
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
El artículo que Mariana Enríquez escribió sobre Mickey Rourke para el suplemento Radar del diario Página 12 me trajo a la memoria la entrevista que le hice aquí en Buenos Aires. En aquel entonces -no me pregunten fechas, la memoria es la más infiel de mis amantes- ya ni siquiera era Mickey Rourke el protagonista de películas que yo amaba, desde Rumble Fish de Francis Coppola a la polémica Year of the Dragon de Michael Cimino; más bien era el Mickey Rourke ‘retirado’ de la actuación, que había aceptado dinero para boxear en un match de exhibición organizado, si mal no recuerdo, por un programa de TV local.
No conservo el texto de mi entrevista y supongo que tampoco la grabación original. (También es posible que esté tirada en algún rincón, como tantos cassetes de audio para las que ya no se encuentra uso.) Pero sí recuerdo que nos llevamos bien, y que la entrevista formal -que si no me equivoco fue en el Tattersall del Hipódromo- se prolongó en la informalidad de su suite y en una sucesión interminable de copas de whisky. No escribí ni escribiré nunca sobre lo que vi y oí entonces por una razón muy simple: entendí que se me había franqueado una puerta en calidad de ser humano, y no de periodista.
En algún momento escapé de allí, a pesar de que Rourke insistía en que me quedase; seguramente prioricé mi estúpido sentido de la responsabilidad y mi todavía más estúpida noción del deber familiar. El instante en que decidí partir fue, no tengo dudas, el mismo momento en que me perdí una experiencia profunda de vida: la posibilidad de pasar la barrera del personaje para en cambio conocer, por más fugazmente que fuese, a un ser humano que estaba en carne viva y debía sentirse más solo que Dios.
Enríquez cita estremecedoras declaraciones de Rourke a la revista Arena en 2006, que trajeron a mi mente al hombre que intuí entonces. ‘Mi infancia fue un desastre. Por eso jamás se me cruzó por la cabeza tener hijos… Mi infancia fue tan horrible que si alguien me da a elegir entre volver a elegirla o nacer muerto, elijo nacer muerto. Mi madre es una persona débil que no nos protegió a mí y a mi hermano Joe, y aunque la quiero no me gusta, no la aguanto… Cuando era chico solía sentarme en mi cama y pensar: ‘¿Por qué no puedo vivir en la casa de la vuelta? ¿Por qué estoy atrapado en este purgatorio?’ Es cierto que te da personalidad. ¿Pero quién quiere personalidad a ese precio?’
Ojalá el éxito de la película The Wrestler le conceda mucho más que un Oscar o la segunda oportunidad de desarrollar una carrera. Ojalá represente más bien la consecuencia natural de haber hecho las paces con sus demonios y permitirse a cambio algo parecido a una oportunidad, aunque más no sea por haber dejado atrás para siempre, y sin necesitad alguna de revisitar, el purgatorio de aquella infancia dickensiana.