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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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Giro histórico sorprendente: ahora la guillotina es el arma del antiguo régimen

Hay conceptos que nunca he soportado por su naturaleza pútrida, uno de ellos es la nostalgia, sentimiento que rara vez he padecido pues no soporto las fugas al pasado en ninguna de sus variantes. Tampoco soporto el concepto felicidad por toda la falsedad que conlleva y porque lo vinculo a una forma de sentimentalidad que aborrezco.

Por ciento que Amélie Nothomb (que a pesar de haber estado cinco años en Japón sabe menos japonés que yo) ha tenido la feliz idea de titular una de sus nouvelles La nostalgia feliz, basándose en una palabra japonesa que interpreta a su manera, falseándola desde su misma raíz. Pero no voy a enjuiciarla porque no acostumbro a hablar de las novelas que no me gustan. Es mi política. Cuando hablo de una novela que no me gusta le quito espacio a otras que sí me gustan, y eso me parece una forma de injusticia ahora que están cerrando dos librerías por día. Si algo se puede salvar, salvemos lo mejor, que no está el horno para bollos ni para ir de matarife a sueldo.

Sí que voy a hablar sin embargo del último discurso de una señora de la Edad Media vinculada al partido conservador donde aparecen los conceptos de felicidad y nostalgia. Cito textualmente: Como siempre que hay una gran mutación, emergen las nostalgias, y la nostalgia puede ser Ada Colau con una idea, o Podemos con una idea de una Arcadia comunista feliz, o puede ser ISIS que yo no diría que es una vuelta al siglo XVII, es una nostalgia del siglo XI...

De entrada parece el delirio de un borracho, también parece un texto surrealista concebido por un poetastro que olvidó en alguna parte las reglas de la sintaxis. El fragmento está lleno de contradicciones y confusiones históricas.

Veamos: el concepto mutación se opone muy a menudo al concepto nostalgia. La nostalgia mira hacia atrás y la mutación suele mirar hacia adelante, si bien no siempre. La nostalgia puede mutar, como la melancolía, pero en el caso de la señora que mento tendría que hablarse de nostalgia inmutable, porque su partido es pura nostalgia, lo ha sido siempre, pero además es una nostalgia inmóvil como el granito de San Lorenzo de El Escorial.

La señora a la que me refiero nos dice que la nostalgia puede ser Ada Colau (en una frase que no sabe acabar y que queda en el aire, siguiendo su estilo deshilachado y senil), a pesar de que resulta bastante evidente que Ada Colau es la negación de la nostalgia y la apuesta por la acción. Y la acción se opone muy a menudo a la nostalgia que suele ser paralizadora, como bien sabía Sastre.

Seguidamente vincula a Podemos con una presunta “Arcadia comunista feliz”, con el Estado Islámico y con el califato cordobés del siglo XI.

Digamos que para esta señora un mundo de pastores como fue la Arcadia de los poetas es lo mismo que un estado comunista y que el estado islámico, y lo mismo que la Córdoba solar, llena de cultura, de refinamiento y de grandeza del siglo XI. Nadie ignora que vincular ISIS con la Córdoba de los Omeya es un disparate, si bien menor que el que supone vincular a Podemos con la Arcadia pastoril o con el mítico califato, porque eso ya es simplemente un delirio sin el más mínimo sentido.

En España sólo conozco una nostalgia paralizante y de un arcaísmo aterrador: la nostalgia oligárquica del PP, que nunca ha sabido ser un partido realmente liberal, como ya advertí en un articulo publicado en El País el 18 de enero del 2013 titulado ¿Liberalismo o barbarie?

¿Dónde habrá aprendido historia esta representante de la derechona?, me pregunto lleno de estupor. Ella sí que representa el populismo en estado de máxima descomposición, además de representar el grado cero del pensamiento.

Miento, su discurso está muy por debajo del grado cero y es todo él una aberración sin paliativos. Jamás en mi vida había asistido a semejante parada de los monstruos, jamás en mi vida había visto hacer tanto el ridículo a un partido político.

Y mientras ella hilvanaba esas palabras tan precarias y estúpidas, los hornos y las guillotinas de los ayuntamientos de Madrid trabajaban a destajo. Toneladas de papeles comprometedores ardían o se convierten en viruta. Se trata de la forma más grotesca de sentirse limpios: ahogándolo todo en materia oscura y dificultando a los que llegan la gobernabilidad y la orientación.

Y es también la política de la tierra quemada y la infamia reiterada. Antes relacionábamos la guillotina con el terror derivado de la Revolución Francesa, ahora habrá que vincularla al período del miedo del ancien régime.

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30 de mayo de 2015
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Los antiguos partidos o el grado cero del pensamiento. La ceguera ante la historia reciente

¿Los antiguos partidos han superado alguna vez la mitología? Observemos un poco su narrativa respecto a los nuevos partidos.

Primero anunciaron la llegada de una desdichada generación perdida. Hablaban de ella con paternalismo, fatalismo y frivolidad, como si el abismo vital de esa generación lo estuviese dictando el destino y no se pudiese hacer nada. Pura mitología de la inmovilidad empeñada en ocultar una realidad siempre en movimiento. La estúpida negación del río de Heráclito.

Más tarde no quisieron vincular a la generación perdida con el 15-M, al menos no en un primer momento, porque les interesaba destruir nexos y hacer incomprensible la realidad. Así que convirtieron a los jóvenes del 15-M en un subproducto del antisistema. Se les acusó de no tener un proyecto político y de limitarse a formular demandas imposibles de asumir. Se les acusó de ignorantes y patanes, y cuando el movimiento aparentemente se desinfló y desaparecieron las carpas de la Puerta del Sol, se les acusó de flor de un día. Las antiguos partidos podían de nuevo respirar tranquilos y seguir su proceso de descomposición casi sin darse cuanta mientras la prensa nos contaba los cuentos de Carpanta y las hermanas Gilda.

Cuando se dieron el susto de muerte que les produjo ver a Podemos entrar por la puerta oblicua en Bruselas, empezaron a hablar de radicales ultraizquierdistas, de bolcheviques y bolivarianos. Abusaron de un lenguaje efectista, absurdo y mitológico, y sucumbieron al populismo que tanto les rasgaba las vestiduras. La demagogia del miedo inundó la política.

Justamente por eso, los verdaderamente populistas han sido los antiguos partidos y sus altavoces en la prensa impresa, y basta con analizar su lenguaje, populista en grado sumo hasta cuando va disfrazado de economía, y siempre proclive a recurrir a palabras melodramáticas y facilonas como catástrofe, error infinito, desorden, caos, hundimiento de los mercados, precipitación, suicidio... Términos por cierto a los que no han recurrido los nuevos partidos, y si lo han hecho nunca con tanta insistencia y tanta demagogia.

Resumamos el relato mitológico al que estamos haciendo referencia: la economía se desmoronó por dedicarnos a gastar y golfear más de lo que podíamos, como la cigarra de la fábula, y de pronto surgió una generación perdida, sin sueldo y sin futuro, a la que se le exigía regresar a la esclavitud y trabajar gratis para hacer méritos. Luego esa generación perdida se hizo antisistema, por ignorancia y por rencor, y se fue a la Puerta del Sol a proclamar simplismos. Duraron lo que duraron y regresó la bonanza. Pero de pronto la generación perdida volvió a aparecer, ahora convertida en bolchevique y bolivariana.... ¡Cuánta estupidez y cuánta fantasmada para perturbar el camino de unos partidos que en realidad son menos izquierdistas que la social-democracia del siglo pasado, por la sencilla razón de que las estructuras europeas no permiten otra cosa! ¡A ver si pensamos un poco, que como sigamos con este relato nos vamos a morir de risa y de asco al mismo tiempo!

A los antiguos partidos y a sus aliados en la prensa les pasó desapercibido un flujo muy claro, les pasaron desapercibidas la resistencia, la consistencia, los nexos y evoluciones de ese flujo, tanto a derecha como a izquierda. Les pasó desapercibida la historia, y ni supieron ni quisieron explicarla.

Y bien, eso es lo que pasa cuando llegamos al grado cero del pensamiento que vengo denunciando desde hace algún tiempo en este blog y del que voy a ir haciendo una autopsia a ser posible divertida. El mundo que estamos configurando exige una alta dosis de ironía.

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26 de mayo de 2015
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¿La deuda infinita es más perdonable que la finita?

El economista francés Thomas Piketty se pregunta por qué no proceder con los griegos como procedieron los aliados con los alemanes en 1953, cuando perdonaron a Alemania su inmensa deuda y le permitieron ascender y convertirse en una potencia económica.

¿Acaso los errores que cometió Alemania para llegar donde llegó son superiores a los cometidos por Grecia en los últimos tiempos?, se pregunta Piketty. Respondamos por él:

Al perdonarle la deuda, los aliados también le perdonaron a Alemania la aniquilación industrializada y el haber ejercido el racismo hasta límites desconocidos, o hasta más allá de todo límite. Dígamoloslo de otra manera: le perdonaron una deuda infinita y además la nutrieron de dólares para que pudiese llevar a cabo su milagro. ¡Así es fascil resurgir de las propias cenizas!

¿Ahora resulta que la deuda infinita es más perdonable que la finita?

Sí, por más que nos asombre. La deuda infinita es tan excesiva que más vale anularla para no sucumbir al vértigo. En cambio con las deudas finitas puedes cebarte hasta lo indecible.

Alemania no se va a librar tan fácilmente de su mayor problema: siempre que exija algo a los otros, los otros le recordaran la deuda infinita que nunca pagó. Una deuda tan desmedida que fue necesario perdonar para poder olvidar un poco el horror, en realidad para poder soportar la vida.

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21 de mayo de 2015
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¿Nos hallamos en una decadencia abismal o se trata de mirar el problema desde otro ángulo?

Lo dije en un texto del mes pasado: en el año 2009 Elena Tchoudinova publicó en Rusia la novela La mezquita de Notre-Dame, 2048, que fue editada en Francia en el 2009, y donde vemos una Europa abducida por el Islam, con Notre-Dame convertida en gran mezquita y toda Francia islamizada.

Cinco años después, en el 2014, aparece la novela de Jean Rolin Les événements (Los acontecimientos), donde viajamos a una Francia escindida que se halla en plena guerra civil, en la que intervienen por supuesto los musulmanes.

En enero del 2015 aparece finalmente Sumisión de Houellebecq. Se trata pues de la tercera entrega de la gran epopeya Europa bajo el Islam.

En la novela de Tchoudinova la islamización se produce por emigración, en la de Houellebecq por conversión y prestidigitación política, y en la de Rolin por algo parecido a una rebelión, si bien Rolin se dedica sobre todo a describir la guerra con precisión hiperrealista, como acostumbra a hacer, más que a explicar las causas del conflicto.

En dos de los tres casos se trata de argumentos muy forzados. Se ve demasiada voluntad narrativa para hacer de algún modo creíble el asunto. Hasta ahí todo normal, lo que me inquieta es la dimensión que está tomando esta paranoia tóxica.

Si uno hiciera caso a los proclamadores del declive francés y del declive de toda la cultura occidental, estaríamos en la última fase de la decadencia y a punto de abrir las puertas a la barbarie total.

Pero hay otras formas de verlo. ¿Y si en lugar de estar en la última fase de la decadencia estuviésemos en un período parecido al del emperador Adriano, cuando la civilización se convierte en civilización sin Dios? China ha sido siempre una civilización sin Dios, y ahí está una vez más, con todo su poderío, como si fuese un imperio recién nacido. Se trata del único imperio milenario que todavía persiste, y ahora mismo parece más joven que el imperio americano. ¿Cómo explicar esa paradoja?

La persistencia del imperio chino es esperanzadora, y te ayuda a relativizar mucho los vaivenes de la historia, también los de la historia de tu propia cultura. Dicho de otra manera: quizás estamos viviendo un período muy interesante, de exploración del abismo humano en todo su gloria y en toda su atrocidad, sin que los imperativos religiosos coarten nuestra visión del mundo. Más que una decadencia sería el despliegue cada vez más amplio de la razón laica, por más que los políticos y los economistas se empeñen en conducirnos al grado cero del pensamiento y de la conciencia social. Obran así porque, creyéndose los reyes del presente, son espectros del pasado.

Puede que en el futuro cambiemos de dioses, como hicieron los romanos, pero algunos signos indican que van a ser dioses muy diferentes a las divinidades patriarcales que hemos conocido, quizá porque la figura del patriarca y su divinización resultan cada vez más difíciles de sostener en todas las culturas de la tierra, en parte por influencia occidental.

Con el correr de los tiempos, cabe pensar que se irá produciendo una feminización cada vez más acusada de la divinidad, ya que se detectan bastantes flechas que apuntan en esa dirección. Todo lo contrario de lo que anhela el fundamentalismo, tanto el religioso como el desplegado por las plañideras del declinismo francés.

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19 de mayo de 2015
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El bosque de Djuna y la jungla de la noche

He vuelto a leer El bosque de la noche de Djuna Barnes, y esta vez he sacado algunas conclusiones. Nos hallamos ante una discípula de Joyce, si bien la Barnes es más expresionista y más cruel que su venerado maestro.

La novela está dividida en tres partes bastante diferenciadas, y quizá por eso Djuna Barnes no las subrayó. En la primera asistimos al despliegue de una serie de personajes errantes, que circulan por París y Viena. Casi todos ellos son unos impostores que se inventan un pasado mucho más noble de lo que fue. En ese sentido son unos esnobs de naturaleza irredimible. El personaje más memorable y más edénico es la desgarbada y hermosa Robin, que sólo envejece “a golpes de niñez perpetua”. Su fuga marca el final de la primera parte.

En la segunda parte asistimos a las andanzas de Robin pero a través de los otros personajes que hablan de ella. Es el envés de la primera parte y podía haberse titulado La fugitiva.

La tercera parte es muy breve, y narra el reencuentro entre Robin y Nora gracias a los jadeos de un perro que parece una bestia apocalíptica, y que no obstante es acorralado por la rabiosa Robin. La ceremonia del encuentro se lleva a cabo en una iglesia.

La novela también puede verse como un díptico con una bisagra: el capítulo final.

Cuando uno va leyendo la novela, tiene la sensación de estar atravesando un bosque muy tupido. Lo sientes en cada página. Ni debes ni puedes atravesar ese bosque con precipitación porque te perderías muchos diamantes semiocultos entre la hierba.

Según avanzas en el texto, te sientes flotando en un mundo absurdo y a la vez lleno de significación.

Algunos personajes hablan con el doloroso clamor de Max Estrella: por ejemplo el doctor, que es otro impostor dedicado a la medicina clandestina. Su voz resuena continuamente en el bosque de la noche, porque el doctor es un charlatán más allá de todo límite. Consigue contestar a lo que le preguntan y a la vez irse por las ramas. Lo suyo es un continuo monólogo interior en voz alta, a través del cual percibimos un alma inmensamente trágica y barroca.

Su muerte indica el final de la segunda parte, su muerte abre de par en par la oscuridad y nos prepara para el reencuentro de la matriarca Nora y la silvestre Robin en una capilla ubicada en mitad del bosque de la noche.

La gran novela de Djuna Barnes es mas actual ahora mismo que en el momento en que fue publicada por primera vez, porque ahora todos vivimos en el bosque de la noche, ya convertido en una jungla.

La noche de ahora mismo es una jungla más tupida que el bosque de Djuna. Dicho de otra manera: estamos regresando a la era de los cazadores, anterior a la de los recolectores y los agricultores sedentarios. Volvemos a la edad en la que el mundo se dividía en presas y cazadores, y solo ellos habitaban la jungla de la noche.

Retornamos al período anterior a las ciudades (las ciudades están desapareciendo por extensión y emborronamiento de sus límites) y la jungla se expande, si bien se trata de la jungla humana.

Ahora o cazas o te cazan. Un paradójico camino a la inversa: del bosque, que es una selva humanizada, a la jungla, que es de naturaleza inhumana.

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11 de mayo de 2015
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Ser Dios es demasiado fácil

Se dice que el que sabe más de lo que ha aprendido es un genio. Pocos se merecen ese atributo como Welles, que fue tan genial que acabó renunciando a su propia genialidad, como Shakespeare cuando se refugió en su pueblo, donde únicamente escribió su árido testamento. Eso solo lo hacen los que ya están más allá del yo y del otro. También más allá de toda forma de ilusión.

Renuncian a lo que el destino les dio de más valioso. Están más allá del valor y más allá de toda valoración.

Ya se han cansado de delirar. Sienten, como César, que se ha acabado la comedia, y ni siquiera animan al público a aplaudir.

Al hablar así pienso en el Orson Welles de la última época, y también en el Orson Welles errando por Europa.

En su versión de la obra maestra de Cervantes, Welles concibe un don Quijote catatónico que va recitando sus discursos por la inhóspita llamara. Son discursos que se pierden en la nada mientras el caballero avanza hacia ninguna parte. Se trata del Quijote más existencialista jamás concebido.

Seguramente el mismo Orson se vio así más de una vez, como un charlatán errabundo buscando fondos para sus películas y sus banquetes.

Regresó a América para hacer de payaso. Fue otra forma de despojamiento. Pero antes había dejado tras él el mejor cine de todos los tiempos, no se sabe muy bien de qué manera. Welles lo intentó explicar con una simple frase: “Dirigir es la cosa más fácil del mundo”. Sí, también Valéry pensaba que “ser Dios es demasiado fácil”.

 

¿Arrogancia? No, más bien parece la humildad fundamental de la ironía desinflando la cansina vanidad del arte. 

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7 de mayo de 2015
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El grado cero del pensamiento genera un fenómeno muy inquietante

El grado cero del pensamiento es una dimensión de la cultura en la que las palabras se vacían de sentido y todo discurso se convierte en una retahíla de inmundicias. El poder ya no informa, se dedican simplemente a ocultar materia oscura.

El grado cero del pensamiento es también el grado cero de la moral y el grado cero del criterio. Con el advenimiento del grado cero del pensamiento la cultura se degrada hasta convertirse en una grotesca caricatura de sí misma.

Es el momento en que el pensamiento deja paso al entretenimiento de carácter infantil y al infantilismo.

 

Con el grado cero del pensamiento el tiempo se convierte en un pasar sin sentido: en un pasatiempo.

El grado cero del pensamiento va creciendo sin que nos demos cuenta, hasta que se impone de forma aplastante, generando un fenómeno que acabará devastando el fondo humanista y humanitario de los sistemas que aún se sostienen: la pérdida de relieve de la vida y de la muerte.

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27 de abril de 2015
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La arrogancia y el grado cero de la política

La arrogancia es una enfermedad del yo que nos hace creer que merecemos más privilegios que los demás. El arrogante se apropia de derechos que no tiene y de honores que no posee.

Si nos atenemos al eterno proceso de corrupción que inunda nuestra política, se podría pensar que los políticos se creen con más derecho a delinquir que los demás. Se trata de una actitud inseparable de la enfermedad de la arrogancia, que más que una dolencia antigua, es una dolencia arcaica.

El poder es una dimensión que favorece la arrogancia. Los que llegan a él se creen con más derechos. Es una evidencia palmaria y se debe a una razón: todavía se confunde el poder con la usurpación y autoconcesión de derechos, todavía padecemos formas de poder medieval de tipo aristocrático que siempre han estado ahí, y que se han deslizado por encima y por debajo de todas las ideologías sin ninguna excepción.

La arrogancia es una gramática del poder que permanece intacta desde el Medioevo y que ni está basada en teorías políticas ni en ideas filosóficas. Está basada en la creencia casi religiosa de que tienes más derechos que los demás y de que puedes robarle a la ley espacios que los demás ni pueden ni deben robar. Los políticos ignoran que concederse más privilegios que los demás es caer en el grado cero de la política desde el ejercicio mismo de la política. Puede ser una pasión humana, pero es una aberración filosófica y moral.

La arrogancia suele generar indignación, por la sencilla razón de que la indignación es la respuesta más natural al que se arroga poderes que nadie le ha dado. Se trata de una actitud que no tiene nada que ver con la moda y que es casi una fórmula matemática: a más arrogancia más indignación.

En los últimos periodos el poder ha llevado a cabo movimientos que excedían con creces lo que le había exigido el ciudadano, pero a esos movimientos tremendamente arrogantes en el más estricto de los sentidos se les ha llamado “necesidad”, justamente como los antiguos, ya que decir “necesidad” es lo mismo que decir “destino”.

Como vemos, la política sigue definida por arcaísmos petrificados. En la literatura griega aparecía el destino cuando surgía lo inexplicable y lo aterrador. Es hermoso que nos digan desde Bruselas que todo se debe al destino, a la necesidad, a una deidad que está por encima de los dioses y los hombres. ¡Qué viaje más emocionante al pensamiento mágico, por no decir al grado cero del pensamiento!

Todavía confundimos la política con la simbología. Enarbolamos símbolos como chamanes del paleolítico, enarbolamos ideas inmensamente pervertidas con una arrogancia inaudita. No sabemos romper el muro del arcaísmo, nos sabemos abrir las puertas del futuro.

El pensamiento político tiende a deslizarse mucho hacia el pensamiento mágico, que es el pensamiento de los chamanes, los adivinos y los santeros. Una evidencia: en épocas electorales todos los políticos se dedican a vomitar profecías, muchas de ellas llenas de arrogancia.

Paradójicamente, suele ser entonces cuando la política llega al grado cero y volvemos, como por arte de magia, a la edad de los oráculos.

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20 de abril de 2015
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¿Estamos ya en el grado cero del pensamiento?

 

Qué tiempos aquellos en los que Baudelaire anunciaba, con cierta solemnidad y mucha melancolía, que había tocado el otoño de las ideas. Pero entonces el pensamiento estaba lejos del grado cero. La decadencia se hallaba en su primer período, el que sucedía al largo estío de las ideas. Era el otoño, sólo el otoño.

 

Ahora estamos en el invierno. No un invierno bajo cero. Ahora estamos en un invierno a cero grados. Las ideas congeladas llenan los mercados. Pero las ideas congeladas nunca llegan lejos. Viajan de frigorífico en frigorífico, hasta que se desintegran en cualquier estómago.

 

Cuando los poderes económicos y políticos buscan el grado cero del pensamiento empiezan por ridiculizar a los intelectuales, que durante buena parte del siglo pasado encarnaron el pensamiento en todas sus variantes.

 

En momentos así hasta en culturas como la francesa se pone de moda la anti-intelectualidad, y los nuevos escritores utilizan como clave publicitaria su "no intelectualidad".

 

Es una forma pintoresca de avanzar hacia el grado cero. Lo más cómico de llegar a esa grado del frío y la nulidad es constatar lo grotescamente pintoresco que se vuelve el mundo. De pronto ya todo es kitsch y uno siente que no queda ni un solo lugar en el mundo donde poder refugiarse del imperio del mal gusto.

 

¿Occidente ya estuvo otras veces en el grado cero del pensamiento? ¿El grado cero del pensamiento tiene algo que ver con el abismo?

 

Es extraño el miedo a pensar, tan extraño como el asco a pensar. La droga que provoca esa cobardía se llama en buena medida política. Todas las políticas, desde las más amables a las más agrestes, evidencian ese miedo que es casi peor que la muerte.

 

Y da la impresión de que siempre que las sociedades han descendido hasta el grado cero andaban buscando el abismo. Y aquí de nada sirve la experiencia histórica. Con regularidad espantosa, la cultura más civilizada de la historia no duda en entregarse periódicamente a tenebrosos aquelarres.

 

Se está llegando al grado cero del pensamiento porque los poderes buscaban esa degradación profunda del mapa del mundo. La buscaban Europa y América: la buscaba Occidente.

 

Una cultura urbana y manufacturera de casi tres mil años buscando el grado cero del pensamiento. ¿No es para dudar de todo, del proyecto humano en sí, de su pasado y su futuro?

 

La decadencia empieza a ser un asunto serio porque va en serio. Los poderes obligan a las masas a vomitar memoria. Ya no quieren recordar. Quieren regresar al lugar de la inocencia. ¿De qué inocencia?

No se puede esperar inocencia de una cultura tan larga. No se la debe buscar. Hay etapas que quedaron atrás hace mucho tiempo. La edad de la inocencia, por ejemplo, hace tanto tiempo que quedó atrás para nosotros.... En realidad esa edad se quedó en el Renacimiento.

 

¿Se podría hablar de un cansancio histórico? ¿Occidente estaría históricamente cansado? Tampoco parece ser esa la causa de nuestra tendencia al descenso. Ahora la historia no pesa, porque en cierto modo se ha volatilizado. No es que haya desaparecido; está ahí, pero cada vez más difuminada y a punto de disiparse. El que hoy diga que le pesa la historia no está bien de la cabeza.

 

Ahora mismo la historia pesa menos que el aire, si bien no por eso se ha vuelto trasparente, y si estamos llegando al grado cero del pensamiento no es ni por condensación de memoria ni por cansancio histórico, es por otra cosa.

 

El grado cero del pensamiento tiene su luz, su forma de iluminar, su punto de vista. No sacraliza nada... ¿Nada? En realidad sí: sacraliza la banalidad. El punto de vista de la banalidad se convierte así en la mirada de Dios.

 

Cuando una cultura se postra ante el dios de la banalidad y lo mira todo desde su óptica bien podemos decir que es una cultura anulada, casi una cultura muerta.

 

¿El grado cero del pensamiento genera arrogancia? En América sí, y ahora mismo también en Europa. El grado cero del pensamiento suele tener la forma política de la arrogancia.

 

Cuando el individuo deja de pensar se vuelve arrogante, no antes. El pensamiento conduce a la humildad. Pero el grado cero del pensamiento no conduce a nada que no adopte la forma de la arrogancia, y ahora esa arrogancia está una vez más representada por las finanzas, y si por ellas fuera habríamos ya llegado al grado cero de la política.

 



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13 de abril de 2015
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Como si estuvieses muerto

A lo largo de la vida, varias veces he escuchado en voz de diferentes autores que “habría que escribir como si estuvieses muerto”.

Como si estuvieses muerto coges la pluma o el ordenador y empiezas a escribir.

Como si estuvieses muerto te haces un café o un té, fumas un cigarrillo, regresas a tu cuarto y redactas algo como si estuvieses muerto.

 

Un hombre muerto escribiendo palabras muertas en un cuaderno de papel muerto que se va deshaciendo como arena sería una buena narración para los amantes del fin de los tiempos. La acción podría desarrollarse en Samarcanda cuando era la capital dorada de las estepas, o mejor en alguna aldea cerca de las montañas de la Locura.

Se supone que mientras dura el proceso de la escritura has de comportarte como un muerto, has de hacer el amor como si estuvieses muerto (siempre queda la esperanza de que a tus amantes les gusten los zombis), levantarte de la cama como si estuvieses muerto y reanudar la escritura como lo haría cualquier escritor muerto que tuviese que entregar en septiembre una novela a su editor muerto.

Sólo acierto a escribir algo cuando me siento vivo. Quizás es un error. Tendré que meditar, tendré que pensar que estoy dentro de un ataúd, en el cementerio de la Ciudad sin Nombre. El espacio es asfixiante hasta para un muerto: hace difícil la escritura, y no solo por el hecho de que la muerte sea la consagración del silencio.

Entonces le doy la vuelta al problema y pienso: escribir sería lo mismo que salir del espacio de la muerte, y toda escritura sólo podría ser gestada desde la vida y para la vida. ¡Fin de las pesadillas y los ejercicios espirituales! Qué alivio, amigos. ¡Acabo de salir del ataúd¡ ¡Ya puedo ponerme a escribir!

Con razón decía Julia Kristeva que el que no ama o no crea está muerto. Dicho en otras palabras: cuando no amas y no creas te instalas en el espacio de la muerte, y si tuviésemos que escribir como si estuviésemos muertos la obra más convincente sería el libro en blanco. César Augusto lo expresó muy bien con unas cuantas palabras que además de proclamar el fin de la vida proclamaban el fin de la escritura. Es sabido que según la leyenda el emperador dijo al morir: “¡Se acabó la comedia, amigos. Aplaudid!”.

Obviamente, se trata de una sentencia que sólo puede formular alguien que ha sido durante bastante tiempo el director del gran teatro del mundo. No son palabras que queden demasiado bien en voz de un vagabundo, un guerrero, un labrador. Para decirlas has tenido que ser el rey del mundo: algo así como el dueño absoluto de la narración. Por eso no sólo indicas que la obra ha finalizado, también ordenas que todos lo presentes lo festejen con aplausos. Como debe ser.

Qué gloriosos los romanos, tan empeñados en hacer teatro clásico hasta el último suspiro. Ahora no cuidamos tanto los papeles y los escenarios, por eso ya nadie muere diciendo frases célebres en parajes legendarios. Estamos perdiendo mucha capacidad dramática. Todavía nuestros abuelos pasaban media vida tejiendo la frase con la que esperaban despedirse de la humanidad. Ahora ya nadie pierde el tiempo preparando su última escena en la opereta del mundo.

 

¿Pero no estaba hablando de escribir como si fueses un difunto? Ah, sí, la feliz pesadilla del hombre muerto escribiendo palabras muertas en un cuaderno de papel muerto que se va deshaciendo como arena. ¡Qué optimismo más radical! ¡Brindemos!

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6 de abril de 2015
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