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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Un romántico a morir

El reportaje de Rodolfo Braceli a Leonardo Favio que apareció en adn, la revista cultural de La Nación, me conmovió hasta las lágrimas. Empezando por el hecho de que le dedicasen la tapa. Puede que haya ocurrido otras veces pero no lo recuerdo: sí, Favio salió mil veces en la portada de los suplementos de Espectáculos, pero en Cultura... Es fácil entender la razón, Favio siempre rompió moldes: fue actor, cantante popular -de esos que hacen que las chicas se tiren de los pelos- y también cineasta, que es como yo lo conozco. Uno de los más grandes de la Argentina, si no el más grande. Pocas películas más tiernas y terribles que Crónica de un hombre soloCrónica de un niño solo y El romance del Aniceto y la Francisca. Pocas películas más bellas y épicas que Juan Moreira. Pero como siempre fue peronista, y como su obra se mantuvo próxima al calor de los géneros populares, la consagración y el respeto indiscutidos -que no así la popularidad, que lo quiso desde joven- tardaron en llegarle.

Qué bonita la charla con Braceli... Le da a uno la sensación de estar allí, compartiendo el mate. Y oyendo esas cosas que Favio deja caer y que hacen que uno sienta todavía más ternura al rever su obra. Favio el hijo del fiolo de origen sirio -aquí le decimos fiolo o cafishio a aquel que vive de las mujeres- y la artista Laura Favio. (La anécdota sobre la muerte de su padre es imperdible: "Era muy atorrante. Murió a los 33. Una úlcera perforada, lo operaron, sintió sed y se tomó el agua de un florerito. Adiós".) Favio el grande de la cultura argentina que tiene pesadillas en las que vuelve a sufrir miseria. ("Tengo metido en los huesos el miedo a que me humille la pobreza".) Favio el artista que no le teme a su sensibilidad, consciente de que es toda la riqueza con la que cuenta. Aquí no hay muchos que se atrevan a decir que llorar "es lo más lindo del mundo". El loco de Favio está considerando llamar a su nueva película -una versión de El romance llevada al ballet- con este título: Aniceto, una película romántica a morir. Sólo él puede hacer algo así y mirar a la gente a los ojos, sin guiños irónicos ni afectaciones posmodernas.

Favio es de esos tipos que pueden hablar de Dios y al instante saltar a la cuestión más prosaica, sin cambiar nunca de tema. "¿Sabías que los árabes se bañan con arena? ...En el desierto se limpian la cola con arena. Y no sólo eso, cuando llega el momento de orar se lavan las manos y la cara con arena... De pibitos jugábamos en el río. Yo, el Negro Cacerola, hacíamos todo ahí y nos limpiábamos con arena... Era finita..." Ahí está todo el universo Favio: Dios, la cola, la arena y el Negro Cacerola, todas expresiones del amor que está en el ADN del universo. "Hay algo que reflexiono mucho, y es que verdaderamente Dios amó, porque sin eso no habría sido posible semejante obra".

Se podría decir también que Favio amó mucho, porque de otro modo no podría haber hecho las películas que filmó y ojalá siga filmando. Películas que necesitamos como el aire, porque nadie más que Favio las hace. Es preciso y verdadero lo que le apunta Braceli: "El canon argentino, solemne, acomplejado y estreñido de corazón, margina todo lo que se roce con la emoción y la ternura. Vos, Favio, como nadie, has sido consagrado pese a ir siempre por el lado más explícito de la ternura". Ese afecto con el que trató siempre a personajes que tanta gente consideraría desangelados: el niño solo, Aniceto, Moreira, Nazareno Cruz, Gatica, que a pesar de que nacieron condenados a perder no pueden evitar hacer o crear algo bello a su paso, para dar testimonio de ese ADN de amor que todos portamos -y del que tan pocos se hacen cargo.

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19 de noviembre de 2007
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¿Sobredosis de TV?

Es hora de hacerme cargo del desafío que presenté hace algunos días. ¿Se imaginan un mundo sin televisión? He ahí una tarea digna de los titanes de la ciencia ficción. (Ah, dónde estás Vonnegut cuando tanto se te necesita...)

El peso del aparatito sobre nuestra vida cotidiana es enorme. No debe existir paisaje mental en este mundo que no esté de una u otra manera condicionado por su horizonte. Influjo que, por lo demás, sólo parece destinado a aumentar: cada vez es más fácil acceder a sus contenidos vía ordenador o tecnología telefónica, lo cual multiplica sus bocas de expendio y por ende su ubicuidad.

He ahí una de sus características definitorias. Su endemoniada habilidad para colarse allí donde estemos. En el living, la cocina y en el dormitorio. Y ahora también en la oficina, en los medios de transporte público -¡en nuestro bolsillo!

Televisión desde del móvil

A veces pienso que allí está la clave de su poder. Se me ocurre que la cuestión de sus contenidos, si bien importante, es en algún sentido secundaria. Lo que habría considerar son los resultados de su presencia. Empezó como novedad científica, como compañía en el seno del hogar, como medio de información. Se vendía a sí misma como el coro griego de la vida contemporánea, una comentarista de nuestros dramas y comedias cotidianos. Pero poco a poco fue aumentando su influencia. El coro griego se convirtió en co-protagonista, y en muchos casos en protagonista excluyente. Empezó a convertirse en la única voz que sonaba en la casa. En el oráculo que nos decía qué vestir, qué comer, qué comprar, cómo votar -y también de qué hablar: ¿qué sería de nosotros si la televisión no nos proveyese de material para las conversaciones?

Hasta no hace tantos años existía gente que pretendía apartar a sus niños del influjo de la TV. Cualquier padre que haga eso hoy corre el riesgo de alienar a su niño por completo del contacto social. Sin el common ground de la televisión, el niño no entendería el lenguaje de sus pares, ni sus juegos, ni sus gustos, ni sus valores: a esos efectos, daría igual que hubiese llegado recién de Marte.
Por supuesto que si la pantalla quedase a oscuras sería de los primeros en lamentarlo. Sin televisión no habría Lost, ni E.R., ni Prime Suspect. Sin televisión no habría Sopranos, ni House, ni Veronica Mars. Sin televisión no habría Yo, Claudio, Los vengadores ni Friends. Mi vida sería mucho más pobre, por cierto. La televisión es una increíble máquina de narrar y yo, aunque más no sea por defecto profesional, soy presa ideal para cualquier historia bien contada. (Lo cual incluye las historias que me cuentan los noticieros.) Lo que me cuestiono, en todo caso, es si esta máquina de contar historias no está vampirizando energía que necesitaríamos para vivir nuestra propia historia como se debe. Esto es, para hacer historia.

Por lo pronto, un mundo sin televisión tendría dos consecuencias más o menos inmediatas: más violencia y más bebés. No me animaría a decir que sería un mundo mejor, pero es indiscutible que resultaría más interesante.

¿Cómo lo ven?

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16 de noviembre de 2007
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Un explorador de las profundidades

¿Todavía no vieron Californication? Yo sólo vi los dos capítulos que se han emitido hasta hoy en Latinoamérica, pero debo admitir que me estoy enganchando. Y eso a pesar de los pruritos con que me aproximé a la cuestión.

Californication es una serie de media hora, creada y producida por Tom Kapinos, cuyo currículo no arrojaba hasta hoy nada más excitante que su paso por Dawson's Creek. Protagonizada por David Duchovny -el Fox Mulder de The X Files-, cuenta la historia de un escritor llamado Hank Moody, que se muda a Los Angeles a cuenta de su única novela de éxito (llamada, dicho sea de paso, Dios nos odia a todos) para empezar a padecer un bloqueo creativo fenomenal, ser abandonado por su esposa y empezar a acostarse con cuanta mujer le dé el visto bueno sin distinción de edad -ya ha pasado de las maduras a las de 16 en apenas una hora de narración-, raza ni religión. (El martes, sin ir más lejos, se olvidó de sus prejuicios para tener sexo accidentado -más sobre este asunto en breve- con una devota de la Cientología.)

Yo no sé ustedes, pero tiendo a desconfiar de las historias protagonizadas por escritores a no ser que se llamen Dashiell Hammett. Y si encima el escritor se llama Moody, lo cual sugiere inestabilidad emocional y tendencia a la depresión, peor. Por lo demás Californication no ha presentado hasta ahora una fuerte línea narrativa: los desafíos de aguardan al pobre Hank tampoco son olímpicos, pasan por recuperar a su esposa -que no disimula nada cuánto lo sigue apreciando, dicho sea de paso- y poner el culo en una silla y trabajar un rato. (Ay, esas fantasías sobre la 'falta de inspiración'...) Pero en fin, mientras las mujeres sigan ofreciéndosele como hasta ahora, no deja de ser comprensible que el hombre prefiera seguir en la cama, dedicando el corto lapso entre coito y coito a la autocompasión.

Y sin embargo, a pesar de todos los ruidos (la duda antes de cada capítulo suele ser con cuántas mujeres se acostará Hank y qué partes de sus anatomías mostrarán en cámara), hay un cierto encanto en Californication que me lleva a jugarle unas fichas más. Quizás pase por el placer morboso de ver a un tipo como Moody, inteligente y culto, conduciendo el bólido de su vida derecho hacia el muro del desastre. Hay una cierta honestidad en la forma en que Moody encara esto de llegar hasta el fondo, con una curiosidad que es casi clínica y un deleite -por qué no decirlo- infantil. Cualquier tipo que tenga sexo con una desconocida con la que acaba de drogarse (la mujer de la Cientología) en la cama de su ex mujer, y que termine vomitando encima de un cuadro caro de la misma habitación, es alguien que está decidido a emerger del otro lado perforando el suelo del infierno.

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16 de noviembre de 2007
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Partes de batalla

Parece algo salido de la pluma de Paddy Chayefsky, el autor de Network... Los guionistas de Hollywood ya lanzaron su huelga de brazos caidos para todo lo que no sea levantar pancartas... Los estudios han tratado de apilar guiones previniéndose contra la sequía, pero si los guiones de los últimos años ya eran malos Dios nos libre de los que se habrán escrito a las apuradas... Si la huelga se extiende, terminarán haciendo lo que Gus van Sant hizo con Psicosis: filmar remakes calcadas de las viejas películas, perdiendo toda la gracia en el proceso. Total, no hay guionista más barato -y menos protestón- que el guionista muerto...

...Contagiados por el fervor de los piqueteros hollywoodenses, los utileros de Broadway lanzaron su propia huelga. Imaginen la decepción de los turistas que han sacado tickets con meses de anticipación para ver Wicked, The Lion King o cualquiera de los musicales de siempre. La pobre gente que había pagado para ver How the Grinch Stole Christmas se tuvo que conformar con un autógrafo del actor que hacía del malvado Grinch, que firmaba a troche y moche en la vereda...

...Pero no son sólo los guionistas de Hollywood los que han dado grito de guerra. También los de la TV, lo que ya ha supuesto el alto en la producción de la mayoría de las series y también en los shows diarios conducidos por Letterman, Jon Stewart, Jay Leno y compañía. El domingo la columnista del New York Times Maureen Dowd recordaba que hay mucha gente -ella se incluía en el montón- que se entera de lo que ha ocurrido en el mundo no mediante noticieros, sino mediante los espacios como los de Stewart y compañía, dedicados a la sátira política... Lo cual puede tener dos consecuencias, una terrorífica y la otra dudosa. La primera sería una nueva proliferación de los reality-shows, Dios nos guarde... La segunda sería una crisis en el gobierno de los Estados Unidos. ¿Para qué bailaría Bush con una tribu africana en los jardines de la Casa Blanca, y para qué pondría cara de payaso cuando no logra abrir la puerta, si nadie piensa decir nada al respecto en la TV? Con un poco de suerte se meterá en alguna de las casas del Big Brother, buscando la caricia de las cámaras. Lo único malo sería que no duraría mucho, porque las votaciones electrónicas lo echarían enseguida... A no ser que haga fraude, como la vez que le 'ganó' a Al Gore...

¿...se imaginan un mundo sin televisión?

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14 de noviembre de 2007
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Dos tragedias americanas

El sábado por la noche pesqué por TV un especial del American Film Institute. A diez años de la primera encuesta para revelar las 100 mejores películas estadounidenses (qué adjetivo más feo, me duele cada vez que tengo que usarlo), la gente del AFI hizo una nueva encuesta sobre el mismo tema. La nueva lista de las 100 mejores ofreció pocas variantes y -al menos para mí- unas cuantas reafirmaciones. El simple hecho de que Lawrence de Arabia, Casablanca y Vértigo figuren entre las 10 mejores me confirma que no todo está mal en este universo. También forman parte del Top Ten Raging Bull, Singin' in the Rain y The Wizard of Oz, contra las que no tengo nada que decir. Y Gone With The Wind y Schindler's List, a las que a lo mejor habría cambiado de lugar en la lista para colar entre las 10 de oro a alguna otra. (¿Ningún John Ford entre las 10 mejores?)

Lo que certifica que Dios existe es la elección de las dos mejores. El primer lugar lo conservó la misma película que ya lo había ganado la primera vez: Citizen Kane, la obra maestra de Orson Welles. Y el segundo se lo llevó la favorita de nuestro corazón: The Godfather, una de las obras maestras -tiene varias, el muy desaforado- de Francis Ford Coppola. Más allá de sus infinitas diferencias, me alucinó pensar que comparten al menos dos cuestiones esenciales, a saber:

1. La asunción de que vivimos en un sistema que impulsa al delito. Ya sea claramente dentro del hampa -como en El Padrino- o haciendo uso de sus medios mientras se guardan las apariencias -como en Citizen Kane, cuyo protagonista se lanza a la política repartiendo dinero a troche y moche para ser derrotado por alguien más corrupto que él-, lo que ambas películas demuestran es que vivimos en sociedades que potencian la peor parte del ser humano. Sin ser mafiosos como los Corleone o millonarios como Kane, todos nosotros sabemos que nos iría mejor de lo que nos va si mintiésemos más, sonriésemos más, coimeásemos más, sedujésemos más y emboscásemos más a nuestros ocasionales competidores, haciendo lo necesario -y también lo innecesario- para granjearnos la simpatía de aquellos que detentan el poder en nuestro microuniverso.

2. Haríamos lo que fuese -¡lo que fuese!- por amor. Vito Corleone es la excepción, en tanto ha amado con pasión y ha recibido amor a manos llenas: en todo caso optó por el delito porque el sistema no le dejaba muchas opciones a la hora de proteger a su familia. Don Corleone nunca buscó el poder por el poder mismo, o al menos eso nos hace creer The Godfather. En cambio Michael Corleone y Charles Foster Kane nacieron con poder al alcance de sus manos. Este poder dado, real en el sentido de la realeza, es lo que los minimiza como hombres. Michael Corleone hace lo que hace porque no sabe hacer otra cosa y además porque no conoce otra manera de expresar afecto. Charles Foster Kane hace lo que hace porque quiere que lo quieran y no sabe cómo inspirar amor, no habiéndolo recibido nunca. Estos hombres enormes son pequeños pequeños, en tanto entregarían su reino ya no por un caballo sino por la experiencia de una caricia, a manos de alguien que los ame no por lo que tienen sino por lo que son.

Que los votantes del AFI hayan consagrado estas dos películas como las mejores expresa, más allá de los incuestionables valores artísticos, el mayor de los dilemas de los estadounidenses (qué sustantivo más feo) de hoy: cuando se nace en cuna de oro sin poseer los valores que contribuyeron a la grandeza de ese reino, la tragedia aguarda entre bambalinas.

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13 de noviembre de 2007
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Un entrenamiento mortal

Ayer leí un buen perfil de Daniel Day Lewis en el dominical del New York Times. Day Lewis es uno de mis actores favoritos. Dueño de una intensidad que perfora la pantalla, se parece cada vez más a un anacronismo dado que el cine no deja de achicarse en torno suyo: ya no se hacen películas capaces de contenerlo. (Gangs of New York es un perfecto ejemplo de filme demasiado pequeño para contener a Bill the Butcher/Daniel Day Lewis: una vez que termina, no recordamos otra cosa que las escenas en las que su personaje está presente.) Por suerte parece que ahora encontró un vehículo que está a su altura en There Will Be Blood, la nueva película de Paul Thomas Anderson, un cineasta que venía coqueteando con la grandeza en filmes como Boogie Nights y Magnolia. Hay gente que ya habla de un nuevo Citizen Kane, lo cual supone poner el listón a alturas demenciales. Lo indiscutible es que tanto Anderson como Day Lewis son de esa gente que lejos de temerle a sus propias ambiciones (de hecho el filme cuenta la historia de un hombre que se consagra a la construcción de un imperio petrolífero), las persigue hasta el final -aunque eso los conduzca al corazón de las tinieblas.

Hablando de una de las películas que hizo con Jim Sheridan, llamada The Boxer, Day Lewis cuenta que empezó a practicar boxeo mientras consideraba la idea de aceptar el papel. Necesitaba entender si podía relacionarse con ese deporte, si su práctica le abriría una puerta al corazón de su personaje... o si lo dejaría afuera. Como es más que obvio, le tomó el gustito. Day Lewis dice: "Es una disciplina cuyo simple entrenamiento te mata. Esto es, aun antes de que te peguen el primer golpe".

Me quedé colgado de esa idea. Por supuesto, todos tenemos maneras distintas de hacer las cosas. Empezando por los actores, ya que estamos con Day Lewis: están los que tratan de 'ser' su personaje a todas horas, están los que se conectan con el grito de acción y se desconectan apenas suena el corte, están los que se contentan con parecer naturales y gracias. Del mismo modo, hay miles de maneras de ser maestro, economista, deportista -o escritor, sin ir más lejos.

Me siento plenamente identificado con el Método Day Lewis. Llevo meses viajando, estudiando y leyendo para construir mejor mi novela. Acostándome con ella en la cabeza, dedicándole sueños y desvelos, levantándome con sus frases en mis labios. Un entrenamiento mortal, en efecto, que lo convierte a uno en una obsesión que late y respira. Y todo para jugarse la vida en los segundos que dura un round, en los minutos que dura una escena o en el tiempo diario que se dedica a escribir. Uno se prepara al límite de sus resistencias porque sabe que llegado el momento, sólo tendrá un tiempo acotado para hacer las cosas bien, o fracasar en el intento.

No hay métodos mejores que otros, eso está claro. Hay gente a la que le funciona relacionarse con lo que hace con la ligereza de quien juega una partida de canasta. Otros, mal que nos pese, no sabemos hacerlo sino a la manera de un deporte extremo -como si nos fuese la vida en ello.

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12 de noviembre de 2007
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Próximamente en esta sala

Con ánimo positivo, la gente de The Onion ofreció una lista de buenos libros que merecerían una (buena) adaptación al cine. Algunas de las elecciones eran cantadas, como The Hobbitt, de J. R. R. Tolkien, cuya traslación depende de que Peter Jackson resuelva el juicio que tiene pendiente con New Line por dinero adeudado de la época de The Lord of the Rings. Otros ya están en camino de ser adaptados. Por ejemplo dos que me gustaron mucho: The Road de Cormac McCarthy y The Time Traveler's Wife, de Audrey Niffenegger. (¡Ojalá no los arruinen!) También incluyeron dos novelas de las que todo el mundo habló bien en su momento pero que yo no pude terminar: Jonathan Strange and Mr. Norrell, de Susanna Clarke -una historia de magos con trasfondo de época, que siempre rinde en la pantalla- y Middlesex, de Jeffrey Eugenides.

La lista incluye algunos clásicos que se vienen salvando, como Ubik, de Philip K. Dick, y A Conspiracy of Dunces, de John Kennedy Toole. También libros recientes que están en el limbo de desarrollo hollywoodense, como A Heartbreaking Work of Staggering Genius, de Dave Eggers. Lo poco de Stephen King que se viene salvando: The Long Walk, una de las historias que firmó con el alias de Richard Bachman. Un tiro de largo alcance como Cloud Atlas, que según los muchachos de The Onion sólo podría ser adaptada en dos partes. Y un montón de libros más de los que, lo admito, nunca había oído hablar.

¿Qué libros les han gustado mucho y nunca han llegado al cine, por lo menos hasta hoy? Un título obvio es El Eternauta, la historieta de Oesterheld y Solano López. Otro que se me ocurre es Nostromo, de Joseph Conrad, que David Lean quiso filmar y nunca pudo. Un Moby Dick que sobrepase al de John Huston, cuya ballena se ve hoy un tanto plástica. (Ya sé, Moby Dick tendría que haber figurado en la lista de ayer, pero en fin... Con el mismo criterio, aunque existe una vieja película con Kirk Douglas yo no le haría ascos a una versión moderna de La Odisea.)

Watchmen, la historieta de Alan Moore y Dave Gibbons, ya está en camino por obra y gracia de Zach Snyder, el director de 300. Y aunque existen versiones animadas del Corto Maltés que se defienden, me encantaría ver una buena adaptación con actores de carne y hueso. (Tengo una sugerencia para el intérprete del Corto y todo: Romain Duris, uno de los buenos actores franceses del momento.)

Uno de mis sueños más delirantes es llegar a filmar una versión con actores reales -y CGI, por supuesto, dado que los personajes se transforman en animales- de The Sword in the Stone, que sólo se hizo como largometraje de Disney.

Tampoco se han adaptado hasta hoy ninguna de las novelas de Murakami. Ni American Pastoral, de Philip Roth.

En fin, ¿qué dicen ustedes? Soy todo oídos...

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8 de noviembre de 2007
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Crímenes en nombre del arte

Vi que la gente del sitio de The Onion, había colgado uno de esos artículos tan ricos como pie para conversación: en este caso, se trataba de una lista de buenos libros que habían sufrido malas adaptaciones al cine. Pensé de inmediato en comentar aquí el asunto, aunque me parecía un tanto obvio. Después de todo, lo que sobran en este mundo son pésimas películas inspiradas en maravillosos libros. Es como pescar en un barril, dirían los ingleses. Pero enseguida me enganché.

En la lista había algunas elecciones obvias, como The Bonfire of the Vanities (Brian De Palma masacrando a Tom Wolfe), Bicentennial Man (Robin Williams masacrando a Isaac Asimov), The Scarlet Letter (Demi Moore masacrando a Hawthorne) y The League of Extraordinary Gentleman (Sean Connery masacrando la historieta de Alan Moore, con tanta saña que merecería haber ido a la cárcel por criminal). Pero también había algunas elecciones arriesgadas, y por ende más interesantes. Por ejemplo The Hours, de Michael Cunningham, cuya adaptación al cine fue ensalzada hasta la locura en su momento. Digan lo que digan, la gente del AVClub insiste en que The Hours la película es una porquería. ¿Ustedes qué piensan? ¿Les gustó la peli con Nicole Kidman y una nariz de goma interpretando a Virginia Woolf?

También me sorprendió que metiesen Breakfast at Tiffany's, pero la argumentación es buena. La película de Blake Edwards tiene encantos innegables (léase: Audrey Hepburn como Holly Golightly), pero también es cierto que se desvía del texto de Capote en algunos pasajes de manera imperdonable -por ejemplo en el final.

Lo que resultaba inevitable era que me pusiese a pensar en qué otros libros que no figuraban en la lista me habían hecho sufrir como perro en el cine. Debería decir: todas las adaptaciones de John Irving, empezando por El Mundo según Garp. Muchas de las adaptaciones de Dickens, empezando por el reciente Oliver Twist de Polanski. (Hablaron maravillas en su momento, pero a mí me pareció desangelada.) Todos los Robin Hoods a excepción del de Erroll Flynn, y todos los Reyes Arturo -incluido el Excalibur de Boorman, que tiene momentos fascinantes pero se suicida con el casting elegido para Arturo-Guenever-Lancelot. Todas las adaptaciones de James Ellroy salvo L.A. Confidential. Todas las adaptaciones de García Márquez. Casi todas las adaptaciones borgianas...

En fin, ya se me ocurrirán muchos títulos más. ¿Y a ustedes, qué adaptaciones los hicieron rechinar los dientes?

Mañana voy a meterme con otra lista del AVClub, esta vez en positivo: libros maravillosos que aún no han sido adaptados al cine y merecen serlo (bien). Vayan pensando...

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7 de noviembre de 2007
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Del piquete como bien exportable

"¿Viste la tapa del New York Times?"

Era Marcelo Piñeyro, por teléfono. Le dije que sí, le había echado un vistazo bien temprano: había una foto que mostraba a un señor con un chaleco que decía 'writer', entregando panfletos a la gente que pasaba. Pero Piñeyro me convenció de que la fotografía principal había cambiado, aun cuando el tema que ilustraba era el mismo. En efecto, la foto de entonces mostraba a un montón de guionistas esgrimiendo carteles que decían: 'On Strike!' Es así, señoras y señores, los guionistas de cine y TV de los Estados Unidos están en huelga. Y no protestan de cualquier manera. Protestan a la argentina.

"¡Ahora exportamos la técnica de los piqueteros!"

Piñeyro tiene razón. La semana pasada yo recordaba aquí otra invención argentina de la que algunos norteamericanos hacen uso intensivo en sitios como Guantánamo: la picana eléctrica, obra del ingenio de Leopoldo Lugones (h). Por suerte el invento de los piqueteros es positivo, y le permite a uno decirse que no todo lo que exportamos es terrible. Además de picanas y de jóvenes que no hacen nada en el metro mientras le pegan a una chica indefensa, también exportamos formatos de protesta popular.

Si uno miraba los informativos podía ver por ejemplo a Damon Lindelof y Carlton Cuse, escritores y productores de Lost. Y a Amy Sherman-Palladino, la creadora de Gilmore Girls. Y a Tina Fey, guionista y actriz de 30 Rock. Todos sumados a la huelga que comenzó ayer, y que reclama que a los guionistas no los dejen afuera de las ganancias que el sistema ya está produciendo -y producirá por billones, de aquí en más- en materia de explotación electrónica de los productos que idean y escriben. Como se imaginarán, mi corazón está con ellos. Me gustaría haber concebido yo la escena de los guionistas-piqueteros protestando en el Skate Rink del Rockefeller Center, pero en fin, me ganaron de mano como tantas otras veces. Ojalá triunfen.

"¡Te di tema para el blog!," dijo Piñeyro antes de cortar.

Tenía razón. Gracias, Piñeyro.

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6 de noviembre de 2007
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Esperando nacer

'Acabo de poner punto final a mi cuarta novela'. Esa fue la primera frase que escribí en este sitio, hace dos noviembres. Ayer domingo puse un punto final provisorio -lo que terminé en este caso es una primera versión- a la quinta. Todavía falta mucho para que pueda permitirme la alegría de entonces, vaya a saber cuántas reescrituras me esperan antes de convencerme de que la suerte de esta novela está echada. Pero todos aquellos que hayan escrito ficción alguna vez, y en especial, por su largo aliento, una novela, coincidirán conmigo que ninguna instancia del proceso se parece más al de clavar pica en la cima que el de añadir el último punto al capítulo definitorio.

No sé cómo lo viven ustedes, pero para mí lo que hoy comienza es la parte más disfrutable del asunto. La historia ya está contada, la estructura tendida, los personajes planteados. ¡Lo peor ya quedó atrás! (Ah, la de sabotajes que me hago en los tramos finales, cuando me resisto a terminar...)

Para ponerlo en términos miguelangelescos, lo que he hecho es elegir el bloque de mármol -esto es, la historia- y bocetado una forma algo brutal. Lo primero que uno comprueba es la idoneidad del bloque: si se ha equivocado en la elección, percibirá enseguida rajaduras internas, o dejará la forma por la mitad al descubrir que ha equivocado proporciones. Por el contrario, si el bloque es el correcto y uno lo esculpe con tosquedad pero hasta el final, lo que resulta es una primera versión que lo impulsa a uno a ir mucho más allá. Es la hora de retroceder unos pasos, quitarse el polvillo de los hombros y echarle una mirada panorámica. Si todo ha sucedido como debe, esa forma brutal parecerá estar luchando contra su materia para definirse del todo, como si bregase para salir del bloque. Será la imagen de algo lleno de poder -una forma que lucha por nacer.

Esa tarea empieza hoy. Ojalá pueda hacerle justicia a la historia.

Quería compartir con ustedes esta emoción, que no se parece a ninguna otra.

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5 de noviembre de 2007
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El Boomeran(g)
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