Marcelo Figueras
‘Acabo de poner punto final a mi cuarta novela’. Esa fue la primera frase que escribí en este sitio, hace dos noviembres. Ayer domingo puse un punto final provisorio -lo que terminé en este caso es una primera versión- a la quinta. Todavía falta mucho para que pueda permitirme la alegría de entonces, vaya a saber cuántas reescrituras me esperan antes de convencerme de que la suerte de esta novela está echada. Pero todos aquellos que hayan escrito ficción alguna vez, y en especial, por su largo aliento, una novela, coincidirán conmigo que ninguna instancia del proceso se parece más al de clavar pica en la cima que el de añadir el último punto al capítulo definitorio.
No sé cómo lo viven ustedes, pero para mí lo que hoy comienza es la parte más disfrutable del asunto. La historia ya está contada, la estructura tendida, los personajes planteados. ¡Lo peor ya quedó atrás! (Ah, la de sabotajes que me hago en los tramos finales, cuando me resisto a terminar…)
Para ponerlo en términos miguelangelescos, lo que he hecho es elegir el bloque de mármol -esto es, la historia- y bocetado una forma algo brutal. Lo primero que uno comprueba es la idoneidad del bloque: si se ha equivocado en la elección, percibirá enseguida rajaduras internas, o dejará la forma por la mitad al descubrir que ha equivocado proporciones. Por el contrario, si el bloque es el correcto y uno lo esculpe con tosquedad pero hasta el final, lo que resulta es una primera versión que lo impulsa a uno a ir mucho más allá. Es la hora de retroceder unos pasos, quitarse el polvillo de los hombros y echarle una mirada panorámica. Si todo ha sucedido como debe, esa forma brutal parecerá estar luchando contra su materia para definirse del todo, como si bregase para salir del bloque. Será la imagen de algo lleno de poder -una forma que lucha por nacer.
Esa tarea empieza hoy. Ojalá pueda hacerle justicia a la historia.
Quería compartir con ustedes esta emoción, que no se parece a ninguna otra.