Hay otros temas, pero no nos interesan tanto. Creo que era Nietzsche el que decía que no hablar de uno mismo era una refinada forma de la hipocresía. Y podremos, somos y quisiéramos ser muchas cosas, pero, ¿quién quiere ser llamado hipócrita? Seamos educadamente hipócritas, pero no todo el rato. No con nosotros mismos... aunque si no lo somos con nosotros mismos, no es lo mismo. No merece la pena.
Creo que estoy cubista sin querer. Debe ser culpa de la hora, de los tequilas, de alguna cantina, de las malas compañías y de mí mismo. No seamos tan hipócritas.
Mañana comienza el Congreso de Cultura Iberoamericana. La cosa promete. Dedicada al cine, con especial guiño para Buñuel, nuestro Buñuel. Un cineasta al se le pueden hacer muchos reproches, incluso ninguno, pero que nunca consiguió parecer un hipócrita. Y al hombre se le pueden, o deben, hacer muchos más reproches, aunque tampoco le viene bien ese calificativo.
En la pandilla española del cine en México está Antonio Banderas, encantador como siempre y sin que eso parezca ningún esfuerzo. Habla de sí mismo, incluso habla de otros y sinceramente no parece hipócrita. Debe ser la seducción de la fama, esa aura que nos impide ver el bosque.
Yo creo que fueron los tequilas. Me parecieron sinceros e interesantes, no ya Icíar Bollaín o Juan Diego que no podemos olvidar que son actores, sino los productores, intermediarios culturales, políticos y otras faunas que han venido para hablar de cultura y cine en un mundo tan complicado como México. Todos animados en la noche anterior al congreso. Casi perfecto, todavía sólo podemos hablar de suposiciones. Mañana, los Príncipes de Asturias y el ministro de Cultura inauguran este encuentro. Espero no tener el síndrome del cónsul Firmin, no perderme por las cantinas y confundir la realidad con el éxito. Intentaré no hablar mucho de mí, hay otros temas, aunque nos pillen más lejos. Siempre dando vueltas alrededor de nuestra propia autobiografía. Aunque la escriban otros.


Para ver la dimensión de la crisis, seguí indicaciones de Enric González, amante de esta bestia viva que es Nueva York, que aplicaba el marxismo de Groucho en los tiempos de la gran depresión: "No entiendo de economía, pero sé que cuando los neoyorquinos alimentan a las palomas de Central Park, las cosas van bien; cuando las palomas de Central Park alimentan a los neoyorquinos, como ahora, las cosas van mal". Tranquilidad de reconvertidos izquierdistas, zapateristas, zapatistas y otros istas, temerosos por la caída del capitalismo, las palomas siguen volando y cagando. Tan hermosas como ratas de los callejones de Wall Street. Los capitalistas resisten. Renacen, aunque haya que usar fondos del Estado. Aguantan más que Kissinger, se despeinan menos que la Palin y mantienen el amor por los steakhouses del Peter Luger. Como homenaje a Francisco Ayala, también me sacrificaré, cruzaré el puente de Brooklyn por esas carnales y poéticas razones.
Estoy en Nueva York bajando del burro, aunque él no lo necesita, en compañía de muchos que aman a Juan Ramón, sin olvidarnos de Platero, pero queriendo caminar mucho más lejos que Platero.
¡Qué buenos poemas, qué buenos libros han dado los cementerios! Entre otros ese libro que tanto gustaba a Juan Ramón, que tanto nos gusta a nosotros, Spoon River de Edgar Lee Master.
El último de los poetas que he conocido, de los españoles en NY, se llama Hartkaitz Cano, su libro: Alguien anda en la escalera de incendios, está publicado en El Gaviero Ediciones. Me gustan muchos de sus poemas. Creo que es la tercera vez que cruza el Puente de Brooklyn, que su patria podría ser un buzón y que en otra vida no le hubiera importado ser una chica. Ahora es ése, el que aconseja apartarse de las puertas del metro cuando se cierran: "apártate de la guillotina de los días".
Me gusta Auster, y me gusta mucho este último Auster. Casi se disculpó y me preguntó, "¿y tú qué estás leyendo". Estoy leyendo Absalón, Absalón. "Ah bueno, yo lo leí hace casi 30 años. Y me marcó. No creo que pueda volver a ese libro". Yo también presumí de mi lectura de "Absalón" cuando tuve poco más de 20 años. Tuve la rareza de engancharme a Faulkner. A su mejor novela, que sigue siendo "Absalón" y a las otras obras maestras, dolientes, complicadas, fáciles, pequeñas y grandes que es toda su obra. Yo fui lector, con perdón, de Faulkner. Lo sigo siendo, me sigue sorprendiendo y sigo pensando que cada vez que lo leo es diferente. Quizá sea yo el distinto, el diferente.