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Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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Una cuba libre, por favor

He conocido a muchos cubanos pero como a Eliseo Alberto, el Lichi de la leyenda, ninguno. Su paso, como de baile, su afecto amoroso, la clave alegre de burla e ironía en todo lo que decía, el manantial de historias que siempre tenía para contar. Un cubano con el que nunca me encontré en Cuba, porque él era un exiliado y yo nunca volví a Cuba, sobre cuyo recuerdo lloraba su alma con sentimiento de niño.

Ganamos por partida doble el Premio Alfaguara de novela en 1998, Margarita está linda la mar mía, Caracol beach suya, la primera vez que se convocaba. El premio no fue dividido, lo que las bases no permitían, pero las bases no decían nada acerca de concederlo de manera doble, que es lo que hizo el jurado presidido por Carlos Fuentes con el consentimiento de Jesús de Polanco, quien al fin y al cabo era quien debía poner la plata, aunque en adelante quedó prohibido expresamente, viva moneda que nunca se volverá a repetir.

Derrotamos entonces todas las predicciones de que teniendo que viajar juntos por meses en la gira de promoción de ambas novelas, por toda España y por toda América Latina, terminaríamos odiándonos, el facón en mano, corto y filoso, los sombreros lanzados con furia al suelo, como El Valiente de la lotería mexicana, acechándonos debajo de un farol de resplandor macilento en la esquina rosada, como personajes copiados de Borges. Resultó todo lo contrario, no sé si porque los dos éramos caribeños, acostumbrados a la eterna "mamadera de gallo", y el humor nos tendía un puente, y a lo mejor, sobre todo, porque Lichi era un ser humano bajado de otro planeta donde la envidia, la inquina y la malaleche no existen. Podríamos decir que éramos egos empatados.

Si Caracol Beach es una novela para siempre, su Informe contra mí mismo es un libro también para siempre, que si no fuera por su tesitura real, parecía una novela: el muchacho, él mismo, al que la Seguridad del Estado recluta para que espíe a su propio padre. Una cuba libre, por favor, es el título de la primera pieza de otro libro suyo, Dos Cubas libres. El título de su propia vida.

Lichi se sabía las mejores historias del mundo, la más memorable de ellas una en que un estudiante le pregunta a José Lezama Lima qué cosa es el azar. "Tú te subes a la guagua y al lado del asiento que eliges va sentada la mujer que será tu esposa...", empezó Lezama. "¿Y ése es el azar, maestro"?, lo interrumpió el alumno. "Espérate a que termine, chico", respondió, "el azar es la mujer que iba en la guagua a la que no te subiste".

Eliseo Diego, uno de los grandes poetas de la lengua era su padre, al que espió, y Cintio Vitier y Fina García Marruz sus tíos. De niño Lezama lo había cargado en sus piernas, Virgilio Piñera llegaba a tomar el café todos los días a su casa en la calzada de Jesús del Monte. Una infancia dorada en una casa llena de libros donde siempre sonaba un piano, y un nombre aristocrático largo el suyo, como el de un personaje de las radionovelas cubanas de Félix B. Caignet: Eliseo Alberto de Diego García Marruz.

La correspondencia de muchos años entre su abuela y Rose Kennedy, ambas compañeras de internado en un colegio de Nueva York. "No creo que tu hijo, si es un caballero, sea capaz de invadir Cuba", habría escrito la abuela en una de sus cartas a su amiga Rose en 1960, en vísperas de Playa Girón.

Y su divisa sentimental siempre en los labios: "Acepto que otro pueda amar a Cuba igual que yo, pero nunca que pueda amar a Cuba más que yo".

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24 de diciembre de 2014
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Los fantasmas de la pantalla de plata

Carlos Fuentes nunca dejó de recordar el día en que su padre lo llevó a Nueva York a visitar la Feria Mundial que se había abierto en 1939 en el Corona Park, y recuerda también que esa misma vez vio Citizen Kane. Así lo cuenta en el libro póstumo Pantallas de plata (Alfaguara, 2014), que recoge sus escritos sobre cine. Tenía diez años de edad, y para acercar los dos hechos debemos suponer que recorrió los recintos de la Feria antes de que cerrara sus puertas en el otoño de 1940, y que asistió a alguna de las primeras funciones de Citizen Kane que se estrenó en febrero de 1941.

Los dos acontecimientos ponen a Fuentes desde entonces en el escenario contemporáneo, del que fue siempre un habitante inquieto, inconforme e inquisitivo: en esa Feria Mundial se celebraba el mañana esplendoroso que la humanidad anhelaba después de la crisis financiera de 1929, no en balde su lema era "construyendo el mundo del futuro".

Alemania e Italia tenían vistosos pabellones en la feria, lo mismo que la Unión Soviética, y el futuro ya estaba allí, sólo que pintado en colores tenebrosos, pues la Segunda Guerra Mundial, sin que Estados Unidos se involucrara todavía, ya había empezado: aniquilación de ciudades enteras bajo las bombas, campos de concentración, hornos crematorios, los gulag, la destrucción nuclear de Nagasaki e Iroshima.

"Esa película fue un mazazo en mitad de mi imaginación y nunca me abandonó. Desde ese momento he vivido con el fantasma de Citizen Kane en la cabeza. Hay pocas otras películas de las que estoy consciente cuando escribo", dice. Y cuando a los 32 años emprendió una de sus novelas capitales, La muerte de Artemio Cruz, no hay duda que aquel fantasma seguía estando dentro de él.

Fuentes fue ese escritor de la modernidad que no despreció ninguno de los medios de expresión del siglo veinte, el primero de ellos el cine, que además abrían la posibilidad de introducir nuevas técnicas en la escritura, sobre todo el flash-back, que utiliza para ir del pasado al presente y contarnos la historia de Artemio Cruz, quien recuerda su vida desde su lecho de muerte; una novela que es "un film en prosa".

Pero en Pantallas de Plata hay también imágenes lapidarias sobre las diosas del celuloide. Gloria Swanson, ojos de laguna envenenada. Pola Negri, ojos de incendio nocturno. Greta Garbo, ojos de orgasmo nómada. Y de Joan Crawford dirá que "tolera los más despiadados close-ups con una mirada enorme, líquida y melancólica encima de los labios que habrían de ser un sello de fábrica. Enormes, tan grandes como las hombreras que el modista le diseñó para ocultar el hecho de que tenía cabeza grande y cuerpo pequeño..." No hay duda de que nos hallamos en el plató donde se cocinan las murmuraciones.

La Swanson invitó una vez a almorzar a Fuentes en su apartamento de Nueva York, compartieron en la cocina sándwiches sacados del refrigerador, y ella le enseñó, pieza por pieza, su ropero, una escena que parece sacada de Sunset Boulevard. ¿Y Marlene Dietrich? La vio cantar en Washington "vestida de satín y estrellas, la melena suelta, las piernas que no envejecen. Ella sí. El vestido de noche era solo un cascarón que escondía un cuerpo envejecido. Pero las piernas no se hacen viejas."

Fuentes nos habla desde la butaca y desde el set de filmación. Cuando describe la escena final de Los violentos años veinte, donde  el gánster al que interpreta James Cagney, ametrallado llega a morir a la escalinata de una iglesia, y expira en brazos de Gladys George, ella exclama: "he was a big shot". Y Fuentes traduce: "fue un chingón".

Y entonces no podemos dejar de recordar la muerte de Falstaff en brazos de Mistress Quickly, la hostelera, quien al recoger su último aliento exclama: "No, de seguro que no ha ido al infierno: está en el seno de Arturo, si es que algún hombre fue alguna vez al seno de Arturo..."

Y fue el espléndido guionista de El gallo de oro, que escribió mano a mano con Gabriel García Márquez, basado en el cuento de Juan Rulfo; o el de En este pueblo no hay ladrones, basado en el cuento de García Márquez, película en la que Fuentes actúa, además, como extra, junto al propio Gabo, al propio Rulfo y a Luis Buñuel, los extras más célebres de la historia.

Y su íntima amistad con Buñuel, y los años que compartió con la estrella del cine mexicano Rita Macedo. Y Shirley McLaine; siendo que ella creía haber sido en alguna otra vida una princesa inca, él le dedicó su novela Cumpleaños, que trata sobre la reencarnación, siempre dispuesto a hacerle guiños a la eternidad. Y, en fin, su apasionada relación amorosa con Jean Seberg, la Juana de Arco de Otto Preminger, descrita en su novela Diana o la cazadora solitaria.

El cine en la vida, o más bien en las entrañas. Los fantasmas que nunca dejaron de acecharlo desde las pantallas de plata: "Al cine se entra a soñar, lector, espectador, mi semejante, mi hermano..."

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17 de diciembre de 2014
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La lengua que nunca termina

En América quedamos esperando a Cervantes. Habría venido, si Felipe II atiende su petición del 21 de mayo de 1590 "de hacerle merced de un oficio en las Indias de los tres a cuatro que al presente están vacantes que  es uno la contaduría del Nuevo Reino de Granada, o la Gobernación de la Provincia de Soconusco en Guatemala, contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la ciudad de la Paz".

De haberse escrito El Quijote en América, imaginemos al hidalgo manchego cabalgando por los páramos de la cordillera oriental de los Andes, o por la planicie costera de Chiapas, o haciendo estaciones en el ardiente litoral del Caribe cartagenero, o subiendo las alturas del altiplano andino, en el techo americano del mundo, como subió por las estribaciones de la Sierra Morena en busca de la cueva de Montesinos.

Sí vino a nosotros el inquieto y astuto don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, criatura de don Francisco de Quevedo en la Historia de la vida del Buscón, que se pasó a las Indias con la Grajales a ver si mudando mundo y tierra mejoraría su suerte; "Y fueme peor, como v.m. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres", declara, y promete explicarlo en esa segunda parte que ya nunca se escribió.

Pícaros y buscones trasplantados por la lengua, no en balde Mulata de tal, la novela de Miguel Ángel Asturias, empieza con la entrada de Celestino Yumí a la iglesia de San Martín Chile Verde, en plena misa mayor de fiesta patronal cantada por tres curas gordos; y entra a la iglesia con la bragueta abierta, porque así se lo ha ordenado al diablo Tazol, con quien anda en pactos, sin duda hermano del diablo Cojuelo, que levantaba los techos de Madrid para exponer delante de don Cleofás los lances y liviandades que ocurrían en los aposentos.

No vino al fin Cervantes, pero nos heredó  una lengua en estado de perpetua invención.  ¿Cuántas lenguas hablamos, cuántas lenguas tenemos? Una sola y diversa, y abundante.

Oigan esos ecos cantarines, esas parrafadas que terminan atropellando en un solo sostenido las palabras mutiladas. Son los mismos dejes, los mismos acentos que oímos en Caracas y oiremos en Barranquilla, en Maracaibo, y que seguiremos oyendo en Veracruz, en Panamá, en Santo Domingo, en La Habana, en San Juan, en Managua, una sílaba comida de más, quizás, una entonación risueña, un registro más alto, una muletilla esplendorosa, tan sólo como leves distinciones de un mismo cantar en el que suenan, a lo lejos, los tambores africanos que los esclavos escuchaban en lo hondo de sus sueños, hacinados en los barcos que los traían desde Guinea y desde el Congo.

Somos hijos de la exageración que no podemos expresar sino en palabras. Hijos también de revoluciones, como yo lo soy, que son otra forma de la exageración. Cataclismos que cambian para siempre el paisaje y luego vuelven a la nada, pero antes convierten en codiciosos a quienes una vez estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo, tal la maldición de aquel Víctor Huges, revolucionario intransigente que después llegó a empuñar el fuete del amo en la páginas de El siglo de las luces de Alejo Carpentier.  Incubamos las mejores ideas redentoras y  también los sueños más perversos.

Un territorio del mito que nunca deja de crecer. En Aracataca, el coronel Nicolás Marquez lleva a su nieto a conocer el hielo, tal como el Coronel Félix Ramírez Madregil lleva décadas atrás a Rubén Darío, su hijo adoptivo, a conocer el hielo, y las manzanas de California, y los cuentos pintados, y el champaña de Francia.       

Y de Cervantes aprendimos que, viviendo en el mito, nunca podremos huir de la realidad. A medida que don Quijote se acerca a Barcelona, que será el final de su camino,  los escenarios se van poblando de seres reales, contemporáneos de la novela, y el bandido de invención Jinés de Pasamonte será sustituido por Roque Guinart, un bandido de carne y hueso, cuyas hazañas andaban de boca en boca entre la gente, y que pertenecía a la crónica roja de entonces.

Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, que prometen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja, y el exilio hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte con su eterno silbido de bestia herida, y la corrupción que el cuerpo social exuda por todos sus poros, y la violencia como la funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios.

Es de lo que los escritores nos ocupamos. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, espejo de múltiples reflejos de la realidad.

Porque somos testigos de cargo. Es nuestro oficio.

           

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10 de diciembre de 2014
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Comer, un asunto de talento

Desde la primera mitad del siglo diecinueve empezaron a aparecer en Francia libros capitales sobre la cocina, con lo que se la consagró como una de las bellas artes, nada menos que declarada "la décima musa", y se le dio así una categoría cultural. La más efímera y suculenta de las artes, destinada a desaparecer en los estómagos.

Entre esos libros, que no fueron pocos, hay que citar el Manual de anfitriones y golosos de Grimod de La Reynière, aparecido en 1808; El arte del cocinero de Antoine Beauvilliers de 1814; o la Fisiología del gusto, de Brillat-Savarin de 1826. Es él quien, entre las musas, da a la cocina el nombre de Gasterea, la que "preside los deleites del gusto".

Y siguen El arte de la cocina francesa del siglo XIX de Marie-Antoine Carême, en 5 volúmenes, publicados entre 1833 y 1834; allí manifiesta con aplomo: "las Bellas Artes son cinco a saber: la pintura, la escultura, la poesía, la música y la arquitectura, la cual tiene como rama principalísima la pastelería", pues para crear la estructura de sus pasteles estudiaba los principios de espacio y volumen de Tertio y Paladio.

También están La cocina francesa, el arte del buen comer, de Edmond Richardin; y Gastronomía, relatos de mesa, de Charles Monselet, de 1874; un poeta de las sartenes y peroles este último, quien fue capaz de decir en el prólogo de ese libro que contiene en sus páginas sus sonetos gastronómicos: "A falta de renombre poético, tan difícil de conquistar, me conformo con un poco de gloria culinaria".

Son libros escritos con estilo literario por cocineros de oficio, como el mismo Carême, que estuvo al servicio de Talleyrand, y de reyes y príncipes en diversas capitales de Europa; o por gourmets  consumados como La Reynière y Brillat-Savarin, capaces de extraer toda una filosofía del gusto por comer; o por profesionales de categoría, como Beauvilliers, el primero en abrir un restaurante de gran cocina en París; y en fin, el de un cronista como el barón de Brisse, que en su Calendario Gastronómica apunta 365 menús, uno por cada día del año, y fue tanto su amor al arte que terminó casándose con la cocinera del compositor Rossini.

Pero los grandes escritores mismos se ocupan de este asunto tan disminuido en otras culturas, y allí está el Gran Diccionario de Cocina de Alejandro Dumas padre, quien imponía su presencia en las cocinas. "Se cuenta que cuando se alojaba en un hotel sobornaba a los empleados para que le dejaran entrar en la cocina par trastear entre fogones y tomar nota de los trucos de los grandes maestros",  dice Javier Coria; y agrega: "Nieto de un maître del duque de Orleans, en su ilimitada curiosidad, la cocina y la gastronomía ocuparon un lugar destacado...en camisa, mete mano a la masa, hace una tortilla fantástica, dora la pularda...Corta la cebolla, remueve las ollas, y les da 20 francos a los pinches".

O las reflexiones de Balzac, admirador de Brillat-Savarin, entre ellas su Fisiología gastronómica, donde define sus sabios Principios generales: "Todos los hombres comen; pero son pocos los que saben comer. Todos los hombres beben; pero menos aún son los que saben beber. Hay que distinguir los hombres que comen y beben para vivir de los que viven para comer y beber. Hay infinidad de matices delicados, profundos, admirables entre estos dos extremos..." Es un homenaje al dictum supremo ya antes pronunciado por Brillat-Savarin: "Los animales pacen, el hombre come; pero únicamente sabe hacerlo quien tiene talento".

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3 de diciembre de 2014
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La universidad al pantano

            Nicaragua no es un país donde abunden los científicos. Uno de los pocos es el doctor Salvador Montenegro Guillén,  ecólogo y limnólogo, especialista en gestión integrada de cuencas, graduado en Nueva York, y hasta hace unos días director del Centro para la Investigación en Recursos Acuáticos (CIRA) de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, centro fundado en 1980 gracias a su iniciativa.

 Su pasión ha sido siempre la protección de la cuenca hídrica del Gran Lago de Nicaragua, de casi diez mil kilómetros de extensión, permanentemente amenazado en su sobrevivencia como fuente privilegiada de agua potable y de vida natural, y ahora más por el anunciado proyecto de someterlo a dragado para hacerlo parte de la ruta del Gran Canal chino, lo que significaría, según los razonamientos científicos del doctor Montenegro, una verdadera catástrofe ambiental que convertiría al lago en un pantano inservible.

            Desde que se anunció el proyecto del canal, su voz se alzó en defensa de la integridad del Gran Lago, de manera mesurada pero firme, explicando al país sus razonamientos.  Y empezó organizando reuniones en la universidad para debatir el tema; pero muy pronto lo pararon en seco. 

            En una carta fechada el 13 de julio de 2013, un mes después de la firma del tratado en el que se entrega al empresario chino Wang Jing la concesión por cien años para construir y operar el canal, el rector de la universidad ordenó a los decanos "no atender cualquier solicitud de locales, equipos o predios ubicados en los territorios de la universidad para realizar foros, simposios, charlas, conferencias, videos alusivos al tema (del Canal Interoceánico), pues su propósito fundamental es cuestionar o descalificar el proyecto, comprometiendo el nombre de la UNAN-Managua".

            Las facultades y escuelas de las universidades estatales son controladas hoy en día en Nicaragua por comisarios políticos del partido de gobierno, que responden a la voluntad de la pareja presidencial.  Pueden ser un profesor, un dirigente estudiantil, y hasta un empleado administrativo, según haya sido escogido; a veces, es el propio rector, o un decano. La autonomía universitaria sólo existe de nombre, y ha quedado en nada la libertad de cátedra, aún en temas científicos, como puede verse en este caso, ya no se diga en los temas políticos; y nadie que disienta del poder de la pareja, o lo adverse, puede alzar su voz dentro de los recintos universitarios, ni siquiera para hablar de literatura.

            Como no lograron callar al doctor Montenegro, quien siguió expresando sus opiniones en entrevistas y artículos de prensa, el siguiente paso fue destituirlo de su cargo académico de director del CIRA, y para eso se aprovechó la elección periódica, en la que él era candidato. Los votantes recibieron repetidas visitas y llamadas de enviados de los comisarios para presionarlos, hasta que lograron la mayoría de un voto y eligieron a un director fiel al partido. De ahora en adelante, el CIRA, sin duda, presentará el dragado del Gran Lago como una obra de efectos ecológicos más que benéficos, y el canal pasará a ser una panacea. La propaganda oficial habrá sustituido a la ciencia.

            Cuando la autonomía universitaria fue conquistada en el año de 1958, no se trató de un mero acto administrativo. El doctor Mariano Fiallos, el mayor de los pensadores humanistas de Nicaragua, fue el primer rector del período autónomo, y su credo libertario guio desde entonces a la universidad; el lema que concibió fue nada menos que "a la libertad por la universidad".

            Quienes fuimos entonces sus discípulos, aprendimos que la universidad era necesariamente un espacio del pensamiento crítico y del debate de las ideas; que en la universidad debía combatirse toda clase de ortodoxia y oscurantismo, para hacer de ella una verdadera escuela en contra del pensamiento único.

            Hoy, todas esas ideas fundacionales, sin las cuales no puede existir una universidad moderna, serán echadas al pantano inservible que será el Gran Lago de Nicaragua si el sueño maléfico del canal llega a hacerse verdadero. Al pantano, junto con el resto del país.

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26 de noviembre de 2014
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El mundo de los dos pulgares

 

Siempre me ha seducido imaginar a un monje medioeval de esos que habían pasado la vida entera copiando libros a mano en el encierro de los conventos, cuando una mañana oye gritar desde la calle que se ha inventado una máquina portentosa para imprimir los libros en decenas de copias; y este viejo monje de mi imaginación piensa, con susto y tristeza, que su antiguo oficio manual ya no servirá de nada en el futuro y, por tanto, sólo quedan para él el olvido y la muerte; y cuando la polilla se coma los pergaminos en los que ha trabajado toda su vida, se lo comerá también a él.    

Este monje, a lo mejor medio sordo, de modo que el pregón que anunciaba la invención de la imprenta entró apagado a sus oídos, sólo tenía una manera de no ser comido por la polilla, y era colgar los hábitos, salir a la calle, buscar uno de los talleres donde se imprimían libros, preguntar, indagar, meterse entre los tipógrafos, aprender a componer planas con los tipos móviles de madera, enterarse de cómo funcionaban las prensas manuales, de cómo trabajaban los encuadernadores. Y aceptar, antes de nada, que el mundo tan antiguo en el que había vivido se hundía para siempre en las tinieblas.

A veces me siento como ese viejo monje, confundido y desorientado en medio de la nutrida selva de invenciones, donde se agrega un nuevo árbol que nace cada noche y a la mañana siguiente ya ha desarrollado su follaje, y donde los libros, que se imprimen digitalmente o se leen en las pantallas, también digitalmente, no son más que uno de esos árboles conectados entre todos por la tecnología cibernética, igual que el cine, la música, la información, el entretenimiento, la vigilancia policial, el agua potable, la electricidad, las compras a domicilio, los juegos, los vuelos aéreos, el funcionamiento de los automóviles, los trenes, los semáforos en las esquinas.

Nuestra memoria vive en una nube, es decir, la memoria de la humanidad archivada en la nada virtual. Lo que escribo cada día, lo que invento, lo que medito, es registrado de manera inmaterial, tanto que cuando apago la computadora mis palabras regresan a esa nada virtual, y sólo volverán delante de mí cuando yo las convoque. No necesito viajar con ellas; adonde llegue, me estarán esperando para bajar a mí desde la nube.

Todo esto sería demasiado para el monje de mi historia, pero alguien como yo, que empezó tecleando en las máquinas de escribir mecánicas, y creció con la radio imaginando a los personajes encarnados en las voces, debe librar una lucha a brazo partido con ese ángel de la ultra modernidad que cambia en cada momento de figura, y al que si no logro asir en mi abrazo, al rayar el alba se alejará y me dejará derrotado; e igual que Jacob en la historia bíblica debo decirle: no te soltaré si no me bendices.

Sino entras en ese cono de luz, lo que te espera es la oscuridad, y la soledad. No sabrás de qué están hablando los demás, que son en su inmensa mayoría jóvenes. No podrás ni siquiera viajar. Aún me acerco con terror a las máquinas que te dan en los aeropuertos los pases de abordar; de repente hay aún un empleado piadoso que te auxilia, pero pronto desaparecerán. Pronto tampoco habrá nadie en la ventanilla cuando quieras comprar un boleto para entrar al cine.

Alguien de mi generación se quejaba delante de mí hace poco, de lo caótico que es el mundo de las redes sociales. No lo es, le decía yo. Si vives dentro, si aprendes a conocer bien esas reglas juveniles que lo animan, te vas a dar cuenta de cómo funcionan los códigos que los adolescentes han inventado para nosotros. Tienes que aprender a usar la carita feliz, las abreviaturas, los neologismos que te parecen tan arbitrarios, tienes que aceptar que el idioma es hoy más híbrido y mutable que nunca, tienes que saber usar los dos pulgares para escribir porque se acabó la era de la digitación con los demás dedos.

Quizás siempre hubo un abismo entre generaciones, me dirá mi amigo, esta misma preocupación por no quedarse atrás, aislado en el páramo. Soy el primero en aceptarlo, por eso empecé contando la historia de mi monje medioeval que oye gritar que afuera ocurre un cataclismo después del cual el paisaje ya no será nunca el mismo.

 Pero este cataclismo que nos toca, es el cambio más radical de civilización que ha vivido la humanidad, y apenas empieza. Apenas cimbra con sus primeros movimientos telúricos la tierra. Y si te traga una de las grietas que se abrirán mientras huyes, no volverás a ver la luz del sol.

La vejez es entonces eso, quedarse fuera, no entender que el mundo es otro, y que para vivir en él es necesario adaptarse, como ha sucedido a lo largo de los milenios con todas las especies. Y ahora apago la computadora, y mando estas palabras a la nube que navegaba invisible sobre mi cabeza.

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19 de noviembre de 2014
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El escultor de la edad del hierro

 

 Entre las frondas del jardín tropical que con sus húmedas bocanadas verdes entra en el corredor de mi casa en Managua, ésta rúbrica de hierro que es la escultura del premio Alfaguara, forjada por Martín Chirino, parece alzarse en espirales para volar, porque el escultor ha probado que en contra de las anticuadas leyes físicas, existe la ligereza del metal. La rúbrica que repta y vuelve sobre sí misma, enroscándose airosa, ha volado lejos por cielos abiertos desde las islas Canarias, para asentarse sobre esta mesa de madera nicaragüense, de patas torneadas y superficie circular.

Para que este milagro ocurriera en mi casa, el adusto y férreo militar que fue el padre de Chirino lo llevo un día a conocer el hierro en los talleres del astillero del puerto de la Luz en las Palmas, un paseo por los diques de carena y los patios de desguace, esqueletos y costillares, planchas arrancadas de los cascos, el chisporroteo de las soldaduras, la música de los mazos y los martillos contra el yunque que él recuerda como la música del tiempo. La edad de la infancia que fue su edad del hierro.

¿Qué es eso de la música del tiempo que Chirino escuchó desde entonces? El poeta nicaragüense Alfonso Cortés, que siguió después de Darío, acierta a responder al escultor de la edad del hierro:

...la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad...

Es tersa la superficie de la rúbrica negra a la que acerco la mano entre el olor del follaje y el olor de tierra húmeda y savia vegetal en esta mañana nublada que anuncia lluvia, y el hierro que se encrespa indolente sobre la mesa tiene el olor de las mareas revueltas, de los burgados agarrados a las rocas, de los cangrejos muertos en la playa de Las Canteras, mientras el viento del Atlántico que sopla enardecido alza en espirales la arena que es también hierro pulverizado, el viento que se elevaba desde las dunas y que Chirino de niño podía ver, no sólo oír; el viento de hierro que ha sido el origen de todo lo que imagina y de lo que hace, según él lo dice, el viento golpeando contra el yunque del cielo sin fin. Y luego esculpiría el viento mismo, atrapado en espiral.

Y también son hierro poroso, con textura de encaje, los promontorios de la costa africana que vería después en sus viajes, el Atlántico y luego el Mediterráneo, siempre hierro y viento, el metal enrollándose en sí mismo, buscando liberarse para reptar en un gran espacio abierto, un páramo, un atrio, una plaza, o una pequeña mesa como esta de mi casa de Nicaragua.

La textura de estas esculturas es metafísica, incesantes en su inmovilidad dinámica, hechas del metal repasado y pulido por el viento, el viento que la mano del escultor escucha, toca, detiene y convierte en hierro fundido pasándolo por la fragua y el golpe del martillo que se repite en ecos. Hierro metafísico que se busca a sí mismo ondeando, arabesco que se muerde la cola, espiral que se cierra en sí misma porque ha encontrado el centro del universo. De espirales hablaba en Madrid Chirino con Julio Cortázar y una plática así es ya metafísica, y planearon una carpeta en la que él pondría sus espirales y Cortázar los descifraría.

Chirino, Cortázar. Todos los encuentros vienen a ser metafísicos. En una pared de esta casa, vecina al arabesco de Chirino, hay un marco donde puse una bolsa de mareo sobre la que Cortázar me escribió con lápiz de grafito una nota en octubre de 1979, cuando tras el triunfo de la revolución en Nicaragua viajamos hacia la costa del Caribe en un avión militar de la desaparecida fuerza aérea de Somoza, un avión de bancas transversales y que parecía más bien un autobús destartalado:

Sergio: nunca dejaré de agradecerte que me hayas permitido la oportunidad de volar en un avión con una escoba. Por si no lo creés, la escoba está junto al asiento de Carol.

La espiral se cierra y se abre hacia el infinito, igual que la rúbrica de hierro sobre la mesa y la nota manuscrita en la pared. La mano de Cortázar que descifra laberintos, y la mano de Chirino que sigue forjando el viento que ahora azota las hojas de los árboles en el jardín antes de que la lluvia empiece a caer.

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12 de noviembre de 2014
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Teología del gran canal

Ahora quizás resulte que la idea mesiánica del Gran Canal de Nicaragua tiene un origen teológico. Durante una reciente reunión del Consejo de Partidos Políticos de América Latina (COPPAL) celebrada en Managua,  el comandante Daniel Ortega reveló que no le fue fácil convencerse de las ventajas del canal interoceánico, cuya construcción y propiedad entregó por medio de un tratado de cien años de duración al empresario chino Huag Ying, hasta que lo persuadió el célebre teólogo brasileño Leonardo Boff.

El comandante lo contó de esta manera: "la prueba de fuego la pasé con Leonardo Boff...hace dos años andaba aquí Leonardo, ya estaba lo del Canal, y hablé con Leonardo que es un defensor de la naturaleza. Yo venía preparado para que me dijera que la construcción del canal era una barbaridad, eso esperaba". Pero fue todo lo contrario.

Boff le habría hablado de "hidroeléctricas y obras a cielo abierto en la selva en Brasil: y me decía que sí, que existían los cuestionamientos, pero que ellos acompañaron los proyectos y que el impacto que habían tenido había dado vida a los bosques".

Entre los buenos ejemplos que el teólogo puso a Ortega estaba la represa de Iguazú en el río Paraná, entre Brasil y Paraguay, iniciada para el tiempo de las dictaduras militares en ambos países, una de las siete maravillas del mundo moderno.  Oír todo aquello "fue un gran alivio para mí", comentó Ortega. Un alivio trascendental, pues hasta antes de su providencial reunión con Boff, la construcción del canal le parecía una monstruosidad. En mayo del año 2007 había declarado: "No habrá oro en el mundo que nos haga ceder en esto, porque el Gran Lago es la mayor reserva de agua de Centroamérica y no la vamos a poner en riesgo con un mega-proyecto como un canal interoceánico".  

Boff, por su parte, ha contado recientemente aquel encuentro con Ortega, que, por lo que se ve, podrá llegar a definir la suerte de Nicaragua si es que los chinos llevan adelante la construcción de su Gran Canal:

"No tengo secretos. Hace dos años, en una conversación informal en la casa de la ex canciller Miguel D' Escoto, el Presidente Ortega dijo que los Estados Unidos están presionando a todos los países y a las empresas para que no hagan inversiones en el país. Y Nicaragua se está ahogando en deudas. La solución definitiva sería construir un canal que le daría al pueblo nicaragüense un mínimo de subsistencia y desarrollo".

Boff es un hombre bien informado, de modo que debería saber que no es cierto que Estados Unidos mantenga ningún bloqueo económico ni financiero sobre Nicaragua, y que las relaciones de cooperación económica entre ambos países, incluidas las inversiones, son normales, y así lo celebran las corporaciones de empresarios nacionales.

Tampoco en cierto que Nicaragua se esté ahogando en deudas. Ortega se precia de que el país es un excelente pagador de sus créditos públicos y privados, y de la solidez de las reservas monetarias. De acuerdo al Índice de Libertad Económica en el Mundo, que tiene que ver con la inversión extranjera, Nicaragua, que ocupaba el lugar 111, ha escalado en los últimos años 75 posiciones, y se coloca en el primer rango de países donde el estado interfiere menos con regulaciones del mercado y el flujo de capitales. Es decir, un ejemplar gobierno neoliberal.

Y sigue Boff explicando sus consejos a Ortega: "Le dije que debemos combinar los dos polos, el humano y la naturaleza, ya que ambos se pertenecen. Y hoy en día existen tecnologías que pueden evitar daños irreparables. Aconsejé que fuera a visitar la presa más grande del mundo, la de Itaipú en Foz do Iguaçu, pues allí se lleva a cabo una experiencia exitosa de equilibrio entre el hombre y la naturaleza...fue todo lo que dije".

Pero aún dice algo más: "China es uno de los pocos países que se resiste y se enfrenta a los Estados Unidos .Todas las demás empresas fueron bloqueadas". Y ya no sabemos si esta última frase es suya propia, o la copia de Ortega. De cualquier modo, para un hombre tan bien enterado, debería resultar obvio que eso también es falso. China y Estados Unidos no están enfrentados alrededor del cacareado Gran Canal por Nicaragua.

Ni tampoco Estados Unidos ha prevenido a sus empresarios de no inviertan en este hipotético proyecto, a lo mejor porque la Casa Blanca lo sigue considerando fantasioso. La prueba de que no existe tal hostilidad, está en que cuando Wang Ying lo presentó con toda pompa en Managua en 2013, se hizo rodear de representantes de poderosas empresas norteamericanas cuyos servicios ha contratado, una de ellas los cabilderos McLarty & Associates, dueños de una clientela que incluye a Wallmart y General Electric.

Y Boff debería saber también que entre los expertos al servicio de McLarty figura John Dimitri Negroponte, quien desde su cargo de embajador de Reagan en Honduras dirigió en los años ochenta las operaciones militares de la CIA contra Nicaragua. 

Quizás estamos asistiendo al nacimiento de una nueva teología.

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5 de noviembre de 2014
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Todos los libros del mundo

Cada mes de octubre se celebra a lo largo de varios días la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, la más grande y la de mayor tradición en el mundo. Congrega a miles de escritores, libreros, editores, agentes literarios, traductores, diseñadores gráficos e ilustradores, publicistas y periodistas, y hay cerca de 8.000 expositores de libros en todos los idiomas que uno pueda imaginar. El último día las puertas se abren al público, y los libros, vendidos a precios de feria, desaparecen de los estantes de exhibición.

El catálogo es todo un libro en sí mismo, y allí se anuncian las casi 3.000 actividades que se celebran en los diversos pabellones del recinto, entre presentaciones de libros, conferencia, debates y mesas redondas. Decenas de millones de dólares se transan en contratos de edición, traducciones y derechos de autor.

Es en Alemania donde se inventó el libro impreso, tal como lo conocemos hoy, y la Feria de Frankfurt viene a resultar la celebración de una industria universal que lejos de desaparecer bajo el peso del libro electrónico, tal como se nos vive amenazando cada día, muestra nuevas pujanzas en cuando métodos de impresión y formas de mercadeo, entre las ventajas y los estragos de la globalización. En los pasillos que bullen de gente, y donde se escuchan los más diversos idiomas, uno comprueba este espléndido vigor; no se asiste a un velorio para cantar al libro su requiescat in pace, sino a una fiesta para celebrar su permanente florecimiento.

Grandes editoriales, pequeñas editoriales y escritores de todos los confines se congregan en la Feria. Este año los centroamericanos hemos vivido una experiencia única. Gracias al patrocinio del Instituto Goethe, un grupo de valientes y aguerridas casas editoras de nuestros seis países ha concurrido a la Feria, junto con algunos de nuestros escritores jóvenes: Denise Phé-Funchal, de Guatemala; Vanessa Núñez Handal, de El Salvador y Warren Ulloa de Costa Rica.

Y esas editoriales, siempre con el apoyo del Instituto Goethe, han traído como muestra de sus empeños concertados una antología del nuevo cuento centroamericano,  Un espejo roto, que me tocó prologar y compilar; todo un hito, sobre todo porque en este libro ellas se presentan bajo un solo sello, el de GEICA, Grupo de Editoriales Independientes de Centroamérica. Y esa antología ha sido publicada al mismo tiempo en lengua alemana bajo el título Zwischen Süd und Nord (Entre el Norte y el Sur), por la prestigiosa Union Verlag de Zürich.

En el pabellón de Encuentros Mundiales de la Feria se celebró una mesa redonda en la que acompañé al presidente del Instituto Goethe, el profesor Klaus-Dieter Lehman, al director de la editorial Uruk de Costa Rica, Oscar Castillo, del grupo GEICA, y a la especialista en literatura latinoamericana Michi Straufel, de la editorial alemana Fischer. La mesa, con un lleno total de público, fue coordinada por Lutz Kliche, uno de los traductores de la antología al alemán, y el tema fue el futuro de la literatura en Centroamérica.

Los desafíos hacia ese futuro son muchos para nuestras editoriales y librerías, y también para nuestros escritores, el primero de ellos crear lectores literarios, haciendo que la lectura se convierta en un hábito permanente, sobre todo entre los jóvenes; sin perder de vista que en nuestra región publicar libros sigue siendo un acto de valentía, lo mismo que escribirlos. Hasta ahora nadie se ha hecho rico en ninguna de esas tareas.

Pero tenemos ya una literatura del siglo veintiuno en Centroamérica, con recientes generaciones de jóvenes brillantes que pueblan ahora nuestra narrativa, un fenómeno nuevo y alentador. Y el desafío sigue siendo que los libros editados en la región traspasen las fronteras de nuestras pequeñas parcelas territoriales, y también salgan al exterior. Que nuestros escritores dejen de tener las fronteras por cárcel.

Ya hemos avanzado por ambos caminos, con la presencia conjunta de nuestros editores en Frankfurt, y con la edición en alemán de la antología que llevaron allá. Prueba suficiente de que el futuro no es para divisarlo de lejos, sino para construirlo.

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29 de octubre de 2014
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El paladar es la infancia

El paladar es la infancia. Nada podría decir sobre el gusto de comer sin el recuerdo de ese territorio vedado y misterioso de la cocina de mi casa en Masatepe, de la que salían humeantes los alimentos que iban a dar a la mesa donde nos sentábamos mis padres y sus cinco hijos, alimentos bendecidos por las manos laboriosas de la primera cocinera de mi vida, Mercedes Alvarado, la Mercedes Alborada de mi novela Un baile de Máscaras.

Eran tiempos en que las verduras y frutas, y aun las carnes, se vendían de puerta en puerta, y las provisiones se compraban en las aceras, aunque había también un pequeño mercado vecino a la casa de mis abuelos paternos. En el rastro público sólo de destazaban reses dos veces a la semana, y como mi padre fue en un tiempo alcalde municipal, yo solía acompañarlo tarde de la noche a vigilar el destace, de modo que el animal sacrificado correspondiera a la carta de venta autorizada por él, porque abundaban los cuatreros, y también debía vigilar que no se mataran hembras en tiempos de veda.

En el patio de mi casa crecían la yerbabuena y el culantro en cajones para embalar jabón de lavar, se criaban gallinas indias, junto al chompipe de la mesa navideña, al que se daba un trago de aguardiente antes de cortarle el pescuezo, por piedad del verdugo, o porque su carne resultaba más suave según la creencia;  y a veces un chancho, engordado con los desperdicios, que se sacrificaba ritualmente a medianoche en fiestas de guardar, la principal, el día de San Luis, onomástico de mi madre.

El chancho, una vez degollado y desangrado a la medianoche, colgaba de cabeza de una solera, donde era bañado con agua hirviente para pelarlo, y al final no quedaba nada, ni orejas ni cabeza ni cola, pues a su alrededor había toda una batería de mujeres que se encargaba de freír los chicharrones en un caldero, donde también iban a dar plátanos verdes partidos en canal; otras guardaban el tocino crudo, destinado a adornar los nacatamales, que se confeccionaban en una mesa donde estaban ya aguardando las hojas de plátano soasadas, la masa y los demás ingredientes; alguien soplaba las tripas para los chorizos y las morongas, y ardía el fuego bajo las pailas donde se hacía el pebre, mientras los lomitos se preservaban celosamente para el almuerzo.

A la cocina, dotada primero de un fogón o cocinero de leña, y luego de una estufa de hierro colado con una chimenea que aventaba el humo oscuro por encima del techo, entraba los domingos y días de guardar mi madre para preparar sus platos maestros: macarela en nata, lengua rellena en puré, plátano maduro en gloria, horneado con queso, crema y canela en raja, o su barroco relleno del chompipe navideño, con alcaparras, aceitunas y ciruelas y uvas pasas, herencia culinaria suya que pasó a las manos de mi hermana Luisa.

No olvido el horno de panal de mi abuela paterna Petrona Gutiérrez, encendido al rojo vivo, de donde salían los sartenes colmados de rosquillas y otras piezas de maíz; ni tampoco la infinita variedad de panes y reposterías de doña Ángela Mercado, establecida frente a la iglesia de Veracruz, desde la torta blanca a la torta negra, las bizcotelas y las magdalenas, las quesadillas y los polvorones; ni la no menos infinita variedad de dulces de las Barquerito, a la cabeza los corderos y palomas de masa de arroz, los piñonates, los alfajores y las cajetas de coco.

 Ni la sopa de mondongo que doña Néstor Arias, rubicunda y pequeña de estatura, vendía de puerta en puerta en unas porritas antes de abrir en su casa la más célebre mondonguería de Masatepe; ni el armadillo desmenuzado en un caldillo de tomate y cebolla que mi padre encargaba en el barrio de Jalata; ni las tamugas y los nacatamales de mi tía Emperatriz Álvarez, los mejores del pueblo, cuyas habilidades de confección heredaron mis primas Tere y Tina, haciéndolos famosos en toda Nicaragua.

Memoria del paladar.

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15 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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