
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Estoy convencido que Góngora hablaba bajito. Que insultaba en susurros. No me imagino al genial cordobés pegando gritos. Las soledades se tienen que leer quedamente. ¿O no? Tengo un antiguo amigo, de los tiempos prehistóricos universitarios, de bares y novias juveniles, que era pintor y degeneró en poeta. Mucho tiempo estuvo, no creo que lo haya abandonado, del lado satírico. Y ahora, con los años, se va desmelenando. Ahora grita poemas por garitos, bares y escenarios que admitan un humor dicho en voz alta. Y no sólo de humor se alimenta Ángel Guache, que de él estoy hablando. De amores y desamores, de soledades y umbrías están poblados sus últimos poemas.
Al principio la declaración del maestro Góngora: "Amor está, de su veneno armado".
Después alguno de sus poemas de "Umbro. Baladas eléctricas y poemas gritados" que ha publicado con los amigos de Huerga y Fierro. Me gustaría que me gritara alguno. Pero también me gusta la cercanía susurrada, la seriedad tapada en poemas como éste:
"nardo de naderiles nadas,
nardo discreto
vacua bacanal
o flor exhausta
más vivos están los gongorinos trinos,
cifra de la noche,
manantial de sombras".
Guache, ¡que bueno sería encontrarte en el Camino de santiago, en alguna taberna de reposo de caminantes y pegarnos unos gritos, después de tomarnos unos vinos!
Me voy, haré camino, practicaré unos días el arte de la fuga. Volveré.