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Situación crítica

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Cuando una cultura decreta la muerte de la inteligencia (Imitando a Kierkegaard)

Si en el hecho de escribir ya no hubiera la más mínima conciencia de eternidad, ni contaran la verdad, la grandeza, el riesgo, la generosidad, la angustia, la revelación, la iluminación... Si todo en la escritura se redujera a un remolino de oscuras y burdas pasiones... Si bajo los textos ya no existiera más que un vacío sin fondo, una absoluta falta de imaginación y un incesante oportunismo (en los temas, en los títulos, en las ideas, en los fundamentos, en la forma y el contenido...) ¿Qué sería entonces de nosotros?

Si de pronto el mundo hubiera decidido entronizar únicamente la mediocridad. Si de pronto esa fuera la gran decisión...

Si en beneficio de las coyunturas, la debilidad, la impiedad y la necedad se estuviera cortando el verdadero puente conformado por la literatura, si eso ocurriera, estoy absolutamente convencido de que estaríamos rompiendo algo cuya quiebra nos dejaría indefensos ante lo peor. Sería ahogar el susurro que se desliza por debajo de las generaciones, sería arrojar vitriolo sobre lo que subyace a la conciencia misma de la especie, sería proclamar el desmoronamiento del criterio y un infierno sin ideas, y supondría una decidida apuesta por la muerte de la inteligencia. 

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13 de marzo de 2017
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La política de la melancolía

Al no ser posible separar la vida de las estructuras que la controlan, la gestionan y a menudo la aniquilan, hay en toda enfermedad una respuesta tan corpórea como espiritual a un mundo que aborrecemos.

Muchas veces la enfermedad es la encarnación de ese asco incontrolable, que mina los fundamentos de nuestra personalidad y la separa de un mundo que el sujeto percibe como infernal.

La enfermedad es un ataque pasivo a un mundo frío y brutal: es la política de la negación, que halla su punto más grave y definitivo en la depresión, una de las dolencias más extendidas y letales de nuestra época, y que promete crecer en años venideros, pues llevamos un buen tiempo construyendo el universo más propicio para el cultivo de enfermedades psíquicas graves.

No hay enfermedad que se oponga más a los abusos de poder que la depresión, pues al mostrar el efecto de esos abusos en su propio ser, el deprimido se convierte en un ejemplo aterido de lo que puede generar la brutalidad de la vida tal como la hemos construido.

Como diría Sartre en sus reflexiones sobre la melancolía, el deprimido se tumba para no oponer ninguna resistencia a la mortecina inmensidad del mundo. Visión certera a la que cabe añadir que en ese no oponer resistencia, para no sufrir todavía más, el deprimido muestra su estrategia: no quiere saber nada de cuanto le rodea. Para el deprimido el mundo es un aberrante conglomerado metálico, ante el que expone y opone su enorme fragilidad, su enorme humanidad, su enorme desdicha.

Hay otras formas más conocidas y aberrantes de ver la enfermedad, que no hacen más que acrecentar la confusión porque olvidan que el hombre es un animal social, y culpan al enfermo de sus pensamientos negativos, de su empeño en alimentarlos, y hasta de las herencias familiares, dejando en las sombras las causas sociales, políticas y económicas. La depresión es una enfermedad social, y es también una desconcertante y angustiosa política: la viaja y muy conocida política de la melancolía que con tanta claridad y tanta elevación lírica mostraron los trágicos griegos.

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8 de marzo de 2017
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Posverdad y podredumbre

Los poderes de la mentira los deja claros la posverdad.

Empezamos a mentir en la infancia, y sobre todo cuando comenzamos a interpretar nuestra propia vida infantil en términos fantásticos. Adam Phillips dice que el niño miente porque cree que esas mentiras “tácticas” le confieren un poder (aunque así sea un poder imaginario).

A menudo nos mienten para gobernarnos mejor, para obtener (o mantener) un poder sobre nosotros.

Descartes decía que no nos fiásemos de los que nos han engañado una vez. ¿Y los que nos han engañado cien veces? Han buscado cien veces gobernarnos.

Alguien dirá: la mentira es esencial en la conducta humana. A través de la mentira el niño va siendo consciente de su propio ser. La mentira lo amuralla y le va dando consistencia a su yo.

Cierto, pero el yo es siempre un miserable que solo vive de miseria, que se alimenta de ella continuamente.

En el mundo de neologismos en el que vivimos, donde ya no cabe ninguna forma de trasparencia, ninguna forma de claridad, ya no hablamos de mentiras, hablamos de la posverdad, como nadie ignora desde hace algún tiempo. El significado que muestra y oculta ese palabro es bien simple y brutal y lo mejor es formularlo de manera paradójica: a la hora de la verdad, la mentira convence más que la verdad, porque es más degradante y compulsiva. Y vivimos en una sociedad degradante y compulsiva, que acepta mucho mejor lo que le es afín y la refleja.

La llamada posverdad no es nada nuevo, ya que sigue varios de los principios de la propaganda según Goebbels. El principio de vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar". 

 

Y el principio de verosimilitud: “Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sonda o de informaciones fragmentarias.”

 

 

 

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6 de febrero de 2017
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¿Qué hacer con nuestra historia?

Para cierto pensamiento de muy hondo calado, el holocausto no sería el punto omega de un proceso de aniquilación, sería simplemente una boya más en el mar del horror que probaría que la conciencia occidental es, por debajo de sí misma y por lo tanto desde su misma sustancia, un fracaso en el proyecto humano.

Por lo mismo habría que añadir que esa conciencia occidental es de una debilidad tal que puede pasar del estado de civilización al de aniquilación extrema en décimas de segundo, como aquel gerifalte de Auschwitz que pasaba, en un instante, de su casa familiar, donde era muy tierno con sus hijos, a los crematorios.

Sea como fuere, parece evidente que parte del pensamiento de las cinco últimas décadas se ha dedicado a demostrar, con mayor o menor acierto, que el hecho mismo de que se hayan dado exterminaciones en masa y de que ahora mismo dejemos a merced de la intemperie y la muerte a miles de refugiados mientras jugamos con nuestro aparatitos y nos rodeamos de fetiches tan complejos como primarios demuestra que el animal humano es, de entrada, profundamente inquietante y mucho más problemático, en sus acciones y reacciones, de lo que habían imaginado generaciones y generaciones de hombres.

Da toda la impresión de que muchas veces las sociedades humanas aspiran como mucho a conquistar ese estado de gracia en el que ya no haya ninguna diferencia entre la pulsión de matar y el hecho de hacerlo: algo así como la guerra digital, a cuyos primeros balbuceos estamos asistiendo los hijos de esta época con el asombro, tan inocente como culpable, de quienes se saben pisando los umbrales de una nueva monstruosidad.

No es de extrañar que más de un pensador ha aventurado que el fin del mundo (como concepto) ya ocurrió en Auschwitz, y que ahora sólo estamos asistiendo al fin del no-mundo, o al fin del antimundo.

 

Es normal que algunas de las escuelas filosóficas más definitivas de después de la Segunda Guerra Mundial, hayan intentado ahondar en la gran ausente del pensamiento actual: la conciencia pura y dura, la conciencia moral. Todo un mundo se hizo cenizas hace más de medio siglo, y de las cenizas no suelen surgir diamantes. Una vez más, habrá que pensar qué hacer con nuestra historia.

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22 de diciembre de 2016
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La jungla global

Vamos creando una jungla que nos convierte en presas y en depredadores, como no puede ser de otra manera. La aldea global es en realidad la jungla global.

Resulta condenadamente difícil evitar que en una jungla no acabe imponiéndose la ley de la selva, que no sería otra que la ley de la causa y el efecto: dame una buena jungla y te crearé un buen infierno casi sin darme cuenta, por mero imperativo de la naturaleza.

Las junglas son para lo que son. Por cierto, no olvido que fuimos habitantes de los árboles, antes de iniciar este viaje sin retorno hacia nadie sabe dónde y antes de que nos plantásemos de pie en la sabana para otear el panorama. Desde aquella edad remota nunca hemos soportado bien los regresos a la jungla. Nos obligan a desandar lo andado y nos hacen creer que tres mil años de cultura urbana y manufacturera no han solucionado nada, ya que volvemos a ser orangutanes asustados.

El siglo XXI promete ser pródigo en la creación de inmensas junglas urbanas como las que se pueden ver en China. He paseado por algunas de ellas, y todas las ventanas de los exiguos apartamentos tenían rejas y candados por los cuatro lados, a pesar de que robar está castigado con la pena de muerte.

Normal. Las junglas establecen su propia objetividad. 

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21 de noviembre de 2016
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El aquelarre de los miserables

Hace una semana, cuando las encuestas (esas inductoras permanentemente embusteras) daban la victoria a Clinton, todas las personas a las que interrogué en Nueva York me decían lo contrario: los camareros, los taxistas, los dependientes de tiendas de paraguas y tiendas eléctricas, los sin techo querían a Trump (que les iba a hacer una casa en Long Island). Ayer por la tarde dije a mis amigos y conocidos que iba a ganar Trump, y no me creyeron. Ahora la tenemos delante en forma de rubia platino. No es bueno confundir la realidad con el deseo.

 

Cuando el odio se convierte en la única sintaxis que hilvana la miseria y la codicia, la desesperación y la arrogancia, olvidémonos de todas las gramáticas. Ya dije en el post anterior que tanto la derecha como la izquierda estaban abriendo las puertas a un infierno de la peor naturaleza.

 

Una última impresión: nadie ignora que el FBI ayudó bastante a Trump en el último tramo hacia la Casa Blanca. ¿Y a quién le extraña? En USA el poder real del Estado sigue la siguiente fórmula: Pentágono+CIA+FBI. Los presidentes pasan, pero ellos quedan. Son un sistema por encima del sistema.

 

Todos hablan de estupor. ¿De estupor ante lo evidente, lo nieguen o no las encuestas en las que ya nadie cree? Renunciemos a los lamentos. Las cosas estaban bastante claras desde hace tiempo.

Ahora echarán la culpa a los votantes de Trump, muchos de ellos de la clase obrera. Se olvidan de las entidades y los sistemas que han creado este hondo y universal malestar. También se olvidan de una tesis histórica ampliamente demostrada: cuando arruinas a la clase media prepárate para lo peor. La democracia se derrumba cuando se derrumba la clase que más la sustenta.

Y ahora esperemos el efecto dominó que se va a producir en Europa y América. Ja, ja, ja; jo, jo, jo. Estamos todos muy contentos mientras se aviva el fuego y se apuntan más danzantes al aquelarre de los miserables. 

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9 de noviembre de 2016
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El estrato geológico de la estupidez generalizada

Hace años, lo que más que consolaba de nuestro tiempo era la seguridad de que buena parte de su contenido se disiparía en el aire. Pensaba que la memoria colectiva sólo guardaba lo estrictamente necesario para seguir atravesando la oscuridad, y a ese proyecto la gente de nuestros días no está aportando nada. Pero dicen los entendidos que en Internet queda todo, "y especialmente lo innecesario", como diría Ramón Eder. Si es verdad que queda todo, ¿cuantas estratos tendrá la red dentro de cien años?

Me lo ha dicho un sabio: más de cien. Habrá geólogos de Internet, que estudiaran las capas más antiguas, y se asombrarán de nuestra banalidad, única en la historia. La capa perteneciente a nuestra época, vinculada al nacimiento de Antropoceno, la llamarán, según el sabio que digo (y que es también profeta) el estrato de la estupidez generalizada.

La estratigrafía vinculada al estudio de Internet deparará muchas sorpresas a los científicos. Les asombrará que subnormales profundos tuvieran parroquias de millones de personas. Medirán, con aparatos que aún no conocemos, nuestra inteligencia emocional, y se desesperarán mucho; pensarán que algo no funcionó en algún momento de nuestra historia, y verán la prueba de por qué en Europa triunfarán de nuevo ideologías muy próximas al nazismo, a las que tanto la derecha como la izquierda están abriendo las puertas de par en par.

Para estudiar nuestro tiempo no les servirán demasiado ni los análisis sociológicos y psicológicos sobre el comportamiento de las masas, ni todas las variantes de la antropología. Nuestro grado de estupidez les parecerá tan vasto y tan desalentador que tendrán que inventar una nueva ciencia. ¿Y a quién le puede extrañar? Si uno echa una mirada a lo que entendemos por humanidad, desde la Primera Guerra Mundial hasta este momento, está obligado a rechazar todas las mentiras y mistificaciones del humanismo y a coger la bestia por los cuernos. Pero si la coge se quemará las manos y arderá su cerebro. No es fácil abordar las inmensas zonas negras de ese abismo de indignidad que es desde hace tiempo la especie humana, ni fácil calibrar las dimensiones de su tragedia y de su maldad.

Pero lo que más sobrecoge, y sobrecogerá a los que nos estudien, es nuestro empeño en conducirlo todo hacia la entropía, en conducirlo todo a la muerte, en conducirlo todo a la nada, y aún se no llena la boca cuando hablamos del género humano, de su gloriosa historia de sangre y tinieblas, de su gloriosa tendencia a valorar unicamente la imbecilidad y la miseria moral, y sobre todo en nuestra época.

Si al menos fuésemos capaces de soportar unos minutos de silencio total y de recogimiento, para mirarnos en profundidad, más allá de todas las formas de la idiotez y todas las formas de la avaricia...

Estamos convirtiendo en excremento el inmenso tesoro de la vida.

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3 de noviembre de 2016
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Arrojados de todos los paraísos

En tiempos de Gauguin el Pacífico era todavía el símbolo de una cierta pureza, y fue quizás el océano más frecuentado por los poetas simbolistas. Las islas del Pacífico encarnaban el mito primordial, el mito que lo determina todo desde el principio y crea desde el principio un destino y a la vez una añoranza: la del paraíso terrenal.

Gauguin y Stevenson tuvieron la osadía de buscar por sí mismos ese paraíso. A Gauguin pudo haberlo guiado la búsqueda de mitos que colmaran su sed simbolista, pero es más probable que lo guiara, como a Stevenson, la desesperación y el cansancio de Europa, quemada por la tuberculosis, el hollín, las hambrunas, la injusticia, la suciedad y la barbarie. Frente a las ciudades llenas de esmog, de casas ennegrecidas y ríos fangosos, el fulgor idílico del Pacífico, el azul casi transparente, las mujeres celebres por su generosidad carnal y su alma voluptuosa. En fin, para qué seguir: un paraíso del todo irreal, allá, en el lejano Pacífico, invocado por Baudelaire en más de una ocasión, y hasta por el mismísimo Rimbaud.

Se le atribuían al Pacífico virtudes rejuvenecedoras: sus aguas podían ser en cierto modo las de la inmortalidad. El pobre Marcel Schwob (uno de los autores más sorbidos por Borges) cayó también en la fascinación pacífica y emprendió un viaje a Samoa, donde acababa de morir Stevenson. Cuentan que ya en Samoa, Schwob ni siquiera bajó del barco y emprendió enseguida el regreso a Francia, donde murió no mucho después de su patética y angustiosa odisea, que en lugar de darle nueva vida le quitó la poca que le quedaba.

De todo lo cual se deduce una verdad que hubiese patrocinado gustosamente Heráclito: dos hombres no se bañan en las mismas aguas aunque estén en la misma playa. Las lluvias de Samoa le concedieron a Schwob el regalo siempre envenenado de la muerte, en cambio con Gauguin funcionó el mito del Pacífico y se encarnó en él sobradamente, concediéndole la inmortalidad (tan sombría como escabrosa) y regalándole algunos de sus cuadros más perdurables. También el mito funcionó en Stevenson, aunque no de la misma manera, pues si bien en Samoa mejoró su salud, no está claro que mejorase su literatura.

Lo más fascinante de la época de Gauguin es que todavía existía la posibilidad de creer en paraísos perdidos. No ocurría como ahora, que ya no queda una sola esquina de la Tierra sin fotografiar. En algún aspecto, aún estaban en la edad de la inocencia y no habían sido arrojados de todos los paraísos.

 

Y de todos los paraísos hemos sido expulsados salvo del que va conformando la imaginación de cada uno: pero ese edén (que a veces puede ser también un infierno) ha existido siempre, y es invulnerable excepto cuando arde avivado por la locura, y aún en ese caso puede albergar islas inquietantes y de una luz cegadora.

 

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12 de septiembre de 2016
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¿El capitalismo quedó atrás o quedó delante?

Es sabido que cuando los fondos-buitre se tragan como tiburones (a veces estos entes cambian de especie súbitamente) empresas que se desmoronan, no se ocupan de mejorar los problemas o solucionar las injusticias de las empresas adquiridas: ese no es su destino. Los nobles del siglo XVIII vendían ejércitos enteros a otros nobles. Si se trataba de mercenarios y llevaban meses sin cobrar, o de “esclavos” y llevaban días sin comer, con el nuevo propietario no mejoraba su situación, normalmente empeoraba. Algo muy parecido ocurría con el comercio de esclavos al otro lado del mar. Cambiar de propietario no equivalía a mejorar.

En su ensayo Redefinir el capitalismo, Geoffrey M. Hodgson deja atrás a los economistas del liberalismo clásico, a Marx y a los nuevos economistas incidiendo en la relación directa entre derecho y capitalismo, entre capital y seguridad jurídica. A partir de 1750 cambia el comercio, regulándose mucho más. Dicho con otras palabras: junto a una economía de las finanzas se va generando un derecho mercantil de nuevo cuño, para evitar las mercaderías desalmadas y la inseguridad jurídica ante lo tramposos. De pronto hasta las deudas se pueden comprar, amparadas en una legislación precisa. Las ventas de empresas a los fondos de inversión de ahora, ¿siguen las leyes específicas de los acuerdos de compra y venta o son actos que nos retrotraen a un pasado precapitalista?

Cito a Geoffrey M. Hodgson : Gracias a las ideas de la edad de las Luces sobre la libertad individual y la igualdad jurídica, el capitalismo pudo ver la luz del día. Por lo tanto es justo que no podamos reducir a la esclavitud a los otros, vender esclavos, o convertirnos nosotros mismos en esclavos. Las leyes nos autorizan a todos a utilizar nuestro patrimonio para producir más riqueza. Pero los que tienen como única propiedad su mano de obra están doblemente en desventaja en relación con los propietarios de los activos y los fondos de capital. Justamente porque está prohibida la esclavitud, el individuo no puede servir de garantía a un préstamo, ni desvincularse de su propia mano de obra. Esas son las limitaciones fundamentales implícitas en la definición misma de capitalismo al conjugarse con los principios de libertad e igualdad.

Y cabe añadir a lo dicho por Geoffrey M. Hodgson: no asumir esas limitaciones es convertir el capitalismo en barbarie. Y en eso estamos. Todos los días las noticias hablan solapadamente de ese fenómeno aberrante.

Más de uno dirá que estoy defendiendo el capitalismo, como hubo gente que dijo que estaba defendiendo el liberalismo tras publicar mi artículo ¿Liberalismo o barbarie? Es evidente que tanto en aquel artículo como en éste, lo único que trato de demostrar es que los nuevos financieros, por no ser, ni siquiera son capitalistas e intentan conducirnos a épocas anteriores al capitalismo. Por eso el mundo se está orientalizando y por eso el 0,2 por ciento de la población posee ahora mismo casi todo el capital del planeta.

Bienvenidos a la edad de las mentiras explícitas y las leyes invertidas.

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9 de agosto de 2016
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Dos cuartetas de Nostradamus que te harán temblar

Ayer, tras ojear los periódicos que rezumaban sangre fresca, estuve revisando las Centurias de Nostradamus y encontré estas dos cuartetas que me dejaron estupefacto:

 

Se harán grandes en Francia los cosechadores de sangre

y a lo largo del hexágono irán mermando las libertades.

Arderá el aire y subirán los votantes más desalmados de Europa

y en España se instaurará por decreto presidencial el Día de la Marmota.

  

Presidirán Inglaterra una mujer férrea y un alcohólico subnormal.

El odio y la venganza afilarán los dientes y las balas en América.

En Turquía la sangre correrá por las calles entre proclamaciones tétricas

y en España reiniciarán entre palabras vanas la Historia de la Eternidad.

 

 

 

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18 de julio de 2016
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