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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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La obstinación

Un carácter exasperante de esta crisis es su obstinación. Cabría aceptar que los profesionales no comprendieran el fenómeno y lo tratarán mal pero una vez que se han ensayado diferentes fórmulas y muy variados puntos de vista para afrontar el problema, se deduce que no se trata ya tanto de que el problema sea simplemente difícil sino obstinado o  tenaz. De este modo es prácticamente imposible hincarle el diente. El problema posee, con toda probabilidad,  un enfoscado artilugio que necesita reparación pero además el mismo problema se cierra tercamente a toda intervención. Los múltiples intentos de las autoridades  basados en la inyección, la extracción de activos tóxicos o en conatos para desatascar su engranaje se revelaron vanos no ya por impertinentes respecto al organismo sino por incapaces para penetrar en su interior. El caparazón del problema es el problema, en la dureza de la superficie reside el obstáculo central.
 
La crisis se agranda y agrava día tras día precisamente porque su cuerpo cada vez más enfermo se niega a tragar, se opone a ser inoculado, se cierra frenéticamente ante cualquier propósito de inyección, se abastece de su propio virus como alimento esencial.  De este modo pasa el tiempo y las cosas empeoran a la manera de un paciente que con su extrema reticencia a la medicina se conduce a la extrema gravedad.
 
El hecho en fin es que sin provisiones nada funciona pero con ellas tampoco. La suerte del problema es la elección de la fatalidad. Nada funciona o se mueve en su organismo y debido a la parálisis su bulto cae a peso hasta la profundidad. Cae la catástrofe con todos sus bártulos de un índice cualquiera a otro inferior. Se despeñan las cotizaciones, la confianza, las instituciones, la imaginación. Y todo ello como efecto de que el carácter fundamental de la crisis consiste en afianzarse como tal. Afianzarse en la dureza de su extraño carácter, terne y obtuso tal como si su encarnadura  no se hallara en este o en aquel desviado modelo de conducta sino en su comportamiento igual a cero. ¿Muerto el sistema? ¿Encefalograma plano? ¿Sintonía sorda?
 
¿Será la crisis, la defunción? ¿Es el paciente un cadáver que ya no oye, no escucha, no reacciona a ninguna clase de estimulación? La sensación de cuanto viene ocurriendo en estas últimas jornadas hace creer -mientras los grupos del G-7, de la Eurozona, de la coalición internacional se reúnen- que el lenguaje de la crisis ha girado de la comunicación al mutismo, de la pulsación al paro del corazón. Será entonces, llegado el momento de la muerte física cuando las cosas giren en una nueva dirección? ¿Será el caso de que la solución no deba buscarse en solventar esta crisis sino en permitir su empecinamiento letal?
 
Más o menos, los optimistas piensan que este hundimiento del sistema, este fracaso sistémico acabará con el Sistema. Después un desconocido mundo social y económico abrirá su alborada progresista y más allá de toda recesión. De este modo se configuraría casi biológicamente la nueva utopía del siglo XXI y a diferencia de aquellas que poblaron el siglo XIX y el XX no sería obra de un movimiento, una militancia, unas furiosas vanguardias, o unas luchas revolucionarias quienes transformarían el paisaje humano  sino que la metamorfosis vendría de la extrema quietud. El sistema craquearía, se haría pedazos no como resultado de la presión subversiva ni mediante la violencia de una fuerza exterior sino como resultado de la disecación de su viejo cuerpo que reseco, falto toda de liquidez, iría quebrándose y generando  cenizas, polvo de un difunto que nunca más volvería a aparecer.

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13 de octubre de 2008
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Personas que ven personas

Hace muchos años, cuando no teníamos la televisión, los videojuegos, los videos, el cine y hasta la radio, los adultos y los ancianos se distraían mirando pasar gente. Los balcones con vistas a la calle mayor, las terrazas de los cafés, las ventanas que daban al paseo principal o, en general, todo puesto que permitiera contemplar el discurrir de los vecinos era notablemente apreciado. De ahí que ahora, con el ruido tremendo de los coches y las motos, no se explique el interés de antiguos propietarios con recursos por poseer un piso o una casa en el lugar más transitado.
 
 El tránsito era de personas y de algún que otro animal de tiro que contribuía con su porte a amenizar también la observación y el comentario. De la observación y el comentario había, claro está, buenos y malos especialistas. Ojeadores pacientes que con su finura ataban cabos y ligaban historias secretas o comentaristas con liderazgo que, en frecuentes ocasiones, lograban difundir sus consideraciones sobre uno u otro personaje de la ciudad, atribuirles motes y elevar sus conclusiones a categoría. Las personas se entretenían así con las personas. Y no sólo en cuanto semejantes sino precisamente en cuanto ajenos, seres a los que se les veía actuar como en los teatros y comportarse, sin ser conscientes, con una naturalidad diferente a la que obligatoriamente empleaban en el trato directo. No había, por ello, cruces de miradas ni intercambio de pensamientos. El observador asumía la postura del espectador de cine más una importante y peculiar diferencia. La película en marcha no se hallaba escrita en guión alguno ni poseía por tanto un desarrollo y un final predeterminados por una productora. La visión del teatrillo ciudadano conducía a argumentos creativos y sólo previsibles por aquellos más avisados que habían conseguido alcanzar un alto grado de experiencia en la exégesis. De ahí que, siendo el proceso azaroso y hasta desconcertante, se cruzaran apuestas sobre su desenlace, sobre la condición profesional, civil o económica de los figurantes y, finalmente, sobre sus reacciones decisiones.
 
La calle significaba claramente el exterior de lo doméstico. La vida pública opuesta a la vida privada. Fisgonearla formaba parte de los plenos derechos de cualquier individuo que deseara poner sus ojos fuera de casa. Esta era la ley y si los balcones, las terrazas o los miradores se hallaban poblados de espías, especialmente femeninos, no debía estimarse como intromisión ni barato cotilleo. Constituía un genuino tejido social porque lo excitante consistía en hilar de modo tan fino y audaz como para hacer pasar el hilo argumental de la escena callejera a la escena hogareña y sus celados entresijos. Las historias fragmentarias, más o menos rutinarias o interrumpidas en la vía pública llevaban a imaginar cuadros dramáticos en el bastión de las viviendas privadas. De este modo se trataba de re recrearse en la imaginaria intimidad, descerrajar las severas posturas en la convención del trato social y desvelar los motivos realmente inscritos en un saludo furtivo, una dirección imprevista. Numerosos libros se escribieron a partir de este mínimo punto de vista pero lo importante fue, sin duda, la gigantesca biblioteca romántica (trágica o cómica) que numerosas personas, sin otros medios de diversión, obtenían de otras personas transformadas en actores de películas, novelas o cuentos en vivo. ¿Se amaba la gente más entre sí? No es seguro. Sí resultaba, no obstante, cierto que se necesitaban más. Más en casi cualquier aspecto, desde la sanidad a la compañía, desde la emulación a la envidia, desde la investigación al entretenimiento. Mucho más en fin para brindar contenido las múltiples horas del día.

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10 de octubre de 2008
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"La grand bouffer"

Una y otra vez las bolsas caen cuado las autoridades aprueban medidas de suministros crediticios y dinero fresco para que suban. ¿Subirían las cotizaciones si las autoridades adoptaran medidas dirigidas, por el contrario, a escatimar recursos, a hundir decididamente los valores, a promover la pretensión contraria a la actual?
 
En el campo científico sus profesionales no dudarían, verificado el resultado negativo de las inyecciones de liquidez, en experimentar con la opuesta opción de inculcar sequía puesto que la concatenación de esta clase de hacer con el deshacer acaso encierre una ignorada conexión que conduzca acaso del deshacer al hacer.
 
¿Podrían, pues, las autoridades políticas, financieras o económicas en general considerarse parte decisiva del problema y hasta el núcleo mismo del mal? Porque ¿quién no recela de que el desplome que se registra ya en todo el mundo, el gran colapso global procede con seguridad de terribles perversiones, endiablados factores y oscuras potencias que, a la fuerza, devoran la razón, la directriz, la provisión y en su carrera de hambre insaciable se alimentarán tanto más cuanto más sustancia de liquidez se les suministre y así hasta el engullimiento final de cuerpos y almas en la gran bouffer des briques de la destrucción Final?

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9 de octubre de 2008
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El sueño eterno

En la familia y fuera de ella hay gentes que sin conocer la causa se despiertan con un fuerte dolor de cabeza. En la familia es asombrosamente frecuente esta sevicia caracteriológica o no. 
 
No sabemos bien a qué atribuirlo pero sin duda es la noche y sus circunstancias quien desencadena la presencia del dolor. No significa esto que nos acostemos en perfecto estado y nos levantemos averiados pero el pequeño malestar que pudiera detectarse al final del día crece incomparablemente al atravesar el sueño. Y, sin embargo, el sueño ¿no debía ser curativo, reparador, túnel de lavado contra las diferentes excrecencias tóxicas de la jornada?
 
Que el sueño no se comporte de este modo benéfico sino maléfico crea el temor de que abandonados a sus manos podemos empeorar una y otra vez, sin aviso y quién sabe hasta qué grado. Sospechar del comportamiento del sueño comporta además entregarse cada noche a un ser extraño donde, a faltos de recursos para defendernos de él o pedir auxilio urgente, podríamos ser enfermados, desarticulados o inoculados de un grave dolor que decidirá pronto nuestro último destino. Y más aún, si como queda establecido, cada día indefectiblemente tenemos necesariamente que dormir y, en consecuencia, exponernos a las inciertas maniobras que siempre oscuramente puedan perjudicarnos.
 
Hay sueños buenos y sueños malos y no sólo en cuanto al argumento de lo que es soñado sino también por causa de sueños con sanas intenciones o propósitos torcidos. Sueños unos que nos refuerzan y otros que nos socavan y debilitan. Pero, en suma, ¿cómo precaverse de los segundos o garantizarse el acceso a  los primeros? ¿Será a partir de las acciones de la vigilia como el sueño se convoca y se comporta? Pero entonces ¿cómo disponer convenientemente y uno a uno los actos del día en vistas al crítico  momento de dormir¿ ¿Cómo asumir la ingente tarea de hacer con meticulosidad y  apropiadamente cada cosa para después descansar debidamente? Una teoría nos dice que el paso del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño no consiste sino en una burda convención. Vivimos, en realidad, una continua duermevela: velamos por estar bien dormidos y dormimos para la vela. Velamos. Velamos mientras la muerte, desde el principio, se estaciona sobre nuestros cuerpos. Nos velamos paso a paso hasta que, como en las fotos, llegamos a desaparecer. 

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7 de octubre de 2008
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Padres que matan

"¡Correr para esquivar el viento! ¿Ha escuchado eso, señor Jukes? ¡Imposible imaginar algo más loco!...", escribe Conrad. El viento sopla especialmente fuerte sobre nuestros íntimos deseos. Quien no percibe que la inteligencia de su fuerza se manifiesta dentro de sí, se convierte en un espíritu varado y no hay modo más eficaz de vararse que tratar de esquivar esa luminosa potencia y convertir, como efecto, la existencia en un delirio o extravío.
 
Una vida fuera de la íntima dirección del viento, una dedicación extraña al impulso de la vocación nos mata. No hacer lo que gusta hacer por descabellado que parezca nos ahorca pronto. No obedecer la orientación profesional sobre la que el viento sopla es perder el esplendor de las velas tendidas, la felicidad en expansión.
 
Todos los padres -y no son pocos- que inducen, en fin, a sus hijos para que sigan carrera conveniente y esquiven las tempestades del oficio que elige su viento, los condenan a la muerte por demencia y estancamiento. Al estancamiento por la patología interior. A la inanidad por defecto de expandirse con el viento.

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6 de octubre de 2008
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A quién se escribe

"¡Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee"! Esto escribió Jules Renard en su diario el 7 de julio de 1894. Naturalmente, la fecha es aquí lo de menos. Lo importante es, sobre todo, su conminación feroz. No atender al ojo que nos lee significa escribir en el espacio de la soledad sin referencias. Un amigo, una pareja, un maestro, suelen leer los originales de los autores y emitir su reclamada opinión. El autor que escribe, mientras escribe, piensa al menos en estos personajes y anticipando de tiempo en tiempo sus juicios sobre la redacción endereza la obra. De esta deseada coacción exterior tan invisible como eficiente el criterio de aquellos a quienes se respeta dota a la escritura solitaria de un cierto amparo o de una relativa compañía por la que las elecciones se acercan a la convicción. ¿Se escribe pues para agradar a estas personas respetadas en la confianza de que su aprobación protegerá de los grandes errores y contribuirá a mejorar la inspiración?

No es seguro. El auxilio de un personaje crítico de esta clase puede conllevar una exigencia superior a la propia y asfixiar las desviaciones acrobáticas o acaso se trata de una exigencia inferior si se toma por ello una reclamación sin neurosis, una expectativa sin demasiada perturbación.

La presencia, en fin, de aquel Otro que nos lee y ampara, que nos acompaña y nos confiere destino convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan justificado como sensato, tan razonable como una aventura cuyo grado de riesgo controlado reduce quizás el extravío y su dolor irremediable.

¿Es efectivamente así? Desde luego que no.

Escribir para alguien que no sea uno mismo -sea esto un fantasma o un rumor- o para alguien tan simuladamente parecido a uno mismo que su crítica se sume a la nuestra supone una elección tan falaz como aburrida. . En concreto, menos cobarde que muy tediosa, menos pueril que ausente de vigor creador. La escritura, como la pintura, la arquitectura o la música necesitan para ser atrayentes en sí, desconcertar a su autor. Sorprender a su autor y materializarse a través de una notable porción de temeridad, de arrojo y de inesperada alegría. La fórmula completa será un misterio y su repetición, en consecuencia, imposible. No hay un ojo que juzga toda la producción pero tampoco un ojo que ajusta la primera idea con éxito. Se escribe, a menudo, creyendo que se puede decir esto o lo otro gracias a las herramientas que ha perfeccionado la experiencia pero el éxito final depende, precisamente, de que lo hecho desdiga la correcta previsión del resultado. Esta es la sal, la pimienta y el azúcar de cualquier realización artística. Sin asombro no hay obra de arte. Y la gran obra de arte se llama a sí misma "maestra" cuando nacida de una mente no se identifica como una derivación de ella sino como una autoridad originaria y superior. De este modo el autor celebra sus producciones y se celebran de verdad por quienes elegimos para ayudarnos en el proceso. Los ayudantes cuyo ojo no queda sorprendido por el texto reducen su condición de seres aúlicos a correctores, de críticos a funcionarios, de vibrantes amantes a amigos.

"¡Que la mano que escribe ignore el ojo que lee!" La sentencia viene a ser, en rigor, irrealizable porque aún pretendiendo escribir sin mirada, la página es un espejo que se contempla y el rabillo del ojo que nace de cada línea refleja se posa en la siguiente. Sin embargo, nadie sería capaz de escribir bien si escribiera para sentar bien a una imagen preconcebida. Incluso a la imagen de aquello que reverencia. La obra gloriosa, sea cual sea el significado de esta exageración, sólo se consigue a través del vértigo del yo mismo, entregado, paradójicamente, no a ser el yo propio, ya apropiado, sino el ser todavía libre e incalculable.

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3 de octubre de 2008
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De la estupidez

Decía Einstein que dos elementos le parecían de condición infinita: uno era el universo, el otro la estupidez humana. Y añadía que, por momentos, sólo llegaba a tener dudas sobre la primera aserción.
 
El éxito de estas supuesta declaración, que ha pervivido durante tantos años como verdad o como leyenda, debe atribuirse al regocijo que los lectores experimentan cuando ven descalificar al prójimo o los prójimos, a un ser humano concreto o a la Humanidad en general. En el grupo de estúpidos el lector de esa frase no se incluye o se introduce cariñosamente puesto que precisamente su posición de lector-descubridor de la sentencia lo distingue de la muchedumbre. Si Eisntein no podrá incluirse en la grey estúpida al llamarla estúpida (y avalándolo un premio Nobel), ni el lector que asume irónicamente la idea puede sentirse señalado. El lector siempre se ve del lado de aquel autor a quien sigue leyendo interesadamente.
 
Este interés le protege por sí sólo y establece de hecho una privilegiada complicidad que lo eleva sobre todos aquellos que no participan en el secreto del libro. El lector crece y se ve armado. El libro inteligente enaltece la cualidad de su interlocutor y desde su silencio procura una nueva voz al lector que se integra argumentalmente en la mordacidad de la proclama einsteniana. Autor y lector se suman como una potencia clandestinidad favorece la intimidad de la lectura. Se trata efectivamente de una fantasía más pero pocos medios consiguen proporcionar este acicate al espíritu. De ahí que se diga, exagerando que el libro nos espabila, nos salva, nos hace libres, nos potencia, nos bendice. Viejas leyendas que tuvieron su porción de verdad.

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2 de octubre de 2008
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El poder del vacío

Uno de los mayores, más hermosos e importantes desafíos de la ciencia es el vacío. Del vacío nada se podía esperar pero ahora una colosal parte del todo halla en él su causa. El vacío se asemejaba a una mente lela, una cuestión sin sino, puesto que tanto en la física convencional como en la simbología equivalía prácticamente a nada. Y la nada, nada puede dar. Dios es la plenitud y mediante ese depósito de sustancia se originaría todo. ¿Que ocurre sin embargo cuando se conoce que el vacío no es insulso ni insustancial, lerdo o inexistente, sino precisamente una "sustancia".
 
En la física tradicional la nada no llegaba siquiera a ser igual cero como en la aritmética donde el cero cuenta tanto. La nada no contaba nada. Carecía de narración y de valor, de consideración y significado. No obstante ¿cómo no sospechar que algo así poseería la amenaza del silencio, la oscuridad o lo oculto? La potencia acaso de la muerte.
 
Literariamente la nada promovió la espesa y hasta nauseabunda existencia sartreana en el existencialismo, cuando el horror de la segunda guerra abrió los ojos a los negros pozos de la condición humana. Pozos humanos revelados como una versión, entonces desconocida, de los agujeros negros en el cosmos y de los redescubiertos vacíos que ahora en las investigaciones de la física hologramática brindan una respuesta esencial, aunque todavía sin expresión completa y acaso sin ella. ¿Sin límites? El vacío, en efecto, no se puede oler, palpar, ver ni medir. Y, sin embargo, de esta bárbara y anúmerica condición extrae su fuerza y su aposento. Su carácter y su fundamento. El vacío, afirman los físicos que capitanea Peter Higgins, trabajan en el nuevo acelerador suizo de partículas (el CMS -Selenoide Compacto de Muones- del LHC -Large Hadrod Collider) no puede asimilarse a la nada. La nada es poca cosa en comparación con la majestad del vacío. Si de una habitación se extrae hasta el más ínfimo y último residuo el resultado no es la nada sino un espacio potente que consiste en el cuerpo del vacío. Los cuerpos celestes, las gigantescas galaxias, se ven condenadas a atraerse por la fuerza de la gravedad, pero se sienten impulsadas a alejarse entre sí por la imperiosa orden del vacío. Una fuerza significativamente maldita puesto que si lo que aproxima es amor, lo que distancia viene del odio.
 
El incansable odio del vacío, siempre en tensión centrífuga, encaja en principio mal con su pureza aparente. El vacío es transparencia pero, a la vez, ¿esa transparencia paradigmática viene a juntarse con la máxima identidad del mal? La transparencia del mal es el título de un libro de Jean Buadrillard que tanto nos empujó a ver lo invisible, apreciar lo inapreciable, darle valor a las corrientes que sin vistosidad promovían la engañosa simulación del mundo.
 
 El vacío y su energía transparente dan razón a Einstein, tras sus muchas vacilaciones respecto al universo en expansión. De hecho esta crucial vacilación resulta también en su vaivén misterioso el nombre (vacilón) que algunos científicos como Rújula han elegido para nombrar a las incontables partículas de un vacío.
 
¿Partículas, pecios, del vacío? A primera vista el vacío se expone como un tejido liso, sin costuras, fisuras o accidentes. Una lámina de luz sin luz o una auténtica exhalación sin aire. ¿Partículas en ese concepto ideal? Las partículas a la manera que se presentan en lo lleno, pululan en lo vacío. Tampoco se ven directamente pero su sensibilidad se expone, pese a su existencia oculta, cuando el Large Hadron Collider (LCH) de Suiza hace vibrar su sustancia vacía, la sustancia que forma el intangible bulto del vacío. Sobre la vibración que provoca el LCH y tal como sucede al sacudir una alfombra brincan como un polvo plateado el azúcar particular que forma el vacío.
 
Su composición de partículas y la particularidad de su naturaleza es la pesquisa en que se empeñan actualmente miles de físicos con la esperanza de hallar explicación primordial sobre lo más grande y lo más pequeño conjugados también por lo que aparentaba ser el nivel cero de la inanidad absoluta. El mal, la nada, el vacío activo, las partículas malditas (goddamed particle) vienen a ser como las semillas del universo. No todo el universo existe en virtud de estas semillas del diablo pero si el universo prospera, si se expande, si no cae el cielo sobre nuestras cabezas, dice Álvaro de Rújula, físico teórico del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) será gracias a la violenta conducta del vacío, siempre impulsando hacia la dilatación, actuando sin cesar como una insaciable sed de distanciamientos. ¿Amar al universo? ¿Abrazarse a la Naturaleza? ¿Quién puede asegurar que en ese movimiento no hallemos la muerte? Es decir, la vida misma, la palpitación de la ansiedad permanente por ayuntarnos en el mismo deseo, eternamente insatisfecho, de ser amados por el mundo, amados por una muerte vacía que no tienda a vaciarnos, exviscerarnos.

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1 de octubre de 2008
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Libros no escritos

/upload/fotos/blogs_entradas/los_libros_que_nunca_he_escrito_med.jpgNo me gusta George Steiner. Siempre que le he escuchado dice lo mismo y siempre que le he leído me ha parecido insufriblemente un grado menos inteligente de lo que cabría esperar. Ahora, sin embargo, ha titulado un libro Los libros que nunca he escrito y lo acaba de publicar Siruela en su colección "El ojo del tiempo".
 
El absoluto ojo del tiempo ve los libros que Steiner y todos los demás nunca hemos escrito. No hemos escrito prácticamente todos los libros existentes pero aquellos que nosotros "no hemos escrito" son un puñado no ya de temas y obsesiones sino de volúmenes (volubles bártulos) que circulan por nuestro alrededor. De ellos, unos apegaron su ausencia a la conciencia como taras culpables mientras otros se fueron disipando como pavesas que la distancia ha convertido incluso en una extraña liberación. De su conjunto, se ha deducido una rara incomplitud de la escritura pero tal vacío, a la vez, ha creado un perfil decisivo de nuestra imagen profesional y personal. Cada uno de los potenciales libros, transformado en éxito o en fracaso, en seña de identidad presente u olvidada, conformaría un semblante diferente de la Obra. Y hay libros que en miles de casos, exclusivamente por sí solos graban con fijeza la forma y la planta del escritor. Teniendo esto presente todo libro no escrito podría haber sido la estampa crucial de nuestra personalidad en la historia.
 
Para bien o para mal, para uno u otro reflejo concreto, ese libro que ahora camufla la ausencia, habría actuado como un molde central, una máscara de hierro. ¿Merecería la pena pues sopesar, recrear, investigar, el no de su realización? ¿Se erró o se atinó negándole evidencia? Preguntas imposibles de responder desde el mismo tiempo vivido. Preguntas propensas a la máxima corrupción enunciada después.
 
Los libros no se escriben porque parecen demasiado esfuerzo, porque el esfuerzo se muestra caprichoso en otra dirección, porque su escritura se aplaza, porque son en verdad libros de otros. Libros en fin que abandonados a su suerte el tiempo se encarga de engullir, metabolizar y expulsar convertidos sin duda en materia prima para otra obra imprevisible y de la que la ausencia primera actuará como presencia, abono efectivo que generará vida y luz. Luz iluminadora de todo el conjunto escrito (o no escrito) o luz maléfica que fomentará un turbión de interpretaciones sesgadas y de las que tantas veces se sirve la leyenda para bien o para mal. Para el azar. Porque lo más importante sería conocer si ese libro pensado, anotado, imaginado pero no escrito contuviera el sino de su no creador. Porque ¿sería entonces el sino del autor no haber escrito ese libro en lugar de verse determinado por aquel otro que, como en el amor, le dijo sí? ¿Será su sino ese sí? ¿Será su sino aquel no?
 
La interrelación con la escritura asusta. Las obras nos obran y las obras nos destruyen sin conocer de antemano su intención. Como en el amor, su intención la creemos parte integral de la nuestra pero lanzadas al tumulto de la vida general la intencionalidad adquiere caracteres incontrolables, imprevisibles y, en consecuencia, amenazantes. El público escribe a través del tiempo el rostro del autor cuya fisonomía va procediendo del transcurrir de la obra, la ausencia del libro sin escribir y la presencia del libro escrito que constituyen un todo continuo. Un todo holístico o hologramático tal como el sistema de llenos y vacíos de la vida personal, el cosmos de agujeros y masas, la involuntaria voluntad de representación que construyen tanto como destruyen el ser, un concepto tan extraño, tan virtual, tan intangible como la dialéctica de la ausencia que permite, con su fuerza, disfrutar del efecto presencial.

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30 de septiembre de 2008
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La fatiga de ser

Por periodos, tras seguir considerando y sufriendo las reacciones de uno mismo y las de los demás semejantes, sobreviene un enorme cansancio desde la aburrida repetición de la condición humana. Los mismos malentendidos, los mismos rencores por iguales motivos, el egoísmo reiterado, la impiedad injustificada, el desconcierto, la tristeza recurrente, el sentirse mal querido, traicionado, olvidado o incluso infeliz por un insignificante revés. /upload/fotos/blogs_entradas/universo_2_med.jpgDan ganas entonces de cambiar de especie y disponerse para tratar animadamente con otras diferentes formas de ser y estar. Tipos que no calquen los expedientes de los que procedemos y nos procuren la oportunidad de adentrarnos en otra constelación, entre otros desconocidos personajes y también mediante otro yo, transformado en el novedoso modelo vivencial que haría evaporarse la fatiga de ser, la fatiga de sí y de los prójimos humanos. ¿Acceder pues a otro planeta? ¿Llegar a un extraño futuro súbitamente nacido del cataclismo?

Una amiga me dice, sin embargo, que no hace falta tanto para probar un universo diferente. Un low cost aéreo, más o menos seguro, transporta a miles de kilómetros hacia el centro de África o de Asia donde cabe ser recibido por un traumático y acaso curativo cambio de vida. No será suficiente ser turista a secas pero gracias al turismo se accede a la experiencia de que lo que creíamos una totalidad planetaria de seres humanos iguales se revela un panorama de muchos sueños y realidad extraños. Un mundo sin semejanza a nuestra cotidianidad, nuestra conducta o nuestra neurosis y que nos hace aparecer como jactanciosos fantasmas de la única condición humana posible, auténticos tontos colgando de la higuera.

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29 de septiembre de 2008
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