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Escrito por

Rosa Moncayo

Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) estudió Business Administration en la Universidad Carlos III de Madrid. Con 20 años, le concedieron una beca para realizar sus estudios en Seúl, Corea del Sur. Actualmente reside en Madrid. En 2020 publicó La intimidad en el sello editorial Barrett. Fotografía: Laura Carrascosa

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Memoria sentimental

Corazón tan blanco es el mismo libro de todos los inviernos. Vuelvo, una y otra vez, a fragmentos que ya ni recordaba. Fragmentos que parecen melodías, que sólo consigo recordar si empiezan a sonar, tres segundos bastarían para saber cómo siguen. Pedazos de literatura, frases sueltas o páginas enteras, que recuerdo como una película de infancia, la canción de desamor que escuchaba en bucle hace cinco años o el rostro de alguien en quien me fijé con esmero. Forma parte de mi memoria sentimental. Es posible que, para algunos, Corazón tan blanco sea una novela sobre las consecuencias de no usar la razón. Para otros, el resultado de pensarlo todo demasiado.

La escucha escondida de las primeras páginas marca los tiempos de la novela. Escuchar, saber, es peligroso. Se intuye que el gran misterio de la vida es la gente. ¿Por qué hacen lo que hacen? Ese no he querido saber, pero he sabido puede marcar una vida entera. Un corazón tan blanco que poco a poco se va ennegreciendo pues, como bien dijo Marías, no se sabe si es tan blanco por ser demasiado puro o, simplemente, por ser un cobarde. Cada uno libra sus propias batallas, de ahí que el imaginario de Javier Marías, sus divagaciones constantes, logren emocionarnos. Hoy me doy cuenta de una cosa: las pasiones amorosas, diversas, son raras. Sólo funcionan si son sutiles, si se hacen de rogar. Si existe, en la cabeza del apasionado, ese conjunto de posibilidades, imaginaciones varias y muchas dudas, fruto de la incertidumbre.

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16 de marzo de 2023
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Las voces de Adriana

Podría no avanzar jamás si me parase en cada palabra. El sentido de la literatura es lo que me han enseñado que es el sentido, con sus correspondientes negaciones. Cada cosa contiene a su contrario. La transgresión pone en primer plano la norma. Y, en todo caso, es imposible saber cuándo se está haciendo literatura, porque se ignora lo que es la literatura, aunque no por defecto, sino por exceso: hay demasiadas definiciones de lo literario.

 

Como una voz del subsuelo, Las voces de Adriana es un libro atípico y esclarecedor sobre la dificultad humana. Se trata de un tríptico sobre la familia y el peso de la frustración, un eco lacerante. La primera parte, dedicada al padre y a la protagonista como simple espectadora de la vida de los demás, es, sin duda, la parte con más garbo. Vivir en los márgenes es agotador. Adriana, la protagonista, lo sabe. Disfruto muchísimo leyendo a Elvira Navarro porque narra la lobreguez del mundo gracias a su escritura escrupulosa, señal de estilo e identidad desde que firmó esa novela tan perfecta llamada La ciudad en invierno.

Las voces siempre recuerdan el paso del tiempo, la importancia de la memoria infantil, esa nostalgia tan familiar que nos acecha en los momentos más extraños. Para encontrar el perfecto equilibrio entre el paso del tiempo y los miedos particulares, unos deseamos aligerarnos, aprender el don de la espiración; otros, mantienen y alimentan el ímpetu por ensanchar tentáculos y conquistar. Adriana no sabe cuál es su dolor, si la pesadez del tiempo presente o el miedo a un futuro en el que se ha quedado sin familia. Uno de los temas recurrentes es el entendimiento de la existencia misma. Me atrae la voz de la protagonista desde esa intemperie tan dulce, casi inocente, tratando de abrirse paso en la búsqueda incansable del amor o, sin tanta grandilocuencia, algo de compañía para pasar el rato.

«Se decía que nadie se acostumbra a las caídas, a pesar de estar todo el rato cayendo, como quien no para de montarse en aviones y cada vez siente el mismo miedo. Las cosas no se superan. No se sabe qué pasa con ellas, pues a veces todo cambia inexplicablemente». Las novelas de Elvira Navarro implican ciertas atmósferas inquietantes. Marca de la casa. Este libro constituye un esfuerzo literario, un retrato sobre la complejidad humana y la manera en la que se traslada al monstruo de las redes sociales. Todo el amor, la esencia de una persona, incluso su inteligencia, se han visto reducidas a lo que plasmamos en redes. Aplicaciones para concertar citas, un listín de perfiles personales en línea, hilos de Twitter como pruebas de cociente intelectual… Un despilfarro de emociones. Con la viva voz de los familiares de Adriana -la tercera parte de la novela-, Elvira Navarro delinea el oscurantismo propio de esa época: la vida de los señoritos, el orden instaurado y la falta de contacto con uno mismo. Es una lectura de gran valor pues ese idéntico oscurantismo se palpa en el tiempo presente.

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9 de febrero de 2023
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Feministas de manual

A veces me dan envidia las feministas de manual. Ojalá estuviera de acuerdo con todo lo que saliera del Ministerio de Igualdad y las mentes de sus soldaditos. Todo sería más fácil. No andaría enfadada ni aterrada por el futuro, repetiría las palabras clave, una por una. El discurso de siempre, sin pestañear. Todo me iría mejor. Ocurre a menudo: nadie se queja en alto por el miedo al qué dirán, pero una vez se dispersa la multitud y ya parece que no nos oyen, empiezan las críticas enfrascadas en susurros.

Pensar y actuar ya no van de la mano. Se ha suprimido el juicio, la razón, y se ha sustituido por lo que sea que consideren nuestras veneradas instituciones políticas, ya sea en materia de salud, línea de pensamiento o lenguaje. Zygmunt Bauman lo definió al expresar que las mentalidades de jardinero favorecen la creación de Estados totalitarios. El mundo está lleno de malas hierbas, deben podarse; se domina el paisaje para ajustarlo a la doctrina ideológica.

Este tipo de feminismo, el absolutista, el feminismo que ni siente ni padece, el que asegura que ser mujer es un sentimiento, permite que el mal campe a sus anchas. ¿Por qué el orgullo de este feminismo es más importante que la justicia que merecen las víctimas de la violencia sexual? ¿Es tan difícil enmendar una ley que no ha hecho más que generar cantidades ingentes de odio y dolor? Mientras tanto, en las calles no ocurre nada.

El año pasado cerró con 133 rebajas de penas a condenados por delitos sexuales y, bien entrado 2023, ya son 151 favores a agresores y 22 excarcelados. La cifra va en aumento. ¿Existirá relación entre esta ley y el súbito incremento de violaciones y asesinatos? Ayer, se publicó un vídeo en el que una de las autoras de dicha ley ríe con sorna al mencionar la oleada de cientos y miles de violadores a la calle beneficiados por la ley del sólo sí es sí. Resulta exageradamente complicado entender a quienes están a favor de tremenda pocilga politiquera y, por supuesto, oír una vez más que son los jueces quienes deben formarse para aplicar dicha ley. De igual manera, hace unas semanas se votó la Ley Trans. Una ley imprecisa que engrosará el negocio farmacéutico, más si cabe, y empujará a individuos confusos, o presos por episodios de alienación, a tratamientos irreversibles.

Ya no se puede hablar. El silencio cómplice lo ha impregnado todo. Las prácticas más habituales de la cultura woke son la cancelación de aquellos que no comulgan con la línea de pensamiento progresista. Campañas de acoso y derribo, desprestigio, insultos y ridiculización a través de redes sociales son prácticas cada vez más normalizadas. Todos lo hemos visto. Finalmente, la bulla concluye con ciertos adjetivos que nunca faltan: fascista, retrógrado o negacionista. Pero bueno, el mundo es ansí, diría Baroja.

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12 de enero de 2023
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Vidas cansadas

No hay película más amarga que Vidas rebeldes. Ciento veinticuatro minutos y un hilo de esperanza. Lucha y combate. La imagen de los caballos indomables es de una belleza inenarrable, los espectadores siempre necesitaremos un final feliz. Vidas rebeldes trata sobre una mujer desnortada, Marilyn Monroe, que se lanza a los brazos de dos vaqueros, Clark Gable y Montgomery Clift, y los acompaña a la captura de unos caballos salvajes para vender su carne. El denominador común de los tres personajes es el desarraigo y el vacío existencial, buscan redimirse construyendo una nueva vida, pero no saben cómo hacerlo. La historia de muchos. ¡Ah! Prefiero el título original, The Misfits, es decir, desplazados. No creo que sus vidas fueran rebeldes, simplemente estaban cansados.

Fue la última película de Marilyn y Gable antes de que murieran. Si ya estaban mal, el rodaje fue la gota que colmó el vaso. Para empezar, fue rodada en el desierto de Nevada, donde el gobierno estadounidense llevaba a cabo ensayos atómicos. El tufo a toxicidad estaba muy presente. Marilyn se presentaba a las grabaciones completamente alcoholizada, ya era adicta a los barbitúricos, y tuvo que ser ingresada varias veces en clínicas de desintoxicación, además de un susto de dos semanas en el hospital. Rodaje a trompicones. Marilyn siempre llegaba tarde. El guion fue obra de Arthur Miller, su esposo, quien escribió la historia para que ella se luciera, para que el mundo viera que también era capaz de protagonizar un drama. De poco le sirvió, Miller acabó poniéndole los cuernos con la fotógrafa del rodaje, Inge Morath. Se casaron y formaron una familia.

Clark Gable, que ya estaba desgastado, renunció a su doble. Quería ser él quien realizara las escenas forcejeando con los caballos. Sufrió un infarto fulminante tres días después de acabar el rodaje. Muchos criticaron a Marilyn porque, como siempre llegaba tarde, Clark tenía que esperarla bajo el sol infernal del desierto, fumando incontables cigarrillos para amenizar la espera. Por otra parte, Montgomery Clift seguía depresivo, no aceptaba su homosexualidad y todavía no se había recuperado de ese accidente de coche horrible que le desfiguró el rostro. Su expresión facial había cambiado por completo. Una rareza fascinante. Desde luego, Huston, el director, aprovechó el momentazo agónico de sus actores para configurar una atmósfera lacerante, insoportable, culminando con hermosas imágenes de caballos libres, salvajes, felices.

Lo más bello de nuestras vidas surge en los destrozos. Vidas rebeldes es la película de un mundo a punto de terminar, un mundo que termina para dar paso a otro, mejor o peor. La película peca de precursora. Pocos dramas como este en los años 60. Ahora, en cambio, todo son dramas. El final es un final feliz, claro, pero no era el final que Arthur Miller había pensado. Sólo el personaje de Clark Gable demuestra una voluntad de cambio. El de Marilyn, en cambio, se enfrasca en el llanto. Es su papel. Marilyn hace de Marilyn; romántica e ingenua. Huye de la naturaleza, del desierto; huye de la felicidad, lo fértil. Me gusta mucho su papel, sobre todo cuando estalla furiosa, cómo maldice a los tres hombres que sólo son felices si matan. Demostró una rabia espectacular. Nadie sabe si esa escena fue real o parte del guion. A veces, viene a ser lo mismo.

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17 de diciembre de 2022
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La vida material de Marguerite Duras

El esfuerzo del mundo moderno y sus soldaditos es asegurar la sensación de acceso y disposición inmediatos a una realidad tangible. Todos somos soldaditos belicosos. Potenciamos una vida material que acelere la sensación de desconocimiento entre el hombre y sus deseos. Dormir un sueño de cien años. Conocer el amor total. Ideaciones. Adoración desmedida por ídolos e ideologías. ¿Matrix? Conjuras para no sufrir. Ay, el dolor…

En El antidolor, un manifiesto futurista, Aldo Palazzeschi dice que uno no puede reír desde lo más hondo del corazón si antes no ha escarbado profundamente en el dolor humano. Nunca duele igual. Sin embargo, el dolor siempre se da de bruces contra la vida. Ríndete y sé feliz. En La vida material, Marguerite Duras escribió sobre todo lo que compuso su existencia. No hay Saigón -o muy poco-, pero sí hay listas de la compra, unas más pesimistas que otras, anotaciones hechas en plena borrachera, la mirada ante el amor y sus hombres, teatro, mucho alcohol, Trouville, el deseo irreverente de amar con locura, el deseo de tomar el sol… Escribió sobre la pérdida de libertad, la falta de conmoción, el vacío y su impronta. Francia, París. Hacerse mayor y que te preocupe.

Una frase de Adorno en Teoría Estética resuena por ahí mientras leo: «Lo único que mantiene la vida con vida es estar impresionado por lo otro». Si se pierde esa impresión caemos en el infierno de la igualdad.

El diario, el ejercicio de la vida material por escrito, riguroso y cronológico, sólo está pensado para mentes disciplinadas, brillantes. Aquellos que lo escribirán todo, recopilarán sensaciones, recuerdos e imágenes imborrables, las pondrán por escrito con el mejor léxico posible. Magia. A pesar de intentar dotarme de las palabras más hondas, no podría incluir en una misma entrada todo aquello que revuela por esta cabecita de cabellos morenos, ni siquiera lo que acontece en un minuto. He perdido mi orden. No tendría sentido. Duras dice que su infancia se explica a través del agua. De las lluvias insoportables de Vietnam y la manera tan bruta de fregar su casa cada día. Pero ¿quién puede pensar en su infancia sin pensar en el agua? Quizá la metáfora más manida sea la del agua. El amor y el agua.

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2 de noviembre de 2022
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Je t’aime, je t’aime

En general, aparte de las guerras e incongruencias celestiales, podría decirse que nunca pasa nada. Todo va bien. Se dice que algunos, los más afortunados, tenemos toda una vida por delante. Una. Es cierto, pero viejos o jóvenes, todos estamos empezando. La velocidad es una exigencia de los tiempos que vivimos. Frenesí, alquimia; prisa, premura. Siempre nos acechará una edad en la que el horizonte se obture como un empaste sobre la peor caries. Para la poesía, lo mismo: siempre se es un poeta que empieza a escribir. Asomo por aquí el recado de escribir con el que Alejandro V. Bellido inicia su libro de poemas La oculta esperanza:

Os dejo a cargo de estos niños.

Tratadlos bien, no seáis duros con ellos.

Son solo niños de papá

jugando a ser rebeldes

en el patio de esta hoja en blanco,

intentando -los pobres ilusos- transgredir los dictados del Tiempo.

 

Todos los que alguna vez empezamos a escribir fuimos desastrosamente infelices. Seguimos esperando la reforma profunda que todo lo cambie. La más rebelde, la más excéntrica. Siempre esperando, pobres ilusos. Demasiado viejos para el radicalismo. En La vida material, Marguerite Duras dice que lo que llena el tiempo verdaderamente es perderlo. El tiempo es un ejército capaz de hundir las islas británicas. Una constelación diminuta, imperceptible. «Esto es un lápiz rojo, pero pinta negro. Las apariencias engañan», dice el protagonista de Je t’aime, je t’aime (1968). Vivimos en el corazón de lo indisponible.

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3 de octubre de 2022
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Dioses y monstruos

Hace unos días me topé en redes con una viñeta modernísima y revisionadísima sobre caperucita roja y el temible lobo feroz. El lobo le preguntaba a caperucita qué llevaba en la cesta y ella le respondía que le iba a reventar la cara de payaso que tenía, entre otras cosas. Luego, más abajo, un comentario de una chica que decía que nunca le contaba el cuento de la caperucita a su hijo porque este perpetúa la errónea idea de que las mujeres no deben ir solas por la calle o que necesitan a un hombre que las rescate.

Allá vamos. ¿Se puede cancelar un cuento de hadas del siglo XIV? La cultura de la cancelación impregna nuestros días. Disculpe, ¿dejará usted que su hijo lea a Nabokov en plena adolescencia? ¿Acaso le prohibirá a su hijo acudir al Museo del Prado para que no presencie a Saturno devorando a su hijo? Los niños del futuro caminarán con una tupida cinta en los ojos. Palos de ciego, ¡lo veo venir!

En Tremendous Trifles, G. K. Chesterton, el príncipe de las paradojas, indaga sobre la prohibición de algunas lecturas para niños. Al parecer, las autoridades de aquella época -principios del siglo XX- alegaban que los cuentos de hadas, monstruos y espadas introducían ideas erróneas y miedos infundados a los niños. Me permito la libertad de traducir al español un fragmento de dicha obra.

«Entonces, los cuentos de hadas no son los responsables de producir miedo en los niños, ni ninguna de las formas del miedo; los cuentos de hadas no le dan al niño la idea de lo malo o lo feo; eso ya está en el niño porque ya existe en el mundo. Los cuentos de hadas no le dan al niño su primera idea del fantasma. Lo que los cuentos de hadas le dan al niño, es su primera idea clara de la posible derrota del fantasma. El niño conocerá íntimamente al dragón desde que tenga imaginación. Lo que le proporciona el cuento de hadas es un San Jorge para matar al dragón»

Incluso la interpretación más simbólica de Carl Jung le daría la razón a Chesterton. Los cuentos de hadas enseñan a los niños a hacer frente a los conflictos humanos básicos, nutren su espiritualidad, conciencia e inconsciente van de la mano. La literatura nos garantiza que hay algo más allá de la oscuridad, más allá incluso de nuestras propias tinieblas.

Larga vida a los cuentos de hadas.

Fragmento original en inglés:

«Fairy tales, then, are not responsible for producing in children fear, or any of the shapes of fear; fairy tales do not give the child the idea of the evil or the ugly; that is in the child already, because it is in the world already. Fairy tales do not give the child his first idea of bogey. What fairy tales give the child is his first clear idea of the possible defeat of bogey. The baby has known the dragon intimately ever since he had an imagination. What the fairy tale provides for him is a St. George to kill the dragon»

 

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27 de julio de 2022
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Óleo y fe

Joven mártir ahogada en el Tíber durante el reinado de Diocleciano es un óleo de una belleza inasumible. Lo vi por primera vez en el Louvre el pasado mes de abril. Curiosamente, estuve a punto de pasar de largo hasta que la aureola que flota sobre el rostro de la joven, matemáticamente perfecta, captó mi mirada. La escena es triste, mórbida y lúgubre, deja el corazón del revés. Una mujer joven flota boca arriba, sus manos atadas sugieren que fue prisionera. Está arropada por una luz blanca, divina y sobrenatural, que se funde incluso sobre la rugosidad de las aguas que la envuelven. Durante el reinado de Diocleciano se dio la Gran Persecución, tanto el Estado como los ciudadanos y autoridades del Imperio Romano acosaron y asesinaron sistemáticamente a los cristianos para vigorizar el culto imperial politeísta. A pesar de que algunos apostataron para salvar sus vidas, el sufrimiento de sus mártires hizo que la teología cristiana y la estructura eclesiástica cobraran más fuerza que nunca. Esta joven mártir, de la que sigo embelesada, murió a causa de su fe.

Su fondo, tan negro y explícito, da paso a un atardecer en tonos verdosos y anaranjados. A lo lejos, dos hombres observan el cadáver de la joven. Parecen llorar, un espectáculo privado. El contraste entre claros y oscuros ataja la horribilidad de la escena. Qué peligro: una observa esta maravilla de Delaroche y piensa que la muerte es tierna y melodiosa, que la muerte y sus distintas formas son pulidas, finas. Y, sin embargo, la perfección de su aureola silencia el horror. La duda es el dolor espiritual más famoso. Con frecuencia, la vida humana entra en contacto con el miedo y la tragedia. Siempre se puede volver a nacer. La aureola es el signo inequívoco de fe. Esta es la gran belleza.

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9 de julio de 2022

Fotograma de Los bingueros

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Una generación de cristal

Esta semana se hacía viral el anuncio del pirulo tropical. Por favor, véanlo. El escarnio tuitero no tardó en viralizarse. Que si es machista, de mal gusto, que si incita al abuso y a la ludopatía infantil… Poca gracia y asqueroso. ¡Me ofende, no me gusta y punto!, escribía una. Por el bien de todos, esperemos que la amplitud de miras sea igual de cíclica que las crisis económicas.

No sé si será cuestión de si nos gusta o no, pero estoy segura de que en tiempos pasados, dicho anuncio, no despertó mucho más interés, simplemente una risotada o comentarios menos acomplejados. Se afirma, en muchos de esos tuits, que la cárcel sería un buen lugar para esos publicistas rancios y asquerosos, que por eso estamos como estamos. ¡Ay! Como si el marketing, o el resto de la humanidad, tuviera que seguir el imperante código de los hipogresistas morales. Ojalá esa pasión por el bien en otros ámbitos del planeta. El diagnóstico está claro: una evidente resistencia a la madurez, más allá de la posible sobreprotección experimentada, o la demencia del currículo escolar. Ofendiditos. Remilgados. Tiquismisquis. ¿La viruela del buenismo? Una generación de cristal que se lo toma todo demasiado a la tremenda.

Hace unos días, vi con mis padres Los bingueros, una película de Esteso y Pajares. ¡Qué bien lo pasamos! Tanta risa, tanta incorrección. Eran tiempos de apertura, se nota. La picardía se echa de menos. Parece que la carcajada limpia, en el cine, ya es cosa de outsiders. Y, sin embargo, cuando se la recomendé a una persona con la que tenía que entablar conversación por necesidades estrictamente circunstanciales -gajes del oficio-, me dijo que, si salía el tal Esteso no la iba a ver, que eso era muy machista. Vale, mea culpa.

Aquí estamos, viéndolas venir. ¿Qué será de nosotros? Ya no me encuentro tan preocupada por empezar a peinar canas.

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21 de mayo de 2022
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Volverse loco

Lecturas, aparentemente fáciles, que se vuelven imposibles. La muerte en sus manos, el inquietante debut de Ottessa Moshfegh en la literatura de suspense, es un pan sin sal. Crimen sin cuerpo, locura sin motivo. Yo quería un libro fácil, un libro para leer en el metro o en los aeropuertos, pero no ha podido ser. Con lo que me gusta a mí un thriller… Moshfegh, the next great thing de la literatura americana —como dice Rodrigo Fresán—, no acaba de cumplir en esta novelita de suspense. Eso sí, cumple con creces en Mi año de descanso y relajación, una novela que dejaré de recomendar el día que encuentre otra, tan pesimista y mucho más cósmica, que me enamore más.

Una mujer de setenta años camina por un bosque con su perro. Divisa una nota escrita a mano. «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver.» Pero no hay cadáver. La obsesión se desata hasta trazar la historia del asesinato de la misteriosa Magda. ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? La mente es nuestra experiencia, nuestro sensor, la máquina de tejer historietas. Un trampantojo constante, elucubraciones extrañas en un pueblo desangelado. Y sí, coincido, Moshfegh es la autora de referencia de los ermitaños y los excéntricos, pero no de las mujeres que se vuelven locas por perseguir crímenes imperfectos. El discurso imaginario siempre es bienvenido, su literatura es fabulosa, escribe de maravilla. Moshfegh posee unas regiones neuróticas que seducirían hasta al lector más aburrido. La pulsión de muerte permanece desde su primera novela. Inherente. Lo tenebroso le va de perlas. Sin embargo, volverse loco nunca pasará de moda.

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3 de mayo de 2022
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El Boomeran(g)
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