un común fondo.

Un equipo investigador dirigido por el físico Miguel Ferrero de la universidad de Oviedo, nos presenta en un artículo aun inédito ( y que cuando sea publicado me gustará tener ocasión de glosar y comentar ampliamente) un impresionante cuadro de los principios metodológicos que subyacen en disciplinas tan diferentes como la relatividad einsteniana, la física newtoniana la física aristotélica y...el pensamiento mágico, concluyendo que sólo con la mecánica cuántica tales principios son puestos en entredicho. De la conclusión de tal cuadro se concluye que realismo, determinismo principio de individuación, principio de localidad o irreversibilidad de un tiempo absoluto quedarían prácticamente barridos como consecuencia de los corolarios del formalismo matemático de la Mecánica Cuántica.

Es en todo caso muy de agradecer que los físicos se vuelquen hoy sobre estos temas, proporcionando a los filósofos las armas indispensables para que su reflexión sobre el orden natural sea de nuevo efectivamente meta- física, es decir reflexión que sigue al esfuerzo de las disciplinas físicas y no especulación paralela a las mismas. Al respecto cabe precisar que los grandes de la filosofía nunca han hecho filosofía natural mas que siguiendo este sano principio. Tomás de Aquino  se sustenta en la física de Aristóteles y Emmanuel Kant en la física de Newton. Obligación de los ontólogos actuales es anclarse en lo que nos indican los que trabajan en Relatividad y Mecánica Cuántica. De esta última disciplina sobre todo cabe decir que  se desprenden unos nuevos "Principios matemáticos de la filosofía natural". Como persona dedicada a la enseñanza de la Filosofía he de agradecer a científicos como los que forman el equipo de miguel Ferrero el que nos ayuden a hacerlos comprensibles y a mostrar su trascendencia, de la cual seguiré ocupándome.  

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22 de marzo de 2010
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Hambre de verdad

En los últimos días me crucé con dos artículos que utilizaban el nuevo libro de David Shields, Reality Hunger: A Manifesto, como punto de partida de reflexiones sobre el estado actual de la literatura. El primero fue uno de Laura Miller en Salon.com, titulado RIP: The Novel. Y el segundo fue uno de Michiko Kakutani, ayer domingo en el New York Times ('Text Without Context'). Según coinciden ambas, el libro de Shields labra por un lado (y por enésima vez, habría que decir: no conozco postulado menos original) el acta de defunción de la novela, al tiempo que propone (otra originalidad dudosa) una escritura basada en el collage o, para decirlo en términos menos anacrónicos, el remix. Lo que Shields entrega, en todo caso, es una excusa au courant para celebrar la apropiación y el plagiarismo. Según sostiene, la ficción "nunca ha parecido menos central a la cultura"; en consecuencia, no debería extrañar que se sienta tan "aburrido por la fabricación pura y dura, tanto mía como de otros; aburrido de los argumentos inventados, de los personajes inventados" e interesado, en consecuencia, en lo que llama "arte basado en la realidad". De hecho, su libro procede de acuerdo al modus operandi que predica: muchos de sus párrafos son no sólo tomados, sino además refritados y corregidos de textos originales de -por ejemplo- Saul Bellow y Philip Roth, citados al final del volumen tan sólo porque, según Shields confiesa con algo parecido al candor, sus abogados se lo recomendaron.

Sería impropio juzgar Reality Hunger: A Manifesto sin haberlo leído. Pero los artículos que inspiró en Miller y Kakutani me parecen una buena excusa para preguntarse si alguno de los diagnósticos que suscribe (que los argumentos de las novelas son 'para gente muerta'; o que los lectores de hoy reclaman de los textos una sensación de verdad, de realidad, que no tiene que estar sostenida en los hechos -razón por la cual defiende, por ejemplo, los libros de memorias fraudulentos) tiene algún asidero, y cuál sería en ese caso.

Si no les molesta, le daré vuelta a alguna de estas cuestiones en los próximos días.

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22 de marzo de 2010
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Terroristas españoles

El resbalón es mayúsculo, de los que quedan grabados en la memoria. Confundir a cinco bomberos catalanes con un comando de ETA le puede suceder a cualquiera. Pero tenerlos grabados por una cámara fija y difundir sus imágenes sin hacer antes todas las comprobaciones pertinentes va mucho más allá de lo que aconseja la más elemental prudencia. Algo tendrán que ver las prisas del Ministerio del Interior francés y la aguerrida actitud del presidente Sarkozy frente a ETA con la segunda vuelta de las elecciones regionales que se celebraban ayer, y en la que se confirmó la zurra propinada por el electorado al partido presidencial una semana antes.

El ansioso presidente francés y sus servicios de policía no han sido los únicos salpicados por tamaña metedura de pata. También nos hemos lucido periodistas y medios de comunicación, con especial aplicación y sentido del espectáculo los que disponen de menos inhibiciones para frenar su hambre de sensación. Hay primeras páginas de este pasado sábado que no tienen desperdicio. Policías y jueces viven permanentemente asaltados por la tentación del espectáculo, que suele tener excelentes receptores en los periodistas. Era evidente el impacto y la fuerza de un vídeo en el que aparece un tipo con todas las apariencias de ser el jefe de la banda, rodeado de sus guardaespaldas, dos que le abren paso y dos que le cubren la retirada. Aunque fuera una sola y corta secuencia, estas imágenes tenían la virtud de la elipsis: ahí estaban comprando, quizás material para su asalto, poco antes del robo y de la muerte; era la misma elisión, aunque con menos extensión e intriga, que encontramos en el vídeo de Dubai, donde aparecen los supuestos agentes del Mosad en los seguimientos del jefe de Hamas y la preparación de su asesinato. Pero la hojarasca del anecdotario no debiera desviar nuestra atención respecto al bosque, a los hechos sucedidos esta pasada semana. ETA realizó una acción espectacular en las proximidades de París, de significado todavía no aclarado, que terminó muy mal para todos, sobre todo para la banda y desgraciadamente para el gendarme Jean-Serge Nérin. Fue detenido un etarra; un gendarme francés cayó acribillado y muerto por primera vez de mano de los etarras; y la organización terrorista no consiguió culminar satisfactoriamente el robo de coches tal como se proponía. Da toda la impresión de que la organización terrorista pagará muy cara esta actuación, que representa el momento de mayor identificación entre Madrid y París en el combate antiterrorista. Las palabras de Nicolas Sarkozy, en su visita a la comisaría de Dammarie-les-Lys el pasado jueves para dar ánimos a los compañeros del gendarme asesinado, no pueden ser más preocupantes para los terroristas. ?Francia no se va a dejar intimidar por los terroristas españoles. España es una democracia y nosotros estamos a su lado. Que ETA sepa que la policía francesa se va a movilizar de forma total y sin piedad contra ella?. Si hacemos abstracción de la mensajería electoral que también contienen la visita y las palabras, ni siquiera el presidente francés sabe el profundo alcance del léxico escogido para hablar de los asesinos. Nadie hasta ahora les había dicho con tanta exactitud lo que son, desgajándolo de cualquier significación (en alguna medida justificación, por tanto) política o identitaria a sus viles acciones. Ellos sabrán por qué matan, pero no vamos a reconocer que lo hagan por ser militantes de causa alguna ni por ser vascos. Fue un gendarme jubilado quien escuchó a los bomberos en el supermercado. Nos han contado que hablaban catalán, pero el buen señor creyó que hablaban español, cuando lo propio de unos militantes (palabra utilizada todavía con frecuencia por la prensa francesa) del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (palabras de Aznar) sería que hablaran euskera. Pues no, eran pacíficos bomberos catalanes, confundidos con peligrosos terroristas españoles. Chapeau, monsieur le président!. Quizás no ha acertado en nada esta semana nefasta electoralmente para usted y su partido, pero sí acertó en la elección de las palabras. Que no es poco.

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22 de marzo de 2010
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Borges y tú

A partir de “Borges y yo,” mis estudiantes pusieron a prueba el tema del doble y escribieron sus propias versiones, no sin humor y con bravura.  Selecciono algunas para proseguir con la hipótesis del lenguaje como la conversación de que estamos hechos.

 

Ana Carmen Martínez-Ortiz Carcheri: Martínez y yo

Ni a mí ni a la otra, a Martínez, se nos ocurren cosas. Camino por la biblioteca y me demoro viendo títulos de libros, acaso libros que quisiera leer, para mirar la evolución del conocimiento y la fractura de mi inteligencia; de Martínez tengo noticias por el correo, y veo su nombre en una notificación que exige que devuelva libros que no leyó, alfabetizados por el apellido del autor. Me gustan los dibujos de sátira política, los índices, la tinta indeleble de la historia, las listas, el sabor del papel, y las fotografías de los famosos; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo intelectual que las convierte en placeres plebeyos de tonto. Sería triste si nuestra relación fuera desigual; yo disfruto de tonteras, yo me meto las hojas de los libros en la boca para que Martínez pueda tramar su apariencia de académica y esa apariencia me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado seducir a los consejos del rector, pero el rector no me puede salvar, quizá porque la sabiduría no es de nadie, ni siquiera de la otra, sino de los muertos o los moribundos. Por lo demás, yo estoy destinada a balbucear, siempre, y sólo un aliento moribundo de mi cuerpo podrá sobrevivir la imposibilidad de ser sabia. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su estupidez envuelta de libros prestados. Darwin entendió que todos los seres vivos quieren subir de rango; los que viven de la admiración de los consejos del rector quieren que el rector los admire, y los tontos quieren salir de la tontera. Yo he de quedar en Martínez, no en mí (si es que logro deshacerme de su prejuicio contra los tontos que parecen tontos), pero me reconozco menos en sus aires de grandeza intelectual que en muchos chiquillos pobres que creen que los libros sirven sólo para encender un fogón. Hace años traté de librarme de ella, pero me di cuenta de que la vida les es cruel a los pobres tontos que son tan tontos que lo parecen; pero el juego de no parecer tonta es de Martínez y tendré que aceptar su sensatez. Así, mi vida es teatro y toda hoja de libro que mastico es del olvido, o de la biblioteca.

 

Emily Latorraca: Emily y yo

La otra, Emily, es la que alcanza sus metas. Yo deambulo por los senderos de la Universidad de Brown y a veces me paro cerca de las puertas ostentosas para pensar en el privilegio de asistir a la universidad; de ella tengo noticias por lo que hace y veo su nombre en los trabajos entregados o en un programa de la orquesta. Me gustan los libros de neurobiología, la música de Ravel, la textura de los aguacates, los gatos siameses y las montañas Rocosas. Ella tiene preferencias parecidas pero de una manera pretenciosa que las convierte en sustantivos. Vivo para que ella logre sus objetivos académicos y estas metas me sostienen. Puedo confesar que ha escrito algunos buenos trabajos y que ha tocado con éxito unos conciertos para violín, pero la música, como el conocimiento, es fugaz y pertenece más a los compositores y a la cultura. De todos modos, sigo rindiéndole mi ser, aunque sé que ella se preocupa demasiado por destacar. Me quedo en Emily, pero me reconozco menos en el trabajo de ella que en las partituras o en la lluvia torrencial más allá de los límites de la vegetación arbórea en las montañas. Antes traté de escapar de sus cadenas académicas y pasé a la música, pero ahora este atributo le pertenece, y tendré que encontrar otra pasión única. Así, mi vida es una carrera que se enfrenta al reloj de arena, y sigo perdiendo poco a poco.

No sé cuál de las dos soy.

 

Rafael Cebrián: Yo y Rafael

Al otro, a Rafael, es al que envidio. Yo me quedo en España recreándome en una sociedad aletargada que se mira el ombligo,

comparándose con el de al lado para ver quién lo tiene más limpio; pero Rafael vuela,

vive en el aire,

a caballo entre dos mundos hermanos pudiéndose escapar de uno cuando agota, y del otro cuando aburre.

Yo me acabo de despertar y de Rafael sé lo justo por lo que me cuentan mis amigos que son sus amigos, pero a quienes empieza a cuestionar. Yo los conocí antes que él, pero él los conoce mejor. A Rafael el mundo le enseña lo que a mí un país y mucho estudio nunca me enseñaron, y decide compartirlo conmigo.

Su generosidad crece con la voluntad y la mía con los años.

Me gusta el rock, el cine y el teatro, el chocolate, la gente y el olor del verano moribundo; el otro coincide con mis gustos sólo que hace de ellos pasión, y de pasión hace profesión.

La verdad es que nos llevamos muy bien: por las mañanas yo le recuerdo de donde viene y él, por las noches,

me enseña algo nuevo y diferente. De tal forma que:
1. yo me dejo guiar por él y él se deja aconsejar por mí
2. yo le permito avanzar y él me ayuda a crecer
El es ambicioso y cuando se propone algo lo consigue, de ahí que en poco tiempo haya logrado varias cosas que satisfacen en lo personal, y ayudan a confiar en ti mismo. Por eso sé que él me necesita tanto como yo a él. Rafael es libre, yo no, soy prisionero de la vida ordenada y del sentido común; pero sé que muy pronto él me dará mi libertad, o al menos se la pediré prestada. Al fin y al cabo lo mío es de él aunque, lo de Rafael se quedará en él.

Mientras tanto, yo seguiré esperando y él volando hasta que un día aterrice en mí para yo ser él y él ser Rafael.

Buenas noches.

 

Andrew  D'Avanzo: Yo y Borges

La parte de mi que conoce a Borges no soy yo. Cuando pienso en eso,  me pierdo, y esa parte que encuentra a Borges se pierde en mi. Me gustan los poemas, aunque nunca se me han revelado completamente. Yo prefería que el poema fuese puesto en música. Me gusta la clave,  la caja y el ritmo de la salsa habanera que no puedo encontrar en Borges. No obstante, tampoco me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, aunque esas páginas no me provoquen emoción. Pero algo, dentro de mi, se da cuenta de que escribe con sentido y también con emoción. La separación  y unidad del carácter, de la identidad. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá encontrarse en el poema. Una vez logre mi propia creatividad, me encontraré en el lenguaje de la poesía.

 

Sara Mann: Las dos Saras

 Cada vez que pierdo algo—mis llaves y mis zapatillas son las sospechosas habituales—mi primer instinto es Googlearlo.  Me acostumbré tanto a poder Googlear cualquier información que necesito que no puedo captar la realidad de no saber algo y no poder saberlo.  Busco por mi cuarto en un pánico ausente.  Estoy agitada, inquieta.  Pero mientras levanto mis libros y la ropa amontonada, de hecho no espero encontrar las llaves ni las zapatillas ahí.  Apenas pienso en mi entorno.  No, pienso en la pura imposibilidad de la pérdida de lo que sea que perdí, la injusticia de su desaparición, lo ilógico que es perder.  Mi mente se bifurca: la mente que sabe que las cosas no se vaporizan espontáneamente, y la que observa que sí.

Ojalá todo fuera tan sencillo como el tema de las cositas, las llaves, las zapatillas.  Por lo menos con esas cosas hay alivio: existe la colisión, el momento en el que las dos mentes vuelven a superponerse, como dos lentes monocromáticas que juntas te dejan ver en tres dimensiones. Sólo hay que descubrir que las zapatillas estaban siempre debajo de la cama, las llaves tras una taza de té que hace unos días dejé enfriarse.  No todo se encuentra tan fácilmente.  A veces me pregunto si la Sara que vive en ese espacio de la vaporización espontánea de las cosas, donde las sombras tienen más peso que los objetos que las proyectan, se estará alejando cada día más de la Sara que anda por esta zona concreta.  La Sara que se calza, que cierra la puerta de su cuarto con llave, y cuyos pasos resuenan en el pasillo cuando baja las escaleras.  No sé cuál de las dos es la que escucha esos pasos.  Y no sé cuál se lo pregunta. 

 

Lucy Dunning Stephenson: Lucy y yo

Soy Lucy. Mi nombre traduce bien al español. No trae problemas de pronunciación. Pero yo siempre me debato entre los idiomas, las costumbres, y esto y aquello. Mi nombre traduce bien, pero yo no. ¿Es correcto tratar de traducirse a sí mismo? Vuelvo a pensar en español, pero son pensamientos “gringotescos,” como describía mi acento mi profesora de español. Ella sabe, es de México, y tiene que saberlo. Mis pensamientos pasan por mí, un yo que funciona como una maquina inteligente. Ah, caray (¿es mexicano, “caray”?). A veces esta maquina se humaniza, comprendiendo íntimamente como  se usa un concepto fluido. Buena onda. A veces siento otro yo emergiendo, echando una ojeada a la estructura rígida que yo (¿quién?) he construido a través de años de estudiar tantos libros como aspectos de la vida hispánica. 

¿Quién es este yo nuevo, procurando salir del cascarón? Mi compañera de cuarto me dice que hablo una mezcla de español peninsular literario, y castellano porteño y mexicano, todo coloreado, yo supongo, por mi cadencia norteamericana. Imagino que habrá un poco de Guatemala también, por trabajar en Austin, y quizá algo de Colombia, por conscientemente deconstruir el estilo comunicativo de Juanes y Shakira. Mi compañera sabe, es de Puerto Rico, y tiene que tener razón.
 

¿Cuándo florecerá mi propio ser hispanohablante? Siento el fuego, pero ¿cuándo irradiará por cada aspecto de mi existencia? Parece hacer luminosos a otros, pero a mi me quema. Todos en Córdoba conocen cumbia o salsa, y esto y aquello, y todo parece fluir por los aspectos aun más difíciles de la vida latinoamericana. ¿Es un estereotipo? Probablemente. ¿Estoy demasiado consciente en esto? Sé algo, sin duda, aunque no ha llegado a florecer la hispanohablante natural.
 

El “Stephenson” indica de donde vengo; soy y siempre seré anglosajona, protestante por herencia, hace no sé cuántos años. La “Dunning” es irlandés, un viejo nombre de la familia. Sigo trabajando en la Lucy.

 

Daniel Loedel: Leonard y yo

Yo inventé a Maxwell Leonard para poder hablar secretamente de Daniel Loedel. Es decir, de mí mismo. Le di todos los cuentos verdaderos de mi vida y los escondí bajo del título de ficciones. Así pude decir de ellos, sin la arrogancia de esos personajes Victorianos que lamentan sus destinos, que fueron, honestamente, trágicos. Le di también mi personalidad, mi temor de morir, de desaparecer; y pude decir que esas ficciones eran curiosas, interesantes, y casi universales. Pude decir, sencillamente, que se trataba de un hombre moderno, el primer ejemplo de esa nueva conciencia mundial, que el universo es infinito, y la experiencia humana del todo insignificante. En efecto, pude decir de Maxwell Leonard todo lo que quise decir de Daniel Loedel. Fue, en ese sentido, tal vez algo común. Pero poco a poco Loedel empezó a cambiar, aunque Leonard siguió siendo él mismo. A Loedel le interesaba la política del día, la casa y la vida, mientras que Leonard todavía se interesaba en el tiempo, el universo y la muerte. Cada vez que Loedel escribía de Leonard, le reconocía menos, como si su imagen en el espejo no se moviese con él, sino por voluntad propia; y finalmente,  parecía que estaba investigando a otro y que, por primera vez, no encontraba respuestas. Como Loedel ya no escribía de Loedel, sino de otro, de Leonard, un personaje mucho más complicado e importante que Loedel; y como Loedel ya no tenía a nadie que escribiese de él, le vino una terrible envidia, y un deseo de venganza. Fue pronta y fácil su solución:  lo iba a destruir. Lo iba a dejar sin autor. Pero antes, tenía que darle alguna clase de funeral porque, a pesar de todo,  quería mucho a ese Maxwell Leonard suyo. Escribió un cuento dedicado a esa relación, y quedó tan satisfecho de ello  como del funeral. El cuento se llamaba “Leonard y yo,” y fue lo ultimo que  escribió de Maxwell Leonard.

 

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22 de marzo de 2010
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Quien todo lo quiere puede quedarse sin nada

Netanyahu lo quiere todo, la paz, los territorios y la democracia. Pero es bien conocido el axioma: sólo cabe escoger dos de los tres términos. Tres son las combinaciones a que da lugar la elección. Si escoge la paz y la democracia, como desearían todos los amigos de Israel, optará por la entrega de los territorios, con los intercambios que haga falta para las colonias de mayor peso demográfico; y surgirá con ayuda de todos una Palestina al lado con unas fronteras seguras reconocidas por sus vecinos. Si escoge la paz y los territorios, deberá desposeer de derechos ciudadanos a los árabes que residan entre el Jordán y el Mediterráneo, para evitar que traduzcan su próxima mayoría demográfica en una mayoría política y así se convierta Israel en un estado binacional israelí-palestino, que termine con el sueño sionista. Si escoge los territorios y la democracia, posponiendo la paz, que es lo que está haciendo ahora, deberá seguir acrecentando su control militar sobre Cisjordania y cargando con el peso creciente del desprestigio internacional.

Son tres combinaciones, pero no tres salidas. El estado binacional es el fin de Israel. El sionismo y sus admiradores y amigos no pueden bendecirlo, aunque el cansancio, la sangre derramada y los efectos desestabilizadores del conflicto puedan erosionar su posición hasta convertirlos en partidarios de un único Estado para judíos y palestinos capaz de conservar la democracia. Era la posición de Hannah Arendt, que militó con el sionismo bajo la bota nazi pero tomó distancias con la creación de Israel en 1948. El Estado judío desde el Jordán hasta el Mediterráneo es insostenible en democracia y requiere de un régimen de abierto apartheid. Queda el actual estado de las cosas: una paz precaria; un Estado sin fronteras precisas ni reconocimiento de los vecinos; y una democracia erosionada por el trato crecientemente desigual que reciben sus propios ciudadanos árabes y por la discriminación que sufren los palestinos en su propio país, donde son expulsados y desposeídos para hacer hueco a cualquier ciudadano del mundo que se acoja a su identidad judía. La única fórmula viable son los dos Estados, lo que significa devolver los territorios, Jerusalén-Este incluido, y regresar a las fronteras de 1967, con todos los matices y retoques que exige la sensatez negociadora. Cuanto más se aleja el Gobierno de Israel de esta salida única más se incomodan sus amigos y se alejan sus aliados. También se va acercando este momento crítico, diez o quince años, en que la demografía jugará en contra del sionismo. Ni el sistema electoral ni el protagonismo de los colonos y sus partidos ayudan a realizar el paso dramático pero obligado hacia la paz. Y lo grave es que si se renuncia a la paz, luego la vida obligará a renunciar a la democracia y finalmente a los territorios.

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21 de marzo de 2010
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La muerte en claroscuro

Rafael Argullol: Es un gran laboratorio en el que se experimentan lo que luego serán distintas actitudes del hombre delante de la muerte y la inmortalidad, de la memoria y del propio arte.

Delfín Agudelo: En relación a su idea de la muerte, recordé que en la tragedia griega, si no me equivoco, nunca se escenificaba la muerte violenta. Sin embargo si bien está esta ausencia visual, igual acarrea esta cantidad de elementos. ¿Habría algún sentido que iría a más por no estar escenificada?

R.A.: La muerte como acto no se presentaba porque todo acto con violencia era considerado obsceno. La violencia se narraba. Ahora, no sabría decir si en el conjunto de las tragedias nunca hay una muerte en directo, no lo sé. Lo que no hay es actos de brutalidad en directo, sino narrados. Se explicaba la muerte y al explicar efectivamente se incurría en ese claroscuro, en esa ambigüedad, en la cual nunca tenemos una clara certidumbre de que se mantenga la idea anterior del Hades, o bien la muerte esté conectada a ideas de trascendencia, y por tanto de la posibilidad de que haya una psiqué inmortal  o un alma inmortal, lo que cambiaría por completo la actitud. El momento en que tú varías tu relación con la muerte y tu relación con una posible ulterioridad tras ésta, como antes decía, todas las piezas de una arquitectura se desencajan o cambian. Tú estás variando muchísimas cosas: pasas del valor absoluto de la vida como un hecho único e irrepetible en sí mismo, a un valor quizá relativo de la vida, a un valor mayor que la psiqué sobre lo físico. Entran en viraje, en giro, muchos elementos.

Me inclino por creer que no chocaban solo dos concepciones: era un momento en que por influencia de un cosmopolitismo que ya en la época de Alejandro hacía que las concepciones acerca de la vida y de la muerte de distintos pueblos y culturas estuvieran penetrando en el acervo griego.

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19 de marzo de 2010
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II. Nos queda la palabra

Oyendo cantar a Paco Ibáñez las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre, con todo ese sentimiento salido de las entrañas que él pone, queda claro que ésta es la mejor manera de aprender poesía, de memorizarla, de volverla parte de las funciones sagradas de la memoria, para que la poesía vaya también a nutrir esos veneros de donde brota la escritura; porque para prepararse a escribir novelas, se lo dije, no hay nada menor que entrenarse en la poesía, leída con devoción, y cuánto mejor si escuchada con devoción.

            Que fue la manera como surgió la poesía, cantada, para perder luego a través de los siglos la música que la acompañaba y quedarse con la música que la ilumina por dentro y que a un juglar de los viejos tiempos como a Paco Ibáñez toca descubrir como sacarla de las entrañas del verso y volverla a dejar patente. Ponerle a la poesía la música que ya estaba en la poesía.

            En la voz de Paco Ibáñez toda poesía se convierte en un clamor de rebeldía frente a injusticias y desigualdades cuanto toca los registros del siglo de oro, siempre poderoso caballero es don dinero, y ya no se diga cuando toca los registros contemporáneos en la belleza de las estrofas de García Lorca, de Rafael Alberti, de Gabriela Celaya, de Miguel Hernández, andaluces de Jaén...¿de quién son esos olivos?, de Blas de Otero cuando canta al duro y terrible rostro de mi patria, y sabe que a pesar de todo le queda la palabra.

            Al final de aquella plática venturosa, me dijo Paco Ibáñez que la noche anterior en el concierto del teatro Amira de la Rosa había olvidado cantar la Canción de otoño en primavera de Rubén Darío, ¿y cómo podía no hacerlo frente a un nicaragüense? Y entonces desenfundó la guitarra y allí, frente a los huéspedes atónitos del hotel, cantó juventud divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, e igualmente atónito recibí semejante homenaje que ahora aquí consigno.

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19 de marzo de 2010
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El legado

Vienen tiempos difíciles. Soy optimista a largo plazo, pero la desazón me embarga ante los años que se avecinan. Hay demasiada crispación acumulada. Han sembrado sistemáticamente entre nosotros el rechazo a la opinión diferente y eso no se borra en poco tiempo.  Ayer cuando vi a un ama de casa que en tono vulgar gritaba “la gusanera está revuelta” ?refiriéndose a la peregrinación de las Damas de Blanco? constaté cuan largo es el camino de la tolerancia que nos queda por delante. Aprender a debatir sin ofender, a convivir con la pluralidad y a respetar las diferencias, tendrá que constituirse en asignatura obligatoria en nuestras escuelas. Será un proceso largo el hacer entender a todos que la diversidad no es una enfermedad sino un alivio. Temo que el grito se nos haga crónico y que la bofetada siga siendo la vía más rápida para acallar al otro. Me estremece presagiar una Cuba donde se continúa atacando física y legalmente a alguien por su filiación política o su tendencia ideológica. Qué triste país el que tendremos si a las autoridades les sigue pareciendo natural un escarmiento a quienes contradicen la opinión oficial. Ya me resulta bastante enferma una sociedad que asiste pasiva al acoso que sufrieron ayer unas pacíficas mujeres con gladiolos en sus manos. Pero el sectarismo no quedo allí, sino que intentaron justificarlo y por ello prepararon a la carrera un guión para el programa más tedioso de la televisión cubana: la Mesa Redonda. Sin embargo, los televidentes ?después de dos horas de estoica escucha? confirmaron que la ausencia de argumentos les ha dejado sólo el insulto, la difamación y las maromas verbales. ¿Por qué no tienen el valor de invitar, a ese aburrido set donde hacen un monologo cada tarde, al menos un par de personas que piensen diferente? El más tímido y parco de los inconformes que conozco los desnudaría con un par de preguntas y con unas breves frases haría tambalear su teoría de la conspiración. Pero no se atreven. Amparados por el poder ?no hay peor aliado para un periodista? sustentados su verbo y su pluma con las prebendas y los privilegios, saben que no soportarían la artillería de la crítica. De ahí que ensalzan el golpe, azuzan las consignas y ponen unos videos picoteados para probar que al diferente hay que aplastarlo. Alimentan así el fanatismo, ese germen que amenaza con prolongarse más allá de sus propias vidas: el legado de odios y desconfianza que pretende dejarnos este sistema.

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18 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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