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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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¿Fármaco contra la infidelidad?

Rafael Argullol: Ahí se abre incluso la ficción de que al nacer vayamos acompañados de una especie de certificado en el que se explique los vicios y las virtudes en las que vamos a incurrir al hablar de nosotros.

Delfín Agudelo: De hecho, ya hemos visto algunas obras cinematográficas que intentan retratar dicho futuro. Pienso en Gattaca de Andrew Niccol, en la que se vuelve sobre la idea de la "predestinación" científica, ya que para solicitar un trabajo no debes hacer entrevista, sino simplemente entregar tu análisis de ADN. Pero no creo que se trate sencillamente de cumplir con un vaticinio cinematográfico...

R.A.: Evidentemente no, porque la otra faceta que esta noticia conlleva es la comercial. De la misma manera que comentábamos en la sesión anterior de la vejez como enfermedad podía ser susceptible de un negocio maravilloso desde el punto de vista de descubrir fármacos que afrontaran esta enfermedad, imagínate que el gen de la  fidelidad o el gen de la infidelidad es sometido también a la industria farmacéutica. De manera que por ejemplo cuando uno se casa o encuentra una pareja, pueda ser susceptible de ser medicado asegurando en cierto modo la fidelidad, de la misma manera que a pesar de la medicación a uno le vuelve el gen a su plena actividad. Nos podríamos encontrar en el terreno de la economía ficción, que cada vez es un terreno más adecuado. Nos encontraríamos con un filón realmente fructífero y poderoso.

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1 de octubre de 2008
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Colección particular: La angustia de los tiburones

Rafael Argullol: Mira, Delfín, la tensión de esta foto.

Delfín Agudelo: Se trata de los operadores de bolsa de Nueva York en la sesión de crisis del 17 de septiembre de 2008.

R.A.: Cuando vi esta foto pensé en algo completamente paradójico y extraño, y es en el cuadro de Rafael, La transfiguración, en el cual también, ante la presencia en el monte Tabor del Cristo crucificado, abajo de la pintura de Rafael aparece un conjunto de hombres dominados por la ansiedad, por la angustia. En la foto de Nueva York vemos este primer personaje calvo, que es el que extiende la mano y parece introducir el pánico; y vemos a su alrededor cómo hay un remolino de ansiedad, algo parecido a lo que Rafael logró pintar al pie del monte Tabor. Claro, el paralelismo es adecuado: pero al mismo tiempo es sangrante, porque verdaderamente lo que en el cuadro de Rafael es la resurrección de la divinidad, en este caso es la angustia por el ocaso y quizá la muerte de la divinidad de los discípulos o de los militantes que estamos contemplando en la foto. Es decir, ellos están completamente sujetos y sumisos a esa debilidad que aparece en el panel electrónico, que son las cifras y cantidades de los bancos, valores y del hundimiento de la bolsa de ese día.

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30 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Aguirre

Klaus Kinski, fotograma de

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto al espectro loco de Aguirre.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de Aguirre, la cólera de Dios de Werner Herzog?

R.A.: Sí, me refiero a él, y a la vez al personaje que desde  mi juventud me fascinó como representativo de una determinada visión, de una determinada voluntad de poder: el conquistador loco y paranoico que era Aguirre, quien marchó a la conquista del Dorado por las tierras del Amazonas y colombianas, siempre con la ambición de llegar a la ciudad de oro, pero al mismo tiempo con la necesidad de forzar hasta el máximo la voluntad del hombre y su lucha con la naturaleza. Creo que debemos agradecer a Herzog que fuera capaz de captar esa especie de quintaesencia del descubridor loco que se lanza a la aventura de una manera prometeica pero también mefistofélica, intentando llegar al final de sus objetivos y sin tener ningún problema en causar todo tipo de destrucciones con tal de llegar a conseguir su trofeo. En la película el personaje de Aguirre, maravillosamente encarnado por Klaus Kinski, concentra toda la gestualidad de esa voluntad de poder -constructiva y destructiva al mismo tiempo-, capaz de las mejores hazañas y peores exterminaciones al mismo tiempo bajo un objetivo que aparentemente es siniestro y sórdido como lo es el oro y la conquista del Dorado. Ese gran objetivo codicioso llega incluso a sublimarse para adquirir un aspecto casi trascendente. Si somos justos con Aguirre -al menos con el Aguirre que nos presenta Herzog-, evidentemente es un loco codicioso, pero finalmente también es alguien que llega a experimentar con los límites mismos de la voluntad humana y de sus posibilidades ante la naturaleza.

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29 de septiembre de 2008
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Colección particular: La bella y su escolta

AFPRafael Argullol: ¿Has reparado, Delfín, en el maravilloso contraste de esta fotografía?
Delfín Agudelo: Claramente: se trata de Carla Bruni en el aeropuerto de Orly entre los cardenales.
R.A.: Para mí es la fotografía o imagen simétrica de la que comentamos en la última ocasión, en la que el sumo sacerdote se adentraba solemnemente en el país de los escépticos y de los ilustrados a través de ese magnetismo mutuo. Aquí lo que nos encontramos es una recreación, veo yo, del motivo bíblico de Susana y los viejos. Por un lado la atracción erótica de alguien que se ha convertido en un ícono del sensualismo y del erotismo poderoso de nuestros días, rodeada por cuatro guardianes que, a pesar de su seriedad y rigidez, parecen estar completamente satisfechos de la presencia de esa mujer sensual. Y también diría al revés: ella misma parece extraordinariamente contenta de verse rodeada por esa escolta de apariencia inquisitorial, que la rodea. Remarcaría también aquí el contraste de colores de esta fotografía: por un lado este cinturón, esa cinta roja de mando propia de los cardenales católicos, y por otro lado ese gris austero, culminado con un gesto en el que  Carla Bruni se toca el cabello; gesto lleno de gracia, de hechizo, que equilibra el poder de la púrpura cardenalicia. Por lo tanto sería una versión de Susana y los viejos con la variante de que en este caso Susana no se siente para nada violentada ni escandalizada, sino más bien muy cómoda en el paisaje que está viviendo.

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26 de septiembre de 2008
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XVIII. El gen infiel. Mapa de genes.

Rafael Argullol: La noticia de que la vejez es una enfermedad se parece mucho en su espectacularidad informativa a la idea de que la infidelidad es la consecuencia de un gen.

Delfín Agudelo: No sé cómo procesar una noticia tal. Luego de haber creído durante tanto tiempo que es una consecuencia cultural, resulta que es un gen.

R.A.: Creo que esto tiene dos vertientes muy claras. Una vertiente vinculada a la espectacularidad informativa de la ciencia  de nuestra época, y otra, como siempre, comercial. La primera es que últimamente estamos acostumbrados al hecho de que cada una de las facetas que históricamente han marcado a la civilización humana ahora se vincula a la genética o se vincula a la estructura del cerebro. De manera que en los últimos años hemos recibido noticias de que en una región cerebral está la trascendencia religiosa; en otra región está la experiencia estética; en otra está incluso la excitación amorosa. Todos los viejos problemas humanos que han motivado los hombres a través de toneladas de conversaciones, que a su vez  han sido argumentos para miles de obras literarias y artísticas, ahora intenta reducirse a lo que sería una especie de cartografía del cerebro, cartografía de los genes. O todo está alojado en nuestro cerebro, o en una especie de Biblia que heredamos al nacer, que sería la genética, donde todo está escrito: nuestros vicios y nuestras virtudes. Ahí se abre incluso la ficción de que dentro de pocos años al nacer vayamos acompañados de una especie de certificado o quizás de un librito en el que se explique los vicios y las virtudes en las que vamos a incurrir al hablar de nosotros.

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25 de septiembre de 2008
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Colección particular: El sumo sacerdote en el país de Voltaire

 
Rafael Argullol: ¿Has reparado, Delfín, en esta fotografía?
Delfín Agudelo: Se trata de la llegada de Benedicto XVI al aeropuerto de Orly, previa vista al Elíseo.
R.A.: Para mí es una imagen muy sugerente. Lo primero que me llama la atención son las zapatillas rojas del Papa, que de alguna manera dominan todo el panorama, contrastando con ese blanco color castidad papal. Se ven rodeados por ese negro ceremonioso, tanto de los curas a su vez tocados de rojo, como de las autoridades locales. Todo ese juego de colores nos introduce al significado de esa visita en la que se da un irónico encuentro entre el mundo de lo religioso, representado por el Papa, y ese mundo reivindicado de laicismo propio de la República Francesa. Si hay un país en el mundo donde la laicidad se ha convertido en un elemento positivo de identificación, ése es Francia; sin embargo, creo que se ha producido en esta visita y en la misma imagen un proceso de seducción y atracción mutuas entre un Papa que fundamentalmente hace gala de ser un intelectual, y un poder político, el poder político francés, representado fundamentalmente por un personaje tan ambivalente como Sarkozy, quien queda impresionado por la propia presencia de ese intelectual que encabeza la Iglesia católica. Por tanto la fotografía nos es el precedente de todo lo que ha sido la estancia de Benedicto XVI en Francia, que por un lado se ha mantenido esa teatralidad pomposa que gusta tanto, y por razones distintas a la Iglesia Católica como al estado republicano francés. Pero por otro lado se ha puesto de relieve las evidentes contradicciones, fundamentalmente cuando después de toda la visita Benedicto XVI ha ido a Lourdes, esa especie de Disneylandia de los milagros de la Iglesia Católica francesa y allá ha condenado la eutanasia, el aborto y el matrimonio de divorciados, cuando el día anterior estaba la mar de satisfecho entre el nuevo matrimonio de divorciados, que es el presidente de la república y su mujer.

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25 de septiembre de 2008
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La bestia

El mundo se divide entre cazadores y presas. Unos capturan y otros son capturados. Unos tienden su tela de araña y otros caen en ella.

Así, a primera vista, ustedes podrán creer que esta cita está extraída de algún texto de ideología delirante, de aquella que abundaba en épocas de mal recuerdo y hoy todavía reproducen ciertos marginales extremistas. Pero no es así. Se trata de un texto publicitario que sirve para promocionar una cámara fotográfica. El anuncio, encabezado por aquellas frases, ha sido desplegado a toda página en repetidas ocasiones en los periódicos. Es muy probable que ustedes lo hayan visto. Junto al texto, a la izquierda, hay un rótulo bien visible con dos palabras: Bestia Negra. Debajo del rótulo hay una mujer con mirada más o menos ávida.

No tengo ni idea si el mencionado anuncio ha merecido la atención de las instituciones que velan contra la discriminación y el racismo. Nadie, desde luego, lo ha prohibido, a juzgar por su permanencia en los medios de comunicación. Con todo, no deja de ser chocante que ninguna voz de nuestra democracia se escandalice ante el hecho de que el mundo se divida entre cazadores y presas, de modo que unos cazan y otros son cazados. Esta constatación didáctica debería despertar cierta alarma. Pero al aparecer nadie se extraña si encuentra en su periódico, y a toda plana esta declaración de principios.

Una primera explicación es que se trata de un recurso publicitario, y ya se sabe, al lenguaje de la publicidad se le permiten licencias que jamás permitiríamos en otros lenguajes. Si un político proclamara que el mundo se divide entre cazadores y presas lo tacharíamos inmediatamente de fascista; si un periodista, en un editorial, opinara que estamos en esta vida para cazar o ser cazados sería probablemente expulsado de su periódico. Especialmente, claro, de utilizar el tono apologético del anuncio que nos ocupa.

A la publicidad, en cambio, se le supone una dimensión de encantamiento colectivo que justifica casi todas las afirmaciones. Es algo así como un cocktail de información, camuflaje, sugestión y embuste; lo malo es que acostumbramos a ignorar los auténticos ingredientes que forman el combinado. Aparentemente, a la publicidad -y no sólo a la explícitamente calificada como publicidad engañosa- se le otorga una cierta vía libre para el manejo de la mentira, con tal de que esta mentira sea encantadora.

Al fin y al cabo, ¿alguien se toma en serio los mensajes de la publicidad? ¿Alguien cree verdaderamente que para cuidar su ego debe comprar un coche o que para librarse de tal ego deba adquirir un reloj? Como a la industria publicitaria no son recursos económicos lo que le faltan, sus creativos -una denominación modesta- reproducen para los consumidores cualquier condición virtual: seremos místicos, budistas, guerreros, ingenuos, vanguardistas o lo que quieran que seamos, siempre que compremos lo sutil o groseramente anunciado.

¿Influye en nosotros esta metamorfosis por la que navegamos de anuncio en anuncio? No, en cuanto reconocemos las reglas del juego del teatro publicitario, con sus ficciones y trucos mágicos; sí, en cuanto la gota malaya de la propaganda va horadando nuestra conciencia hasta hacernos indiferentes ante afirmaciones más o menos monstruosas. ¿Compartimos la invitación a que el mundo se divida entre cazadores y presas? Sí y no.

A este respecto sería injusto citar sólo el ejemplo del anuncio de una cámara y olvidarse de todo el bestiario al que estamos habituados, con especies de todos los colores. Acordándonos de la feliz bestia roja de estos últimos tiempos (¡vaya cambio simbólico de un color!). Es difícil separar qué había en ella de teatro de encantamiento publicitario y qué de gota malaya de una propaganda necesariamente nefasta.

Sin embargo, hay un método, bastante infalible me parece, para averiguarlo. Cuantos, transportados por el patriotismo, elogiaron el seguimiento publicitario de la selección española de fútbol durante la pasada Eurocopa y de los distintos deportistas nuestros en los recientes Juegos Olímpicos, en campañas de intensidad sin precedentes diría yo, podrían ser encerrados durante unos días con la sola compañía de una pantalla que trasladara a sus retinas los apoyos publicitarios de que gozaron las selecciones y deportistas de otros países. Es decir, que los seguidores de la bestia roja, tan maravillados con las cosas que se dijeron de ésta, fueran obligados a tragarse las maravillas que simultáneamente adornaron las trayectorias de las bestias azules, naranjas, blancas o verdes; a menudo unas contra otras o todas contra todas.

Estoy casi seguro de que tras esta prueba, el prisionero del magnífico bestiario sabría más acerca de su propio fanatismo. Imagínense ver una y otra vez a estos héroes míticos que la publicidad ha creado, no como los nuestros, sino con caras alemanas, chinas, italianas o rusas, "nuestros rivales". Dejarían de ser, de golpe y con trauma, esos gladiadores, esos caballeros medievales, esos combatientes de grandes causas, esos soldados futuristas, esos chicos entrañables. Serían unos tipos insoportables que, con piruetas extravagantes y pesadas, invaden nuestras existencias.

¿Nos hemos creído lo que nos han contado de la bestia roja? Sí y no; al igual que ha sucedido en los países con bestias de otros colores. No, porque, si lo pensamos un instante, sabemos perfectamente que sólo se trata de chicos que chutan o encestan la pelota en hermosos juegos que, aunque levanten millones y pasiones, son únicamente esto, juegos; sí, porque, convertida la magia en propaganda pura, hemos contemplado masas magnetizadas y dirigentes enloquecidos en una comunión que a la fuerza tiene que ser lo más trascendente que ha sucedido en lo que va de siglo.

Con todo no se nos concede el más mínimo respiro y si tras la cima de propaganda total que significó la Eurocopa llegó, todavía más abrumador, el espectáculo olímpico, ahora ya las máquinas vomitan furiosamente la epopeya de la nueva temporada. Apenas importa la dudosa ejemplaridad de unos mercenarios de lujo vendidos por cantidades obscenas al mejor postor (sea éste un especulador español, un jeque árabe o un millonario ruso); lo que importa es el fabuloso negocio que convierte a los mercenarios -siempre que sean nuestros- en supuestos héroes de leyenda. Y todo gracias a la habilidad con los pies.

¿Y los cerebros? Me acuerdo que hace cosa de un año hubo una Eurocopa de cerebros en Valencia. Certamen Europeo de Jóvenes Científicos se llamaba oficialmente. Según informó este periódico, España no obtuvo ninguno de los tres primeros premios, ninguno de los tres segundos, ni de los tres terceros. No entiendo cómo no se hizo ninguna campaña publicitaria exhaustiva del evento pues, como suelta un anuncio que ha hecho compañía al de la Bestia Negra, "tenemos que ser realistas y pedir lo imposible".

El País, 14/09/2008

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24 de septiembre de 2008
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El indigno senado

Rafael Argullol: . Durante los próximos años pueden manejarse millones de euros alrededor del tema de cómo tratar la enfermedad de la vejez.

Delfín Agudelo: Pienso en la importancia que la palabra enfermedad tiene en nuestra cultura. Una cosa es la vejez como un estado de vida; la vejez como proceso inevitable en la cual tienes ciertos elementos que te pueden ayudara a que ciertos procesos producto de la vejez sean más ágiles. Pero pienso en el viejo que nos los necesita porque su cuerpo no lo exige: vive tranquilo. Muy distinta sería su percepción si le quitan la tranquilidad de ese estado de vida, arguyendo que no es tal cosa: en realidad es una enfermedad.

R.A.: Claro, lo trastoca todo. Infirmitas quiere decir que no estás ya en tierra firme. Cuando estás en tierra firme, lo estás a los veinte u ochenta y pico de años. Pero si te dicen que eres enfermo por tener ochenta y cinco años, se desata una paradoja revolucionaria de tipo orwelliano. Recomendaría, si alguien que nos lee tiene mucha tentación de ganar dinero, crear una especie de Gran Hermano vigilante de esa enfermedad. Eso es lo que podría esperar. Y si lo miramos bien, tampoco es tan chocante; es coherente con las tendencias de estos últimos años que siempre, en cierto modo, invitan a una cierta juventud eterna, a apegarse a la cirugía estética -ahora no entro a hablar si está bien o mal, si ayuda o facilita la vida de las personas- pero es entrar directamente en una cuestión fundamental y es que la vejez, la ancianidad, podía tener esa cosa senatorial. Senador viene de senectud; en la República Romana, una de las organizaciones sociales más claras que han existido nunca -no el Imperio, sino la república que inventó el senado-el senador era quien había luchado toda la vida, y estaba un poco, como lo plantea Platón en La República, desapasionado;  por tanto podía tener una visión más generosa y grande de lo que era la sociedad. Pero eso es condenar la senectud que es un estado que hasta ahora creíamos digno del ser humano.

D.A.: El senado como una partida de enfermos irreversibles.

R.A.: Sí, el senado igual a hospital, o manicomio directamente.

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23 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Hans Castorp

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me he topado con el de Hans Castorop.

Delfín Agudelo: Te refieres al espectro del protagonista de La montaña mágica de Thomas Mann.

R.A.: La montaña mágica evidentemente ofrece muchas posibilidades de abordaje. Se puede abordar desde el punto de vista del dolor, de la enfermedad; desde el punto de vista incluso de un sentido romántico del amor muy peculiar; desde el punto de vista de una visión sobre lo que puede ser el porvenir en el siglo XX a través de las conversaciones que se dan en ese sanatorio tan especial situado en Suiza. Pero cuando evoco a Hans Castorp siempre me viene el experimento del tiempo, el de un hombre que se acerca unos días a un sanatorio para visitar a un pariente y acaba atrapado en el laberinto del tiempo, de modo que permanece en ese lugar a lo largo de siete años. Durante estos siete años queda como fascinado, excitado por el poder de la montaña, y sólo tras muchos trabajos y muchas contradicciones es capaz de volver al valle para reincorporarse a la vida cotidiana -aunque con la paradoja irónica y trágica de lo que le espera trágicamente es la primera guerra mundial. También me llama la atención la captación que hace Mann del experimento del tiempo. Si un lector atento hace el análisis de los ritmos de la novela, se da cuenta de que de la misma manera que para Castorp el tiempo queda distorsionado, el espacio narrativo también está expresamente distorsionado por Mann. De manera que los primeros días del espacio de Castorp en la montaña mágica duran prácticamente tres cuartos de la novela, y luego lo que son los siete años en que queda atrapado se van deslizando hacia una velocidad y ritmo narrativo cada vez mayor. Ahí nos encontramos algo que literariamente es muy interesante, que creo tiene que ver con el impacto de la novela en la literatura del siglo XX, y es la traducción del tiempo en espacio, incluso en espacio narrativo. Esto sería de algún modo llevar al terreno de la novela y de la narración las propias propuestas que contemporáneamente hacia Einstein sobre la necesidad de la física contemporánea de traducir el espacio en tiempo y viceversa.

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22 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Inocencio X

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del Papa Inocencio X.

 

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al retrato de Bacon o Velázquez?

R.A.: Me refiero fundamentalmente al retrato de Bacon, pero evidentemente no puedo dejar atrás el retrato de Velázquez sobre el cual trabajó Bacon en su obra. A mí me interesa mucho la obra de Bacon como el final de un abanico de amplio espectro que empieza con el retratismo renacentista y en cierto modo tiene su culminación en el propio Bacon. Si los artistas renacentistas buscaban penetrar en el cuerpo, diseccionar lo que era el alma del ser humano a través de la expresividad misma de las emociones que mostraba el cuerpo, Bacon parece ir más allá y quiere hurgar, indagar en lo que es el subsuelo de la epidermis. Quiere en cierto modo diseccionar la propia víscera o entraña del hombre, como si en lugar del alma buscara directamente el instinto en su sentido más animal y también más universal. Creo que la mejor comparación que podemos hacer para ver ese contraste en el gran arco del retrato europeo son los retratos de Cristo crucificado en el renacimiento o barroco, o aquellos que hizo Bacon a lo largo de su vida, con el tema del crucificado como esencial. Mientras en uno se remarca la dignidad del héroe del cristianismo, en el caso de Bacon Cristo muchas veces es presentado como si fuera un buey abierto en canal, colgado en una carnicería. En ese sentido el contraste entre el Cristo de máxima dignidad pictórica, que es el de Velázquez, y los Cristos de Bacon, es suficientemente elocuente. Y así entendemos también esa gran obra maestra del siglo XX que es el retrato del papa Inocencio X que hace Bacon, recogiendo el prototipo de Velázquez pero de alguna manera desnudando hasta los huesos y vísceras a ese personaje, de manera que esa dignidad teológica, autoritaria, que se muestra en el Inocencio de Velázquez revestida de una gran autoridad y una gran dignidad, queda en Bacon reducida a cenizas: queda en cierto modo el esqueleto interior, el instinto en toda su desnudez del personaje, con lo cual nos muestra en cierto modo algo parecido a este Cristo colgado en la carnicería. Es el retrato de un hombre que tiene un máximo poder terrenal, el Papa, reducido precisamente a lo que es cualquier ser humano: una composición de nervios, músculos, entrañas y organismos primordiales.

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19 de septiembre de 2008
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