Vicente Verdú
Nada, en ningún momento de la historia, parece haber reunido a más seres humanos que el fenómeno de esta Gran Crisis. Quizás la final de un campeonato mundial de fútbol ha convocado a tanto público interesado pero apenas por unos minutos. La gran novedad actualmente es que la Gran Crisis reproduce en numerosos términos los elementos de la ciencia ficción que trata las invasiones de marcianos o los invencibles virus letales llegados del espacio. Por estas vías la crisis transmite la impresión de provenir menos del interior del sistema capitalista que de un Mal sobrevolando en el exterior. La diaria conversación sobre esta fatalidad entre los habitantes de no importa qué lugar del planeta contribuye a acentuar la sensación de la recesión no es más ni menos que una adversidad de la propia existencia y su incalculable duración un signo de agonía de una época. Una agonía que calca los periodos infaustos de la Humanidad, sea como efecto de las peores cosechas sea como consecuencia de enfermedades o guerras que cunden sin razón y sin límite. La peste, el cólera, la gripe se juntan con las sequías severas, el sida, la malnutrición, las guerras terribles, los jinetes del Apocalipsis, el fin de un final. Difícilmente se conjugan tantos factores aciagos contra la paz, la serenidad o el bienestar. La gravedad de la situación alcanza tal grado que transciende el tamaño de su naturaleza. ¿Disfuncionamiento del mercado financiero? ¿Avaricia de los banqueros? ¿Desajuste sistémico? ¿Fracaso de la regulación? Cualquiera de estos diagnósticos técnicos son claramente insuficientes para dar cuenta de la magnitud y durabilidad del problema. Las explicaciones de los economistas son poca cosa para abarcar la hipermasa de la catástrofe. Sólo una categoría superhumana o trashumana implicada en el origen del desastre sería proporcional a su desarrollo. La civilizada resistencia a aceptar que el mal proviene de algún Ente superior, Exterior y Ciego, es propia de la modernidad y de su lógica pero, más allá de esta cultura racional y laica, ateos o no ateos van cediendo íntimamente a la posibilidad de que todavía alguna Fuerza oculta nos define, nos apunta, nos salva o nos mata. La parte oscura del mundo todavía reticente a la luz de la ciencia, las incógnitas del cosmos aún sin revelar, la parte negra de lo real habitando la profundidad de los agujeros negros sopla sobre la vida una constante tempestad de tinieblas. El mundo negro, infinitas veces mayor al censado, aplastaría la existencia del nuestro con apenas la aproximación de su sombra. El espacio, el tiempo, el dinero, la liquidez, el capitalismo, la riqueza, la pobreza, el hambre, la avaricia, los apalancamientos, el sexo, las hipotecas subprime constituyen, a su lado un ínfimo polvo sideral o ya unas cenizas donde se confunde el bien o el mal o son carbono carbonizado Keynes, Smith, Friedman, Marx, Obama, el Banco de España y la Reserva Federal.