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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sin transición

De Obama a Obama no hay transición. Puede haber cambios: se rumorea que Hillary Clinton quiere dejar la secretaría de Estado, y habrá otros cambios en el gabinete e incluso en la orientación de algunos departamentos. Pero no hay transición, que solo se da cuando cambia el presidente, incluso aunque sean del mismo partido. Transición hubo de Clinton a Bush. Y de Bush a Obama. Y fueron todas transiciones complicadas: dentro y más todavía fuera, en el vasto e incontrolado mundo.

Una transición presidencial es por definición un momento de debilidad que los adversarios y a veces los amigos y aliados aprovecharán para sacar ventaja. No es un fenómeno americano, sucede en todas partes. Entre Carter y Reagan hubo la crisis de los rehenes americanos en el Teherán de los ayatolás. Entre Clinton y Bush empezó la segunda Intifada y el naufragio del proceso de paz, exactamente lo contrario de lo que pretendía el presidente con los últimos esfuerzos para un acuerdo. Entre Bush y Obama hubo la guerra de Gaza, que terminó en la víspera mismo de la toma de posesión presidencial o Inauguration. Y entre Obama y Romney, de haberse producido una transición, se hubiera abierto de par en par la ventana de oportunidad para el ataque isarelí a Irán.

La reelección de Obama ha sido una derrota de Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí que hizo campaña abiertamente en favor de Romney y que viene levantando la bandera del ataque a Irán con la explicación de que si no se hace ahora ya será demasiado tarde. La bomba iraní es una 'amenaza existencial' para Israel, según su primer ministro, y un detonante muy peligroso de la proliferación nuclear en la zona para la comunidad internacional, con EE UU a la cabeza. Hay coincidencia de intereses, pero divergencia de estrategias: a los halcones israelíes les viene muy bien un ataque en el que se reafirme la autoridad militar de Israel en una zona en plena efervescencia; pero a los gobiernos occidentales, empezando por Washington, temen los efectos descontrolados y desestabilizadores de una iniciativa de este tipo, que podría desembocar en una guerra de Irak II. EE UU puede llegar a estar dispuesto a emprender de nuevo el camino bélico, por su propia naturaleza de superpotencia militar, pero seguro habrá resistencia del resto de sus aliados occidentales. La reelección de Obama, en todo caso, ha aplazado esta dinámica bélica para después de las elecciones israelíes, que se celebrarán a finales de enero de 2013.

La venganza es un plato que se sirve frío, hay que recordar a propósito de las relaciones de Bibi con Obama: el israelí le he hecho todo tipo de jugadas en estos cuatro años en que han coincidido en el poder, a pesar de que el presidente estadounidense ha seguido apoyando a fondo a Israel e incluso a su Gobierno, hasta el punto de tener que tragarse sus exigencias de congelación de los asentamientos en Cisjordania.

Con Obama haciendo las maletas y Romney preparando su presidencia, la tentación del ataque a Irán hubiera sido demasiado grande para Netanyahu como para sustraerse a ella. De un manotazo hubiera abierto una dinámica distinta, a la que el nuevo presidente debería adaptarse sobre la marcha. Ahora, en cambio, Bibi tendrá que entrar otra vez en un difícil forcejeo con Washington, con el temor de que en cualquier momento se abata sobre él la represalia del presidente reelecto.

Aliado electoralmente en una misma coalición con la extrema derecha xenófoba de Avigdor Lieberman, el actual primer ministro israelí prepara la superación de sí mismo con un gobierno todavía más de extrema derecha en el momento en que en la superpotencia amiga y protectora se consolida un gobierno claramente situado a la izquierda.



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9 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mal perder de Karl Rove

El gran Karl es de mal perder. A pesar de su soberbia inteligencia, se empeña en atribuir la derrota de su candidato al huracán Sandy. Aunque no solo: este hombre que se conoce todas las trampas para ganar elecciones, se queja de que la campaña de Obama ha sido fea y negativa. En la noche electoral no se resignaba a reconocer la victoria de Obama cuando la propia Fox ya la anunciaba, e incluso se picó en directo con su cadena favorita.

El gran Karl no sigue el camino de Adlai Stevenson en su discurso de aceptación de la derrota en 1952 ante Dwight Eisenhower: "Cuando venía para acá por la calle, alguien me preguntó cómo me sentía y me acordé de la historia que solía contar un conciudadano nuestro, que era Abraham Lincoln. Le preguntaron lo mismo después de un fracaso electoral. Dijo que se sentía como un chico pequeño que acaba de aplastarse un dedo en la oscuridad. Y que era demasiado viejo para llorar, pero que dolía demasiado como para reír". El malhumor de Karl tiene buenas razones. Su chiringuito ha quedado tocado. Pocos gurús electorales ha recaudado tantos fondos en favor de Romney. Sobre todo para hacer anuncios negativos como los que critica de la campaña de Obama. Habrá muchos contribuyentes multimillonarios que le pedirán explicaciones. Al gran Karl no le faltarán: por ejemplo, que hubiera sido peor sin los sablazos inmisericordes que han sufrido los multimillonarios republicanos. Han pagado la campaña y ahora peligra de nuevo su cartera por los incrementos de impuestos a los más ricos.

El gran Karl es capaz de vender peines a los calvos. Convirtió a George W. Bush, probablemente el peor presidente de la historia, en un portento de liderazgo. El joven Bush le llamaba el arquitecto, el niño prodigio e incluso flor de estercolero. A Rove se debe la estrategia de polarización política que tanto ha favorecido a los republicanos hasta ahora y que muchos han imitado en todo el mundo. Ahora debe desarrollar su talento persuasivo en convencer a sus clientes que no le abandonen a pesar del fracaso que acaba de sufrir entre los electores. (Todo lo que escribe y explica en sus intervenciones televisivas puede consultarse en su web, así como su artículo de valoración de los resultados electorales publicado en el Wakll Street Journal).



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9 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Es la derecha la que está en crisis

Algunos de los males que se atribuyen a la izquierda en Europa, los sufre la derecha en Estados Unidos. De entrada, una lectura equivocada de las demandas del electorado y más específicamente de una sociedad en plena transformación. Luego, una estrategia electoral, precedida por su estrategia de oposición, abiertamente equivocada. Finalmente, una dificultad innata para encontrar a los dirigentes con la personalidad, las ideas y el carácter que les permita obtener la victoria.

Las múltiples elecciones del martes y los escasos márgenes de la victoria de Obama en buen número de estados podrían proporcionar un cuadro engañoso sobre las causas de la derrota republicana. Siempre aparecen las explicaciones circunstanciales, que atribuyen los cambios de fondo a factores superficiales, sobre todo cuando se ha creado la sensación de empate gracias a unos sondeos muy ajustados y ha quedado la impresión de que todo se ha jugado y perdido en bolsillos de votos en cada uno de los estados que iban a decantar la elección.

La socialdemocracia europea también ha seguido en muchas ocasiones la ceguera voluntaria y el negacionismo, que conducen a mantener el statu quo dentro de los partidos y a seguir cavando la fosa de los propios errores. Hay republicanos que han querido buscar esta explicación en los beneficios que ha obtenido Obama del paso del huracán Sandy.

La primera realidad que deberán aceptar los republicanos es el significado de estos resultados electorales. Y estos dicen que el Partido Republicano sale muy mal parado de la elección presidencial de anteayer martes, quizás peor que la socialdemocracia europea como consecuencia de las derrotas electorales celebradas bajo el signo de la crisis. Aunque el margen sea estrecho, se lo ha jugado todo a una sola carta: o ganaba todo o lo perdía todo. Su programa de restauración moral y de minimización del Estado ha quedado descalificado. No habrá reversión de la legislación sobre el aborto tal como estaba previsto, gracias a los cambios en la composición del Tribunal Supremo que cabía esperar de una presidencia de Mitt Romney. No habrá políticas de rigor al estilo de Angela Merkel, sobre todo porque la leve recuperación que ya ha empezado no se hubiera producido sin las políticas de estímulo de Barack Obama. Además, el mapa electoral de los últimos 50 años ha empezado a virar de forma preocupante en favor del Partido Demócrata. Obama ha vuelto a ganar en Virginia y Florida, dos estados de tradición republicana que exhiben ahora una composición demográfica nueva, favorable a los demócratas y que difícilmente volverán a comportarse según la vieja pauta.

No ha colado el mensaje republicano sobre Obama. Nadie cree que se le pueda atribuir la responsabilidad de la crisis. Tampoco la crítica hipócrita a su fracasada política de consenso. Todo el mundo sabe que el objetivo republicano era impedirle que gobernara y repitiera luego cuatro años más. Seguir este camino en los próximos cuatro años puede dejar al partido republicano definitivamente en los márgenes. Todo ello demuestra que la herencia de Bush está todavía viva y nadie se engaña sobre los orígenes del colosal endeudamiento que sufre EEUU: los recortes fiscales a los más ricos y el gasto bélico desenfrenado para librar simultáneamente dos guerras.

El partido republicano derrotado este martes en la carrera presidencial aparece como una fuerza del pasado, a la que han votado los blancos, los hombres, los evangelistas y los mayores de 65 años, y al que se le escapan los jóvenes, los negros, los hispanos, los asiáticos incluso, y las mujeres, sobre todo las jóvenes universitarias. Algunos expertos republicanos atribuyen su fracaso con estos grupos de población a un déficit en el micromanagement electoral, la técnica cada vez más socorrida que consiste en satisfacer demandas concretas de pequeños grupos, territorios e intereses. La crítica tiene sentido, por cuanto los márgenes de la victoria de Obama en cada Estado son suficientemente reducidos como para pensar que una microgestión podía haberle dado el bolsillo de votos que le ha faltado a Romney.

Hay otra explicación más compleja que afecta a la intensa evolución demográfica y étnica que está convirtiendo a EEUU en un país más parecido al mundo emergente, más joven, femenino y multicultural, en el que la sintonía con el futuro y con la globalidad la tienen los demócratas con un presidente como Obama, nacido en Hawai, criado en Indonesia, hijo de keniano y de una blanca de Kansas, y enraizado en la comunidad afroamericana de Chicago.

Esta explicación inquieta profundamente al fundamentalismo republicano, implícitamente identificado con la vieja idea de la decadencia y la desposesión de la civilización cristiana y occidental, o en viejas palabras de los tiempos coloniales, del hombre blanco. La explicación fundamentalista conduce al fatalismo y la marginalidad: todo es un problema de valores, que hay que defender sin concesiones, aunque sea a costa de la derrota, como ahora ha sucedido. Estos radicales criticarán ahora a Romney por su giro centrista del último tramo de la campaña, aunque convencerán a muy pocos respecto a la posibilidad de sacar algún provecho de la cabalgada radical en la que están comprometidos.

La derecha deberá reflexionar sobre sus errores. Cuatro años más de oposición sin cuartel contra Obama terminarán hiriendo a quienes la practiquen. Hay cuestiones en las que la dificultad republicana para el consenso será enorme: los impuestos, por ejemplo. Pero hay otras que son obligadas para un partido con vocación presidencial, necesariamente abocado a una apertura hacia las minorías y más específicamente hacia los hispanos. Este es el caso de la inmigración, que necesita una legislación más abierta y liberal.

A pesar del callejón sin salida en que se han metido los republicanos, tienen una buena cantera de cuarentañeros, especialmente preparados para seguir la cabalgada derechista, pero con suficientes reflejos para corregirla. Ahora tendrán el reto de adaptarse sin que les abandonen las bases electorales a las que han excitado durante los últimos cuatro años. Deberán buscar lo que ahora no tienen: mujeres, jóvenes, hispanos, negros. Pero no les bastará con encontrar palabras para cada uno sino que deberán imitar a Barack Obama en la construcción de un discurso nacional que sirva para incluir a todos.



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8 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La victoria tiene permiso para llegar tarde

A las 11 y cuarto de la noche, 05.15 en la hora española, ha caído la victoria, como cae el gordo de la lotería. Se sabe que saldrá, pero no se sabe cuándo. Nada en la larga noche electoral, que fue decantándose lentamente, hizo presagiar en ningún momento que Obama pudiera caer derrotado. La dilación de su llegada le da más sabor y satisfacción para los vencedores.

La victoria se cuece a fuego lento en la larga noche de los martes electorales: más de cuatro horas han sido precisas, desde las siete cuando han caído los primeros sondeos a pie de urna, hasta que la cadena Fox, una autoridad en la materia por su acreditada responsabilidad en las campañas contra los demócratas, ha reconocido la derrota. Ha sido la victoria de la aritmética sobre la economía. La aritmética tiene que ver con la composición étnica, el voto juvenil, el nivel de la participación y la distribución de los delegados. Entre todas las variables, la que mejor ha activado el voto para Obama, ha sido la pujante población hispana, especialmente sensible a las políticas contra la inmigración del partido republicano y a las promesas en sentido contrario del presidente.

Tan favorables eran las expectativas de las grandes cifras que se llegó a especular con que Obama obtuviera la victoria en delegados y no en cambio en votos populares. Esta hipótesis la ha contado en privado Bill Clinton a algunos de sus interlocutores internacionales, aunque en tal confidencia puede haberle jugado una mala pasada el vanidoso inconsciente del único presidente demócrata de doble mandato desde Roosevelt, ahora igualada por Barack Obama.

La economía, en cambio, pesaba sobre los electores en un país acostumbrado a crecer, crear puestos de trabajo y castigar a los presidentes por las recesiones incluso cuando ya se sale de ellas. El hombre de negocios, los beneficios, la empresa privada son excelentes argumentos populares, más fácilmente creíbles cuando los exhibe un multimillonario. Esta era la principal preocupación del electorado y también para Obama y su estado mayor electoral.

El impacto de este argumentario ha sido insuficiente para decantar a los votantes indecisos en favor de Romney, que finalmente no ha sido capaz de convencer a suficientes electores sobre la bondad de sus fórmulas desreguladoras.



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7 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No es día de elección, sino de descarte

Hoy no es un día de elección sino de rechazo. Ganará quien tenga a menos votantes enfrente. Ninguno de los dos candidatos despierta ilusión. Nada que ver con 2008, cuando la esperanza era el eslogan. Ni el titular ni el aspirante han sido capaces de proponer un programa claro con propuestas efectivas, salvo las ideas genéricas que corresponden a cada partido: Estado mínimo, nada de subidas de impuestos y más gasto militar el republicano, y políticas sociales, impuestos para los más ricos y contención del presupuesto militar el demócrata.

Uno y otro se han hartado, en cambio, de lanzar insinuaciones malévolas y descalificaciones mutuas. Contra Obama por socialista, blando en política exterior y de identidad poco americana. Contra Romney por multimillonario, destructor de puestos de trabajo y voluble en sus posiciones políticas. Nadie ha dicho abiertamente que un afro americano como Obama, un negro, no debe merecer un segundo mandato presidencial. Tampoco que un mormón como Romney, un sectario y un falso cristiano para una buena parte de la opinion religiosa, no debe llegar a la Casa Blanca. Pero muchos lo piensan aunque ya no se atrevan a decirlo. La campaña ha sido negativa y la elección es negativa, todo lo contrario de cómo fueron las cosas en 2008. El balance de los cuatro años de Obama no permite mucho margen. Es excepcional que un presidente sea reelegido cuando cuenta con casi un 8 por ciento de parados y no ha conseguido que la economía de su país vuelva a crecer con brío. Este es el principal argumento de Romney, que reivindica su experiencia empresarial como creador de puestos de trabajo.

Aun así, hay tener en cuenta que Obama se encontró con una economía arruinada, la banca de Wall Street en quiebra y la industria del automóvil a punto de echar el cierre. En su cuatrienio se ha producido el mayor terremoto geopolítico desde la caída del Muro de Berlín y ha quedado certificado el ascenso de las potencias emergentes, en un mundo menos occidental y menos americano. A la hiperpotencia de Bush le ha sucedido la obligada hipopotencia de Obama. Difícil lucir de buen balance cuando todo está en contra.

El candidato republicano tampoco es para tirar cohetes. Fue derrotado en las primarias republicanas en 2008 y en esta ocasión consiguió su nominación tras una larga pugna con el radicalismo del Tea Party, que contaminó a todos los candidatos. Sus cambios de chaqueta ya son proverbiales: ahora quiere aparecer como moderado, después del radicalismo de las primarias y de gobernar en Massachusetts como moderado. Y sobre todo, es un personaje gris y sin fulgor alguno al lado de la personalidad y del atractivo de Obama.

Un presidente desgastado y sin un balance que se imponga por si solo y un pretendiente poco fiable y sin brillo conducen a una campaña negativa y sin ilusión y llena de incógnitas de futuro. Si Obama vence, la principal duda es saber si podrá superar esta vez el bloqueo republicano en el Congreso, previsiblemente en manos de la oposición. Si gana Romney, la incógnita es todavía mayor, porque se sabe poco de sus ideas volubles y evanescentes y mucho, en cambio, de los neocons que merodean de nuevo por sus inmediaciones. Sí se sabe que un presidente republicano no será boicoteado por el Congreso, con independencia del color que tenga; lo contrario de lo que le ha ocurrido a Obama, al que quienes le han boicoteado le acusan de inmobilismo. Obama ha querido ser un presidente de consenso, bipartidista en terminología estadounidense. Pero el consenso es un baile de dos: los republicanos no han querido bailar. Solo quieren consenso cuando son ellos quienes mandan. Todo esto, siendo tan americano, suena tremendamente próximo y actual si lo trasladamos a la política española.



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6 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último mítin

La última campaña y el último mitin. En la víspera electoral y en Iowa. ?Donde todo empezó?, acaba de decir Michelle Obama. En el pequeño estado del Medio Oeste, en Des Moines, el corazón del corazón del país. Donde Barack Obama batió a Hillary Clinton y ya no se dejó descabalgar hasta ganar las nominación.

No habrá más mítines como el de esta noche. No más campañas como protagonista. Tanto si vence como si pierde. Podrá seguir los pasos de Bill Clinton y echar el resto al servicio del partido demócrata cuando lo exijan las circunstancias, pero ya no volverá a mitinear para pedir el voto para sí mismo sino para otros. Primero ha intervenido el boss, Bruce Springsten, con sus baladas y narraciones cantadas, incluyendo la de esta campaña. Después una miteneadora de lujo, que ya demostró sus dotes en la Convención Demócrata en verano, la primera dama Michelle Obama. Y ahora el presidente, con su yes we can, sí podemos, una vez más, la última vez. Con el motivo del cambio que hay que completar y coronar en los cuatro años próximos.

Así es como la campaña toca a su fin, peleando voto a voto en una de las elecciones más disputadas desde el año 2000. Con los temores del año 2000, cuando la disputa por los votos pasó a manos de los abogados y de los jueces, que es lo que sucede cuando los resultados son discutibles y discutidos.



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6 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho de voto

La democracia es un sistema complejo y delicado. Hay que cuidarla y apreciarla. Hay que renovarla y enriquecerla. Y hay que hacerlo una y otra vez, en cada elección y entre elecciones. Cada generación debe comprometerse en la vigilancia sobre su buen funcionamiento. En caso contrario, cualquier accidente puede comprometerla hasta deslegitimar a los gobernantes y debilitar el sistema.

Esto es lo que ocurrió en la elección presidencial del año 2000 en EE UU, decidida por el voto de los magistrados del Supremo y no por el voto de los ciudadanos. Varias circunstancias desgraciadas concurrieron en la accidentada proclamación de George W. Bush como presidente gracias a la sentencia del Tribunal Supremo que detuvo el recuento y revisión de votos en Florida.

Al Gore había ganado a Bush en votos populares por más de medio millón de votos, pero el candidato republicano ganaba en número de delegados (271) si obtenía la victoria en Florida. Un sistema de voto periclitado, mediante la perforación mecánica de las papeletas, había dejado sin derecho de voto a millares de votantes de distritos demócratas en dicho estado, de forma que hubo repetir el recuento, papeleta por papeleta. Cuando el Supremo lo interrumpió, al cabo de 35 días, Al Gore se hallaba ya a 500 papeletas de la victoria en Florida y de la presidencia.

Los efectos políticos de aquella elección fueron devastadores. Al Gore, con su actitud responsable y sacrificada, evitó una crisis de Estado, y los acontecimientos del 11S llevaron a pasar página de aquel lamentable comienzo. Pero como no podía ser de otra forma, la elección de 2000 es un fantasma que pesa desde entonces en todas las presidenciales, y más cuando la carrera parece estar muy cerrada.

Algunos expertos manejan para mañana las peores hipótesis. Por ejemplo, el empate en número de delegados, que dejaría en manos de las dos cámaras la elección del presidente (Congreso) y vicepresidente (Senado), con la eventualidad monstruosa de que unas mayorías distintas dieran la vicepresidencia al candidato del otro ticket electoral. Otra eventualidad sería que Obama ganara en votos electorales y perdiera en votos populares, algo que constituiría una derrota moral y deslegitimaría muy seriamente su segundo mandato presidencial.

El sistema electoral es complejo y lleno de asperezas e imperfecciones, que pueden dar pie a numerosos pleitos. El voto anticipado, especialmente interesante para movilizar a los votantes demócratas de los grandes suburbios, es uno de ellos. La inscripción en las listas y la comprobación de la identidad de los votantes es otra. Los dos partidos tienen ejércitos de abogados ocupados en la pelea legal por la victoria presidencial, especialmente en los swing states (estados indecisos), donde un puñado de votos puede convertirse en decisivos como lo fueron los de Florida en 2000. Esta pelea afecta directamente al derecho de voto. La movilización electoral no consiste únicamente en hacer llegar los mensajes persuasivos a los votantes, sino ante todo en conseguir su inscripción en las listas y su participación electoral. El problema es que también hay asociaciones dedicadas a buscar y denunciar inscripciones sospechosas y en obstaculizar las votaciones anticipadas.

No hay secretos en esta dinámica: los demócratas son los más interesados en llevar la gente a votar y los republicanos en denunciar supuestos fraudes masivos en los barrios más pobres y desmovilizados. En la democracia más admirable hay que luchar cada día por el derecho de voto, un derecho que solo se aprecia de verdad cuando no se tiene.



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5 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Como en un concierto de rock

No tengo la menor idea de quién va a ganar el martes la elección presidencial. Encuestas y apuestas juegan en favor de Obama. Pero las cifras son todas muy ajustadas, de forma que al final puede jugarse en un bolsillo de votos en uno de los estados considerados indecisos (swing states). No tengo ninguna duda, sin embargo, si juzgo a partir del instrumento más impreciso y subjetivo, que es el de mi percepción directa de la imagen y la actuación de los candidatos en los mítines a los que he podido asistir estos días.

Asistí a dos mítines de Mitt Romney, ambos perfectamente representativos de la clientela electoral que acude a los llamamientos del Partido Republicano, racialmente muy homogénea. A los escasos afro americanos e hispanos que acuden se les ve en el escenario detrás del candidato. Lo mismo sucede con los candidatos del distrito al senado y al Congreso, así como los cuadros locales, todos pertenecientes a una mayoría blanca que se encoge y se disuelve en el melting pot coloreado y pronto será una minoría más. La imagen de Mitt Romney, su oratoria y gesticulación, todo pertenece a este mundo, que tuvo sus tiempos de mayor fulgor y gloria en los años 50 y 60, los tiempos en que se sitúa la serie Mad Men. Pronuncia bien sus discursos, al igual como sabe debatir con eficacia e inteligencia, como saben hacerlo centenares de miles de estadounidenses educados desde niños en el arte de liderar, de mandar y hacerse obedecer, de convencer y persuadir; todos quieren ser presidentes cuando sean mayores.

Con la política americana sucede como con la música. La calidad de sus músicos, su número, su talento, son infinitos. Pero solo unos pocos llegan y consiguen llevarse al público entero. Romney es un excelente orador político, pero del excelente montón de excelentes oradores políticos que pueblan las cámaras parlamentarias, la federal y la de los Estados, los gobiernos y, por supuesto, los tribunales, lugar de una especial oratoria y una especial persuasión no estrictamente política pero políticamente muy importante; sin contar, claro está, con el enorme talento oratorio que encontramos en los medios.

Barack Obama, en cambio, es una estrella del rock. Le vi anoche, casi de madrugada en un inmenso anfiteatro de Manasas, Virginia, al lado de otra estrella del rock llamada Bill Clinton. Un negro y un blanco, dos estrellas del rock únicas, que levantaron a un público radicalmente distinto al que había visto en los mítines de Romney: hispanos, negros, asiáticos, muchos jóvenes, muchas familias de todo tipo.

La bandera es la misma y luce de forma espectacular como fondo del escenario en los mítines de ambos partidos. También es el mismo el patriotismo que se exhibe en los mítines. Incluso la música no difiere en exceso, más country la republicana, más rock la demócrata. Es el público, en buena correspondencia con los candidatos, el que difiere y refleja el ideal de sociedad que cada candidato tiene en su mente.

Romney es el candidato que más se parece a como eran los Estados Unidos hasta ahora, mientras que Barack Obama es quien más se parece a cómo han empezado a ser y serán en el futuro y a cómo es ya el mundo global. Nada significa todo esto respecto a los resultados electorales. Si es una elección tan cerrada, con los dos candidatos codo a codo, es porque en el conjunto del país hay todavía muchas dudas y resistencias sobre el camino que debe tomar.



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4 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos elecciones

Los ciudadanos de Estados Unidos eligen el próximo martes a los 270 miembros del colegio electoral del que saldrá su presidente para los próximos cuatro años. Apenas 48 horas después, los 2270 delegados del 18 congreso del Partido Comunista de China elegirán a un Comité Central de unos 350 miembros, que a su vez elegirá a los 25 del politburó y a los siete del comité permanente, entre los que destacan dos personajes, el que ocupará la secretaría general del PCCh, la presidencia de la República y la del Comité Militar y el que será el primer ministro.

La elección presidencial americana el 6 de noviembre culmina un largo proceso, iniciado casi dos años antes, que incluye la presentación de los candidatos a las primarias de cada partido, la elección de delegados para los congresos republicano y demócrata, la nominación del candidato al final del verano y finalmente la campaña presidencial que ahora toca a su fin. El mismo día de la trascendental elección presidencial se eligen también un tercio de los senadores, el entero Congreso, así como las cámaras de los Estados, gobernadores y altos cargos de los estados, fiscales y presidentes de consejos escolares de distrito, y hay incluso consultas populares. La elección china también es fruto de un largo y complejo proceso que se diferencia de la estadounidense en dos cosas: su opacidad y la restricción de la participación electoral a los miembros del Partido Comunista, 80 millones de militantes sobre una población de 1.300 millones. En el momento en que el Congreso se reúne todo el pescado está vendido, es decir, todos saben quienes serán el número uno y dos del partido y del Estado. Mientras que en EE UU sucede exactamente lo contrario, la incertidumbre suele durar hasta el último minuto.

También hay semejanzas profundas, invisibles a simple vista, entre estas dos elecciones decisivas para las dos primeras economías del planeta y por tanto para todo el mundo. Los dos partidos que compiten en EE UU tienen una correspondencia en el partido único chino en formas de dos tendencias: de un lado una corriente que favorece a los negocios privados, la liberalización del mercado y las inversiones extranjeras, y de la otra los partidarios del Estado de bienestar, la inversión pública y la limitación de emisiones a la atmósfera. Pero en vez de concurrir libremente a unas elecciones están obligados a consensuar sus posiciones y a coaligarse, algo que hace todavía más difícil la comprensión de la correlación de fuerzas desde el exterior del sistema.

Hay más multimillonarios en la elite política china que en las instituciones representativas de la América capitalista: elitistas y populistas comunistas, todos quieren hacerse ricos por igual. Y hay muchos multimillonarios americanos que envidian el sistema chino por la eficacia con que se toman decisiones con métodos tan oscurantistas.



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4 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La niebla de las urnas

Cuanto más se acerca la fecha, más espesa es la niebla. Los sondeos siguen dando un empate técnico, aunque la aritmética electoral juegue, al menos teóricamente, en favor de Obama. Los últimos datos del paro este viernes son ambivalentes a efectos del enfrentamiento electoral: 171.000 empleos nuevos en octubre, todos en la empresa privada, aunque el índice de paro sube del 7'8 al 7'9 por el aumento de los demandantes de empleo, lo que da ya 29 meses seguidos de creación de puestos de trabajo.

Uno de los más prestigiosos economistas de Princeton, Alan Blinder, lo ha sintetizado en un artículo en el WSJ, pocas horas antes de que se conocieran las últimas cifras del paro, en el que señala que el estado de la economía de EE UU todavía no es saludable, aunque esté mejorando a ojos vista. Lo primero favorece a Romney y lo segundo a Obama. La creación de empleo es uno de los temas de campaña más entonados en todos los mítines: Romney promete crear 12 millones en su presidencia. Y se supone que está muy bien habilitado para sostener la promesa como multimillonario y hombre de negocios, aunque tiene el inconveniente de que su nivel de excelencia es precisamente como directivo de empresas dedicadas al desguace de empresas industriales y la liquidación de sus correspondientes puestos de trabajo: el destructor de empleo promete crear empleo.

Tienen más resonancia otros temas que colocan el foco sobre el rival, en vez atraer las críticas sobre sí. Los republicanos han elegido dos flancos débiles de Obama para golpear en las últimas horas de la campaña. Lo hacen a través de sus aparatos mediáticos, con la cadena Fox News a la cabeza, es decir, con toda la fuerza negativa de los oscuros ejércitos de Murdoch. Dejan, en cambio, que su candidato se dedique a cultivar la imagen presidencial tan difícilmente conquistada en los tres debates televisivos con Obama.

El primer flanco débil tiene por nombre Bengasi, la ciudad donde murió el embajador Chris Stevens y tres funcionarios estadounidenses más en manos de un grupo armado. El objetivo es demostrar, primero, que Obama ha fracasado en su lucha contra Al Qaeda, a pesar incluso de su directo protagonismo en la decisión de matar a Bin Laden. Segundo, que ha descuidado gravemente la seguridad de sus diplomáticos. Tercero, que ha ocultado o incluso mentido con las primeras versiones de los hechos en las que se aseguraba que era consecuencia de los disturbios provocados por el video infamante sobre Mahoma.

El nombre de George W. Bush, cuya sombra se proyecta sobre la derrota republicana de John McCain ante Obama en 2008, se asocia subrepticiamente a este episodio y al momento de la campaña. La versión republicana es que Bush supo hacer frente al 11S y libró a Estados Unidos de ataques terroristas durante su presidencia. Pero además tuvo que sufrir el calvario del Katrina, por el que los republicanos recibieron un duro castigo en las elecciones de mitad de mandato de 2006, además de las presidenciales de 2008.

Pues bien, ahí está el Katrina de Obama. Se llama Sandy y ha dejado las costas de New Jersey y de Nueva York llenas de desolación e incluso muerte, aunque en proporciones infinitamente inferiores al huracán de 2005. El gobernador del primer Estado, el orondo Chris Christie, un republicano populachero que podría participar en un casting para los Soprano, ha agradecido a Obama su implicación personal en la asistencia de los damnificados y ha dado imágenes televisivas que han llenado de amargura a la campaña de Romney. Más lejos ha ido Michael Bloomberg, el alcalde Nueva York, que ha dado su apoyo electoral a Obama, y por este solo hecho se ha convertido en blanco de críticas intensificadas por su actuación ante el huracán y su pretensión inicial de mantener la maratón de Manhattan. No es extraña la reacción airada de la Fox y sus redoblados ataques contra el presidente demócrata. A partir del doble estigma de su 11S y de su Katrina, los comentaristas de la cadena de Murdoch anuncian una derrota apabullante de Obama con un aplomo que no se corresponde con las encuestas ni con lo que dicen las otras cadenas de televisión y la mayorías de los periódicos. Ponen en práctica una voluntarista teoría, que considera posible crear artificialmente una atmósfera de victoria con la esperanza de que las profecías terminen produciendo efectos e induciendo a su cumplimiento. Esta teoría tiene una ventaja: cuando se comprueba que no sirve, una vez se ha levantado la niebla de las urnas, ya nadie se acuerda de discutirlas ni desmentirla porque hay cosas más importantes que hacer.



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3 de noviembre de 2012
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El Boomeran(g)
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