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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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LA FICCIÓN MÁS VENDIDA EN FRANCIA

Cada año, el suplemento literario del diario Le Figaro se dedica a determinar quiénes son los autores franceses de libros de ficción con las ventas más altas en Francia; el resultado de 2006 no trae una sorpresa mayor: otra victoria para Marc Levy, el maestro de los relatos de amor y de fantasmas, pero con 1,7 millones de ejemplares vendidos ha perdido casi medio millón en ventas.

Van bajando también la autora de novela policíaca Fred Vargas (0,96 millón) y Bernard Werber (0,83) con sus historias locas cercanas a la ciencia ficción. Anne Gavalda (0,82), con sus novelas de amor, y Amélie Nothomb (0,79), que siguen detrás y pierden terreno: el año pasado, ambas autoras superaban el millón. Por fin, vienen cinco autores; Guillaume Musso (0,75), Eric-Emmanuel Schmitt (0,59), Jonathan Littell (0,5), Christian Jacques (0,4) y Maxime Chattham (0,4), un joven autor de novelas policíacas.

Littell, claro, es un caso aparte. Todos los otros novelistas tienen ya varios libros en las librerías (más de 100 para Christian Jacques, el novelista del antiguo Egipto que fracasa este año con una biografía de Mozart). Littell consigue entrar en la lista con una sola novela, Les bienveillantes, que se ha vendido meramente cuatro meses.

Facturar 25 euros por ejemplar, es el gran negocio de la edición francesa en 2006. En muchas librerías se oye el mismo cuento: las ventas bajan para todos los autores, pues la gente compra el enorme libro (902 páginas) de Littell y, peor, ¡lo lee! Nadie tiene tiempo para otra cosa.

Como siempre, los novelistas que más gustan al público no son recomendados por la critica. Meramente Nothomb, como novelista que se dedica a varios temas (Japón, hambre, vida en la oficina, etc.), y Schmitt. Como dramaturgos tienen un estatuto fuerte en la secciones de cultura de los periódicos. Todos los otros autores reciben un tratamiento de maestros del ocio y no del arte. Otra vez, Littell es un caso aparte: varios periodistas ponen en duda la capacidad de un americano para escribir un libro enorme en francés sin la ayuda de unos editores. Otros denuncian la fascinación del autor por la violencia nazi. De manera absurda, el caso Littell sigue abierto, menos para los lectores.

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11 de enero de 2007
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REPÚBLICA SOCIALISTA

Al anunciar, el lunes, el contenido del Plan Nacional Simón Bolívar (2007-2021), el presidente Chávez ha despejado las dudas. «Vamos, dijo, rumbo a una república socialista de Venezuela». Todos los detalles del recorrido son previsibles: más control del Estado sobre la economía, más control del líder sobre su entorno y más control de la educación sobre las cabezas.

Lo más interesante es el discurso del presidente. No es un tratamiento directo de la realidad sino su maquillaje, como corresponde a la gran tradición de la retórica socialista. Cuando el presidente habla a los ministros salientes del gobierno renovado dice «Ustedes no se van del Gobierno». Cuando se explica frente a los comentarios de la iglesia venezolana y de la OEA: «Señores, lean los libros de Karl Marx, la Biblia. No tengo nada que explicarles». Palabras para expresar la realidad al revés, palabras para rechazar el uso de la palabra: estamos en el socialismo real.

Y claro, lo que dice Chávez cuando intentar decir algo de verdad tampoco importa. «Soy del linaje de Trotsky, de la revolución permanente» dijo a su gabinete. Igual decía hace unos años (lo tengo apuntado) «La revolución china es hermana mayor de la revolución bolivariana»

En 2005, cuando venía subiendo la referencia al “socialismo del siglo XXI” en la propaganda  del gobierno en Venezuela, Chávez explicó que no había que desesperar del socialismo. Por una razón obvia: había sido el sistema de organización y de producción de las sociedades precolombinas ya desaparecidas. Y, en un enorme salto por encima de los siglos, el líder bolivariano estudiaba la posibilidad de resucitar al socialismo. Con una repuesta positiva: «El socialismo, afirmaba, no estaba muerto, estaba de parranda y el socialismo es el camino». Venezuela está en el camino.

Hoy, por la mañana, utilizando un PC con sistema “XP profesional” de Microsoft intenté conectarme con el sitio oficial de la presidencia venezolana. Lo único que había era una animación Flash con un título arriba: “Hacia el socialismo del siglo XXI”. Toda la página quedaba vacía. El único enlace “buscar las últimas noticias” no funcionaba. Quizás el sitio estará arreglado y listo para los internautas en el momento de la publicación de mi post, pero veo mi visión matutina con una aproximación al futuro de Venezuela. Es el susto fuerte que conocen los escritores: el temor a la página en blanco.

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10 de enero de 2007
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EDICIÓN

Ya entregué como regalo de fin de año el enlace hacia el blog de Hikikomori. Es una vergüenza volver a hablar del mismo blog, pero tengo dos buenas razones:

1. Hubo un cambio en la imagen del supuesto autor en su blog. Al enlace «sobre mí» corresponde todavía una cara dividida en dos, pero es el collage de una japonesa. Vale la pena revisar el blog, ver que su autor consiguió un premio, etc., pero me parece más interesante la feminización de su imagen. De chico duro pasó a ser un Hello Kitty del ciberespacio.

2. Hikikomori ha escrito un post que es lectura imprescindible para cualquier autor que publica su primer libro. Cada frase es una joya de autenticidad. Y es pura verdad: un autor tiene que oír estas frases en el camino hacia la publicación de su libro. No hay nada más injusto: se trata de una obra suya, pero publicar es una tarea poco común para él; todos los otros protagonistas del asunto viven esta historia varias veces a la semana. Pelea entre varios veteranos y un neófito. Siempre pierde el mismo.

Hay otra lectura que pronto será interesante: un libro (en inglés) de Richard Posner, de próxima publicación, y del que encontré una reseña. Es un manual dedicado al robo literario: cómo y hasta dónde se puede llegar en la utilización citas y referencias de otro libro en el momento de publicar algo. Se publicará en EE UU, pero conocemos el papel de los gringos en el derecho internacional. The Little Book of Plagiarism (el pequeño libro del plagio) será una herramienta imprescindible y, de verdad, lo único que falta en el maravilloso post de Hikikomori, es una frase del editor preocupado por un posible plagio:

- ¿y esto de dónde lo sacaste?, es muy bueno: no parece tuyo.

(Para los que no lo sepan: Becker es un juez que comparte un blog con Gary Becker, el economista, premio Nobel de economía. No es un lugar de intensa alegría, pero ambos hombres son conservadores con una mente abierta. Siempre vale la pena su lectura).

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9 de enero de 2007
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GELMAN EN FRANCÉS

Por primera vez, Gallimard publica poemas de Juan Gelman en francés. El poeta argentino tenía unas traducciones en pequeñas casas editoriales, pero nunca había conocido el prestigio de la tapa blanca con su arco de letras diciendo «DU MONDE ENTIER» (desde el mundo entero). No hay mucha lógica en el hecho de entrar en esta colección. Poetas entran o no entran sin modificación de su fama o patrimonio, pero adivino su orgullo íntimo de compartir la famosa marca “NRF” (nouvelle revue française) con Proust y tantos otros.

Tampoco existe, me parece, un método en la manera de escoger a los textos. Zoe Valdés tuvo una excelente recopilación, con un título escrito en dos idiomas Une habanera à Paris, con poemas sacados de varias épocas de su vida. Gelman tiene un título extraño en su uso hermético del francés: L’opération d’amour (La operación de amor, -de ninguna manera se puede traducir por «por amor» o «del amor»). Es un rescate de poemas que tienen como 25 años. Componen los libros Citas y Comentarios. Vienen con un prólogo del traductor, una advertencia final de Julio Cortázar. Es un buen libro, pero ofrece una imagen sorprendente de Gelman. Una imagen mística.

Gelman, lo sabemos todos, es un porteño con opiniones de izquierda. Es un hombre que espera una revolución social. Lo escribe en sus artículos y siempre lo hizo. Tuvo que exiliarse en México para huir del golpe militar. Uno de sus hijos está entre los desaparecidos de la dictadura. Y ha vivido una historia alucinante con el encuentro, años después, de su nieta nacida en las cárceles de esta bestia de gobierno militar. Dolor, protesta, venganza tendrían que ser los factores naturales de su arte. No es el caso en los poemas traducidos en Gallimard. Es amor. Un amor que camina por sí mismo, que no va a regañar, un amor de santo para la humanidad. La presencia continua de santa teresa tanto en los comentarios como en las citas, quizás, lo explica.

Tengo excelentes ensayos de Gelman en mi biblioteca: artículos escritos para el diario Página 12 y compilados bajo el título Miradas (Seix Barral). En uno de los textos, Gelman habla de Henrich Heine: dice que como poeta del amor «es el mas notable desde Petrarca en Europa». Una valoración acertada: este porteño sabe mucho del amor. No el amor cantado por los tangos sino el amor como mística de la vida interior. Gelman es distinto de lo que parece. Uno busca la revolución en su libro y casi no aparece, aparte de un texto sobre Federico Engels. Pero hay dos citaciones (citas dice Gelman) que me gustan. Una de William Burroughs: «la gracia me llegó en forma de gato» y otra en un sorprendente diálogo entre Proust y Colette (se conocieron, es bien documentado):

Proust: «Señora, sus libros son de un joven Narciso con el alma llena de lujuria»
Colette: «Señor, usted delira. Mi alma esta llena de frijoles y panceta»

Esta cita, para mí, es prueba de que Gelman en su exilio mexicano incorpora la mezcla de amor y de percepción sencilla de la vida que encontramos en el arte de Sor Juana Inés de la Cruz. Al leer Gelman en francés pensé en unos versos de Sor Inés. Podrían ser de este poeta que nunca más voy a leer como a un militante:

«No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado/
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios»

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8 de enero de 2007
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RETRATOS DE AUTORES

Es difícil leer sobre la historia de la guerra civil en España sin enterarse de la existencia de Luis Quintanilla (1893-1978), pintor español comprometido con la República desde los años treinta. Amigo de Juan Gris, Quintanilla se hizo famoso con su estancia de unos meses en la cárcel, en 1934, por razones políticas. Los escritores Hemingway, Dos Passos, Malraux pidieron su libertad. Salió ileso para seguir el recorrido clásico de los artistas de su época: participación en la guerra en el interior, propaganda en el exterior y, finalmente, un largo exilio entre EE. UU. y Francia. Sus bocetos de la guerra civil se parecen mucho a lo que hizo George Grosz en la república de Weimar: la visión violenta de seres humanos gozando o sufriendo como animales.

Ahora, su hijo Paul Quintanilla le dedica un sitio cuya ergonomía es de las más confusas. Peor no se puede. Pero es una maravilla por el contenido: un texto de Hemingway, datos biográficos, pedacitos de libros, pinturas, dibujos. Es una carpeta llena de documentos con sabor a otros tiempos, a otros lugares. Y sobre todo está el arte de Quintanilla, obvio en la fluidez de la forma y la sencillez de los colores.

El artista vivía en EE. UU. en los años cuarenta. En 1943, empezó a producir una serie de retratos de escritores. Su hijo explica muy bien las circunstancias del proyecto, en un texto en inglés. Pero sin pasar por el texto se puede también visitar la pequeña galería por el mero placer de recordar la convivencia dentro de una comunidad de artistas que compartían un pueblo llamado Nueva York.

Lo primero que me interesa de estas pinturas es la lista de los escritores. Son dieciséis y creo que pocos son conocidos hoy y conforman una muestra caótica, imposible de entender. La lista de los que siguen siendo famosos es cortita: Dorothy Parker, Richard Wright, John Steinbeck, Lilian Hellman, John Dos Passos y Arthur Miller son, creo, los únicos que aparecen todavía en las librerías. Es posible que el nombre de William Shirer no diga nada hoy –fue el historiador que se encargó de explicar el nazismo después de la Segunda Guerra Mundial, su nombre fue borrado por la ola de trabajos sobre Hitler en las dos últimas décadas.

Segundo aspecto, extraño, del proyecto: el disfraz de los escritores. Son pinturas de ellos “tal como se ven a sí mismos”. Dorothy Parker, que decía que después de tres Martini estaría debajo de la mesa y después de cuatro, debajo del hombre que la invitó a beber, parece como una especie de ama de casa dedicándose a la costura. Richard Wright se imagina como un rompecabezas. John Steinbeck es una serpiente de mar. Liliam Helman se confunde con el color gris. Dos Passos es un pintor. Y Arthur Miller se cree Abraham Lincoln, uno de los presidentes asesinados. El retrato de Steinbeck, cuya figura como escritor se recupera y crece (fue un fabuloso autor de relatos de viaje, talento poco reconocido en la época de su Premio Nobel) me parece fascinante, muy real, muy parecido a la apariencia del mar en la parte de Monterrey, en California, que tanto papel jugó en su vida.

Pero, sobre todo, lo que la serie de retratos trae es el recuerdo de una época más generosa. Los artistas, en lugar de dedicarse únicamente a su obra, miraban a su entorno y seguían, no con celos sino con reconocimiento, la producción de las otras disciplinas. Hasta la Primera Guerra Mundial, en París, no había un solo escritor que no escribiera sobre arte. Sabemos lo que Zola, Flaubert, Baudelaire opinaban del arte de sus contemporáneos y tenemos retratos de todos los grandes escritores hechos por sus amigos pintores. El retrato de Steinbeck por Quintanilla es una última prueba de supervivencia de esta actitud abierta que mató el Dios del éxito comercial.

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5 de enero de 2007
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CUARENTA AÑOS DESPUÉS

En 1967 tenía veinte años y no sabía nada de la existencia de un autor argentino llamado Ricardo Piglia. Hoy, el mismo Piglia, que me encantó con su ensayo El último lector, reedita su primer libro, publicado en 1967, La invasión. Leer una obra publicada hace cuarenta años no me plantea ningún problema. Lo que me perturba es la buena fe de su autor en el momento de entregar la supuesta “reedición” de su obra. Contaba con diez cuentos, ahora son quince y los de la edición original pasaron por “modificaciones y algunos ajustes”. Pero Piglia publica el libro como si no hubiera pasado nada, no cambia su título y pretende que sea la misma obra, hasta niega la posibilidad de un progreso en su prólogo. Para él, La invasión es La invasión.

“No me parece, dice, que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés). A la larga pensamos que escribimos distinto y siempre escribimos del mismo modo, con los mismos errores y los mismos –escasos y siempre sorpresivos- aciertos”.

Es una visión de la creación ubicada en la eternidad, aún más, de un autor estancado fuera del tiempo, que no se compagina con la sensibilidad política y social de Piglia. Varios cuentos se ubican en momentos históricos precisos: un bombardeo, un náufrago, el asesinato de un caudillo, ciertas acciones en contra de Perón. El lector siente una presencia de la historia y adivina que estos episodios no se miran ahora como hace cuarenta años. Es difícil creer que este cambio no modifica al autor. Cuarenta años es mucho.

“Escribía muy bien en aquel tiempo, mucho mejor que ahora” llegó a decir Piglia en una entrevista apasionante para la revista Ñ. No lo creo. No creo que el libro publicado (¿reeditado?) por la editorial Anagrama, con una fotografía hermética de Cartier-Bresson en la portada, se pueda confundir con la obra original. Al descubrir que “escribía mucho mejor” antes, un autor no se dedicaría a reescribir una vieja obra, más bien, la respeta y la reedita tal cual. Creo, tal como lo dice el título de su entrevista, que Piglia vive en “La ilusión de la escritura perpetua”. Una obra cerrada le parece insoportable. En el fondo es un escritor puro: desafía al tiempo tanto en el fondo como en la forma.

Al comienzo de su mejor novela, Respiración artificial, un narrador llamado Renzi cuenta que acaba de publicar su primer libro. Y, claro, unas páginas después viene la crítica de la obra. Pero el problema no es mejorar esta obra. Es resolver la relación entre una obra y el contexto histórico de su lectura y analizar la permanencia de aquella relación a lo largo del tiempo. Al final del libro, un personaje (Tardewski) dice: “… si uno tuviera que nombrar al autor que más se acercó a tener con nuestra época la relación que con la suya tuvieron Homero, Dante o Shakespeare, Kafka es el primero en quien se debe pensar”. ¿Tiene Piglia con su época la relación que tenía hace cuarenta años? Adivino que es la pregunta, cuya respuesta desconozco, que le autoriza para pretender que La invasión 1967 es La invasión 2007.

PS: En La invasión, Renzi, el mismo Emilio Renzi de Respiración artificial, es protagonista de varios cuentos. Esto quiere decir que el autor no se encuentra solo para desafiar al tiempo. Con relación a la calidad del libro, me parece prematuro decir ya que es una obra excelente. Sería mas prudente esperar la próxima edición, la del 2047, para pronunciarme.

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4 de enero de 2007
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ATRASO DOS

Dentro de la larguísima lista de los errores que cometí en el año 2006 hay uno que no se puede perdonar: se me escapó el trigésimo aniversario de uno de los mejores libros de ciencia política en idioma español. Peor aún: se me fue el único libro cuya lectura era imprescindible durante la elección presidencial en Venezuela: Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel.

Tengo una buena copia de la editorial Criteria de Caracas. Durante años utilicé una vergonzante fotocopia (mejor dicho: un robo) que salía de una biblioteca de Barcelona. La Barcelona de Cataluña, nada que ver con la de Venezuela. Lo digo para que nadie crea que se trata de un libro intra-venezolano. Carlos Rangel (1929-1988) era venezolano por su nacionalidad, pero su trabajo corresponde a un verdadero intento, a través del ensayo, de configurar una visión de la civilización latinoamericana.

La obra tiene una ambición descomunal al abarcar toda la historia del continente desde las sociedades precolombinas hasta la revolución castrista. No es un libro cómodo para los promotores de explicaciones baratas. El punto de salida no puede ser más estimulante; es la vieja pregunta: ¿Cómo se explica el éxito económico de EE. UU. frente a las dificultades crónicas de América Latina?

La respuesta tiene que ver con el psicoanálisis colectivo (es decir, el estudio de los paradigmas de la Historia). América Latina da por cierta una visión equivocada, mentirosa, engañosa de su pasado y su presente al ignorar dos verdades demostradas por Rangel:

1. El imperialismo americano, que ha existido y existe todavía, es una consecuencia y no una causa de la impotencia de América Latina para administrar su espacio político y económico.

2. Las revoluciones con sabor a caudillismo y autoritarismo no son organizaciones que buscan romper con el pasado sino que perpetúan los males de las sociedades precolombinas.

Transferir la culpa del atraso económico y social al mundo exterior (EE. UU. y/o empresas multinacionales) fue durante décadas el colmo del pensamiento en un continente que hablaba de “dependencia” o de “injustos términos del intercambio” como de una visita del diablo a una iglesia. Rangel no tiene dificultad para demostrar que la culpa de los fracasos es interna: el fallo de la unidad bolivariana (frente a la construcción del poder federal de EE. UU.) es un fracaso hecho en casa, entre latinos; tal como el auge continuo de nuevas oligarquías apoyadas en tantos países por poderes políticos corruptos.

Lo bueno de Rangel es su capacidad de desafiar tanto a la izquierda como a la derecha. Es imposible releer su libro sin pensar en la última elección en la república bolivariana de Venezuela. Cuando habla de la destrucción de la libertad de prensa, de las almas justicieras que se esconden en la ropa del caudillo, uno tiene la sensación de leer un libro de actualidad. ¡Uh Ah, Rangel, no se va!

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3 de enero de 2007
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ATRASO UNO

El 2 de enero del 2007 es el mejor día para hacer lo que no hice en el 2006. Como escribir sobre la novela, más bien novelita (o «novela» en el sentido de la palabra inglesa) de Alejandro Zambra. Se trata de un autor chileno que era conocido, se conocía poco, por ser de la raza maldita para el éxito comercial: es poeta. Se han dicho maravillas sobre su libro, Bonsái. Al final, como siempre, el libro no puede competir con los elogios: lo leí y me decepcionó, pero es una rica decepción. Bonsái tiene buena madera.

Ante todo es una hazaña tipográfica. Fabricar 94 páginas con un relato tan corto dice mucho sobre la voluntad de Anagrama de publicar el libro. Uno piensa en los libros tan breves de Les éditions de Minuit en París. Acabada la última página, al leer el precio en la contratapa, siempre tengo la tentación de hacer una demanda judicial a la casa editorial. A veces, la brevedad se confunde con la chapucería.

Hasta la página 73, Bonsái es un milagro. Un texto de una ligereza inverosímil. El soplo de un minimalista que finge escribir una novela realista con la técnica de un poeta especializado en haiku. En la página 74, todo cambia. La obra se transforma, como dice el narrador en «una historia liviana que se pone pesada», la historia de Julio y Emilia. Una historia que conocemos desde el primer párrafo: «Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura».

Zambra maneja una técnica fenomenal en lo relacionado con el uso de las repeticiones. Hemingway en sus cuentos solía hacer lo mismo: utilizar una palabra como un martillo para dar golpes repetidos al lector. Es lo mejor de Bonsái, al lado de una evaluación de varias obras literarias como estimulador sexual. Julio y Emilia leen en voz alta antes de follar. En realidad, Emilia es la única que folla; Emilio, por su parte, hace el amor, lo que explica que ocurra «lo de siempre. Al final, todo se va a la mierda».

El fallo en las últimas veinte páginas del libro es un claro caso de rendimiento insuficiente. Zambra tiene todo listo para una catarsis borgiana y renuncia con una franqueza ingenua: “El final de esta historia debería ilusionarnos, escribe, pero no nos ilusiona”. Lucidez: entregar una obra y también la crítica lúcida de la obra; o renuncia: irse de la carrera cuando la posibilidad de ganar es obvia. No sé que opinar de aquella alternativa, pero me equivoqué al no decir nada de Bonsái. Lo que hago hoy está atrasado. Pero este atraso no es mi único atraso del año 2006. Mañana me toca recuperar el atraso 2: un aniversario.

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2 de enero de 2007
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MÁS BOLAÑO

Cada día el bolañismo (el estudio de la obra del escritor chileno Roberto Bolaño, muerto en 2003 a los cincuenta años) se parece más a una investigación hecha por detectives para nada salvajes. Después de revisar su obra, unos veinte libros de prosa y poesía, se pasó a un rastreo minucioso de la expresión suya a lo largo de su vida. Su editor, Jorge Herralde, ya publicó una mezcla de recopilación de textos, entrevistas y testimonios que se vende en muchos países. Temo que la difusión de Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas sea mucho más discreta, por ser un producto de Ediciones Universidad Diego Portales, una editorial que no ocupa un lugar central en las librerías hispanoamericanas.

Sería una lástima. El trabajo de edición, hecho por Andrés Braithwaite, es de primer orden. «No sé quién soy, pero sé lo que hago» dice Roberto Bolaño en una entrevista al diario electrónico El Mostrador. Es la primera entrevista del libro y es excelente. Su título establece a Bolaño como alternativa a Descartes («je pense donc je suis» pienso, luego soy), como entrevistado que entrega una luz transparente al periodista que lo escucha. Bolaño es un combatiente de primer orden. Tiene cultura, una mente independiente, ningún deseo de decir lo correcto -machaca a los políticos- y una manera fenomenal de privilegiar el uso del no en lugar del sí.

Pregunta de Playboy: «Por qué le gusta llevar siempre la contraria?»
Repuesta, en forma de paradigma, de Bolaño: «Yo nunca llevo la contraria».

Bolaño es un gran lector, es decir un lector de calidad. Se ubica en la literatura. Sabe que Joyce es poeta más que novelista, que Sterne y Rimbaud viajaron por mundos distintos y que «cada texto, cada argumento exige su forma». No viene de Chile, tampoco de México o de España. Pertenece a la tierra de los perdedores magníficos («Beautiful losers» como decía Leonard Cohen). «Yo soy, afirmaba en una entrevista al diario El Mercurio, de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota sin apelaciones, pero hay que salir y dar la pelea y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel… ».

Un sitio propone muchas entrevistas de Bolaño y también la introducción de Bolaño por sí mismo. Es de Juan Villoro y me parece tan imprescindible como el montaje incluido en el libro: Balas pasadas. Se trata de una serie de párrafos extraídos de entrevistas publicadas por un sin fin de periódicos y revistas. Un puro trabajo de montaje que produce un efecto coherente, potente, alegre y deprimente, pues Bolaño no conoce la mentira: «el mundo está vivo y nada vivo tiene remedio».

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29 de diciembre de 2006
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REGALOS

En Internet no hay nada mejor como regalos que buenos enlaces. Tengo dos, que pertenecen a mis favoritos. Son dos blogs preocupados por el sexo y la literatura, extraños y hasta misteriosos pues no sé quién o quiénes están detrás de esas páginas.

1. La Petite Claudine 3.0

El título son tres palabras francesas, pero el blog es bilingüe: tanto en inglés como en español. Es un blog establecido entre varias fronteras. Vive entre:

- arte y publicidad
- español, inglés y spanglish
- escritura y creación visual
- reseñas y enlaces
- frivolidad y profesionalismo

Lo que me gusta es la forma de tratar temas sin importancia de una manera muy seria, la gran dedicación para entender una cosa de pacotilla. El blog no pertenece a un país o a una cultura, es el blog de las metrópolis. Vida moderna: trabajo, deseo, diseño. Mucha apariencia. Existe una sola ley: el Digital Millenium Copyright Act (DMCA), la ley que hizo Clinton sobre la digitalización del mundo real. La Petite Claudine pertenece al mundo de Clinton; le interesa el reflejo de la luz sobre las caras de los poderes (artísticos, comerciales, sexuales, etc.).

Un testblog hostil titulado «Censurando a La Petite Claudine» intentó demostrar que se trata de un sitio muy preocupado por el sexo y el contenido para adultos. No es cierto; es más bien una revista dedicada a la vida en un área moderna, que ofrece una vía de escape del aburrimiento, pero no pretende definir lo que sería la «philosophie dans le boudoir».

La Petite Claudine tiene sucursales en otros sitios: un blog de enlaces, en blogspot, fotos en flickr, wishlist de libros en Amazon. Obviamente, unas personas actúan en él de manera continua. Pero el blog no dice quiénes son. No existe el famoso “about”. Solo hay un enlace «contacto» que lleva a una ventana con una enigmática dirección. 

2. HIKIKOMORI

En este caso tengo una sospecha. Supongo que el autor del blog es Alberto Olmos, un novelista que fue finalista del premier Herralde con A borde del naufragio. El autor firma Hikikomori, una palabra japonesa que significa: inhibición, reclusión, aislamiento. La palabra llegó a ser utilizada para hablar de los adolescentes solitarios que rehúsan abandonar la casa de sus padres, y aun más, los que no salen de su habitación durante semanas o meses.

El blog de Hikikomori es hospedado en el sitio de la coctelera. No ofrece dato suyo. Hikikomori no tiene amigos. Tampoco vive en un lugar sino en Tokyo-Bangkok-Londres-Madrid-Chamberí. Un enlace, «Sobre mí», viene por encima de una doble fotografía del autor: un joven con una gorra al lado de un espejo. No se sabe cuál es el personaje y cuál es el espejo donde vemos la fotografía. Si se cliquea el enlace «Sobre mí» hay un e-mail vacío. Hikikomori nos dice: soy la persona a la que usted sueña escribir.

Ya todos me han entendido: lo único que tiene el blog es una escritura fenomenal. Hikikomori es un gran escritor, de los que saben cómo crear tensión en un texto, aunque no diga nada. Tensión de la esperanza, tensión del vacío, tensión del quizás. Sus textos son pequeños relatos (falláramos, grupo salvaje, etc.) que nos hacen esperar. No hay muchos textos, son largos, no son cómodos, hay que imprimirlos para leer y comprobar lo que se adivina en la pantalla: es una delicia.

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28 de diciembre de 2006
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El Boomeran(g)
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