Javier Rioyo
Casi siempre los artistas han sido raros. Son raros. Quiero decir que no son tan previsibles como el resto de los humanos. Que tienen otros modos, otras modas, otros usos y otras costumbres. ¿O no tiene por qué ser así? Quizá no. Yo, que estaba alojado en la Academia de Bellas Artes de Roma, en una de las más hermosas montañas sobre la ciudad, en el Gianicolo, trataba de mirar a los artistas becados, a los artistas jóvenes que estaban en aquella academia para desarrollar su obra, como peculiares seres humanos y, la verdad, se parecían demasiado a la mayoría de los jóvenes que conozco. Eran 12 artistas de muy diferentes disciplinas de artes, letras, música, cine o teatro. Curiosa gente pero muy parecidos a otros curiosos que no son, ni se les espera en el mundo del arte.
Quizá ya va siendo hora de terminar con el mito del artista excéntrico. En un excelente libro reciente sobre Tintoretto, Molina Foix demuestra que la mayor rareza de Tintoretto es la de no ser raro. Todo lo contrario del atrevido Caravaggio. Y los dos eran grandes.
Estuve viendo el insuperable retrato de Inocencio X de Velázquez, tropo vero, y recordé que su vida había estado llena de preocupaciones de alguien normal. De un hombre familiar, preocupado por su situación económica, por su reconocimiento público. Un hombre brillante, pero digamos normal.
Después disfruté de una exposición en la Academia de los “disparates” de Goya y de una peculiar propuesta paralela de un artista aragonés llamado Ricardo Calero. El genio tuvo lo suyo, su carácter, su vida, su compromiso con el arte, con la libertad, pero fue un hombre digamos “normal”. Un genio, pero nada extravagante. No sé cómo es Calero, pero debe ser muy peculiar porque en su obra de acercamiento a Goya, además de enterrar piedras de Fuendetodos, hace que unos guardias civiles sean con sus disparos copartícipes de la obra. Es atrevido formalmente pero es posible que sea un hombre de su casa, un buen padre, un ciudadano cumplidor. Ciertamente tenemos que disociar la vida del artista de su obra. Terminar con el mito del artista excéntrico. Creer que además de serlo, artista quiero decir, se debería ser raro. Ya no se reconoce a los artistas por sus rarezas, sus vestimentas, sus poses o sus excentricidades varias. Habrá que reconocerlos sin esperar signos exteriores. Incluso se puede ser artista pagando los impuestos, llevando a los niños al colegio y no bebiendo ni un dry martini. Me lo temía.