Rafael Argullol: Es interesante ver cómo los géneros de la comunicación amorosa se han ido volviendo cada vez más sintéticos, y en cierto modo cada vez más tramposos; o de trampas más vinculadas a lo que sería la propia trampa del encantamiento de la publicidad de nuestra época.
Delfín Agudelo: ¿Es paradójica una carta de amor a través de un correo electrónico?
R.A.: No; es posible. Pero es casi el paso de lo que era el poema épico al haikú; o del poema épico al epigrama. Claro, ésa es la grandeza del sms, a diferencia del e-mail. Yo que he sido una persona muy poco dada a lo electrónico, me gusta mucho el lenguaje del sms, porque exige un carácter conceptual y sintético que encuentro muy interesante. Evidentemente, esta carta de amor se puede dar, pero exige en el escribiente una estrategia distinta a lo que era la carta de amor tradicional: le exige una estrategia o bien más metafísica, o muchísimo más imaginista, casi sensorial. El sms se acerca a la pincelada, mientras que la carta de amor en cierto modo se acerca al tratado.
D.A.: Pensaría que la caligrafía es un elemento fundamental. En la carta de amor, podríamos llamarla “caligrafía amorosa”: aquella que confirma quién la ha escrito. La diferencia entre una carta de amor escrita en ordenador o con la mano es abismal. Es más ameno recorrer ese mapa interior de mano de la caligrafía amorosa.
R.A.: Confirmaría lo que dices. Incluso en la época de las máquinas de escribir, a finales del XIX y durante todo el siglo XX, las cartas amorosas en general continuaron escribiéndose a mano; mientras se escribía masivamente a mano, la carta personal —la amorosa, que es la reina de las cartas personales— se seguía escribiendo a mano. Evidentemente en nuestros días todo lo que son los procedimientos tecnológicos tienden a camuflaje, a la neutralidad del camuflaje. Pero nadie te dice que la nueva tecnología no vuelva a reproducir la necesidad de la caligrafía. El escáner ahora nos da una posibilidad caligráfica, pero sin embargo—y esto lo he oído— mucha gente está regresando a la escritura a mano. Quizás no para escribir un libro, como es mi caso, sino para la nota personal se está volviendo en cierto modo a la utilización de caligrafías personales. De lo contrario, evidentemente, el trazo neutro camufla. Ocurre que el lenguaje sintético, por ejemplo de los sms más que del e-mail, es un lenguaje de trampa y de camuflaje. Y en ese sentido es muy interesante ver que facilita el hecho de hacer una jugada en un tablero de damas: luego de la jugada, esperas el movimiento que pueda hacer la otra persona. Los grados de compromiso son muy distintos; es un tema fascinante el de la palabra entre los amantes, o entre los aspirantes a amantes.
En la carta había una estrategia a largo plazo: el que la escribía pensaba en cómo sería la recepción. Había un tiempo. En el mejor de los casos, había mensajeros de por medio, y pasaba todo un día antes de la recepción y retorno de la respuesta. Esto fue sustituido brutalmente por el teléfono, que fue el método más descarnado que se ha inventado. Tenías que desnudarte completamente. Si llamabas a una mujer o a una amante, tenías que descubrir todas las cartas por la instantaneidad de la comunicación. Y eso ahora ha sido sustituido por algo mucho más sibilino, que es una instantaneidad como la del e.mail o el sms, pero camuflada. Ofreces un fragmento, esperas el otro, ofreces otro, y así sucesivamente, y si esos fragmentos, como las piezas de un puzzle, van encajando, te atreves a la realización en conjunto. Si nos vieran desde fuera otros animales superiores— que es probable que nos vean— escribirían algo parecido a lo de Gerald Darrell sobre los usos y rituales amatorios de algunos animales, porque esos distintos intercambios semánticos o semióticos en la comunicación amorosa marcan muchísimo lo que son los rituales y las sensibilidades de una determinada época. Todo son cartas de amor. El telefonazo del aspirante amante al objeto de su deseo también es una carta de amor verbal, pero brutal. Y un e-mail, o un sms, también, pero son distintos modos de comunicación, y van desde el signo escrito, así sea de manera lapidaria, hasta la Divina Comedia.