Habitualmente, sin reflexión
no distinguimos
entre el habla del cuerpo
y una supuesta habla única o principal.
No diferenciamos
sus obscenos pronunciamientos
gruesos, groseros, granulentos
de otros pronunciamientos
incomparablemente más débiles,
más delicados y menos audibles
e inasequibles.
Pero, aún así, con voz baja
planea, sombrea y mancha
ligeramente el alma.
A caballo del lomo muscular que atrona.
Cuerpo y espíritu son la réplica de este dúo convencional,
Cuerpo y espíritu que parecen interpretar
El ser dual (como poco) del ser humano vivo.
El alma habla, murmura,
balbucea, desliza sílabas
y arrastra quejidos de colores.
Alienta en voz baja el múltiple sonido del cuerpo.
Mientras el cuerpo, de modo paralelo,
impone su acústica imperativa:
abronca, grita, aúlla,
solloza o clama con imparable exageración.
En esta duplicidad, tan elemental y tosca,
creemos, sin embargo ciegamente
Dos polos en que se apoya
el pálpito ruidoso y la vana inquietud de la existencia
Los creemos como focos escindidos, a veces,
y unidos al cabo por una irisación de la luz
que todavía distingue el ojo abierto.
Diferenciados los puntos de emisión
para ofrecer algún relieve (relevante)
y juntos para prestar complejidad.
Una síntesis y diéresis continuas
caracteriza la manera de este dúplex.
Un duplex que unas veces desmentiría la duplicidad.
a poco que se analice su estirpe
y una pareja cuya duplicidad impera
en lo biológico, lo biográfico o lo biótico.
Existe así, en suma, un doble rail virtual (real),
puesto que el alma necesita
para sobrevivir con garantías
una referencia burda
destinada a izar su delicadeza,
una referencia ruda que convalide
su ficción.
Una verdad vulgar para redondear su farsa.
El alma se hace así brillantemente mendaz
gracias, pradójicamente, a este alimento barato.
Con la simbiosis se hace incalculable, inmensurable, indescriptible
Puede permitirse inventar, a su antojo,
el signo del dolor
sin el dolor presente.
U puede lanzar en silencio el gemido del placer
sin la prestancia del placer más íntimo.
El alma estás para crear, el cuerpo para procrear.
La primera trastorna la rutina,
el segundo arde en las repeticiones
El cuerpo hecho carne, hecho sangre,
se enloda con los efectos del albañal.
Así se expresa, así se detecta.
De ese modo parece patente y palpable
La base del alma, en cambio,
es un tapiz de falacia.
Un pañuelo estampado en Florencia.
La vida vacilante de la falacia o la falena
planea como una seda inconsútil
mientras el cuerpo se corrobora
en las brozas de la tierra.
Mientras el cuerpo es impertinente
el alma es intermitente
Mientras el cuerpo atora un aforo mensurable
el alma vuela como un ave
en un fanal de estrellas
y donde el cristal es aire.