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La Ciudad Amurallada: Distopía y resistencia

Eduardo Iglesias construye en La Ciudad Amurallada una ambiciosa distopía que fusiona novela negra, reflexión filosófica y crítica política en un texto denso y exigente. La historia arranca con J Solo, un detective hastiado cuya misión consiste en encontrar a ocupantes de vehículos abandonados en la Ciudad Abierta del Siglo XX, un parque de atracciones que funciona como válvula de escape para los habitantes de la opresiva Ciudad Amurallada. Su búsqueda de Lara Márquez, una joven desaparecida, se convierte en el detonante de una transformación personal que trasciende lo detectivesco para adentrarse en territorios existenciales y políticos.

El mayor logro de Iglesias es la construcción de una atmósfera kafkiana y opresiva. La Ciudad Amurallada se presenta como una urbe militarizada, protegida por bóvedas blindadas, donde grandes paneles transmiten consignas incesantes: "No fume, no beba, no se drogue" o "Prevención antes que detención". Esta ciudad-prisión, creada supuestamente para proteger a sus habitantes del terror externo, contrasta violentamente con los espacios de resistencia que sobreviven en sus márgenes: el bar clandestino de Leo, las montañas donde Lara escribe en una tienda de campaña, las cuevas donde se refugian los rebeldes. La novela se estructura en cinco partes que funcionan como círculos concéntricos, permitiendo que distintos narradores aporten perspectivas complementarias sobre el mismo universo opresivo.

La prosa de Iglesias es densa y está cargada de referencias culturales que van desde Wagner y Bruce Springsteen hasta Buñuel, Blade Runner y los filósofos presocráticos. Estas referencias enriquecen el texto con capas de significado El autor no teme la digresión filosófica ni el ensayismo, incorporando reflexiones sobre san Agustín, Heráclito o Adorno.

Los personajes experimentan transformaciones radicales a lo largo de la novela. J Solo pasa de detective a amante, de fugitivo a orador filosófico, en un arco narrativo que recuerda al de Winston Smith en 1984 pero con matices más existencialistas. Lara Márquez, por su parte, es un personaje esquivo que funciona más como símbolo: escritora, stripper, líder guerrillera. Los fragmentos de su cuaderno, con relatos sobre mujeres en el desierto saharaui o aviadoras en situaciones límite, aportan contrapuntos líricos.

Uno de los aspectos más intrigantes es la dimensión metaficcional: los rebeldes utilizan el nombre de J Solo como consigna, y existe un libro prohibido dentro de la novela que narra precisamente la historia que estamos leyendo. Esta estructura de cajas chinas genera una reflexión sobre el poder transformador de las narraciones y su capacidad para inspirar resistencia, aunque añade complejidad a un texto de por sí exigente.

La Ciudad Amurallada es, en definitiva, una propuesta literaria valiente que exige compromiso. Iglesias ha construido un texto híbrido que dialoga con tradiciones diversas para plantear preguntas incómodas sobre el miedo, el control y la libertad. No es una lectura fácil ni complaciente, pero para lectores dispuestos a adentrarse en una distopía intelectual que privilegia la reflexión sobre el entretenimiento, ofrece reflexiones valiosas sobre el precio de la seguridad absoluta y la necesidad irreductible de espacios de libertad.

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6 de noviembre de 2025
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La extranjera soy yo

 

La noche era templada, las luces tintineaban caprichosas y mi empeño en hallar antiguas volutas, bellos naufragios de las leyendas del jazz, me condujo hasta las puertas de Zinc, un club que en los años 40 se llamaba Cinderella. Allí actuó la enorme Billie Holiday, y Thelonius Monk fue pianista residente, por lo que pisar ese escenario se me antojaba hermoso. El día anterior había disfrutado de la big band que dirige Wynton Marsalis en Jazz at Lincoln Center mientras comía pollo frito y tres jóvenes estudiantes seguían a mi lado las ondulaciones del saxo y la fuga del piano. Mi codicia musical no tenía fin y quería apurar un par de noches en Manhattan en uno de esos lugares que curan el ánimo, por lo que me escapé sola al Village sin maquillaje ni resquemor.

No tengo duda de que los grandes estropicios humanos se deben al exceso de confianza, a esas certidumbres que sostenemos porque no queremos perder las expectativas. Pero ¿cómo iba a relacionar algo tan exquisito como el jazz con la humillación? Eso es lo que me aguardaba en el club, donde un portero afroamericano de pintoresco uniforme quiso aplastarme con su autoridad. Tras más de veinte minutos de cola, los dos chicos que tenía delante recibieron a cuatro amigos más; les hice un gesto impaciente y entendí que me cedían el paso. Pero cuando llegué a la puerta me topé con una voz de alférez que me acusó de haberme colado. El malentendido fue mudando hasta ponerse violento: tanto él como el grupo de jóvenes empezaron a mofarse de mi inglés. “Pero si habla alemán”, repetían.

El portero no solo me dijo que no había sitio para mí, sino que mi único lugar estaba “en la calle”, señalándome una silla a su lado. Como un perro, un pedazo de carne, una apestada. Su única misión era seguir mofándose de mi mal acento y aprovecharse de mi circunstancial soledad. Aunque una haya acumulado desencuentros y críticas a lo largo de los años, es pasmoso ver cómo empiezas a farfullar ante la humillación: quienes atacan huelen tu desconcierto mientras la burla deshumanizadora te desarma. No hay carácter, ni experiencia, ni recurso que sirvan, solo parálisis.

Nunca lo había sufrido en mi piel, pero ahora ya sé a qué se refieren aquellos que son reducidos a lo infrahumano por ser extranjeros. El umbral de cualquier puerta se encoge, y por mucho que intentes comprender, te vas con la hostia en el cuerpo.

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6 de noviembre de 2025
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Eros y biberones

Erótica y materna, publicado por Ediciones Rialp, pertenece a esa rara estirpe de libros escritos para despertar una forma de intelecto adormecido en quien ya abraza la complejidad del tema que se trate. Su autora, Mariolina Ceriotti, neuropsiquiatra y psicoterapeuta, ahonda en el misterio del universo femenino, su encuentro entre el eros y el don. La habitación simultánea del cuerpo que da la vida y el cuerpo amante. Ceriotti lo recoge todo: filosofía, teología, psicología y titulares.

Allí donde los tiempos modernos vieron conflicto —la mujer dividida entre amante y madre—, Ceriotti sugiere continuidad. No puede haber contradicción entre el deseo que busca y el cuerpo que acoge; ambos responden a una misma vocación de reciprocidad. Su lectura nos dice que lo fecundo no se opone a lo erótico; de darse la forma contraria, no funcionaría.

Es cierto que el tema puede dar pereza, ya que cada vez que se invoca la cuestión femenina algo se agita en el debate público de la forma más desagradable posible. Hace unos días, la revista Glamour publicaba una lista de honor para los premios Mujeres del año 2025. En ella aparecen nueve hombres biológicos, llamados mujeres trans. La falta de significado del cuerpo femenino, en su sentido más profundo, ha desvanecido la complementariedad entre los dos sexos. Como bien dice la autora: «Masculino y femenino son dos modos de estar en el mundo, dos identidades de valor equivalente, ambas enteras y, al mismo tiempo, incompletas, porque a cada una le falta algo que solo posee y puede dar el otro». El énfasis excesivo en la dimensión exterior de lo femenino —parecer mujer, habitar el cuerpo propio como lo haría una mujer y, por tanto, ejercer una especie de derecho a ser tratada como tal— rompe con el equilibrio de su dimensión universal.

Precisamente, Erótica y materna no es un libro sobre la maternidad ni sobre el deseo, sino sobre la forma en que ambos se entrelazan en una misma fidelidad al ser de manera auténtica y plena. El eros, liberado de su caricatura hedonista —el mundo de las apariencias, lo que nunca trascenderá—, vuelve como una fuerza de conocimiento; la maternidad, achicharrada de sentimentalismo, como una forma de sabiduría e instinto indestructible. En este cruce, el libro encuentra su latencia: la afirmación de una corporalidad que no divide, la identidad propia. Hay que dar testimonio del valor de la condición femenina. Al fin y al cabo, no hay acto más revolucionario que dar vida.

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4 de noviembre de 2025
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Cruce de caminos (homenaje a Mayteé Chinchilla)

No la conocí. Nunca la vi. Supe de ella por su profesor, el cubano afincado en Costa Rica Froilán Escobar, un fanático de las letras y la enseñanza de quien me hice amigo en los años noventa, cuando vivía en San José. Un día visité a Froilán en la universidad San Judas Tadeo, en un barrio residencial, verde y tranquilo de la capital tica, y él me pasó junto con dos de sus libros, tres hojas sueltas con una crónica de una alumna de segundo año de Periodismo que le había impresionado mucho.
Los libros, publicados en Cuba, todavía los conservo: son los relatos de Froilán de dos viajes míticos, insertos en el imaginario de la isla. Uno es el viaje de José Martí de vuelta a su patria para liberarla de la colonia española. El otro, el viaje del Granma, en el que Fidel Castro, el Che Guevara y los otros barbudos desembarcaron para hacer la revolución. Desencantado ya de la épica revolucionaria y sus burócratas, ahora el cronista enseñaba, y el día en que lo visité tenía en las manos un fruto de sus lecciones, pero también del talento de una alumna singular.
Desde entonces, cada vez que me tocó enseñar a un grupo de estudiantes a ir a un sitio desconocido y entender por qué y para qué están allí, les leo Cruce de caminos.
Así empieza este relato. A Mayteé Chinchilla y a sus compañeros el profesor Froilán les había encargado un ejercicio así.

Estoy bajo la carpa del circo, sentada en un tablado de madera. Está por comenzar la función. Todos estamos expectantes. De pronto, se escucha un sonido alegre de tambores y pitoretas. Los niños del público dan un grito de júbilo. Yo miro arriba: la carpa se llena de globos de colores. Se oye entonces otro grito de alegría de los niños. Aparece en el redondel un hombre regordete, de traje negro, que anuncia: "Damas y caballeros, niños y niñas, el circo de los Hermanos Suárez se complace en presentarles..." Y se abre un telón rojo.
Por la abertura salen, en fila, sonrientes: trapecistas, malabaristas, domadores, una banda de música que toca música estridente y, cerrando el "opulento" desfile, tres payasos que caminan en orden de tamaño: el primero es enorme, un gigante; el que le sigue, es de estatura normal; y, el último, el que cierra, es un enano.
Sí, un enano. Una de las bolas de colores cae a tu lado. Ahí te das cuenta de cuán pequeñito eres, Pedro: la bola es casi más grande que tú. Por eso, después que termina la presentación, te sientas frente al espejo de tu camerino. Miras tu rostro alargado por la tristeza. No te soportas. Pero sigues mirando fijo. Te ves de niño en el pueblito mexicano de Aguascalientes. Esa imagen en el orfanato te persigue. Nunca tuviste amigos.

Y aquí empieza la magia: en general, después de leerlo, les pregunto en clase qué sucede en el siguiente párrafo. Después de un momento, alguien nota que Mayteé le está hablando a Pedrito, el enano. Se dirige a él, para contarle su propia historia, y ese recurso aparentemente ilógico tiene un gran efecto emotivo. Pero después de contar la infancia del payaso, viene una nueva sorpresa: sin decirlo explícitamente, la estudiante hace una comparación que deja claro por qué decidió ir a ese lugar para entrevistar a su personaje:

Cuando me imagino a Pedro mirándose en el espejo, yo también me veo en un rincón de uno de los pasillos del liceo de Desamparados. Trato de evitar que me descubran. No quiero que se burlen de mí. Contemplo a las otras muchachas, altas, que en el recreo se pasean alegres. Se divierten con lo que sea, o con quien sea: "Miren a ésta: le faltó levadura para crecer. Mae, usted se equivocó de lugar, el kinder está en otro lado".

Y con una sorprendente sabiduría narrativa, la acción vuelve al circo.

En ese momento el trapecista comienza la función. Camina por la cuerda floja. Luego sigue el turno al domador de leones. Al final, vienen los payasos. Los dos grandes toman por los brazos a Pedro y lo colocan sobre una bola gigante de colores. Da pena verlo así, tan pequeñito. Pero más pena da cuando hacen rodar la bola para que caiga, al tiempo que suenan un montón de bombas y pitos. Grandes y chicos ríen, menos yo y un niño que, cerca de mí, pregunta, preocupado: "Mamá, ¿si yo no crezco también voy a ser payaso?"

Más recuerdos del colegio, mientras avanza la historia de Pedrito que ella nos cuenta con el recurso de contárselo a él.

En el pueblo, Pedro, te topaste con una gran carpa, ¿recuerdas? Pero no te acercaste por curiosidad, sino por hambre. Las tripas te sonaban. Un hombre "alto", que para ti era casi un gigante, miró hacia abajo para verte. Sí, apenas le llegabas a la rodilla. Era Francisco Suárez, el dueño del circo. Le pediste comida y te ofreció trabajo. "Por tu tamaño, a lo mejor haces reír a la gente. Por tu tamaño, a lo mejor puedes ser payaso".
Al contarlo así, nosotros los lectores sentimos las humillaciones de Pedro, que sólo habla con los animales porque son los únicos que no se burlan de él. En paralelo, Mayteé se enfrenta a las bromas del director de su colegio y del dueño de un medio en el que busca trabajo.
El tablado frío y una pausa en la función hacen que vuelva a la primera vez que fui a pedir trabajo en un periódico. "Está todo en orden. Su curriculum es bueno, pero el trabajo que usted pretende como reportera es duro. Es para alguien con estatura", me dijo el director solapando una broma. "Lo sé, señor. Estoy completamente segura de que es para alguien con estatura", le contesté secamente, sin intención de congraciarme.
La función termina. Se oyen las pitoretas, los globos que estallan, la música estridente de la banda y los altoparlantes, que anuncian: "Damas y caballeros, niñas y niños, el circo de los Hermanos Suárez les agradece su compañía. Los esperamos nuevamente para otra función..."

Y el golpe final. Todo lo que nos cuenta en esa creativa segunda persona es lo que Pedro le contó en la entrevista que está a punto de empezar. El final es en realidad el comienzo. Pero un comienzo con una frase última que queda resonando, al menos para mí, en la memoria.

El guarda me lleva a un viejo camión que sirve de oficina al circo. "Espere aquí, ya le traigo a Pedrito". Espero de pie junto a la puerta. Al momento, aparece una figura de medio metro, que me hace sentir grande. Aunque me mira cordialmente, lo hace con cierta desconfianza. "¿Ha visto a una periodista? Me dijeron que me quiere entrevistar". Entonces se fija en mi estatura. "¿Usted espera a don Francisco? Lamento decirle que aquí no hay trabajo. Los payasos estamos completos".
Entonces, como si estuviera saldando una vieja cuenta, extiendo mi mano y me presento: "No, Pedro, soy Mayteé Chinchilla. Yo soy la periodista que te quiere entrevistar".

Cada vez que leo esta crónica en voz alta, se me hace un nudo en la garganta. Siento que soy Mayteé, que en algún momento todos somos ella, aunque seamos altos, aunque las humillaciones de nuestras vidas hayan sido más solapadas, menos evidentes.
Y entonces les cuento que después de terminar la carrera con excelentes notas, Mayteé Chinchilla no encontró trabajo en medios, como sospechábamos por la escena que figura en el mismo texto. Trabajó 18 años en el Ministerio de Hacienda, gracias a un cupo para personas con discapacidad. Pero como sucede a muchas personas con acondroplastia, la aquejaron problemas físicos y murió joven, en 2019.
Para preparar la clase busqué información en Internet. Sus compañeros crearon una página en Facebook en su homenaje. Publicaron allí Cruce de caminos. Y agregaron un relato del día en que leyó su crónica en clase.

Cuando a Mayteé le tocó su turno de lectura, se hizo un gran silencio. Todos estaban expectantes. Y cuando terminó aquellas cuartillas, sucedió lo extraordinario: todos sus compañeros se levantaron de sus asientos y empezaron a aplaudirla. Era el aplauso al mejor trabajo. Ella, nerviosa, no sabía si sonreír o si secar de soslayo unas lágrimas. No sabía cómo comportarse ante tal reconocimiento.

En la misma página de Facebook su profesor Froilán Escobar escribió:

Somos, en gran medida, lenguaje. Las palabras que dejamos, cuando partimos físicamente, forman parte del imaginario y de las emociones de quienes nos recuerdan. Mayteé Chinchilla, la autora de esta crónica, falleció el pasado miércoles. Pero no se ha ido en realidad, porque las palabras han tendido «puentes como liebres» hasta la vivencia personal que ella quiso dejar plasmada.
A veces nos cuesta creer en nosotros mismos. En el momento de medir la capacidad de cada uno —a veces por pereza, a veces porque no vemos con claridad—, nos contentamos con nuestras pequeñeces. ¿Se imaginan entonces cómo hacen para crecer los que, por razones de estatura física, son objeto de burla desde niños y transitan un largo camino de exclusiones? Pareciera que, para ellos, no hay ninguna posibilidad. Sin embargo, Mayteé, con su insistencia y persistencia, ha demostrado lo contrario. Ella, aunque la talla de su cuerpo era considerablemente inferior a la común, se volvió una experta en esto de crecer.

Al menos una vez por año vuelvo a este texto, a esta autora, al recuerdo que dejó en su humilde universidad costarricense y que yo he intentado desparramar por los países donde he ido a enseñar periodismo.

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3 de noviembre de 2025
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Entrevista a Eduardo Iglesias sobre ‘La ciudad amurallada’

 

                  1. La novela comienza con un argumento policial, pero pronto abandona el género. ¿Qué te interesa más: el enigma narrativo o la transformación interior que ese enigma desencadena?

Siempre en mis novelas me interesa primordialmente el enigma narrativo e intento no disolverlo. Y en cuanto a la transformación interior, es la propia escritura la que va configurando esa transformación que el enigma desencadena. Es el modo de ir descubriendo lo que voy narrando. Cada día de escritura tiene que sorprenderme. Es también una manera de descubrirme a mi mismo. Todavía no me conozco bien.

                  1. Ambientas la historia en un 2036 que se parece demasiado al presente. ¿Es una advertencia deliberada o un diagnóstico del tiempo que nos toca vivir?

La primera parte está escrita a comienzos del 2011 (Cuando se vacían las playas), entonces me pareció lejano el 2036. Ahora nos damos cuenta de que ya está aquí. Como dices, sí, es una advertencia, algo que veía venir. En realidad no vamos a una Ciudad Amurallada, más bien vamos a un mundo amurallado. Enorme metáfora. Trump lleva al ejército a ciudades como Chicago, San Francisco, etc… Ciudades democráticas que luchan para que no les inunde el totalitarismo.

                  1. Solo pasa de detective a figura mítica, mientras Lara Márquez evoluciona de mística a líder política. ¿Qué te atrae de esas metamorfosis: la identidad o su pérdida?

En principio busco la identidad de esos dos personajes. Más que una distopía busco una utopía. Y si los personajes son flexibles, permeables digamos, van hacia un cambio. Es la misión de la escritura, por lo menos la mía. Y claro, pierden esa identidad inicial en el transcurso de sus vivencias. En esa aventura.

                  1. En la segunda parte, la rebelión parece volverse un espejo del poder que combate. ¿Tu novela sugiere que toda utopía termina corrompiéndose?

Es una pregunta difícil de contestar. Ha pasado en la historia continuamente. En el arte se puede cambiar el transcurso de lo narrado por periodistas e historiadores. Por ejemplo, Tarantino se carga a Hitler en la película “Malditos bastardos”. La literatura si es arte debe creer que la utopía no termina corrompiéndose: Se puede uno imaginar esa bendita ilusión.

                  1. Los interludios escritos por Lara interrumpen la acción con un tono visionario y poético. ¿Qué función cumplen realmente: ampliar el mundo o revelar su grieta?

Yo creo que ampliar el mundo. También dejan vislumbrar las grietas que indudablemente existen. Lo que escribe Lara es esa búsqueda hacia su transformación interior que te referías en la primera pregunta. Tienen el tono visionario y poético que tú has visto. La aviadora como metáfora de la libertad. En toda la novela es esa búsqueda.

                  1. ¿La belleza es para ti una forma de resistencia o una manera de domesticar el horror?

Las dos cosas. El arte es una forma de resistencia. Lo que nos queda más sugerente a la humanidad: la cultura. En ella está la belleza. Y por supuesto lo más lejano al horror es la belleza. Kurtz en el “Corazón de las tinieblas” de Conrad no puede escapar al horror de lo más primitivo en la profundidad de la selva. En la Biblia, la belleza está en cómo se cuenta la historia, pues lo que se cuenta se acerca mucho al horror (hablo sobre todo del Antiguo Testamento hebreo).

                  1. Hablas de la libertad no como concepto, sino como energía que germina en los personajes. ¿Crees que todavía es posible escribir sobre la libertad sin caer en la abstracción o la nostalgia?

Sí. Un preso en la cárcel piensa en la libertad sin abstracciones. Probablemente la nostalgia le abrume. Las personas que viven en la Ciudad Amurallada buscan la libertad, sobre todo en la segunda parte de la novela. Si creyese que no es posible escribir sobre la libertad, no escribiría. Todas mis novelas tienen esa misión. Para mí es irremediable pues yo también la busco. Mi vida y la ficción o mi imaginación están muy ligadas.

                  1. La novela trata sobre el control, pero también sobre la docilidad de quienes lo aceptan. ¿Qué te inquieta más: el poder que vigila o la obediencia que lo sostiene?

El poder que vigila. La obediencia siempre ha movido a la humanidad. A Moisés le seguían en el Éxodo y creyeron en los Diez Mandamientos. Ahora, la humanidad cree en la tecnología, en los poderosos que mueven los hilos de la política y del mundo. La mayoría obedece y dice: “No podemos hacer nada”. Tengo que reconocer que soy individualista. Parafraseando a Macedonio Fernández que decía algo así como: “Intenta que los más cercanos, los que te rodean, vivan bien. Si lo hicieran todas las personas el mundo iría mejor.” Yo trato de que los que se acercan a mi árbol la sombra les cobije bien.

                  1. ¿Cómo evitas que la ética se convierta en moral?

Considero a la ética más cercana a un concepto de la razón; con la emoción brincando se convierte en moral. La moral está teñida por la educación, la religión, las obligaciones sociales. La ética la veo más fría. Sé que están emparentadas pero yo las intuyo así. De todas formas, por tu pregunta, creo que no puedo evitar nada. Es una elección particular de cada individuo o individua.

                  1. La Ciudad Amurallada ha sido leída como una advertencia política y también como una reflexión espiritual. ¿Dónde termina la crítica y empieza la reflexión?

La reflexión nace de una crítica de la situación reinante en una población atemorizada por una gobernanza cada vez menos democrática, su presión continua de los derechos civiles y de las libertades de las personas que viven en esa ciudad. No queda otra opción más que ir a una reflexión espiritual y a una consideración que los insurgentes creen también necesaria: la diversión, la cultura y el arte. Luego el poder se da cuenta de que no quiere que haya diversión ni nada que se le parezca y cierra la Ciudad Abierta como Ciudad del siglo XX o Parque de Atracciones.

                  1. Si esta novela, como dices, aspira a transformar al lector, ¿en qué sentido esperas que lo haga: que piense distinto, que sienta distinto, o que ya no pueda volver a mirar el mundo igual?

En las cuevas, donde se refugian los insurgentes, los revolucionarios, se aprecia y se ofrece lo que el orador va enseñando: pasajes de filosofía, música al piano y conversación como en el ágora griega.

En realidad, aspiro al amor y a la paz y a la paz y al amor. Un entender la naturaleza y el júbilo de vivir a pesar de tener que guerrear en las cloacas del poder de la Ciudad Amurallada.

                  1. ¿Quieres añadir algo más?

Me gustaría que la reflexión y la meditación conviviesen con una humanidad en acción, más intuitiva, alejada de las vulgaridades masificadoras constituidas por mensajes contrarios a la cultura y al arte. La IA me parece en este terreno su deshumanización y simplificación. ¿Dónde está la espera a que llegue la inspiración que hace que cada cual sea en algo diferente a su vecino?

 

La ciudad amurallada, Hermida Editores 2025

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3 de noviembre de 2025
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Escenas: de la piedad por la palabra a la piedad por la vida

 

El día mismo en el que leía la crónica sobre la actitud de los espectadores que se niegan a serlo en los tendidos de sol de la plaza de Pamplona, por la puerta abierta del céntrico café de Barcelona en el que me encontraba, los clientes veíamos como un hombre, tras recoger lo que su perro había evacuado junto a un árbol, limpiaba cuidadosamente con un paño el trasero del animal. La que parecía su compañera, contemplaba la escena con sonrisa cómplice y agradecida. Por diferentes que fueran las opiniones de los presentes respecto al papel que juegan las mascotas en nuestras vidas, hubo un común gesto de estupor, no ajeno a cierta molestia. Me vino a la cabeza la habitual queja de las madres por la persistente resistencia de sus compañeros varones al cambio de pañales de los bebés. Esa mínima equidad en la repartición de tareas poco gratas, tan difícil de alcanzar con respecto a los niños, ¿sería ya realidad tratándose de las mascotas? Más allá de esta reflexión irónica, una idea se imponía: ¿qué ha ocurrido para que, tras la imagen de seres humanos recogiendo la deyección de un perro, llegue a ser aceptable la más tremenda del primero limpiando el trasero del segundo? Los párrafos que siguen hacen contrapunto.

Entrevista (escuchada parcialmente, de ahí que sólo puedo dar detalles) en una emisora de radio a dos muchachas que habitan una zona rural, y no sólo cultivan tierras, sino que crían ganado. Sus fincas deben ser cercanas a alguna urbanización veraniega, pues a un momento dado una de ellas se lamenta: “ la gente pasea con sus perros y los perros en cuanto ven una oveja les atrae...” Frase expresiva de que la joven tiene claro que por desvirtuado que un perro  esté en sus inclinaciones por su homologación a un miembro de la familia humana, la naturaleza canina retorna en cuanto la ocasión se presenta,  Ye en relación a la dificultad que todo ello acarrea a la hora de mantener un rebaño en seguridad, la otra joven afirma “ tendríamos que tener mastines... pero los mastines se enfrentan a todo lo que amenace al rebaño...”  El periodista olfatea que ahí hay problema que trasciende los propósitos del programa ...e intenta deslizarse a un problema contiguo, con inteligencia, pero sin éxito. Pues la misma joven exclama a un momento dado “¡si vivieran con animales!” poniendo de relieve las contradicciones de la ética sustentada en la homologación de humanos y animales y la ética que ve en el bien del ser humano el objetivo de todo comportamiento digno. No entreveo solución en este asunto, sutura para esta diferencia que puede radicalizarse entre dos visiones de nuestro lazo con los animales que forman  ya parte de nuestra cultura.

A defecto de racional justificación, los actos de los hombres sí tienen siempre una explicación. Y en los casos que evoco, ésta es sencilla: la exigencia moral de cuidado de los animales que forman parte de nuestro entorno (exigencia a la cual respondía espontáneamente el pastor al que su mastín garantizaba la seguridad del rebaño), se ha elevado hasta hacerse homologable a la emoción que en un ser humano produce el palpitar de un niño. El sentimiento producido por la percepción de la intrínseca fragilidad de un ser potencialmente de lenguaje, ha llegado a ser provocada por un ser meramente vivo. La ternura ante un ser que llegará a compartir con uno la palabra, ha sido extendida a seres que meramente compartirán con uno la vida.

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31 de octubre de 2025

Foto: Begoña Rivas/ Fundación Formentor

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László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura: «Aspiro a crear belleza y a mantener su conciencia»

 

Hay escritores que inventan mundos; László Krasznahorkai, en cambio, prefiere demorarse en el eje del tiempo. En sus manos se convierte en un fluido denso en el que el lector se zambulle en una suerte de apnea literaria: coge aire en la primera frase y el metrónomo deja de sonar hasta el final. Con esa prosa -ahora consagrada por el Nobel- ha cruzado fronteras y se ha vuelto un emblema de una tradición centroeuropea que, en traducción, dialoga con lectores de todo el mundo, como lo hicieron Imre Kertész, su amigo Péter Nádas o Péter Esterházy. Pero su genealogía literaria no termina ahí: en su escritura asoman Robert Musil, la sombra de Robert Walser y de Italo Svevo, y, más cerca, la afinidad con esa cofradía de monologuistas inclementes que forman Thomas Bernhard y W. G. Sebald.

Y Kafka, sobre todo el genio de Praga: "Cuando no estoy leyendo a Kafka, estoy pensando en Kafka. Cuando no, añoro pensar en él. Después de haber añorado pensar en él por un tiempo, lo saco y vuelvo a leerlo. Así es como pasa". Todos distintos, todos excéntricos, pero hermanados en la obstinación de convertir el discurrir del pensamiento en una forma de arte.

Las dos primeras novelas de Krasznahorkai -Tango satánico y Melancolía de la resistencia, publicadas en España, como toda su obra, en la editorial Acantilado- retratan la Europa del Este del socialismo tardío, un territorio de ruinas colectivas donde la espera y la descomposición marcan el compás. "La fe no significa, pues, creer en algo, sino creer que todo esto no es como es, del mismo modo que la música no es un conocimiento de nuestro mejor yo y de un mundo mejor, sino un hábil método para ocultar, para hacer desaparecer, nuestro yo insalvable y un mundo lamentable, una terapia que no cura y una bebida que adormece", rumía uno de sus personajes. Más tarde, su escritura adopta un aire nómada: atraviesa China, se empapa de Japón, y en títulos como Guerra y guerra o Y Seiobo descendió a la Tierra las tramas ya no obedecen a una sola geografía. Viajar entre civilizaciones, desplazarse por el espacio y el tiempo, se convierte en su modo de narrar: una deriva que refleja la del propio autor y que confiere a su obra resonancias universales.

Con todo, Tango satánico, publicado en 1985, sea tal vez el título que inaugura y condensa el universo de Krasznahorkai. La acción transcurre en un koljós arruinado, un lodazal de casas deshechas y almas en ruina. Allí sobreviven campesinos embrutecidos, un médico misántropo, un chiquillo cruel, una niña frágil, todos bajo una lluvia interminable que marca el compás de la desolación. La noticia del regreso de Irimiás y Petrina enciende la esperanza: se los espera como redentores, pero llegan como lo que son, dos estafadores al servicio del Estado, capaces de manipular la miseria a su antojo. La parodia se confunde con la fábula demoníaca: el poder se infiltra hasta en las rendijas de un mundo condenado. Mientras los aldeanos bailan un tango grotesco, la telaraña del mal se cierne sobre ellos.

En segundo plano, el narrador-doctor, encerrado en su lucidez, registra la decadencia como quien anota la cronología de un cataclismo. Con un estilo hipnótico y circular, Krasznahorkai transforma un rincón de Hungría en alegoría del totalitarismo y del fracaso humano, entre la sátira negra y la visión apocalíptica. "El apocalipsis no es algo que debamos esperar, sino que ya está ocurriendo. Es un proceso que se desarrolla sin tregua. El apocalipsis es ahora, y no se trata sólo de un apocalipsis cultural. Es un juicio, y su efecto existe desde el momento en que tenemos conciencia de nosotros mismos", ha afirmado el autor.

Sin salir de Hungría, Melancolía de la resistencia (1989) sitúa la acción en un pueblo remoto al que llega un circo con una atracción insólita: la ballena más grande del mundo. Ese espectáculo grotesco desencadena una serie de acontecimientos extraños que funcionan como parábola del clima político en Europa del Este en vísperas y tras la caída del comunismo. Pero más allá de la alegoría, la novela es un retrato magistral del malestar social y existencial que conduce a una violenta erupción colectiva.

Su estilo, pesado y sin concesiones, acompasa la gravedad del relato: capítulos extensos sin apenas respiro, frases que se despliegan como una marea, en consonancia con la descomposición que narra. En ese tejido opresivo, lo real y lo fantástico se confunden hasta convertir la fábula en una reflexión oscura sobre la fragilidad del orden y la inminencia del caos. "Los escritores no trabajamos con la imaginación, sino con una sensibilidad que nos permite percibir que, detrás de nosotros, existe un reino que no forma parte de nuestra realidad, pero que quiere hacerlo", ha explicado. "Personas, animales, plantas... Todos quieren llegar hasta aquí desde ese espacio, y nuestra tarea es encontrar las palabras para describir su destino".

Guerra y guerra (1999) es quizá la novela más extraña de Krasznahorkai. Su protagonista, György Korim, un oscuro archivista provinciano, descubre un manuscrito que juzga digno de la inmortalidad. Obsesionado con preservarlo, abandona familia y trabajo y viaja a Nueva York para copiarlo en un ordenador y lanzarlo al "cielo" de la red. La narración, estructurada en 80 capítulos de frases inacabables, reproduce la compulsión de Korim mientras deambula cada vez más desaliñado por la ciudad. El misterioso texto que transcribe habla de cinco hombres que reaparecen en distintas épocas y lugares, desde la Creta antigua hasta la Europa del siglo XIX, unidos por un mismo destino: la eternidad de la guerra como forma de historia.

Sobre este personaje, el escritor asegura: "La ficción permite que la locura hable su propio lenguaje, no ligado a las reglas de la comunicación racional. En Guerra y guerra, Korin está inmerso en un discurso que no busca comunicarse con nadie, sino plasmar su caos interno. La ficción puede capturar esta locura porque puede adentrarse en las zonas grises de la razón, algo que sólo la literatura puede hacer". Hacia el final, tras cumplir su misión, Korim se obsesiona con una instalación de Mario Merz en el museo de Schaffhausen y desaparece. Krasznahorkai, en un gesto que difumina los límites entre ficción y vida, mandó colocar en ese museo una placa conmemorativa firmada por Korim, donde este confiesa no haber encontrado la paz y desea que al menos otros puedan hallarla.

Más adelante, el novelista húngaro se deja tentar por Oriente y presenta un universo de resonancias budistas marcado por la búsqueda estética, como en Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río (2003) y en Y Seiobo descendió a la Tierra (2008). Este último libro, compuesto por diecisiete relatos, explora la perfección de la creación artística y la influencia que ejerce sobre quien la contempla.

Anteriormente, El barón Wenckheim vuelve a casa (2016) retoma el universo de la ciudad de provincias, pero ahora lo hace con una sátira de tono carnavalesco, exuberante, casi rabelesiano. La novela despliega un fresco social donde las esperanzas individuales y las ilusiones de redención se amontonan en vano, devoradas por la masa homogénea de una comunidad que se aferra a mitologías vacías.

Lo que en Tango satánico era descomposición y espera, aquí se convierte en un carnaval grotesco de lenguajes y máscaras: políticos y oportunistas, intelectuales caídos, fanáticos locales, todos orbitan alrededor del regreso del aristócrata, que funciona menos como héroe que como catalizador del desvarío colectivo. La sátira es feroz, pero no exenta de compasión distante: en esa comedia coral late la conciencia de una sociedad fuera de la historia, atrapada en el provincialismo, cuya tragedia ya no es la catástrofe espectacular, sino la ausencia misma de grandeza.

Con todo, en medio de este panorama apocalíptico, señala el comité del Nobel, Krasznahorkai "reafirma el poder del arte". No en vano, entrevistado el año pasado en Marrakech con motivo de la entrega del Premio Formentor, el escritor explicaba que a lo largo de su carrera, a pesar de sus constantes dudas, había hallado un aliento en el ejercicio de la escritura: "He descubierto que puedo ofrecer consuelo a través del arte. O, más bien, algo que, sin ser mentira, equivale a un consuelo. Aspiro a crear belleza y a mantener su conciencia, esa belleza que no ayuda mucho en las guerras, pero eso es lo que los artistas hacemos".

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30 de octubre de 2025
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Vivir sin partitura: una filosofía del riesgo

¿Y si la verdadera filosofía no estuviera en los libros, sino en lo que ocurre cuando uno se atreve a vivir sin manual de instrucciones? Los ejercicios espirituales de la música, de Arnold I. Davidson (Alpha Decay, traducción de Juan Gabriel López-Guix), no es un tratado sobre estética musical, sino una meditación sobre la vida filosófica como improvisación. Filosofar, para Davidson, no consiste en acumular ideas, sino en ensayar una vida distinta. Y el jazz, con su fragilidad y su potencia de ruptura, es la forma audible de esa vida sin partitura.

Davidson retoma una intuición antigua y la vuelve contemporánea. Inspirado en Pierre Hadot, recupera el sentido del ejercicio espiritual, aquel entrenamiento del alma que los estoicos y los epicúreos entendían como una forma de transformación interior. La improvisación sería así la forma moderna de la filosofía: una disciplina del riesgo, una ética del error y la apertura. Aprender a escuchar, a desviarse, a fallar con gracia: una sabiduría del ensayo más que del resultado.

De Stanley Cavell, Davidson hereda el perfeccionismo moral emersoniano, esa ética de la insatisfacción que impulsa al sujeto a reinventarse continuamente, sin buscar jamás una versión definitiva de sí. Y de Michel Foucault, la idea de una subjetividad no dada, sino históricamente moldeada, pero siempre susceptible de ser rehecha. En esa intersección entre Cavell, Hadot y Foucault, la improvisación no es sólo un gesto estético, sino también una forma de crítica práctica que desafía lo dado y abre el horizonte de lo posible. El músico improvisador, al lanzarse al filo de lo inteligible, encarna esa actitud límite de la que hablaba Foucault: atraviesa el umbral del hábito, se despoja de sí, se convierte en alguien nuevo.

Entre las figuras que encarnan este ideal ético, Sonny Rollins ocupa un lugar central. Siempre insatisfecho, incapaz de congelar una versión ideal de su sonido, representa al sujeto que pone en juego su ser cada vez que toca. En su legendario Sonny Meets Hawk! (1963), Davidson ve una escena ejemplar: Rollins frente a su maestro, Coleman Hawkins, no desde la reverencia ni la imitación, sino desde la fricción creadora. Lo mismo ocurre con el saxofonista Steve Lacy, cuya pieza November ofrece —según Davidson— una experiencia de elevación comparable a la del sabio neoplatónico, o con los experimentos de improvisación junto al software Voyager, donde la interacción entre humano y máquina se convierte en una suerte de laboratorio político posthumano.

La reflexión sobre la improvisación colectiva lleva a un modelo de ética democrática no idealista, cómo expresar la propia voz dentro de una verdadera interacción social. El jazz, con su alternancia entre la individualidad del solo y la cohesión del grupo, exige una política interactiva que mantenga un espacio para la ética individual. No se busca una cohesión de la unidad, sino una cohesión interactiva y más frágil, entre personalidades singulares. Davidson encuentra en el Mise en Abîme del Steve Lehman Octet un ejemplo de democracia sonora: un espacio donde cada músico afirma su voz sin anular la del otro. No hay armonía garantizada ni colapso inevitable, sino una construcción tensa, un equilibrio siempre provisional. Esa dinámica de escucha mutua, riesgo compartido y creación conjunta; es decir, de negociación constante, es para Davidson una pedagogía de lo político: una forma de pensar la comunidad no como unanimidad, sino como interacción arriesgada. Quizá por eso sostiene que la verdadera tradición democrática debería parecerse al jazz: esfuerzo, transformación y flujo. Por desgracia, nuestro mundo social suele ser lo contrario: ociosidad, fijeza e inmovilidad.

También la idea de tradición se redefine bajo esta luz. Davidson se opone al culto nostálgico del pasado, a esa tentación de convertir el jazz en museo. La tradición, dice, muere en cuanto se detiene. Los tradicionalistas paralizan la tradición al confundir la repetición con el refuerzo. Para los grandes innovadores, la tradición es un punto de llegada, pero también, y siempre, un punto de partida. Los grandes innovadores —de Braxton a Lehman— saben que heredar no es conservar, sino transformar. De ahí una de las intuiciones más bellas del libro: aunque el futuro no puede cambiar el pasado, sí puede cambiar su sentido. Escuchar de nuevo a los maestros, a través de los oídos del presente, no es traicionarlos, sino mantenerlos vivos. La nueva escucha que un músico como Lehman propicia sobre un maestro como Jackie McLean no sólo honra el legado, sino que lo resignifica, lo hace nuevo y diferente para el presente. Y eso es algo que supieron ver los más  escritores y artistas.

El libro culmina con una invitación que podría leerse como un manifiesto: aprender a escuchar lo que todavía no entendemos, asumir que la belleza más profunda nace del esfuerzo por trascendernos.

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25 de octubre de 2025

Casa Museo Mario Vargas Llosa en Arequipa, Perú

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Vargas Llosa en todo el alfabeto

 

El Instituto Cervantes ha ideado un singular homenaje a Mario Vargas Llosa con motivo de celebrarse en Arequipa el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Se trata de un diccionario que, desde la A de Arequipa, su ciudad natal, a la Z de Zavalita, el personaje de Conversación en la catedral, recorre el universo literario y geográfico del novelista, sin que queda una sola de las letras del alfabeto por explorar.

Es un formidable corpus en el que las entradas han sido encomendadas a un centenar de autores, entre los que hay narradores, poetas, cineastas, cantautores, filósofos, académicos, o lectores, el más privilegiado de los oficios literarios; y amigos suyos, y miembros de su familia.

Se trata de una indagación múltiple del mundo de sus libros, de las voces que pueblan esos libros, de los teman que tocan, de sus personajes, de los lugares donde esos personajes vivieron; la geografía misma de sus novelas, la imaginaria, y la geografía del propio autor, la real, los lugares donde tuvo domicilios, las ciudades que hizo suyas a lo largo de los años; y los temas y obsesiones de su escritura, no sólo de las novelas, también de los ensayos y crónicas que escribió, de madame Bovary a la civilización como espectáculo.

A mí me ha tocado escribir sobre la palabra caucho, que de entrada parecería ser poco significante en el corpus narrativo de Vargas Llosa, pero que, por el contrario, cobra una relevancia esencial en El sueño del celta, publicada en el año de 1910. Esta novela es el fruto de una larga y minuciosa investigación que llevó al autor hasta los antiguos dominios coloniales del rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo; a Irlanda, de donde el protagonista, el idealista y humanista Roger Casement era originario; y de vuelta a las selvas amazónicas de su propio país, el Perú, y particularmente a Iquitos, el puerto fluvial que está también en la geografía de otras de sus novelas.

El Congo y la Amazonía son los escenarios de la explotación del caucho, la que llevó a los dueños de aquel negocio sangriento a cometer verdaderos genocidios contra los pueblos indígenas asentados en los territorios donde sus compañías operaban.

Y en esta novela, Vargas Llosa, uno de los innovadores claves de la narrativa latinoamericana, echa mano de una vieja tradición arraigada en esa misma narrativa: la naturaleza, salvaje e inconmensurable, como personaje; y las empresas extranjeras que explotaban esa naturaleza, minerales, banano, caucho, también como personajes.

Esas empresas llegaron a formar enclaves que anulaban la soberanía de los estados, con sus propias leyes, moneda, poder político y fuerzas represivas, para explotar plantaciones de cacao y banano, los postres de la civilización; minerales, sobre todo el oro, y el caucho, un material estratégico en los mercados mundiales, para fines industriales y militares, antes de que se lograra crear el caucho sintético.

La inolvidable United Fruit Company ponía y quitaba presidentes en Centroamérica, las proverbiales repúblicas bananeras. Y también inolvidable por sus atrocidades es la Casa Arana, propiedad del empresario y político peruano Julio César Arana del Águila, transformada en 1907 en la Peruvian Amazon Rubber Company, con domicilio legal en Londres. Establecida en la región amazónica, entre los ríos Caquetá y Putumayo, en territorios de Colombia y Perú, se dedicaba a la explotación de miles de hectáreas de árboles de caucho. Una vez extraído, era transportado en pacas a través de los ríos hacia el puerto de Iquitos en Perú, y el de Manaos en Brasil, y de allí a Europa.

La Casa Arana es el villano al que se enfrenta Roger Casement en El sueño del Ceuta, en lucha por denunciar el genocidio contra los indígenas de las tribus amazónicas, obligadas a trabajar en la extracción del caucho, un largo periodo de explotación que va de 1879 a 1912, tanto en territorio colombiano como peruano:  esclavitud, masacres, exterminio, experiencia que Casement ya había vivido en las plantaciones caucheras del llamado Estado Libre del Congo bajo la dominación colonial belga. La novela se abre en dos alas para contar ambas historias, y la vida trágica del propio Casement, que, si bien logra triunfar con sus denuncias, termina siendo fusilado por la corona británica por su militancia en favor de la independencia de Irlanda.

Vargas Llosa vuelve en El sueño del celta a un tema tradicional de la narrativa latinoamericana, porque ya antes el novelista colombiano José Eustacio Rivera había llevado a Arturo Cova y a los personajes de su novela La Vorágine de 1924 al infierno de las plantaciones caucheras.

Otra vez, como en La Vorágine, aparecen las huestes criminales de la casa Arana que someten a los indígenas a condiciones infrahumanas. Una y otra novela están separadas por una distancia de ochenta años, pero en las dos hay páginas que llegan a parecerse; los lenguajes se emparentan, porque describen a profundidad las mismas realidades.

Lo cual sólo nos demuestra la formidable carrera de relevos que sigue siendo la novela latinoamericana.

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22 de octubre de 2025

REVISTA JOT DOWN Nº 52

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Medea, la gran hechicera de la antigüedad

REVISTA JOT DOWN Nº 52 (septiembre de 2025)

 

Todo aquel interesado en conocer las intrigas del perpetuo contencioso matrimonial, el que quiera saber algo más de la embrollada querella de los sexos y enumerar las causas del pleito conyugal tendrá que irse tan atrás como le sea posible. Y retroceder, por lo menos, hasta el gran autor de la tragedia griega, el memorable escritor teatral de los festivales atenienses.

Cultivaba Eurípides un gran interés por la personalidad de las mujeres. De las diecinueve obras que se conservan del autor, diez llevan nombre de mujer o aluden a las mujeres: Andrómaca, Ifigenia, Alcestis, Helena, Hécuba, Electra, Las suplicantes, Las troyanas, Las fenicias, Las bacantes.



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21 de octubre de 2025
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