Javier Rioyo
Estoy de vacaciones pero no puedo dejar de matar. Soy un asesino. Me gusta dar muerte a otros seres. Lo hago con mucha frecuencia pero en días de vacaciones aumenta mi instinto asesino. Lo hago a traición, por la espalda, con premeditación, alevosía, nocturnidad o a pleno sol. Esta misma mañana he matado a unos cuantos. No han sido muertes lentas como otras veces. Bueno, una sí, ese negro tan gordo ha tardado lo suyo en morir. Ese rastrero volador me ha dado más guerra de la prevista. Es realmente asqueroso. Lo más parecido a una cucaracha voladora. He tenido que aplicarle doble ración de insecticida. Mucho más que a las abejas, moscas, hormigas, arañas y otros seres que pueblan mi jardín de verano. ¡Y no se conforman con el jardín! No, este gordo negro estaba en la ventana trepando, emitiendo su horrible manera de zumbar, golpeándose de vez en cuando contra el cristal, tapándome la vista y despistándome de mi lectura. Podía haberle dejado escapar pero, la verdad, ya me había conseguido sacar al asesino que habita dentro de mí. Le he visto morir despacio, he comprobado como sus feas patas dejaban de moverse, sus alas se replegaban y su cuerpo parecía empequeñecer. Ahí está, boca arriba. Lo tendré que retirar. No es un plato de gusto pero alguien se tiene que encargar de los trabajos sucios.
Yo seguiré leyendo a mi querida Emily Dickinson:
"Compártela como hacen las abejas,
frugalmente.
La rosa viene a ser una heredad
en Sicilia."
"La mariposa un día habrá de ser
polvo lleno de gloria; pero nadie
va a poder recorrer las catacumbas
igual que la purificada mosca"
Parece que los poetas nunca hubieran matado una mosca. Tampoco me fío de la vida de la Dickinson… No tuvo buena vida, ni buena muerte. Murió bastante joven, con cincuenta y cinco años y aparentando treinta, eso no está nada mal. Pero murió con la velocidad de un caracol. Eso está fatal. Su poesía nunca morirá, eso es lo mejor.
"No hay ninguna fragata como un libro
para llevarnos a lejanas tierras,
ni hay caballos mejores que una página
de piafante poesía.
Pueden hacer el viaje los más pobres,
no se pagan portazos,
porque no necesita casi nada
la carroza que lleva al alma humana"
Los insectos no leen a Emily Dickinson