Marcelo Figueras
Me enteré del asunto por casualidad, o mejor dicho -justicia poética- porque una de mis hijas tiene intereses amorosos en México. Darán prisión a quien se bese en calles de Guanajuato, decía el artículo de El Universal que me maileó. Lo más paradójico es que en Guanajuato existe una atracción turística llamada ‘Callejón del Beso’, donde los visitantes van a fotografiarse en pleno clinch labial… o iban, para inexcusable tristeza.
Como toda norma absurda, su aplicación da lugar a situaciones de carcajada. Para empezar, el alcalde panista Eduardo Romero Hicks anunció que organizará ‘una campaña de concientización entre los ciudadanos’. Ya me estoy imaginando los eslóganes… Besar puede costar caro… ¡No deje sus besos en la vía pública! …Al que se abraza el alcalde lo aplaza… El pudor es salud… Taza taza, a besarse a casa… El noventa por ciento de los dentistas no recomienda besarse al aire libre… Bésame mucho (en el living)… y otras múltiples variantes.
Lo llamativo es que el mismo alcalde se ha ocupado de distinguir entre los besos ‘leves’, que según parece no merecerían sanción, y los besos pasionales -sobre los que caería todo el peso de la ley. ‘Hay unos agarrones que son de olimpiada’, dicen que dijo don Romero. Taxonomía que generará más situaciones hilarantes cuando ocurra la anunciada capacitación a las policías, que son los elegidos para aplicar la norma. Ya me estoy imaginando dichas clases, que deberían contar con la colaboración de voluntarios que se besarán al frente del aula para marcar la diferencia entre un piquito y la sed verdadera; las preguntas sobre el tenor de la actividad lingual; y la posición de las manos considerada como agravante.
En materia de penas hablan de prisión y de multas. Lo que habría que multar es la estupidez humana, pero claro, ahí reside el dilema: ¿quién estaría en condiciones de oficiar de juez?
Ojalá alguien organice una protesta y se apiñen miles de personas en el ‘Callejón del Beso’, a tocar glotis ajenas con la lengua. Y que mientras los policías tratan en vano de arrestar a medio mundo, los cacos desvalijen las casas de los censores que cobran sueldo del erario público.