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II. Las costuras del traje

También podríamos utilizar el ejemplo de una prenda de vestir, que me permite hablar de los procedimientos ocultos, esos que nunca pueden exhibirse a los ojos del lector porque conspiran contra la credibilidad del artificio, como serían las costuras de un traje. O el revés de un bordado. Voltear la tela al revés para examinar las costuras, es solamente un vicio del lector que lee como escritor y quiere ver la calidad de las puntadas, o la trama de revés de la tela, donde se esconden los secretos del procedimiento. Pero ésta es una deformación del oficio, que no le deseo a nadie que emprende la lectura de un libro por el gusto y el placer de leer, que es, al fin y al cabo, la razón de que existan los libros.

            Entrar en la lectura de un libro es entrar en la novedad que no debe ser mancillada. La costumbre, la familiaridad, terminan matando la sensación, o la ilusión de novedad, cuando uno lee como escritor para advertir los procedimientos, las mecánicas de relojería del libro, sus costuras, la trama al revés del bordado. Es la misma familiaridad  que permite descubrir, en la sala de la casa ajena que nos ha seducido la primera vez, tras repetidas visitas, las sombras de humedad en las paredes, la rotura de la alfombra, la insistencia de la presencia de determinados objetos que si nos maravillaron al principio, ahora nos resultan demasiado pobres, un desorden y un descuido que antes no estaban allí. Es la desilusión de la intimidad la que se apodera del ánimo, y en esa desilusión empiezan a habitar también ruidos, voces, olores, con su presencia incómoda.

 

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9 de abril de 2010
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Cuba Libre preso en La Habana

Justamente ayer, la víspera de presentarse en Chile una compilación de mis textos con el título Cuba Libre, me llegó una   información de la Aduana General de la República. En ella me confirmaban la confiscación de diez ejemplares de mi libro enviados a través de DHL. En las rancias y breves palabras de la burocracia, me explicaban:

Al realizar la inspección física del envío se detectó documentación cuyo contenido atenta contra los intereses generales de la nación, por lo que se procede a su decomiso en correspondencia a lo establecido en la legislación vigente.

Trato de reproducir la escena de ?los especialistas? dilucidando si permitían o no que el libro traspasara las fronteras de esta Isla y llegara hasta mis manos. ¿Buscarían en sus páginas alguna imagen obscena que pudiera ofender la moral? De seguro no la encontraron entre las fotos de vallas inflamadas de consignas políticas, las desvencijadas entrañas de un automóvil abandonado y las banderas cubanas exhibidas en un mercado donde no vale la moneda nacional. Esto último puede parecer obsceno, pero no es mi culpa. ¿Serían celosos doctores de la gramática esos que manosearon las frases de Cuba Libre buscando quizás una errata  o un tiempo verbal mal usado?  ¿Se trataba acaso de analistas militares, indagando entre los párrafos de mis crónicas por códigos ocultos, revelaciones sobre la economía o documentos secretos de la Seguridad del Estado? Nada de eso hallaron, ni siquiera la receta de cómo fabricar guarapo, esa casi extinta bebida nacional que se logra exprimiendo la caña de azúcar. Me conformo con fantasear que quienes impidieron a la versión española de mis textos llegar hasta cientos de amigos entre los que circularía eran unos uniformados con más disciplina que lecturas. Probablemente ya estaban avisados por los escuchas que monitorean constantemente mi teléfono; pueden haberles advertido incluso que no fueran a leer el contenido. Si tres años de publicar en el ciberespacio hubieran servido solamente para hacer llegar mi voz hasta estos torvos censores, sería suficiente motivo para sentirme satisfecha. Algo de mí quedará en ellos, como mismo su represiva presencia ha marcado mis crónicas, las ha empujado a saltar hacia la libertad.

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8 de abril de 2010
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Cerezas nucleares

Hoy daremos por terminada definitivamente la guerra fría. Una vez más. Con aquella contienda sin batallas ocurre algo extraño. Terminó en 1989, pero una vez y otra, en las dos últimas décadas, la hemos ido dando por solemnemente clausurada en unos gestos repetidos de conjuro o de reafirmación que no pueden ser más que tácita expresión de incredulidad. No nos faltan razones para la desconfianza. Pero esta vez será de verdad: la guerra fría queda atrás, es cierto; pero su lógica ha seguido hasta ahora mismo, y esto es lo que hoy terminará formalmente en Praga, donde Barack Obama y Dimitri Medvedev firmarán la renovación del Start, el tratado de reducción de armas estratégicas que conduce al punto más bajo de los arsenales nucleares desde aquellos tiempos en que el mundo vivía protegido bajo el paraguas del terror, al que se le llamaba la Destrucción Mutua Asegurada.

Yeltsin y Clinton la dieron también por liquidada en 1997, cuando pactaron el nuevo sistema de relaciones entre la Alianza Atlántica y Rusia, los enemigos jurados de antaño. Lo mismo hicieron Bush y Putin, cuando acordaron una reducción de arsenales en 2002. Barack Obama también acudió a este efecto-anuncio, justo ahora hace un año y en la misma ciudad, cuando pronunció uno de sus más brillantes y emotivos discursos. Pero el acto de hoy en Praga demuestra que lo que dijo entonces era verdad. Sus palabras de entonces se convierten en hechos que quieren clausurar la lógica de aquella guerra. A la firma del nuevo Start, le ha acompañado esta semana la presentación de la nueva doctrina nuclear de Estados Unidos, que sustituye a la elaborada con Bush en 2002, en los meses posteriores a los atentados del 11 S. Seguirá luego la Cumbre sobre Seguridad Nuclear, que reunirá la próxima semana a más de 40 primeros ministros y jefes de Estado. Y culminará en mayo con la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación en la sede de Naciones Unidas. Todo son pequeños pasos, es verdad. La reducción de arsenales desplegados a un límite de 1550 cabezas estratégicas todavía se queda corta. La nueva doctrina nuclear conserva elementos de la antigua. Obama es un centrista, gradualista y pragmático del que no caben esperar giros de 180 grados ni revoluciones en cuestiones estratégicas. Pero estos pequeños pasos van exactamente en la dirección contraria a la involución que se había producido en los años de Bush. Su objetivo central, expuesto hace un año en Praga, es la eliminación de las armas nucleares, y su estrategia desplaza el papel de estas armas del corazón del concepto militar norteamericano en el que la situaron los neocons. Bush fue un presidente proliferador. Abogó por mantener las armas nucleares e incluso por desarrollarlas. Salió del tratado de limitación de pruebas para poder ensayar con nuevos ingenios tácticos, llamados también bombas de bolsillo. La deriva de su presidencia hizo temer que intentara lanzar una cabeza nuclear táctica contra Irán, en una acción que habría significado el segundo golpe nuclear de la historia, después de Hiroshima y Nagasaki y habría sido de consecuencias devastadoras. Puso en peligro la doctrina de la no proliferación con el acuerdo cerrado con India, un país con el arma nuclear que no ha firmado el tratado de no proliferación (TNP) y que en buena lógica no debía tener asistencia de los países firmantes. Y lo peor de todo, con su guerra de Irak, impartió una auténtica lección proliferadora a Corea e Irán: quien no quiera ser atacado como Sadam Husein, que no tenía armas de destrucción masiva, mejor que las adquiera lo más rápido posible para evitarlo. Obama tiene una visión totalmente distinta, inspirada no por el miedo, sino por la esperanza en un mundo sin armas nucleares, al que quiere llegar mediante la acción multilateral. No lo plantea en términos ingenuos: de ahí la lentitud de sus pasos, que exasperarán a los pacifistas. Al contrario, quiere que sean prácticos y ofrezcan resultados tangibles: con su nuevo concepto, que mantiene intacta la capacidad disuasiva de Washington, quiere convencer a los senadores republicanos para que completen los dos tercios de votos que exige la ratificación del nuevo Start firmado con Rusia. Con la complicidad de Moscú, quiere plantear una actuación global en aquel Gran Oriente Próximo que Bush quiso remodelar y democratizar a cañonazos. En su caso, lo que busca es descargar a Israel de la preocupación por la amenaza existencial que supone un Irán nuclear e imponer un plan de paz que ninguna de las partes tenga fuerzas ni argumentos para rechazar. La suya es la doctrina de las cerezas: tiras de una y siguen las demás.

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8 de abril de 2010
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I. El árbol y el mueble

Quiero detenerme en una imagen que es el símil de mi oficio de escritor: un mueble. Puede que resulte un ejemplo un tanto arbitrario, pero mi abuelo materno era ebanista por afición. Del trabajo de sus manos conservo una hermosa mesa de roble, de amplia superficie y patas torneadas como airosas cariátides sin rostro que sostienen su arquitectura simple pero firme. Esta mesa, es la mesa sobre la que descansa la computadora en que escribo, los libros que consulto, mis cuadernos de apuntes.

            Para fabricar un mueble se parte de una idea de árbol, el árbol que se alza ante los vientos entre la abigarrada y oscura multitud del bosque. Es necesario elegir uno de ellos, apreciar su fuste, las rugosidades de su corteza, la extensión de sus raíces, la solemnidad de su estatura, la frondosidad de su ramaje, y entonces, hay que cortarlo. Y después de cortarlo, aserrarlo en piezas, ensamblar esas piezas, darles una forma; cuidar que las junturas no dejen luces ¾entre juntura y juntura no puede pasar la luz, saben de sobra los buenos artesanos¾; y por fin tallar, lijar, barnizar.

            Nada sobrevive de aquella forma de árbol, pero es el árbol. Entre el árbol y el mueble, entre la materia del árbol y la transformación de la materia en un mueble, queda de por medio la apropiación de esa materia, que es el proceso de convertir la realidad en imaginación y la imaginación en lenguaje; un proceso que requerirá de diversas herramientas, como las del carpintero que era mi abuelo: plomada, escoplo, buril. Y rigor, disciplina, sentido de las proporciones, amor de la perfección aunque la perfección se vuelva siempre inaprensible. Volver a lijar, volver a pulir. Tachar, sustituir, desechar. No dejar luces en las junturas.

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7 de abril de 2010
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La modestia de los más grandes

Cuando comparamos nuestros héroes habituales con los antiguos, es imposible no sonreír ante la paradoja de que todo siga igual siendo por completo distinto. Hoy me refiero a los héroes de las multitudes. En el origen de los actuales (y actualas) acaparadores de la adoración social, sean figuras del rock, maniquíes, futbolistas o similares, se encuentra aquel magnífico personaje, Lord Byron, que fue el primero en abrir el espectáculo.

    Me lo ha recordado el delicioso libro del gran Giuseppe Tomasi di Lampedusa publicado por Nortesur y que en apenas cien páginas da un retrato exacto, irónico, encantador y sagaz del primer gran ídolo de masas. Hoy puede parecer un disparate que el mundo entero adorara (o bien odiara) a aquel aristócrata cojo y guapo, rico y pobre, inteligente y descerebrado, revolucionario y conservador, seductor de mujeres y seducido por hombres, poeta inmenso y versificador mediocre, aquel nudo de contradicciones que exaltó a la juventud europea y la condujo a los excesos de entonces, que eran tan peligrosos como los nuestros aunque más sanos. El Pete Doherty del romanticismo nos parece hoy un ser tan fabuloso como el ave fénix y sin embargo tenía ya todos los ingredientes de la popularidad mediática.

    No obstante, lo que más me ha emocionado del libro ha sido el tono de voz, la presencia casi física del inmenso artista que fue Lampedusa. En 1954, fecha de redacción, le quedaban tres años de vida. No lograría ver editada su obra maestra, El Gatopardo, rechazada por todos los editores italianos. Casi al final de este librito, escribe: "Lo que le haría falta a nuestra sociedad sería un Byron, es decir, un poeta que no fuera esclavo del público ni de los editores". Lo decía como si hablara de algo imposible, pero muy discretamente él lo había realizado, no con la poesía sino con una prosa que es lo más cercano a la poesía de los tiempos prosaicos. Su modestia no le permitía admitir que había escrito, sin esclavitudes editoriales o populistas, la novela decisiva de la Italia moderna. Tan libre como Byron, más sabio.

 

Artículo publicado el domingo 4 de abril de 2010.

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7 de abril de 2010
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Camino de perfección

El modelo es italiano. Como en tantas otras ocasiones. De la civilización casi todo llega de la península itálica, lo más alto y lo más bajo. No hay estadio de perfección más elevado en este capítulo. Nadie ha llegado más lejos en la integral transformación del entero sistema político y de la moral de la sociedad. Los niveles alcanzados en otras naciones europeas se quedan cortos con lo que allí ha sucedido, donde los electores han convalidado y siguen convalidando las actuaciones del gobernante más corrupto de toda su historia desde los tiempos del Renacimiento hasta conseguir invertir la jerarquía de los valores. En Italia no hay corruptelas, ni corrupción política en sentido estricto; no hay financiación ilegal de los partidos políticos, ni políticos corruptos; el entero sistema se ha convertido en una maquinaria corrupta al servicio de quien es a la vez el corruptor y el corrupto en jefe, que sigue campando a sus anchas, adaptando las leyes y el Estado a sus intereses, comprando a diputados y funcionarios, a jueces y periodistas, gracias a la convalidación de sus métodos y de su altísima moral por parte de los electores.

No es fácil alcanzar tanto virtuosismo. Y no está claro que quienes en España aspiran a culminar este camino de perfección tengan las cualidades personales y la enorme capacidad corruptora que tiene el condottiero italiano que nos ocupa. Pero hay que reconocer que ponen mucho de su parte y con esto ya tienen la mitad del camino recorrido. Es difícil superar en cantidad y en calidad, en extensión y en intensidad los niveles de corrupción alcanzados entre nosotros por el partido que precisamente llegó al poder como abanderado de la regeneración moral y del Estado de derecho, frente a la corrupción y los crímenes de Estado del socialismo. Esa superioridad moral de partido incompatible con la corrupción, de partido irreprochable y legalista, era la coartada mayor para la mayor cueva de Ali Babá que jamás se haya visto en la democracia española. Lo único que falta ahora son las circunstancias políticas y económicas que les eleven a los altares de la sublimidad berlusconiana, en las que la corrupción quede bendecida y consagrada por las urnas como virtud democrática; y sea promovida y estimulada luego desde el Gobierno y las instituciones con el mismo ahínco con que se combaten los accidentes de automóvil en carretera. Una buena crisis económica, que destruya puestos de trabajo y deje en la intemperie a millares de familiares desahuciadas por sus hipotecas impagadas; un gobierno tan inepto como sea posible, incapaz de pasar un mensaje claro y siempre preparado para desmentirse varias veces al día; y un país polarizado por la inquina territorial, ideológica y religiosa, pueden bastar para que las próximas elecciones nos ofrezcan el milagro de la corrupción convalidada por las urnas. La fidelidad berroqueña del voto conservador y la crisis de la izquierda pueden hacer el resto. Esto no lo hemos visto todavía en unas elecciones generales en España. Sí se ha visto ya a pequeña escala en dos autonomía como mínimo, en la Comunidad Valenciana y en Madrid, donde la identificación ideológica puede más que los escrúpulos morales de los electores. Pero si este Partido Popular agusanado de arriba a bajo no se regenera antes de dos años ni consigue revertir su identificación con la corrupción, lo que nos espera puede ser tan grave como lo que ha vivido Italia bajo el berlusconato.

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7 de abril de 2010
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Gran Vía sin Ava

 

Estraperlistas, inversores sin escrúpulos, espías de rojo, escondidos de la segunda gran guerra, monarcas sin tronos, reyes de países desaparecidos, barones de imperios caídos, diplomáticos sin destino, nazis favorecidos del régimen y otras faunas de la vida golfa poblaban la Gran Vía después de la derrota republicana. Los malos habían tomado Madrid, se habían apropiado de la Gran Vía después de haberla bombardeado. Madrid, en los años de la Segunda Guerra Mundial, en los primeros años de la reconstrucción democrática de las ciudades liberadas de los fascismos, se había convertido en el refugio cosmopolita de lo peor de Europa. Una ciudad cosmopolita que estaba llena de agujeros, de miseria, de perdedores, encarcelados, humillados y vencidos. "Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres" como decía el poema del pusilánime, buena persona, bebedor y putero, Dámaso Alonso. Y la Gran Vía era su escaparate para disimular las miserias, para inventarse que Madrid también era New York.

Cien años de la Gran Vía, y setenta años desde que la calle se volvió a iluminar para esconder o disimular la inmoralidad de los vencedores. Ayer me tocó esperar que salieran los Borbones de la librería de la Gran Vía dónde no encontraba un libro que hoy, al fin y en una vieja librería, he podido encontrar. Me pareció una imagen irreal, atrapado en una librería porque allí estaban los reyes. Felizmente se fueron pronto, dejaron sus sonrisas y sus rápidas preguntas por algunos autores, algunos libros. Me pareció escuchar que el responsable de la librería, "La Casa del Libro", les hablaba del centenario de Miguel Hernández, le honra.

Hace años escribí sobre la Gran Vía y algunas de sus más famosas habitantes. Lujosas y menos lujosas chicas de alterne de Pasapoga, Pidoux,  El Abra o Chicote. Lugares del pasado, espacios del recuerdo de una calle, de una ciudad que ya no es aquella. Todavía queda "Chicote", pero ya no están las señoritas prostitutas que seguían las normas del barman simpático y franquista, Perico Chicote. Ya no es el que fue. Ni están las chicas en la barra, ni nunca más estará Ava Gadner cogiendo una barata y divertida borrachera.

Me gustaban aquellos simpáticos de la golfemia culta, la generación del 27 de la derecha- Jardiel, Tono, Neville, Mihura, Herreros- que creían haber ganado la guerra y tuvieron que soportar el franquismo. ¡Que se jodan!  Tenían su gracia, su humor disparatado, absurdo. "Yo había decidido nacer en Madrid, porque pensé que era el sitio que me cogía más cerca de "Chicote". Hubiera podido nacer en Burgos, o en Sevilla, sin ningún esfuerzo porque ambas capitales estaban terminadas ya; pero eso me hubiera pillado muy lejos para ir a tomar el aperitivo"

Mi homenaje, mi recuerdo, mi cariño a las peripatéticas de la Gran Vía que tuvieron que ocultar a sus padres perdedores, burlar las raciones de las cartillas de racionamiento a golpes de cadera. De meneo de trasero, de falsas copas, de polvos rápidos y de miedos de supervivientes en aquella ciudad abierta, hipócrita, injusta para la mayoría, divertida para algunos. La Gran Vía fue el escenario ideal de todas esas Lolas de espejos oscuros.

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6 de abril de 2010
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Sobre los modos de contar la realidad

La semana pasada escribía aquí  acerca de la más reciente novela de Muñoz Molina, novela que se añade a la ingente cantidad de ficción escrita a propósito de la Guerra Civil española y que parece así pervivir obstinada en nuestra memoria: para bien y para mal. Como la siniestra noche dictatorial que vivió la Argentina y que aún sigue habitando en las pesadillas de muchos, oscura como un mal presagio, mantenida viva también por maravillosas y al mismo tiempo sombrías ficciones que se han escrito acerca de ella. Una de las más conmovedoras para mí, por la delicada manera de eludir el horror en bruto y precisamente por ello hacerlo más terrible, ha sido escrita por un vecino de Blog, Marcelo Figueras. Se hizo una película de ella y se llama Kamchatka. Altamente recomendable. Y las muchas ficciones acerca de la dictadura chilena, desde las que la muestran a rostro descubierto y sin escatimar su plena dosis de horror, hasta las que la mantienen como una línea de horizonte para el argumento de una historia aparentemente más liviana o acaso más personal, como Almuerzo de Vampiros, de Carlos Franz, otra novela de gran valía.

Y algo similar viene ocurriendo en el Perú, que ha generado en los últimos años una gran cantidad de literatura ¾buena, pasable y a veces simplemente mala¾ sobre lo que sucedió allí durante los terribles años del terrorismo y la dictadura de Fujimori. Es un fenómeno curioso porque habitualmente las dictaduras y el terrorismo suelen ser fuerzas que casi nunca actúan al mismo tiempo: naturalmente, una dictadura jamás consciente que el terrorismo campee a sus anchas: ella misma ejerce de tal, desde la usurpación del Estado. Por eso, cuando ocurre, como fue el caso del Perú a finales de años ochenta y principios de los noventa -que la dictadura de Fujimori tuviera que luchar contra el terrorismo de Abimael Guzmán- se genera en el país una noción distorsionada de lo que está bien y lo que está mal. Cuando Fujimori paseaba entre los cadáveres de los terroristas del MRTA que habían secuestrado durante meses a gente que se encontraba en la embajada de Japón en Lima, muchos festejaron aquella imagen llena de salvajismo como el triunfo del bien sobre el mal. Y parecíamos no darnos cuenta de que en la batalla que libra una dictadura contra el terrorismo no hay ningún ganador, pero sí un perdedor: la civilidad y la democracia.

Algo similar parece haberse trasladado a mucha de la literatura que se ha escrito en el Perú sobre aquellos años de terrorismo y gobierno despótico. Parece pues que los peruanos aún no somos capaces de leer simplemente literatura de "la guerra" (ya todo un género...) sin tomar partido, sin criticar al escritor, a la mayor o menos complacencia con la que escribe, a su grado de participación ideológica, a su postura frente a aquella época sombría. Y parece que todo el espectro termina por contaminarse y el debate se libra fuera del terreno literario. No es bueno, pero parece que tampoco resulte evitable, al menos del todo y durante algún tiempo. Quizá en esos casos ocurre que son los otros, los de fuera, los que pueden leernos mejor, menos premunidos contra lo real que alimenta aquellas historias.   

 

 

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6 de abril de 2010
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¡Felicidades, Gran Vía!

  

 

            La Gran Vía es femenina, con curvas, empinada, sinuosa. Según nos situemos, la perspectiva será diferente, como si los edificios se doblaran para dejar entrar lo mejor de la luz o alguna hermosa fachada a lo lejos. Y si se mira para arriba en los días de sol los cristales de las ventanas parecen espejos enviándose señales unos a otros. Tras los espejos hay academias, clínicas, despachos de abogados, de detectives, hostales, habitaciones de hotel, apartamentos, oficinas y mucho más. Y abajo aún nos podemos encontrar alguna tienda con flamencas, toros, mantones y damasquinados, que nos hace preguntarnos cómo veríamos esta calle si fuésemos turistas. Yo particularmente nunca me sentaría en una terraza entre torrentes de gente que pasa sin cesar y codo con codo con los coches. Sus aceras están hechas para andar, para moverse, y si es verano, bajo la sombra de los propios edificios porque no hay árboles. Se ha intentado instalar algo de verde con jardineras aquí y allá, pero la Gran Vía rechaza el verde, no necesita esconderse tras el follaje, es lo que es. Tiene ese toque popular que hace que todo el mundo sea de la Gran Vía. Especialmente ahora que cumple 100 años. Qué no habrá ocurrido aquí, qué no se habrá visto en estas aceras llenas día y noche.

            En esto iba pensando mientras paseaba el otro día por ella echándoles vistazos a los escaparates, hasta que al llegar al edificio de Telefónica se abrió una gran puerta giratoria a mi paso que me dijo, entra, y entré lentamente sin saber bien qué hacía allí. Era una tarde extraña, entre plateada y rosa, tormentosa sin tormenta, melancólica. Daba la impresión de que el cambio climático se iba a producir de un momento a otro y que nos iba a pillar en la calle. En la acera había un grupo de jazz tocando y los transeúntes pasábamos a su lado con nuestros mejores andares como si estuviéramos en el rodaje del final del mundo y no quisiéramos estropearlo.

            Éste sería un momento tan malo como otro cualquiera, pensé mientras me dejaba tragar por la puerta giratoria hasta la exposición que acogen estas instalaciones de teléfonos de distintas épocas y todo lo referente al principal invento de nuestra civilización después de la luz. Todos los modelos, aunque fuesen muy antiguos, me resultaban familiares porque los había visto en el cine. Ese aparato con un gancho al lado que parecía una prolongación de la mano de Cary Grant o Humphrey Bogart. O las telefonistas de El apartamento, de Billy Wilder. Precisamente hay una reproducción muy emotiva en esta muestra de una larga centralita con clavijas y luces rojas y verdes y las operadoras sentadas en fila y uniformadas en las posturas más cómodas que podían adoptar para que no se les hinchasen las piernas. Detrás de ellas, en un pupitre aparte, una encargada vigilaba su trabajo, ¿tal vez para que aquella chicas que tanto han llenado la pantalla con sus voces cruzadas y sus dedos ágiles y su profundo conocimiento del ser humano no escuchasen más de la cuenta? Eran unas expertas en la voz. La voz es lo que llega más lejos de una persona. Es como su espíritu y nunca cambia tanto como el cuerpo. Quizá por eso lo que al final quedan en las casas y castillos embrujados son las voces de sus habitantes. Ahora, en cambio, preferimos no comprometernos con la voz y escribir mensajes.

            Seguí adelante. Tenían algo nostálgico los grandes teléfonos negros de Crimen perfecto y los blancos de Confidencias de medianoche. Pero lo más impresionante fue entrar en una habitación en que se levantaban imponentes bloques metálicos con cables y palancas. Era una central antigua en que se veía cómo por una mínima llamada se ponía en movimiento todo un universo de piezas que iban chocando unas con otras. Y esto sucedía tanto si la llamada servía para salvar una vida como para cualquier tontería, como si el universo fuese ajeno a lo que consideramos importante, y como si nosotros fuésemos ajenos al complejo engranaje que entra en funcionamiento con cualquier acción, con cualquier palabra o mirada. Pero ahora estamos acostumbrados a no ver la gran complicación que hay detrás de la vida. Si nos diésemos cuenta quizá nos frenaríamos en el empeño de hacerla difícil y angustiosa. De hecho en los modelos de central actuales todo es más rápido, fluido, más invisible, como si no pasara nada. Y, sin embargo, pasa.

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6 de abril de 2010
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Patria de uno, pueblo de uno, socialismo de uno

O de dos, porque ese uno que fue dos, Raúl, es como un eco del uno único, que es Fidel. El nuevo uno no es tan prolijo como el otro y algo más viejo uno, pero es igual de claro en su caudillismo. Cuando dice pueblo quiere decir yo, cuando dice patria quiere decir yo y cuando dice socialismo también quiere decir yo.

El culmen de esa egocracia vestida de socialismo militarizado y de vulgata marxista es exhibir los acontecimientos de 1962, la crisis de los misiles entre la Unión Soviética y Estados Unidos, el momento en que la humanidad se ha situado más cerca del holocausto nuclear, para amenazarnos con otra, con una repetición que esta vez termine con todo: ?Este país jamás será doblegado. Antes prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962?. Que traducido del castrista quiere decir: me llevaré todo por delante antes de rendirme o pastelear una transición democrática; prefiero que desaparezcamos todos y que la isla se hunda en el mar de las Antillas a que desaparezca la dictadura que ejercemos los hermanos Castro sobre el pueblo cubano. En aquella crisis, provocada por el despliegue de misiles nucleares soviéticos en Cuba, el máximo dirigente de la URSS, Nikita Jruschov, negoció con el presidente americano, John Kennedy, a espaldas de un Fidel Castro empeñado en mantener el desafío y dispuesto a ir a la guerra, que sería nuclear, con Estados Unidos aun a costa de la desaparición de Cuba. Su hermano Raúl evoca ahora aquellos hechos para demostrar su disposición a hundirse como Sansón en el templo con todos los filisteos antes que ceder el poder. Los Castro hablan del pueblo, de la patria y del socialismo. Pero es bien evidente que sólo ellos son los intérpretes auténticos de lo que quiere y dice el pueblo, del que queda automáticamente excluido quien no piense y haga lo que ellos quieren. Como ellos también son los únicos intérpretes de una patria que prefieren exterminada antes de que sea libre de decidir su destino. Y no hablemos del socialismo, que quiere decir la propiedad privada castrista de todos los medios de producción, de la tierra y de cuanto se mueve en Cuba. Dicho en otras palabras: Cuba es su cortijo. Por cierto, este discurso lo ha pronunciado Raúl Castro en la alcusura del congreso de la Unión de Juventudes Comunistas, donde una vez más se ha puesto en evidencia lo que sucede con las autocracias: ni siquiera cumplen las reglas que ellas mismas se imponen. El PCC tiene la obligación estatutaria de reunir su congreso cada cinco años. Pues bien, veamos que dice al respecto el máximo líder: ?En asuntos de envergadura estratégica para la vida de toda la nación no podemos dejarnos conducir por emociones y actuar sin la integralidad (sic) requerida. Esa es, como ya explicamos, la única razón por la cual decidimos posponer unos meses más la celebración del Congreso del partido y a la Conferencia Nacional que lo precederá?. El último congreso del PCC, el quinto, se reunió en 1997, y la Conferencia Nacional, de reunión obligada entre congresos, jamás se ha reunido. Y el secretario general es todavía el abuelo Fidel, con su chándal y su verborrea irrefrenable. Lo dicho: el cortijo de una dictadura gerontocrática. (El ya fallecido Robert McNamara, entonces secretario de Defensa de Kennedy, dio esta explicación, que traduzco, sobre la crisis de los misiles, en el filme ?The Fog of War? de Errol Morris. ?No fue hasta enero de 1992, en una reunión presidida por Castro en La Habana, cuando me enteré de que 162 cabezas nucleares, incluyendo 90 cabezas tácticas, estaban desplegadas en la isla en aquel crítico momento de la crisis (sic). No podía creer lo que estaba oyendo y Castro se enfadó mucho conmigo porque dije: ?Señor Presidente, terminemos esta reunión. Esto es totalmente nuevo para mí y no estoy seguro de que estén traduciendo correctamente?. ?Señor Presidente, tengo tres preguntas para usted. La primera: ¿Tenía usted conocimiento de las armas nucleares desplegadas? Segunda pregunta: ¿En caso de saberlo, habría recomendado usted a Jruschev que las usara ante un ataque de Estados Unidos? Tercera pregunta: ¿En caso de usarlas, qué hubiera sucedido con Cuba?.? ?El respondió: ?En primer lugar, sabía que estaban aquí. En segundo lugar, no habría recomendado a Jruschev, sino que le recomendé efectivamente que las usara. En tercer lugar: ¿Qué hubiera sucedido con Cuba? Habría quedado totalmente destruida. Así de cerca estuvimos. Errol Morris: ¿Y se le veía dispuesto a aceptarlo? Sí, y volvió a preguntarme: ?Señor McNamara, si usted y el presidente Kennedy se hubieran encontrado en una situación similar, ¿qué hubieran hecho??: Le dije: ?Señor presidente, espero por Dios que no lo hubiéramos hecho. ¿Hacer caer el templo sobre nuestras cabezas? ¡Dios mío¡?.)

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6 de abril de 2010
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