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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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Blake, Carroll, Beckett

Es sabido que la figura de William Blake tardó bastante en ser canonizada por lo que tenía de desconcertante e insólita. Los críticos no sabían si considerarlo un místico o un visionario (teniendo el cuenta que no son lo mismo, pues el místico busca la abstracción absoluta de Dios y el visionario busca la figuración de Dios: su imagen). Tampoco sabían como encasillar sus libros, a menudo inseparables de sus magníficas ilustraciones. Su figura empezó a ser domesticada a partir del atributo de visionario, lo que dejó al margen sus textos satíricos y mordaces, que desfiguraban la imagen del poeta y hacían difícil su ubicación.

Una isla de la Luna, traducida y prologada por Castanedo, fue considerada durante mucho tiempo una estupidez. ¿Lo es? No si se tiene en cuenta que se anticipa a Carroll y a Beckett y que bebe de las fuentes más desconcertantes de Tristán Sandy.

Lo mejor para opinar sobre el libro es leerlo en esta magnífica traducción, además convendría recordar lo que en su momento dijo el crítico canadiense Northrop Frey, al que frecuenté sobre todo el mi juventud, cuando buscaba ayuda para entender cabalmente a Eliot. Frey llega a decir que se trata de un texto donde se mezclan “poemas claramente satíricos con otros de una seriedad y un candor estremecedores”. Algo similar, indica Castanedo, a lo que Blake buscaría poco después al contraponer las canciones de inocencia y las de experiencia. El mismo Frey aseguraría en algún momento lo siguiente. “Si es cierto el aforismo de Blake de que la exuberancia es belleza, entonces Una isla en la luna es una obra de arte extremadamente hermosa”.

 

Dicho lo cual quisiera expresar la impresión general que me invadió tras la lectura de Una isla en la luna. Ante todo es un libro enormemente divertido y a la vez absurdo, entendiendo por absurdo no exactamente la ausencia de sentido si no la multiplicación imparable de sentidos que se contraponen, se potencian, se anulan, se sublevan, se tuercen, se retuercen, descienden y se elevan; por eso recuerda tanto algunos momentos de Alicia en el País de las Maravillas y algunos diálogos teatrales de Becket. Obviamente, en el caso de Blake y sucesores nos hallamos en las antípodas de algunas escuelas desesperadas y desesperantes de ahora, que han abandonado la invención en el lenguaje y la invención sin más.

Admirable el trabajo que ha hecho Castanedo con esta obrita tan extraña como inclasificable. Algo muy de agradecer en nuestros días donde todo parece tan clasificado y tan previsible. Tiene además momentos de verdadera comicidad y es de una modernidad incuestionable.

 

Este opúsculo lúdico y jocoso forma ahora mismo parte de una cadena que va desde Sterne a Beckett, pasando por Joyce y Döblin, en la que la argumentación no está reñida con la festividad corrosiva de las palabras.

 

 

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14 de marzo de 2015
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Economía (sentido original)

El economista belga Bruno Colmant invita a pensar cuando dice que la economía se ha separado de los demás hemisferios de la sociedad, y en consecuencia se ha separado de la realidad.

 

Las palabras de Colmant me trajeron a la memoria algunas ideas de Lévi-Strauss. En las sociedades que él estudió, anteriores a la escritura, la economía estaba íntimamente conectada con la mitología y con las leyes de parentesco, hasta el punto de que eran ámbitos que no podían separarse pues formaban entre todos un único universo material y espiritual. La economía, entendida como administración de la tribu, el clan y la familia, era una de las formas sustantivas de la realidad, inseparable de todos los demás elementos que constituyen el tejido social.

Curiosamente, “economía” quería decir en su origen “administración de la casa”. Más claro agua. Para los griegos y los romanos, “economía” venía a decir casi lo mismo que para los pueblos amazónicos que estudió Lévi-Strauss.

¿Dónde ha quedado esa idea de la economía, totalmente imbricada en la realidad y hasta sosteniéndola? ¿Dónde ha quedado esa economía real y esa economía de lo real? Diríase que ninguna palabra se ha alejado tanto de su propio origen como la palabra “economía”, y por lo tanto ninguna palabra se ha perdido tanto a sí misma.

Pero veamos, ¿realmente se ha separado tanto el concepto “economía” de su origen doméstico? En las familias de la clase media y la clase obrera no, en ellas la palabra “economía” sigue fiel a su sentido primordial, el que hace referencia a la buena “administración de la casa”, lo que implica llevar, sobre todo en estos tiempos, “una vida económica”, en el sentido antiguo del término. Dicho en otras palabras: una vida austera, digna y cabal. El concepto “economía” recobrando su sentido original.

Frente a esa economía de lo real y de la supervivencia, se proyecta una economía imaginaria dibujada por las finanzas y la especulación. Lo curioso es que la economía imaginaria determina completamente la economía real. No es nada extraordinario: los sueños de la imaginación producen monstruos mucho más peligrosos y despóticos que los de la razón. Platón veía en los sueños de la imaginación una fuente permanente de desdicha. Y ahora la economía es imaginación, a veces galopante, a veces no. (También la administración doméstica requiere imaginación, pero se trata de una imaginación conectada con la más pura realidad cotidiana).

Nos gobierna la irrealidad y se ve cada vez más necesario un nuevo siglo de las luces, una nueva era de la razón, que despoje a la economía de toda su irracionalidad y de todos sus vínculos con la magia y el delirio interpretativo. No deseo lo imposible, se dice que el mejor pensamiento emerge cuanto todo está pudriéndose y que la lechuza de Minerva alza su vuelo al atardecer.         

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3 de marzo de 2015
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Doctor Canavero

El neurocirujano italiano Sergio Canavero anuncia que va a llevar a cabo un trasplante de cuerpo: lo que en realidad solemos llamar “trasplante de cerebro”. Cuando publiqué mi novela Doctor Zibelius y les decía a los periodistas que el “trasplante de cerebro” estaba al caer, me miraban con escepticismo y me tachaban de fantasioso. Mi mismo editor calificó la novela de fantasía científica. Nunca estuve de acuerdo con esa calificación, en parte porque conocía los trasplantes de cabeza con perros que se habían llevado a cabo en la Unión Soviética y con monos en Estados Unidos.

También conocía los proyectos y ambiciones del doctor Canavero, que lleva varios años enfrentándose a la comunidad científica y asegurando que “la operación es factible con los avances que ya existen ahora mismo y que no es necesario esperar más”. Le doy la razón, pues desde que me enteré de los experimentos soviéticos en los años cincuenta, y que parcialmente fueron un éxito, no me caben demasiadas dudas. Tampoco me caben dudas del escándalo que se va a armar cuando se lleve a cabo el experimento, porque en realidad se trata de un traslado de alma: de una emigración de la psique de un cuerpo a otro, y las religiones no están preparadas para semejante evento.

A menudo las novelas hablan más del futuro que del presente, más del deseo que de la realidad, más de lo que viene que de lo que queda atrás, incluso en narraciones que no tienen nada que ver con la ciencia-ficción, o que solo la tocan ligeramente. Pondré algunos ejemplos: Stevenson anticipó el concepto de inconsciente (y del otro que vive en mí) en su novela el Doctor Jekyll y el señor Hyde. Otro ejemplo menos evidente: cuando Camus escribió El extranjero, ese narrador indolente, insolidario y algo imbécil era más bien raro, ahora hay millones y millones de sujetos como él. ¿Anticipación científica? No, mera intuición para ver en el presente los signos del futuro. Por lo demás, no me quiero comparar con tales maestros, solo me limito a indicar la virtudes mánticas que suelen tener muchas novelas, hasta las que no lo parecen.

El doctor Canavero piensa que será una operación precedida de todo un trabajo psicológico consistente en lograr la identificación del cuerpo trasplantado con el nuevo cerebro, o del cerebro trasplantado con el nuevo cuerpo, pues Canavero cree, con razón, que el rechazo psicológico puede ser más grave que el físico, como ya se ha demostrado en trasplantes de manos. Yo también lo creo.

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1 de marzo de 2015
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Exotismo radical

Visité un colegio suburbano y hablé con adolescentes que no conocían a ningún escritor español.

Me fascinó su ignorancia, en cierto modo edénica. No conocer a ningún escritor español me parecía más difícil que conocer a uno o dos, me parecía casi imposible.

Su pureza era tan definitiva, tan admirable, que ni siquiera conocían a Cervantes.

Si la cultura española es, entre otras cosas, un conjunto de saberes entre los que se incluye su literatura, aquellos alegres muchachos no pertenecían a la cultura española, no pertenecían a ninguna cultura.

 

Eran los buenos salvajes tan buscados por la antropología, y me bastó intercambiar alguna palabras con ellos para saber que su lenguaje era el del Paraíso: simple, elemental, tosco, inmediato.

 

Me maravilló comprobar que no conocían las metáforas, y que a menudo hablaban con gestos más que con palabras.

Ya no es necesario ir demasiado lejos para experimentar el exotismo más radical, me dije a mí mismo cuando regresaba a mi casa.

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24 de febrero de 2015
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Crepúsculo de las ciudades

         Los historiadores piensan que hubo un crepúsculo de las ciudades en la antigüedad. Se inició antes de que empezasen las invasiones bárbaras, mucho antes, hacia el siglo I antes de Jesucristo. Muchas ciudades fueron desapareciendo, como por ejemplo Petra, y las que no desaparecieron, decayeron como Atenas, Alejandría y las ciudades más emblemáticas de Oriente Medio: su mejor ejemplo sería Jerusalén, que ardió ante las tropas de Tito en el año 70 después de Jesucristo.

 

Al parecer fue un movimiento regresivo y general, que en Europa dio como resultado una cultura feudal. Habría que esperar a la Baja Edad Media y al Renacimiento para que las ciudades volviesen a emerger en todo su esplendor y volviera a predominar una cultura fundamentalmente urbana.

 

Ahora estaría ocurriendo algo parecido a lo que ocurrió en la antigüedad. Las ciudades estarían desapareciendo como entidades y hasta como almas por hipertrofia más que por atrofia, por extensión más que por reducción.

 

Quizá en los tiempos de Fitzgerald, Nueva York tenía límites precisos con el campo, como se sugiere en un momento de la novela El gran Gatsby, pero ¿hoy los tiene? Lo mismo se podría decir de otras muchas ciudades: el tapiz urbano no desaparece nunca, y un tejido empalma con otro, y así hasta dar la vuelta a toda la Tierra. En esa urbanización total y planetaria, los núcleos más o menos definidos que antes llamábamos ciudades si disuelven en el tejido general y en cierto modo desaparecen.

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9 de febrero de 2015
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Novela múltiple, novela única.¿Por qué vendemos como novedades procedimientos que ya usaron los griegos y los romanos?

He aquí un libro emocionante y ágil, que todo interesado por el alma y la estructura de la novela puede leer con placer.

Trata de lo que el autor llama la novela múltiple, que también podría ser la novela-collage, que también podría ser la novela molecular y discontinua. Trata ese tema y a la vez lo busca, lo persigue como una cazador persigue su presa. El libro en sí es también un libro múltiple, saturado de citas que ilustran lo que quiere decir de mil variadas maneras.

Como todos los libros de estas características, quiere ser profético, pero ya se sabe que las profecías se formulan para que no se cumplan, aunque normalmente los profetas lo ignoren, pues creen demasiado en sí mismos y en sus palabras. Los profetas son los absolutistas de la palabra y los más lamentables funcionarios del Absoluto.

Adam Thirlwell compensa esa actitud recurriendo a la velocidad y al humor. Dos armas de nuestra época.

Asegura que la novela futura será un objeto múltiple en el que tendrá cabida todo: basura, caos, kitsch, collage... Una novela llena de objetos móviles. Pero, ¿acaso no es eso el Satiricón de Petronio, escrito hace unos dos mil años? Y muchas novelas del presente, ¿no son también eso?

Si pensamos que el presente es ya el embrión de futuro, como lector asiduo de toda clase de novelas creo tener cierta autoridad para decir que la novela actual sigue como mínimo dos caminos, que se harán aún más relevantes en el futuro. La novela múltiple que Thirlwell postula (y que sin ánimo de insultar yo llamaría balzaquiana), de la que sería un buen ejemplo Rayuela, y la novela minimalista y esencialista, que se nutre de una sola idea densa, homogénea y muy resistente a las modas y el olvido, que puede llegar a descomponerte por dentro en virtud de su unidad y densidad casi atómicas, y de la que encontramos grandes materializaciones en la historia: La metamorfosis sería un buen ejemplo de ello. Otros buenos ejemplos serían El túnel y El extranjero.

Ni una ni otra son invenciones modernas. ¡A ver si pensamos un poco y dejamos de vender como novedades procedimientos que ya fueron utilizados por los griegos y los romanos! Muchos autores han practicado las dos procedimientos de los que hablo con mayor o menor solvencia, por ejemplo Cervantes, con novelas múltiples como Don Quijote, y novelas esencialistas y “minimalistas” como las Novelas ejemplares. Lo mismo podríamos decir de Cortázar, de Nabocov, de Foster Wallace y hasta del mismo Balzac con novelas cortas tan fundamentales como Obra maestra desconocida. Autores que a veces abogan por la multiplicidad y otras veces por la esencialidad minimalista, porque todo cabe en sus almas abiertas y magníficas. A la primera opción la podríamos llamar la novela múltiple como quiere Thirlwell, a la segunda la podríamos llamar la novela única. En la actualidad un buen representante de la primera opción sería Fernández Mallo; respecto a la segunda me quedaría con el ya fallecido Julien Gracq y con Pierre Michon.

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10 de enero de 2015
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¿Por qué siempre olvidamos lo más evidente?

El terror islamista se está extendiendo en contra de lo que predecían los que ni piensan ni quieren dejar pensar. La razón es de una evidencia palmaria y nadie con dos dedos de frente lo puede negar: la guerra de Iraq, que se inicio recurriendo a un casus belli grotesco, pues pocos ignoraban que lo de las armas de destrucción masiva era una farsa. El noventa por ciento del pueblo español se opuso tajantemente a esa guerra. ¿Por qué? Porque sabíamos lo que iba a pasar y no nos equivocamos ni siquiera un poco, lo que evidencia que no somos tan tontos. Sí, todos sabíamos que esa guerra iba a acentuar bestialmente el terrorismo, aunque ni ahora ni antes se hable con claridad de ello.

 

Consecuencias de la guerra de Iraq: según los últimos estudios el conflicto de Iraq ha causado ya más de un millón de muertos, si se incluye la violencia sectaria, y ha sido la gran escuela de yihadistas: se lo pusimos extremadamente fácil a los violentos. 

 

Lo que se hizo en Iraq clama al cielo. ¿Nos hubiese gustado a los españoles que en plena dictadura franquista las potencias internacionales se empeñasen en librarnos del dictador bombardeando Madrid y entrando a saco en nuestro país provocando la muerte de miles y miles de civiles inocentes? Resulta bastante obvio que el Estado Islámico es una consecuencia directa de esa guerra y del caos que generó desde el principio.

 

La guerra de Iraq ha sido el error más descomunal del los últimos tiempos: extendió el terror a niveles poco menos que impensables y abrió un boquete para la intolerancia y la locura que va a ser extremadamente difícil cerrar.  

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8 de enero de 2015
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El síndrome del elegido

          En la miniserie televisiva The World Wars se dice que el soldado británico Henry Tandey pudo haber matado a Hitler en la Primera Guerra Mundial. Según la serie, y según le contó el propio Hitler a Chamberlain, el soldado Tandey apunto con su rifle a un Hitler desarmado, que hacía de correo entre las trincheras, pero finalmente Tandey decidió salvarle la vida y lo dejó escapar.

 

Supongamos que este hecho, que Jacinto Antón considera inverosímil, fuese cierto. Para Hitler, que creía fervorosamente sus propias mentiras, lo era. ¿Qué suelen pensar los paranoicos como Hitler de asuntos así? Suelen pensar en la Providencia más que en la bondad humana. Fue la Providencia la que decretó que Hitler no tenía que morir, y fue la Providencia la que paralizó los dedos de Henry Tandey para que no apretara el gatillo.

 

Es evidente que la idea misma de un Dios providencial refuerza cierta tendencia humana a la paranoia, hija de las pasiones narcisistas del yo. Todas las narraciones de estas características son cantos descomunales al yo más que a Dios o al otro, cantos que podrían expresarse así:

Dios me ha elegido, por encima de los demás,

por encima de los demonios y los ángeles,

Dios me ha elegido.

Por eso detuvo el dedo de Tandey

por eso me libró del gas sofocante y las balas del enemigo.

Dios me ha elegido para empresas aún más grandes

que la muerte gloriosa

en los campos de Marte.

A partir de ahora

estoy blindado ante toda forma de desastre.

Soy el invulnerable

y no me puedo equivocar.

Dios estuvo y estará siempre de mi parte.

El destino de los pueblos está a menudo vinculado a sujetos así, por eso la historia más que una sucesión de hechos razonables y explicables es el flujo incesante y galopante del pensamiento mágico vinculado a la paranoia.

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5 de enero de 2015
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Caza mayor

Como todo en nuestra vida tiende a ser una metáfora que enmascara lo esencial, cabe preguntarse qué está enmascarando el hecho de cazar grandes animales.

Empecemos por lo más elemental: enmascara la evidencia misma de acabar con una vida poderosa, para fotografiarse junto al cadáver e indicar un poder: el poder de matar.

Si soy capaz de acabar con un rinoceronte, ¿de qué no seré capaz? Y la prueba está ahí, en la fotografía que exhibo junto al mueble bar del salón de mi casa.

Simbólicamente hablando, la caza mayor pretende sugerir el espíritu aristocrático primordial: la sangre derramada del otro me ennoblece y eleva mi excelencia.

La sangre derramada del otro, sí, pero ¿de qué otro? ¿La guerra sería la forma más real de cacería?

Hemingway contestó a esas preguntas cuando dijo: “Sin duda no hay emoción que pueda compararse a la caza de hombres. Aquellos que han cazado hombres armados durante el tiempo suficiente y les ha gustado, ya nunca llegan a interesarse por nada más.”

En la foto vemos a Hemingway tras cazar un búfalo de El Cabo: un animal que en épocas recientes ha despertado la curiosidad de los científicos por su sorprendente comportamiento, a menudo muy próximo al nuestro.

Cien años de enemistad con los cazadores blancos han provocado en los búfalos africanos modificaciones evolutivas y han pasado de ser víctimas a comportarse no pocas veces como depredadores.

Saben que tras un hombre blanco siempre hay dolor y muerte, y han desarrollado muy sutiles e inteligentes estrategias de venganza. Si un determinado cazador les ha herido, huyen de momento pero recuerdan con precisión su cara y al día siguiente buscan al agresor. Si lo encuentran no dudan en ocuparse de él, como haría cualquier hombre más o menos parecido a Edmond Dantés. Con ellos es mejor no errar el tiro: han leído El conde de Montecristo.

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24 de diciembre de 2014
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La caverna digital o la profecía de Platón

La caverna de Platón es un cine primitivo, con un foco y una pantalla donde se proyectan las imágenes. Con toda evidencia el cine fue la primera caverna de Platón en estado puro, y como les ocurría a los habitantes inmovilizados de la caverna, los espectadores del cinematógrafo están también presos en sus butacas, y mientras dura la proyección tienden a creer que lo que ven es real. Cuentan que los espectadores de una de las primeras películas de los hermanos Lumière (la de la locomotora) salieron corriendo de la sala porque no podían soportar tanto realismo.

Pero la verdadera caverna de Platón de ahora es Internet, ya que es mucho más totalitaria, envolvente y narcótica que el cine, y exige más continuidad y dedicación. Hay gente que se pasa casi todo el día ante la pantalla del ordenador, viviendo en una dimensión virtual, que confunden continuamente con la realidad. Muchos niños de ahora tienen dificultades para diferenciar lo virtual de lo real.

Habrá que pensar que Platón era un profeta. Nunca como ahora habíamos vivido tan sumergidos en su caverna. Nunca como ahora habíamos consumido tantas ficciones: de hecho ya todo parece una ficción de la que nadie nos va a sacar, y no deja de ser paradójico que a los pocos que aún están fuera de ella se les considera fuera de la realidad, cuando en honor a la verdad son los únicos que están fuera de la ficción.

No niego que la red está vinculada a la realidad: ahora mismo la gobierna y la determina, y tampoco niego que siempre hemos estado gobernados por ficciones. Platón lo sabía mejor que nadie, y con su mito pretendía que por lo menos supiésemos diferenciar los objetos reales de las sombras proyectadas en la pared de una gruta.

Una gruta no muy diferente a la cueva en la que muchos ciudadanos de ahora van a pasar y pasan la mayor parte de su existencia, creyendo que se relacionan con otros cuando en realidad solo se relacionan con espectros.

Salvo cuando estoy escribiendo, rara vez consigo pasar más de una hora ante el ordenador, en cambio puedo pasar más de dos horas mirando un gato, un árbol, o las nubes que pasan por el cielo. ¿Ellas también son una ficción? No me atrevería a decir que no. Es posible que ya todos vivamos dentro de un ordenador y que nuestras vidas sean meras imágenes en movimiento.

Matrix fue una de las últimas versiones del mito de la caverna de Platón, (1999); otra, muy diferente, fue La caverna de Saramago (2000). Algunos años antes, escribí una novela corta titulada El apocalipsis según Jonás (que salió por entregas en el periódico El Mundo), donde una sociedad secreta promete a sus miembros una inmortalidad ficticia, vinculando sus cuerpos en estado de hibernación a un ordenador central que les hace creer que están en el Paraíso.

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13 de diciembre de 2014
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