Marcelo Figueras
La serie Weeds es como un caramelo de jengibre: tiene todas las características de una golosina, pero su sabor es insólito. Creada por el guionista y productor Jenji Kohan, cuenta la historia de Nancy Botwin (Mary-Louise Parker), habitante del acomodado vecindario de Agrestic, que de un día para el otro se queda viuda y sin recursos y toma una decisión inusual para mantener su estilo de vida: convertirse en dealer de marihuana.
Por supuesto, en torno de Nancy existe todo un grupo humano que de un modo u otro se ve afectado por su decisión. Empezando por sus hijos: Silas (Hunter Parish), un adolescente que al descubrir la actividad non sancta de su madre le pide integrarse al negocio; y Shane (Alexander Gould), que a los 11 años es sin duda alguna el mejor personaje infantil de la TV -por ocurrente y por exótico. (La idea de ‘jugar’ que tiene Shane pasa, por ejemplo, por grabar un vídeo imitando los que suelen hacer los terroristas islámicos antes de degollar a sus secuestrados.) También está Andy (Justin Kirk), el cuñado de Nancy, cuyo comportamiento es tan conscientemente infantil que al principio uno lo quiere matar y después empieza a sospechar que quizás haya tropezado con una verdad que al resto se nos escapa. Y su vecina Celia (Elizabeth Perkins), que lidia con un cáncer y con un marido infiel y con una hija menor a la que tortura sistemáticamente, por gorda y por lesbiana. La relación Nancy-Celia es el retrato más agudo que vi nunca en TV del vínculo entre dos mujeres -en las antípodas de Sex and the City, por lo pronto: Nancy y Celia se frecuentan aun cuando parecen no desearlo, se estudian y comparan y despellejan todo el tiempo, se toleran y se odian a la vez.
Weeds es muy divertida. Se puede ver como una serie sobre una familia disfuncional, adición preciosa al canon de la narrativa de los Estados Unidos que tanto abunda en este subgénero -lo que va de Faulkner a American Beauty. Pero en estos días de crisis internacional, imagino que no hay mirada más rica que la que se clava en aquello que estamos dispuestos a hacer con tal de no ser desplazados socialmente. Muy distinta es la situación del protagonista de Breaking Bad, otra serie en la que un hombre común y corriente se convierte primero en fabricante y luego en distribuidor de droga: Walter White está enfermo de cáncer terminal, tiene un hijo discapacitado y una mujer encinta. Su cambio de profesión es a la vez un intento desesperado por no dejar indefensa a su familia y una venganza contra el sistema. La decisión de Nancy Botwin, en cambio, es una fuga hacia delante. Se trata de agarrar hoy el dinero que está disponible sin preguntarse qué puede ocurrir mañana. En este sentido, la opción de Nancy por el dinero dulce -dulce a la manera del jengibre, en todo caso- prefigura la conducta de tantos inversores y bancos que entregaron millones al increíble Bernard L. Madoff optando por no preguntarse qué hacía este hombre para obtener las ganancias prometidas. Una parábola más sobre un sistema que gira sobre un centro -el sueño del beneficio personal ilimitado- que, en palabras del poeta Yeats, ya no puede sostener nada.