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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cabezas sin formatear

He visto con mis hijos, una película propia de nuestro tiempo, rabiosamente actual. No en vano se titula Fast & Furious 6. No tenía yo idea de que se hubiera concatenado una secuela de tantas entregas pero al ver la cinta supuse que rebobinada podría dar lugar a otra y montada de una u otra manera acabaría por engendrar hasta seis o más.
Efectivamente no entendí nada y me parece que no sólo porque el asunto es peliagudo sino porque unos personajes y otros, los buenos y los malos, los redentores y los condenados, poseen una apariencia tan súbita como demasiado igual. Pero ¿qué importará el rostro del bien y el mal en este escenario de acelerada ficción y de sólo ficción? Llevada la ficción a su extremo no debe ser otra cosa que una irrealidad y ,de hecho, por si acaso algunos espectadores pensaran que las secuencias de coches y aviones explotando tuviera que ver con lo verosímil, la cinta termina advirtiendo que las escenas se han rodado con especialistas y mediante efectos ajenos a todo lo vulgar.
No trata, en fin, Fast& Furrious, de nada verdadero sino que con ella el cine alcanza el punto cero de lo real y el infinito de lo fantástico. ¿Con esta nota conclusiva de la pantalla nos quedamos pues en paz? No del todo. Las películas de dibujos animados nos animan a pensar en un universo ideal pero estas películas de tantos choques, muertes y armas tremendas nos abren paso a una secuencia sin correlato en nuestra experiencia particular. ¿No existe en ella el odio? ¿No existe la venganza? ¿No existe el deseo de posesión? Claro que sí. Pero, al cabo, esta película y cuantas se le parecen no tratan de vicios o virtudes sino de acción. La acción puede engendrar un concepto pero incluso el concepto se halla privado de alguna idea nuclear. No hay idea en el núcleo de su célula y de ese modo pueden deglutirse al compás de los chuches que se llevan a la sala. De otra parte, la carencia de núcleo proporciona la oportunidad de que el argumento opere por partogénesis y, por tanto, no se pueda contar ni resumir.
Muchas de las películas de la nouvelle vague en los sesenta eran capaces de prolongar un plano hasta el mayor tedio pero nunca lo tomábamos a mal. Esas películas, como Desierto Rojo de Antonioni o El año pasado en Marienband de Resnais, nos llevaban a una tensión cognitiva muy intelectual. La suma del argumento con su asíntota cero llevaba a la plenitud. Eran por tanto películas sin traducción, películas que como Fast & Furious se necesitan ver para creer. Ni el principio ni el desenlace tenían vida propia porque todo se hallaba en el nudo. De ese modo cada uno de esos filmes nos inducía a reflexionar y nos llevaba, uno a uno, al arte de la devoción o la devoción del cine.
Frente a ese tiempo, pues, en que debíamos pensar como burros para sacar la aguja del pajar, se alza este cine "veloz y furioso" que nos lleva a trescientos por hora a un lugar sin destino ni predicación. No hay mensaje, no hay argumento, no hay nada de qué hablar. Fast & Furious es el epítome de un mundo fenecido y el inicio de algo sin pertinente enunciación.
Que los padres se queden pues tranquilos. Sus hijos les asesinarán sin sentir culpa. O los padres más jóvenes estrangularán a los niños sin el peso negro de la religión. La moralidad, o lo que sea, ha adquirido una velocidad transparente que odia la contrición. Entender estos filmes con una mentalidad formada en el libro es como pedir luz al ciego total. Lo importante, en suma, es lo peristáltico. Películas que no pasan ya por la cabeza sino que se dirigen enseguida al intestino. Órgano de una época en la que el influjo del tracto digestivo conforma -como denota la moda gastronómica- el artefacto mental. ¿Qué no la entiende usted? ¿Que no entiendo yo Fast & Furious? Eso es prueba de que se pertenece a un tiempo ya defecado y un futuro propio aún sin formatear.



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19 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El cuadro enfermo

Es chocante que cuando a un artista plástico se le describe, muy a menudo se destaque que fue autodidacta.¿Querrá decirse con ello que posee más mérito o, por el contario, como parece ser que no hay que fiarse demasiado de su obra. Las facultades de Bellas Artes han solido ser un desastre en España y los talleres de artistas maestros demasiado escasos. Pero ¿no sería autodidacta quien hubiera pasado un tiempo al lado de un maestro consagrado? ¿La consagración le convalidaría y, por acercamiento mágico, su saber habría obtenido la certificación necesaria? Los autodidactas, entre tanto, podrían ser de dos clases. Pobres gentes que valiéndose de sus habilidades empezaron a pintar sobre el suelo de las aceras (como Eduardo Arroyo) o se incorporaron tardíamente a la pintura aún teniéndola siempre en su interior como Ràfols Casamada.

Existe, sin embargo, un tiempo para que el autodidacta pueda ir borrando este atributo y pueda ser alineado entre los pintores con escuela, Si ese tiempo no es suficiente el autodidacta se queda en esto sin importar lo bueno o muy bueno que fuera, El profesionalismo con academia frente al profesional sin ella, distingue entre el pintor/pintor por ejemplo y el pintor/amateur conspicuo. Los últimos tiempos han confiado más en el amateur que en el profesional, supuestamente menos flexible o innovador, en diferentes actividades. El amateur podría ser mejor no sólo porque hacían su quehacer con mayor cuidado y autocrítica sino con un descontado y franco entusiasmo. Pero ¿se puede ser artista, con escuela o no, sin poner entusiasmo? Se puede. Hay cuadros muertos o gravemente enfermos recién pintados, Hay cuadros desorientados, convertidos en restos antes de pasar virtualmente a la basura. No se trata siempre de obras muy malas ni de birrias completas. Se trata de que la vida de un autor y sus emociones durante el trabajo se trasmiten al lienzo con una facilidad diabólica. Muchos autores, hartos de pintar lo mismo y vender cada vez menos o hastiados de vender mucho haciendo siempre igual, caen en una tristeza enfermiza que sin hacer nada o luchando o por esconderla terminada plantificada en el bastidor. Viéndola allí, tan neta, cuesta trabajo aceptar que los compradores no se percaten de ello. Comprar un cuadro muerto de un pintor insigne puede costar lo mismo que un cuadro vivo del mismo pintor eximio. O algo menos o algo más si mide -como efectivamente se mide y se valora- por centímetros cuadrados.

La garantía, sin embargo, del autodidacta es que necesariamente buscó y rebuscó cómo hacer para hacerlo cada vez mejor y para hacerse. Y esa pasión también se nota, De hecho no hay mayor felicidad para una artista que lograr compartir su emoción. Y ya, en el colmo, seguir produciendo cuadros cada vez más emocionantes.



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13 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Centros como nudos. Nudos como centrales eléctricas

En el Centro-Centro situado en mismo centro de Madrid, en su nuevo Ayuntamiento de Madrid se está celebrando estos días, (hoy es la segunda jornada) un simposio de tanta actualidad que España debe insertarse cuanto antes en este debate presente y futuro. Se trata de contemplar el mundo globalizado no como una saturacion de habitantes y conglomerados sin orden sino de descubrir la excelencia de un complejo cerebro colectivo que orienta la interconexión.

De la misma manera que hay nudos en la red, hay hubs en el transporte aéreo y hay nódulos cerebrales (parecidos a los núcleos del tendido eléctrico) donde convergen una mayor densidad de saberes e influencias. Por su importancia, casi biológica, el planeta ya no depende tanto de la riqueza de las naciones -que también- como de la irradiación e innovación que procede de un determinado número de centros clave. Son, en parte, las "Ciudades inteligentes" o "Ciudades creativas" de las que habló Richard Florida hace unos años y que ahora aterriza clamorosamente en España. Gracias ala perspicacia de un organizador, José Tono Martínez que está siempre sagazmente atento a lo bueno que salta. Y a la visión de los grandes saltos se dedica este simposio en el que participan cosmopolitas urbanos como Ignacio Echeverría, el maestro de espacios creativos que es Jorge Wagensberg o de un especialista en esta clase de urbes que Gildo Seisdedos junto a un sabio de la ciudad histórica como es Ignacio Gómez de Liaño.

Estas nuevas ciudades de Son ciudades como Los Ángeles, Singapur, Londres, Berlín, Nueva York, Bombay o Río de Janeiro pero también otras muchas y menores como Santa Fe en Estados Unidos o Toulouse en Francia cuya ebullición rebasa sus lindes y actúan de hecho tanto como guías intelectuales como aprovisionadoras de materias primas (materias grises) de primera calidad para la transformación del mundo global.

Más de la mitad de la población mundial somos gente urbana. La ciudad es nuestra sede y nuestra plataforma de la vida que deseamos mejorar o enriquecer, con la heterogenidad de los habitantes y con la de un nuevo carácter rural incluido. La gran ciudad se asfixia, con su gigantismo, dentro del modelo tradicional pero moviéndose en diferentes direcciones y velocidades realiza el ejercicio comunicativo e innovador capaz de ensanchar su potencia pulmonar. Para producir, para mejorar humanamente las ciudades inteligentes se erigen como faros de un mundo nuevo a cuya enriquecida luz hará cambiar de paradigma y desde ese nuevo paradigma permitirá aspirar a un progreso con sentido humano y, ojalá, bañado de cooperación y dignidad.



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12 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hoy, unidad de valor

Un amigo argentino de notable ilustración ha escrito todo un libro sobre el valor del hoy. Podía haber caído en perorar sobre el valor del "yo" a la manera que hacen la mayoría de los libros de autoayuda pero, Carlos Abad se ha concentrado en el hoy como unidad absoluta de valor. Todo lo que hoy sucede merece nuestro máxima interés porque la vida se compone de hoyes que serían hoyos si no prestáramos atención. Una atención que deberá ser permanentemente positiva de forma que cuánto hay de bueno en un fragmento del día se enaltezca para iluminarlo todo alrededor. Al despertarnos, dice Carlos Abad, podemos optar por la alegría o la tristeza. Cierto que las rémoras del pasado no se pueden borrar pero sí redibujar con el buen ánimo y las ganas urgentes de vivir. Vivir es un regalo. De ese modo ya podríamos darnos por obsequiados porque al margen de la película que se vaya a ver nos han premiado con una entrada. Y con una diferencia importante: el guión no está escrito de antemano y sería de imbéciles no escribirlo a nuestro favor. ¿A lo largo de los años? No es preciso. Eso ya se verá. Sólo con hacer favorable el "hoy". Prueben y vean cómo mejora su felicidad, su salud y sus ganas de vivir más.



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6 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El sofá

Un elemento de aparente segundo orden pero no de segunda fila es el sillón de la sala común. En los tresillos, el sofá posee la primacía espacial aunque sólo sea por su volumetría. Pero el sofá pose tanto más volumen cuánto menor prestigio y hay sofás que hasta se descaracterizan y arruinan en función de su exagerad longitud y su desproporcionada aparatosidad.
Mayor masa, menor peso simbólico, en general. Poseerá un volumen descomunal pero no un prestigio paralelo. A las visitas que corrientemente, se las asigna un acomodo en el sofá se sienten de inmediato expuestas al escrutinio de los anfitriones y mientras los señores de la casa se acomodan en los sillones que con sus brazo aumentan su categoría corporal los del sofá ven disminuir sus atributos dialécticos y anatómicos comparables con el poder en la reunión. Los amos o cónsules de la casa serán superiores -no sólo en la medida que patrocinan la reunión sino en la dinámica inscrita en la escena de encuentro. Porque se sitúan aunque no se quiera en el en la dominante jerarquía del estructurado mobiliario.
¿Quién inventaría el tresillo? ¿Cuántas cosas no se encierran en ese conjunto que en la práctica traduce la majestad de los sillones y la subordinación colectiva del sofá? En cada sillón se aposenta una persona. Cada sillón es una voz que habla y escucha, un juez que se plasma sobre el grupo que ocupa cortés y obedientemente el sofá.
Porque no se trata de que dejemos a los invitados deliberadamente atados o plasmados en ese frente que tarde o temprano se revelará como sujeto a la inspección de las piezas que son los sillones sino que el tresillo como conjunto impone su ley simbólica que separa a los establecidos en el hogar y de quienes llegan a visitarnos. La relación entre la supuesta naturalidad de quien hospeda y la natural inhibición de quien es recibido decide la estructura semiótica del tresillo y, por derivación, su marcada relación de fuerzas inherentes al sitio donde se aposentan unos y otros. Los otros son patentizados en la hilera del sofá mientras los amos de la casa se sitúan , aún inconscientemente, en el puesto que permite contemplar el completo panorama y, siempre, juzgar, calificar y sentenciar.
Nadie, sino el rígido mismo mobiliario, ordena esta estructuración que determina incorregiblemente el diálogo y la autoridad de unos y otros. El diálogo a menudo se establece desde el ser del sillón al conjunto de los demás que ocupan del sofá y raramente el sofá en cuanto colectivo dirige la conversación de los demás componentes. No hay muchos sillones en la mayoría de tresillo y si se llama así al conjunto es como efecto de estar formado por un par de butacas y un solo diván. Los del diván son mensajeros o representantes del mundo exterior y los que ocupan los sillones, encarnaciones de la existencia interior a la manera de recipiendarios.
Al margen, sin embargo, de las visitas, el sofá se expone como un mueble asociado a la conversación, la televisión y, en general, la ociosidad. Hay sofás para ver la tele, para acoger la siesta, para albergara al desasido o para llevar la holganza a su más representativa condición. Son muebles que se presentan en la intimidad como confortable solares de la pereza y en su condición de receptores de la holganza y los momentos de socorro más o menos solaz. Sólo se yerguen como receptáculos de poder cuando las vistas los invaden. Pero también nosotros conocemos que ese circunstancial poder mobiliario no deshará más adelante nuestro mandato sobre su estructura. De hecho una estructura del sofá casero invita a considera la mayoreo menor confortabilidad de la casa en sus esencias. No hay casa moderna, en efecto, sin el ocio de sofá. La vivienda de hace siglos incluía el sofá como complemento a la organización del recibimiento. Pero hoy el sofá actúa como un estrecho complemento de nuestro ocio personal, íntimo y merecido dentro de casa
De hecho, no hay casa que se presente dentro de su imaginario confortable el concurso del sofá. De otro modo esa amputación la convertiría en lugar adusto o labora, cuarto disciplinario donde, en el extremo, tan sólo se hallaría como una colectiva habitación de castigo, propensa a la igualación, el debate o la interrogación feroz. ¿sería por tanto el sofá la representación de la conversación liberal y en libertad? Hay efectivamente sofás caseros que reproducen la suciedad del domicilio y su subversión política o sofás pulcros que aluden al orden del salón donde no se entra sino con motivo de visitas atildadas. Pero los otros, desventrados y malolientes, muy maculados y usados, poco atendidos connotan, en fin, con el quehacer más o menos rebelde de los habitantes del piso puesto que el sofá viene a ser el locus del ocio. Y la locura de locuaz ociosidad. Sin ellos, la casa pierde toda identidad hacia la causa. En el rostro del sofá se imprime la vida ordinaria o subversiva de la casa y de una u otra forma los inocentes tresillos funcionan como una traducción de las biografía que comparten el piso sea como insignia de lo que sus habitantes creen o no creen.



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5 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Por qué pintar?

Lo más parecido a pintar cuadros es escribir poemas. Yo fui un ferviente escritor de poesía hasta los cuarenta años, más o menos. Lo mejor de hacerlo fue su parecido con un juego de trayecto y resultado inciertos. El poema, como el cuadro, se escribe a través de un inexplicable diálogo con el autor. Y tanto es así que muchas de las obras se dan por finalizadas cuando el objeto es quien dice "basta". Hay otras formas de actuar pero en mi caso la falta de un plan previo y determinado es igual a emprender una libre aventura con el cuadro. En el transcurso del viaje se van intercambiando emociones y puntos de vista. Y nunca mejor dicho puesto que no sólo el pintor mira al cuadro sino que también el cuadro se mira a sí mismo y vocaliza sus emociones.

Al cuadro hay que dejarlo hablar desde el primer trazo puesto que viene a ser asombrosamente su estado de ánimo quien dicta. Podría pensarse que, por el contrario, es el ánimo del artista quien lo conduce pero, francamente, no sabría atribuirme exclusivamente lo que pasa. Pasa lo que pasa porque el humor del lienzo va conformándose con una autoridad que, en definitiva, lo pinta. ¿Y qué mayor experiencia mágica que observar un lienzo aparentemente blanco e inanimado cobrar vida y, por si fuera poco, adquirirla en colaboración con nuestra presencia y nuestro personal punto de vista?

vverdu@elpais.es

Obra pictórica: http://vicenteverdu.net/



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3 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El alcohol

Un efecto muy característico de los abusos con el alcohol es que lo vivido bajo se influjo queda en blanco en la memoria. Parece cosa de magia pero así es. Algunos amigos despertaron de la borrachera al lado de la baranda de un río o en el filo de un puente, otros habían pegado a la mujer o los hijos y no daban crédito a ello. Otros insultaron gravemente y nunca lo hubieran podido suscribir. El borracho no dice la verdad, la simplifica cruelmente.

Tan cruel que el alcohol actúa como un mal tan severo para la salud como temible para la convivencia, dicen los médicos y las asociaciones de Alcohólicos Anónimos que hacen cuanto pueden contra la adicción. Enfermedad fatal, incurable, mortal, dicen ellos. La bebida del alcohol a grandes dosis disminuye la vida empeorando el estadio de casi todos los órganos. Pero posee además una facultad sintética fundamental: borra la vida. Y no la buena o la mala sino la vida. Apaga la cinta del filme.

El alcohol disuelve la experiencia vivida y a rajatabla. Hasta su aniquilación. Y sin experiencias, atacado por esta amenaza de colores y expendida sin tasa en los bares, ¿cómo apartarse de beber gin-tonics o whiskies o cualquier licor?

Y un agregado más contra el tópico de bañar los triunfos en alcohol. El alcohol no recompensa sino que, al revés, enferma. Los éxitos, las bodas, las buenas noticias se celebran con alcohol que precisamente actúa como un delegado de la muerte y contra la vida.

Mata la alegría sana para convertirla en angustiosa tempestad, deshace la celebración para dar paso al triste y amargo malestar. Sólo los personajes autodestructivos son capaces de no ver de qué manera el alcohol perjudica el posible bien de sus vidas que en el pozo del alcohol se convierten en abominables pesadillas.

Hay campañas intensivas contra el consumo del tabaco pero aún más debían lanzarse contra el consumo excesivo de alcohol. El tabaco mata pero mata sobre todo a uno mismo en la angustia de la respiración terminal. Pero alcohol mata además relaciones, mata el trabajo, mata amores, familias y mata a gentes de alrededor que a su vez se convierten en involuntarios verdugos con la ineludible condena del bebedor y la distancia desconsoladora que crece.



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31 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desamparo y el inseguro

Más que un líder, un mesías u otro personaje de este cariz que podrían devolvernos al repetido abismo histórico de los fascismos, lo que echamos de menos no es tanto la política como otra institución consagrada a defender los derechos de la población común. No hay nada peor en España que enfrentarse a un abuso de una compañía o buscar amparo en un seguro. La compañía es todo menos compañera, aun en lo más elemental, y las empresas de seguros son todo menos aseguradoras. En el primer caso y tras cualquier estafa no hay modo de que el estafador sea puesto pronto ante los tribunales y se le sancione. En el segundo supuesto, tras cualquier percance, en el coche, en el hogar o en nuestro lugar de trabajo, el seguro tiende a demorar los pagos, a escabullirse, a negar lo obvio hasta desesperar al cliente. Un cliente que si antes ha pagado prestamente todas las primas ahora se ve tratado como un apestado. Un tipo molesto del que hay que apartarse y denegarlo como a alguien mendaz. Próximamente daré los nombres de algunas compañías que se portan de esta manera y que afectan también a nuestros parientes y compañeros pero bastaría recurrir a la experiencia de cada cual para ratificar que no sólo no hay justicia en lo criminal sino que estas desaprensivas instituciones aseguradoras (¿), salvo contadas excepciones, cometen abusos que llegan sistemáticamente hasta la explotación cuando no al robo. ¿Hasta cuando seguiremos debatiendo la cosa política y no la ciudadanía directa? ¿Para cuando el domus sustituirá al actual camelo de la polis ¿Hasta cuando el ciudadano del siglo XXI logrará un estatus de dignidad y respeto? O lo que es lo mismo, ¿hasta cuanto la indignidad de los actuales mandamases seguirá gobernando nuestra vida social y personal?



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22 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fatiga de ser yo

Alain Ehrenberg a quien conocí en la Toscana hablando de fútbol escribió hace años un libro que se titulaba La fatigue d´être soi. La fatiga de ser, o más expresivamente "la fatiga de ser uno mismo". Fatiga de ser uno mismo ¿porque se siente uno demasiado  sólo? ¿Porque ya uno mismo no soporta su yo? ¿Porque no se podrá ser ya de otra manera  a pesar de poner en ello toda la ilusión?

Ser uno mismo para toda la vida tiende necesariamente a aburrir y tanto más cuanto más larga la vida sea. De ahí que tratemos de entretenernos en esto y aquello para no vivir tan directamente con nuestro yo o fantasear con el cuento de que cambiamos de ser al cambiar de actividad. Pero el yo pesa mucho y es un plomo que además de muy pesado no hay manera de disolver. Incluso inculcándole una u otra pasión feroz somos capaces de reducir su gravedad.  ¿Gravedad?

Efectivamente puesto que nada lo define mejor que su intrínseca enfermedad tan obstinada como grave. El yo vive crónicamente enfermo y de ese modo tenerlo adentro acarrea un peligro mortal.  Con mucho yo acabamos muriendo en plena vida. Cuanto menos yo se tiene más inmortal o feliz se es. Siendo precisos, esta sería la condena que Dios planeó para el ser humano en este mundo. Es decir, dotarlo de un yo de considerable tamaño para acarrearlo como una cruz penitencial. La cruz del yo, tan incrustada en el yo mismo que no nos deja viajar hacia otro con ninguna  facilidad, Nos impide volar a la manera de los ángeles o hacer milagros transmutándose a la manera de  los santos que o no tienen yo, en el primero de los casos, o lo han adelgazado al extremo con su camino de santidad. Un yo grande, un yo gordo es lo peor para el estilo personal. Los yoes de mucho tamaño empapuzan a la manera de las grandes raciones que sirven en los restaurantes vulgares.  Un yo de  proporciones desorbitadas acaba por matarnos prematuramente, igual que si se tratara de una  obesidad mórbida o incluso más que ella. Puede ser que nos creamos vivos pero nos hallemos muertos ante la colectividad  puesto que estas dimensiones impiden vivir con otros. ¿Es Mouriño un caso de estos? Podría ser. Perlo no es tanto el Mou lo importante como el Mí. A la fatiga de ser uno mismo se opone  la genuina alegría de vivir que no se representa mejor que a través de esos saltos joviales que dan los niños en los parques y jardines sin que les importe un pito la imagen que dan. Es decir, el yo ruidoso que todavía no conocen en su insoportable proporción.

 

vverdu@elpais.es

Obra pictórica: http://vicenteverdu.net/



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21 de mayo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Merendar de éxito

Lo contradictorio de publicar (libros, cuadros, canciones, blogs) es que  uno no puede vivir sin ello. Pero, de otra parte, mucha gente con sus propios gustos y conocimientos de hecho prefiere a otros autores y posterga o desdeña lo que haces. ¿Cómo salir de aquí? ¿No viendo nada? ¿Tomando lo mejor y dejando lo malo? Claro que no.

La respuesta a lo que se hace no se sintetiza en una sola voz que ama o mata sino, siempre, en un ramo tan heterogéneo que a la fuerza deja de servir como acicate o como definitivo puñal. Escribimos pues (y pintamos y componemos) de espaldas al patio de butacas. Luego uno se vuelve hacia el público aglomerado y el resultado más o menos mayoritario es el sí y el no ante la provocación. El artista es provocación o no es. Esta vivo o es cadáver en virtud de su capacidad de conmoción

¿Quién se sube sin embargo a este escenario donde uno se expone a recibir tomates a granel?

Muchos artistas son eminentemente tímidos y jamás se subirían a las tablas. Sin embargo, todos los artistas, son narcisistas y necesitan el forraje de verse admirados como si se tratara de la primera papilla y subirse al pináculo como si fueran traviesos niños. Pero en cuanto narcisista, cualquiera tiende más a despertar las antipatías que otra cosa más blanda. El egotista, el ególatra, el narciso impulsa a que los demás respondan dejándolo carcomerse en su asqueroso arrogancia. Sin embargo, los mismos narcisistas dan de cerca mucha pena. La pena que despierta el ser vulnerable y que tanto le hace sufrir su frágil corazón. Basta escribir un artículo que aplaudan muchos pero que no cuente con la aceptación del portero de la finca para perder todo el gozo anterior. Días soleados en los que no escucha ningún comentario negativo son habitables pero varios días en que no oiga nada son insufribles. Un día soleado y aislado donde sólo se arracimen los elogios es un día glorioso. Pero ¿significa el principio de un más allá feliz? Nada de eso.

El fracaso es para el narcisista tan hondo que afecta a la médula y esos amigos desmadejados que vemos bebiendo más de la cuenta o acurrucados en un oscuro cantón son gentes que pierden con extraordinaria facilidad su músculo y su osamenta. Sólo un milagro, cuando eres ya muy mayor o has muerto, devuelve acaso al personaje el mérito que, sin embargo, ya no le sirve ni para merendar.



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14 de mayo de 2013
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