Jesús Ferrero
Visité un colegio suburbano y hablé con adolescentes que no conocían a ningún escritor español.
Me fascinó su ignorancia, en cierto modo edénica. No conocer a ningún escritor español me parecía más difícil que conocer a uno o dos, me parecía casi imposible.
Su pureza era tan definitiva, tan admirable, que ni siquiera conocían a Cervantes.
Si la cultura española es, entre otras cosas, un conjunto de saberes entre los que se incluye su literatura, aquellos alegres muchachos no pertenecían a la cultura española, no pertenecían a ninguna cultura.
Eran los buenos salvajes tan buscados por la antropología, y me bastó intercambiar alguna palabras con ellos para saber que su lenguaje era el del Paraíso: simple, elemental, tosco, inmediato.
Me maravilló comprobar que no conocían las metáforas, y que a menudo hablaban con gestos más que con palabras.
Ya no es necesario ir demasiado lejos para experimentar el exotismo más radical, me dije a mí mismo cuando regresaba a mi casa.