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Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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Todos los libros del mundo de una vez

La biblioteca personal es siempre una variante doméstica de la biblioteca babilónica de Borges con sus cientos de miles de páginas en las que es posible descubrir el pasado desde todos sus ángulos, el mapa de una geografía múltiple donde está trazado el camino que conduce a Comala y se puede caminar al lado de Juan Preciado que busca a su padre, un tal Pedro Páramo; es posible respirar el olor a pólvora y a podredumbre de los cadáveres de todas las guerras libradas y perdidas por Aureliano Buendía; sentarse en el piso del apartamento de Horacio Oliveira entre los miembros del club de la Serpiente mientras en el cuarto al lado agoniza Rocamodour; acercarse al lecho donde Artemio Cruz, aún lleno de soberbia, retrasa el momento de su muerte para poder contar su vida que corre desbocada en el recuerdo, amores, traiciones, poder, la revolución que se convierte a sus ojos en un baile de máscaras.

¿Por qué esa avidez por los libros de imaginación? De alguna manera todos somos Alonso Quijano, buscando encarnar en la lectura el personaje que en nuestras propias vidas nos está vedado ser, entrar en un paisaje o en una ciudad o en un tiempo donde nos esperan experiencias y aventuras desconocidas. Una manera de ser otros y con eso, conseguir nuestra libertad, la libertad que nos permite multiplicarnos, vivir vidas ajenas, ser otros. Cambiar la realidad sin escapatoria, por la imaginación que nos abre puertas múltiples. Esa quizás sea la razón esencial de la lectura, y de acumular libros en los estantes.

El cerebro humano está diseñado para imaginar. Cuando leemos un libro y convertimos la letra impresa en imágenes, una red de neuronas se activa en la corteza cerebral. En un estudio realizado por científicos del Darmouth College en Estados Unidos, se ha  tratado de responder a la pregunta: ¿qué hace el cerebro cuando imaginamos un abejorro con cabeza de toro? Las neuronas toman las imágenes conocidas de toro y abeja, y las combinan. De esta operación sencilla, a la que el cerebro está acostumbrado, nace el Minotauro, mezcla de hombre y de toro, y nacen también todas esas figuras de la espléndida galería de seres monstruosos, y maravillosos, de La Metamorfosis de Ovidio, como la Gorgona, una mujer alada que tiene serpientes por cabellos y garras de jabalí. O Quetzalcóatl, principal deidad mesoamericana, la serpiente emplumada, mezcla de ave y reptil. Los científicos llaman "manipulación" a este constante proceso de construir y deconstruir imágenes en el cerebro.

Antes, otro grupo de investigadores de la Universidad de Northwestern, Chicago, utilizando voluntarios para medir los impulsos cerebrales, demostraron que "la actividad neuronal destinada a la visión de cosas reales era similar a la actividad neuronal que posibilitaba la visión de imágenes mentales..."; y "cuando los participantes recordaban lo que habían imaginado, a menudo pensaban que lo habían visto, en lugar de saber que había sido producto de su imaginación".

La conclusión es que las zonas del cerebro utilizadas para percibir objetos, y aquellas otras que sirven para para imaginarlos, se superponen, y así, un hecho imaginado puede dejar en el cerebro la misma huella que un hecho realmente sucedido.

Si no podemos vivir sin imaginación, porque nuestra cabeza está diseñada para abrirse a ella, no podemos entonces prescindir de  los libros que nos cuentan historias inventadas que estamos dispuestos a percibir y aceptar como reales. Entendamos entonces a quienes quisieran tener en su poder todos los libros del mundo, y leérselos todos de una vez.

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11 de junio de 2014
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De la mano del padre

El mariscal Abdel Fattah El-Sissi, jefe de las fuerzas armadas de Egipto, ha ganado la presidencia por el 97 por ciento de los votos en las elecciones convocadas tras el golpe de estado que él mismo encabezó en 2013. En una comparecencia de campaña con editores de medios de comunicación dijo sin rubor: "ustedes suelen escribir en sus periódicos que ninguna otra voz es más fuerte que la de la libertad de expresión. ¿Qué significa eso? Que millones de egipcios no pueden ganarse la vida a causa de las continuas manifestaciones en las calles, que son un factor de inestabilidad". Por estas latitudes también solemos escuchar lo mismo.

Si uno devuelve la película unos pocos años atrás, encontrará que esas manifestaciones en las calles no fueron otra cosa que el ariete frontal de la primavera árabe en Egipto y otros países vecinos, que hizo creer al mundo que, por fin, llegaba la democracia, tantas veces postergada, con elecciones libres, constituciones democráticas, y participación ciudadana.

El nuevo caudillo egipcio es joven, de modo que su turno se anuncia largo. A los mismos editores de medios de comunicación, les dijo también: "Con frecuencia citamos como ejemplo los modelos de democracias occidentales que se han estabilizado después de siglos. Aquí, tendrán que pasar veinte o veinticinco años antes de que alcancemos un nivel completo de democracia". También por estas latitudes oímos cosas parecidas.

Esta idea de que la democracia no se conseguirá sino tras un largo plazo de maduración, durante el cual el autoritarismo hará las veces de nodriza para enseñar a los pueblos a dar sus primeros pasos antes de aprendan a caminar solos, es hija del viejo cinismo inveterado en el que son maestros los caudillos de aquí y de allá, que llegan para quedarse para siempre. Unas veces el pretexto es librar al país de los extremismos, como en el caso de Egipto. Otras, de las asechanzas del capitalismo, como en América Latina.

El-Sissi decidió que los ciudadanos se habían equivocado al elegir  un gobierno peligroso, y como aún no saben caminar por sí mismos, les ofreció llevarlos de la mano hasta que llegue el día en que estén preparados para jugar el juego de la democracia, lejos de cualquier riesgo. Para eso están los padres amorosos.

Quedarse en la presidencia, ser reelecto, sino el país será destruido por sus enemigos. Allá son los Hermanos Musulmanes, aquí los vendepatria, los neoliberales. Evo Morales, quien llegó al gobierno en el año 2005, va a ser reelecto este año por tercera vez, hasta el 2020. Seguirá en el poder porque "la unidad en Bolivia es sepultura para los neoliberales", que en los gobiernos anteriores "regalaron a Bolivia al imperio".

Por su parte, el presidente Correa, en el poder desde el año 2006, se prepara para modificar la Constitución de Ecuador, de modo que permita su reelección indefinida, "ya que hay una restauración conservadora en marcha" y "vienen tiempos duros para la revolución ciudadana"  Y no falta en sus palabras un toque mesiánico de tono sentimental: "Entiendo bien que mi vida ya no es mía: es de mi pueblo y de mi patria y estaré donde me exija el momento histórico".  Había dicho que no seguiría adelante, porque su familia lo reclamaba, pero no tiene más remedio que responder al llamado de la historia: "En lo personal, creo que es mi deber revisar la sincera decisión de no lanzarme a la reelección, porque tengo la responsabilidad de garantizar que este proceso sea irreversible".

Irreversible es una palabra clave. En Egipto no hay ahora contrincantes políticos. Tampoco los hay que valga la pena en Bolivia, Ecuador, o Nicaragua, porque la fuerza del poder, que busca ser total, ha diezmado a las fuerzas opositoras. Y detrás de todo, surge la grave sospecha de que la democracia no es para mañana, es para nunca. El niño no crecerá nunca, y necesitará siempre de la mano del padre para poder andar.

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4 de junio de 2014
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Conversación en el lugar único

El festival literario Atlantide se celebra en una antigua fábrica de galletas convertida en centro cultural. Nantes es una ciudad pródiga en espacios para la gente, lo que define el sentido de una verdadera urbe moderna. Junto a las aguas del Loire se abren espacios verdes y parques de diversiones, uno de ellos con animales mecánicos gigantes, como salidos de la mente de Julio Verne, el más famoso de los nanteses; y en la otra rivera se bajan las gradas hacia un museo donde se recuerda el tráfico de esclavos que hizo rico a este puerto: en el piso están inscritos los nombres de cada uno de los barco negreros que iban por su carga al África con destino a América. Una flota de nombres engañosamente pintorescos que parecen navegar en el asfalto.

El sitio que aloja al festival recoge las viejas iniciales LU de la fábrica de galletas, y se llama el Lugar Único. En sus salones, donde antes estuvieron los hornos, las máquinas y las bodegas, se realizan ahora las mesas redondas entre escritores que hemos venido de diferentes partes del mundo, Canadá, Líbano, Haití, Nigeria, México, Colombia, Camerún, Irak, Francia. Ucrania y Nicaragua.

Una de las noches del festival, su director Alberto Manguel ha organizado una lectura colectiva de textos de autores censurados, o reprimidos, que viene a ser un homenaje a un ausente, el argelino Hubert Haddad, a quien las autoridades de su país no permitieron la salida, temerosas de la repercusión de sus posiciones en contra del fundamentalismo religioso que aflige a Argelia y a tantos otros países del mundo árabe  

Me toca compartir la mesa de diálogo con el novelista Yuri Andrukhovych, bajo un título sugerente, Naturaleza Política. Dos novelistas de países distantes. Uno, el mío, fuera de los focos internacionales hoy en día; el otro, el de Yuri, sometido a la amenaza de ser dividido en pedazos, otra vez como en el pasado.

Yuri es autor de La Moscoviada,  una novela acerca de sus años de joven escritor residente en Moscú. El poder fantasmagórico que reina desde el Kremlin, surge de las catacumbas  y desciende hacia ellas; las catacumbas donde circula un metro exclusivo para los jerarcas del partido, esa eterna casta que tantas veces ha resucitado de los sarcófagos de la historia, zares o comisarios, o agentes secretos coronados.

En el curso de nuestro diálogo cuenta acerca de la suerte repetida de Ucrania, la apetecida joya de la corona del imperio ruso. Es la presa siempre en riesgo de ser devuelta a las voraces fauces abiertas del vecino codicioso. Para tener en Ucrania a un país dócil y leal, el dictador Viktor Yanukóvich fue mantenido en el poder y luego de su caída frente a la rebelión popular del Maidán, huyó a Rusia. Y lo que quedó al descubierto fue la obscenidad de la corrupción amparada en aquel concubinato.

Toneladas de lingotes de oro escondidos en los sótanos de las mansiones de los jerarcas, colecciones de autos de lujo, centenares de trajes y zapatos, miles de fajos de euros, de rublos, de dólares. Hay un momento en que la la acumulación de riqueza se convierte en un vicio insaciable. Atesorarlo todo. Por eso es que la gente no salía de su asombro cuando tras hacer fila por horas entraba en el palacio donde vivía Yanukóvich, y contemplaba aquel lujo desmesurado.

Lejano a Ucrania, y tan cercano. ¿Qué tiene que ver Nicaragua con Ucrania? Que el gobierno de mi país, le digo a Yuri mientras el público presente nos escucha contar esta historia doble,  respalda sin concesiones a Rusia en su cínica manera de apoderarse de Ucrania moviendo sus piezas tras bambalina, un mordisco aquí y otro allá a su territorio. Es lo que hizo con Georgia, y el gobierno de Ortega reconoció diplomáticamente a los países artificiales arrancados a tarascadas, junto con Nauru y Tuvalu, dos pequeños islotes del océano Pacífico, y Venezuela. Hechos que dan para novelas, afirma Yuri. No para novelas históricas, le digo yo; son pura literatura fantástica.

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21 de mayo de 2014
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Un poeta en la sopa

Rubén Darío entra al mundo culinario con su cuento primerizo Las albóndigas del coronel: "Se chupaba los dedos el coronel cuando comía albóndigas, y, a las vegadas, la buena doña María le hacía sus platos del consabido manjar, cosa que él le agradecía con alma, vida y estómago...Albóndigas de excelente picadillo, con tomate y chile y buen caldo", dice en prosa golosa que nos trae el olor del infaltable culantro de la sopa de albóndigas.

En la sopa de albóndigas, común en los almuerzos de las casas leonesas desde tiempos de la colonia, los elementos de la cocina árabe trasegados a América a través de España encuentran componentes locales y se funden entre ellos. Y quizás es en las sopas, caldos y pucheros donde mejor hallamos esta mixtura, en la que las carnes son europeas y los vegetales son de la exuberante tierra tropical.

La palabra albóndiga viene del árabe hispano albunduqa, nuez, y es una de las herencias de la cocina andaluza en América Latina, sólo que en Nicaragua recibió el agregado sustancial del maíz para sustituir a la harina de trigo. Se hacen del tamaño de un limón pequeño, y la masa de maíz se compone con carne de gallina o pollo, de res, cerdo, o de res y cerdo, y aún las hubo de carne de venado; y para amarrar mejor la masa se suele agregar miga de pan remojada en leche y huevos. Se ponen siempre en una sopa que puede llevar verduras, como repollo, chayotes y zanahorias....así las fabricaba seguramente la hermosa viuda doña María, en busca de halagar al coronel.

Sopas tenemos no pocas. La sopa de carne, llamada también sopa de res, sopa de olla, y aún sopa de pobre, es heredera del puchero castellano, y guarda similitudes con la olla podrida, el cocido madrileño, el cocido catalán o carn d´olla, el puchero canario y el pot a feau francés; la sopa de olla es muy vieja en la cocina española como podemos verlo desde la primera página de El Quijote, cuando se nos dice lo que el hidalgo manchego tenía por lo regular en su mesa: "una olla de algo más vaca que carnero..."

No podía haber olvidado Rubén las nutricias sopas de olla de los almuerzos en la casa de su tía Bernarda Sarmiento,  teñidas con el hervor de diferentes clases de carnes de res sancochadas antes en ajos, chiltoma y cebolla, y que reciben todos los frutos de la tierra nicaragüense, una cuenta de agregados vegetales que no puede responder a ninguna ortodoxia y que depende de la estación, del territorio, y del gusto de quien cocina. Y sin olvidar la muy nutricia sopa de cola.

La olla es el universo donde se va echando todo, y esta suculenta sopa era común en el siglo diecinueve porque Nicaragua era un país ganadero, y en las mesas pudientes se servía a diario como primer plato del almuerzo. Parientes suyos son el ajiaco cubano y el sancocho colombiano.

Entre esas carnes diversas, hay unas que tienen hueso, como el chombón, que es parte del costillar; la aguja, la orilla de costilla, otras como la cecina y la posta, y otras que abundan en grasa o gordura, como el pecho. Contando los tubérculos y verduras, una sopa de ésas puede llegar a tener hasta una treintena de componentes. Cuando hierven ya las carnes en la olla, primero caen los vegetales que necesitan más tiempo para cocinarse, plátano verde, yuca, quequisque, elotes cortados en pedazos, luego van los ayotes, chayotes, chilotes, pipianes, y cebolla, chiltoma, tomates, el culantro, que nunca puede faltar, la hierbabuena y el apio, y aún jocotes verdes y maduros, y semillas de guaba.

De seguro la viuda doña María, joven y de buen ver, que regalaba al coronel del cuento de Rubén sus espléndidas sopas de albóndiga, también le ofrecía las no menos espléndidas sopas de carne, en días que no eran de guardar.

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14 de mayo de 2014
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Nauru y Tuvalu

Con motivo de la visita sorpresiva del canciller Lavrov, un periodista me preguntó que pensaba yo de la instalación de una base militar rusa en territorio de Nicaragua; algunos opinaban, me dijo, que quienes se oponían era porque se trataba de una base rusa, pero no dirían nada si se tratara de una base de Estados Unidos. El argumento suena a falacia de la vieja guerra fría, porque no somos pocos los que en mi país estamos en contra de las bases militares extranjeras, sean de la potencia que sean.

En febrero, el ministro de Defensa, general Shoigú, anunció que se estaba  negociando la instalación de bases en Venezuela, Cuba y Nicaragua para el equipamiento, mantenimiento y abastecimiento de la flota área rusa en Latinoamérica. La declaración fue hecha en Moscú, y en Managua se guardó absoluto silencio.

Lavrov se fue tras reunirse con Ortega sin que aún se anunciara ningún compromiso referente a la base militar; simplemente dijo que en "situaciones bastante complicadas es importante sincronizar el reloj con nuestros aliados". Y Ortega aprovechó para revelar un misterioso acuerdo sobre "la exploración del espacio ultraterrestre para fines pacíficos". ¿Vamos a averiguar junto con los rusos si hay vida en Marte?

El visitante recibió el apoyo explícito de Ortega ante "la situación bastante complicada", que no es otra que la apropiación de la parte oriental de Ucrania, cuando dijo: "Nicaragua ha respaldado y continúa respaldando la decisión de la Federación Rusa para encontrar una salida a los focos que se han presentado en Siria y Ucrania".

Los vínculos de Ortega con Putin son más que estrechos. Cuando los territorios de Abjasia y Osetia del Sur fueron arrancados a Georgia, y Moscú los proclamó en 2008 países independientes después de intervenirlos militarmente, Nicaragua les otorgó reconocimiento diplomático, junto a las repúblicas de Nauru y Tuvalu. Y Venezuela. Cuatro países en total entre toda la comunidad mundial.

Nauru, un islote de Micronesia, tiene 21 kilómetros cuadrados y 13 mil habitantes. Tuvalu, en Polinesia, consta de 4 arrecifes de coral y 5 atolones,  con 25 kilómetros cuadrados y 11 mil habitantes; su altura sobre el nivel del mar es de 5 metros, de modo que se halla bajo la amenaza de dejar de existir ante un ascenso del nivel del mar.

En su designio de cercenar el territorio de Ucrania, Rusia ha abierto un nuevo capítulo de la guerra fría. Si un país como Nicaragua apoya esas políticas imperiales aplicadas antes a Abjasia y a Osetia del Sur y ahora a los territorios "rusos" de Ucrania, ¿no debería también apoyar a Inglaterra en su apropiación imperial de las islas Malvinas? El alegato es el mismo, allí viven ciudadanos británicos que se amparan bajo la bandera británica, y como son la mayoría, pueden decidir ser parte de Inglaterra por su libre voluntad votando en un plebiscito.

Es lo que Rusia dispuso para sellar la invasión silenciosa a Crimea, y es lo que se prepara a hacer ahora en los territorios orientales de Ucrania: que se convoque un plebiscito, mientras las milicias pro-rusas se hacen con el control militar. Y es lo mismo que hizo el tercer Reich para arrancar Bohemia, Moravia y Silesia a Checoeslovaquia. Para justificar la invasión, Hitler creó el Partido Alemán de los Sudetes. Y allí también se dio un plebiscito.

Rusia busca aliados complacientes en América Latina. Ya los tiene, Nicaragua uno de ellos. La pregunta es qué papel juega un país pobre y pequeño en este nuevo escenario de la guerra fría, tan lejano y ajeno, y qué papel nos ha asignado Rusia en su juego de pretensiones hegemónicas. Como si no tuviéramos ya suficiente con el que nos vimos obligados a representar en la década de los ochenta del siglo pasado, cuando terminamos desangrados por la guerra civil más larga y costosa de nuestra historia.

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7 de mayo de 2014
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El círculo de tiza

Embriagado por la gloria, el coronel Aureliano Buendía decidió que nadie podría acercársele a menos de tres metros de distancia, y sus edecanes trazaban a su alrededor un círculo de tiza que ninguno estaba autorizado a traspasar, ni siquiera su madre.

Dentro de ese círculo de tiza lo que hay es soledad absoluta, y no llegan hasta allí las voces de fuera porque el poder absoluto sólo tiene respuestas tajantes que no necesitan  preguntas. El caudillo, venga de la academia o del rango de los iletrados, busca convertir a las instituciones en meros decorados para imponer su voluntad única que termina siendo la razón de estado. Es la misma soledad sin ecos del dictador de El Otoño del patriarca, en toda su parafernalia arbitraria de desmanes.

Pero también es la soledad del poder con toda su cauda de miserias y derrotas, como en el último viaje de Bolívar hacia su muerte en El general en su laberinto, solo y ya sin gloria. García Márquez no eligió el resplandor épico del libertador cruzando una y otra vez los Andes a caballo, algo que de por sí entra en el reino de las exageraciones, sino el íntimo desastre del final de su vida sacrificada en vano.

Joseph Brodsky alega, refiriéndose a los escritores geniales del siglo veinte ruso, que "el talento no necesita historia".  En el caso de García Márquez sería una curiosa afirmación. En América Latina, la realidad es el sustrato de toda su literatura. Lo que él hizo como artista fue transferirla la historia a una dimensión diferente, tanto que a veces nos llega a parecer inverosímil, pero sin que deje nunca de ser esa misma realidad cuya materia ha sido transformada.

Cuando recibió el premio Nobel de Literatura en 1982, de la fantasía salta hacia el otro lado del abismo: el incendio del palacio de la Moneda y el sacrificio del presidente Allende, los dudosos accidentes de aviación en que perdieron la vida el presidente Jaime Roldós de Ecuador, y el general Omar Torrijos de Panamá.

El recuento se vuelve una elegía: "un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo".

Guerras, golpes de estado, cárceles y cementerios secretos, desaparecidos, recién nacidos secuestrados y dados en adopción clandestina. Es el recuento de una historia oscura desde las palabras iluminadas. América Latina se hallaba plagada aún en esos años ochenta de dictaduras militares que pronto deberían dejar paso a gobiernos civiles electos, surgían revoluciones como las de Nicaragua, que representaba una esperanza nueva, diferente al modelo de la revolución cubana que entraba en decadencia; la suya es una adhesión sentimental a la rebelión y la resistencia.

Y al mismo tiempo pide a los europeos recordar "que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos". Un reclamo en los tiempos de la guerra fría, cuando aún nadie vislumbraba el fin del mundo bipolar.

García Márquez venía de esa generación de latinoamericanos que había crecido bajo las dictaduras bananeras instauradas por Estados Unidos durante los años más álgidos de esa misma guerra fría, y entre sus palabras y la acción no había distancia. Un conspirador curtido, además, y fue en esa calidad que lo conocí, dispuesto a hacer todo lo que pudiera para lograr el derrocamiento de la familia Somoza. Un escritor comprometido, como decíamos ayer.

El relato del poder alcanza en su escritura esas dimensiones alucinantes que tan bien conocemos, y la realidad se vuelve la hija pródiga de la imaginación hasta desconcertarnos. Y a través de la ficción aprendemos que el poder, enquistado como está en las entretelas del corazón humano, es una bestia peligrosa que algunos logran domesticar y otros más bien azuzan dentro de sí mismos.

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30 de abril de 2014
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Un clásico en las barberías

Gabriel  García Márquez es un clásico que no tardó en entrar en las barberías, en las galleras y en los billares, sitios donde se suele consagrar la literatura mejor que en los recintos de las academias y en las aulas de las universidades. Desde que apareció Cien años de soledad, y su fama se extendió por América Latina como un reguero de pólvora encendido en alegres chisporroteos, más de algún barbero, mientras triscaba con las tijeras encima de la cabeza del cliente, hablaba de los médicos invisibles que también lo habían operado con éxito a él mismo, dando entera razón al novelista; lo mismo que al rodear la mesa de carambola en busca del mejor tiro, el jugador diestro recordaba a Mauricio Babilonia entrando al cine de la esquina seguido por el enjambre de mariposas amarillas; y los galleros que casaban las apuestas en los palenques encendidos de gritos, se regodeaban en el recuerdo de las parrandas ruidosas y las comilonas desaforadas en casa de Petra Cotes, donde habían amanecido no pocas veces en compañía de Aureliano Segundo; y quién no había visto en los pueblos abrasados por la resolana, a Remedios la Bella subir a los cielos llevándose consigo las sábanas del tendedero.

Esta magia de la literatura que hace al lector compartir el mundo de mentiras de una novela como si viviera en ella, y como si todo lo que se le cuenta lo hubiera experimentado ya en su propia vida, es la que ilumina la escritura de ficciones de García Márquez.

Y al mismo tiempo, al escribir como cronista, cuenta las historias reales como si fueran novelas, bajo el mismo artificio literario de la neutralidad: impertérrito frente a los hechos más desaforados, aquellos que la realidad saca de madre y que no necesitan de exageración alguna, tal como en Relato de un náufrago, la historia del tripulante de un barco de la marina de guerra de Colombia que cayó al agua y se pasó diez días en altar mar, sin agua ni alimentos. Es la misma manera en que relata Bernal Diaz del Castillo los hechos de la conquista de México, en una magistral crónica que escribió para oponerla a la de López de Gómara, que nunca estuvo en el teatro de los acontecimientos, sino que los reconstruía desde lejos, en sus cómodos aposentos de Valladolid.

En García Márquez conviven el cronista de hechos y el narrador de mentiras, y es la misma mano la que escribe en ambas instancias, que pueden parecer hermanas siamesas pero entran en disputa, nada menos que la disputa por separar la verdad de la mentira, mientras tanto esa mano busca mantener a raya la tentación de adornar y trastocar a mejor conveniencia literaria las verdades cuando escribe el periodista. En Bernal no existe sombra de imaginación que lo aturda, y quiere ser fiel a los hechos que recuerda, tal como los recuerda. Es sólo un soldado convertido en cronista por la fuerza de la necesidad.

Su procedimiento es alejarse de la mentira para parecer real, y no un impostor como juzga a López de Gómara: "y aquí dice el cronista Gómara en su historia que, por venir el río tinto en sangre, los nuestros pasaron sed, por culpa de la sangre", se burla. El procedimiento de construir la realidad, no admite de exageraciones gratuitas o de imposiciones mentirosas.

Para parecer real, la realidad tiene que copiarse a sí misma.

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23 de abril de 2014
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El novelista en la cocina

¿Qué hace un novelista metido en la cocina? Para sorpresa de algunos, y espero que para deleite de muchos, he escrito un libro de cocina, Lo que sabe el paladar, publicado en este mes de abril en Managua. Un diccionario de más de 500 páginas, que comprende los alimentos de Nicaragua, "donde se ponen y anotan las cosas de los reinos naturales con que el gusto se regala, artes con que se cocinan y sazonan, y todo lo demás que buenamente se corresponde".

El libro es fruto de una paciente investigación de cerca de seis años; lleva unas 2000 entradas de términos que tienen que ver con la elaboración de platos, de las cuales hay 400 recetas, y otras que versan sobre los materiales para prepararlos: las carnes de res, de animales de monte, de peces de nuestros mares y de aves, tanto libres como domésticas. Vegetales y condimentos, instrumentos para cocinar.

No pocos de esos platos y costumbres de cocina, así como sus términos, están cayendo en desuso, o han caído ya en el olvido, por lo que entre los propósitos de este diccionario, y no es de los menores, está el rescate de esta parte esencial de nuestra cultura que empieza ya a ser arcaica. Se extingue el motastol, un dulce tradicional, porque su ingrediente principal, el fruto de la piñuela, ha ido desapareciendo: ya no se hacen cercos de piñuela, de cardón o espadillo para dividir las propiedades. Otros platos sucumben porque son tequiosos de elaborar, y sobre todo porque resultan caros, dada la cantidad de elementos que llevan.

Es, además, un libro literario, porque cada entrada va enriquecida con citas culinarias, o acerca de nuestros frutos y fauna,  de los cronistas de indias, de los viajeros que escribieron sobre Nicaragua, sobre todo en el siglo diecinueve, y de nuestros poetas y narradores; además de aquellos refranes y dichos que tienen que ver con los elementos de cocina.

Pero entre las herramientas para llevar a cabo mi trabajo, pongo primero la memoria. Porque nada hubiera podido emprender sin el recuerdo del gusto y el misterio de ese territorio vedado de la cocina de mi casa en Masatepe, de la que salían humeantes los alimentos que iban a dar a la mesa donde nos sentábamos mis padres y sus cinco hijos, alimentos bendecidos por las manos laboriosas de la Mercedes Alborada de mi novela Un baile de Máscaras.

Eran tiempos en que las verduras y frutas, y aun las carnes, se vendían de puerta en puerta, y las provisiones se compraban en las aceras, aunque había también un pequeño mercado vecino a la casa de mis abuelos paternos. En un pueblo como el mío, en el rastro sólo de destazaban reses dos veces a la semana, y como mi padre fue en un tiempo alcalde municipal, yo solía acompañarlo tarde de la noche a vigilar el destace, de modo que el animal sacrificado correspondiera a la carta de venta autorizada por él, porque abundaban los cuatreros.

En el patio de mi casa crecían la yerbabuena y el culantro en cajones para embalar jabón de lavar, se criaban las gallinas indias, y a veces un chancho, engordado con los desperdicios, que se sacrificaba ritualmente a medianoche en fiestas de guardar, la principal, el día de San Luis, onomástico de mi madre.

 Y siempre, también en el patio, el chompipe de la mesa navideña, al que se daba un trago de guaro antes de cortarle el pescuezo, por piedad del verdugo, o porque su carne resultaba más suave según la creencia. Y detrás de la cocina había colgado del alero un jicote, un tronco de árbol ya seco, trasplantado con todo y sus abejas zumbonas desde el monte y cerrado por ambos lados con jícaras, del que periódicamente se ordeñaba la miel.

La literatura tiene siempre que ver con la naturaleza y con la vida, y si la cocina es vida y naturaleza, también es oficio del novelista.

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9 de abril de 2014
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La celebración perpetua

Rubén Darío descubrió El Quijote en un viejo armario a los diez años de edad, y lo leyó, lo cual prueba que cuando se cae bajo el encantamiento de un libro no arredra el número de páginas, ni importa la edad que se tenga. A lo largo de su vida volvería a él otras veces, un mundo que será para él como "la vida y la naturaleza".

Naturaleza en dos sentidos, el mundo que nos rodea, y el modo de ser natural a la hora de narrar, lejos de afectaciones que generalmente esconden ignorancia. Un escritor natural es aquel que sabe de qué está hablando. Habla al oído del lector, no se desgañita.

Los mundos muertos, los decorados que huelen a pintura o a vejez, tarde o temprano serán comidos por la polilla, porque lo falso no sobrevive. En cambio, el mundo insuflado de vida por virtud de las palabras, y que se parece a la vida, o es como la vida, es el que está destinado a perdurar.

Cervantes cuenta la historia de un hombre de hacienda mediana y vida sencilla que pierde la cordura por culpa de las historietas de entonces, como alguien que hoy se dedicara a leer sin tregua las aventuras de Supermán o a ver una y otra vez las películas de El hombre araña, se vistiera con sus atuendos extravagantes, y saliera a las calles a imitarlos tratando de volar o de subirse por las paredes.

El tiempo ya muerto de los caballeros andantes entra con don Quijote en el tiempo real contemporáneo, y entre ambos se produce un choque, y no se destruyen por la naturalidad de esas historias disparatadas, y por tanto asombrosas; pero frente a la locura que pasma, Cervantes se ríe de manera sosegada, y al tomar distancia de ese mundo estrafalario con la risa, que está lejos de ser una risa malvada, o jayana, nos enseña a ser compasivos, y nos acostumbra a contemplar con naturalidad la maravilla.

Es lo que dice García Márquez, que en Cien años de soledad lo que hizo fue copiar la naturalidad con que en su casa oía contar las historias más sorprendentes como si fuera asunto de todos los días: "había que contar el cuento, simplemente, como lo contaban los abuelos...con una seriedad a toda prueba que no se alteraba aunque se les estuviera cayendo el mundo encima, y sin poner en duda en ningún momento lo que estaban contando". De esta manera es que el mundo cervantino de La Mancha tiene su continuidad en el Caribe.

Cervantes sabe que hay dos piedras que es necesario frotar para producir el chisporroteo: la del mundo cotidiano, y la del mundo inventado; ambos, bajo su apariencia inocente, están llenos de vida, de risa y de drama. Conoce el mundo cotidiano porque vive en él, como protagonista: fugado de la justicia por malherir a un hombre, herido en batalla, de lo que quedó manco; prisionero en Argel y liberado bajo rescate; casado con mala fortuna; burócrata requisando vituallas para la guerra; preso otra vez bajo acusación de apropiarse de dineros públicos. Y es en la cárcel donde concibe El Quijote.

En el Quijote la invención se trasiega cada vez más en la realidad en la medida en que avanzamos en la lectura. En la primera parte, Ginés de Pasamonte es un bandido inventado; en la segunda Roque Guinart es un bandido real, cuyas hazañas están en las crónicas de la época.

Mundo de embusteros donde no faltan las cofradías de ladrones celosos del honor, vendedores de oraciones de poder infalible, cómicos de la legua, monos adivinos que tienen concierto con el demonio y por eso conocen las vidas ajenas, estudiantes de fondillos rotos y habla espesa de latines, tinterillos lenguaraces, y damas famosas como Dulcinea, que crían puercos y huelen a cebolla, sólo porque han sido trastocadas por la mano de algún mago.

Pero ningún mago equipara a Cervantes en el arte de trastocar la realidad y entregarla distinta al lector, más esplendorosa y llena de encantamientos y encantos. Por eso lo celebramos siempre. Una celebración perpetua.

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2 de abril de 2014
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Rayuela en un mercado de Managua, y aún más.

Salman Rushdie, en su libro La sonrisa del jaguar, el relato de su visita a Nicaragua en el año de 1986, habla de su sorpresa porque en los mercados de Managua, el nombre de Cortázar, el autor de "la diabólicamente esotérica y complicada Rayuela" hubiera llegado a ser popular entre las gordas mujeres de delantal que sirven la comida a sus comensales en las largas mesas nubladas por el humo de los peroles que hierven en las cocinas. Allí comió Julio alguna vez. Era lo que siempre le pedía a mi esposa Tulita cuando lo acompañaba a en sus excursiones en Managua, que no lo llevara a restaurantes, sino a los mercados. Por eso lo conocían aquellas mujeres, no, por supuesto, porque leyeran Rayuela, como si fueran personajes de Lezama Lima sacados de Paradiso, o  como de verdad lo hacían los guerrilleros en la clandestinidad.

La policía política de Somoza solía exhibir delante de los periodistas las pertenencias encontradas en los refugios de los guerrilleros urbanos, capturados o abatidos a balazos; y entre magazines de municiones, granadas de mano, y folletos de instrucción política, alguna vez estaba a la vista un ejemplar de Rayuela, fácilmente reconocible por sus tapas negras.

¿Por qué un guerrillero habría de leer Rayuela? Porque era un libro de iniciación crítica que ponía en cuestión todo el catálogo de valores burgueses.  Las categorías éticas de Rayuela iban más allá de la patafísica, y ya se ve que llegarían a tener consecuencias políticas. Algo tan insólito como una escoba dentro de un avión, porque Rayuela, no contenía propuestas, más que la del salto en el vacío. Una operación de demolición que no aspiraba a más, pues en las respuestas se incuba ya el error.

Pero para construir, ya se sabe, es necesario primero destruir, ir a fondo en el cuestionamiento, es decir, en las preguntas. Incesantes preguntas capaces de abrir paso a otras preguntas, y entonces más preguntas aún. Era una propuesta sana, y lo sigue siendo para los jóvenes de este siglo veintiuno donde parece que las preguntas se van agostando.

La inconformidad perpetua, algo con lo que al fin no pueden compadecerse las revoluciones una vez en el poder, porque de todas maneras terminan buscando un orden institucional que desde el primer día empieza, por ley inexorable, a conspirar contra la rebeldía que le dio vida a ese poder. Las utopías reglamentadas se vuelven siempre pesadillas. Un viaje, a veces rápido, desde los sueños a los malos sueños, y de allí a los pésimos sueños, Morelli pudo haberlo dicho, Oliveira pudo haberlo pensado.

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26 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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