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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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LA NOVELA DEL 11-S

Acabo de leer un libro que será, dentro de unos meses, uno de los más vendidos en muchos países: The Looming Tower, de Lawrence Wright (Editorial Knopf). No sé cómo traducir el título; quizá «La torre amenazante». El resto del título es Al Qaeda y el camino hacia el 11 de septiembre. Se trata de la larga, muy larga historia del grupo que tumbó las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York.

Es un documento excelente, un ejemplo perfecto del arte de la síntesis. El texto abarca 373 páginas y solo en las últimas 15 el primer avión se acerca a las torres. La historia es otra, es la historia del antes: Wright pinta la cuna religiosa e ideológica donde maduró la idea de matar a miles de personas para promover el Islam en el mundo. El relato abarca medio siglo, empezando con un viaje a EE. UU. del egipcio Sayid Qutub. La chispa que provocó el encuentro en 1948 entre este musulmán reservado y un país deslumbrado por su crecimiento económico al vivir otra vez en paz, se transformó en una llama imposible de apagar. Durante años fue más bien una mecha, poco visible, pero siempre alumbrada, en Egipto, y que se transformó en la apuesta de una terrible pugna entre cuatro hombres: por una parte, Osama Bin Laden, a quien todos conocemos, y su ayudante Aiman al-Zawahiri; por otra, el príncipe Turki Al Faisal, jefe de los servicios de inteligencia de Arabia Saudita y actual embajador saudí en el Reino Unido, y John O’Neill, quien fuera jefe del servicio de lucha contra el terrorismo, del FBI.

La novela se  basa en hechos reales, sumamente documentados; el autor no inventó nada, pero es una novela. Se siente el flujo de la vida y la locura de los hombres, por igual en todos los bandos. La pareja de Bin Laden con sus cuatro esposas (baja un momento a tres y vuelve a cuatro) y sus obsesiones, y de O’Neil, con su esposa y sus tres amantes, se parece a veces a un hombre único de pie al lado de un espejo, un hombre que limita su vida a una lucha. «El terrorista y el policía, ambos provienen de la misma bolsa» escribía Joseph Conrad en El agente secreto (página 69 del PDF). Wright lo comprueba.

La primera víctima del libro no se encuentra entre las tres mil personas que murieron en el doble colapso de las torres, no, la primera víctima es la CIA. El servicio de inteligencia de EE. UU. tenía obviamente una información suficiente como para poner a las agencias federales en la pista de los terroristas antes de su atentado, pero padecía también de «la extraña tendencia del gobierno americano de ocultar la información a los que más la necesiten». El libro establece que la agencia no hizo nada a pesar de las crecientes alarmas. «Algo espectacular va a producirse aquí, y tiene que ocurrir muy pronto» dijo el 5 de julio del 2001, Richard Clarke, coordinador del antiterrorismo en la Casa Blanca. Su profecía era acertada y no se puede entender cómo fue posible que  la administración de George Bush no pagara después por sus fallos.

Tampoco los de Al Qaeda son ángeles; Wright tiene una manera muy convincente de establecer la patología del grupo: un amor por el suicidio que es, en últimas, su gran aporte a su religión. Pero no se puede ignorar la filosofía del management del grupo terrorista, que podría resumirse en un lema: “Centralización de la decisión y descentralización de su ejecución”. Funciona. Es tan eficiente como la muerte.

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6 de septiembre de 2006
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LA VISIÓN DE VOLPI

Luminosa crónica del novelista Jorge Volpi en el semanal Proceso del 27 de agosto. Analiza la situación de su país. «No es exagerado, escribe, decir que la tragedia mexicana del 2006 solo tiene dos protagonistas (…): Andrés Manuel López Obrador y la profesora Elba Esther Gordillo». Y sigue con una descripción: «El caudillo y la sibila. El defensor de los desprotegidos y la mujer despechada. Robespierre y Lady MacBeth. El hombre que habría de salvar a México y la mujer decidida a probar que es dueña del país».

A nivel político es fácil de entender: López Obrador es la persona que intenta anular en las calles el resultado de las elecciones que proclamó el tribunal electoral. Gordillo Morales, apodada la «maestra mutante», es miembro del PRI y mantiene una influencia fuerte en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) después de dirigirle. Para Volpi, en su obsesión por destrozar a Roberto Madrazo, candidato del PRI, la maestra aportó al vencedor, Felipe Calderón, los votos que faltaron a López Obrador.

El análisis me parece acertado pero lo que más provoca es la mezcla de las metáforas. Combinar Shakespeare y la Revolución francesa es poco común. Es una prueba tanto del cosmopolitismo cultural de Volpi, como de lo extraño de la situación mexicana. Esta vez ni hablar de Cuauhtémoc o de otro emperador azteca. México vive una locura nueva que abarca todo, desde la sociología de una sociedad en desarrollo hasta los trastornos de figuras políticas. Volpi tiene toda la razón en buscar una referencia para ayudarnos a entender la pelea que polariza a los mexicanos, pero como francés, no le doy a  Robespierre y tampoco acepto el alquiler de Lady MacBeth.

¿Es AMLO Robespierre? No lo creo. Robespierre es un extremista, por supuesto, pero lleva una carga desmesurada de egocentrismo. Habla en nombre de la razón, no le importan las masas sino un orden lógico en la organización política de los hombres. Al contrario, el hombre que gobierna Reforma y el Zócalo busca la conquista del resto de su país. López Obrador «no persigue, como lo escribe Volpi, la senda del martirio ni tampoco la santidad, sino el poder en su expresión diáfana». AMLO no es Robespierre. Más bien es un Bonaparte tan confuso que busca una corona de emperador sin ser ya Napoleón.

Con relación a Gordillo Morales, no hay duda: sí, se parece a Lady McBeth. Acaba de matar a Duncan/Madrazo pero por desgracia suya lo sabemos todos y además ella no tiene sangre en las manos ni remordimiento. Lo que me hace pensar que tampoco la mujer que tuvo el papel decisivo en las elecciones es Lady MacBeth. Ni Revolución francesa, ni teatro shakespeariano. México 2006 es un estreno, o una publicación anticipada de lo que Volpi titula como «La Novela del 2006».

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5 de septiembre de 2006
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LECTURA ATRASADA

Todo lector tiene su prejuicio. Conozco el mío: creo lo que se publica en The New York Review of Books. Esta revista me lleva a leer los libros más extraños: historia del desciframiento de los cables diplomáticos en el siglo XX, recopilación de cartas entre oscuros poetas, ensayo sobre el papel de los pigmentos importados de Asia en la pintura del cuatrocento italiano. La lista es amplia, como lo es mi reconocimiento hacia una revista que me es imprescindible desde hace ya más de veinte años.

La larga reseña de Sefarad, de Antonio Muñoz Molina (no hay lectura en línea, casi todo es de suscripción) en el número fechado 25 de mayo de 2006, no podía provocar otro efecto que mi culpabilidad. Nunca había leído a Muñoz Molina. Otro prejuicio, supongo, pero superado este fin de semana con una lectura atrasa de Sefarad, “una novela de novelas” como dice su autor. La semblanza con W. G. Sebald, el autor alemán que tiene mucho de inglés, es obvia. Igual lentitud. Igual recorrido de un relato que no se construye con relación a una cronología definida pero que camina y ofrece, a veces, aceleraciones insospechadas. Igual voluntad de acercar elementos sin vincularlos por completo, dejando al lector la oportunidad de hacerlo. Igual manera de utilizar un “acabo de acordarme de que…”, “no necesité irme muy lejos para que…”. El novelista es más un escultor del tiempo y del espacio que un hablador, aunque se dedica a entregar historias.

Daniel Mendelsohn, que firma la reseña, es una figura establecida de la revista neoyorkina. Concluye con una observación sobre el autor que se parece a un coronamiento: “…hizo lo necesario para que la palabra “exilio” sea la última y demoledora palabra de una obra que, creo, es de un maestro”. Puse “exilio” pues es la palabra “exile” que figura en la traducción al inglés. Pero en el libro de Muñoz Molina que acabo de leer, la última palabra es “destierro”, para nada igual. Muchos personajes van para el exilio, por culpa del nazismo y del estalinismo, pero casi todos, incluyendo los inmigrantes que van a Madrid por falta de trabajo y el propio narrador, pierden su ser íntimo al apartarse de su tierra. Son desterrados.

El largo y lento movimiento del libro que va de España a Nueva York, construyendo una arquitectura dedicada a abarcar toda la historia de los destierros desde la salida de los judíos del reino en 1492 hasta las persecuciones del siglo XX, es una hazaña. El libro no me gustó tanto al apoyarse de manera repetida en los momentos claves en un recurso clásico: tutear al lector para involucrarle. Pero no puedo negar la amplitud de una obra que mezcla los recuerdos de viajes de promoción de un autor contemporáneo con episodios de la Historia sin salir nunca de un camino único, recorrido con gran dominio del oficio. Es una novela sofisticada, indirecta (tiene más recuerdos que vida contada. Su análisis supone un trabajo hondo, largo y de nunca acabar.

No voy a participar en el concurso de hermenéutica que permite esta obra. Pero tampoco voy a negar mi desconcierto: Sefarad tiene algo de exógeno, importado a  la cultura española. Lo que escribo no es crítica, mera observación; me acuerdo de mi primera lectura de Juan Carlos Onetti: era obvio que su escritura producía con el castellano algo directo, despojado de retórica e inédito en esta época.

Ahora bien: acabo de descubrir que Muñoz Molina publica Viento de la Luna, una novela que evoca el desembarco del hombre sobre la luna. Quedo nuevamente atrasado en mi lectura de un autor que ya está en la luna. Un atraso de 384.402 kilómetros para ser exacto.

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4 de septiembre de 2006
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EDITORES

«La apuesta por el periodismo narrativo. Los retos de la nueva generación de editores de América Latina». Así se titulaba el panel que más esperaba en el seminario anual de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Monterrey, México. Y el panel no me decepcionó. Paula Escobar (reponsable de las revistas de El Mercurio en Chile) y Guillermo Osorio, de la revista Gatopardo, distribuida a lo largo de América Latina, no eran sorpresas para mí. Por cononocer su trabajo; es decir, leer sus producciones, adivinaba lo que opinan profesionales como ellos.  Nada que ver que con los otros tres: Raúl Peñaranda, del semanal Época de Bolivia, Julio Villanueva Chang, de Etiqueta Negra, en Perú, y Andrés Hoyos de El Malpensante en Colombia.

No puedo decir nada pertinente de Raúl Peñaranda por desconocer su revista (gratuita, de calidad y en Bolivia, lo que debe ser toda una hazaña). Pero a Hoyos y Villanueva sí los  conocía por ser lector de sus revistas. Quizá la palabra lector es enorme: El Malpensante lo leo a veces, más o menos de manera discontinua, pues es muy difícil de conseguir en Europa. Nunca la vi en el aeropuerto de Bogotá, lo que es mucho decir. Y de Etiqueta Negra ni hablar: solo había leído un número y, por supuesto, las fotocopias, ficheros PDF y reproducciones ilegales de textos que los fanáticos de la buena escritura hacen circular en Internet.

Hoyos tiene la aparencia de un ingeniero finlandés en informática. Una persona con sus pies en el suelo, su cerebro en las aventuras de la mente y la firme creencia de que la poesía es la herramienta más potente al servicio del conocimiento científico. Así parece, determinado y muy similar a su revista, que ya tiene diez años. «Revista de literatura» dijo, añadiendo dos referencias para los que no entendían: «escritura refinada»; «contenido que se mantiene lejos de la portada de los diarios». Le hice una pregunta después, en un ascensor, una pregunta perversa: háblame de las imágenes en una revista donde se cuida la escritura. Me contestó más o menos así: somos muy despóticos con la dirección artística; lo importante es el texto; hay dos tipos de tipografías, una paleta de color, una estructura definida que no cambia; pedimos nuestras illustraciones a artistas que trabajan de manera regular para nosotros. Y vuelvo a repetir: lo importante es el texto. Me puse en seguida a leer El Malpensante, el último número (72, 1 de agosto-15 de septiembre). En la página 33 hay una oferta de trabajo: «Se busca un director de arte. La editorial El Malpensante busca un director de arte…». Suerte para todos los candidatos. Sobre todo para el que será contratado. Una precisión: la revista tiene una presentación excelente. Su cabecera me parece insuperable: El Malpensante. Para los que no entienden hay dos palabras añadidas: «lecturas paradójicas».

Debajo de su cabecera, Etiqueta Negra pone también unas palabras: «Una revista para distraídos». Pero las letras vienen al revés ; solo se pueden leer al mirar la tapa de la revista en un espejo. Julio Villanueva la define en inglés como una revista de «non fiction». No es periodística, dijo, y tampoco de literatura. Creo que lo último es una mentira. Los testimonios, reportajes, viñetas y biografías de Etiqueta Negra ofrecen buena literatura. Y Julio Villanueva me pareció a la altura de su leyenda (un editor fenomenal, que ayudó, por ejemplo, a José Carlos Paredes, un periodista de televisión peruano, a escribir un artículo tan excelente que recibió el Premio Nuevo Periodismo en la categoría de texto). Es alto, con el pelo negro y largo, y no consigue esconder la sonrisa espontánea y las gafas grandes de un alumno adicto a la lectura. Se viste bastante de negro, no sé si algo tiene que ver con el nombre de su revista. O si, más bien, es el vestido de un monje de la edición que saca con unos amigos una revista de primer orden en condiciones de supervivencia económica (Etiqueta Negra tiene una circulación de diez mil ejemplares, lo que hace suponer una dedicación casi gratuita de sus responsables).

En lo que dijo Julio Villanueva había unas definiciones excelentes para describir el trabajo de editor (de revistas de libros, no importa):

«Un editor es un especialista en hacer buenas preguntas».
«Las frases favoritas del editor son dos: no sé y no entiendo».
«El editor es el representante del sindicato del hombre común».
«El editor busca decir lo que quiere decir el autor».
«El editor es un seductor y un manipulador».

Unas precisiones: los sitios de ambas revistas no son muy buenos. El artículo de José Carlos Paredes se lee al descargar el PDF de la revista en el sitio de la FNPI. Escuchar personas de esta índole hace pensar en la vida de Thomas Wolfe y en el papel decisivo de su editor Maxwell Perkins. Unas personas que dedican su vida a cuidar las palabras tienen algo de los jardineros: cuando los escuchamos nos parece que saben los secretos de la naturaleza.

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31 de agosto de 2006
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MÉXICO

El lugar: una sala de reuniones en el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Monterrey, en el estado de Nuevo León, en México. El título de la mesa redonda: «El papel del editor en situaciones de conflicto y polarización política». Unas cien personas frente a periodistas que cuentan el entorno de su trabajo en la época de Pablo Escobar en Colombia, del duelo PP/PSOE y del 11-M en España, o de la construcción del socialismo del siglo XXI por parte de Chávez en Venezuela. Es una mezcla de recuerdos profesionales y de tentativos análisis de lo que se produce en un país cuando la crispación interna corta el debate político.

Cada año la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), fundada por Gabriel García Márquez, entrega premios a los mejores trabajos periodísticos del continente, tanto en español como en portugués. La Cemex, la corporación de cementos mexicanos, financia los premios, la Corporación Andina de Fomento financia unos talleres dedicados al periodismo. El evento es una cita anual ya establecida que tiene  algo de ritual. Pero esta vez, al final de la sesión, llega la primicia: un periodista del diario El Universal anuncia la decisión del Tribunal Electoral. Felipe Calderón Hinojosa es el ganador de la elección presidencial de México. Todavía no es presidente electo pues en México el formalismo es un arte de toda la vida. Queda por decir que todo el proceso fue válido. Por tarde el 6 de septiembre, el candidato panista pasará a ocupar la posición oficial de próximo presidente.

Claro que no es una sorpresa. No he encontrado a un solo periodista mexicano que crea en la victoria de Andrés Manuel López Obrador. Todos opinan que la elección fue limpia, que ganó Calderón por medio punto pero que ganó. Tampoco fue sorpresa el comentario de AMLO: ''Se rechaza la usurpación y se desconoce al señor Felipe Calderón como Presidente de la República, lo mismo que a sus funcionarios''. La mesa redonda pasa de la historia reciente al estudio del futuro por la audiencia. La noticia sobrepasó a los periodistas.

El problema, más allá de las primeras declaraciones, se nombra con un sustantivo plural: las carpas. ¿Cómo sacar los millares de seguidores de AMLO que viven en carpas, en avenidas de la capital? Escuché más o menos un consenso a favor del degaste del tiempo como método de desalojo: a medio plazo, no es posible para AMLO mantener a estos seguidores en el asfalto. Los congresistas de su propio partido serán los primeros en buscar una solución a lo que parece ser un suicidio político. Pero a largo plazo, dice mi pequeña muestra de periodistas mexicanos, su obstinación tendrá cuatro consecuencias, que pueden combinarse y modificar el panorama del país:

1. El D.F. se desgarra.
En un país que camina hacia arriba, que trabaja y, aunque lentamente, mejora su situación, la capital se pierde en trastornos políticos que agobian a todos. El resto del país se acostumbra, cada día más, a vivir por sí solo.

2. México tendrá un retraso.
No se puede funcionar en un mundo globalizado sin un gobierno ágil. Tarde o temprano, todo el país tendrá que pagar por el conflicto de legitimidad en el escenario politico de su capital.

3. La izquierda consigue una necesaria catarsis.
El combate de AMLO es el último intento de la izquierda de utilizar la violencia. Su probable fracaso permitirá construir una nueva visión que acomode realismo económico y político y tratamiento potente de los problemas sociales.

4. El diálogo político podría desaparecer.
No es nada seguro pero ya hay muchos casos de familias, de amigos, que no pueden hablar de política por la polarización violenta que busca AMLO. De seguir negando un resultado válido, el candidato derrotado puede acabar con un espacio de debate que el país consiguió a duras penas.

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30 de agosto de 2006
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ERNESTO, EL PRIMERO

Viaje aéreo entre Houston y Monterrey, el Monterrey de México. El avión se desplaza sin movimientos y por la ventana, a la derecha, en este atardecer de un sábado de calor húmedo, veo la explosión, cada treinta segundos, de rayos que iluminan por dentro un castillo de nubes negras edificadas sobre la Sierra Madre.

Mirar un rayo de cinco o seis kilómetros que parte el cielo en dos no es algo muy común para mí. De manera extraña, el dorado intenso de la luz se parece al cielo sobre los barcos en los cuadros de Claude Gellée (el pintor apodado «Le lorrain» en Francia o Claudio Lorenese en Italia). No sé si el resultado genera temor (por la potencia invertida en la breve invasión de la luz) o más bien admiración (por la amplitud de un espectáculo que abarca una sierra entera) pero no hay manera de leer o de dormir ; estoy prisionero del fuego celeste.

Antes del despegue, leí el Houston Chronicle. El diario debatía sobre una depresión llamada “Ernesto”, ubicada todavía en el fondo del mar Caribe. A la hora de cierre del periódico no se sabía si se había transformado en un huracán; es decir, algo de una potencia muy por encima del fenomenal espectáculo que brindaba la tempestad sobre la Sierra Madre. Llegando a Monterrey, ya tenía la respuesta: Ernesto alcanzó la categoría de huracán, según decían todos los sitios de información. Es el primer huracán atlántico en lo que va de la temporada 2006.

El domingo por la tarde, Ernesto ya no es huracán. Ha bajado su rango: mera tormenta tropical, pero se pronostica que va a recuperar su calificación de huracán el lunes por la mañana (hora local). Para mí, es imposible seguir estos pronósticos sobre la importancia de un peligro sin recordar a Humphrey Bogart frente a Edward Robinson en la pelicula Key Largo. El segundo, que tiene el papel de un bandido, Johnny Rocco, lleva una pistola. El primero, que es el eterno Boggy, asume esta vez el nombre de Frank McCloud (McNube, si lo traducimos) y no tiene más que su valor frente al peligro. Hay un momento en que McCloud dice «You don't like it, do you Rocco, the storm? Show it your gun, why don't you? If it doesn't stop, shoot it». (Podría ser que no te gusta la tormenta Rocco? Muéstrale tu pistola, ¿por qué no lo haces? Y si no la detienes pégale un tiro).

Pero la verdad no se parece a la película. En el fondo, no me tranquiliza el espectáculo desde el avión y a nadie le gusta la idea de una tormenta que no sabe si es huracán. Es fascinante ver que el sitio de un diario como el Nuevo Herald, en Miami, tenga una sección de huracanes como otros sitios tienen hípica o política. Claro que esta sección se alimenta con los datos del Centro Nacional de Huracanes. Los cuadritos de la «home page» del centro se parecen a las ventanas de mi avión. En cada una, fascinación y algo de temor. Por lo que me corresponde me siento mucho más Rocco que McCloud, a pesar de no tener una pistola.

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28 de agosto de 2006
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VAMOS (2)

Dicho y hecho: vamos a revisar la lista de los autores iberoamericanos traducidos al francés para la “rentrée littéraire”:

ARGENTINA
La ciudad de los herejes, de Federico Andahazi (Eloïse d’Ormesson)
Mantra, de Rodrigo Fresán (Passage du Nord-ouest)

CHILE
El albergue de las mujeres tristes, de Marcela Serrano (Eloïse d’Ormesson)

COLOMBIA
La multitud errante, de Laura Restrepo (Calmann-Lévy)
La descendance, de Jack Michonick (Eloïse d’Ormesson)

CUBA
La neblina del ayer, de Leonardo Padura (Métalié)

ESPAÑA
La velocidad de la luz, de Javier Cercas (Actes Sud)
El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (Bartillat)
El hombre que inventó Manhattan, de Ray Loriga (Les Allusifs)
La recta intención, de Andrés Barba (Bourgois)
La hermana de Katia, de Andrés Barba (Bourgois)
El mago, de César Aira (Bourgois)
El volante, de César Aira (Bourgois)
El mensajero de Argel, de José Carlos Llop (Jacqueline Chambon)
El placer de la cautiva, de Leopoldo Brizuela (Corti)
El desorden de tu nombre, de Juan José Millas (Galaade Editions)
A pedir de boca, de José Manuel Fajardo (Métailié)
Verdades como sueños, de Eduardo Gallarza (Phébus)
Jacobo el mutante y Perros héroes, de Mario Bellatín (Passage du Nord-ouest)

MÉXICO
Nosotros estamos muertos, de Jaime Avilés (Métailié)

PERÚ
Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa (Gallimard)

PORTUGAL
El ángel de la tempestad (Anjo da Tempestade), de Nuno Judice, (La Différence)
Violeta y la noche (Violeta e a Noite), de Urbano Tavares Rodrigues (La Différence)
Ensayo sobre la lucidez (Ensaio Sobre a Lucidez), de José Saramago (Le Seuil)
Osa mayor (Ursamaior), de Mario Claudio (Métailié)

Es obvio que la lista no es una muestra de la producción literaria sino un retrato del mercado internacional de los derechos de autor. Desde Francia, se ve el peso de unas casas editoriales que apostaron fuertemente en esta área: Bourgois, Métailié, Actes Sud, La Différence. Desde la perspectiva de los autores, el peso de España, que suministra más de la mitad de los autores, confirma la opinión de todos los escritores de América Latina que dicen vivir en la periferia de un mundo cuyo centro es España.

Cuidado con los prejuicios: la última novela de Javier Cercas no es esperada con el mismo anhelo que en el mundo hispanohablante (Soldados de Salamina tuvo una buena acogida en Francia, sin más); Juan José Millas es, por su parte, un desconocido al norte de los Pirineos, menos por los lectores de El País. Rodrigo Fresán o Laura Restrepo, cuyos apellidos son presencia normal en las librerías de América Latina, tampoco tienen trayectoria en Francia, donde es muy probable que un cliente pregunte antes de comprar sus obras si se parecen a Borges o a García Márquez.

Mario Vargas Llosa y José Saramago son autores de peso, no solo por su fama y su presencia en la prensa, sino también por las ventas de sus libros. El cubano Leonardo Padura tiene lectores que conforman un pequeño mercado. Creo que Jaime Avilés aparece en la lista por la existencia de un mercado interesado por el sandinismo: él es conocido como periodista por sus entrevistas al subcomandante Marcos.

Los títulos en castellano de las novelas en portugués de Nuno Judice y Urbano Tavares Rodrigues son aproximaciones pues no sé si existen traducciones en España. Si hay un error es culpa mía. Pero no me atreví a dar un título al libro del colombiano Jack Michonick, que por el momento no tiene título en español. La descendance (La descendencia) es el título francés de una obra escrita en castellano y que nunca fue publicada. Su autor, que vive en Israel, relató la historia de tres amigos que emigran de Rusia. Dos van a Colombia, uno va a Israel. La historia abarca más de treinta años. Michonick se cansó de buscar un editor en español, dice su editor francés, y se dedicó a vender su manuscrito para traducción directa sin publicación previa. Es algo imposible, pero sucedió. Lo que quiere decir que las reglas del mercado internacional de los derechos de autor no rigen todo.

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25 de agosto de 2006
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VAMOS (1)

Francia empieza, como cada año, en los últimos días de agosto, su “rentrée littéraire”. Así se nombra al principio de la temporada 2006-2007, es decir el plazo de tiempo, entre la última semana de agosto y la mitad de junio, que corresponde a la actividad fuerte de la casas editoriales. Hay dos momentos en una temporada: la “rentrée de septembre”, plato fuerte pues desemboca sobre los grandes premios literarios (Goncourt, Renaudot, Interallié, etc.) y la “rentrée de janvier”, después de navidad.

Este año, la “rentrée littéraire” es muy importante. Se supone que los libros se venden muy mal en periodo de elecciones y en 2007 se termina la segunda presidencia de Chirac. Ya los periódicos se llenan de artículos sobre Sarkozy o Ségolène (Royal, una socialista) y los editores creen que el mano a mano entre S y S va a matar al negocio. Entonces vamos, vamos como nunca a la ficción. Publicación de 683 novelas entre ahora y el principio de diciembre. La mayor parte, antes de mitad de noviembre. 208 novelas son traducciones (30%). 109, es decir más de la mitad, son novelas escritas en inglés, en su gran mayoría en EE. UU. aunque hay textos que vienen del Reino Unido y de todas sus ex colonias (Australia, India, Nueva Zelanda, Canadá).

Con 25 traducciones el área iberoamericana es la de mayor representación, por delante del alemán y del japonés. Voy a estudiar la lista completa, ponerla en el blog y comentarla mañana pero hay tres puntos obvios:

- ausencia completa de Brasil;
- presencia de dos autores muy conocidos: Mario Vargas Llosa (Travesuras de la niña mala) y José Saramago (Ensayo sobre la lucidez, Ensaio Sobre a Lucidez).
- primera aparición de un clásico: El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio.

Parece increíble que se traduzca por primera vez al francés la novela de Sánchez Ferlosio pero es así, y me parece necesario agradecer a la casa editorial Bartillat este magnífico esfuerzo. Las traducciones tienen su ritmo: es también una sorpresa la presencia en la lista de Historia del amor de Nicole Krauss, que ya es un éxito en tantos países, así como la traducción muy atrasada de obras clásicas del americano Bernard Malamud o del egipcio Naguib Mahfuz.

Livres-Hebdo, el semanal profesional donde se recopilan las informaciones sobre este sector de actividad, desconoce tanto al autor que obtuvo el Premio Cervantes que, en el censo de los autores extranjeros de la “rentrée littéraire”, lo apunta no como Sánchez sino como Ferlozio, con zeta! ¿Qué se diría en Francia si se anunciara en España la publicación de un libro de Marcel Prouzt?

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24 de agosto de 2006
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TERNERA Y ZP

Lo que leo por la mañana en el sitio del periódico británico The Guardian reduce el alcance del cabezazo de Zidane a un gesto sin importancia. Una discrepancia en el partido de críquet Inglaterra-Pakistán provocó nada menos que la cancelación de un partido “test-match” el domingo pasado, cuando los jugadores asiáticos se negaron a volver a la cancha después de tomar el té. No sé si hay que echarles la culpa pero lo cierto es que al final la pelea estaba entre todos los jugadores, de ambos equipos, y los árbitros. La noticia es histórica: nunca había ocurrido tal fracaso en 130 años de partidos internacionales.

Qué extraño leer algo sobre un conflicto sin solución cuando me pasé el fin de semana hojeando otra vez la biografía Josu Ternera, una vida en ETA, de Florencio Domínguez (La esfera de los libros). Se comenta mucho la postura del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, frente al último comunicado de ETA y de pronto intento recordar quién es José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, el líder de ETA. Florencio Domínguez dice que “uno de los factores que parece haber sido determinante en la decisión del presidente de entrar en este proceso es el hecho de saber que quien estaba ofreciendo garantías por parte de ETA era José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, quien tiene a sus espaldas nada menos que treinta y ocho años de militancia en la organización terrorista”. Ternera es uno de los líderes que encontró Joseph Lluis Carod-Rovira, entonces número dos de la Generalitat de Cataluña, en su viaje irresponsable a Perpiñán.

Francamente, la biografía no es biografía pues la vida de Ternera no es una vida sino una militancia a lo largo de una huida. Clandestinidad a los 20 años, exilio a los 21, primera detención a los 22. Una existencia donde no se tiene ni nombre ni domicilio, con años de cárcel por supuesto, y la visión ciega de los que no conocen una vida abierta. Lo único que tiene Ternera como rasgo propio en su biografía es su talento y afición por la cocina… carcelaria.

Ya escribí que lo más difícil en un proceso de paz (País vasco, Irlanda, Colombia, etc.) es la jubilación en un mundo normal de personas que no saben lo que es una vida normal. Según Florencio Domínguez, el autor de lo que es una cuidadosa recopilación de informes de la policía y de actos de tribunales mezclados con unos recortes de prensa, “Josu Ternera siempre fue la representación de la ortodoxia marcada por la radicalidad en la reivindicación política, la defensa del empleo de las armas para conseguir sus objetivos y el acatamiento de la disciplina interna”. Hay que pensar en este hombre por una parte, y en ZP por otra, para entender cuán largo y difícil es lo que apenas comienza.

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22 de agosto de 2006
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AJMÁTOVA

Es un envío que se demoró más de lo deseable. Anna Ajmátova murió el 5 de marzo de 1966 y varios artículos renovaron mi viejo deseo de saber lo que pasó entre ella e Isaiah Berlin en la mítica noche que pasaron hablando en noviembre de 1945. Ella ya era la figura que solo se podía comparar con Ossip Mendelstam en su país en el siglo XX. Él no era todavía el más famoso filósofo del liberalismo en el mismo siglo. Nacido en Lituania, había vivido en Rusia y después en la Unión Soviética hasta sus doce años. La emigración con sus padres al Reino Unido no le había quitado su amor descomunal por el idioma y la cultura de sus primeros años.

Nombrado agregado cultural en la embajada británica en Moscú, Berlin se apresuró  hacer lo único que tenía sentido en su culto personal: visitar en Leningrado a aquella poeta que siempre fue un milagro conseguido, que desde su primer verso fue una  maestra de la poesía. “Llegó con todo el equipaje puesto y nunca se pareció a nadie más” ha escrito Joseph Brodsky en su insuperable evaluación de Ajmátova. Para ella, rodeada y vigilada de manera continua por la policía de Stalin, recibir la visita de Berlin fue abrir la ventana hacía otro aire y también correr un peligro para su propia seguridad. Ya su primer marido había sido fusilado sin juicio, su hijo había sido detenido varias veces en el Gulag donde murió su amigo Mandelstam. Aquel huésped inglés, tal como lo escribió en su famoso “poema sin héroe”, era “el invitado que viene del futuro”. ¿Quién se negaría a recibir la visita de alguien que viene del futuro?

György Dalos, un húngaro, ha escrito un libro exclusivamente dedicado a esta visita. Traducido al inglés, en EE. UU. (The Guest from the Future: Anna Akhmatova and Isaiah Berlin, de Farrar, Straus and Giroux), la obra me costó menos de once euros en una librería del estado del Maryland pero una interminable espera antes de, por fin, descubrir el relato. Todo empezó por una broma. Randolph Churchill, el hijo de Churchill, acababa de llegar a Leningrado, en la misma noche, viajando como periodista. Sabiendo más o menos dónde se encontraba Berlin, no tuvo mejor idea que recorrer la calle gritando su nombre para encontrarle… en plena guerra fría. Salida apresurada del diplomático que manda a su amigo al infierno y vuelve a donde está la poeta.

¿Entonces? El encuentro fue una obra en tres actos. En el primero los protagonistas se callan por la presencia casual de una joven estudiante que se dedicó a preguntar al visitante inglés cómo se vive en Occidente. Silencio de Ajmátova que se transforma en una furia de confidencias después de la salida de esa persona. Entrega memorias de su visita a París donde tantos hombres se interesaron por ella, incluyendo Modigliani (sí, tenía todavía retratos suyos), relato de su vista a Mandelstam en el Gulag, etc. Este segundo acto terminó con la lectura de sus propios poemas, entre ellos el “Réquiem” y el borrador de este “Poema sin héroe” donde entró el invitado del futuro pocas horas después del fin de la entrevista. El tercer acto, claro, fue una orgía de literatura, una revisión durante cinco horas de los grandes nombres de la literatura rusa, de Kafka, de Joyce y de Eliot.

Stalin se refería a Ajmátova como “la monja”. “¿Qué hace nuestra monja?”, era su manera de preguntar por ella. El libro cuenta cómo la monja recibía enemigos y no sintió haber esperado tanto para leerlos.

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21 de agosto de 2006
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El Boomeran(g)
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