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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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Per Olov Enquist o la novela abisal. La biblioteca del capitán Nemo

A finales del siglo pasado hubo un desembarco de escritores nórdicos en España, entre los que destacaba Per Olov Enquist, al que tuve la suerte de conocer.

Enquist era un hombre delgado y largo, al estilo del actor Max von Sydow. Su rostro esculpido me pareció de una expresividad tan dolorosa como incisiva.

Enquist era amable y a la vez escurridizo. Apostaba por la parquedad; era muy observador y sabía escuchar. Con apacible claridad nos habló de Suecia y de esa variante del cristianismo que obliga a los fieles a imaginarse dentro de las llagas de Cristo. Llagas que se presentan como las cuevas benignas del Dios Hijo en las que poder refugiarse de la ira del Dios Padre, eternamente torturador y castigador.

También nos habló de la endogamia rural de la Suecia que el conoció, de los subnormales, de los pueblos aislados y terribles, de la desolación y de la mezquindad. Finalmente nos habló de El ángel caído: una narración cruzada sobre la conciencia en sus límites más atroces: la conciencia de los que saben que les miran como a monstruos por sus deformaciones físicas, o sus deformaciones psíquicas, o su melancolía mortal.

¿Como puede ser la conciencia de un ser que lucha desesperadamente para que reconozcan su humanidad? La respuesta está en El ángel caído, que dentro de su brevedad es una novela total. (No hacen falta miles de páginas para apresar la plenitud más abismal del mundo). Lo he dicho mil veces y lo vuelvo a repetir.

Más tarde leí, esta vez en francés, su visión de Fedra en tallados versos libres (Pour Phèdre) y la novela La visita del médico de cámara, donde explora la vida del príncipe loco Cristian VII, que tanto nos recuerda a Hamlet. Una vez más, Enquist volvía a adentrarse con coraje en los límites de la normalidad y los límites de la monstruosidad.

En la época en que lo conocí, Enquist me habló especialmente de la novela La biblioteca del capitán Nemo como una de sus preferidas, y que este año ha sido publicada en español por Nórdica-Libros en una excelente traducción de Martín Lexell y Mónica Corral Frías. Él mismo Enquist me regaló un ejemplar de la edición francesa, que devoré en una noche de sofocante calor. Me entusiasmó, y mientras la abordaba comprendí todo lo que nos había dicho su autor sobre la Suecia rural y sobre ese Dios que “significaba la eternidad aterradora”.

También percibí que una vez más Per Olov Enquist nos colocaba ante un ángel caído (y sustituido por su propio doble), evolucionando en un mundo en el que una parte del ser vive es una especie de exilio estremecedor, que nos conduce al universo íntimo e intimidador de Bergman. En ese universo, el protagonista (que sólo protagoniza su doble alienación) busca en el mito del capitán Nemo un universo donde los excluidos hallan el refugio submarino y poéticamente enlazado al de las llagas del Hijo torturado por el Padre.

Per Olov Enquist es dueño de un estilo elíptico, de frases cortas y cortantes, que avanzan formando líneas quebradas, a la vez que ascienden y descienden creando círculos concéntricos de naturaleza absorbente.

 

Su lectura supuso para mí una experiencia parecida a la lectura de Bajo el volcán. El mismo Enquist nos dijo que escribió el libro tras salir de un infierno de alcoholismo y desesperación. Acabé de leerlo al amanecer y miré por la ventana. El cielo parecía una imagen de la aurora boreal como la que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo.

Gracias, señor Enquist, por haber escrito libros tan espléndidos.  

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13 de julio de 2015
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¡Socorro, auxilio, temo haber leído demasiado a Cervantes!

El escritor Miguel Serrano Larraz tuvo la genial idea de juntar en su página de facebook estas dos noticias aparecidas ayer en El País, y que resultan toda una revelación.

En una encuesta que recuerda aquellas fantásticas proclamaciones del franquismo según las cuales éramos el pueblo más feliz de todos los tiempos, ocho de cada diez españoles se sienten en la gloria y dedican sus ocios a pasear y a ver la televisión. Perfecto, pero no conviene olvidar que según otra encuesta solo dos de cada diez españoles han leído el Quijote.

Cruzando las noticias podríamos pensar que únicamente son felices los españoles que no han leído el Quijote, y que en lugar de hacerlo prefieren pasear a sus perritos y empapuzarse de Tele5 (ocho de cada diez). En cambio el otro dos por ciento que sí lo ha leído ha caído en la desgracia, según todos los indicios.

Mucho me temo que se va a crear mucha desdicha en este paraíso de teleadictos con las recientes publicaciones de varios Quijotes antiguos y modernos, que podrían invertir los términos. Si tienen éxito tales empresas, y lo deseo por amor a Cervantes, quizá el año que viene ocho de cada diez españoles habrán leído el Quijote y tan solo dos de cada diez se sentirán felices o muy felices.

 

Yo que lo he leído un par de veces (y además sin notas, a palo seco) tengo asegurada por partida doble la desdicha. Prefiero no pensar en Ángel Basanta, que lo ha leído más de treinta veces, ademas de editarlo y anotarlo primorosamente. Supongo que su vida es un infierno; y ya no digamos la del profesor Rico y todos sus colaboradores, sin olvidar la de Andrés Trapiello, que lo ha vertido con fluidez y acierto al español moderno. A ese no le va a perdonar ni Dios, y tiene la maldición asegurada de Pierre Menard, hasta ahora el autor más famoso del Quijote después de Cervantes.

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8 de julio de 2015
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Yo como Lord Byron. Declaración de amor a Grecia

En esta vida puedo dudar de muchas cosas salvo de una: Grecia es mi segunda patria. En mi época estudiantil creía que era la primera, pues me consideraba totalmente griego, si bien de la antigüedad, e iba con bastante frecuencia a Atenas, a Delfos, a Olimpia y a las islas del Dodecaneso, que eran mis preferidas. Me fascina ese país de gente tan trabajadora como hospitalaria. ¿Cómo decirlo?, rara vez he visto a un griego ocioso. Como los chinos, siempre están trajinando con algo. Y eso sí, todos son medio políglotas. No sé cómo lo consiguen esos hijos de Afrodita, y todos los tópicos que circulan sobre ellos, especialmente en Alemania y en España, son una patraña estúpida y vil.

Nadie sabe mejor que los griegos que Europa está gobernada desde dos dimensiones paralelas: una de las dimensiones la conforma Bruselas (amante de Berlín), y la otra los estados nacionales.

Las dos dimensiones se complementan, pero sólo en la medida en que mandar y obedecer pueden ser actos complementarios. Bruselas ordena y los estados obedecen. Bruselas se puede equivocar gravemente, puede adoptar medidas absolutamente improcedentes capaces de enviar al infierno a colectividades enteras, pero nadie lo dice y hay que obedecer. ¿Obedecer hasta cuando las órdenes son delirantes como si estuvieses en un ejército de borrachos?

Bruselas es el grado cero de la democracia, porque nada sabemos los ciudadanos de lo que se cuece allí, aunque imaginamos el escenario: un charco de culebras donde chapotean todos los lobbies dispuestos a sacar tajada, y la sacan siempre: por algo tiene allí a sus chacales más oportunistas y letales. Los griegos lo saben mejor que nadie. Cuando pienso en ellos recuerdo lo que escribió Lord Byron bastante antes de morir por Grecia:

Soñé que los griegos podían ser libres aún,

y que resistiendo a la dominación extranjera

ya nadie podría calificarlos de esclavos.

Un poeta griego contemporáneo de Byron decía a su vez:

Amadísima Grecia,

siempre te defenderé de la ira de los bárbaros

porque sencillamente te debo

todo lo que hay de divino en mí

y todo lo que hay de humano.

Plenamente de acuerdo con ambos poetas, Oscar Wilde dijo:

Todo lo que es moderno en nuestras vidas

nos viene de Gracia,

y todo lo que es antiguo de la Edad Media.

Con esta sentencia tan indiscutible como definitiva pongo fin a mi declaración de amor a Grecia.

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5 de julio de 2015
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Cervantes amordazado

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que esconde la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y por el contrario el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres... “ (II. 58)

Alteración del texto del Quijote tras la ley mordaza:

La represión, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que esconde la tierra y el mar encubre; por la represión así como por la prohibición se puede y debe aventurar la vida, y por el contrario la libertad es el mayor mal que puede venir de los hombres, pues desata sus pasiones más bajas y las calles se llenan de pancartas, de escraches, de plataformas antidesaucios y de mujeres en cueros. Así que ya lo sabes, Sancho, aboguemos por la humillación bien entendida, y pongámonos a las órdenes de los alguaciles a fin de castigar debidamente a los que se niegan a considerar la represión como la fuente de todas las delicias.

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4 de julio de 2015
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Quevedo amordazado

No he de callar por más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo.

-Francisco de Quevedo-

Los mismos versos tras la ley mordaza:

.......................................................,

..................................................,

....................................................

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3 de julio de 2015
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Alemania y sus satélites

Vuelve a notarse una ceguera general, como en la época de entreguerras, un no querer ver que, tras todas estas trifulcas con Grecia, no se busca ni mejorar la situación ni aliviar el dolor, se busca afirmarse en el poder, se busca el poder mismo en su versión más inapelable. ¿Y qué queréis que os diga? No hemos refundado Europa para volver a una oscuridad de la que ya habíamos apartado los ojos.

Todos esperábamos más de Europa (y desde luego no esperábamos algo peor que lo que ya teníamos), por eso Europa se está convirtiendo en un territorio cada vez más ajeno a nuestra sensibilidad y nuestra esperanza. Y Grecia, madre de Europa, lo sabe mejor que nadie.

Ahora mucha gente trabaja gratis en Grecia, en Italia, en España, en Portugal, y puede que también en Francia. Algo así no ocurrió ni siquiera en la época esclavista, ya que los esclavos eran mantenidos, y en ese sentido alguna retribución tenía su trabajo: el vestido y la comida. Ahora ni siquiera eso. ¡Cómo hemos podido caer tan bajo! Hasta la esclavitud de la antigüedad era más justa que el sistema que está humillando a la gente de media Europa; y en lo referente a España, hasta en el período más duro del franquismo estaba prohibido trabajar gratis. ¿Ahora lo está?

Ninguna cultura puede soportar esta negación del futuro, pero no perdamos la esperanza, porque nunca entre nosotros un estado así dura demasiado tiempo. De momento, Bruselas y Berlín ya se están cargando el sur de Europa, y llevan años provocando en el viejo continente algo parecido a una nueva Revolución Francesa, por la sencilla razón de que en toda Europa, y no sólo en el sur, urge restaurar la figura del ciudadano, reducido a menos que una sombra desde que Bruselas y Berlín iniciaran el proceso de deshumanización del poder.

¿De qué sirven estructuras que generan cantidades impensables de sufrimiento y que desde el seno de la cultura más democrática de la tierra están propiciando la aniquilación sistemática de la clase media sin la cual sencillamente no es posible la democracia?

¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar hacia qué universo de desigualdades extremas nos están conduciendo Bruselas y Berlín? En Grecia está una vez más la respuesta.

Si Grecia se va, es evidente que le va a ir mejor (por otra parte no es tan difícil) y eso provocaría un efecto dominó de naturaleza abismal.

Alemania quiere cobrar la deuda en parte porque sus bancos están totalmente implicados en la tragedia griega, y en parte por un deseo de dominación basado en un resentimiento histórico de naturaleza incurable, y que Alemania no ha curado.

En el caso de la deuda griega, se trata evidentemente de una deuda falsificada, inflada y tremendamente desnaturalizada. Si Alemania sigue tan decidida a perpetrar este abuso demencial, no debe olvidar que en Europa el que la hace la paga. Es una tradición histórica de la que Alemania suele olvidarse, en parte por nuestra culpa y en parte por haber sabido perdonar lo imperdonable.

Nadie puede dudar que ahora, al liderar la postura más dura contra Grecia, Alemania está encarnando también la más firme inhumanidad y la más pétrea locura, que podría conducirnos a una nueva desarticulación de Europa.

Mirad la foto. Al otro lado del Rin todo ese sufrimiento les importa un bledo. ¿Es esta la Europa que queremos?

 

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1 de julio de 2015
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Los innombrables

Surgen periódicamente de las entrañas de América y lanzan mensaje sangrientos al mundo. Son los innombrables.

Suelen ir armados hasta los dientes y alguien les llenó la cabeza de odio racial. Probablemente sus padres, los mismos que les regalaron una pistola el día de su cumpleaños.

De la noche a la mañana se convierten en hijos monstruosos: superan a sus padres en todo, como quiere la ley natural. Son más fanáticos, más ansiosos, más devotos de las armas que sus padres, los que les hablaban de la superioridad de los blancos el día de Acción de Gracias.

Representan la banalización del mal que vemos en el cine y los videojuegos, pero en el seno de la realidad. Encarnan la verdad de la ficción y la ficción de la verdad.

Su película suele durar tan sólo unos minutos. Cuando concluye y se ven rodeados de cadáveres no despiertan, siguen en su ficción hermética de la que nunca se van a librar.

Parecen terroristas solitarios y quizá lo son, pero todas las herramientas de su locura se las da el sistema en el que crecen: intolerancia, ansiedad, narcisismo, delirios interpretativos, delirios de persecución, delirios de grandeza.

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19 de junio de 2015
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Cuidado con ese escritor infinitamente delgado

Ahora que vivimos en la edad de la grasa, resulta estimulante acordarse de aquel escritor “infinitamente delgado” llamado Kafka, y volver a explorar un poco sus alucinantes creaciones.

Entrando en materia, confieso que he leído con placer el relato de Jesús Marchamalo Kafka con sombrero. A través de tan solo treinta páginas vamos viajando por la vida de Kafka y sus momentos fundamentales, guiados por un narrador que destila un humor muy fino y una sana ausencia de patetismo, sin por eso dejar de mostrar verdadero amor hacia el autor de Praga.

Como indica Marchamalo, la vida de Kafka parece estar presidida por “la frialdad austera y silenciada de la muerte”, de la muerte que él mismo experimentó en una clínica para tísicos y de la que conocieron sus hermanas en los campos de exterminio. Kafka llegó a pesar cuarenta y cinco kilos, como el “artista del hambre” de uno de sus relatos, y empezaron a circular sobre él muchas leyendas, como les ocurre a todos los escritores que inauguran una época. De algunas de ellas se hace eco el relato de Marchamalo, que me ha animado a revisar un poco la obra de Kafka. Tras hacerlo he sacado las siguientes conclusiones:

Hay en Kafka mucho de fabulista, y a veces la fábula se impone a la narración, como ocurre en La metamorfosis, novela con la que Kafka supo resucitar de forma original y sorprendente las antiguas fábulas de animales. Es el regreso de Esopo, pero de un Esopo agobiantemente existencialista.

En otras novelas Kafka nos presenta un poder muy deshumanizado, desplegando ampliamente los tres elementos de la deshumanización: el hermetismo, la autosuficiencia y la atomización. Recordemos El proceso. Ahí el poder es tan hermético que está más allá de toda comprensión, y es tan autosuficiente que no precisa del apoyo de nada ajeno a su propia estructura, lejana, muda, absoluta. Lo mismo ocurre en El castillo. Y ese poder lo atomiza y lo desarticula todo: es un poder que no permite al individuo hacerse una idea general del mundo.

Nadie ha desplegado mejor que Kafka la geografía de la incertidumbre y el caos, nadie nos ha colocado de forma tan paradójica y tétrica en el hombre de nuestro tiempo, que ha visto la muerte de Dios y la descomposición de la idea de destino, y todo con cierto humor. Siempre se oyen risas en los pasillos del extravió, y a veces sus novelas pueden leerse como una disparatada diversión.

Cuando lees a Kafka en la adolescencia te lo tomas de forma demasiado trascendente, y sólo en la madurez descubres que es un gran humorista, sobre todo en algunas de sus narraciones breves. Pocas veces me he reído tanto como cuando leí El topo gigante. Un cuento que acaba en su punto más culminante, y que tiene que acabar ahí porque está sujeto a una tensión que no se puede prolongar, como ocurre en más de un cuento de Carver.

Y Kafka inauguró como quien dice nuestro tiempo y nuestro ámbito: la incertidumbre y el caos. Alegra que la mejor narrativa esté siempre conectada con otros espacios del saber, en contra de lo que suelen creer los que ven la literatura como un territorio autosuficiente que se nutre de sus propias heces. Los relatos de Kafka, por ejemplo, parecen anunciar el principio de incertidumbre del físico Heisenberg, si bien con cierta antelación, ya que Heisenberg formuló su célebre principio en 1925, y para entonces Kafka llevaba un lustro en el país de los justos.

Se supone que las narraciones sirven para ordenar el mundo. Kafka consiguió que sus narraciones sirviesen para desordenarlo. A menudo sus relatos no tiene final porque no pueden ni deben cerrarse. Cerrarlos supondría enmarcarlos en un orden y caer en la tentación de la certidumbre. Por alguna razón, Kafka no cayó en esa tentación en la que es tan fácil caer.

Un hueso duro de roer: Kafka es la escritura de la no consolación.

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10 de junio de 2015
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La deshumanización del poder

De todo lo que nos ha ido ocurriendo últimamente, quizá lo más inquietante ha sido la deshumanización del poder que se ha ido llevando a cabo entre nosotros; una deshumanización basada en tres elementos básico: el hermetismo, la autosuficiencia y la atomización.

El hermetismo sería para Ortega una de las características de la deshumanización del arte, pero todo indica que es sobre todo una de las características de la deshumanización de la política y el poder. Justamente es eso lo que está ocurriendo en Bruselas: un centro de poder ya por encima de los gobiernos nacionales que se presenta ante el ciudadano como hermético, tanto en su funcionamiento como en su lenguaje, siempre encaramándose en las supraestructuras económicas, a no se sabe cuántos metros del suelo.

El hermetismo suele ir vinculado a la autosuficiencia. El poder desde Bruselas se presenta como autosuficiente además de como inapelable. Lo que dicta Bruselas no admite réplica. Por más que nos asombre, regresamos a formas de poder de naturaleza imperial.

A la par que el poder se va haciendo cada vez más hermético y exhibe una autosuficiencia cada vez más irritante, va llevando a cabo un proceso de atomización, de desintegración y de destrucción de los nexos lógicos entre las disciplinas y las cosas. Es el momento en el que la economía se desvincula completamente del sufrimiento que puedan causar sus movimientos en la oscuridad.

 

El poder se deshumaniza cuando, partiendo del pedestal que le concede el ciudadano, impone medidas que provocan enormes cantidades de sufrimiento, en buena parte evitable. Los viejos partidos llevaban ya un tiempo ubicándose en esa misma deshumanización del poder, a través del hermetismo referido a sus finanzas, la corrupción a gran escala, la desarticulación del estado del bienestar y del Estado sin más, la atomización, que implicaría la escisión de economía y sociedad, y una autosuficiencia basada en la impunidad.

La prensa habla de programas, proyectos, líderes, lenguajes, ideologías, populismos, creyendo poder explicar desde esos ángulos el ascenso de Podemos y Ciudadanos, pero lo único que de verdad está ocurriendo es que los nuevos partidos dan una imagen más humana del poder, no solo por su aspecto, también porque no arrastran tras ellos toneladas de corrupción. Al no parecer unos cínicos, resultan más humanos porque el cinismo ataca el núcleo mismo de la conciencia social, y aunque en política el cinismo es muy habitual, cuando se hace muy evidente engendra repulsión. Se engañan gravemente los que piensan que todo es una cuestión de formas. Cuando los viejos partidos dicen que no han sabido acercarse a la ciudadanía y guiados por sus necios publicistas creen que se trata de mejorar la gramática gestual están confundiendo la velocidad con el tocino. De nada sirve poner caras amables y estrechar manos si por debajo están llevando a cabo una política de la devastación y el cinismo. Y es evidente que el uso y abuso del concepto “barón” para designar a los dirigentes no ayuda a humanizar el poder, como ya indiqué en mi texto anterior. Paradójicamante, un político deshumanizado ni siquiera alcanza a ser un ciudadano, como sugiere El Roto en su viñeta, por más que lo consideren o se autoconsidere todo un “barón” (de opereta, por supuesto).

El poder deshumanizado nos hace muy desdichados porque, por definición, hace abstracción de la desdicha. A veces me torturo imaginando las ingentes cantidades de desdicha que el poder ha generado entre nosotros en los últimos tiempos. Se trata de inmensas conglomeraciones de sufrimiento de naturaleza impensable, que han corroído profundamente nuestro carácter, que nos han convertido en otros, que nos han colocado al borde del abismo mientras en el parlamento se dedicaban y se dedican a echarse la mierda unos a otros.

 

En cambio los dirigentes de los nuevos partidos emplean un lenguaje imaginativo y próximo, se les ve llenos de energía, y resultan cercanos y amables. Representan una nueva humanización del poder, sin olvidar que para que esa humanización se lleve de verdad a cabo es exigible una conciencia plena del sufrimiento de los ciudadanos. Con esa idea fundamental en la cabeza, con esa gramática de la existencia guiando tu mente y tu lenguaje se pueden evitar millones de tragedias.

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3 de junio de 2015
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Sobre el uso de la palabra “barón”

Al hilo del artículo que Clara Ferrero ha publicado en El País sobre el sexismo en la lengua (Por qué ser una zorra es malo y ser un zorro es bueno) creo oportuna una reflexión sobre la palabra “barón” que quisiera compartir con vuesas mercedes.

Ignoro en qué momento el concepto barón empezó a emplearse metafóricamente para designar a los dirigentes de los partidos políticos, pero me consta que en los años sesenta el semanario socialdemócrata francés Le Nouvel Observateur acuñó el término “barones del gaullismo” para designar a miembros relevantes del partido conservador. Es posible que a partir de entonces se empezara a hablar también de los barones del Partido Socialista en la misma Francia, y de Francia pasó a España, quizá. Es algo que no he contrastado porque en el fondo me da igual. Me preocupa más el significado de la palabra que localizar el momento en que empezó a ser utilizada en el ámbito de la política.

Los diccionarios etimológicos tienden a decir que varón viene de barón, y que en realidad se trata de la misma palabra. Barón tendería a significar “hombre fuerte”. En otras palabras: “macho dominante”. Y ello sería así tanto si procede del latín como del germano.

No hace falta se un lince para saber que es un concepto machista.

Como título nobiliario, habría que ubicarlo en la baja nobleza. El barón se hallaría por debajo del vizconde, y sólo por encima del señor y del hidalgo.

Uno se pregunta por qué se eligió “barón” para designar a los miembros de la élite política. Aventuro una respuesta: no los podían llamar duques o condes porque quedaría muy grotesco, muy pomposo y demasiado ancien régime, de modo que eligieron un título más modesto, perteneciente a la petite noblesse. No optaron por títulos más bajos como señor o hidalgo por razones obvias. Decir los señores del PP o los señores de PSOE puede sonar a señores de la guerra, y llamarlos hidalgos apestaría demasiado por lo que ha supuesto la hidalguía en nuestra historia. Por eso eligieron un título de apariencia más neutra. Erraron como siempre, ya que en realidad se trata del título más machista de todos al incidir en la idea de “hombre fuerte” o “supermacho”.

Tenía la esperanza de que los nuevos partidos se librasen de ese sambenito. Vana ilusión: una vez más han podido los arcaísmos masculinistas.

El uso de barón (o macho dominante) en un régimen democrático, laico y que aspira a la igualdad de sexos es una aberración. Pero más aberrante me parece que los viejos partidos hayan aceptado con complacencia ese presunto “título”, y les agrade verse tratados como barones de pacotilla en los periódicos, o más bien como barones de opereta. Confieso que toda vez que leo esa palabra en lo periódicos me cuesta seguir leyendo.

Como Podemos y Ciudadanos acepten ser definidos con esa terminología sexista, cursi, kitsch, arrogante, ajena a la horizontalidad democrática y a la igualdad de género, los ciudadanos de a pie (que ni somos barones ni aspiramos a serlo) podríamos empezar a dudar de ellos.

Una cultura verdaderamente democrática evitaría esas metáforas y empezaría por hablar del ciudadano Iglesias, la ciudadana Colau, el ciudadano Rivera, la ciudadana Carmena... Los otros pueden seguir llamándose barones, hasta que ese título bufonesco les acabe pareciendo, también a ellos, tan hiriente como patético.

Por encima de las instituciones y de lo que representan, o bien somos todos ciudadanos o el sistema se envilece y se arcaiza.

Asombrosamente, no creo que los periódicos se den cuanta de lo mucho que envejece la política esa palabrería ancien régime de la que tanto abusan y que tanto hiede.

Si los nuevos partidos quieren imponer un nuevo estilo, a tiempo están se sublevarse contra esa terminología ubicada en el campo semántico del machismo. Se quejaban los periódicos del uso populista de la palabra “casta” y sin embargo ellos no dudan en abusar de conceptos como barón, rigurosamente inseparables de la idea de casta superior y hasta de superhombre.

Todo cambio verdadero empieza por un cambio en el lenguaje.

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1 de junio de 2015
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