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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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Lo barroco

"Barroco" es una de esas privilegiadas palabras que dicen todo lo que desean decir. Ellas mismas son la cosa y su carácter o al revés: son ellas las que otorgan carácter y presencia al objeto que nominan.

La voz barroco es un mundo. No el mundo del barroco en cuanto fenómeno histórico sino el aforo mismo del fenómeno artístico que se cumple por entero en la capacidad sonora o formal, aparencial y existencial del nombre.

Casi nadie se puede sentir requerido, ante esta palabra singular, onomatopeya misma del concepto, a buscar el complemento de su etimología o el punto de su procedencia. Hoy he llegado yo a saberlo de improviso, tal como un accidente, en el transcurso de una lectura sin propósito concreto. Desorientadamente, sin preaviso y como un pedrusco ha aparecido sobre la línea de un número de Revista de Occidente la explicación de que acaso el término derive del portugués "barroco" o del español "barrueco" usados para designar a una perla irregular y deforme, aunque para algunos bella.

Fue más tarde, en 1740, en las maduras bocanadas del barroco cuando la Academia Francesa definió "baroque" como algo "irregular, raro, desigual". La descripción que tiende a evocar la condición de un monstruo o un adefesio. Y, a la vez, aquella clase de fealdad que poseyendo una extraña aura despierta una atracción especializada, acaso el raro atractivo que los mismos franceses atribuyen al exclusivo gusto por lo "dègoûtant". O una clase de selecto gusto que ama precisamente los sabores difíciles, los placeres perversos o las visiones aparentemente deformadas que sólo paladea la pupila celestial.

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26 de noviembre de 2008
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La divinidad del cambio

Desde hace más o menos tres décadas todos los políticos, de izquierda, de centro o de derechas, proclaman en sus eslogan ser los auténticos representantes del cambio. Con ellos las cosas cambiarán. Gracias a su elección el cambio sobrevendrá o habrá sobrevenido de súbito en el momento del escrutinio triunfal. Desde la campaña del primer Felipe González hasta el último congreso del PP o el reciente rally de Barack Obama la oferta fundamental dirigida al electorado ha sido el cambio. El cambio y el cambio sin más. No esto o aquello a cambiar en concreto sino simplemente la idea de acceder a cambiar.

Cambiar ha adquirido así el máximo valor. Simbólico, político, electoral. Probablemente porque las cosas parecen ir mal o muy mal desde hace tiempo, pese a todo el crecimiento, y, en segundo lugar, porque nada puede adquirir verdadero valor si no se mueve. O si perdura especialmente ahora en una sociedad eminentemente variable, sustantivamente trufada de la imponente cultura de consumo cuya clave se apoya precisamente en reemplazar. En sustituir cualquier cosa (objetos, conceptos, parejas, trabajos, destinos) viejas o no por otras. La ideología de cambiar ha crecido tanto que se confunde con el crecimiento o el progreso. Y si ciertamente todo progreso conlleva cambio no necesariamente cualquier cambio conducirá ineluctablemente al progreso. La identificación de progreso y cambio es del mismo orden que la ecuación mental que une cambio a mejora. La justicia, la sanidad, la educación, el bienestar mejoran si alguien promete que los va a cambiar. ¿Prueba de que todo está tan mal que suspiramos para que no siga igual? ¿Prueba de que cambiando, no importa qué ni cómo ni hacia qué propósito prosperaremos? Sin duda esto compone nuestro arrière- pensée. El cambio anida en nuestra conciencia como la piedra filosofal que todo lo logra, el detergente que todo lo limpia, la termomix que todo lo trata, la medicina que cualquier mal cura. De este modo no hace falta al candidato otro elemento coadyuvante, además de la retórica, que la verosimilitud de su imagen cambiaria. Así McCain sería la estampa de lo establecido, el cuerpo sin posibilidad de cambiar/mejorar, mientras Obama, de piel presidencial inédita, de rara composición biográfica, de suficiente aforo para las sorpresas representaba la figura proclive a la variación. El cambio nos revitaliza, el cambio nos reemplaza una vida por otra, un paisaje por una secuencia más. El cambio o lo nuevo interaccionan entre sí para fundirse en la mística de lo mejor. La base de esta idea procede acaso de diferentes coyunturas siglos atrás pero jamás como en estos momentos su enunciación ha sido tanto el lema de la derecha como de la izquierda, de los conservadores o de los progresista, de quienes defienden el orden establecido o de quienes lucha por alguna revolución. ¿Consecuencia? El cambio se vuelve un depósito sin rellenar , un continente donde flota una abstracción y en cuyo centro imaginario reside una ficción de cuyo luminaria cada cual se sirve para encender su personal ideal de lo mejor.

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25 de noviembre de 2008
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La explicación

La consecuencia radical de la democracia a más de dos siglos de su instauración política consiste en que todo derecho individual, incluido el conocimiento, debe disfrutarse por igual. La demanda de transparencia -política, social, sexual, financiera- es su correlato.

La exasperada demanda de transparencia en todos los ámbitos se corresponde con la ansiedad de saber de todo tanto como el que más, puesto que si aquél potentado, aquella autoridad, aquel consejo, conoce más de algo, sean las cuentas, los procesos, las tendencias, será una "información privilegiada" y, lo que es lo mismo, antidemocrática. Perseguible por la ley.

Instruidos como ciudadanos democráticos, nacidos entre los pañales de esa ideología, encarnados en la carne de la democratización, cualquier cosa que no posea esta blanca naturaleza será rechazado visceralmente, expulsado como un tóxico o escupido como un mal esencial.

La paradoja, no obstante, se alza precisamente ahora cuando habiéndose extendido la democracia como nunca la cantidad de conocimiento sigue manteniéndose estancada y con la sensación de ir incrementando tanto su peso y su tamaño como su invisibilidad.

La proclama de la igualdad de oportunidades, la enseñanza universal, el acceso de la totalidad a los estudios, la presencia de páginas y páginas de libre disposición en internet con informaciones múltiples ha sido una ficción más de distribución del saber. Las empresas, como ahora alguna Caja de Ahorros, escenifican en la radio, con lenguaje sencillo, las razones que les han conducido a tomar dinero público para solventar la crisis o mejorar su situación. Ofrecen esta información teatralizada para representar literalmente la transparencia. El tiempo publicitario transcurre, acaba y el resto de la emisión prosigue su sonsonete. El radioescucha que ha atendido el anuncio se queda entonces en la misma oscuridad que en el instante anterior. O en otra aún más turbia porque si los banqueros se han afanado en la detallada construcción de ese anuncio, ¿qué indefinibles problemas no habrán de padecer?

Cada noticia más sobre la crisis añade más inseguridad que sosiego. ¿No decir, por tanto, nada? La conciencia democrática lo rehúsa terminantemente a pero, de otro lado, ¿cómo no reconocer en el anhelo informativo una tensión y cansancio crecientes que desembocan en la claudicación? ¿Cómo leer los informes, dentro y fuera de la red, los editoriales y análisis innumerables o cómo prestar oídos a tantas declaraciones, definiciones, conferencias, parlamentos de cumbres y pronunciamientos final? ¿Cómo ordenar, discernir, entender? ¿Cómo saber? El mundo siempre fue obstinadamente complejo pero nunca lo fue tanto como cuando la investigación se propuso obtener su explicación? La tensión por conocer entresijos, causas y consecuencias, proporciones y soluciones a la crisis, genera una insuperable fatiga que como efecto abate el interés? La democracia regalada tiende siempre a ser barata y abaratarse más y entre sus saldos se incluye la toxicidad de la información y el low cost de la comprensión? Cuando la democracia se vive como algo natural ¿no será lo natural el estilo de la Naturaleza que jamás se interroga por su enfermedad, su muerte o por su ser?

En resumidas cuentas, el lema radica en el no saber. La época que más énfasis pone en el mito de la transparencia coincide con el tiempo en que más incomoda el abuso de información. Como consecuencia, tratando de lograr su bienestar particular, nadie sabe realmente nada. No sólo la orgía del fracaso escolar aumenta cada día, no sólo el desapego por el saber forma parte gozosa del espíritu del tiempo, no sólo se desea parecerse a los hermosos animales ajenos a las crisis financieras. La información fundamental (privilegiada) no puede saborearse y el difundido saber democrático nos sabe mal. Pero, de otra parte, ¿soportaríamos la complejidad de lo real? Muy probablemente llegaría a anonadarnos, allanarnos, subordinarnos. Y, de este modo, el bucle fatal se cierra. De individuos nacidos iguales y bautizados por el sistema democrático, pasamos a súbditos endemoniados, roídos por el problema ininteligible. ¿Queremos de verdad saber? ¿Deseamos, de verdad, esta vindicación democrática, tan inquietante y ardua, a la insuperable paz de sentirnos víctimas? 

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24 de noviembre de 2008
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Carbono carbonizado

Nada, en ningún momento de la historia, parece haber reunido a más seres humanos que el fenómeno de esta Gran Crisis. Quizás la final de un campeonato mundial de fútbol ha convocado a tanto público interesado pero apenas por unos minutos. La gran novedad actualmente es que la Gran Crisis reproduce en numerosos términos los elementos de la ciencia ficción que trata las invasiones de marcianos o los invencibles virus letales llegados del espacio. Por estas vías la crisis transmite la impresión de provenir menos del interior del sistema capitalista que de un Mal sobrevolando en el exterior. La diaria conversación sobre esta fatalidad entre los habitantes de no importa qué lugar del planeta contribuye a acentuar la sensación de la recesión no es más ni menos que una adversidad de la propia existencia y su incalculable duración un signo de agonía de una época. /upload/fotos/blogs_entradas/los4jinetesdelapoca2_med.jpgUna agonía que calca los periodos infaustos de la Humanidad, sea como efecto de las peores cosechas sea como consecuencia de enfermedades o guerras que cunden sin razón y sin límite. La peste, el cólera, la gripe se juntan con las sequías severas, el sida, la malnutrición, las guerras terribles, los jinetes del Apocalipsis, el fin de un final. Difícilmente se conjugan tantos factores aciagos contra la paz, la serenidad o el bienestar. La gravedad de la situación alcanza tal grado que transciende el tamaño de su naturaleza. ¿Disfuncionamiento del mercado financiero? ¿Avaricia de los banqueros? ¿Desajuste sistémico? ¿Fracaso de la regulación? Cualquiera de estos diagnósticos técnicos son claramente insuficientes para dar cuenta de la magnitud y durabilidad del problema. Las explicaciones de los economistas son poca cosa para abarcar la hipermasa de la catástrofe. Sólo una categoría superhumana o trashumana implicada en el origen del desastre sería proporcional a su desarrollo. La civilizada resistencia a aceptar que el mal proviene de algún Ente superior, Exterior y Ciego, es propia de la modernidad y de su lógica pero, más allá de esta cultura racional y laica, ateos o no ateos van cediendo íntimamente a la posibilidad de que todavía alguna Fuerza oculta nos define, nos apunta, nos salva o nos mata. La parte oscura del mundo todavía reticente a la luz de la ciencia, las incógnitas del cosmos aún sin revelar, la parte negra de lo real habitando la profundidad de los agujeros negros sopla sobre la vida una constante tempestad de tinieblas. El mundo negro, infinitas veces mayor al censado, aplastaría la existencia del nuestro con apenas la aproximación de su sombra. El espacio, el tiempo, el dinero, la liquidez, el capitalismo, la riqueza, la pobreza, el hambre, la avaricia, los apalancamientos, el sexo, las hipotecas subprime constituyen, a su lado un ínfimo polvo sideral o ya unas cenizas donde se confunde el bien o el mal o son carbono carbonizado Keynes, Smith, Friedman, Marx, Obama, el Banco de España y la Reserva Federal.

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21 de noviembre de 2008
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Imago mundi

P.- Si verdaderamente el conocimiento que circula por la Red es libre, fragmentario y contradictorio, ¿qué clase de "imago mundi" se puede fundamentar sobre esa base? ¿Existe un nuevo Discurso del Método, una Clave de Bóveda, un Plan, un Fin, una "Teoría"?
 
R.- No hay plan, ni proyecto a largo plazo, ni meta predeterminada. Como en los videojuegos la peripecia crea la siguiente peripecia, la interacción altera continuamente el camino y su imaginable objetivo. No hay "imago mundi". El mundo se confunde con su continua realización y, especialmente, con la incertidumbre del proceso. La incesante crisis de la crisis.

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20 de noviembre de 2008
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La crisis del coche

Resulta muy significativo que, en la crisis, sea precisamente la industria del automóvil la que despierte mayor atención pública, piedad presupuestaria, urgencia en la acción estatal.

Sin importar, en apariencia, demasiado los cientos de miles de parados que está provocando la burbuja inmobiliaria, las decenas de miles de obreros que pierden sus puestos en las factorías de coches aparecen como las víctimas cardinales de esta época en consternadora defunción. La construcción y su maldito pecado especulativo tienden a ser olvidad al modo de una odiosa ignominia mientras el sufrimiento de la industria automovilística se trata con los mimos que se procurarían a un símbolo sagrado de cuyo porvenir no puede inhibirse la autoridad de la nación.

La prosperidad del siglo XX nació con el automóvil. El individualismo, el turismo, la libertad personal y sexual, la independencia vecinal, la urbe, la industrialización en serie, las autopistas hacia el más allá, el flameante signo del petróleo, la cromada simbología del optimismo respecto al futuro de la sociedad capitalista llegaron materializadas en el sonido y la velocidad del coche.

La casa pertenece a la fase anterior pero el coche inaugura el auténtico hábitat contemporáneo. Representa un salto espectacular en la dominación privado del tiempo y del espacio porque si la velocidad terrestre fue ya modestamente experimentada con el ferrocarril esta invención no se afectaba sino a lo colectivo y con esa condición se mantuvo inscrita entre los nuevos artefactos del maquinismo industrial.

El coche es otra cosa bien distinta. No consiste sólo en una aportación tecnológica dentro del general desarrollo industrial sino que, como la luz eléctrica, se incorpora directamente y hasta revolucionariamente a la peripecia doméstica. Con él llega un componente cuasifamiliar que tampoco viene a ser como el antiguo animal de tiro pero que evoca, sin duda, la presencia de las bestias en la jornada diaria y cuya fuerza ayudaba eficazmente en las tareas. El coche procura calor (como los mulos en las cuadras) , proporciona ayuda en el quehacer laboral, se adhiere a nuestra cotidianidad como otro ser vivo pero, sobre todo, introduce en nuestra vida no un plus para trabajar sino para dejar o no de hacer. Su potencia ayuda a llegar pero simultáneamente a liberarse respecto a un destino fijo. El coche nos lleva y nos trae sin fatigarse, sin distancia predeterminada y sin adquirir ningún hábito que no proceda de nuestra libre voluntad.

Se ofrece a nuestro deseo como una prolongación de nuestras facultades mentales y físicas, y hasta un límite que jamás se pudo imaginar. Nos acoge como un albergue íntimo pero sin abarcarnos fijamente ni preceptuar nuestra dirección (geográfica o moral). Lejos de imponerse al recibirnos, o estar en él es proporciona poder: poder acceder a diferentes sitios, vivir directamente la ocasión de mundos cualitativamente surtidos.

El pueblo, la localidad, la vecindad, se reemplazan por la movilidad, el establecimiento por las etapas. Dentro del coche creamos nuestro refugio personal pero no para apartarnos del mundo sino para traspasar las distancias que nos apartarían de él. De ese modo el coche supone, literalmente "una apertura de miras" y, ¿cómo no?, una apertura cultural. Entre quien conduce y quien no conduce se percibe pronto una extraña diferencia, sea de carácter, de actitud e incluso la manera de ver. Pero, en conjunto, entre una sociedad conductora y otra que no lo es discurre un abismo de época. Todos somos, gracias a la actual omnipresencia del coche, intrínsecos conductores y ¿quién duda que esta facultad técnica y cultural se prolonga desde el volante al timón de nuestras vidas? El conductor lo es, aunque sólo sea potencialmente, un conductor a todos los efectos. Un posible conductor general que, en un grado u otro, posee el derecho y la posibilidad de conducir o conducirse. La importancia del coche en la construcción del individuo y sus derechos es no sólo máxima sino tan veloz como su dinámica y tan explosiva acaso en la historia social y política como el principio de su motor.

El conductor, como la figura del actual consumidor, son modelos que fue creando el siglo XX y generando con ello una democracia real e inaugural, un diferente sentido y valor de la vida personal y colectiva. Sobre estos nuevos pilares nacidos con el siglo XX la industria del automóvil ha ensanchado y enriquecido su oferta. Sus cifras han simbolizado el despertar de muchas naciones olvidadas y siempre el registro de sus buenos datos ha indicado el creciente grado de bienestar nacional e internacional. Todos los automovilistas del mundo han ido convirtiéndose así en una suerte de clase global ascendente de corte común y de idiosincrasia semejante con modos de vida y tópicos morales compartibles hasta el punto en que podía decirse que así como el campesino representaba un prototipo casi histórico superado ya por el homo urbano su perfil no culmina hasta coincidir con el homo automovilizado.

Que se trate ahora de salvar con ansiedad, urgencia y magnanimidad a General Motors, Ford, Chrysler, Nissan o cualquier otra marca emblemática tiene que ver, sin duda, con el propósito de reducir el número de desempleados pero tiene que ver esencialmente con "el modo de ver". El mundo tiende a verse y parecer otra cosa con el anunciado desmoronamiento del automóvil y, de hecho, la suprema estampa de la crisis actual, la primera que se ha alzado como real amenaza en los periódicos ha sido la de la ausencia de toda clientela en las tiendas de automóviles o la imagen de los infinitos stocks de autos en los amplísimos parques logísticos.

De otro lado, la suspensión de las jornadas de producción durante semanas reproduciendo los tenebrosos tiempos del cierre patronal en los comienzos de la industrialización transportan también a la incierta tumba de las libertades. Porque el mal que se desprende de la temida quiebra de la industria automovilística coincide con la quiebra de la jovialidad, la confianza y la alegría de nuestro tiempo. Ilusionados conductores de coches, escapadas, liberaciones soñadas: el repertorio de las fantasías asociadas al coche quedan mutiladas por la crueldad de la crisis y la consiguiente muerte de la producción.

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19 de noviembre de 2008
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La hiperdemocracia

Una larga batería de libros en torno al conocimiento compartido, la inteligencia de la muchedumbre, el saber de la wikipedia, la infotopía y cosas de este tipo desemboca en la utopía de una próxima "inteligencia universal" formada por la puesta en común de las capacidades creativas de todos los seres humanos conectados.

A falta de revolución social, una revolución mental. A falta de una gran idea brillante, la opacidad de la idea obesa.

Esta utopía colectivista daría lugar a una nueva economía llamada "relacional" que, según Jacques Attali, prestará servicios sin ánimo de lucro y se batirá contra el mercado hasta ponerle fin. En ese mismo momento se fundaría una época inédita, y de la misma manera que siglos atrás el mercado puso fin al feudalismo y la democracia a la monarquía.

Pero, efectivamente, no concluyen en este punto los transtornos: de la economía relacional se deducirá la desaparición de la envejecida democracia actual puesto que la idea y el afán democrático no ha sido otro desde hace doscientos años que la promoción del individuo y su individualismo. Sin embargo, diseñado el mundo en forma de red, avanzando mediante una trama humana o cerebro relacional, la conocida democracia adquirirá un sentido nuevo: nuevo, diferente, superior.

Se le sigue llamando "hiperdemocracia" puesto que parece arrinconar esta palabra todavía sagrada pero de ningún modo será una versión perfeccionada del sistema existente sino su transustanciación. Los partidos, los líderes, los discursos, las promesas quedarán arrasadas por la acción directa de la ciudadanía y a través de una interacción planetaria en constante transfusión. La hiperdemocracia será así el reino de la hipercrítica positiva tal como en la actualidad funcionan los móviles que se recomiendan restaurantes o se compinchan para boicotear una lata de conservas china. /upload/fotos/blogs_entradas/breve_historia_del_futuro_med.jpgLa hiperdemocracia vivirá así cohabitando con lo que Attali llama el hiperconflicto y todo ello en un escenario denominado hiperimperio que pondrá fin a la incuestionada hegemonía norteamericana, desmantelará de paso los servicios públicos y los estados, las naciones. La hiperdemocracia, en fin se manifestará desde un poder policéntrico que se imita desde Brasil a la India, desde Los Ángeles a Sidney, desde Luxemburgo a Castilla-León.

En el vórtice mismo de la crisis financiera mundial he aquí un sudoku para contemplar el mundo desde un caleidoscopio imaginativo. Una previsión propia de tiempos de calma en el momento de la Gran Turbulencia. Jacques Attali, ciertamente, publicó su Breve historia del futuro (Paidós) en 2006, cuando asombrosamente no se recelaba nada de lo que se nos ha venido encima.

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18 de noviembre de 2008
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Tres tes

El fenómeno moral más vistoso de la crisis económica actual es, probablemente, el escándalo y condena de la especulación. La especulación que, a pesar de su voracidad, se observaba como la bendita metralla de la prosperidad. Ahora, no obstante, el potente motor de la construcción ha derivado en el máximo virus de la destrucción. Y no lo será por poco tiempo. En lo sucesivo o incluso en el porvenir más próximo todo movimiento especulativo olerá mal, desprenderá su mala fama de crimen y, consecuentemente, todo especulador parecerá una suerte de nuevo terrorista del empleo y el verdadero bienestar. Todo futuro desarrollo de cualquier ciudad cabal tratará de rehuir por lo pronto, cualquier atisbo de arbitrismo especulativo y buscará su porvenir siendo cabal, en el empeño de la innovación y la inversión creativa. Frente al patinaje de la especulación, la roturación creadora, frente a la locura sin freno, la velocidad de la inteligencia constructiva.

De hecho, las ciudades que se han demostrado más vanguardistas e inteligentes en los últimos años han sido todas aquellas que desde Estados Unidos a Singapur, desde Australia a la India o China, han crecido sobre tres pilares fundamentales del sentido creador. Tres conceptos o pilones en forma de T ("le corbusiana") que se resumen en los diferentes conceptos de Tecnología, Talento y Tolerancia. Tecnología nacida de la creatividad. Talento promovido por el bienestar medioambiental y Tolerancia al amparo del no nacionalismo, no al fanatismo, no a la superioridad.

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17 de noviembre de 2008
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La mano negra

La magnitud del "Estado Negro Mundial" genera el agujero negro de cuyas proporciones y duración nadie sabe nada. Ese negror es el color fundamental de la crisis. Su oscura inconmensurabilidad en tiempo y en profundidad se corresponde con la naturaleza intrínseca de la naturaleza negra. El negro sin fondo o la opacidad total. La espesura de lo desconocido y el peso de la mano que sin darse a ver estrangula, aplasta, esclaviza, modela la extraña figura del porvenir.

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14 de noviembre de 2008
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Artes sin alhajas

Un nuevo arte, una nueva moda, unas nuevas costumbres, valores diferentes y costumbres vueltas del revés, serán efectos a probar tras la extensión universal de la crisis. Los años 30 que prolongaron el crash de 1929 fueron años hermosos para el cine que pasó de ser una estampa muda a otra elocuente y de extraña inspiración. Fue el tiempo de la pintura expresionista y de los desarrollos, en varias direcciones, de las vanguardias en tropel. El vestido, de otra parte, reflejando la escasez en el corte, el color y la calidad del tejido ha permanecido más tarde como una segura imagen a la que regresar cuando la moda se harta de sus fruslerías, su gula o su derroche. En general, todo lo que en los entornos del siglo XXI nació de dispendios sin tasa y corrupciones públicas se convertirá en excrecencia y vómito insoportables. La proclama de Alfred Loos ("el ornamento es crimen") regresará en la síntesis de líneas y en el ahorro general de perifollos. El dinero promueve la investigación científica pero la escasez nutre a la creatividad artística. De la creatividad de la escasez se beneficiaron grandes obras en la historia de la arquitectura o el diseño mientras que por la superabundancia hemos debido tragar no pocos tóxicos engendros por Zaha Hadid, Gehry o Santiago Calatrava que multiplicaron monstruosamente los presupuestos. Miles de obras aparatosas sin contenidos, grandes representaciones sin concepto, retóricas sin fuste. /upload/fotos/blogs_entradas/beautiful_revolving_sphincter_oops_brown_painting_by_damien_hirst_med.jpgEste mundo del efectismo y el relleno, las volutas y los costillares, se ve condenado al trastero porque de la misma manera que su despilfarro olía a cacharrería la nueva simplicidad despedirá un aire naturista. Damien Hirst y sus presuntas obras de arte cuajadas de piedras preciosas, sus carneros calzados de oro, sus calaveras sembradas de diamantes ¿cómo iban a llevar consigo la semilla de su propia muerte? El derroche es igual a la profusa hemorragia del valor: la anemia del arte, la falta de liquidez sistémica, el rigor mortis del sistema. Por el contrario, los sombreros de ala flexible, las ropas desestructuradas y anchas, las sopas, la beneficencia, la condescendencia, la llaneza, los colores leves, los gastos débiles, la relajación, la dejación, la distensión del éxito, los biocombustibles, los viajes sin jet lag, el mundo descargado de ansiedad y de peso inaugura un ambiente donde la segura tristeza irá creando un espacio acaso más humano y silencioso, frente a la ya patológica obligación de divertirse, gastar, trabajar sin freno, odiar al jefe y la pareja, tomar pastillas y condenarse a ser necesariamente feliz.

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13 de noviembre de 2008
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