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El hijo del hijo pródigo

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Soma Morgenstern

Funambulista

El hijo del hijo pródigo (1935) es la primera parte de la trilogía Destellos en el abismo, integrada también por Idilio en el exilio (1945) y El testamento del hijo pródigo (1951).

 

A quienes hayan leído las dos obras que hasta ahora eran las más asequibles de Salomo Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth y Alban Berg y sus ídolos, es muy probable que todavía les quede una cierta sensación de desconcierto. Ambos libros son espléndidos y al terminar su lectura tienes la certeza de que tu visión de Roth y de Berg ha cambiado para siempre, por no hablar del retrato estremecedor que surge de la Europa de entreguerras, justo en vísperas de la hecatombe. Pero en ambos casos el biógrafo se esconde de tal manera detrás de sus personajes que alcanza a parecer insignificante, un mero instrumento técnico puesto ahí para dar réplicas que ennoblezcan y magnifiquen la figura de los biografiados. Y ello es así hasta el punto de que llegas a preguntarte por qué Joseph Roth y Alban Berg, pero también personajes como Hermann Broch, Elias Canetti, Robert Musil, Anton Webern o Walter Benjamin, entre muchos otros, no sólo le honraban con su amistad incondicional sino que hablaban maravillas de ese (en apariencia) insignificante periodista judío al que ni siquiera le gustaba el fútbol (y esta era una carencia que a Alban Berg le costaba perdonar, y más si se y trataba de un amigo). Y sin embargo, insisto, todos coincidían en tratarle con una extraña deferencia y admiración. De los más grandes, decían. Inconmensurable. Un genio. Cosas así.

Ocurre sin embargo que hasta hace muy poco sus novelas resultaban casi imposibles de encontrar. Huyendo del terror nazi, Morgenstern acabó malviviendo en Nueva York y totalmente olvidado, pues una vez muertos sus más acendrados valedores nadie volvió a hablar nunca más de él, ni para bien ni para mal. Y ocurre asimismo que el tema de sus novelas tampoco es como para provocar avalanchas de compradores capaces de arrasar las librerías en busca de algún ejemplar. Salomo Morgenstern, Soma para los amigos, nació en 1890 en la Galitzia oriental, entonces un ignoto rincón del Imperio austro-húngaro. Desde entonces, y aparte de haber sufrido de lleno la política anexionista, racista y brutal de los nazis, la antigua Galitzia perteneció a cinco estados diferentes ante de quedar definitivamente repartida entre la actuales Polonia y Ukrania . Es por tanto comprensible la conciencia de pérdida irreparable del origen, y sobre todo en el libro sobre su paisano Joseph Roth, el tema del paraíso perdido es omnipresente, además de doloroso y obsesivo. El otro motivo omnipresente en Morgenstern es el de sus profundas raíces judías, realzadas quizás por el hecho de que tras unos años de ateísmo regresó al judaísmo con ese entusiasmo un tanto excesivo y reivindicativo de los conversos. Gracias a todo ello, la idea que se tiene de él es que se trata del oscuro cantor de un mundo desaparecido y evocado a través de las vidas insignificantes de ese pueblo judío que, y esto lo dice el propio Morgenstern, es "pobre, triste y desgraciado, pero no del todo dejado de la mano de Dios". O sea, nada como para tirar cohetes, ni suscitar entusiasmos multitudinsrios.

Y en efecto. El hijo del hijo pródigo es el relato de un congreso de judíos ortodoxos llegados a Viena en 1928. No se trata de los más doctos y respetados rabinos venidos de los cuatro rincones del mundo y que, al poner en común sus reflexiones y una sabiduría recibida de una tradición que cuenta con el respaldo de miles de años de experiencia, se junten en Viena para encontrar (por ejemplo) una fórmula capaz de atenuar, aunque sólo sea en parte, la hecatombe que ya se perfilaba en el horizonte del pueblo judío. Qué va. A esas buenas gentes venidas de pueblos remotos lo único que le interesa es buscar el modo de revitalizar la fe y la práctica de la religión judías. Y de eso van las más de quinientas páginas de esta fascinante novela. Da lo mismo que se trate de cómo enganchar adecuadamente un tiro de caballos a una calesa, de la siembra y recolección del trébol blanco, de la descripción de una serenata en el patio del palacio del príncipe arzobispo vienés, de la cita en uno de los míticos cafés del Ring o de la ceremonia en honor de los muertos que abre el congreso (por cierto que estremecedora). Conocedor de que su pluma es una herramienta preciosa, y porque se sabe uno de los últimos testigos de un mundo que en el momento de describirlo ya estaba condenado a desaparecer por la boca de un horno crematorio, Soma Morgenstern va reproduciendo campos, pueblos, paisajes, personas, vestimentas, costumbres, relaciones sociales y de parentesco, o simples circunstancias cotidianas, con una precisión tan prodigiosa que casi produce dolor. Son campesinos y rabinos de pueblo, pero también judíos que han renegado para abrirse paso en la Viena cristiana, nobles damas de almas atormentadas por su traición, o jóvenes herederos de nada salvo de la culpa que ha hecho recaer sobre él la apostasía paterna. Todo ello contra un telón de fondo que lo pone el lector, perfectamente consciente de lo que se estaba perpetrando y del destino que les aguardaba a quienes tanto les preocupaba conservar la fe de sus mayores. O el decoro en el vestir.

Pero no es un libro de lectura universal. Es un ejemplo deslumbrante de la gran prosa centroeuropea de entreguerras, y quien haya leído a Robert Musil y Germann Broch, y más cerca aún, al Joseph Roth de la Marcha Radetzky ya sabe lo que le cabe esperar de esta novela lenta, minuciosa, evocadora y subyugante. Y lo mejor es que la editorial Funambulista promete poner en la calle los otros dos tomos que faltan para completar la trilogía. Pero ya lo decían sus amigos: Inconmensurable. Un genio. Cosas así.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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