Rosa Moncayo
El esfuerzo del mundo moderno y sus soldaditos es asegurar la sensación de acceso y disposición inmediatos a una realidad tangible. Todos somos soldaditos belicosos. Potenciamos una vida material que acelere la sensación de desconocimiento entre el hombre y sus deseos. Dormir un sueño de cien años. Conocer el amor total. Ideaciones. Adoración desmedida por ídolos e ideologías. ¿Matrix? Conjuras para no sufrir. Ay, el dolor…
En El antidolor, un manifiesto futurista, Aldo Palazzeschi dice que uno no puede reír desde lo más hondo del corazón si antes no ha escarbado profundamente en el dolor humano. Nunca duele igual. Sin embargo, el dolor siempre se da de bruces contra la vida. Ríndete y sé feliz. En La vida material, Marguerite Duras escribió sobre todo lo que compuso su existencia. No hay Saigón -o muy poco-, pero sí hay listas de la compra, unas más pesimistas que otras, anotaciones hechas en plena borrachera, la mirada ante el amor y sus hombres, teatro, mucho alcohol, Trouville, el deseo irreverente de amar con locura, el deseo de tomar el sol… Escribió sobre la pérdida de libertad, la falta de conmoción, el vacío y su impronta. Francia, París. Hacerse mayor y que te preocupe.
Una frase de Adorno en Teoría Estética resuena por ahí mientras leo: «Lo único que mantiene la vida con vida es estar impresionado por lo otro». Si se pierde esa impresión caemos en el infierno de la igualdad.
El diario, el ejercicio de la vida material por escrito, riguroso y cronológico, sólo está pensado para mentes disciplinadas, brillantes. Aquellos que lo escribirán todo, recopilarán sensaciones, recuerdos e imágenes imborrables, las pondrán por escrito con el mejor léxico posible. Magia. A pesar de intentar dotarme de las palabras más hondas, no podría incluir en una misma entrada todo aquello que revuela por esta cabecita de cabellos morenos, ni siquiera lo que acontece en un minuto. He perdido mi orden. No tendría sentido. Duras dice que su infancia se explica a través del agua. De las lluvias insoportables de Vietnam y la manera tan bruta de fregar su casa cada día. Pero ¿quién puede pensar en su infancia sin pensar en el agua? Quizá la metáfora más manida sea la del agua. El amor y el agua.