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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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CHISTES

Nunca he sido capaz de recordar los chistes. Centenares, miles de chistes han pasado al olvido, a mi olvido. Cuando  me los contaron me hicieron gozar, disfrutar y escaparme de otras preocupaciones por las vías de la risa. No me fijo. No retengo. No tengo esa capacidad de evocar ese ingenio que todo lo transforma en una frase, en una corta historia y en una manera de decir, de contar. Hace unas noches, el intelectual, profesor y escritor Andrés Soria Olmedo -admirado por sus libros, sus artículos y porque de niño fue al concurso televisivo Cesta y puntos- repitió dos excelentes chistes que no se pueden contar por escrito, que no se pueden copiar y que, fatalmente, estarán condenados a desaparecer en mi memoria. Lo siento. No podré contarles un chiste.

Todo viene a cuento de un chiste, o algo parecido, que me encontré en un libro rescatado de una librería de viejo en Granada. Uno de los peores libros de Alberti, Canciones del alto valle del Aniene. En todo libro de Alberti hay algunos buenos poemas. Y en éste, también unos curiosos acercamientos a su amigo Picasso, unas notas entre lo prosaico y lo poético, que deberían servir para su autobiografía, La arboleda perdida. Ahí se encuentra la gracia que ahora les reproduzco:

“Picasso me cuenta:

-En Barcelona se reunieron una noche varios artistas ya muy viejos para correrse una gran juerga.

Uno dijo: yo traeré el vino.

Otro: yo, el champagne.

Otro: yo, la comida.

Otro: yo, los postres.

Otro: pues yo traeré las mujeres.

Otro: pero, ¿y las pichas? ¿Quién  va a traer las pichas?”

Chistes de artistas, de genios, de machotes, machistas, españoles…Chistes que todavía cuentan -esos o parecidos- reconocidos y serios intelectuales. Pues sí, también somos esos. Los que cuentan chistes como esos, los que los cuentan peores y los que no los contamos por nuestra mala memoria. 

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22 de marzo de 2007
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CENTENARIOS

Estoy en Granada, acabamos de celebrar los 101 años de Francisco Ayala. Sigue lúcido, irónico, erguido, memorioso, curioso y lúcido. Nos causa sorpresa su capacidad de hacer cosas, de querer hacer otras, de comer, beber, tal vez amar… No deja de sorprendernos, de admiradnos y no estoy seguro si nos da envidia o nos agobia pensar en esas edades. Ha sido una vida llena de trabajo. Ha sabido no conformarse nunca con casi nada, con casi nadie. Ha mantenido su independencia contra vientos distintos de la historia. Cree en la razón, aunque también sabe que muchas cosas están forjadas por un impulso que tiene poco de razonable. Son las doce de la noche. Apenas cena nada, bebe un generoso whisky sin hielo. Ha comido con vino tinto, con apetito. Sonríe, cuenta historias, se enfada por algunos olvidos y da consejos pícaros a su  mujer- más de 30 años más joven- con la que mantiene una envidiable complicidad.

Le han pasado al teléfono a otro centenario- parece que en España ya hay diez mil-, otro nombre de nuestra cultura, aunque no se le conozca obra, Pepín Bello. Dentro de poco cumplirá 103 años. Vivo, vívido, bebedor, gozador, simpático y con muy poco trabajo a sus espaldas. Pekín, soltero impenitente, sabe vivir consigo mismo y no le cuesta dar su amistad a quién le rodea.

Me imagino de mayor y no puedo ni con mucha imaginación pensarme en un anciano de 100 años. Ni siquiera tan lúcido y trabajador como Francisco Ayala. Ni siquiera tan listo y poco trabajador como Pepín Bello. ¿Por qué no consigo entusiasmarme con esa edad bastante más que madura? ¿Por qué si ya está inventado el/la viagra? No sé, esperaré unas décadas.

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21 de marzo de 2007
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ARTISTAS

Casi siempre los artistas han  sido raros. Son raros. Quiero decir que no son tan previsibles como el resto de los humanos. Que tienen otros modos, otras modas, otros usos y otras costumbres. ¿O no tiene por qué ser así? Quizá no. Yo, que estaba alojado en la Academia de Bellas Artes de Roma, en una de las más hermosas montañas sobre la ciudad, en el Gianicolo, trataba de mirar a los artistas becados, a los artistas jóvenes que estaban en aquella academia para desarrollar su obra, como peculiares seres humanos y, la verdad, se parecían demasiado a la mayoría de los jóvenes que conozco. Eran  12 artistas de muy diferentes disciplinas de artes, letras, música, cine o teatro. Curiosa gente pero muy parecidos a otros curiosos que no son, ni se les espera en el mundo del arte.

Quizá ya va siendo hora de terminar con el mito del artista excéntrico. En un excelente libro reciente sobre Tintoretto, Molina Foix demuestra que la mayor rareza de Tintoretto  es la de no ser raro. Todo lo contrario del atrevido Caravaggio.  Y los dos eran grandes.

Estuve viendo el insuperable retrato de Inocencio X de Velázquez, tropo vero, y recordé que su vida había estado llena de preocupaciones de alguien normal. De un hombre familiar, preocupado por su situación económica, por su reconocimiento público. Un hombre brillante, pero digamos normal.

Después disfruté de una exposición en la Academia de los “disparates” de Goya y de una peculiar propuesta paralela de un artista aragonés llamado Ricardo Calero. El genio tuvo lo suyo, su carácter, su vida, su compromiso con el arte, con la libertad, pero fue un hombre digamos “normal”. Un genio, pero nada extravagante. No sé cómo es Calero, pero debe ser muy peculiar porque en su obra de acercamiento a Goya, además de enterrar piedras de Fuendetodos, hace que unos guardias civiles sean con sus disparos copartícipes de la obra. Es atrevido formalmente pero es posible que sea un hombre de su casa, un buen padre, un ciudadano cumplidor. Ciertamente tenemos que disociar la vida del artista de su obra. Terminar con el mito del artista excéntrico. Creer que además de serlo, artista quiero decir, se debería ser raro. Ya no se reconoce a los artistas por sus rarezas, sus vestimentas, sus poses o sus excentricidades varias. Habrá que reconocerlos sin esperar signos exteriores. Incluso se puede ser artista pagando los impuestos, llevando a los niños al colegio y no bebiendo ni un dry martini. Me lo temía.

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19 de marzo de 2007
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COLUMNISTAS

Estoy en Roma hablando de columnas y columnistas. Una suerte rara esta de decir cosas en los periódicos, en los blogs y que te lean, aunque sean pocos. Uno no sabe cómo llega a ser columnista cuando ha querido ser periodista. Estaba al lado de mi admirado periodista y escritor, Enric González -entre otras cosas corresponsal en Roma de El País y, para los que hayan viajado una, ninguna o muchas veces a Nueva York, autor de un libro breve y excepcional llamado Historias de Nueva York- y le comentaba en la sede del Instituto Cervantes y con público, que uno llega al “columnismo” degenerando. Cuando no has podido, o sabido, ser periodista, de esos que buscan, contrastan y cuentan los hechos. Cuando no eres corresponsal, ni eres capaz de someterte a la redacción, a la busca y captura de la noticia, puedes terminar de columnista. Nada que ver con lo que soñábamos cuando queríamos ser Tintín con incrustaciones de Haddock.

Un columnista se debe parecer, cuando es bueno, a los mejores capiteles. A esa parte esencial y comunicadora de la columna. Los capiteles son la cabeza y el corazón de la columna. Son la preponderancia de la imaginación sobre la razón, la libertad de acercarse a lo mágico sin tener que pensar en lo práctico. Decimos lo que queremos sin estar sometidos al control de la veracidad. Contamos sin tener que contar nada que esté contrastado, que sea un hecho. Es la libertad de la elucubración. Es la credibilidad de lo subjetivo. Es hacer que parezca interesante un punto de vista.

También hay otra cualidad en los mejores columnistas, en los que a mí me lo han parecido, que contradice aquel axioma tan ético del maestro Kapuscinsky, “los cínicos no valen para este oficio”. Pues sí, los cínicos se instalan cómodos en las columnas de los periódicos. Como no quiero dar nombres cercanos, me referiré a uno de los mejores escritores que ha tenido nuestro periodismo, Julio Camba. Para comprobarlo pueden acudir a su libro hermosamente reeditado hace unos meses, Haciendo de República.

Camba era un talento, un gran escritor, un maestro de columnistas y un cínico. En su juventud había sido anarquista, era de izquierdismo visceral y apasionado. Recibe con alegría y esperanzas la República. Pero sobre todo con esperanzas de vivir mejor, de que “los suyos” le den el cargo que se merece. No se acuerdan de él y así escribe, desde Nueva York y en junio del 1931: “Me ha sorprendido mucho no ver mi nombre en la lista de embajadores y ministros plenipotenciarios de la nueva República Española”. Y así se hace contra republicano este escritor que había dicho que uno de los problemas de los españoles era que seguíamos comiendo la sopa fría y el gazpacho templado, en monarquía o en tiempos republicanos.

Ya no es republicano, no le han favorecido los suyos. Ahora, estamos en 1938 y en Sevilla, al amparo de los franquistas más señoriítos y militarizados. Así escribe Camba para explicar como era el clima español que nos hizo llegar a una guerra civil: “pues pasó que los españoles estábamos de vacaciones y habíamos dejado la casa en manos de los criados…y los criados quisieron hacerse los amos. ¿Le parece a usted poco?”

Maestro de columnistas, maestro de cínicos. Y maestro de vividores. Terminó sus días en el hotel Aplace y sin pagar la cuenta. Un genio.   

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16 de marzo de 2007
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NAVEGANTE SOLITARIO

Navegante solitario, sí, pero buen navegante, argonauta que veloz puede emprender el camino en busca del vellocino de oro. Y también navegante que sabe llegar al primer puerto, encontrar la mejor cantina, detenerse en la mejor compañía y, sin permitirse caer en cursiladas sentimentales,  poder pasar el tiempo que nos queda en elegidas compañías. José Caballero Bonald, con pocos dioses, con unos cuántos amigos, en compañía de justos aunque sean muy pecadores, pasa éstos amables y fértiles años -aunque ya ha superado el rubicón de sus primeros 80- sin bajar ninguna guardia ética ni estética.

No hay muchos como él en nuestro idioma que no se hayan dejado seducir por alabanzas de corte, subvención institucional, tonterías de la edad, fascinaciones del dinero o premios de callarte la obra y la gracia. No hay quien pueda con Caballero. Ni siquiera fueron capaces de admitirle en su club los “académicos”, ¡pobres, todavía deben estar avergonzados!

Caballero, que tantas miserias morales ha visto y oído -como todos los que crecieron en este país donde tantos miserables duraron mucho y además se reprodujeron- es una persona, un autor, no contaminado. Sigue sabiendo, más que estar solo, estar en la compañía que elige entre su catálogo de infractores razonables. Si no le conocen, lean ese último y tan vivo libro, Manual de infractores, después deberán acudir a los demás, libros de poemas, novelas, sus imprescindibles memorias…Y si quieren hacer una cata general, un acercamiento certero, lúcido, plural y estéticamente muy gratificante que compren una de las más cuidadas y hermosas revistas de nuestro país, Litoral. Su último número está dedicado a Caballero Bonald y se llama, ya lo imaginan, “Navegante solitario”. Si no les gusta les devuelvo el dinero.

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14 de marzo de 2007
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PLAZA DE COLÓN

Nunca fue una plaza simpática para mí. No acertaron con esas piedras, creo que eran de Guayasamín porque no aceptaron la propuesta de Oteiza, con las fuentes del sótano, ni con el teatro estilo mal gusto burgués. Los pasos subterráneos son impracticables y sucios, el Botero para quién lo quiera. En fin una plaza para pasar deprisa. Para ir a la Biblioteca Nacional o para recordar a los Beatles que se alojaron en esa plaza cuando no era plaza, cuando allí estaba la Casa de la Moneda. Cuando en una calle hoy demediada ya estaba el mejor sitio de jazz que conoció la ciudad, el “Whiskie Jazz”, el feudo madrileño de Tete Montoliú o de Lou Bennet, el bar donde nos empezó a acompañar esa música tan libre, tan sin ira…aunque algunas veces se toque con furia interior.

Unas músicas, el pop o el jazz, que nada tenían que ver con las que sufrimos -en televisión, por supuesto- al ver ese desfile de despropósitos españolistas, de ficciones nacionalistas de una nación que parecía rescatada de los restos del franquismo. ¡Qué horror estético! Y qué desprecio ético por los manipuladores y por los manipulados, que ya son  mayorcitos. Ya reflexioné hace semanas sobre la apropiación de la bandera y del himno que viene esa derecha, esa España que parece sacada de un baúl de malos recuerdos. No quiero repetirme. Pero esa mezcla de la plaza de Colón, de la multitudinaria marcha de las mentiras, de músicas “progre cursis” -“Libertad sin ira”-, de músicas cañís- “Y viva España”- o de músicas que usan como amenazas, el llamado himno español. Les faltó el “Cara el sol”, pero muchos lo cantan en la intimidad. Y algunos en las traseras de la manifestación. Me lo contaron quienes lo escucharon.

¿Dan miedo? No, pero preocupan. Esas formas, esos gestos, esas poses unidas a sus manipulaciones, a sus deseos de poder y a sus olvidos voluntarios de las víctimas, lo que provocan no es miedo, es rechazo desde la razón. Hay otro país. Hay otra España que no es así. Que así no canta, que ni así manipula ni así se deja manipular.

La plaza de Colón, ¡ay!, con esa bandera que parece exportada de la plaza de Armas de México, con un tamaño que tiene forma de agresión, de imposición. Ni esa enorme bandera, ni las banderas ondeadas en algunas manos, son las banderas de la mayoría de los que todavía nos sentimos españoles. No tenemos que sacar España, que es un lío pero es nuestro lío, en procesión. Ni con esos símbolos, ni con esos cantos.

Hace años se reunían en la plaza de Oriente. Pasó el tiempo y esa plaza, monárquica y liberal -se la inventó José Bonaparte- es de todos los ciudadanos. Lo mismo le deseo a esa otra plaza, que pase el tiempo, que se libre de sus secuestradores y que se ponga más libre, más guapa. Más jazz, menos himnos.

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12 de marzo de 2007
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LIBROS DE HOSPITAL

Dos días y unas horas en un hospital, no es mucho, pero despista bastante. Por eso mi ausencia unos días, aunque a muchos no les importe, ni otros lo hayan notado, lo cuento a modo de disculpa para los que sí hubieran echado de menos estas comunicaciones. Si los hubiera. Estoy escribiendo con una sola mano, está claro que eso no me acerca a Cervantes, ni a Valle, pero, eso sí, me fastidia, me jode y me inutiliza bastante. Yo ya era lento y esto lo mejora, pero tampoco me hace más preciso. Tendré que escribir más corto, aunque sé muy bien que nunca seré Monterroso. En fin, al menos pretendo ser útil con mis dos recomendaciones de libros para leer en hospital, sin hospital, con habitación propia o sin habitación. También doy fe de que se pueden leer con una sola mano…pero, ¡ay!, que nadie piense en ninguna joya de literatura erótica.

El primer libro, una novela, se llama Y qué amor no cambia, de Giorgio Todde. A pesar del título no es un libro de autoayuda, ni una novelita de Susana Tamaro, ni nada blando o cursi. Es una novela policíaca, negra, una más de las protagonizadas por un peculiar protagonista, el médico embalsamador de Cagliari llamado Efisio Marini. Una lectura para mirarnos fría pero apasionadamente desde nuestros intestinos y un poco más profundamente. Una buena novela de un escritor poco complaciente. Somos carne en espera de embalsamador. La publica Siruela.

La otra es una de esas joyas literarias que hemos leído tantas veces citada que, descuidadamente ya creíamos conocer. Como aquel viejo chiste sobre las veces que habíamos estado en New York. Pues no, no había leído esa delicia de inteligencia y eficacia, ese libro imprescindible para viajeros y estables que es Viaje alrededor de mi habitación de Xavier de Maestre, lo escribió detenido en Turín, detenido por combatir con los sardos -¡me alegro de estar tan sardo, hermosa isla, hermosas gentes!- este peleón conservador, este escritor que sigue tan vigente después de más de dos siglos. Que buen viaje por un cuartucho, libres de la inquieta envidia de los hombres e independiente de la fortuna. Lo publica la editorial Funambulista en su colección de Grandes Clásicos. No defrauda.

Y para terminar otra recomendación que yo no había previsto. En el hospital madrileño y público, en el que los medios técnicos y el elemento humano son de excelencia, te puedes encontrar por falta de camas durmiendo o intentándolo, al lado de un enfermo nervioso. Tan nervioso que tuvieron que atar. Un heroinómano con un agudo mono que nunca debió estar allí. Que sufrió y nos hizo sufrir. Y recordé el esclarecedor y excelente libro, también publicado por una de esas pequeñas/grandes editoriales, Melusina, El siglo de la heroína, la droga que dominó y alarmó al siglo XX y que, todavía se mueve por caminos marginales. Es decir entre nuestros vecinos que no queremos ni ver, ni hablar… Pero esa es otra historia.

   

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9 de marzo de 2007
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ELOGIO DEL DESORDEN

El otro día, en París y sin aguacero, me compré por pocos euros un delicioso panfleto/libro de una colección de los años veinte de la editorial Hachette. El que yo compré se llama Éloge du désordre, por Gérard Bauer. Un libro que se llamara Elogio del desorden me parecía destinado, me estaba esperando hace tiempo. Al regresar a casa, a Madrid, lo quise leer enseguida pero lo traspapelé entre mi desordenada mesa de trabajo, y como el pobre no es muy voluminoso, estaba perdido entre papeles, libros, invitaciones y otros objetos de mi más o menos controlado desorden de cada día. Ayer apareció. Lo abrí con cariño, como el que se introduce en una casa conocida, en una habitación amiga, en una cama de amante, en fin, en uno de esos lugares donde suponemos que vamos a estar cómodos. Lo primero que leí fue la apetecible colección de la que este “elogio” es el primero. Otros son elogios de la frivolidad, la ignorancia, el esnobismo, la coquetería, la curiosidad, la murmuración, la tontería, la pereza -no el muy querido libro de Paul Lafargue, el muy interesante y vago revolucionario y yerno de Marx- , la fealdad, la mentira, el egoísmo o la golosina. Todos asuntos cercanos, conocidos, admirados o muy atractivos.

Tengo que hablar con alguno de esos amigos editores de libros pequeños, raros e interesantes. No sé si existen traducciones de esta colección. Pero el asunto vale para proponer traducciones, rescates de estos textos leves y provocadores de los libres años veinte o para proponer una nueva edición. Me encantaría dirigir esa colección. Ya estoy pensando algunos nombres adecuados para cada tema de elogio. También se podían añadir unos cuantos elogios que se me están ocurriendo. No sigo para que no me roben la idea. Mi idea robada. Tampoco estaría mal un elogio al robo.

Hace tiempo que sabemos de la vulgaridad y el aburrimiento del orden. Menos mal que nunca lo conseguimos del todo. Por ejemplo, cuando creemos haber puesto un poco de orden en nuestra biblioteca, llegan nuevos habitantes para hacerse un espacio, para desordenar el orden… y así con casi todo.

Como se dice en el libro, de todo eso que solemos llamar defectos, el desorden es el más ligado a nuestro temperamento. Al menos al temperamento más libre, menos domesticado. Amamos instintivamente el desorden. Y eso indica generosidad de corazón y de espíritu. Es preferir el riesgo a las mezquinas certidumbres. El orden es imperioso, estrecho, cruel. Recuerdo que la gente de orden eran aquellos de los que siempre quise huir. Esos, los antepasados morales, inmorales, de esa “gente de orden” que ahora confunde el orden con las llamadas a las manifestaciones para imponer otra vez su viejo “orden nuevo”. Qué miedo me dan estos falsos desordenados. Estos ordenados de toda la vida.

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6 de marzo de 2007
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¡QUÉ LARGA!

Lo primero que dije al salir de la última película de David Lynch, Inland Empire, fue: ¡Que larga! Ya lo estaba pensado cuando habían pasado las primeras dos horas. Y sin embargo no me levanté, no me fui del cine, no me escapé a fumar… será porque ya no fumo. No, no me pude mover de la butaca porque desde hace ya más veinte años, desde que vi aquella película llamada Cabeza Borradora, el cine de David Lynch tiene sobre mí un poder hipnótico, atrapador, que me impide desdeñarlo. Algunas veces he tenido que volver a ver sus películas para introducirme en sus extraños universos narrativos. No en los estéticos que siempre me parecen cautivadores, extraños como un sueño del que quieres escapar pero que algo inquietante te lo impide.

Habían pasado años desde Mulholland Drive, que fue una de mis películas preferidas de hace unos años. Eso sí, después de verla tres o cuatro veces. Ahora, con Inland Empire me ha pasado algo más radical. Me parece una de las más hermosas películas de Lynch desde el lado estético, la belleza de sus planos, el clímax, la música, algunos de sus actores, la extraña Laura Dern a la cabeza, pero también me parece la más confusa de trama. Con esa mezcla de lo onírico y la realidad, de la ficción sobre la ficción, del misterio dentro de otro misterio. Y, lo peor, muy pronto sentí que era muy larga. Eso me pasa algunas, bastantes veces, al margen de la duración real de lo que ves o escuchas. Alguna vez he sido jurado de algún premio de relatos cortos o de cortos cinematográficos y también cinco minutos o quince páginas pueden resultar largas cuando no tienen interés.

Me leí con pasión devoradora En busca del tiempo perdido cuando era veinteañero y nunca pensé que fuera larga. Me gustan las óperas de Wagner y no me quejo de estar más de cuatro horas entre Valquirias o Nibelungos. También he terminado una excelente novela de Almudena Grandes con más de novecientas páginas que me han tenido atrapado. Una de las novelas españolas que más me han atrapado en los últimos años es de Ramiro Pinilla, una saga dividida en tres tomos que suman más de dos mil quinientas páginas, Verdes valles, colinas rojas. ¿Podía ser más corta La montaña mágica? ¿Necesitaba todas esas páginas El hombre sin atributos?  ¿Se quedaba corto Monterroso? ¿Necesitamos más páginas de Juan Rulfo? ¿Es una pena que La metamorfosis no tenga más recorrido?

Lo corto, lo largo, en el arte es una condición subjetiva. Será largo o corto porque así nos lo parezca… A mí, lo siento, me pareció tan larga la película de David Lynch que no estoy seguro de darle otra oportunidad. Cada vez tengo menos tiempo. 

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5 de marzo de 2007
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EL ABUELO DE LOS MONSTER

Una película documental, una larga charla con un actor mientras se maquilla. Un viejo vigoroso de más de noventa años que no quiere rendirse, ni claudicar de casi nada. Ni siquiera de sus errores. Un tipo simpático, peleón y “tocacojones” de los conservadores americanos. Un actor que nos acompañó en muchas tardes de nuestra juventud de ensimismados ante la televisión, ante una de las mejores series -y más “freakis”- que recordemos: “La familia Monster”. Una familia casi ideal, simpáticos, divertidos y muy libres. Pero, sin duda, el mejor de todos era ese atípico abuelo. Últimamente los papeles que más me gustan son los de los abuelos, por ejemplo el envidiable modelo de abuelo- y también de padre- del abuelo escarizado de Little miss Sunshine
Ahora hablo de esa película que tiene la marca de Querejeta, es decir, una película española sobre un actor que murió hace poco y del que mucho desconocíamos. Al Lewis, el abuelo de los Monster. Eso solo ya merecería todo nuestro cariño, nuestra deuda por tantas risas llenas de vitriolo y de humor negro.

Ni idea de la otra vida de Lewis. Fascinante actor, y más fascinante personalidad. De familia judía, emigrantes pobres en Brooklyn, comunistas, izquierdistas y luchadores de todas las batallas, sobre todo de las perdidas. Aunque también ganara una, la de la Segunda Guerra Mundial. Allí sí se pasaba miedo y no en las historias de los “Monsters”. Excelente documento para los que se interesen en los seres humanos, al margen de sus razones o sus cabezonerías, que no se quieren rendir. Rojo, díscolo y fumador hasta el final de sus días. Incorrecto en tantas cosas, formal y moralista en otras muchas. Es decir, un buen comunista de la rama neoyorkina. Unos izquierdistas que tuvieron la suerte de no vivir en la URSS, que siguen teniendo la suerte -aunque sea en radios o espacios minoritarios- de seguir discrepando, diciendo lo que piensan. No todo está perdido en USA mientras haya ejemplos de discrepancia tan simpáticos como los de este actor que fue mucho más que el abuelo de los Monsters. Una película en los márgenes de la industria que tiene más verdad que muchas de las grandes estafas con actores que nada tienen que decir ni ahora, ni aunque pasen cien años.

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2 de marzo de 2007
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El Boomeran(g)
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