Vicente Verdú
En la familia y fuera de ella hay gentes que sin conocer la causa se despiertan con un fuerte dolor de cabeza. En la familia es asombrosamente frecuente esta sevicia caracteriológica o no.
No sabemos bien a qué atribuirlo pero sin duda es la noche y sus circunstancias quien desencadena la presencia del dolor. No significa esto que nos acostemos en perfecto estado y nos levantemos averiados pero el pequeño malestar que pudiera detectarse al final del día crece incomparablemente al atravesar el sueño. Y, sin embargo, el sueño ¿no debía ser curativo, reparador, túnel de lavado contra las diferentes excrecencias tóxicas de la jornada?
Que el sueño no se comporte de este modo benéfico sino maléfico crea el temor de que abandonados a sus manos podemos empeorar una y otra vez, sin aviso y quién sabe hasta qué grado. Sospechar del comportamiento del sueño comporta además entregarse cada noche a un ser extraño donde, a faltos de recursos para defendernos de él o pedir auxilio urgente, podríamos ser enfermados, desarticulados o inoculados de un grave dolor que decidirá pronto nuestro último destino. Y más aún, si como queda establecido, cada día indefectiblemente tenemos necesariamente que dormir y, en consecuencia, exponernos a las inciertas maniobras que siempre oscuramente puedan perjudicarnos.
Hay sueños buenos y sueños malos y no sólo en cuanto al argumento de lo que es soñado sino también por causa de sueños con sanas intenciones o propósitos torcidos. Sueños unos que nos refuerzan y otros que nos socavan y debilitan. Pero, en suma, ¿cómo precaverse de los segundos o garantizarse el acceso a los primeros? ¿Será a partir de las acciones de la vigilia como el sueño se convoca y se comporta? Pero entonces ¿cómo disponer convenientemente y uno a uno los actos del día en vistas al crítico momento de dormir¿ ¿Cómo asumir la ingente tarea de hacer con meticulosidad y apropiadamente cada cosa para después descansar debidamente? Una teoría nos dice que el paso del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño no consiste sino en una burda convención. Vivimos, en realidad, una continua duermevela: velamos por estar bien dormidos y dormimos para la vela. Velamos. Velamos mientras la muerte, desde el principio, se estaciona sobre nuestros cuerpos. Nos velamos paso a paso hasta que, como en las fotos, llegamos a desaparecer.