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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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SPRINGSTEEN EN EL MONTE DO GOZO

 

 

 

Veía yo de otras músicas, otros montes. Venía encantado de la larga vida emocional que tiene alguna música. Hace cien años que Albéniz murió, todavía su obra esta llena de sorpresas, de vida, de emociones y evocaciones. Así la volvía a escuchar en los campos de Eduardo Arroyo, con Rosa Torres Pardo y sus amigos músicos, cantantes, compositores y algún poeta. Escuchar los poemas de Luis García Montero entre las músicas ibéricas de Albéniz y dichas para los montes, los animales y algunas personas fue una prueba de la vida larga que también tienen algunas palabras.

Sin casi continuidad me encontré a las puertas de Santiago.- ese camino de tantos desvíos, mi camino ya largo al placer en este lugar por dónde el sol se pone- en el Monte dónde una vez estuve observando entre divertido y alucinado la cantidad de jóvenes seguidores de ídolos. El que esa tarde "oficiaba" era de otro estilo al "Boss", también el público era muy diferente. El ídolo era Juan Pablo II, "Woytila", y los seguidores- como en el concierto de Springsteen- era de varias generaciones. Me sorprendió que en la actuación del Papa hubiera tantas "lolitas" y "lolitos" en edad de tentar a los mayores y de tentarse entre ellos. Yo creo que muchos lo hicieron, se condenaron y ahora se han vuelto a condenar con la tentación de ese demonio sexual, de esa llamada al gozo, al roce, a trabajarse los sueños, a bailar sobre las malas tierras y a soñar con llevarnos al río a nuestros amores.

Unos sacaron en procesión a su Cristo por la mañana. Otros hicieron el cafre simpático con disfraces de piratas, algunos vieron cortar orejas en Pontevedra, otros desfilaron  "santificando" el vino de Albariño(¿?)...y cuarenta mil nos fuimos a la adoración nocturna de ese que lleva más de treinta años haciéndonos un poco más divertidos, menos intransigentes, más paganos y más esperanzados por mantener treinta años con esa capacidad de disimular los aburrimientos de la edad madura.

Nos quedan otros, digo de esas adoraciones paganas y ya muy veteranas. Dentro de unos días Leonard Cohen se acerca para echarse un canto en Galicia, ¡ey! 



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3 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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vivir ignorado, vivir sin ser visto

 

 

 

Así quiso y consiguió vivir el misterioso Lao Zi, fue contemporáneo de Confucio, pero no fue hasta el 1973 cuando al excavar una tumba se encontraron un conjunto de libros de seda muy valiosos. Dos de ellas unas copias del Lao Zi. Obra fundamental del pensamiento taoísta. Esas son algunas de las reflexiones que me acompañan, de las que dejé dos y prometí dejar alguna más. Lo hago, sobre todo, para que no tenga razón el querido C....Es verdad que emprendo un camino, me aburro, miro para otro lado, me canso o no quiero repetirme. Algo que fatalmente hacemos siempre que hablamos, reflexionamos, escribimos. Nos exponemos a repetir y repetirnos.

Ese libro, que ha estado conmigo treinta años de amores y odios, que conservo desde que apareció en Alfaguara, en tapa dura y cuando ya éramos bastantes descreídos, me acompaña en estos días de camino a mi finisterre, justo al lado contrario del espíritu del "dao". Del camino del occidente cristiano, de ese camino de mis veranos, me trasladaré al otro camino, pero eso ya será contado. Ahora vuelvo al libro que me gusta y me irrita. Hay cosas que los que nunca fuimos ni estuvimos "zen"- lo usé para despistar, y funcionó, no podía hablar del taoísmo si quería despistar- no conseguimos hacer. Por ejemplo el placer de no hacer.

Que sirva como deseo que no creo que pueda cumplir ésta doctrina:

"Practica el no-actuar,

dedícate a no ocuparte en nada,

saborea lo que no tiene sabor.

Considera grande lo pequeño y mucho lo poco,

responde a la injusticia con la virtud...."

 

Llego ahí y me rebelo. Me defiendo de la palabra, de la idea, del pensamiento. Y abandono a Lao Zi. Después abro otra vez el libro. Y vuelvo a quedarme pensando:

"las palabras verdaderas no son agradables,

las palabras agradables no son verdaderas.

El saber no es la erudición,

el erudito nada sabe.

El bien no es lo mucho,

lo mucho no es bueno..."

 

Me gusta recordar ciertos sabores salados. El libro del Tao, como tantos libros de pensamiento, también sirve para no pensar. Dormir, no soñar. Me despierto.    



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30 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No salir de casa

 

 

 

Me paso el tiempo saliendo de casa. Y deseando volver. Todos los caminos me vuelven a casa. Ahora, que me encuentro en casa sin estar en casa, me tropiezo con cosas- quiero decir libros, insectos y otros animales- y uno de los más singulares encuentros es con un viejo amigo. Uno muy lejano en el tiempo, en la distancia, en la cultura y en otras muchas cosas. Uno de esos encuentros que iluminan, sorprenden, complacen y también irritan. Pensaba decir cabrean, pero estoy un poco zen y quiero disimular mis malos humores. Estoy de vacaciones, aunque siempre estoy haciendo parecidas cosas. Un día tendré que pensar que serían unas "verdaderas vacaciones".

En el interior del "amigo" reencontrado me tropiezo con estas reflexiones, con éstos viejos, eternos pensamientos que copio. ¡Me paso la vida copiando!

 

"Sin salir de la propia casa, se conoce el mundo...Cuanto más lejos se va, menos se sabe. Por eso el sabio conoce sin viajar, distingue las cosas sin mirar, realiza su obra sin actuar"

 

¿Y quién quiere ser sabio?

 

"El camino es llano,

pero la gente vulgar gusta de los senderos escarpados.

la corte está corrompida; los campos, abandonados;

los graneros, vacíos.

Ropajes lujosos, afiladas espadas al cinto, manjares hasta saciarse

y riquezas sin cuento,

a todos ellos hay que llamarles jefes de bandidos..."

 

Nada nuevo bajo el sol. No descubrimos mediterráneos.

Tengo más, pero creo que se quedarán para otro día.



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28 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Soy un asesino. Leo poesía

 

 

 

Estoy de vacaciones pero no puedo dejar de matar. Soy un asesino. Me gusta dar muerte a otros seres. Lo hago con mucha frecuencia pero en días de vacaciones aumenta mi instinto asesino. Lo hago a traición, por la espalda, con premeditación, alevosía, nocturnidad o a pleno sol. Esta misma mañana he matado a unos cuantos. No han sido muertes lentas como otras veces. Bueno, una sí, ese negro tan gordo ha tardado lo suyo en morir. Ese rastrero volador me ha dado más guerra de la prevista. Es realmente asqueroso. Lo más parecido a una cucaracha voladora. He tenido que aplicarle doble ración de insecticida. Mucho más que a las abejas, moscas, hormigas, arañas y otros seres que pueblan mi jardín de verano. ¡Y no se conforman con el jardín! No, este gordo negro estaba en la ventana trepando, emitiendo su horrible manera de zumbar, golpeándose de vez en cuando contra el cristal, tapándome la vista y despistándome de mi lectura. Podía haberle dejado escapar pero, la verdad, ya me había conseguido sacar al asesino que habita dentro de mí. Le he visto morir despacio, he comprobado como sus feas patas dejaban de moverse, sus alas se replegaban y su cuerpo parecía empequeñecer. Ahí está, boca arriba. Lo tendré que retirar. No es un plato de gusto pero alguien se tiene que encargar de los trabajos sucios.

Yo seguiré leyendo a mi querida Emily Dickinson:

"Compártela como hacen las abejas,

frugalmente.

La rosa viene a ser una heredad

en Sicilia."

 

"La mariposa un día habrá de ser

polvo lleno de gloria; pero nadie

va a poder recorrer las catacumbas

igual que la purificada mosca"

Parece que los poetas nunca hubieran matado una mosca. Tampoco me fío de la vida de la Dickinson... No tuvo buena vida, ni buena muerte. Murió bastante joven, con cincuenta y cinco años y aparentando treinta, eso no está nada mal. Pero murió con la velocidad de un caracol. Eso está fatal. Su poesía nunca morirá, eso es lo mejor.

"No hay ninguna fragata como un libro

para llevarnos a lejanas tierras,

ni hay caballos mejores que una página

de piafante poesía.

Pueden hacer el viaje los más pobres,

no se pagan portazos,

porque no necesita casi nada

la carroza que lleva al alma humana"

Los insectos no leen a Emily Dickinson

 



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27 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Arturo Barea, la educada rebeldía.

 

ARTURO BAREA, REBELDE CON CAUSA

 

Todo el que quiera saber algo sobre los españoles del siglo XX, los barrios populares madrileños en los años veinte, las guerras coloniales con Marruecos, la vida en la segunda República o las tragedias de la Guerra Civil debería leer "La forja de un rebelde", la trilogía autobiográfica, la novela llena de verdad, iluminadora de la historia pequeña y verdadera de un país. Es sin duda una de esas obras que permanecen de aquellos escritores que tuvieron que escribir desde el exilio. Peculiar exilio el de Barea que se tuvo que escapar de "los suyos". No gustaba su independencia, su inteligencia, su libertad a los dirigentes estalinistas que hicieron imposible ser un hombre libre y justo sino se aceptaban sus consignas. Es otro tema, un tema que me ha ocupado mucho tiempo, muchas discusiones y muchas decepciones. La izquierda oficial española del entorno del Partido Comunista hizo mucho daño durante la República y la Guerra Civil.

Después, en el franquismo, fue otra cosa. No estuve con ellos, pero sí entendí esa militancia aunque me mantuviera en un lado crítico. Mis enfermedades de izquierdismo juveniles.

Ahora he vuelto a leer a Arturo Barea en una obra ¡inédita! en español, "La raíz rota". Nos encontramos al  escritor desde su exilio londinense, enamorado de la campiña inglesa, de los pubs, de "la paz del country" y de su nueva mujer Ilsa- una socialista austriaca que antes fue su amante en un Madrid bajo las bombas- que vuelve la  mirada a su país de origen, a su ciudad, Madrid- aunque nació en Badajoz- y la imagina tal como era en 1949. No es un relato autobiográfico, aunque mucho de ello hay en "La raíz rota", en las experiencias españolas de ese hombre que regresa del exilio con pasaporte inglés y se encuentra con su familia que ya en nada se parece a aquella que vivió en tiempos de normalidad y República. Una novela del viaje de regreso que nunca hizo el exiliado Barea. La novela, sin ser de la importancia de "La forja...", está llena de curiosidad, de retrato imaginado pero certero de las miserias morales y reales de un tiempo y un país. Lo han publicado en la editorial Salto de Página. Absolutamente recomendable para los que leyeron "La forja...". O simplemente para los que quieran algo de la verdad literaria vista por un español, por un escritor que tuvo la osadía de ser libre. Un rebelde educado. Una manera culta y abierta de ser español

 

 



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23 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Verano del 69 y Luna

 

 

 

Me acuerdo más de las chicas que de la Luna. Ese gran paso de la humanidad, la conquista de ese lugar tan incómodo, la pelea por el espacio, la salida del cohete, la llegada de los felices americanos, la derrota de los soviéticos, las narraciones cursis, las poéticas, las emocionadas. Los nombres de los astronautas, el papel de las centrales españolas...Me pareció mejor Tintin y su viaje. Y me quedé fascinado con el viaje de Verne. Será que entonces las chicas no ocupaban tanto espacio como en ese verano de mis dieciséis, caminando a los diecisiete. Para mí la otra cara de la Luna, incluso la cara "A" estaba en la boca de laguna chica y si acaso, también estaba en viajar a París.

Ese era mi viaje espacial. Ir a París, besar en los puentes del Sena, comprar discos, robar libros.

Me gustaba, me gusta mirar a la luna. Pero no pensando en la ciencia, los cohetes espaciales, la ciencia y sus avances. Mirar a la luna como la mira un tonto. Como la mira un enamorado. Quizá como la mira tan cercana un campesino de Segovia. Mirar a la luna incomprensiblemente inmensa como la que vi. una noche desde la cala de Ampurias. Deseando mirar la luna gallega dentro de unos días. Hoy la miro desde La Magdalena. Y en compañía de amigos. Incluso de un poeta. Siempre hay que tener un poeta de cabecera. O mejor dos, para que no me llamen sectario. Hoy quizá cante "sapo cancionero". O mejor "luna, lunera" en versión de Mina. Sí, eso será lo mejor.

 

Los que quieran conocer las emociones de un adolescente español en los días de Julio que el hombre llegó a la luna, que lean "El viento de la Luna". Una novela de Antonio Muñoz Molina, la última publicada por Seix Barral. Lo importante tampoco era la conquista de la Luna. Lo importante era decir adiós a algunas cosas. Soltar la mano del padre. También era importante la llegada de la televisión. Pero eso es otra historia.



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20 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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EL MEJOR BAR

 

 

 

Es muy difícil elegir el mejor bar. Hace días murió unos de los escritores que mejor conocieron algunos míticos bares del mundo, Eduardo Chamorro. Unos días antes, en compañía de mi querido Manuel Ferreras, en esa evocación y nostalgia de los tiempos "chamorristas" de Radio-3, volvimos a recordar sus colaboraciones mientras sonaba la voz del gran Sachtmo.

No olvidaré algunas tardes, algunas noches, en su compañía, con sus británicos modos de beber, su voz profunda, su risa seria y sus conocimientos sorprendentes de todos los mitos y los ritos del saber beber. Fue amigo de Juan Benet, eso imprime carácter. Bebió como un caballero, publicó algunas novelas, algunos ensayos políticos, miles de artículos y decenas de traducciones. Entre su obra hay un delicioso libro- ¡que ahora tengo extraviado!- que se llama "Galería de borrachos". Todo un tratado de cómo, dónde y qué hay que beber. Porqué no tiene explicación o tiene demasiadas.

Recordando su amor por Joyce, y su traducción del Ulises, he recordado uno de los míticos bares de Dublín. Quizá el más conocido de todos, el Davy Byrne, en la Duke Street y uno de los grandes templos de la cerveza, los vinos y los whiskeys. La historia y la literatura viven en sus rincones, en su barra, entre sus paredes. Por allí Michael Collins y las borracheras de Brendan Behan. Allí, en uno de los bares favoritos de Joyce, transcurre una escena del Ulises. Leopold Bloom entra al  bar de Byrne a tomarse unos vinos y unos trozos de bocadillo con mostaza picante y "el sabor a pies del queso verde".

Ese bar, esos clientes, y otros muchos bares, escritores y clientes que serían buenos compañeros del querido Eduardo Chamorro es parte de un libro que le hubiera gustado compartir: "Beber para contarla", una antología de relatos irlandeses, con insignes borracheras e insignes escritores. Lo ha publicado "La otra orilla". Y me está dando sed de malta. Tendré que brindar por Eduardo y dejar de trabajar. "El trabajo es la maldición de la clase bebedora", como decía otro dublinés llamado Wilde.



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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adornando la ciudad.

 

 

 

En mi particular camino de Santiago, con esos desvíos que son la sal del camino, llegué a uno de los centros históricos del Camino: Burgos.

Recuerdos de acercarme a la adolescencia en veranos de Burgos. Algunos de los primeros cigarros fumados a escondidas en los bajos de un ring de boxeo, el olor de una fábrica de galletas, los paseos a la orilla del río, la sombra de la ciudad levítica, aquella chica y otras cosas plácidas que recuerdo de unos tiempos, de una ciudad.

De vez en cuando me escapo y disfruto entre calles, paseos y lugares cargados de historia. Como toda ciudad ya tiene otros ritos, nuevos lugares, otros bares y un museo de arte contemporáneo. No es tan importante como el leonés MUSAC- que recorrí al trote con la amable compañía del director- pero el CAB tiene su valentía su sentido y su razonable arquitectura que no se lleva mal con sus cercanías históricas. Me gustan esas mezclas de formas, estilos, modernidad y conservación que son capaces de convivir. Desde hace mucho me acostumbré a mirar con agrado lo viejo o lo nuevo. Me gusta un edificio del renacimiento y me interesa la arquitectura industrial. Aprecio esas valentías arquitectónicas que rompen con lo armónico cercano. No creo en los uniformes.

Hace unos meses había esculturas de Plensa en los alrededores de la catedral Burgalesa. Me gustaba esa vecindad de contrarios. Ahora había una exposición de Alberto Corazón. Bien. Así lo comentábamos en un curso con estudiantes de arquitectura.

Todo transcurría plácido, como en el principio de la gran novela de Oscar Esquivias, "Inquietud en el paraíso". La ciudad se gustaba, burguesa, estructurada, plácida y previsible en unos días de Julio de 1936. Después llegó aquello y todo se transformó. Fue capital del franquismo. Fue un horror para los que no fueran ellos, sus militares, sus curas y sus acólitos. Una ciudad que vigilaba la vida desde la moral del casino.

Y por esa ciudad, hermosa, tranquila y burguesa felizmente también han pasado los renovadores. Unos mejores, otros horrorosos. A la cabeza del feísmo la escultura artesana de un "escultor", creo que burgalés, autor de una figura en bronce que representa a una castañera. Una pieza sin arte, sin gracia, sin interés. No importa, un más de las muchas esculturas que pueblan nuestros paisajes urbanos. Lo que realmente importa es que está ubicada al pie del paseo del Espolón, al lado del Arco de Santa María. Como esa "violetera" que estaba en  el inicio de la  Gran Vía. Como ese Goya en la calle de su nombre. Como un Botero que yo me sé. Como un oso. Como tantas estéticas de disneylandia, de bronce artesano, de enanos de jardín o de experimentos pretenciosos que pueblan nuestras calles. Ahora que lo pienso, ¿acaso son nuestras las calles? No. Pero sí es mía, con reparos mi opinión sobre el feísmo según yo mismo.



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15 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

¿no me digas que venís por los libros?

 

 

 

Allí estábamos, entre churros y chorizos fritos, entre chiringuitos y tatuajes, entre norias y cárceles de mentira, entre coches eléctricos y sidras calientes. Allí fuimos por la llamada de la novela negra. Miles de personas, coches sin aparcamientos, botellones en el puerto, amores a pie de playa, fachas, freaks, progres, amas de casa, residentes en ninguna parte, viajeros de pateras cercanas, vendedores del top manta, modernos piratas, camellos, músicas, gritos y mucha tómbola.

 

Hace años que sabía  la conversión- con las pelas de Pepsi Cola entre otras bebidas poco negras- de la "Semana Negra" de Gijón en una enorme Feria para todos los públicos y hasta altas horas de la noche. Pero ahora no daba crédito. No encontrábamos un solo puesto de libros, nadie que llevara una novela, ni rastro de aquello que era el origen del encuentro. Todo parecía de un realismo sucio festivo, quizá bueno para nuestros narradores, pero agotador para uno que quería moverse entre libros y escritores. Nos dedicamos a la sidra. Nos relajamos. Preguntamos al camarero si en algún lugar había puestos de libros. Dudó. Después reflexionó y aseguró que sí, que por el otro extremo de la feria, creía haber visto algo con libros. Y nos preguntó, entre sorprendido y escéptico: ¿"No me digáis que venís por los libros"?

Nos sentimos raros. Éramos unos freakis, unos tipos raros a los que les gustan los libros.

Ya de retirada, entre agotados y decepcionados, se hizo la luz. ¡Habíamos confundido la entrada! Allí, en la entrada más oficial, al principio de la feria, allí estaban las casetas de libros. No había mucho público, pero sí estaban las tentaciones en negro y otros colores con queridas librerías. Con queridos libreros. El maestro de negritudes Paco Camarasa, nos salvó la noche que se presentaba más que negra.

La Semana Negra demuestra estar muy viva, muy visitada pero los feriantes no dejan ver el bosque de libros. ¿Porqué no llevar lo libresco, con sus charlas y sus puestos al enorme y muy notable edificio de la antigua Universidad Laboral? Entre sus dimensiones de fascismo franquista, con ese lado siniestro y misterioso, al lado de su grandilocuencia, quedaría muy bien una toma civil por los amantes de la literatura negra. Y alrededores.

De los libros que compramos hablaré otro día.

 



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14 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gritando poemas

 

 

 

Estoy convencido que Góngora hablaba bajito. Que insultaba en susurros. No me imagino al genial cordobés pegando gritos. Las soledades se tienen que leer quedamente. ¿O no? Tengo un antiguo amigo, de los tiempos prehistóricos universitarios, de bares y novias juveniles, que era pintor y degeneró en poeta. Mucho tiempo estuvo, no creo que lo haya abandonado, del lado satírico. Y ahora, con los años, se va desmelenando. Ahora grita poemas por garitos, bares y escenarios que admitan un humor dicho en voz alta. Y no sólo de humor se alimenta Ángel Guache, que de él estoy hablando. De amores y desamores, de soledades y umbrías están poblados sus últimos poemas.

Al principio la declaración del maestro Góngora: "Amor está, de su veneno armado".

Después alguno de sus poemas de "Umbro. Baladas eléctricas y poemas gritados" que ha publicado con los amigos de Huerga y Fierro. Me gustaría que me gritara alguno. Pero también me gusta la cercanía susurrada, la seriedad tapada en poemas como éste:

"nardo de naderiles nadas,

nardo discreto

vacua bacanal

 o flor exhausta

más vivos están los gongorinos trinos,

cifra de la noche,

manantial de sombras".

 

Guache, ¡que bueno sería encontrarte en el Camino de santiago, en alguna taberna de reposo de caminantes y pegarnos unos gritos, después de tomarnos unos vinos!

Me voy, haré camino, practicaré unos días el arte de la fuga. Volveré.



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10 de julio de 2009
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