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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Aleph llegó al cine (2)

A diferencia de un tipo de cine muy habitual -que no popular- en la Argentina y su política de cascotear el proceso narrativo como si se tratase de una blasfemia, Historias extraordinarias es una máquina de contar. A partir de tres anécdotas independientes (el hombre Equis que se convierte en partícipe inesperado de un crimen, el hombre Zeta que ve alterarse su vida al ocupar el lugar de otro, el hombre H que se lanza al río en cumplimiento de una apuesta absurda), el relato parte en el mismo instante que sus protagonistas: esto es, en el momento que se permiten desestructurarse, apartarse del cauce principal de sus vidas y meterse en un sendero que se bifurca y que, por definición, nunca los devolverá a la ruta del comienzo -por lo menos no en el estado en que partieron, como bien sabía Heráclito.

Las historias-madre florecen pronto en nuevos pimpollos, con una causalidad que nunca es forzada. La irrupción de otro personaje hace razonable el desvío, la anécdota, el background, dado que si no se tratase de un personaje interesante, ¿para qué le permitiríamos ingresar al cuadro? Y así entran como Pancho por su casa un león viejo, soldados alemanes perdidos en Guyana y hasta personajes reales como el arquitecto Francisco Salamone y los inquietantes edificios que erigió en plena llanura bonaersense, entre mataderos, cementerios y gigantescos Cristos futuristas.

En este sentido me hizo recordar (los muchachos que viven de las exégesis me van a querer colgar por la comparación, pero eso sólo hace que valga más la pena) a la película Amelie. Que por supuesto no se le parece en intención ni en los medios de producción pero sí en el punto clave, la manera en que trabaja a contrapelo de todos los Manuales del Buen Guionista: a los quince minutos no ha aparecido ningún plot point ni cosa similar, de hecho hasta el minuto 40 no estamos en condiciones de advertir que Amelie es una historia romántica -y sin embargo funciona como un tren. ¿Por qué? Por la prepotencia (volverse arltiano es aquí inevitable) del buen relato. Quiero decir: mientras se le presenta(n) una(s) historia(s) que resulta(n) atractiva(s), cuya seducción sólo crece a medida que progresan, ¿qué demonios le importan al espectador los plot points, la definición del género o cualquier otro corsé narrativo impuesto de antemano?

Hora de un nuevo intervalo. La sigo mañana...



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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Aleph llegó al cine

Historias extraordinarias trajo aparejadas muchas de esas cosas que no hacía desde que peregrinaba hacia cines de culto para ver aquellas cosas que no podía ver -hablo de eras tan pretéritas que ni siquiera existía el videohome- en ningún otro sitio. A saber: ir seis horas antes en persona a sacar la entrada, llegar mucho antes de la función para sumarme a la fila, dedicar buena parte del día festivo al asunto (¡la película dura más de cuatro horas, con dos intervalos!) y compartirlo todo con un público cinéfilo -como lo sigo siendo, de manera inevitable- y mayoritariamente joven -materia en la que ya presenté capitulación.

¿Qué es Historias extraordinarias? Um. Déjenme probar un abordaje múltiple. Es una película de ficción de Mariano Llinás, que en su momento obtuvo notoriedad por el documental Balnearios. Es una proeza realizada a espaldas de todos los medios habituales que sustentan al cine argentino, empezando por los subsidios del Instituto de Cine. (O sea hecha a pulmón. Con las partes buenas del concepto de amateur y ninguna de sus contraindicaciones. Rodada con la ayuda de muchos amigos y más actores accidentales que profesionales. Sigo.) Es -en más de un sentido- un relato-río, narración que arranca de un cauce, se abre en meandros y torrentes y desemboca en un sitio turbulento, vasto y lleno de vida como el mar. Es el más rotundo mentís a un cine argentino que tiene por únicos defensores a cierta prensa que sólo influye sobre la marginalia de los festivales, las escuelas de cine y los productores cuya máxima ambición en la vida es rapiñar unos pesos anuales al Instituto y renovar su patente de campeones del arte. (Lo cual torna más paradójico el éxito de Historias, en tanto ha sido consagrada por la misma prensa que antes consagró tanto bodrio.)

Por supuesto, Historias extraordinarias es mucho más que lo que antecede. Pero en honor al filme, y dado que ya me estoy yendo largo, abro aquí mi primer intervalo y la sigo mañana.



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10 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mickey no es ningún ratón

El artículo que Mariana Enríquez escribió sobre Mickey Rourke para el suplemento Radar del diario Página 12 me trajo a la memoria la entrevista que le hice aquí en Buenos Aires. En aquel entonces -no me pregunten fechas, la memoria es la más infiel de mis amantes- ya ni siquiera era Mickey Rourke el protagonista de películas que yo amaba, desde Rumble Fish de Francis Coppola a la polémica Year of the Dragon de Michael Cimino; más bien era el Mickey Rourke ‘retirado' de la actuación, que había aceptado dinero para boxear en un match de exhibición organizado, si mal no recuerdo, por un programa de TV local.

No conservo el texto de mi entrevista y supongo que tampoco la grabación original. (También es posible que esté tirada en algún rincón, como tantos cassetes de audio para las que ya no se encuentra uso.) Pero sí recuerdo que nos llevamos bien, y que la entrevista formal -que si no me equivoco fue en el Tattersall del Hipódromo- se prolongó en la informalidad de su suite y en una sucesión interminable de copas de whisky. No escribí ni escribiré nunca sobre lo que vi y oí entonces por una razón muy simple: entendí que se me había franqueado una puerta en calidad de ser humano, y no de periodista.

En algún momento escapé de allí, a pesar de que Rourke insistía en que me quedase; seguramente prioricé mi estúpido sentido de la responsabilidad y mi todavía más estúpida noción del deber familiar. El instante en que decidí partir fue, no tengo dudas, el mismo momento en que me perdí una experiencia profunda de vida: la posibilidad de pasar la barrera del personaje para en cambio conocer, por más fugazmente que fuese, a un ser humano que estaba en carne viva y debía sentirse más solo que Dios.

Enríquez cita estremecedoras declaraciones de Rourke a la revista Arena en 2006, que trajeron a mi mente al hombre que intuí entonces. ‘Mi infancia fue un desastre. Por eso jamás se me cruzó por la cabeza tener hijos... Mi infancia fue tan horrible que si alguien me da a elegir entre volver a elegirla o nacer muerto, elijo nacer muerto. Mi madre es una persona débil que no nos protegió a mí y a mi hermano Joe, y aunque la quiero no me gusta, no la aguanto... Cuando era chico solía sentarme en mi cama y pensar: ‘¿Por qué no puedo vivir en la casa de la vuelta? ¿Por qué estoy atrapado en este purgatorio?' Es cierto que te da personalidad. ¿Pero quién quiere personalidad a ese precio?'

Ojalá el éxito de la película The Wrestler le conceda mucho más que un Oscar o la segunda oportunidad de desarrollar una carrera. Ojalá represente más bien la consecuencia natural de haber hecho las paces con sus demonios y permitirse a cambio algo parecido a una oportunidad, aunque más no sea por haber dejado atrás para siempre, y sin necesitad alguna de revisitar, el purgatorio de aquella infancia dickensiana.



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9 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un día de furia (al estilo Christian Bale)

En un artículo difundido ayer por el Washington Post, Alec MacGillis escribió: ‘El Presidente Obama, que arrasó en su camino hacia la Casa Blanca con un mensaje de esperanza e inspiración, está batallando para lidiar con una emoción muy diferente entre los americanos -la furia'.

Rabia comprensible, por cierto. Mientras decenas de miles de trabajadores pierden su empleo y otros tantos se despiden de las casas que nunca terminaron de pagar, las noticias sobre el descaro de la clase dirigente -empezando por los empresarios y financistas, y continuando con los servidores públicos y los políticos- tienen el mismo efecto de la gasolina sobre el fuego. Miles de millones pagados durante 2008 en Wall Street a modo de bono, por administraciones que ni siquiera produjeron ganancias. Un ejecutivo de Merrill Lynch gastando 35.000 dólares en una cajonera para su oficina. Los ejecutivos de las automotrices yendo a demandar dinero al Congreso en aviones privados...

Obama habló de ‘avaricia e irresponsabilidad' durante su discurso inaugural y la semana pasada dijo que los bonos de Wall Street eran ‘vergonzosos'. Pero a pesar de su intención de liderar lo que definió como ‘una nueva era de responsabilidad', sus mismas elecciones en materia de gabinete le han devuelto al rostro (¡como torta de crema!) el grado de corrupción con que el Gran Dinero penetró en las filas de los políticos, legisladores y profesionales. Ni Timothy Geithner -confirmado como Secretario del Tesoro- ni Tom Daschle, que debió bajarse de su candidatura para el área de Salud, son billonarios, pero sus impresentables declaraciones de impuestos son una muestra clara que la cultura del ‘amiguismo' entre Wall Street y Washington -un favorcito aquí a cambio de un privilegio allá- ha envilecido hasta a los servidores públicos considerados más presentables. Ahora, aquí entre nosotros: no termino de entender el criterio que permitió a Geithner pasar el filtro de la nominación y en cambio se cobró la candidatura de Daschle. ¿No debería haberse retirado Geithner del proceso, antes de que su confirmación embarrase a la administración Obama?

MacGill sostiene que, consciente de la furia creciente entre los votantes, Obama está buscando ‘el tono adecuado para poner en caja a los transgresores sin cruzar el punto a partir del cual espantaría a la clase dirigente'. Todos tenemos la sensación de que Obama es un tipo realmente centrado, pero no me extrañaría enterarme de que la emprendió a patadas con los muebles del Despacho Oval y arrojó un televisor por la ventana al mejor estilo Pink Floyd en The Wall. Debe ser muy frustrante sentir que tanto los ricachones como la gente que considerabas tu aliada -he ahí el caso de Daschle- está poniendo en riesgo todo tu capital político y por ende tu única chance de aliviar un poco la carga de millones de americanos.

En todo caso le propongo a Obama una actividad catártica: que se baje de internet el remix que RevoLucian hizo a partir de un ataque de furia del actor Christian Bale, en el set de Terminator: Salvation. (Bale se la agarró con el director de fotografía, pero es difícil saber si estaba en su derecho: la grabación -difundida con toda malicia- sólo recoge las palabras que virtió sobre su micrófono inalámbrico.) Es fácil encontrarla en YouTube: tipeen Bale Out - RevoLucian's Christian Bale Remix! Una vez bajada, Obama podrá llamar a las casas de Daschle y de Geithner y de cuanto millonario y ejecutivo figure en su BlackBerry y dejarles grabado en el contestador el leit-motiv de la canción: ‘What the fuck is it with you? ...What don't you fucking understand? ...You're trashing my scene!'

O sea, en castizo: ‘¿Qué mierda te pasa? ¿Qué mierda es lo que no entiendes? ¡Estás arruinando mi escena!'



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6 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yo no sé que me han hecho tus besos

Me enteré del asunto por casualidad, o mejor dicho -justicia poética- porque una de mis hijas tiene intereses amorosos en México. Darán prisión a quien se bese en calles de Guanajuato, decía el artículo de El Universal que me maileó. Lo más paradójico es que en Guanajuato existe una atracción turística llamada ‘Callejón del Beso', donde los visitantes van a fotografiarse en pleno clinch labial... o iban, para inexcusable tristeza.

Como toda norma absurda, su aplicación da lugar a situaciones de carcajada. Para empezar, el alcalde panista Eduardo Romero Hicks anunció que organizará ‘una campaña de concientización entre los ciudadanos'. Ya me estoy imaginando los eslóganes... Besar puede costar caro... ¡No deje sus besos en la vía pública! ...Al que se abraza el alcalde lo aplaza... El pudor es salud... Taza taza, a besarse a casa... El noventa por ciento de los dentistas no recomienda besarse al aire libre... Bésame mucho (en el living)... y otras múltiples variantes.

Lo llamativo es que el mismo alcalde se ha ocupado de distinguir entre los besos ‘leves', que según parece no merecerían sanción, y los besos pasionales -sobre los que caería todo el peso de la ley. ‘Hay unos agarrones que son de olimpiada', dicen que dijo don Romero. Taxonomía que generará más situaciones hilarantes cuando ocurra la anunciada capacitación a las policías, que son los elegidos para aplicar la norma. Ya me estoy imaginando dichas clases, que deberían contar con la colaboración de voluntarios que se besarán al frente del aula para marcar la diferencia entre un piquito y la sed verdadera; las preguntas sobre el tenor de la actividad lingual; y la posición de las manos considerada como agravante.

En materia de penas hablan de prisión y de multas. Lo que habría que multar es la estupidez humana, pero claro, ahí reside el dilema: ¿quién estaría en condiciones de oficiar de juez?

Ojalá alguien organice una protesta y se apiñen miles de personas en el ‘Callejón del Beso', a tocar glotis ajenas con la lengua. Y que mientras los policías tratan en vano de arrestar a medio mundo, los cacos desvalijen las casas de los censores que cobran sueldo del erario público.



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5 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Del poder de los libros (2)

Hace algunos meses Julia Saltzmann, a quien conocí en las oficinas de Santillana en su carácter de Jefa Editorial de Alfaguara y Taurus Argentina, hizo un viaje a Colombia. Y lo que vio allí en materia de bibliotecas populares la entusiasmó tanto, que cuando regresó irradiaba luz. Su fervor me resultó tan contagioso que le pedí permiso para hablar del asunto en este lugar. Se lo tomó tan en serio que plasmó lo esencial de su experiencia por escrito.

‘Es cierto. Colombia es pobre, Colombia es injusta, Colombia es violenta', escribió Julia, anticipándose a los objetores que nunca faltan. ‘Pero allí, donde menos parece valer la vida, a la pobreza, a la injusticia y a la violencia se las enfrenta con cultura. Esa es la apuesta de las alcaldías de Bogotá y de Medellín, de un sistema de fondos aportados por empresarios y de muchísimas personas que se dedican a la promoción de la lectura, a programas de ediciones populares de distribución gratuita, a construir y mantener bibliotecas y centros culturales. Sin paternalismo, sin condescendencia, sin demagogia. Con convicción, con delicadeza, con respeto y sentido de la belleza. Sabiendo que cultura no es espectáculo y figuración sino nutrición, crecimiento, alegría y poder'.

‘Si puede, vaya y vea', propone Julia. ‘Vea, por ejemplo, cómo en Bogotá una vez por mes aparecen en las estaciones de bus, en las escuelas, en los hospitales, en las oficinas donde se pagan impuestos, hermosos libros que no se compran ni se venden, sino que se toman y se devuelven para que pasen de mano en mano'.
‘Vea cómo en las montañas de Medellín, en cada uno de los puntos cardinales, en medio de las casas precarias que arrasa la lluvia y cuyos techos de chapa calienta por demás el sol, en medio del barro y la confusión, se levantan las bibliotecas públicas más modernas, equipadas, eficientes y hermosas. Diseñadas y construidas por los mejores arquitectos de Colombia y de otras partes del mundo, no son humildes instituciones para pobres, sino edificios orgullosos de estar donde son más necesarios, donde son utilizados, valorados y cuidados. Salas de lectura, de informática, de exposiciones, de cine, ludotecas, auditorios para actos y espectáculos, y también zonas sin utilidad ninguna más que el gozo gratuito del espacio y la luz: fuentes, jardines, espejos de agua, patios y galerías. Espacios para estar, para esperar, para conversar y contemplar, para la reunión y la introspección. Allí va gente de todas las edades a estudiar, a leer el diario, a buscar libros, a navegar por Internet, a reunirse, a jugar. Yo la vi, usando lo que se merecen, aprovechándolo y respetándolo. Vi todo esto, sí, con el corazón conmovido al vislumbrar que tal vez, finalmente, sí era posible un mundo mejor'.

En la Argentina también hay pobreza, injusticia y violencia. Pero no hay bibliotecas populares como las que menciona Julia. ¿Alguien se anima a apostar qué país saldrá primero y mejor del pozo en que lo sumieron?

 



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4 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Del poder de los libros

Hubo un tiempo en que los libros eran un artículo suntuario, la clase de objetos a que sólo accedían los ricos o los expertos -subvencionados, en categoría de tales, por los poderes terrenales o por la Santa Iglesia. Después se extendió -por fortuna- la idea de que los libros, como vehículo privilegiado de la educación, debían llegar a todos. Y así, por consejo de algunos iluminados, por la labor de muchos maestros y por la prepotencia de la producción en masa, sobrevino una época en que los libros se volvieron moneda corriente -y el común de la gente se volvió (¡literalmente!) letrada. ¿Será demasiada presunción atribuir la era de la modernidad, que más allá de las guerras supuso un salto hacia delante en materia de conquistas sociales, a la iluminación que generaron tantos libros en tantas manos?

Hoy en día el libro ha vuelto a ser un artículo suntuario. La producción en masa sigue abaratando sus costos -comparativamente hablando, una novela de Sidney Sheldon debe costarle a su comprador menos de lo que costaba un códice en la Edad Media-, pero en relación a lo que es esencial de manera inevitable (la comida, el techo, la salud), los libros son hoy más caros de lo que eran, por ejemplo, en la década del 60. ¿Será demasiada presunción atribuir esta era de oscuridad, que a caballo de las guerras interminables y del cuento de la inseguridad privilegia las armas a las letras, a la inanición de las almas que deriva de la escasez de libros?

         Esto viene a cuento de algo muy bonito que me refirió Julia Saltzmann. Pero eso se los digo mañana.

 

(Continuará.)      



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3 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Humor desde el abismo

La serie Weeds es como un caramelo de jengibre: tiene todas las características de una golosina, pero su sabor es insólito. Creada por el guionista y productor Jenji Kohan, cuenta la historia de Nancy Botwin (Mary-Louise Parker), habitante del acomodado vecindario de Agrestic, que de un día para el otro se queda viuda y sin recursos y toma una decisión inusual para mantener su estilo de vida: convertirse en dealer de marihuana.

Por supuesto, en torno de Nancy existe todo un grupo humano que de un modo u otro se ve afectado por su decisión. Empezando por sus hijos: Silas (Hunter Parish), un adolescente que al descubrir la actividad non sancta de su madre le pide integrarse al negocio; y Shane (Alexander Gould), que a los 11 años es sin duda alguna el mejor personaje infantil de la TV -por ocurrente y por exótico. (La idea de ‘jugar' que tiene Shane pasa, por ejemplo, por grabar un vídeo imitando los que suelen hacer los terroristas islámicos antes de degollar a sus secuestrados.) También está Andy (Justin Kirk), el cuñado de Nancy, cuyo comportamiento es tan conscientemente infantil que al principio uno lo quiere matar y después empieza a sospechar que quizás haya tropezado con una verdad que al resto se nos escapa. Y su vecina Celia (Elizabeth Perkins), que lidia con un cáncer y con un marido infiel y con una hija menor a la que tortura sistemáticamente, por gorda y por lesbiana. La relación Nancy-Celia es el retrato más agudo que vi nunca en TV del vínculo entre dos mujeres -en las antípodas de Sex and the City, por lo pronto: Nancy y Celia se frecuentan aun cuando parecen no desearlo, se estudian y comparan y despellejan todo el tiempo, se toleran y se odian a la vez.

Weeds es muy divertida. Se puede ver como una serie sobre una familia disfuncional, adición preciosa al canon de la narrativa de los Estados Unidos que tanto abunda en este subgénero -lo que va de Faulkner a American Beauty. Pero en estos días de crisis internacional, imagino que no hay mirada más rica que la que se clava en aquello que estamos dispuestos a hacer con tal de no ser desplazados socialmente. Muy distinta es la situación del protagonista de Breaking Bad, otra serie en la que un hombre común y corriente se convierte primero en fabricante y luego en distribuidor de droga: Walter White está enfermo de cáncer terminal, tiene un hijo discapacitado y una mujer encinta. Su cambio de profesión es a la vez un intento desesperado por no dejar indefensa a su familia y una venganza contra el sistema. La decisión de Nancy Botwin, en cambio, es una fuga hacia delante. Se trata de agarrar hoy el dinero que está disponible sin preguntarse qué puede ocurrir mañana. En este sentido, la opción de Nancy por el dinero dulce -dulce a la manera del jengibre, en todo caso- prefigura la conducta de tantos inversores y bancos que entregaron millones al increíble Bernard L. Madoff optando por no preguntarse qué hacía este hombre para obtener las ganancias prometidas. Una parábola más sobre un sistema que gira sobre un centro -el sueño del beneficio personal ilimitado- que, en palabras del poeta Yeats, ya no puede sostener nada.



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2 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Corto Maltés y la aventura de hoy (5)

Lo que Pratt insinúa es algo que también está presente en dos de las ficciones aventureras más populares de los últimos tiempos, El señor de los anillos y Matrix: que el proceso interior del héroe es tan esencial como la peripecia exterior. Si Frodo pierde su alma, si Neo no obtiene la iluminación, todo el edificio exterior de su lucha se desmoronará. Tolkien trata incluso de subrayar la importancia de esta cuestión al encargarle a Frodo una tarea con visos (a simple vista, al menos) anti-heroicos: ¿algo más prosaico que llevar un anillo a un punto X, en contraposición a la heroicidad clásica de los guerreros liderados por Aragorn? Pero lo que Pratt hace es más extremo que lo de Tolkien: imaginen El señor de los anillos contando tan sólo la peripecia de Frodo y olvidándose de las batallas a capa y espada, una aventura que es cada vez más entrópica, más centrada en la percepción del héroe (¿cuánto pesa el Anillo, en verdad?) que en el mundo exterior.

         En el silencio que se abre post Mu, Pratt nos invita a concebir una nueva generación de aventureros. Los de antaño no tenían dudas, y trataban de moldear el mundo de acuerdo a sus certezas. Los aventureros del futuro, en cambio, deben comprender -condición sine qua non- que la más difícil de las hazañas es conquistarse a sí mismo. Y que si logran triunfar en ella, todo lo demás se dará por añadidura... o quizás no importe, incluso.

Lo fundamental es que el aventurero reestablezca en sí mismo un orden de la existencia que la Historia avasalló, al pretender que no existe otra cosa que lo material y avalar su presunción con sus riquezas obscenas y sus bombas de fósforo blanco. Lo que el aventurero del futuro buscará es persuadir al Sistema de que hay algo dentro suyo que no puede ser comprado ni por todo el oro del mundo; algo que no será derrotado ni siquiera por los más modernos suministros de la industria armamentista, manejados por los guerreros mejor entrenados. El último reducto del héroe contemporáneo, en este mundo regido por Saurón y manejado por la Matrix, es de simpleza cartesiana, y presenta batalla hasta en los sitios más inocuos, más cotidianos. Yo soy Yo, y nadie podrá obligarme a ser No-Yo. Ni corrompiéndome. Ni forzándome. Ese será el mantra de los aventureros de la nueva generación: Ninguna de tus armas me daña, ninguno de tus poderes puede conmigo. Mi carne es frágil, pero mi certeza es indestructible... y contagiosa, porque se multiplicará en muchos Yos cuando Yo no esté.

La nueva generación de aventureros está destinada a ser mística por sobre todo -o lisérgica, como el profeta Corto lo insinuó en su momento. Para ganar este mundo debe renunciar a él. Para vencer al mal debe demostrarle que sus recursos son impotentes en contra de su fe -tan inocuos como una espada de plástico o una moneda de lata, artificios despojados de su poder de persuasión.

Durante este año espero poner en práctica esta tesis, con una ficción llena de aventureros de nueva colada. Veremos entonces, pues...



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Corto Maltés y la aventura de hoy (4)

Las últimas aventuras del Corto son imperfectas en el sentido en que también lo son las últimas esculturas de Miguel Ángel: porque marcan el tránsito hacia un nuevo estilo que nunca llegó a coagular, interrumpido por la muerte de ambos artistas. La suya es la clase de imperfecciones que no hay que descartar, en tanto funcionan como puente: no hay que ver lo que son en sí mismas, sino la dirección en la que señalan, aquello a lo que apuntan -buscar lo que quedó fuera de cuadro.
    Pratt lleva allí al extremo algo que venía insinuando desde La balada del mar salado: que lo que ocurre en el interior del protagonista es tanto, o incluso más importante que lo que ocurre en el mundo exterior. La aventura esencial es la del corazón y la mente: si ellas se transforman, si ellas progresan, si se elevan a un estadio superior al del inicio, la aventura ha triunfado, aunque nada parezca haberse modificado en la realidad que las circunda. Alguien dirá: se trata de un saber que siempre fue parte del género de la aventura, en tanto el aventurero triunfa precisamente porque ha conservado su alma durante la empresa. He ahí el quid de la cuestión. Con el correr de los siglos, los aventureros -y sus creadores y sus lectores- comprendieron que conservar el alma pura no es garantía de triunfo. Uno puede ser justo y honesto y perder. Más aun: ser justo y honesto es casi una garantía de derrota, dado que el mundo en que vivimos premia la injusticia y la deshonestidad -que siempre van de la mano, como en Guantánamo, como en Gaza. Ni siquiera el hecho de enriquecerse de manera ilícita conserva su encanto, dado que eso mismo es lo que hacen los hombres más poderosos y más despreciables de este planeta. Y sumarse a las luchas políticas a la vieja usanza -aquellas batallas por la liberación de pueblos, aquellas batallas contra empresas que manejan los hilos desde las sombras- significa arriesgarse a la etiqueta de incorrección política: al menos en el Hemisferio Norte, las agrupaciones reales que luchan esas luchas suelen figurar en el listado de organizaciones terroristas.
(Lo cual, dicho sea de paso, no debería importarnos a nosotros latinos y africanos: ¿para cuándo un aventurero apoyando el combate contra la explotación minera en Bolivia?)

(Continuará.)



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29 de enero de 2009
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El Boomeran(g)
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